Al llegar con el desayuno al porche, Hyukjae estaba
sentado en una silla de mimbre, tenía la cabeza apoyada en el respaldo y los
ojos cerrados; su expresión era serena.
Como no quería molestarlo, retrocedió.
— ¿Sabes que todo mi cuerpo percibe tu presencia? Todos
mis sentidos son conscientes de tu proximidad —le confesó mientras abría los
ojos y le miraba con un deseo abrasador.
— No lo sabía —dijo Donghae nervioso, ofreciéndole el
cuenco. Él lo cogió, pero no volvió a hablar del tema. Comenzó a comer en
silencio.
Absorbiendo el calor del sol, Hyukjae escuchaba la suave
brisa y se recreaba con la presencia cercana y relajante de Donghae.
Se había despertado al amanecer para contemplar, a través
de las ventanas, la salida del sol. Y había pasado una hora disfrutando del
contacto del cuerpo de Donghae.
Él lo tentaba de un modo que jamás había experimentado.
Por un solo minuto se permitió barajar la posibilidad de permanecer en esta
época.
¿Y después qué?
Sólo tenía una «habilidad» que podía serle útil en este
mundo moderno, y no era el tipo de hombre que pudiese vivir alegremente de la
caridad de su pareja.
No después de…
Apretó los dientes mientras los recuerdos lo abrasaban.
A los catorce años, había cambiado su virginidad por un
cuenco de gachas de avena frías y una taza de leche agria. Incluso ahora, con
todo el tiempo que había transcurrido, podía sentir las manos de la mujer
tocándole el cuerpo, quitándole la ropa, agarrándose febrilmente a él mientras
le enseñaba cómo darle placer.
« ¡Ooooh!» Canturreó la mujer «Eres muy guapo, ¿verdad?
Si alguna vez quieres más gachas, sólo tienes que venir a verme cuando mi
marido no esté en casa»
Se sintió tan sucio después… tan usado.
Durante los años siguientes, durmió en más ocasiones
entre las sombras de los portales que en una cama acogedora, porque no le
apetecía volver a pagar ese precio por una comida y un poco de comodidad.
Y si fuese de nuevo libre, no querría…
Cerró los ojos con fuerza. No se veía en este mundo. Era
demasiado diferente. Demasiado extraño.
— ¿Ya has acabado?
Alzó los ojos y vio a Donghae de pie junto a él, con la
mano extendida esperando el cuenco.
— Sí, gracias —le contestó mientras se lo daba.
— Voy a darme una ducha rápida. Volveré en unos minutos.
Lo contempló mientras se marchaba. Todavía podía sentir
el sabor de su piel en los labios. Y el dulce aroma de su cuerpo.
Donghae lo obsesionaba. No se trataba de los efectos de
la maldición. Había algo más. Algo que jamás había experimentado antes.
Por primera vez, después de dos mil años, volvía a
sentirse como un hombre; y ese sentimiento venía acompañado de un anhelo tan
profundo que le partía en dos el corazón.
Lo deseaba. En cuerpo y alma. Y quería su amor.
La idea lo asustó.
Pero era cierto. No había vuelto a experimentar ese
profundo y doloroso deseo de sentir un tierno abrazo desde que era pequeño.
Necesitaba que alguien le dijera que lo amaba, y que lo hiciese de corazón, no
por el efecto de un hechizo.
Echando la cabeza hacia atrás, soltó una maldición.
¿Cuándo iba a aprender?
Había nacido para sufrir. El Oráculo de Delfos se lo
había dicho.
«Sufrirás como ningún hombre ha sufrido jamás» «¿Pero me
amará alguien?»
«No en esta vida.»
Y se alejó de allí totalmente hundido por la profecía.
Qué poco había imaginado entonces el sufrimiento que le aguardaba.
«Es el hijo de la Diosa del Amor, y ni siquiera ella
soporta estar cerca de él.»
La verdad hizo que se encogiera de dolor. Donghae jamás
lo amaría. Nadie lo haría. Su destino no era que lo liberaran de su
sufrimiento. Peor aún, su destino tenía una trágica tendencia a derramar la
sangre de todos los que se acercaban a él.
El dolor le desgarraba el pecho mientras pensaba en la
posibilidad de que algo le sucediese a Donghae.
No podría permitirlo. Tenía que protegerlo a toda costa.
Aunque eso significara perder su libertad.
Con esa idea en mente, fue en su busca.
Donghae se estaba quitando el jabón de los ojos. Al
abrirlos, se sobresaltó cuando vio que Hyukjae lo observaba a través de la
abertura de las cortinas de la ducha.
— ¡Me has dado un susto de muerte! —exclamó.
— Lo siento.
Él permaneció al lado de la bañera de patas, tamaño extra
grande, vestido sólo con los boxers y apoyado sobre la pared, con la misma pose
que tenía en el libro: los anchos hombros echados hacia atrás y los brazos
relajados a ambos lados del cuerpo.
Donghae se humedeció los labios al contemplar los esculturales
músculos de su pecho y de su torso. Espontáneamente, su mirada descendió hasta
los boxers rojos y amarillos.
Bueno, decir que ningún hombre estaría bien con ellos
había sido un error. Porque Hyukjae estaba fenomenal. En realidad, no había
palabras que describiesen con exactitud lo buenísimo que estaba con ellos.
Y aquella sonrisa traviesa, medio burlona, que esgrimía
en esos momentos, derretiría el corazón del más frígido. Ese hombre lo ponía
muy, muy caliente.
Nervioso, Donghae cayó en la cuenta de que estaba
completamente desnudo delante de él.
— ¿Necesitas algo? —le preguntó.
Para su consternación, él se quitó los boxers y se metió
en la bañera con él.
Él cerebro de Donghae se convirtió en papilla, abrumado
por la poderosa presencia de Hyukjae. Esa increíble sonrisa llena de hoyuelos
curvaba sus labios, y hacía que el corazón se le acelerara y que comenzara a
temblar.
— Sólo quería verte —dijo en voz baja y tierna—. ¿Tienes
idea de lo que me haces cuando te pasas las manos por tu cuerpo?
Apreciando el tamaño de su erección, Donghae tenía una
idea bastante aproximada.
— Hyukjae…
— ¿Mmm?
Olvidó lo que iba a decir cuando él acercó la cabeza
hasta su cuello. Se estremeció por completo al sentir que su lengua le abrasaba
la piel.
Gimió por la sobrecarga sensorial que suponían las
caricias de las manos de Hyukjae, unidas a la sensación del agua caliente de la
ducha. Apenas si fue consciente de que él le quitaba la manopla con que se
bañaba, y se llevaba uno de sus dedos a la boca.
Siseó de placer al sentir la lengua de Hyukjae girar
alrededor del endurecido pezón, rozándolo levemente y haciéndola arder.
Le ayudó a sentarse en la bañera y lo echó hacia atrás,
apoyándola en el respaldo. El contraste de la fría porcelana en la espalda y
del cálido cuerpo de Hyukjae por delante, mientras el agua caía sobre ellos, le
excitó de un modo que jamás hubiese creído posible.
Nunca antes había apreciado el enorme tamaño de la
antigua bañera pero, en ese momento, no la cambiaría por nada del mundo.
— Tócame, Donghae —le dijo con voz ronca, cogiéndole la
mano y acercándosela hasta su hinchado miembro—. Quiero sentir tus manos sobre
mí.
Hyukjae se estremeció cuando él acarició la dureza
aterciopelada de su pene.
Cerró los ojos mientras las sensaciones lo abrumaban. Las
caricias de Donghae no se limitaban al plano físico, las percibía también a un
nivel indefinible. Increíble.
Quería más de él. Lo quería todo de él.
— Me encanta sentir tus manos sobre mi piel —balbució
mientras Donghae lo tomaba entre sus manos. ¡Por los dioses! Lo deseaba tanto
que le dolía todo el cuerpo. Cómo deseaba que, tan sólo una vez, Donghae le
hiciese el amor a él.
Que le hiciese el amor con el corazón.
El dolor volvió a desgarrarlo. No importaba cuántas veces
tuviera relaciones sexuales, el resultado siempre era el mismo. Siempre acababa
herido. Si no se trataba de su cuerpo, era en lo profundo de su alma.
«Ninguna pareja decente te querrá a la luz del día.»
Era verdad, y lo sabía. Donghae percibió su tensión.
— ¿Te he hecho daño? —preguntó mientras alejaba la mano.
Él negó con la cabeza y le colocó las manos a ambos lados
del cuello para besarlo profundamente. Súbitamente el beso cambió,
intensificándose, como si estuviese intentado probar algo ante los dos.
Deslizó la mano por el brazo de Donghae, hasta capturar
la suya y enlazar los dedos. Después, movió las manos unidas y le acarició su
miembro.
Donghae gimió mientras él le tocaba con las manos
entrelazadas. Era lo más erótico que había experimentado jamás.
Temblaba de pies a cabeza mientras él aumentaba el ritmo
de las caricias. Cuando introdujo los dedos de ambos en su entrada, Donghae
gritó de placer.
— Eso es —le murmuró al oído—. Siéntenos a los dos
unidos.
Sin aliento, Donghae se agarró al hombro de Hyukjae con
la mano libre y el cuerpo en llamas. ¡Dios, era un amante increíble!
De pronto, él retiró las manos y le alzó una de las
piernas para pasársela por la cintura.
Donghae le dejó hacer, hasta que se dio cuenta de sus
intenciones. Estaba preparándose para penetrarlo.
— ¡No! —jadeó mientras lo empujaba—. Hyukjae, no puedes.
Sus ojos llameaban de necesidad y deseo.
— Sólo quiero esto de ti, Donghae. Déjame poseerte.
Donghae estuvo a punto de ceder.
Pero entonces, algo extraño le sucedió a sus ojos. Un
velo oscuro cayó sobre ellos, y las pupilas se le dilataron por completo.
Se quedó inmóvil. Respiraba entre jadeos y cerró los ojos
como si estuviese luchando con un enemigo invisible.
Lanzando una maldición, se alejó de él.
— ¡Corre! —gritó. Donghae no lo dudó.
Salió como pudo de debajo de él, agarró la toalla y
corrió hacia la puerta. Pero no pudo abandonarlo.
Se detuvo en la entrada y miró hacia atrás. Vio cómo
Hyukjae se agachaba hasta quedar apoyado en las manos y las rodillas, y se
agitaba como si lo estuviesen torturando.
Lo escuchó golpear la bañera con el puño cerrado mientras
gruñía de dolor.
El corazón de Donghae martilleaba frenético al verlo
luchar. Si supiese qué podía hacer…
Finalmente, cayó exhausto a la bañera.
Aterrorizado, y sin poder dejar de temblar, Donghae entró
en el cuarto de baño de nuevo y dio tres cautelosos pasos hacia la bañera,
preparado para salir corriendo si él intentaba agarrarla.
Estaba tendido de costado, con los ojos cerrados.
Respiraba con dificultad y parecía débil y agotado mientras el agua caía sobre
él, aplastando los mechones rojizos sobre su rostro.
Cerró el grifo. Hyukjae no se movió.
— ¿Hyukjae?
Abrió los ojos.
— ¿Te he asustado?
— Un poco —le contestó con franqueza.
Él respiró hondo, entrecortadamente, y se sentó despacio.
No le miró. Tenía los ojos clavados en algo que estaba a su espalda, por encima
de su hombro.
— No voy a ser capaz de luchar contra eso —dijo, tras una
larga pausa. Entonces le miró—. Nos estamos engañando, Donghae. Déjame poseerte
mientras estoy calmado.
— ¿Eso es lo que quieres de verdad?
Hyukjae apretó los dientes al escuchar su pregunta. No,
no era lo que quería. Pero lo que deseaba estaba más allá de su alcance.
Quería cosas que los dioses no habían dispuesto para él.
Cosas que ni siquiera se atrevía a nombrar, porque el simple hecho de
pronunciarlas hacía su ausencia aún más insoportable.
— Me gustaría poder morirme.
Donghae retrocedió ante la sincera respuesta. Cómo
deseaba poder consolarlo. Alejar su sufrimiento.
— Lo sé —le dijo, con la voz ronca por las lágrimas que
no se atrevía a derramar. Le pasó los brazos alrededor de los fuertes y
esbeltos hombros, y lo abrazó con fuerza.
Para su sorpresa, Hyukjae apoyó la mejilla sobre la suya.
Ninguno de los dos pronunció una palabra mientras se abrazaban. Finalmente, él
se apartó.
— Es mejor que nos detengamos antes de que… —no acabó la
frase, pero no era necesario que lo hiciese. Donghae ya había sido testigo de
las consecuencias, y no tenía ningún deseo de repetir la experiencia.
Lo dejó en el cuarto de baño y fue a vestirse. Hyukjae
salió lentamente de la bañera y se secó con una toalla. Escuchaba a Donghae en
su habitación; estaba abriendo la puerta del armario. En su mente, se lo
imaginó desnudo y la visión lo enardeció.
Una demoledora oleada de deseo lo asaltó, golpeándolo con
tal fuerza que estuvo a punto de caer de espaldas al suelo.
Se agarró al lavabo mientras luchaba consigo mismo.
— No puedo seguir viviendo así —balbució—. No soy un
animal.
Alzó los ojos y se contempló en el espejo. Era la viva
imagen de su padre. Miró su rostro con odio.
Podía sentir los latigazos en la espalda, mientras su
padre lo golpeaba hasta que casi no podía tenerse en pie.
«No te atrevas a llorar, niño bonito. Ni un solo sollozo.
Puede que seas el hijo de una diosa, pero éste es el mundo en el que vives, y
aquí no mimamos a los niños bonitos como tú.»
En el fondo de su mente, veía la mirada de desprecio de
su padre mientras lo golpeaba con el puño hasta arrojarlo al suelo, y después
lo levantaba por el cuello hasta casi asfixiarlo. Él pateaba e intentaba
defenderse con los puños, pero a los catorce años era demasiado joven e
inexperto como para eludir los golpes del general.
Con el rostro desfigurado por una mueca de desprecio, su
padre le había cortado en la mejilla con una daga, hundiéndola hasta el hueso.
Y todo porque había pescado a su esposa mirándolo mientras comían.
«Veamos si ahora te desea.»
El lacerante dolor del corte fue insoportable, y la
hemorragia no se detuvo en todo el día. A la mañana siguiente, la herida había
desaparecido sin dejar huella.
La ira de su progenitor había sido inconmensurable.
— ¿Hyukjae?
Sobresaltado, dio un pequeño brinco al escuchar una voz
olvidada desde hacía dos mil años.
Echó un vistazo a la estancia, pero no vio nada.
Sin estar muy seguro de haber escuchado la voz, habló en
voz baja.
— ¿Atenea?
La diosa se materializó delante de él, justo en el hueco
de la puerta. Aunque llevaba ropas modernas, tenía el pelo negro recogido sobre
la cabeza, al estilo griego, con mechones rizados que le caían sobre los
hombros. Sus pálidos ojos azules se llenaron de ternura al sonreír.
— Vengo en representación de tu madre.
— ¿Todavía no es capaz de enfrentarme?
Atenea apartó la mirada.
Hyukjae sintió el repentino impulso de reírse a
carcajadas. ¿Por qué se molestaba en esperar que su madre quisiera verlo?
Debería estar acostumbrado.
Atenea jugueteaba con uno de sus rizos, envolviéndoselo
en el dedo, mientras lo observaba con una extraña expresión de melancolía en el
rostro.
— Que conste que te habría ayudado de haber sabido esto.
Eras mi general favorito.
De repente, comprendió lo que había ocurrido tantos
siglos atrás.
— Me utilizaste en tu pulso contra Príapo, ¿verdad?
Vio la culpa reflejada en los ojos de la diosa antes de
que ella pudiese ocultarla.
— Lo hecho, hecho está.
Con los labios fruncidos por la ira, la miró furioso.
— ¿Ah, sí? ¿Por qué me enviaste a esa batalla cuando
sabías que Príapo me odiaba?
—Porque sabía que podías ganar, y yo odiaba a los
romanos. Eras el único general que tenía que podía deshacerse de Livio, y así
lo hiciste. Jamás me he sentido más orgullosa de ti que aquel día, cuando le cortaste
la cabeza.
Cegado por la amargura, era incapaz de creer lo que
estaba escuchando.
— ¿Ahora me dices que estabas orgullosa?
Ella ignoró su pregunta.
— Tu madre y yo hemos hablado con Cloto para que te
ayude.
Hyukjae se paralizó al escucharla. Cloto era la Parca
encargada de las vidas de los humanos. La hilandera del destino.
— ¿Y?
— Si consigues romper la maldición, podremos devolverte a
Macedonia; regresarás al mismo día en que fuiste maldecido a permanecer en el
pergamino.
— ¿Puedo regresar? —repitió, anonadado por la
incredulidad.
— Pero no se te permitirá volver a luchar. Si lo haces,
podrías cambiar el curso de la historia. Si te enviamos de vuelta, deberás
jurar que vivirás retirado en tu villa.
Siempre había una trampa. Debería haberlo recordado antes
de pensar que podían ayudarlo.
— ¿Con qué propósito, entonces?
— Vivirás en tu época. En el mundo que conoces —diciendo
esto, echó un vistazo al cuarto de baño—. O puedes permanecer aquí, si lo
prefieres. La elección es tuya.
Hyukjae resopló.
— Menuda elección.
— Es mejor que no tener ninguna.
¿Sería cierto? Ya no estaba seguro de nada.
— ¿Y mis hijos? —preguntó. Quería, no, deseaba volver a
ver a su familia, a las dos únicas personas que habían significado algo para
él.
— Sabes que no podemos cambiar eso.
Hyukjae maldijo a Atenea. Los dioses siempre conseguían
atormentarlo quitándole todo lo que le importaba. Jamás le habían concedido
nada.
Atenea alargó el brazo y lo acarició ligeramente en la
mejilla.
— Elige con cuidado —susurró, y se desvaneció.
— ¿Hyukjae?, ¿con quién hablas?
Parpadeó al escuchar a Donghae en el pasillo.
— Con nadie —contestó—. Hablo solo.
— ¡Ah! —exclamó él, aceptando la mentira sin problemas—.
Estaba pensando en llevarte de nuevo al Barrio Francés esta tarde. Podemos
visitar el Acuario. ¿Qué te parece?
— Claro —respondió él, saliendo del baño.
Donghae frunció el ceño, pero no dijo nada mientras se
dirigía hacia las escaleras.
Hyukjae fue a cambiarse a la habitación. Mientras se
ponía los pantalones, se fijó en las fotografías que Donghae tenía en el
vestidor. Parecía un niño tan feliz… tan libre. Le gustaba especialmente una en
la que su madre le pasaba los brazos alrededor del cuello y ambos se reían a
carcajadas.
En ese momento, supo lo que debía hacer. No importaba lo
mucho que deseara otras cosas, jamás podría quedarse con él. Se lo había dicho el
mismo Donghae la noche que lo invocaron.
Tenía su propia vida. Una en la que él no estaba
incluido.
No, Donghae no necesitaba a alguien como él. A alguien
que sólo atraería la indeseada atención de los dioses sobre su cabeza.
Rompería la maldición y aceptaría la oferta de Atenea.
No pertenecía a esta época. Su mundo era la antigua
Macedonia. Y la soledad.
No me gusta que HyukJae sienta que no merece nada, esa profecía y todas las cosas totalmente malas que le pasaron fueron horrible, pero él también merece ser feliz, lo malo es que el piensa que puede dañar a DongHae y eso le duele mucho sobre todo porque hasta él mismo se da cuenta que siente algo por Hae y hasta quiere que lo ame.
ResponderEliminarNo me gusta la proposición de Atenea, se que este mundo es complicado de entender, pero que Hyuk regrese para vivir apartado de todo cual ermitaño y sin el cariño de nadie es horrible sobre todo para él que no tuvo nunca cariño, salvo el de sus pequeños.
En fin, gracias por la actu, nos leemos en el siguiente.
Bye ^^
Aaaaaaaaaaaaaaaa maldita maldición,la odio,a ella y a priapo T_T
ResponderEliminarpobre Hyuk,pero también pobre Hae,los dos sufren tanto,pero todo sera recompensado.
Ay si,ahora todos quieren ayudar,si lo hubieran sabido antes lo habrían ayudado.....si claro
Hyuk nno puede regresar a esa época,ya no pertenece ahí
Áaaaaaaa que horrible maldicion pobre hyuki deveria quedarase con hae y dejar de pensar asi de el mismo ..
ResponderEliminarAhora todos lo ayudan espero que no sea engañado por alguno de ellos... hyuk se uerte y pelea para quedarte con hae y ser parte de su familia porque aunk se veia feliz en la foto no lo es n.n