Texas, 29 de Julio.
Después
de un tiempo evadiendo a los cazadores, Lee Sungmin ya no es una presa.
Es el que golpea.
Kyuhyun
estaba allí. Podía sentirle cerca, acercándose más con cada latido de su corazón,
como si de algún modo se hubiese convertido en parte de él. No estaba listo
para encontrarse con él todavía. Necesitaba más tiempo para prepararse a sí
mismo para lo que tenía que hacer y lo que quizás esto le costase.
El fino
pelo le caía a lo largo de sus levantados miembros y sentía un cosquilleo
corriendo por su piel. Lo había sentido antes, la noche en que Kyuhyun había
marcado su piel, y sabía lo que significaba. Kyuhyun se estaba acercando.
Sungmin
no estaba seguro de poder hacerlo —mentir de manera que viniese a él— pero no
tenía elección. El destino de toda la raza humana dependía de su habilidad para
embaucarle, haciéndole pensar que necesitaba su ayuda, que se creía la mentira
que decía, que era uno de los tipos buenos. Lo sabía mejor que nadie. Su madre
se había asegurado de eso.
En lo
que a él concernía, la mayoría de la gente no merecían el problema que se estaba
acarreando sobre sí mismo, pero Park Leeteuk sí. Y los Centinelas la tenían. Kyuhyun
era su único camino para entrar en el complejo donde Leeteuk era mantenido
prisionero, su única manera de ayudar a Leeteuk a escapar.
Las
manos de Sungmin temblaron mientras limpiaba las mesas de madera. El bar donde
trabajaba acababa de cerrar y estaba casi vacío. El único hombre que quedaba, limpiaba
la pequeña cocina. Podía oírle cantando en español mientras trabajaba. Hodong,
el propietario del bar, estaba en la caja, haciendo el recuento de las
ganancias de la noche. Por la sonrisa en su despejada cara y la manera en que
le dolían los pies y la espalda, estaba seguro de que estaba haciendo una
escabechina.
El bulto de las propinas en el bolsillo de su delantal no era
tan grande como había esperado que fuera. La gente ya no pagaba tanto en
efectivo como solían hacerlo, y a Hodong le gustaba agarrarse al dinero tanto
como pudiera, así que no vería esas propinas hasta el día de cobro. No es que
fuera a estar allí lo suficiente para recogerlo. Estaba seguro de que Kyuhyun
lo encontraría antes.
La idea
hizo que se le calentara la piel y se le secara la boca; le hacía temblar con
miedo y algo más, algo caliente e ilusorio que no podía nombrar.
Era una lástima. Era hora de aceptarlo. Leeteuk lo necesitaba. Sungmin
tenía que liberar a su amigo y encontrar una manera para deshacer cualquier
lavado de cerebro que Leeteuk hubiese sufrido. Gracias a Dios que tenía a los
Defensores de la Humanidad
de su lado. Aquellos enormes y palurdos muchachos parecían saber lo que estaban
haciendo, incluso si eran un poco… intensos acerca de eso. Si alguien podía desprogramar
a Leeteuk, esos serían los Defensores.
Sungmin volvió las sillas encima de la mesa de modo que pudiera
barrer y pasar la fregona. Justamente acababa de volver la última silla cuando
sintió el picor en la piel, en la parte de atrás de su cuello, ante la intensa
sensación de ser observado. Echó un vistazo por encima del hombro para ver
quién lo estaba mirando. La cabeza de Hodong estaba inclinada sobre una
calculadora. El espejo detrás de él reflejaba la sala en penumbra. Captó el
brillo de unos brillantes ojos negros en el espejo y se congeló de pánico
durante una fracción de segundo, su corazón latiendo como si urgiera a sus
miembros a que se movieran. Entonces se dio cuenta de que no era Kyuhyun. Eran
sólo los ojos del tatuaje de lobo sobre su hombro que lo miraba fijamente por
debajo del borde de su camiseta de tirantes.
Kyuhyun todavía no estaba allí. Aún tenía tiempo para tomarse
un respiro.
El
alivio lo hizo doblarse contra la mesa. Iba a tener que encontrar una manera
para controlarse antes de que apareciera realmente. Y basándose en el
cosquilleo de su piel donde su marca brillaba bajo el tatuaje, no estaba muy
lejos. Esta vez cuando se mostrara, no huiría.
Sungmin
se había pasado la mayor parte de su vida huyendo, y estaba cansado de ello.
Quería un hogar real con una cama de verdad, no el asiento de atrás de su coche
y una parada en el cuarto de baño, o quizás una habitación en un motel barato
si tenía suerte. Si no podía tener una casa de verdad, entonces lo menos que
podía hacer era conseguir que los Centinelas sufrieran tanto como lo había
hecho él. Después de lo que le habían hecho a su madre, Leeteuk y a muchas
otras, se merecían todo lo que obtendrían. Y algo más.
Sungmin
se volvió para coger la fregona de la cocina y captó otra vez aquellos ojos negro
del lobo otra vez, sólo que esta vez, no lo estaba mirando fijamente su
tatuaje.
Kyuhyun estaba allí. Contemplándolo.
Sungmin se congeló, incapaz de moverse, o incluso respirar.
No
estaba listo. No era lo suficientemente fuerte para enfrentarle todavía. La
urgencia de echar a correr se elevó, y luchó contra el desesperado pánico,
apretando los dientes y los puños.
Kyuhyun
no hizo movimiento de atacarlo. En vez de eso, permaneció en el umbral, con el
amplio hombro apoyado de modo descuidado contra el marco. Lo miraba con la
misteriosa calma de un depredador. Su piel bronceada se mezclaba con las
sombras que caían sobre los paneles de la pared, haciendo que los brillantes
ojos destacaran aún más.
El
corazón de Sungmin dio un traspié, aunque no estaba seguro de que si era porque
le había sorprendido o porque eso era todo lo que le hacía. Incluso, en sus
sueños, había tenido la habilidad de hacerlo sudar con su ardiente mirada.
Era más
grande de lo que recordaba, o quizás, era ese recuerdo defectuoso, la única
manera en que su mente le ayudaba a enfrentarse a él, haciéndolo menos
amenazante. Su liso pelo negro estaba de diferente manera en que lo había
estado la última vez que lo había visto —atado hacia atrás, como si estuviera
listo para entrar en batalla.
Quizás
lo estaba. Sungmin no tenía ni idea de que esperar ahora. Por todo lo que
sabía, estaba allí para matarlo a pesar de sus encantadoras palabras, y todos
los planes que había hecho con los Defensores podrían no servir para nada.
Te
necesito, cariño. Le había dicho
dos días atrás. Lo dijo de una forma que hizo disolver su resolución.
Tenía que permanecer en calma y actuar normal. Moverse
lentamente. Era como un salvaje y predador animal y Sungmin tenía miedo de que si
se movía demasiado rápido, lo atacara repentinamente.
Sungmin
lo miró fijamente, dejándole saber que lo había visto. Fingiendo que no estaba
asustado.
Kyuhyun
sonrió, mostrando sus brillantes dientes blancos. Eso no era una sonrisa de
saludo. Era una sonrisa de conquista. Victoria.
Sungmin tragó con dificultad, intentando llevar un poco de
humedad de nuevo a su
boca.
—Hodong,
me retiro temprano —le dijo a su jefe, manteniendo los ojos fijos sobre Kyuhyun,
buscando movimientos repentinos.
—Infiernos que lo harás. No hasta que estén fregados los
suelos.
—Lo siento. Tengo que irme —le dijo—. Emergencia familiar.
—Tú no tienes familia alguna.
—Ahora la tiene, —respondió Kyuhyun.
Con su rico tono barítono hundiéndose en su piel, haciéndola
temblar.
—¿Quién
diablos eres tú? —Preguntó Hodong—. ¿Y cómo has entrado aquí? Las puertas están
cerradas.
Kyuhyun
no respondió. En vez de eso se apartó de la pared con un poderoso agrupamiento
de músculos y caminó directamente hacia él. Sungmin se mantuvo clavado al suelo
a base de fuerza de voluntad. No huiría. Esta vez no.
—Relájate —le dijo Kyuhyun—. Ahora estás a salvo.
Sus ojos negros sosteniéndole todavía, cautivándole como si
fuera alguna clase de presa, un tímido conejito congelado con temor. La imagen
lo jodió lo bastante para hacer a un lado algo de ese miedo.
Ahora estaba cerca. Demasiado cerca. La respiración de Sungmin
se hizo más rápida hasta el punto de darle vueltas la cabeza, y estaba seguro
de que permanecía quieto.
—¿Necesitas ayuda, Sunji? —Le preguntó Hodong.
—¿Sunji? —preguntó Kyuhyun, alzando una ceja marrón a modo de
pregunta.
Sungmin intentó dedicarle un indiferente encogimiento de
hombros, pero su columna parecía tiesa y oxidada.
—Nueva ciudad, nuevo nombre.
—También nuevo look —dijo, sus ojos vagando por su cuerpo como
si el territorio le perteneciera—. Me gusta.
Había tenido el pelo rubio y de punta cuando le había conocido.
Desde entonces se había vuelto a teñir el pelo de regreso a su color natural
—un normalito tono medio marrón. También lo llevaba largo, cayéndole sobre la
nuca, fino como el de un bebé.
—Te ves… suave. —Dijo él como si eso fuera algo bueno, y Sungmin
repentinamente deseó no haberse quitado el pelo de punta. Al menos podría
haberlo usado para sacarle un ojo si se acercaba demasiado.
Lo cual estaba haciendo ahora mismo.
—¿Sunji? —preguntó Hodong nuevamente, esta vez con más fuerza.
Tenía un arma en la parte de atrás de la barra y no tenía miedo de utilizarla.
Típico tejano.
—Estoy bien, —le dijo a Hodong, mintiendo a través de sus
apretados dientes—. Sólo es un viejo amigo.
La sonrisa de Kyuhyun se ensanchó.
—Únicamente vine para recuperar los viejos tiempos.
Se estiró por él, y Sungmin sabía que no podía saltar a un
lado. Hodong sabría que algo estaba ocurriendo, y aunque no era exactamente el
tipo más encantador sobre la superficie del planeta, le había dado un trabajo
cuando nadie lo había hecho. No podía pagarle con problemas. Y Kyuhyun era
definitivamente eso. Un problema andante y parlante de más de seis pies y doscientas
libras.
La ancha mano rodeó su muñeca, y tiró hacia él. Sungmin fue,
asegurándose que el arma de Hodong se mantuviera segura en un lugar apartado.
Dejó que Kyuhyun lo rodeara con sus brazos. No estaba seguro de que iba a
hacer. ¿Estrangularlo?
¿Agarrarlo
y lanzar su culo por la puerta? El cielo sabía que Kyuhyun era lo bastante
grande para lanzárselo al hombro y salir corriendo antes de que cualquiera
pudiera detenerle.
Pero no hizo nada de eso. Todo lo que hizo fue engullirlo en un
abrazo.
La mente de Sungmin farfulló, intentando buscarle sentido a su
acción. Sus brazos caían limpiamente a los costados. No podía siquiera
encontrar la presencia de ánimo para hacerle a un lado. Intentó convencerse a
sí mismo de que eso era porque no quería que Hodong saliera herido, pero parte
de él lo sabía mejor. Tanto como le asustaba lo que Kyuhyun pudiera hacerle,
tanto como le odiaba a él y a los de su tipo por arruinarle la vida y las vidas
de otras incontables, todavía había algo en él que le atraía, algo que acallaba
las desenfrenadas esquinas de su alma. Quizás sólo era su atractiva cara o su
cuerpo con el que se te hacía agua la boca. O quizás estaba ya lavándole el
cerebro y no lo sabía. Así era como funcionaba el lavado de cerebro, ¿verdad?
Sus manos vagaron por su espalda y bajaron por los desnudos
brazos. Su piel era cálida contra la suya, áspera con los callos y completamente
masculina. Estaba presionado fuertemente contra él, consciente de cada
devastadora pulgada de músculo de su pecho, abdomen y muslos. Sus manos
hormigueaban por estirarse y ver si lo sentía tan bien bajo sus dedos como se
sentía contra su cuerpo, pero se contuvo.
Era su enemigo. Sungmin no podía olvidar eso. El problema era,
que ahora mismo era fácil olvidarlo. No podía recordar la última vez que había
sido abrazado, pero estaba seguro que no había sido nada parecido a esto.
Su esencia le envolvió, deslizándose en su interior con cada
respiración que tomaba. Sintió su cuerpo relajándose y supo que esto tenía que
ser algún tipo de truco que los Centinela utilizaban para subyugar a su presa.
Un arma química. Una que funcionaba igual que un encantamiento.
Contra su mejor juicio, su mejilla descansó sobre su pecho y
pudo oír el fuerte y constante latido de su corazón. El brillante collar que
llevaba pulsaba con color, remolineando en un compás casi hipnótico. Los brazos
eran fuertes y duras bandas que le sostenían en el lugar, encerrándolo contra
él, pero no lo estaba lastimando, como había temido. De hecho era justamente lo
opuesto. Podía sentir una sutil vibración corriendo a través de sus miembros,
como si se estuviese cuidando de no machacarlo.
Sungmin se echó atrás, esperando poner fin al abrazo, pero Kyuhyun
no lo dejó ir. Su agarre era desesperado. Inquebrantable.
Enterró la nariz en su pelo y respiró profundamente.
—Estás bien —susurró como si hubiese estado preocupado por él—.
No he llegado demasiado tarde.
Aquellas no eran las palabras de un loco asesino, pero Sungmin
tenía mejor criterio que ser engañado.
—¿Leeteuk también está bien? —le preguntó.
Kyuhyun se apartó entonces, sólo lo suficiente para bajar la
mirada hacia él.
—Está bien. Feliz. Al igual que lo estarás tú, una vez te lleve
a casa.
Dios querido, estaba prácticamente admitiendo que iba a lavarle
el cerebro. No podía dejar que eso sucediera. Leeteuk lo necesitaba.
—Dime que sucedió —dijo Kyuhyun—. Cuando el teléfono se cortó
la semana pasada. Estaba seguro de que estabas muerto, seguro de que llegaría
demasiado tarde.
Sungmin rogó que no pudiera ver el sonrojo de culpabilidad que
podía sentir extendiéndose sobre su cara. Que la llamada de teléfono de la
semana anterior había sido un engaño al cien por cien, diseñada por los
Defensores para hacer que Kyuhyun viniese corriendo. Había fingido estar en
problemas, llamándole por ayuda. Su aterrada voz, los golpes en la puerta de su
habitación en el motel, la manera en que cortó la llamada. Había sido todo una
mentira cuidadosamente ideada para atraer a Kyuhyun hacia él.
Y esta había funcionado igual que un encantamiento.
Recorrió las manos a lo largo de sus brazos como si comprobara
las heridas, o quizás intentando convencerse a sí mismo de que estaba bien.
No sabía qué hacer con él, y esto lo dejó en absoluta
confusión.
—¿Te atacaron? ¿Estás herido? —le preguntó.
Sungmin sabía que tendría preguntas, y había ensayado la
mentira una y otra vez, pero con sus manos corriendo sobre él, tan cálidas y
cariñosas, difícilmente podía recordar la línea.
—No. Yo estaba en una habitación de un barato motel. Era sólo
algún borracho buscando a su novia. No debería haberte llamado y molestarte,
pero estaba asustado.
Los ojos de Kyuhyun se abrieron con alivio por un breve
momento, y vio como movía la boca como si ofreciera una silenciosa plegaria de
agradecimiento.
—Disculpadme —dijo Hodong—. Odio interrumpir vuestra pequeña
reunión, pero este suelo no va a fregarse solo.
—Lo siento señor —dijo Kyuhyun—. Pero los días de Sungmin..
Sunji de pasar la fregona se han terminado. Se viene a casa conmigo.
Hodong entrecerró los ojos con sospecha.
—¿Eso es verdad? —le preguntó a él—. ¿Te vas con este tipo?
Mejor sacarse esto de encima cuanto antes y salir de aquí antes
de que alguien pudiera salir herido. Cuanto más pospusiera lo inevitable, peor
sería.
—Sí. Voy a irme con él.
—Has estado huyendo de algo —dijo Hodong—. ¿Es de él?
—No —mintió—. Estaré bien.
Kyuhyun todavía no lo había dejado ir. Su mano estaba extendida
cruzando su baja espalda, sosteniéndolo cerca de su calor. Bajó la mirada hacia
él y sus felinos ojos prácticamente
brillaron con anticipación.
—Hora de irnos, cariño.
Cariño. Siempre lo llamaba así, como si le importara. Como si
no estuviera planeando lavarle el cerebro y matarlo por su sangre.
Entonces de nuevo, Sungmin se imaginó el cambio radical en el
juego. Su camioneta estaba equipada con explosivos, gracias al plan de los
Defensores. Una vez que Kyuhyun lo llevara de vuelta a la comunidad donde
vivía, y sacara a Leeteuk, iba a detonar todo el C-4 y matar a cada uno de los
Centinelas que pudiera. Incluyendo a Kyuhyun.
Sungmin estaba
a salvo. Kyuhyun apenas podía creerlo, incluso, aunque estaba allí
mismo,
justo frente a él, tan hermoso que hacía que le picaran los ojos. Casi había
colapsado con alivio cuando llegó a la entrada del bar y lo había visto sano y
salvo. El marco de la puerta evitó que se cayera, y permaneció allí durante un
minuto completo, sólo observándolo moverse, aliviándose ante la vista de Sungmin
entero y a salvo. Cualquiera que fuera el problema en el que estaba, lo que
quiera que hubiera oído la semana pasada por teléfono, no la había lastimado.
Lo había encontrado a tiempo.
A Kyuhyun le llevó otro minuto completo estabilizar su
respiración y conseguir el control suficiente sobre sus emociones para siquiera
pensar acercarse. No podía joderlo ahora. No podía asustarlo y que huyera. Otra
vez no.
Cuando estuvo seguro de que no lo lastimaría con su
desesperación por tenerlo en sus brazos, finalmente se permitió ir hacia Sungmin.
Y ahora estaba aquí, presionado contra él, justo a donde pertenecía.
Le acarició los brazos, intentando alejar los escalofríos que
rondaban su piel. No estaba seguro de que si esos escalofríos venían del frío o
del miedo, pero de cualquier modo, iba a encargarse de eso por él. Lo que
quiera que quisiera, lo que quiera que necesitara, cualquier cosa que estuviese
en su poder para darle sería suyo.
Se sentía bien bajo sus manos. Quizás demasiado bien. Sus dedos
se cerraron alrededor de sus brazos y tuvo que recordarse a sí mismo ser
cuidadoso. Ir lentamente. No asustarlo de modo que huyera otra vez.
Kyuhyun había planeado este momento durante semanas —cada día
desde que lo había conocido el 27 de Junio, un día que siempre celebraría como
el comienzo de su salvación. Había pensado en su reencuentro una y otra vez —un
millón de diferentes situaciones llenó su cerebro hasta que se ahogó con las
posibilidades. En cada una de ellas, Sungmin había permanecido a su lado porque
eso era lo que él quería.
Basándose en la manera en que él se mantenía inmóvil en sus
brazos, aparentemente, la realidad no iba a ser tan fácil.
Lo había perdido una vez. Sungmin había huido. La marca de
sangre que le había dejado no había funcionado correctamente y no había podido
encontrarlo. Incluso aunque se suponía que eso era imposible, se las había
arreglado para encontrar una forma de ocultarse de él. Eso podía suceder otra
vez si no tenía cuidado.
Kyuhyun planeaba ser realmente cuidadoso.
—Te he comprado algo —le dijo.
Hurgó en su bolsillo trasero y sacó una pequeña bolsa
aterciopelada. Le tomó algún tiempo arreglárselas para abrir la cosa con una sola
mano, pero no iba a dejarlo ir de la otra mano. Si dependía de él, nunca
dejaría de tocarlo otra vez.
Sacó una delicada cadena de oro de la bolsita y la balanceó
frente a él. Las luces de neón del bar destellaron en los eslabones, dándole un
tono brillante.
—¿Qué es eso? —preguntó Sungmin.
—Un regalo. Para ti.
Uno que podría asegurarle que no lo perdiera de nuevo.
—No puedo aceptarlo —dijo Sungmin.
Sus ojos oscuros se cerraron sobre la cosa como si fuera una
serpiente venenosa.
—Claro que puedes. Fue hecho sólo para ti. No quieres herir mis
sentimientos, ¿verdad?
Sungmin alzó la barbilla y lo miró. Aquellos agridulces ojos
chocolate estaban llenos de preguntas y más que un poco de aprensión, pero Kyuhyun
se ocuparía de eso muy pronto. Todo lo que necesitaba era algo de tiempo a
solas con él para explicarle y todo iría bien.
Tenía que hacerlo. Kyuhyun estaba ya casi fuera de tiempo.
—Por favor, Sungmin. Sólo déjame ponértelo. Si no te gusta, te
conseguiré algo más.
El miró nuevamente el brazalete, lamiéndose los labios y
tirando de ellos en una fuerte respiración. Su pecho vibró con silencioso
temor.
Estaba asustado.
Kyuhyun luchó ante la urgencia de arroparlo en sus brazos otra vez
y sostenerlo hasta que se acostumbrara a él y supiera que nunca le lastimaría.
Desafortunadamente, esa no era la manera en la que funcionaban las cosas. Sungmin
necesitaba tiempo. Necesitaba que él le demostrara que no sólo no lo heriría
sino que mataría a cualquiera o cualquier cosa que lo intentara.
Si las cosas funcionaban, tendría una vida para mostrarle lo
que significaba para él. Varias, de hecho.
El dolor aguijoneaba su cuerpo, y la necesidad de proclamar su
reclamo le gritaba para que actuara, pero se contuvo. Todavía tenía algunos
días más —los suficientes para hacerlo correctamente. Ya había vivido con el
dolor durante décadas, podía vivir con ello unos pocos días más. Sungmin lo
merecía.
Lentamente, le tendió el brazo. Sus brazos temblaban, pero Kyuhyun
fingió no advertirlo. Sungmin era de sólo un metro setenta de alto— pero su independencia
era todo menos pequeña. Sungmin era un luchador, y él todavía tenía cicatrices
que lo probaban.
Cada
vez que veía la pequeña punzada de la herida en su brazo, le hacía sonreír. Una
vez lo hubiese calmado y le mostrara como usar su poder, iba a ser imparable.
Un fiero doncell guerrero. Sungmin El Vengador. Material de leyendas.
Kyuhyun
sujetó el brazalete alrededor de su muñeca, adorando la sensación de su
satinada piel rozando contra las yemas de sus dedos. Tenía huesos delicados,
aunque nunca se atrevería a decírselo a la cara por temor a más cicatrices.
Había
hecho que el joyero la hiciera dos veces de modo que le valiera perfectamente.
Y lo había hecho. Estaba lo bastante floja para ser cómoda, pero no colgaba
tanto como para que se la sacara de esa manera. Más importante aún, no era lo
bastante floja para que se le deslizase de la mano.
Fingió
ajustarla, estirando las dos puntas que la conectaban mientras extraía pequeñas
gotas de poder del aire que los rodeaba. Dolía como el infierno absorber más
energía, pero no tenía elección. Necesitaba activar la magia que Changmin había
imbuido en el brazalete —la magia que haría imposible que Sungmin escapase de
él.
Con un sutil clic, sintió el poder dormido dentro de los cabos
de oro cobrando vida, enviando una cascada de brillos subiendo por su brazo y
bajando por su columna.
Así como también lo hizo Sungmin.
Sus
ojos oscuros se abrieron desmesuradamente y luchó contra él, intentando
separarse.
—¿Qué me estás haciendo? —exigió.
El
barman alzó la mirada de su correspondencia. Su duro rostro oscurecido y su
cuerpo tensándose. Estaba buscando el arma detrás de la barra.
—Es hora de irnos, cariño —dijo kyuhyun.
Lo cogió por la muñeca y tiró de él hacia la puerta.
—Quédate
dónde estás —dijo el barman—. El no va a ir a ningún lado contigo a menos que
eso sea lo que él quiere.
—Mantente fuera de esto, Hodong —le dijo Sungmin—. Sólo
conseguirás que te hagan daño.
—Yo le enseñaré a él lo que es herir.
El hombre acunó la escopeta en sus manos, pareciendo tan
suficientemente cómodo con esa cosa que probablemente dormía con ella por las
noches. No era buena señal. Un disparo a quemarropa dolía como el diablo, y un
tiro por la espalda podría volarle el brazo o peor. Kyuhyun no podía permitirse
ahora mismo el quedar incapacitado. Especialmente no cuando eso quería decir
que su sangre sería derramada, el aroma atrayendo a cada demonio Saesang en
millas a la redonda, dejando a Sungmin desprotegido.
No iba a suceder.
Movió a Sungmin tras de sí y alzó las manos.
—Tranquilo, ahora —dijo él—. No voy a lastimarlo.
—Sunji, vuelve aquí —le ordenó Hodong.
—Estoy bien —le dijo Sungmin—. De veras. Estaré bien.
—Sólo
llamaremos al sheriff y dejaremos que él solucione esto —le dijo Hodong—. Nos
cercioraremos que aquí, tu galán, no tiene ninguna desagradable historia.
Envolver
a la policía humana sólo iba a hacer las cosas más sucias. Y, ciertamente, no
tenía tiempo para sentarse en prisión mientras las hojas de su marca de vida se
marchitaban y morían.
—Tenemos un poquito de prisa —dijo Kyuhyun.
Hodong se estiró a por el teléfono, ni una sola vez apartó los
ojos de Kyuhyun.
—Siento oír eso.
—No lo hagas, Hodong —dijo Sungmin—. Sólo déjalo ir.
—Él es un tipo enorme, Sunji. No me gusta la idea de que estés
solo con él.
—No voy
a hacerle daño —dijo Kyuhyun a través de los apretados dientes—. Moriría antes
que dejar que le sucediera algo.
—Yo quiero
estar a solas con él —la empática declaración de Sungmin hizo cantar el corazón
de Kyuhyun.
No estaba seguro de si era eso lo que él quería decir o si
estaba actuando por Hodong, pero de todas formas, a él le valía.
—¿Estás seguro? —preguntó Hodong.
Sungmin
le dio a Kyuhyun un duro empujón, haciéndolo a un lado, de modo que pudiera
pasar frente a él. Kyuhyun apenas mantuvo sus manos para sí mismo. Entonces vio
el tatuaje de un lobo sobre el hombro de Sungmin y se calmó instantáneamente
por la sorpresa. Lianas y estilizadas hojas empezaban en el punto donde había
colocado su marca de sangre sobre su bíceps derecho y ascendía por su brazo y
sobre su hombro. El lobo observaba fijamente desde el follaje, mirándole
directamente por debajo de la tira de su camiseta.
Kyuhyun
había visto su reflejo en el espejo las suficientes veces para reconocer sus
propios ojos cuando los veía.
Era
extraño verlos en la calavera de un animal —igual que algún bizarro tipo de
cazador. Lo que era incluso más extraño era el hecho de que Sungmin se marcara
permanentemente a sí mismo con alguna
imagen que le recordaba a él. La última vez que lo había visto, había intentado
matarle.
Le
gustaba pensar que las pocas conversaciones que habían tenido por teléfono
desde entonces le habían convencido de dejar sus violentos impulsos, pero
estaba seguro de no haber sido tan dulce hablando como para algo como eso.
—Estoy seguro, Hodong —dijo Sungmin—. Solo déjanos ir en paz.
No te molestaremos más.
Ahora
era Sungmin el que hablaba. Quería besarlo por desarmar la situación antes de
que pudiera extenderse y complicar las cosas aún más.
Infiernos, quería besarlo, constantemente.
Desafortunadamente,
eso tendría que esperar hasta que lo sacara de allí. Al menos, hasta que lo
tuviera en su camioneta.
—¿Tienes mi número de teléfono? —le preguntó Hodong a Sungmin.
—Sí.
—Úsalo. Llámame si me necesitas. Estaré aquí toda la noche.
—Gracias, Hodong. Siento lo del suelo. Quédate lo que me debes.
Los ojos de Hodong se entrecerraron y miró con ceño a Kyuhyun.
—Suenas como si no fueras a volver.
Sungmin
miró a Kyuhyu y hubo una profunda tristeza oscureciendo sus ojos. Quería hacerlo
a un lado, destruirle de modo que no pudiera volver a acecharlo nunca más. El
problema era, que estaba convencido de que la mayoría de esa tristeza era de
alguna manera culpa suya.
—No lo haré. Adiós —dijo Sungmin, entonces condujo a Kyuhyun a
través de la puerta internándose en la noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario