Sungmin testeó
la teoría de Leeteuk de que tendría la libertad de deambular alrededor, haciéndolo.
Después de un tenso almuerzo que apenas se las había arreglado para tragar, Sungmin
dejó la suite de Leeteuk y paseó por los corredores hasta que se encontró de
nuevo en la habitación del gran cielo raso de vidrio.
Para
ahora, la multitud había disminuido y el área de la TV estaba vacía de niños. Unas
pocas personas estaban sentadas a las mesas, bebiendo café o terminando sus
almuerzos. La señorita Sora estaba sentada en un extremo del área comedor,
leyendo un gigante y antiguo libro. Cada pocos segundos, alzaba la mirada a los
niños cercanos, como si necesitara mantener un ojo sobre ellos. Después de
enseñar en una escuela pública por tanto tiempo, Sungmin suponía que era más un
hábito que cualquier otra cosa.
Apartó
una silla y se sentó en diagonal a la mujer. La señorita Sora alzó la mirada y
le sonrió ampliamente.
—¡Sungmini! Cómo que vivo y respiro. ¿Qué estás haciendo aquí?
Se la
veía más joven, como si algunas de las arrugas hubieran sido borradas de su
rostro. Aún usaba el mismo chillón lápiz labial y el rodete blanco sobre su
cabeza estaba aún sostenido en su lugar por un amarillo lápiz número dos, pero
todo lo demás acerca de ella parecía… diferente.
—¿Recuerda a esos groseros hombres del restaurante? —preguntó Sungmin.
—Por supuesto.
—Uno de ellos me encontró.
—Ah. Kyuhyun. Ese pobre muchacho ha estado suspirando por ti
desde que huiste. Estoy contenta de que finalmente te alcanzara.
—¿Contenta? Ellos la secuestraron a usted y a Leeteuk y los
trajeron aquí en contra de su voluntad. ¿Cómo puede ponerse de su parte?
Los ojos de la señorita Sora se estrecharon y apuntó con un
nudoso dedo a Sungmin.
—No te pongas presumido conmigo. Puede que condene sus métodos,
pero si no fuera por ellos, estaría muerta ahora mismo. También lo estaría Leeteuk.
—Eso dicen ellos. No lo puede saber de seguro.
—Sí, puedo. He hablado con los suficientes niños aquí para
saber qué ocurre con aquellos que los Suju no logran encontrar a tiempo. Tantos
de ellos han perdido a sus padres, a sus familias. Los Sasaengs hacen cosas
horribles que ni siquiera se acerca al pecado de forzar a alguien a estar a
salvo en contra de su voluntad.
—¿Cómo sabe que los niños no están mintiendo? —preguntó Sungmin.
La señorita Sora alzó una blanca ceja.
—Treinta años de experiencia. Así es como lo sé.
—¿Cómo sabe que no les han lavado el cerebro? ¿Cómo sabe que
sus padres no están allí afuera, buscando a sus niños perdidos?
La anciana mujer negó con su cabeza, frunciendo el ceño.
—Eres un niño testarudo y probablemente sólo creerás cuando lo
veas con tus propios ojos, pero cuando hayas pasado aquí el tiempo suficiente,
sabrás lo que yo sé. Verás a un gran y fornido hombre cargar un niño
ensangrentado a través de aquellas puertas, uno que estará llorando y
aferrándose a él como si la vida le fuera en ello. Leerás los periódicos y
verás fotos de los padres brutalmente asesinados, reducidos a pedazos por
monstruos. Sólo entonces sabrás la verdad, bien en el fondo, como yo la sé.
—¿Cómo sabe que no son aquellos grandes y fornidos hombres
quienes matan a los padres? Ellos sí portan espadas, ¿sabe?
—¿Eres realmente tan ciego? —Preguntó la señorita Sora—.
¿Puedes realmente mirar alrededor de éste lugar de refugio y ver tanta maldad?
Porque si puedes, entonces tendré que preguntarme qué es lo que está mal
contigo.
Y ese era el quid del problema. Desde que había llegado allí,
no había visto ni un solo signo de tortura o maltrato. Todos parecían
contentos, a salvo.
La señorita Sora se puso de pie, sin la ayuda de su andador,
sin ni siquiera reclinarse en la mesa en busca de apoyo. Incluso aunque no
llegaba a los cinco pies de altura, ya no se encontraba encorvada por la edad.
Se giró en círculo, sus movimientos suaves y fluidos.
—Aquí no se hacen lavado de cerebros, niño. Los Centinelas no
tenían que sacarme mi dolor o liberarme de ese condenado andador, pero lo
hicieron. Y bajo un costo muy grande, también. Nunca he tenido una fascinación
por los vampiros como estos jovencitos tienen, pero el que me curó casi se
enferma haciéndolo. Hicieron falta tres Suju dispuestos a abrir sus venas y
sangrar por mí para lograrlo, también. Estos hombres podrán ser grandes y
brutos groseros, pero son buenos, grandes y brutos groseros. Sin ellos, odiaría
pensar dónde estaría el mundo. Tal vez deberías pasar más tiempo pensando en
ello por un momento.
—Lo he hecho. Créame. Nada parece claro ya.
—Entonces, diría que necesitas echar una mirada alrededor. Velo
por ti mismo.
—Eso fue lo que dijo Leeteuk.
La señorita Sora volvió a sentarse y despidió a Sungmin con un
gesto de su mano.
—Anda. Tengo trabajo que hacer. Hay aquí una estantería repleta
de libros que aún no he leído y eso simplemente no lo puedo soportar. —Volvió a
su lectura, despidiendo a Sungmin.
Con un suspiro por la fatiga y la confusión, Sungmin se retiró.
En todo en lo que podía pensar era que si los Centinelas querían mantener
prisionera a la señorita Sora, la última cosa que habrían hecho era darle la
capacidad para huir más fácilmente.
Como tantas otras cosas de las que había sido testigo, esa no
tenía ningún sentido.
La luz del sol en el exterior clamaba por él. Tal vez algo de
aire fresco le ayudaría a comprender. Y si no lo hacía, al menos caminando
libraría el exceso de energía arañando en su interior, volviéndolo ansioso.
El área de ejercicio al aire libre estaba repleta de hombres
musculosos, sin camiseta y brillando como si supieran que se estaba acercando y
quisieran brindarle un fantástico show.
La mayoría de los hombres eran Suju, podía darse cuenta por sus
tatuajes del árbol. Unos cuantos humanos se mezclaban con ellos, sudando y
levantando pesas, aunque no tanto. Aparentemente, los Suju eran súper-fuertes.
O tal vez habían estado levantando pesas por más tiempo.
Sungmin disfrutó de la vista al salir por las puertas y caminar
justo hasta la mitad del área como si fuera el dueño del lugar.
Estaba bastante seguro de que ellos no le permitirían pasar,
pero más que algunas miradas interesadas, algo a lo que estaba acostumbrado, nadie
se movió para interceptarlo.
Hasta ahora, todo bien.
Siguió un camino hacia la derecha, y vio agua brillando a la
distancia, era un lago o un estanque verdaderamente grande. El césped era
espeso y abundante, y las flores estaban plantadas en bastantes pequeños grupos
alineados junto al camino.
Al pasar por la esquina de un ala, vio un área encercada y oyó
el divertido chillido de pequeños niños. Algunos de ellos escalaban por el
firme tobogán de plástico, o corrían hacia la pequeña casa de juego. Dos niños
estaban haciendo rodar una pelota entre ellos, su puntería era tan mala que
tenían que correr detrás de la pelota, lo que era aparentemente parte del
juego, basado en la forma en que reían mientras lo hacían. Tres niñas en un
gigante arenero construían un torcido castillo de arena.
Sungmin posó los brazos en la baranda superior y simplemente
los contempló, ignorando las miradas de los adultos que mantenían un ojo sobre
los traviesos chiquillos. No había esperado ver niños allí, y ciertamente no
tantos.
Parecían felices. Saludables. ¿Cómo podía eso ser cuando ellos
estaban siendo criados junto a monstruos?
A menos que, por supuesto, Leeteuk y Kyuhyun hayan estado
diciendo la verdad todo ese tiempo, y era su madre y los Defensores quienes
hubieran estado equivocados.
Ese era su hogar. No había forma en que él destruyera eso, y
ciertamente no había forma en que los llevara a todos a la seguridad.
Lo que quería decir que no sólo no podía hacer volar ese lugar,
sino que tampoco podía dejar que los Defensores lo hicieran. Estaba tan claro
como el agua. Tenía que buscar una manera de contactarse con ellos y hacerles
saber que había niños allí.
Se alejó del jardín de juego y regresó por el mismo camino en
que había venido. Sólo que esa vez, cuando trató de pasar por el área de
ejercicio, cuatro altos Suju se interpusieron en su camino.
—Déjenme pasar —les dijo, estirando su cabeza para mirarlos a
los ojos.
El que tenía una cicatriz en el rostro le dijo:
—No hasta que te toquemos.
Sungmin retrocedió y chocó contra otro hombre. Él lo aferró por
sus antebrazos y el pánico se deslizó en él por medio segundo antes de que su
cuerpo se tranquilizara, y toda la preparación que había hecho apareció.
Eso era lo que había estado esperando todo el tiempo y sabía
bien cómo manejarlo.
Wook estaba
encortinado sobre Yesung como una manta cuando él se despertó.
Por
un momento, pensó que estaba soñando otra vez, pero en sus sueños no sufría,
así que tenía que estar despierto.
El reloj de la mesilla le dijo que eran casi las dos de la
tarde. Había dormido más de lo normal, aún teniendo en cuenta lo exhausto que
había estado la noche anterior.
La cabeza de Wook estaba plegada debajo de su barbilla y podía
sentir su aliento deslizarse fuera de sus pulmones, haciéndole cosquillas
cuando pasaba rápidamente por el pelo de su pecho. Una de sus manos estaba clavada
en su cintura y la otra ahuecándole el culo. Sus delgadas piernas se habían
reacomodado entre sus muslos, y su dura polla latía contra su estómago.
No tenía ni idea de cómo se había metido en su habitación, o lo
que en el infierno le había poseído para venir, pero todo eso era
insignificante ahora. Wook estaba aquí, en su cama, y todo dentro de él gritaba
por esa causa, era suyo para tomarlo.
El sudor perlaba sobre su piel y comenzó a temblar contra la
necesidad de lanzarlo debajo de él y follarlo, conducirse al interior de su
cuerpo hasta que un poco del dolor se purgara y pudiera pensar correctamente.
No le había pedido que viniera a él. Tenía que estar aquí
porque eso era lo que Wook quería hacer, ¿cierto?
Había algo en esa línea de lógica que estaba mal, Yesung se
mantuvo quieto, luchando contra sí mismo hasta poder averiguar de qué se
trataba. Trató de recordar lo que había hecho antes de que su alma comenzara a
morir, antes de que hubiera pasado de ser un hombre noble a este asesino
sediento de sangre que era ahora.
Wook estaba enfermo. Frágil. Completamente loco. El chico no
sabía lo que quería. Quizá por eso necesitaba mantenerse a raya.
Sus dedos se rizaron contra su pecho desnudo y dejó escapar un
suspiro. La sangre de Yesung latía con fuerza a través de él, feroz y
duramente.
¿Por qué diablos estaba aquí?
¿Para follar? ¿O es que lo necesitaba? Tal vez había venido
aquí en busca de ayuda y había estado demasiado cansado para volver a su
habitación. Tenía más sentido que cualquier otra cosa.
Poco a poco, para no despertarlo, Yesung giró su cuerpo sobre
el colchón. Acunó su cabeza en la mano, manteniéndola firme mientras cambiaba
su ligero peso. El chico ya tenía
demasiado liado su cerebro para que le hiciera más daño presionando en su cabeza,
pero la parte de él que solía ser buena le recordó que se suponía que debía ser
cuidadoso. Wook podría ser capaz de salvar a uno de sus hermanos.
Su
blanco cabello se derramó sobre las sábanas, los labios rosados eran visibles
en la tenue luz de su dormitorio. El pálido pantalón que llevaba caía hasta los
tobillos y escondía los huesudos contornos del consumido cuerpo.
A Yesung
no le gustaban los pollitos flacos y huesudos. Wook no debería haber hecho nada
por él, aunque su polla pensaba de otra manera. No es que pudiera escucharla
por consejo, la cosa tenía una mente propia.
Antes
de que pudiera detenerse, miró el anillo en su dedo, esperando una señal de que
podía salvarlo. Como siempre, no vio nada en las pálidas profundidades de la
banda, ningún pulso de color o luz de esperanza.
Yesung
ni siquiera pudo encontrar la fuerza para lamentarse por lo que podría haber
sido. Estaba vacío. Hueco. Vacío de todo excepto de dolor e ira.
Más
esos fieles compañeros le habían servido bien la pasada noche mientras los
cazaba. Dieciséis sgaths más habían caído por su espada. No sabía si alguno de
ellos había robado trozos de la mente de Wook, pero si lo hubieran hecho,
estaría mucho más restaurado cuando se despertara hoy.
Matar
era todo lo que tenía para ofrecerle, por más que deseara que fuera diferente.
Con una última mirada, Yesung se deslizó de la cama para
vestirse para en un par de horas de bombear hierro en el patio de formación.
Después de eso, iría a buscar a una puta o tres para follar, luego salir a
matar a algunos sgaths más al caer la noche. Misma vida, misma rutina. Por lo
menos ahora que habían encontrado lo que estaba plagando a Wook, tenía una
razón para levantarse de la cama cada día.
—Yesung—. La débil voz de Wook flotó desde la cama.
Se congeló,
sabiendo que si se daba la vuelta ahora, podría cambiar de opinión acerca de
las putas y usarlo a él en su lugar. Estaba aquí, y él sufría como el infierno.
Podría encontrar un poco de alivio dentro de su cuerpo, flaco o no, aunque
fuera sólo por un tiempo.
—Te vi anoche —dijo—. Cazando.
Si lo
había visto, entonces, una astilla de su mente había estado en las bestias que
había matado. Por lo menos había encontrado al sgath correcto. Eso era algo.
—¿Cómo fue mi técnica?—Preguntó sin volverse.
Oyó un
movimiento de la tela, el leve crujido de la cama cuando se movió bajo su
escaso peso. Se acercaba a él. Podía sentirlo en el endurecimiento de sus
músculos, la percepción del calor de su piel.
Su parte sin alma le desafió a que lo tocara. Que tratara de
tocarlo. Era toda la excusa que necesitaba para abatirlo y usarlo. Si lo
tocaba, entonces debía querer que le tomara. No tendría más motivos para
contenerse. Podría ceder a esa perversa parte suya que quería la liberación que
podría conseguir en su interior. Todo lo que tenía que hacer era poner un solo
dedo en su cuerpo y sería suyo. Yesung se apartó, fuera del alcance de la cama.
—¿Tienes miedo de mí? —Preguntó.
No lo quiso decir como una burla, pero la sangre de Yesung
corría caliente, y esa es la impresión que tuvo, de todos modos. Se giró en
redondo, sin molestarse siquiera en ocultar la gruesa erección de su vista,
como hubiera hecho antes de haber perdido su alma. Su honor.
Parecía casi etéreo, demasiado pálido y resplandeciente en la
oscuridad. Estaba arrodillado en la cama, y el blanco pantalon agrupado en
torno a sus rodillas, ocultando el cuerpo de su vista.
Yesung quiso despojarlo de él y verlo desnudo. Mantenerlo de
ese modo. Ni siquiera importaba si era huesudo y débil. Iba a encontrar una
manera de arreglarlo y hacerlo lo suficiente saludable para el tipo de
tratamiento que tenía que ofrecerle.
Cuando habló, su voz era áspera por la excitación.
—No, pero tú deberías tener miedo de mí. ¿Qué diablos estabas
pensando para entrar en mi habitación? ¿En mi cama?
Wook frunció el ceño por la confusión.
—He dormido aquí todos los días y no te has quejado.
—Como el infierno lo has hecho—escupió Yesung—. Creo que me
acordaría si tuviera a otra persona en mi cama.
Aunque había dormido como un tronco desde hacía algunos días,
así que tal vez estaba equivocado. ¿No sería genial saber que había cometido un
desliz durante tanto tiempo que ni siquiera podía mantenerse a salvo de quien
quisiera entrar?
Wook miró hacia abajo.
—Oh. Tienes razón. Hoy estoy usando mi cuerpo. Eso lo hace
diferente.
Yesung no tenía ni una jodida pista de lo que eso significaba.
—¿Y tú no te fuiste antes?
—No. Estaba demasiado débil para llegar conmigo. Estoy mejor
ahora.
Cerró los ojos y deslizó sus manos por el cuerpo. Obviamente se
estaba revisando a sí mismo buscando algo, y no había tenido la intención de
darle a Yesung un show erótico tocándose, aunque lo hiciera de todos modos.
La visión le hizo temblar de necesidad. Quiso que esas fueran
sus manos, o al menos que hiciera eso mismo estando desnudo. Se estaba
burlando, y a él no le gustó ni un poquito. Le demostraría lo que le pasaba a aquello
que jugaban con él.
Su
polla se crispó contra los confines de sus bóxers, y apenas pudo contenerse a
tiempo, para evitar tratar de alcanzarlo. Necesitó cada pedazo de fuerza para
bloquear los pies en su lugar. Si lo tocaba ahora, sabía cómo iba a terminar.
Estaría desnudo, debajo de él, y no le importaría una mierda si lo quería. Si a
Wook le gustaba o no.
Cerró los ojos, y le ayudó a recuperar suficiente fuerza de
voluntad para hablar.
—No vengas aquí otra vez—ordenó.
—Pero te necesito, Yesung.
Sus
palabras le golpearon como un puño en el estómago. Sacudiendo el aire de sus
pulmones y dejándole tambaleante por el control. Había pasado siglos con la
esperanza de oír esas palabras de una pareja Suju, pero ya era demasiado tarde.
No podía salvarlo.
La
confusión empañó sus ojos. No estaba cuerdo. No entendía lo que Yesung quería
hacerle, lo que le hacía a él, y tuvo que dejar de esperar que Wook fuera capaz
de hacerlo.
Reunió
la poca paciencia que pudo encontrar y obligó a su voz a ser suave, aunque el
dolor rabiando dentro de él era todo lo contrario.
—Wook,
me necesitas para matar a los sgaths que mantienen tu mente cautiva. Eso es
todo.
Se
movió en la cama, más veloz de lo que hubiera sido posible para Wook en su
debilitado estado. No lo esperó, y no fue lo suficientemente rápido como para
evadir su agarre. Presionó su mano sobre su marca de vida. Su palma sobre su
piel desnuda estaba caliente, pero eso fue todo. Yesung se encontró esperando
en vano para sentir algo, cualquier cosa, incluso el más mínimo cambio de las
ramas de su árbol.
La
única hoja congelada a medio camino de su torso se sentía muerta bajo su mano.
Y, por supuesto, las otras falsas hojas que se había tenido que tatuar en el
pecho permanecían inmóviles y sin vida.
No era
suyo. Lo sabía. Lo había sabido desde aquella primera noche, cuando lo había
rescatado de un hospital psiquiátrico. Ya era hora de seguir adelante y dejar
de permitirle que lo torturara.
—Estás equivocado —le dijo—. Te necesito. Por favor no me
eches.
Quiso
llegar a un acuerdo. Quiso darle todo lo que alguna vez hubiera querido, pero
tenía mejor criterio. No era capaz de darle otra cosa que dolor y pena.
—No puedo confiar en mí mismo para no hacerte daño.
—Yo confío en ti.
Sintió que su labio se fruncía en la auto-repugnancia.
—Entonces eres un niñito tonto que mereces todo lo que recibes.
—Levantó la mano de su piel, la dejó caer, y luego le volvió la espalda—. No
vuelvas otra vez. Si lo haces, me aseguraré de que lo lamentes.
Kyuhyun vio el
alboroto en el patio de formación y fue a ver qué pasaba. Pensó en
ignorarlo
así podría regresar más rápidamente con Sungmin, pero su sentido del deber no
le permitió alejarse de sus hermanos. Con la barrera siendo vulnerable, no
quería correr ningún riesgo de que lo que estaba pasando no fuera más que una
escaramuza impulsada por la testosterona.
Cuando apartó las puertas de cristal, vio a Zhoumi, Jonghyun y
a Yonghwa retrocediendo de alguien. Sus grandes cuerpos se desviaron lo
suficiente y tuvo una visión de quién era ese alguien.
Sungmin.
Llevaba una barra de levantar pesas en las manos, blandiéndola
como si fuera un bastón, con esa misma fiera expresión que había tenido la
primera vez que lo conoció, la noche que le había apuñalado. Sungmin El
Vengador.
Un Suju estaba en el suelo, sujetando su cicatrizada mano contra su cabeza para
disminuir el sangrado. Zhoumi levantó las manos, como lo hizo Jonghyun y
Yonghwa, aunque Yonghwa estaba sonriendo como un tonto.
—Es enérgico—dijo—. Me gusta eso.
Un primitivo garrote de celos golpeó a Kyuhyun sobre la cabeza,
y estaba caminando hacia adelante antes de que tuviera la oportunidad de pensar
dos veces acerca de lo que pensaba hacer. Con un poderoso empujón de sus palmas
contra los hombros de los hombres, Yonghwa y Jonghyun salieron volando en
direcciones opuestas.
Zhoumi esquivó a sus amigos voladores y dio un paso hacia
delante de Sungmin, como para protegerlo. De Kyuhyun.
—Fuera del camino—gruñó Kyuhyun.
—No hasta que te hayas calmado, hombre—dijo Zhoumi.
Una posesiva furia martilleó contra Kyuhyun, calentando su
sangre y haciéndole ponerse rojo de ira.
—Es mío.
—Tal vez sí. Tal vez no. Todo lo que estoy diciendo es que no
te acercarás a él a menos que te calmes lo suficiente.
El estruendo de metal golpeando cemento sonó desde detrás de Zhoumi
cuando la barra cayó de las manos de Sungmin. En un abrir y cerrar de ojos,
corrió a toda prisa, sus zapatillas de tenis abofeteando contra el suelo.
Kyuhyun no estaba dispuesto a dejarlo escapar. No esta vez.
Chocó contra Zhoumi con toda la fuerza de su peso, balanceando
al hombre sobre sus talones. Fue todo el espacio que Kyuhyun necesitó para
adelantársele y se lanzó a una carrera de muerte, siguiendo a Sungmin sobre el
rico césped.
La emoción de la caza corría a través de él, haciendo que su
sangre cantara en sus venas. El poder inundó sus miembros y una salvaje sonrisa
estiró sus labios. Podía correr así durante horas y nunca cansarse. No, cuando
perseguía a una presa con un culo tan bonito como el de Sungmin.
Oyó unos pasos detrás de él, probablemente sus hermanos que
venían a salvarlo del lobo grande y malo, pero no bajó el ritmo.
Se dirigió a la hilera de árboles que escudaban varias cabañas.
No a todos los Centinelas les gustaba la vida comunal y preferían tener cuatro
paredes suyas sin que nadie les molestara. En la actualidad, sólo dos de esas
cabañas estaban ocupadas.
Siguió a Sungmin a través de los árboles, manteniendo una
distancia lo suficientemente amplia para que pudiera pensar que en realidad
podía escapar.
Zhoumi se acercó corriendo a su lado, alcanzándolo por fin.
—No puedo dejar que le hagas daño —dijo.
—No voy a hacérselo.
—Tienes que dar marcha atrás.
—No. Es hora de acabar con esto. Estoy fuera de tiempo y lo
reclamaré mientras todavía tengo lo suficiente de mí mismo para ser cortés al
respecto —dijo Kyuhyun.
—¿Está seguro que lo serás mientras tu cabeza está en otro
sitio?
Kyuhyun había estado manteniendo un atento ojo sobre Sungmin,
pero le dio a Zhoumi una rápida mirada. Las cicatrices en la cara del hombre
estaban fruncidas por la preocupación. Kyuhyun sintió una oleada de gratitud,
sabiendo que su amigo nunca le dejaría hacer nada estúpido que pudiera dañar a
Sungmin.
—Estoy seguro.
Zhoumi asintió con la cabeza, manteniendo el ritmo.
—Ninguno de nosotros era compatible. Supongo que es todo tuyo.
Entenderás que no pueda quedarme y observar ¿verdad?
Ver a Kyuhyun conseguir lo que todo hombre allí congregado
quería más que nada, una pareja que pudiera salvarlos y les permitiera seguir
luchando contra los Sasaengs. Había sido duro ver a Kangin encontrar a Leeteuk,
verlos felices juntos, cogidos de la mano y sonriendo. Amaba a Kangin como a un
hermano, pero los celos rabiando a través de él no habían sido muy divertidos
de sufrir. No deseaba infligirle eso a nadie.
—Sí. Regresa y dile a los hombres que está a salvo. Y que nos
den algún tiempo a solas.
Zhoumi desapareció
entre los árboles y Kyuhyun aceleró, acortando la distancia con Sungmin. Cuando
lo tuvo a la vista, giró a la izquierda de la cabaña de Hyukjae, Kyuhyun lo siguió.
Sus largas piernas se comieron el suelo mientras su cuerpo ansiaba recuperarlo
a donde pertenecía, a su lado, para siempre.
La
siguiente vez que Sungmin miró por encima de su hombro, él estaba al alcance
del brazo. Sus ojos se ampliaron y se tropezó con la raíz de un árbol.
Kyuhyun
agarró la parte posterior de su camiseta para detener la caída, después, lo
cogió en sus brazos. No lo dejó moverse. Lo mantuvo sujeto en sus brazos y
continuó hacia la siguiente cabaña desocupada. No era tan elegante como lo eran
las suites en el edificio principal, pero tenía un colchón en la cama que serviría
de almohada al trasero de Sungmin y eso era lo que realmente importaba.
—Pensé que habías dejado de correr—le dijo.
Su voz era áspera y más dura de lo que había previsto.
—Suéltame—jadeaba.
Sus
mejillas estaban ruborizadas y el pecho le subía y bajaba, presionando
deliciosamente en contra de él.
Kyuhyun
pateó la puerta de la cabaña abriéndola y la cerró de golpe una vez que habían
entrado. Las puertas se cerraban desde el interior con gruesas y fuertes vigas
de madera sobre soportes de hierro. La golpeó con el codo y la viga cayó en el
soporte, encerrándolos.
El
lugar olía un poco a humedad, pero el aroma de pino lo hacía tolerable. Estaba
oscuro en el interior, en comparación con el exterior, con sólo un pálido rayo
de luz que se filtraba deslizándose por entre los árboles a través de las
polvorientas ventanas.
La
cabaña era pequeña, quizá de unos 18 metros cuadrados .
Una cama se ceñía a una pared y a lo largo de la pared de enfrente había una
chimenea y una mesa con dos sillas. En la esquina, había un cuarto de baño con
todo el equipamiento necesario, aunque nada de eso era de lujo. Aparte de
comida, aquí tenían todo lo necesario.
—Bájame, Kyuhyun.
La voz de Sungmin tembló y ya no sonaba como la de alguien lo
suficientemente seguro de sí mismo como para enfrentarse a un grupo de hombres
grandes armado sólo con un palo de metal.
Kyuhyun
hizo lo que le dijo y lo puso en el desnudo colchón. Antes de que pudiera
intentar nada, gateó encima y lo enjauló con su cuerpo. Mantuvo su peso sobre
sus manos y rodillas, conservando la mayor distancia entre sus cuerpos mientras
pudiera.
No
confiaba lo suficiente en sí mismo como para presionar completamente su cuerpo
sobre el de Sungmin y mantener el control. Así y todos, su polla estaba dura y
su sangre exigía que estacara un reclamo físico en su cuerpo y al infierno con
la luceria. Lo quería desnudo y extendido para su placer. Sólo la idea de
deslizar las manos sobre su piel desnuda fue suficiente para hacerle temblar.
Pero
tenía que hacerlo bien. Un paso a la vez, y eso significaba mantener sus manos
quietas y su polla dentro de sus vaqueros, muy a su pesar.
—Tenemos que hablar—le dijo.
—Sólo quiero salir, ¿de acuerdo?
—Es demasiado tarde para eso. No tengo tiempo para encontrarte
otra vez.
Podía
sentir su última hoja apenas prendida en la rama. Estaba seca y marchita, y
estaba seguro de que no iba a durar hasta la mañana. No sin Sungmin dándole lo
que necesitaba.
Kyuhyun
trazó un dedo sobre su garganta. Podía sentir su pulso deslizándose bajo su dedo.
Su piel estaba caliente y tan suave y sedosa que tuvo que cerrar los ojos y
disfrutar de la sensación, perdiéndose por completo en ese toque único por un
buen rato.
—Me estás asustando —susurró.
Kyuhyun no quería eso. Quería hacerlo feliz. Para ocasionar que
se sintiera bien.
Le había dicho que se sentía bien cuando lo tocaba, por lo que Kyuhyun
extendió la mano sobre su garganta, deleitándose con el contraste de su piel
contra la suya, la rugosidad de sus manos contra la perfecta suavidad de su
cuello. Envió una cinta de energía a través de su brazo, dejando que la chispa
entre ellos, se expandiera en un millón de pequeños fragmentos de sensación.
Los ojos de Sungmin se agitaron cerrándose y dejó escapar un
suave sonido de placer.
—¿Todavía
asustado? — Le preguntó, forzando a su tono a permanecer suave a pesar de que
la necesidad de reclamarlo rugiendo a través de él era cualquier cosa menos
suave.
Agarró
su muñeca, envolviendo ambas manos a su alrededor. No le apartó, simplemente se
agarró, temblando en la indecisión.
Su
labio inferior temblaba, y quiso besarlo y alejar la preocupación que escuchó
en su voz.
—Leeteuk
dice que estoy equivocado. La señorita Sora dice que estoy equivocado. Tú dices
que estoy equivocado. Todos vosotros decís que los Centinelas son los buenos.
¿Cómo puede mi vida entera ser una mentira?
Kyuhyun
no quería hablar. Quería pedirle que le diera lo que necesitaba, tanto su
cuerpo como su promesa de permanecer a su lado para toda la eternidad. Sabía lo
que eso significaba, que ambos serían felices si se hubiera despojado de las
mentiras de su educación humana y lo dejara mostrarle la verdad de su raza. Su
raza, también.
Le
deslumbró con una mirada de desesperación, tan fuerte que supo que tenía que
reducir la velocidad. Necesitaba que le hablara, le calmara, y al final, él no
podría negarle nada.
Kyuhyun contuvo su martilleante lujuria y deseo para sí mismo
para hablar.
—Nadie
puede obligarte a creer. Todo lo que puedo hacer es ofrecerte un medio para
conocer la verdad por ti mismo.
Su mirada se trasladó a la garganta. A su luceria.
—Yo… no puedo.
—¿Por
qué no?—Esa pregunta le costó otra preciosa astilla de control, aunque la
ofreció, no obstante.
—Si
mamá tenía razón, entonces una vez me ponga eso será demasiado tarde. Estaré
encarcelado.
—Esa no
es la forma en que funciona. No puedo obligarte a usarlo, créeme. Si pudiera,
ya serías mi caballero.
—¿Otra mentira?—Preguntó con un deje de desafío levantando la
barbilla.
Kyuhyun
sonrió. Le encantaba eso de Sungmin. Allí estaba, atrapado debajo de él,
mientras estaba encerrado en una cabaña dentro de un complejo del que no podría
escaparse fácilmente, y aún así, no se daba por vencido. Su Sungmin era un
luchador hasta la médula, y era un hombre afortunado por haberle encontrado.
—Hay una manera de averiguarlo —se burló—. A menos que tengas
miedo.
Las chispas de rebelión iluminaron sus ojos.
—Supéralo.
No eres lo suficientemente espeluznante para meterme miedo. Me he pasado la
vida escapando de monstruos más temibles que tú. Cuando te crezcan algunas
garras o dientes o algo, hablaremos.
—Entonces,
¿qué te detiene? —Inclinó la barbilla, dejando al descubierto la garganta—.
Toma. Depende de ti el tiempo que decidas llevarla.
Levantó la mano y el cuerpo de Kyuhyun se tensó en la
anticipación. A pesar de lo que decía, tenía miedo. Podía sentirlo en la forma
en que su brazo temblaba, la forma en que sus pupilas se habían reducido hasta
pequeños puntos de color negro.
Pero aún con ese miedo, no dio marcha atrás. Pasó el dedo a lo
largo de la banda y Kyuhyun sintió deslizarse a través de él ese único toque,
como un relámpago, chisporroteando hasta la punta de sus pies. Su pene tiró
para la liberación y un zumbido caliente de deseo se abrigó alrededor de sus
venas.
—No sé qué hacer.
—Sólo tienes que cogerla.
Kyuhyun estaba jadeando, aspirando el aire suficiente para
mantener el control.
Envolvió
sus finos dedos en torno a la luceria y le dio un ligero tirón. Se abrió y Sungmin
jadeó, dejándola caer, como si fuera una serpiente viva, pero a la luceria no
le importó. Cayó en su cuello, trabándose en su lugar como si hubiera estado
esperando toda su existencia para este momento único en el tiempo.
Los
ojos de Sungmin se ensancharon y empujó con fuerza contra Kyuhyun. Se movió lo
suficiente para dejarlo sentarse, pero todavía se mantenía a horcajadas sobre
sus piernas, asegurándose de que no fuera a ninguna parte. No hasta que esto se
hiciera. Permanente.
Kyuhyun le sonrió. No podía evitarlo.
—Nunca he visto nada más bonito en mi vida que tu ahora mismo.
Tiró de la luceria.
—No se caerá.
Kyuhyun capturó sus manos antes de que pudiera lastimarse.
—Aún no me has dado tu juramento.
—No sé qué decir.
Kyuhyun
lo quería para siempre. Pero para conseguir lo que quería, tenía que ser
inteligente, actuar con cautela. Si seguía viéndole como su enemigo, nunca iba
a aprender a confiar en él, y si eso ocurriera, su vínculo no funcionaría bien.
La confianza era vital para el flujo de poder entre ellos.
A pesar
de que odiaba la idea, sabía lo que tenía que hacer. Si quería su confianza,
tenía que ofrecerle la suya.
—Promete
llevarlo hasta que cambies de opinión. De esa manera, si ves algo que no está
bien y que ya no quieres estar conmigo, te podrás ir.
—¿Qué será de ti?
—He vivido mucho tiempo. No te preocupes por mí.
—Confíe o no en ti, no quiero ser el que te mate, Kyuhyun.
—No lo
harás. Incluso si decides irte, mi muerte no será culpa tuya. Me dirijo a ella
rápidamente de todos modos. Cualquier tiempo adicional que me des es un don,
que extiende mi vida natural.
Simplemente no estaba listo para que se acabara todavía. No, si
Sungmin podía ser parte de ella.
Con
mucha suerte y paciencia, vería la verdad y nunca se quitaría la luceria.
Encontraría una manera de hacer que eso sucediera.
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