El aire nocturno era caliente y espeso, y llenó los pulmones de
Kyuhyun con el aroma de la tierra y el asfalto. Un par de envejecidas luces se
alzaban sobre su cabeza dibujando una nube de insectos e iluminando el
agrietado parking lo suficiente como para destruir su visión nocturna y crear
profundos pozos de sombra alrededor de los pocos coches que quedaban.
Sungmin
se dirigió a su Honda y Kyuhyun se apresuró a sus talones. No había olvidado el
bonito culo que tenía, o la manera en que se le hacía agua la boca con la
necesidad de sentir sus manos cubriendo sus mejillas mientras lo besaba hasta
dejarlo sin sentido. Tanto como lo odiaba, arrancó los ojos de tan encantadora
visión y escaneó el área de los alrededores en busca de Saesangs. No iba a
dejar que uno sólo de esos asquerosos les cogieran por sorpresa y echaran a
perder sus ocasiones de satisfacer cada una de sus fantasías con Sungmin.
Y después de tantas semanas, tenía un montón de ellas. Ahora
todo lo que tenía que hacer era conseguir que él estuviese de acuerdo con sus
planes.
—No voy a montar contigo —anunció Sungmin de camino a su coche.
El no sabía que el brazalete que llevaba ahora evitaba que se
alejara más que unos pocos metros de él, pero no creía que fuera diplomático
decírselo todavía. Si intentaba huir, entonces lo sabría. Y si intentaba huir,
se merecía descubrirlo de la manera difícil.
—¿Por qué no? —le preguntó.
—No confío en ti.
Sus palabras herían, pero ignoró el dolor. Estaba acostumbrado.
—¿Por qué no?
—Tú sabes el por qué.
Kyuhyun le agarró el brazo y tiró gentilmente de él para que se
detuviera.
—No. No lo sé.
Sungmin se le quedó mirando durante un largo momento. La rabia
apretaba su boca, haciendo que quisiera besarlo para alejarlo.
Le clavó un dedo en el pecho. Con fuerza.
—Me marcaste y me perseguiste por todo el país, haciendo casi
imposible que me quedara en un único lugar el tiempo suficiente para encontrar
un trabajo. ¿Tienes idea de cuánto cuesta el carburante? Tuve que gastar casi
todo lo que poseía para mantener mi coche en movimiento de modo que no pudieras
cogerme.
El pensamiento de Sungmin sufriendo de esa manera le hizo
enfermar. Esa no había sido su intención. El huyó; él lo siguió. ¿Cómo no iba a
seguirlo cuando lo necesitaba tanto?
—¿Por qué huiste?
Esa era una pregunta que se había estado muriendo por hacer.
¿Por qué había estado tan asustado de él? Nunca le había hecho daño.
—¿Por qué huí? ¿Hablas en serio?
Kyuhyun asintió.
—Secuestraste a Leeteuk. Y a la Señorita Sora. No
quería ser el siguiente.
—¿Secuestrar? —Bueno, Kyuhyun imaginaba que probablemente se
había visto así ahora que lo pensaba—. Kangin necesitaba a Leeteuk. Y no
podíamos dejar a la
Señorita Sora atrás para que se las arreglara por sí misma
una vez que aparecieron los Sasaengs.
—Ellos aparecieron por culpa tuya —le dijo, apuntándolo otra
vez.
A este paso, le iba a herir.
—Bueno, sí, pero no es como si pudiéramos evitarlo.
Sungmin rodó los ojos y metió la mano en el bolsillo de su
delantal para recuperar las llaves.
—Lo que sea. Sólo dime a dónde vamos y te seguiré.
—Eso no va a funcionar
—Estoy enfermo y cansado de huir, Kyuhyun. Se acabó. Tú ganas.
Me rindo.
Kyuhyun se estiró hacia él, queriendo aliviar el dolor que veía
en las líneas de su rostro. La fatiga. En la penumbra del bar, no había sido
capaz de ver lo cansado que se veía, pero ahora lo hacía. Tenía oscuros
círculos debajo de los ojos y estaban rojos, igual que si no hubiese dormido
durante días.
Kyuhyun sabía cómo se sentía. Él ni siquiera podía recordar la
última vez que había dormido. Había estado demasiado ocupado buscando a Sungmin
desde aquella aterradora llamada de teléfono.
Antes de que pudiera tocarlo, Sungmin se apartó y dio un amplio
paso atrás, topando con su coche.
—Coge lo que quieras traer contigo y lo pondré en mi coche —le
dijo.
—No. Yo conduciré.
Kyuhyun no iba a luchar con él. Ahora eran un equipo —o al
menos lo serían una vez que tuviera a solas a Sungmin y se lo explicara todo.
Seguramente no se negaría a él. Lo necesitaba demasiado incluso para considerar
esa posibilidad.
—Tu coche se ve como si fuera a hacerse pedazos.
Sungmin bajó la cabeza y miró fijamente el agrietado asfalto.
—Es mi casa —susurró.
Kyuhyun miró al interior de la oscura ventana y vio una
almohada y sábanas. Remetido en la ventana de atrás estaba un andrajoso oso de
peluche al que le faltaba un ojo. Pegados a la parte de atrás del asiento del
pasajero había media docena de fotos de una mujer que Kyuhyun suponía era su
madre. Sungmin estaba en alguna de ellas, joven y sonriente. Su madre no había
estado sonriendo en ninguna de las fotos.
Lo había dicho literalmente. Vivía en su coche.
A Kyuhyun se le rompió el corazón. ¿Cuánto tiempo había estado
viviendo de esa manera? ¿Y cuánto de eso era culpa suya por no haberlo
encontrado antes?
No había lugar para que se apartara ahora de él con el coche a
su espalda. Él podría haberlo abrazado y dado consuelo, pero le preocupaba que
esto sólo lastimara su orgullo. Así que, fingió que no le importaba y dijo:
—Bien. Tú conduces. Montaré contigo.
Su corazón se disparó y Sungmin le dedicó
un escéptico ceño fruncido.
—¿Lo harás?
Kyuhyun se encogió de hombros.
—Claro. No me importa. No me matará el
dejar mi coche aquí por una noche.
El coche
de Sungmin no quiso arrancar. Usó cada truco que conocía y ninguno
funcionó. Doce años y casi doscientas mil
millas y esta era la primera vez que su confiable Honda le había fallado cuando
más lo necesitaba.
Quizás la cosa sabía que estaba planeando volarlo.
Sungmin apretó la palma contra el volante y dejó escapar un
frustrado gruñido.
—Está bien, cariño —dijo Kyuhyun, su profunda voz constante y
calmada. Se estiró sobre el asiento del copiloto y le ahuecó el hombro,
acariciándoselo con cálidos y suaves círculos sobre su desnuda piel—. Buscaré a
alguien que lo remolque de vuelta a casa. Tengo un amigo que sabe cómo arreglar
cada maldita cosa. La tendrá en pie y ronroneando otra vez en no mucho tiempo.
Ya lo verás.
Él
estaba intentando hacerle sentir mejor. ¿Por qué estaba siendo tan amable
cuando estaba planeando matarle eventualmente? Eso no tenía ningún sentido y
hacía que Sungmin quisiera gritar.
—No dejaré mi coche —se empecinó.
—Estará bien. No te preocupes.
Sungmin
tenía demasiado C—4 en el coche como para no preocuparse. Repitió, más enfático
esta vez.
—No voy a dejar mi coche.
—Bueno, no se está moviendo y yo no voy a dejarte dormir en él.
No es seguro.
Giró la
cabeza de golpe y le fulminó con la mirada, agradeciendo una razón para estar
enfadado —para expresar algo de su frustración y miedo hacia él.
—No vas
a decirme lo que tengo que hacer. Dormiré en mi coche si me da malditamente la
gana y no hay nada que puedas hacer para detenerme.
Kyuhyun dejó escapar un resignado suspiro y asintió una vez
más.
—Puedo ver que no me lo vas a poner fácil, ¿verdad?
Sungmin lo fulminó con la mirada.
—Vale,
bien. Hagámoslo a tu manera. No puedo decir exactamente que esté sorprendido.
Él
salió del coche y fue directo a un pequeño coche oscuro aparcado a pocos metros
de ellos.
Cuando estuvo a unos tres metros, Sungmin empezó a inquietarse.
Se sentía agitado y nervioso. Quería salir de allí e ir tras él, aunque no
tenía idea del por qué. Quizás era su sentido del deber que lo instaba —si no iba
con él, no podría conducirlo al complejo de los Centinelas. Nunca encontraría a
Leeteuk para rescatarlo.
Para el momento en que él estuvo a unos seis metros de
distancia, sintió su interior como si estuviese cubierto de picaduras de
mosquitos y le estaba resultando difícil respirar. Le picaba por todas partes,
pero no podía imaginarse dónde rascarse para hacer que se detuviera. Sus ojos
continuaron tras Kyuhyun y sus largas y poderosas zancadas.
Tenía que seguirle. Mantenerse cerca.
A los nueve metros, Sungmin dejó de preocuparse sobre por qué
necesitaba ir a él y simplemente fue. Saltó fuera del coche y cogió su maleta
del suelo en el asiento de atrás. Cada paso que daba hacia él alejaba con
facilidad algo del desasosiego que picaba en su interior.
Echó un vistazo al brazalete de oro resplandeciendo sobre su
muñeca y frunció el ceño. Él lo había hecho otra vez. Lo había marcado, sólo
que estaba vez, no había manera de que pudiera cubrirlo con un tatuaje para
enmascarar su poder, la manera en que su madre siempre le había enseñado a
hacer.
Sungmin intentó quitarse la cosa, pero no podía abrirlo, como
si hubiese sido soldado. Tironeó de él, pero todo lo que consiguió fue rasparse
la piel. ¡Maldición!
Kyuhyun esperaba en su coche, sosteniendo la puerta de
pasajeros abierta para él. Había sabido que eso sucedería. Podía ver la
satisfacción brillando en sus ojos.
—Me has hecho algo, ¿no es así? —exigió.
—No me diste otra opción.
—Podías haber dejado de perseguirme.
Sus fuertes dedos le quitaron la maleta de su mano y la colocó
en el suelo de la camioneta. Cuando Kyuhyun se inclinó más allá de él, captó el
aroma de su piel, cálido por el aire nocturno. Olía picante y completamente
delicioso. Le dio vueltas la cabeza y se resistió al impulso de sujetarse a sus
enormes hombros para estabilizarse.
—No. No podía hacerlo —le dijo él.
—Mentiroso —le disparó de vuelta.
Eso fue un gran error.
Kyuhyun se volvió y lo agarró por la cintura. Lo alzó sobre el
alto asiento y no lo dejó ir. Mantuvo su agarre, sus enormes manos casi
envolviendo su cintura. Sus dedos curvados en su piel y sus ojos brillando con
rabia y algo que no podía nombrar. Algo oscuro y desesperado.
—Te necesito, Sungmin. Y no quiero decirlo en el sentido de
necesitarse de modo que no esté solo o alguna mierda como esa. Te necesito para
vivir. Necesito que me ayudes a mantener al resto de mi gente con vida. Me
estoy quedando sin tiempo, y tú eres el único que puede salvarme de convertirme
en un monstruo. No voy a dar ninguna oportunidad para que te alejes de nuevo,
incluso si eso significa encadenarte a mí.
Wow. Vale. No había estado listo para ese tipo de confesión. Ni
estaba listo para la manera en que le hacía sentir… importante. Necesario. No
tenía familia y pocos amigos, y siempre se había asegurado de desaparecer sin
que nadie lo notase realmente. Quizás había estado equivocado.
Entonces, otra vez, quizás esta fuera la manera en que los
Centinelas cogían a sus víctimas, diciéndoles lo que querían oír.
Sungmin enderezó la columna y reforzó su resolución de
permanecer inmune a sus encantos. Alzó la muñeca y los dorados enlaces
brillaron bajo la luz de seguridad.
—Ya me has encadenado.
Su boca se alzó en una ligera sonrisa llena de desnudo deseo.
—Ni de cerca tan estrechamente como quiero hacerlo. Estoy
intentando darte tiempo para acostumbrarte a la idea, pero deja que sea perfectamente
claro. Planeo hacerte mío. Planeo atarte a mí tan cerca como pueda estarlo. No
estoy jugando y no aceptaré un no por respuesta.
—Esclavitud. Mamá tenía razón sobre vosotros. Esclavizáis humanos
y los obligáis a hacer vuestra voluntad.
Él le dedicó una ronca sonrisa.
—Difícilmente. Has estado escuchando demasiadas historias a la
hora de dormir.
—Sé lo que eres, Kyuhyun. No puedes engañarme.
El deslizó sus manos a lo largo de su columna y se inclinó más
cerca. Lo rodeó con su calor y su fuerza, y por primera vez en mucho tiempo, Sungmin
se sintió a salvo. Y totalmente confundido.
Su boca estaba a nivel con la suya y no pudo hacer otra cosa
sino advertir lo suave que parecía. Esa enloquecida parte suya a la que ya se
le había lavado el cerebro quería que lo besara. La parte sana estaba gritando
que huyera antes de que fuese demasiado tarde.
—¿Qué piensas que soy, cariño? —le preguntó.
—Un asesino.
Que le hacía sentirse a salvo, incluso, aunque sabía que eso
sólo era un truco.
—Eso es
bastante cierto —admitió—. Pero intento ser selectivo sobre las cosas que mato.
—¿Me estás diciendo que sólo matas a los humanos malos?
—Nunca.
Nunca heriría a propósito a un humano, Sungmin. No mientras permanezca siendo
yo mismo.
Sungmin
no estaba seguro de lo que quería decir con eso, y estaba demasiado distraído
por la sensación de sus cálidos dedos acariciándole la nuca para imaginárselo.
Cada vez que le tocaba, se sentía bien. Si no tenía cuidado, iba a perderse a
sí mismo. Olvidar su misión.
Tenía
que llevar su coche al complejo donde vivía él. No se atrevía a coger los
explosivos de su coche por temor a que él se imaginara lo que eran y arruinara
sus planes.
—¿Permanezcas siendo tú mismo?
Él se
quedó mirándole la boca y se lamió los labios. Estaba seguro de que estaba
pensando en besarlo. Y Dios lo ayudara, ahora él también estaba pensando en
eso.
—Es
hora de irse. No es seguro estar aquí fuera a plena vista. Siento como si nos
estuviesen observando.
Los
Defensores. Casi se había olvidado de ellos. Probablemente estaban vigilándolos
ahora, asegurándose de que había dicho lo que se suponía. Asegurándose de que
no tenían que matarle también. Le habían advertido lo que sucedería si se
volvía contra ellos… si los Centinelas también le lavaban el cerebro.
—¿A dónde nos vamos? —preguntó.
—A un lugar seguro. Donde podamos estar solos.
Solo
con Kyuhyun. Solo con su besable boca y sexy cuerpo. Sola con su causal fuerza
y tentadoras mentiras.
Sungmin estaba bien jodido.
Hong Gildong observó a Sungmin alejarse con el Centinela,
dejando su coche y todos los explosivos cuidadosamente preparados detrás. Papá
no iba a estar feliz.
Gildong
se tensó mientras esperaba el explosivo temperamento de su padre. Después de
casi treinta años de vigilancia, aprendiendo cuando esquivar los golpes, Gildong
sabía que este no tardaría en llegar.
Hong Jack contempló a los hombres reunidos en la pequeña casa
al otro lado de la calle del bar donde estaba trabajando Sungmin. Sus cejas
grises se unieron y Gildong se contuvo antes de que diera un involuntario paso
atrás. Desde que su hermana había sido asesinada por los Centinelas, Papá había
sido un hijo de puta, pero Gildong ya no era el niño que permitía ser golpeado
por el capricho de su padre. Era un hombre adulto y sabía cómo devolver el
golpe. Con fuerza.
Los hombres cambiaron incómodamente bajo el duro ceño de Jack.
La mayoría de ellos eran jóvenes y ambiciosos, los hijos de hombres que habían
sido miembros de los Defensores de la Humanidad durante años.
—¿Cuál
de vosotros era el responsable de mantener su coche en funcionamiento?
—preguntó Jack en un seco tono de sargento.
Los hombres se miraron unos a otros, sin que ninguno hablara.
Gildong dio un paso adelante.
—Le
cambié el aceite hace dos días. Si algo fue mal, no es culpa mía por no
captarlo.
La piel
de Jack se oscureció con furia, y Gildong irguió su cuerpo en toda su altura, cinco
centímetros más alto que el hombre que lo había engendrado. Cinco centímetros
más alto y unos buenos dos kilos de músculo más pesado. Gildong estaba muy
seguro de que a su padre no se le había escapado esa noticia.
—¿Todo
nuestro plan se ha ido al infierno porque no pudiste mantener en funcionamiento
un piojoso coche?
Gildong cruzó los brazos sobre su amplio pecho.
—Sungmin es inteligente. Encontrará la manera de contactar con
nosotros. Lo arreglaremos.
—¿Crees de verdad que es inteligente? ¿Eres así de tonto, hijo?
—Aparentemente
sí. Supongo que tendremos que tomarnos algún tiempo y ver quién es el tonto,
¿no?
Jack se
frotó la rasurada cabeza. El pelo gris acerado estaba cortado con tal precisión
que podrían habérselo calibrado con láser.
—Este
era nuestro único disparo para localizar el complejo de los Centinelas. Si lo
has jodido, lo pagarás yendo al infierno.
La
historia de la vida de Gildong. A estas alturas ya estaba acostumbrado a cargar
con las consecuencias de sus acciones.
—Sungmin
encontrará una manera de contactar con nosotros y hacernos saber a donde lo
llevan.
—Mejor
ruega a dios porque eso sea verdad, hijo. De otra manera, voy a encontrar otro
segundo al mando. Nunca hemos estado tan cerca de devolverles el pago por lo
que esos bastardos le hicieron a tu hermana. No toleraré el fracaso.
—Quiero venganza tanto como tú. No vamos a fallar.
Gildong
estaba seguro de que Sungmin iba a encargarse de ello. El odiaba a los
Centinelas tanto como ellos, aunque por diferentes razones que las cosechas
arruinadas y la tierra envenenada que dejaban a su estela. Los Centinelas
habían matado a la madre de Sungmin del mismo modo que habían matado a su
hermana, enviando sus mascotas a despedazarlas.
El pensamiento de la muerte de su hermana mayor todavía tenía
el poder de mantenerle despierto por la noche. Sólo había tenido cinco años,
pero todavía recordaba mirar a través de las rendijas de la puerta del armario
del dormitorio donde ella le había escondido para mantenerle a salvo. Ella
sujetaba el rifle que había recibido por navidad en sus manos, manteniéndolo
estable. Había esperado hasta el último segundo para disparar, sabiendo que un
disparo a quemarropa era la mejor oportunidad que tenía de derribar al enorme
monstruo. Pero esa ronda no hizo nada contra la enorme bestia de colmillos que
la destrozó. Si Jack no hubiese entrado con más capacidad armamentística, Gildong
habría sido el siguiente.
Gildong
sabía que su padre le condenaba por la muerte de su hermana tanto como él
condenaba a los Centinelas por enviar a la criatura que la mató. E iba a hacer
justamente eso. Gildong era el único que se quedaba jugando en el patio de
fuera después de que anocheciera cuando era consciente de lo que eso
significaba.
Él era la razón por la que ese monstruo los había encontrado.
—No, no
vamos a fallar —dijo Jack—, pero tú quizás sí. No pienses que te daré cualquier
oportunidad de holgazanear sólo porque eres mi hijo.
Una
aguda banda de pena se apretó alrededor del corazón de Gildong, a pesar del
hecho de que sabía que eso no era bueno.
—No, Papá. Ese pensamiento ni siquiera cruzó por mi mente.
Kim Shindong miró
alrededor de su oficina a los hombres en los que más confiaba.
No les
iba a gustar lo que tenía que decirles. Pero, de nuevo, esa era la hermosa
historia de sus vidas durante esos días.
Como los únicos Suju enlazados cercanos, Yunho, Kangin y Siwon eran
los hombres más estables en el grupo. Su dolor se había ido, y confiaba en
ellos para pensar correctamente y asegurarse de que él no tomara ningún riesgo
innecesario. Los tres tenían demasiado que perder para permitirle a Shindong hacer
algo estúpido.
Los otros no eran tan afortunados. Wang Zhoumi estaba
aguantando muy bien. Había pasado a través de algunas asquerosas luchas, lo
cual podían atestiguar las múltiples cicatrices que cruzaban su cara. Pero
incluso así, parecía estar manteniéndose a sí mismo de una pieza. Quizás fuera
el rompecabezas de todos esos artilugios tecnológicos que adoraba lo que le
ayudaban a bloquear el dolor.
Lee
Hyukjae era otra historia completamente diferente. Shindong no tenía ni una
pista de lo que había detrás de aquellos oscuros ojos, pero sabía que cada vez
que Shindong lo había necesitado, Hyukjae había estado allí, espada en mano. El
hombre era más que letal. Hacía que asesinar pareciera hermoso —algún tipo de
arte exótico. Una vez que su marca de vida fuese estéril, todos ellos estarían
en problemas. Le necesitaban demasiado para perderle.
Y,
luego, allí estaba Kevin ,un Zea. Al igual que todos los miembros de su raza,
estaba hermosamente constituido. Alto y delgado, con helados ojos que Shindong se
cuidaba de no mirar durante demasiado tiempo. Sólo por si acaso. Shindong no
confiaba en Kevin igual que lo hacía en los otros en la habitación, pero
confiaba en que mantuviese su verdadera forma.
Kevin miraba
por sí mismo, y a causa de eso, porque todos ellos estaban en peligro, Shindong
lo necesitaba a bordo.
—¿Va a llevar mucho tiempo? —Preguntó Kangin—. Tengo que volver
con Leeteuk.
—¿Cómo está él? —preguntó Shindong.
—Exhausto.
Él y Changmin han estado trabajando en reparar el muro durante casi una semana
hasta ahora y están perdiendo el ímpetu.
—Eso es
verdad —dijo Yunho, el marido de Changmmin—. Sólo estamos a medio terminar la
sección rota y el progreso se hace más lento cada día. Ellos no pueden
recuperar sus fuerzas lo bastante rápido para mantener la marcha de esta
manera.
—¿Qué hay de Heechul? —preguntó Shindong, mirando a Siwon.
Siwon sacudió la cabeza. Su pelo se veía como si estuviese
pasando las manos a través de él, haciendo un desastre.
—Heechul es fantástico si quieres hacer volar algo, pero no es
bueno volviendo a unir las cosas. Todavía es nuevo con sus poderes, y aunque lo
ha estado intentando, todo ese trabajo de reparación lo que hace es frustrarlo
y dejarlo exhausto.
—De acuerdo —dijo Shindong—. Sácalo del muro. Ponlo a custodiar
el perímetro con los hombres. Si algo viene hacia nosotros antes de que el muro
esté levantado, podrá volar todo lo que quiera.
—Gracias. Eso ayudará. De esa manera quizás sea capaz de pasar
más tiempo con Wook.
Wook era el hermano menor de Heechul. Durante un ataque cuando
era un niño, la conciencia de Wook había sido fragmentada y puesta en las
mentes de docenas de sgath, criaturas que los Saesangs utilizaban para cazar a
sus presas. Ninguno de los Zea había visto antes nada igual a eso y no sabían
cómo sanarlo. Lo que sabían era que él era capaz de salvar la vida de uno de
sus hombres. Sólo que no habían adivinado a cuál. Cada hombre libre aquí había
ido al lado de su cama y buscaba una señal de que quizás fuera compatible con
ellos. Ninguno había visto o sentido nada. Shindong miró a Kevin, el cual era
uno de los más dotados sanadores que tenían.
—¿Cómo está Wook?
—Todavía no ha recuperado la conciencia —dijo Kevin—. Pero ya
no parece estar debilitándose. Si encontramos a su Suju, es posible que él
ayudara a que su mente sanara lo suficiente para que pudiera despertar.
Si lo encontraban. Por ahora, no habían tenido nada de suerte.
Él rogaba que uno de los Suju de fuera de esas paredes pudiera salvarlo.
Necesitaban desesperadamente que dejara de dormir.
—Lo estamos buscando —dijo Shindong—. He enviado aviso de que él
está aquí a todos los hombres. Es sólo cuestión de tiempo antes de que empiecen
a aparecer en tropel.
—Diles que se den prisa —dijo Kevin—. No sé cuánto tiempo más
podré mantener su cuerpo vivo con su mente en su actual estado.
A Shindong no le gustaba la idea de un puñado de hombres
extraños entrando en tropel en la habitación de Wook, pero si esa era la manera
que tenían de salvarlo, entonces lo harían. Él todavía tenía hombres en el
campo que todavía no habían sido capaces de volver y ver si Wook podía salvar
alguno de ellos. Quería que ellos tuvieran primero su oportunidad antes de que
empezaran a llegar Suju de otros países. Si ninguno de ellos era compatible,
entonces enviaría aviso más allá de los mares a las fortalezas de allí.
—Grace ha estado ayudándonos a vigilarlo y está haciendo un
gran trabajo —dijo Siwon.
—Mientras tanto —dijo Shindong—, teniendo en cuenta la
advertencia de Kevin, daré órdenes a todos los Suju que rastreen a los sgath y
los maten. Si parte de su mente está en los sgath, matarlos puede ayudar a liberarlo.
—Yesung ha estado haciendo eso durante días hasta ahora y
parece estar ayudando —dijo Kevin—. El tiempo lo dirá.
Shidnong quería hacer más preguntas. Quería ir a Wook para ver
si podría salvarle a él, pero no se atrevía. Él era el líder de los Suju. Sus
necesidades vendrían al final, después de las de todos sus hombres. Se había
prometido a sí mismo que antes de llamar a los líderes de más allá de los
mares, iría a Wook.
—¿Y los que fueron heridos en el ataque? —preguntó Shindong,
esperando distraerse a sí mismo con trabajo.
Los ojos de Kevin se iluminaron con un helado brillo durante un
rápido segundo —tan breve que Shindong no estaba seguro de haberlo visto.
—Seungki está todavía inconsciente. Hyungsik, Dongjoon y yo
estamos haciendo todo lo que podemos, pero no se ve esperanzador. Hay algunos
humanos heridos, todos los cuales se recuperarán. Pero se han perdido dos.
El peso de esa pérdida pesaba con fuerza en el corazón de Shindong.
Se suponía que la SM
era un lugar de seguridad y refugio. Había prometido a todos los humanos que
estarían a salvo allí.
Se había equivocado, lo cual le hacía preguntarse en qué más se
estaría equivocando. ¿Cuántos otros errores habría cometido? ¿Y cuántos de esos
errores iban a significar el sufrimiento y la muerte de aquellos que él había
nacido para proteger?
—Si necesitas algo, házmelo saber —dijo Shindong.
Kevin le dio un formal asentimiento de cabeza.
—Por supuesto.
—Ahora, sobre el por qué os he reunido a todos vosotros aquí.
No son buenas noticias.
Kangin rodó los ojos y bufó.
—¿Cuándo lo son?
Shindong odiaba pronunciar las palabras, pero no tenía
elección.
—Todos nosotros creímos que nuestros muros eran seguros, que
los Sasaengs no podrían acceder a ellos a menos que viniesen a través del puente
en el frente. Obviamente, estábamos equivocados.
Los
hombres se movieron incómodos. Excepto Hyukjae, quien se sentaba inmóvil, su
cara sin expresión.
Shindong
sabía que todos ellos estaban pensando lo mismo. No había manera de mantener a
los humanos a salvo aquí si esas paredes no resistían. No había suficientes de
ellos para dejarlos como guardia y con todo librar una guerra. Si los muros
caían, no tendrían juramento que mantener, proteger a los humanos, o matar a
los Saesangs y proteger la puerta.
—Las
buenas noticias son que el muro no se cayó porque fuese débil o porque la magia
que lo imbuye haya fallado.
—¿Entonces por qué? —preguntó Kangin.
Un amargo sabor flotaba en la boca de Shindong.
—Alguien
dentro de la SM
los dejó entrar. Sabotearon las piedras protectoras y crearon una abertura.
Un
espeso y sofocante silencio llenó el cuarto. A Shindong le había llevado cuatro
horas digerir las noticias que le había dado Zhoumi. Se imaginó que les debía a
sus hombres al menos unos pocos segundos.
—¿Quién?
—preguntó Hyukjae, enfatizando la pregunta con el sonido siseante de acero
contra acero cuando extrajo su espada.
Shindong alzó una mano reteniéndolo.
—Cálmate, Hyukjae. No lo sabemos. Aún.
—¿Cómo lo has descubierto? —preguntó Yunho.
Las
líneas de su rostro se profundizaron con temor. Él tenía más que perder que
ninguno de ellos –ambos, un esposo y una hija. La única niña Suju que les
dejaron.
Shindong miró a Zhoumi y le dedicó un ligero asentimiento.
Zhoumi se puso graciosamente en pie.
—Revisé
el vídeo de vigilancia del ataque. La brecha sucedió en un punto cubierto por
dos cámaras. Ambas habían sido deshabilitadas.
—¿Estás seguro de que no fue alguna clase de problema técnico?
—preguntó
Siwon.
—Sí.
Volví a través del vídeo al punto donde las cámaras dejaron de funcionar.
Fueron deshabilitadas una por una. Quien quiera que lo haya hecho habría sido
visible para alguna de las cámaras ocultas, pero sabían bastante de nuestra
seguridad para mantener el rostro apartado.
—¿Quién era? —preguntó Hyukjae en una voz tranquila.
—No
puedo decírtelo. Era un hombre que llevaba una camisa de trabajo con capucha.
Conseguí algunas capturas de la parte de atrás de su cabeza.
—Muéstramelas —dijo Hyukjae.
Zhoumi lanzó una nerviosa mirada a Shindong. La espada de Hyukjae
estaba todavía desenfundada, brillando con letal intención.
—Baja la espada, Hyukjae —le ordenó Shiindong.
—Voy a matarlo —dijo Hyukjae.
Su voz más fría y tranquila, al igual que su oscura mirada.
—Nadie va a matar a nadie hasta que estemos seguros de quién es
y los interroguemos. Ahora, baja la espada.
Hyukjae enfundó su espada.
Zhoumi abrió su portátil y escribió algunos comandos.
Giró el aparato dándole la vuelta de modo que el resto de la
habitación pudiera ver las capturas del video.
La imagen era clara, pero no había mucho sobre lo que ir —sólo
algunos flashes de la parte de atrás de la encapuchada cabeza de un hombre. Un
vislumbre de una mano enguantada.
—¿Alguien lo reconoce? —preguntó Zhoumi.
Nadie habló.
—¿Estás seguro de que es alguien que vive aquí? —Le preguntó Siwon—.
¿Podría haber sido un intruso?
Zhoumi sacudió la cabeza.
—Es posible, pero comprobé todas las entradas a través de la
puerta frontal durante los diez días encaminándome hacia el ataque y no encaja
con ninguna de las personas que vinieron.
—Podría ser un humano —dijo Hyukjae.
—Quizás. Es difícil de decir sólo por su constitución bajo la
holgada camiseta de trabajo, pero podría haberse disfrazado, hacer que
pareciera más grande de modo que pensáramos que era uno de los nuestros.
Kevin había estado silencioso mientras, pero Shindong vio el
ligero ceño estropeando su entrecejo.
—¿En qué estás pensando, Kevin? —preguntó Shindong.
—Puedo averiguar si alguno de los humanos sabe acerca de esto.
Todo lo que tengo que hacer es alimentarme de ellos y buscar en sus recuerdos.
—Eso quizás parezca sospechoso —dijo Zhoumi.
—No ahora. No cuando hay tantos todavía heridos y en necesidad
de asistencia. Ponlos al tanto de una llamada por sangre, y eso ayudará a
enmascarar nuestra verdadera tarea.
—No quiero que nadie más nos ayude con esto. No quiero que
nadie fuera de esta habitación sepa lo que está pasando.
La boca de Kevin se apretó.
—Entonces te sugiero que no dejes que ninguno de los otros Zea
te sanen. Si lo necesitas, sólo llámame, o los otros descubrirán lo que estás
intentando ocultar.
A Shidnong no le gustaba eso ni un poco. Ni tampoco a ninguno
de sus hombres, a juzgar por sus miradas de disgusto.
—No tenemos privacidad con esos chupasangres alrededor —dijo Hyukjae.
—¿Pero las docenas de cámaras y cerraduras electrónicas que
rastrean nuestras idas y venidas son agradables? —preguntó Kevin.
—Esas no han jodido con nuestras cabezas —dijo Zhoumi.
Kevin alzó las manos. Sus dedos eran largos y elegantes, igual
que si hubiese nacido para ser un artista o cirujano.
—Todo lo que quiero decir es que un secreto como ese no
permanecerá oculto por mucho tiempo. No en un lugar como este. Tenemos que
descubrir quién es ese hombre rápidamente o se habrá ido antes de que podamos
hacerlo. Suponiendo que no lo haya hecho ya.
—Estoy de acuerdo —dijo Shindong—. Zhoumi, quiero que recopiles
todo lo que puedas de ese tipo.
—Ya lo he hecho. También estoy trabajando en un programa que
intentará identificarle basándose en sus apariciones comparando sus movimientos
en este video con imagen actuales que hayan recogido las cámaras.
—¿Puedes hacer eso? —preguntó Yunho.
—Claro. No al cien por cien, pero ayudará a reducir el número
de gente que posiblemente no pudiera ser nuestro tipo. Me imagino que si puedo
reducir nuestra lista a un par de posibles docenas, hará las cosas mucho más
fáciles.
—Bien —dijo Shindong—. Mientras tanto, quiero que mantengáis
vuestros ojos y oídos abiertos y vuestras bocas cerradas. Yunho, Swion y Kangin,
intentad ocultar esto de sus parejas si podéis. Ellos tienen bastante en sus
platos ahora mismo sin tener que preocuparse por esto también.
Los tres Suju vinculados asintieron en acuerdo.
—Y cuando lo encontremos —dijo Hyukjae en un frío tono sin
emoción—, todos vosotros podréis divertiros con él y hacerle las preguntas que
queráis, pero cuando lo hayáis hecho, él es mío para matarlo.
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