Kyuhyun no
llevó a Sungmin al complejo como había esperado. En vez de eso, tiró por el camino
de una modesta granja al norte de la frontera entre Texas y Oklahoma, bien
alejada del trillado camino.
—¿Qué estamos haciendo aquí? —preguntó, mirando la casa.
El interior estaba oscuro, pero la luz del porche delantero
ardía brillando a modo de bienvenida. No había forma de que esto fuese lo
suficientemente grande para ser el complejo tras los que él y los Defensores
estaban.
Se suponía que habría docenas de esos tíos vigilando los
alrededores.
—Esta es una de nuestras casas Elf. Aquí estamos a salvo así
que podremos descansar un poco —dijo Kyuhyun—. No sé tú, pero yo estoy molido.
Estaba cansado, pero sólo porque había estado trabajando cada
momento disponible durante la última semana. Sabía que después de su llamada
telefónica a Kyuhyun, no tendría mucho tiempo, y necesitaba bastante dinero
para mantenerse a él y Leeteuk a salvo una vez estuvieran libres.
—Puedo turnarme conduciendo. Sólo dime a dónde vamos.
Kyuhyun le lanzó una sospechosa mirada.
—¿Quieres mis llaves de modo que puedas huir otra vez?
El alzó su brazalete y lo movió ante él.
—¿Cómo puedo huir cuando llevo esta cosa?
—No lo sé, pero si alguien puede encontrar una manera, ese eres
tú. No dudo de que royeras tu propia mano si eso es todo lo que te costaría.
—No confías en mí, ¿verdad?
—Infiernos, no. He pasado demasiadas semanas cazándote como
para cometer el mismo error dos veces. Pero en caso de que encuentres una
manera, quiero que tengas esto —sacó la billetera de su bolsillo trasero y le
entregó una pila gruesa de billetes.
Billetes de cien dólares.
Sungmin contempló el dinero, mirándolo fijamente. Allí habría
cerca de dos mil dólares. ¿Qué demonios?
—Si vas a irte otra vez, si algo me sucede, no quiero que
tengas que coger un trabajo en un lugar sórdido como aquel. Apuesto a que los
hombres como esos se toman demasiadas libertades con tu trasero y, simplemente,
no puedo soportarlo.
No sabía que decir. Nunca había tenido tanto dinero en toda su
vida.
—No puedo aceptarlo —se las ingenió finalmente para farfullar.
Le tendió el dinero.
Kyuhyun lo tomó, lo dobló a la mitad y lo deslizó en el
bolsillo delantero de su delantal.
—Quizás lo necesites. Yo no. Sólo considéralo un pago por toda
la gasolina que hice que quemaras alejándote de mí.
Antes de que pudiera encontrar una respuesta a eso, él salió
del vehículo y agarró su maletín de la parte de atrás. Sungmin lo observó
deslizar las llaves profundamente en el bolsillo delantero del pantalón. Quería
saber dónde estaban en caso de que tuviera que salir de aquel lío. No es que eso
fuese probable. A menos que hubiese alguna cizaña o cortador de alambre en
aquella casa. El oro era tan delgado que quizás pudiera obtener incluso unas
tijeras robustas en alguna parte.
E incluso si conseguía liberarse, ¿entonces qué? Esta era su
oportunidad para salvar a Leeteuk, para derribar a un puñado de peligrosos
maníacos antes de que pudieran secuestrar a alguien más. El no huiría de eso.
No podía dejar que Leeteuk se las arreglara por sí mismo.
Kyuhyun abrió le abrió la puerta y le ofreció una mano para
bajar. Tenía manos encantadoras. Fuertes y amplias manos con sólo bastante
rugosidad para hacer su piel más sensible cuando le tocaba.
Cuando. No sí. Había estado con él durante tres horas completas
y ya había perdido eso. A este paso, le estaría besando el culo al amanecer.
Lo cual no sonaba como una cosa completamente mala. Si su
trasero era tan agradable bajo sus vaqueros como parecía, realmente podría
disfrutarlo.
Sungmin respiró profundamente, buscando su resolución, su
jodida cordura. No podía dejar que él le consiguiera, sin importar cuánto
apelara al paquete.
No podía dejar que le abrazara nunca más. No podía dejar que le
tocara. No podía dejarle hacerle cosas que sabía no eran reales.
Leeyeuk era real. El peligro era real. El resto de esto, las
enmarañadas sensaciones que tenía cuando él le tocaba, eran solo fingidas. Un
truco de la mente.
Ignoró la mano que le ofrecía y saltó de la camioneta,
aterrizando sobre los dedos de sus pies. Él ni siquiera parpadeó. En vez de
eso, le dedicó una conocedora sonrisa.
—¿Te estoy consiguiendo, cariño? ¿Quizás rayando contra esa
vena de independencia tuya?
—No sabes nada acerca de mí. No finjas que lo sabes.
Él lo siguió a la puerta, alcanzando la luz del porche y
sacando una pequeña caja magnética que contenía una llave.
—Te conozco en abundancia. Leeteuk me ha dicho todo acerca de
ti.
—Leeteuk no me conoce tan bien. Sólo lo he conocido durante
unos pocos meses.
—No dirías eso por la forma en la que habla. Juro que actúa
como si hubieseis crecido juntos.
Kyuhyun abrió la puerta y miró detenidamente al interior antes
de dejar entrar a Sungmin.
—Él se preocupa mucho por ti, ¿sabes?
Sungmin se negó a dejarle ver lo mucho que eso le molestaba. Leeteuk
era el que estaba en un problema, ¿y todavía se preocupaba por Sungmin? No
había una persona más cariñosa sobre la faz del planeta, y se sentía honrado de
haber conocido a Leeteuk, incluso por un breve espacio de tiempo como el que
había tenido. Con algo de suerte, tendrían mucho tiempo para llegar realmente a
conocerse el uno al otro.
—Deberías llamarlo y decirle que estoy llegando. Mejor aún,
déjame usar tu teléfono y se lo diré yo mismo.
Kyuhyun lo contempló durante un largo momento, haciéndole querer retorcerse bajo su pálida mirada.
—Nada gracioso —le advirtió él.
—¿Cómo qué?
—Como llamar a la policía. No tengo tiempo para tratar con
ellos, y juro que si lo haces, te pondré sobre mis rodillas y te azotaré.
Sungmin se rió. No podía evitarlo. Él estaba loco si pensaba
que iba a dejar que eso sucediera. Le mataría antes.
—Podrías intentarlo. Pero te prometo que no lo intentarías una
segunda vez.
—¿Una cosita pequeña como tú haciéndome daño? No puedo creerlo.
—¿Deberíamos comprobar la teoría? —le desafió.
Él sonrió y le dedicó un guiño.
—Quizás más tarde. Después de que haya comido. Tengo el
presentimiento de que necesitaré conservar mis fuerzas contigo, ¿no es cierto?
—Definitivamente.
Kyuhyun dejó la habitación, encendiendo las luces mientras se
dirigía a la cocina. Sungmin esperó hasta que su cabeza estuvo en el
frigorífico antes de marcar el número de Leeteuk.
—¿Lo encontraste, Kyuhyun? —respondió Leeteuk. Su voz vacilante
con la fatiga, haciendo que Sungmin se preguntara por cuánto había estado
pasando—. ¿Está él a salvo?
—Hey, hola, Leeteuk. Soy Sungmin.
La exhalación de alivio de Leeteuk llenó la línea.
—Gracias a dios, estás bien. ¿Qué pasó?
Kyuhyun no le estaba prestando atención, pero suponía que
estaría escuchando cada palabra que decía. No podía decirle realmente a Leeteuk
que la aterrada llamada de teléfono que le había hecho la pasada semana había
sido un truco —una manera de hacer que Kyuhyun viniese a por él.
Y había funcionado. Mejor de lo que había esperado.
—Te lo diré después —dijo Sungmin—. Todo lo que tienes que saber
ahora es que estoy yendo hacia ti.
—¡Eso es fantástico! Realmente te he extrañado. Como también la Señorita Sora.
—¿Ella también está ahí?
—Sí. Los Centinelas no podían eliminarle los suficientes los
recuerdos para hacer que fuera seguro devolverla a su casa, así que la trajeron
aquí. Incluso se las arreglaron para sanar algo de su artritis así que ya no
necesita un andador. Increíble, ¿huh?
Sungmin se quedó mudo. ¿Habían sanado a la Señorita Sora ? ¿Por
qué harían eso? Era demasiado vieja para pelear contra nada que ellos quisieran
hacerle. Podrían haberse alimentado de ella, bebido toda su sangre y dejarla
morir en su casa. Nadie siquiera habría sabido quién la había asesinado.
—¿Sungmin? ¿Estás todavía ahí?
Sungmin se aclaró la garganta.
—Sí, estoy aquí.
—¿Estás bien?
—Bien. Sólo… entendiendo algunas cosas.
Leeteuk bajó la voz.
—¿Kyuhyun está bien? No lo estaba llevando muy bien la última
vez que hablamos.
Sungmin miró hacia la cocina. Estaba cortando una manzana.
Mirándole.
Se volvió y se alejó del umbral, bajando por el estrecho
corredor.
—Él está bien.
—Entonces debe tener razón.
—¿Sobre qué?
—Él es tu Kangin.
—¿Qué?
—En realidad es una larga historia, pero juro que tiene un gran
final. Sólo escucha tus instintos y estarás bien. Ambos lo estaréis.
—No tiene ningún sentido lo que dices, Leeteuk.
Ahí estaba de nuevo, ¿por qué debería? Le habían lavado el
cerebro.
—Quizás
ahora no, pero lo hará con algo de tiempo. Él es un buen hombre. Se merece ser
feliz. Todos ellos se lo merecen.
¿Feliz?
Claramente, el Leeteuk que Sungmin había conocido se había ido. Lo habían
convertido completamente, lavándole el cerebro para que creyera lo que estaba
diciendo. A Sungmin le tomó cada gramo de fuerza no dejar que las lágrimas
cayeran de sus ojos. Era demasiado tarde. Incluso si sacaba a Leeteuk de allí,
no estaba seguro de que pudiera salvarlo.
Los
Defensores le habían advertido que quizás pasara esto, pero hasta ahora, Sungmin
no había querido creerlo.
—Si hay alguna cosa allí de la que no puedas separarte,
empaquétala y estate listo para irnos —dijo Sungmin. Su voz rota, pero contuvo
las lágrimas—. Ocúpate de que la Señorita Sora haga lo mismo —no tenía idea de
cómo iba a liberarlos a ambos, pero tenía que intentarlo. No podía dejar a la Señorita Sora
detrás.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Ahora
no puedo hablar. Te contaré todo cuando esté ahí —asumiendo que se las
ingeniara para conseguir apartar a Leeteuk de su captor el tiempo suficiente
para hablar en privado.
—No sé de qué estás hablando, pero no voy a dejar a Kangin. Le
amo.
Sungmin
ya estaba listo para su resistencia. Sabía que no sería fácil sacar a Leeteuk de
sus captores.
—No te haría eso —mintió Sungmin—. No te preocupes.
—¿Qué
estás maquinando? —Preguntó Leeteuk—. Sé que estás planeando algo. Puedo oír
girar los engranajes de tu cabeza desde aquí.
—No
estoy planeando nada —otra mentira, pero una necesaria—. Sólo olvida lo que he
dicho.
—Sé que
no confías en estos tíos, pero verás cuando llegues aquí lo equivocado que
estás. No son los monstruos que tú piensas. Lo juro. Yo estaba equivocado
acerca de mi visión. Acerca de Kangin. Nunca se quedó allí de pie y
observándome morir.
Por
supuesto que eso era lo que él diría. Probablemente habían engañado a Leeteuk
para que creyera que su visión de muerte no era real. Ellos le hicieron creer
esto, al igual que le hicieron creer que la Señorita Sora estaba
viva y bien cuando probablemente tendía muerta sobre el suelo de su casa en
Kansas.
—Estoy
seguro de que estás bien —dijo Sungmin, sólo para apaciguar a Leeteuk—. Yo
tengo mucho que aprender.
—No te
preocupes. Kangin es un gran profesor. Estoy seguro de que Kyuhyun también lo
será.
Por encima del cadáver de Sungmin.
Sintió
los ojos de Kyuhyun deslizándose sobre él un momento antes de que el calor de
su cuerpo empapara su piel. No le había oído acercarse, pero estaba justo
detrás, casi tocándolo.
¿Durante cuánto tiempo? ¿Qué había oído?
—Tengo
que irme, Leeteuk. Te veré pronto —Sungmin colgó el teléfono y se lo devolvió.
Estaba cerca. Demasiado cerca. Y parecía enfadado.
—¿Vas a ir a verlo, Sungmin? —le preguntó—. ¿O estás planeando
hacer algo más?
—Supongo que eso depende de ti.
—¿Eso qué se supone que quiere decir?
—Quiere
decir que si me dejas vivir el tiempo suficiente, entonces sí, voy a ver a Leeteuk.
—¿Si te
dejo vivir lo suficiente? —Kyuhyun se pasó una mano por la cara en
frustración—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no te voy a hacer daño?
Él podría decirlo hasta que el sol parpadeara y todavía no le
creería.
—Lo que
quede de mí que sea enterrado junto a mi madre en San Antonio. Ella es la única
familia que tengo. Me gustaría ser enterrado a su lado si eso no causa
demasiado problema.
Su rostro se oscureció, y Sungmin oyó como rechinaba las muelas.
—Nadie va a enterrarte en ningún lado. No mientras yo todavía
respire.
—Sí. Eso fue lo que los Centinelas también le dijeron a mi
madre.
—Mierda —murmuró Kyuhyun—. Realmente has pasado por el
infierno, ¿no es así?
Sungmin
no podía siquiera obligarse a asentir. Él sabía la verdad. Probablemente había
sido parte del tormento que su madre había atravesado —parte de la razón por la
que Sungmin había sido arrastrado de un lugar a otro desde que podía recordar.
La
rabia se mezcló con sus facciones y él le ahuecó el lado de la cara en la mano.
La preocupación guiñando su oscura frente y un destello iluminando sus pálidos
ojos, haciéndolos brillantes. Su pulgar raspó ligeramente el hueso de su
mejilla, acariciando su piel hasta que vibró.
Se sentía demasiado bien para ser real. Intentó recordarlo,
pero con todo, le costaba cada onza de la voluntad que tenía no inclinarse a su
toque. No perderse a sí mismo en la agradable calidez de su caricia.
Él susurró:
—Lo
siento mucho, cariño. Sé que has estado pasando por mucho. Todo lo que puedo decir
es que esa parte de tu vida ahora se ha acabado. No voy a dejar que nadie te
vuelva a hacer daño.
Sungmin
dejó que la fuerza de su resolución la bañara. Sus palabras eran una promesa
dada por un hombre con poderes sobrenaturales. El diario de su madre decía que
eso quería decir que él tenía que mantener esa promesa.
Pero de
nuevo, quizás eso era sólo una mentira más que habían inventado para volver a
los humanos confiables y manejables.
—Eso no lo sabes —le dijo.
Quería
haber puesto más calor en sus palabras, pero estas habían salido con un susurro
sin aire.
Él
cambió su postura, cerrando la distancia entre ellos. El intoxicante calor de
su cuerpo la empapaba a través de sus ropas y entraba en su piel. Su especiada
esencia se abrigaba a su alrededor, haciendo que le diera vueltas la cabeza.
Tintineantes chispas de energía salían de su mano donde ahuecaba su cara. La
urgencia de frotarse contra él para absorber más de esa energía le estaba
volviendo loco.
No podía pensar correctamente cuando Kyuhyun estaba usando esas
armas contra él.
Todo en lo que podía pensar era en lo cerca que estaba él.
Sungmin se lamió los labios secos. Los ojos de Kyuhyun siguieron
ese pequeño movimiento. Sus pupilas dilatadas, se tragaban el pálido negro
hasta que sólo quedó un delgado borde de color. Parecía hambriento, igual que
el depredador que era, pero Sungmin no podía siquiera preocuparse.
Sus
dedos se cerraron alrededor de duro músculo, y hasta entonces, no se había dado
cuenta que se había acercado a él. Estaba sujetando sus brazos, aferrando sus
bíceps igual que un salvavidas. Kyuhyun vibraba con tensión bajo las puntas de
sus dedos. Sintió sus músculos abultarse e hincharse y entonces su brazo estuvo
rodeando su cuerpo, atrayéndolo cerca.
No intentó luchar con él. No le empujó para apartarlo. Y no
sabía por qué.
Su cabeza bajó hasta que su nariz estuvo a sólo una escasa
pulgada de la suya.
La
respiración de Sungmin se aceleró y su corazón latió más deprisa. Iba a besarlo
y él iba a dejar que lo hiciera. Dios lo ayudara, necesitaba que le besara. Ya
no le importaba nada en absoluto que aquello fuera un truco. Lo deseaba
demasiado como para preocuparle.
Su mano
se deslizó por su mejilla hasta la parte de atrás de su cabeza. Él la inclinó
de modo que tuviese un mejor ángulo. Podía sentir su enorme cuerpo temblando
con necesidad. O quizás era él el único que estaba creando todo el temblor. No
podía estar seguro.
—Sabes
que voy a besarte ahora, ¿verdad? —preguntó él, su profunda voz baja en la
silenciosa casa.
Sungmin
no podía hablar. Le dedicó un ligero asentimiento de cabeza. No sólo lo sabía,
lo deseaba.
Kyuhyun cerró la distancia un centímetro en otra fracción de
minuto. Sungmin cerró los ojos y se entregó. Él era su enemigo, pero eso
parecía difícilmente importarle ya. Si era condenado, quería serlo de esta
manera —besando a un hombre que hacía que le bullera la sangre y derritiera su
cuerpo.
—Bien, estás equivocado —le dijo—. Al igual que estás
equivocado en todo lo demás.
Con eso, lo dejó ir y dio un paso atrás.
Sungmin tuvo que agarrarse a la pared para estabilizarse a sí
mismo. La cabeza le daba vueltas y el cuerpo le dolía por la pérdida de su
toque. Abrió los ojos justo a tiempo para verle cerrar la puerta de un
dormitorio detrás de él. Se deslizó hacia abajo por la pared hasta que se sentó
sobre la descolorida alfombra, abrazando sus rodillas.
Él no volvió a salir. No lo atacó. No hizo nada.
Sólo se quedó encerrado detrás de esa puerta.
Sungmin esperó en agonía. Temblaba con frío y confusión. ¿Por
qué no le había besado? Le habría dejado hacerlo. Demonios, le habría dejado hacer
mucho más que sólo besarlo.
¿Y qué había querido decir él acerca de estar equivocado en
todo lo demás?
Cuando la niebla de la lujuria se desvaneció de su mente, se
dio cuenta de que eso era una buena cosa. No quería que él lo besara o hiciera
nada. Era el enemigo. El quería matarlo.
¿Verdad?
Sungmin se cubrió la cara con las manos y dejó escapar un
frustrado gruñido.
Él le había hecho esto a propósito. Estaba utilizando su
diabólica magia para confundirlo. Para manipularlo.
Esa era la manera en que lo hacían los Centinelas. Ellos
engañaban a su presa en complicidad. Les utilizaban y entonces los mataban.
El diario de su madre había sido claro en eso.
Entonces, ¿por qué se había detenido él? Kyuhyun lo había
tenido donde quería. ¿Por qué detenerse allí?
Sungmin se enderezó sobre sus tambaleantes piernas. Tenía que
pensar —alejarse de él lo bastante para aclararse la cabeza. No podía huir
porque tenía que acabar su misión y rescatar a Leeteuk, pero podía poner
bastante espacio entre ellos de modo que su cerebro empezara a trabajar otra
vez.
Se volvió para encontrar algo que pudiera cortar el brazalete
de su muñeca cuando oyó un profundo gruñido de dolor procedente tras la puerta
de Kyuhyun. Este se detuvo como si se cortara de golpe; entonces hubo un ruido
sordo igual al de algo pesado cayendo al suelo. ¿Quizás un hombre de más de
noventa kilos?
¿Qué si estaba herido?
Sungmin estaba estirándose hacia el pomo de la puerta antes de
que se diese cuenta de que probablemente aquello era otro truco. Descolocarlo,
entonces hacer que fuese corriendo hacia él.
Eso no iba a funcionar. No iba a caer en una trampa así.
Su madre le había enseñado bien, y era hora de que Sungmin
empezara a escucharla.
Oyó otro gruñido filtrándose a través de la puerta y tuvo que
cubrirse las orejas. De pronto, sentía pesados los pies y su estómago se
revolvió con náuseas, pero se las ingenió para alejarse de Kyuhyun sin mirar
atrás.
Kyuhyun se estaba
muriendo.
Su cuerpo se arqueó bajo otra ola de dolor tan intensa que le
cegó.
El sudor empapó sus ropas y la tela se adhirió contra su piel
hasta que estuvo seguro de que estaba sangrando. Intentó arrastrarse al baño,
para lavarse la sangre, de modo que esta no pudiera atraer a los Sasaengs hacia
Sungmin, pero estaba demasiado débil.
Los miembros le temblaban e incluso el tomar otra respiración
lo dejó exhausto.
Era tan estúpido. Nunca debería haberse alejado de esa manera.
Había estado tan cerca de besarlo —tan cerca de reclamarlo para sí mismo— pero
algo le había hecho retroceder.
Sungmin no confiaba en él. Él quería probarle que podía, y la
única manera en que pensaba podía hacerlo era mostrándole su contención.
Mal plan.
Y ahora estaba pagando el precio. Había tenido su oportunidad
para saborear su dulce boca y hacerlo a un lado, y esto lo había matado.
Literalmente.
Otra pulverizante ola de dolor se estrelló en él y obligó a
salir el aire de sus pulmones. Las lágrimas se derramaban por su cara,
refrescando su caliente piel. Cada músculo en su cuerpo vibraba bajo la fuerza
de resistir la agonía de su hinchado poder. Enormes puños de energía palpitaban
en su interior, exigiendo que fuera a Sungmin y lo obligara a dejarlos salir.
Hacer que el dolor se detuviera. Pero era demasiado tarde para eso. No podía ir
ahora a él. Ni siquiera podía alzar la cabeza. Todo lo que podía hacer era
tenderse allí y escuchar los lamentables sonidos de dolor que emergían de su
garganta.
Estaba bastante seguro que eso sería la última cosa que oyera.
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