Deseoso de sentir por fin sus
caricias, Jinyoung moldeó su cuerpo contra el de su esposo. Se rendía a él y Jaebum
lo abrazó con más fuerza aún.
Lo besó repetidamente en las mejillas
y en el cuello después de volver a centrarse en su boca.
La cabaña y la cama en la que estaban
tendidos comenzaron a dar vueltas con cada caricia y cada urgente beso. Deslizó
por su espalda la mano para sujetarlo aún más cerca de su cuerpo.
Hasta ese momento, no se había dado
cuenta de hasta qué punto deseaba a ese hombre ni cuánto necesitaba recuperar
su amor. Se le hizo un nudo en la garganta. Llevaba demasiado tiempo
conteniendo las lágrimas y el alivio de tenerlo de nuevo entre sus brazos era
demasiado grande como para soportarlo. Había llegado a perder la ilusión de
volver a verlo. Pero sus plegarias habían sido contestadas y estaba de nuevo
con él. A pesar de que no se creía merecedor de tal bendición.
Pero no quería pensar en eso, intentó
contener las lágrimas.
Jaebum dejó de besarlo y lo miró a los
ojos. Había notado que estaba disgustado.
Él se puso en pie y fue hasta la mesa.
—Venid a comer.
Se sentó en la cama.
—No deseo comer nada. Os deseo a vos.
Jaebum levantó las cejas un segundo al
oírlo, pero después tomó la bolsa de piel.
—Venid a la mesa y comamos.
Su tono no dejaba lugar a dudas. Era
una orden.
Avergonzado, se puso en pie y fue
hasta allí. Se sentó al extremo opuesto del banco.
Jaebum lo tomó por la cintura y lo
atrajo hacia sí sin decir nada. Después cortó un pedazo de queso y otro de pan
y se los entregó.
—Comed.
El negó con la cabeza.
—De verdad, no tengo hambre.
Estaba tan nervioso que creía que era
mejor que no comiera nada. Jaebum hizo pequeños pedazos con el pan, tomo uno y
lo miró.
—Abrid la boca.
—Pero no...
Jaebum aprovechó que estaba hablando
para meterle un trocito de pan en la boca.
No podía escupirlo, él le miraba con
seriedad. Así que se lo comió.
Se dio cuenta entonces de que la
comida parecía ayudarle a calmar el estómago, así que tomó otro pedazo de pan y
algo de queso.
Él parecía aliviado de que estuviera
comiendo y se dispuso a sacar el resto de la comida. Además de pan y queso,
había fruta y pescado ahumado. Suficientes viandas para dos días.
Descubrió que se le daba muy bien
planificar las cosas cuando vio que sacaba de la cómoda dos copas y un pellejo
de vino. Debía de haberlos colocado allí otro día. Volvió a su lado y siguieron
comiendo en silencio.
Cuando terminaron, Jaebum encendió un
fuego en el brasero y se sentó en el gran sillón. Jinyoung dejó las manos sobre
su regazo e intentó ignorar los latidos de su corazón.
—Venid aquí.
Levantó la cabeza y le miró.
—Estoy bien, gracias —repuso.
No entendía por qué se sentía de
repente tan tímido. No tenía miedo, pero se sentía algo humillado y confuso,
porque no sabía qué iba a pasar.
Se estremeció al oírle maldecir.
Jaebum se levantó entonces y fue a
donde estaba él. Lo tomó de la mano. Volvió a sentarse y lo colocó sobre su
regazo.
—Jinyoung, ¿qué es lo que os pasa?
No podía explicarle por qué quería
echarse a llorar ni qué significaban las emociones que se agolpaban en su
pecho. No podía explicárselo porque ni él mismo lo entendía.
—No lo sé.
—¿Es que no queréis estar a solas
conmigo?
Lo miró a los ojos.
—Jaebum... No he soñado con otra cosa
desde hace años.
Él tomó su cabeza y la apoyó sobre su
torso.
—Entonces, decidme por qué os
comportáis de repente con tanta timidez.
—Os he echado tanto de menos.
—Pero ya he vuelto a casa.
—Sí. Habéis vuelto a casa y me siento
a veces tan aliviado que es abrumador...
Jaebum lo besó brevemente en los
labios.
—Yo también quisiera sentirme
aliviado, pero de otra manera... Quisiera aliviar mi deseo.
Le lamió los labios con la punta de la
lengua. No pudo evitar estremecerse. Pequeñas llamas de deseo se encendieron
por todo su cuerpo.
Jaebum acarició su pierna,
deteniéndose en la parte de detrás de las rodillas. El gimió al sentirlo.
Después de tantos años, estaba claro que Jaebum no se había olvidado de nada y
aún sabía dónde tocarlo para que se derritiera entre sus brazos.
Las caricias continuaron hacia arriba,
su cuerpo reaccionaba a las caricias de su esposo como siempre lo había hecho.
Se giró hacia él y presionó su pecho
contra el torso de Jaebum, tenía que sentirlo más cerca aún. Quería fundirse con
él, ser uno con su esposo.
Jaebum bajó de nuevo hasta sus
rodillas, después volvió a subir, esa vez acariciando la sensible cara interna
de sus muslos.
No pudo evitar gemir de placer porque
él lo besó entonces con renovada pasión. Todo su cuerpo estaba encendido y un
húmedo calor se había instalado entre sus piernas.
Se dio cuenta de que sólo Jaebum podía
hacerle perder el control de esa manera. Nadie más, ningún otro hombre...
Se le encogió el corazón. Sin pensar
en lo que hacía, dejó de agarrar sus hombros y su boca se detuvo.
Jaebum también se quedó parado.
Levantó después la cabeza y lo miró.
—¿Qué demonios os ocurre? —le preguntó
con frustración.
—No puedo... —murmuró apartando la
mirada.
—¿No podéis qué? Sois mi esposo. ¿Qué
es lo que no podéis hacer?
—Yo...
Pero no sabía cómo explicar la
culpabilidad que sentía.
Jaebum lo ayudó a ponerse en pie.
—Jinyoung, os prometeré algo. No
pienso salir de aquí hasta que dejemos algunas cosas claras. No me importa si
tardamos una eternidad en conseguirlo.
Se puso en pie y sirvió más vino. Le
entregó una de las copas.
—¿Qué es lo que ocurre?
El tomó un largo trago de la bebida.
Esperaba que le ayudara a calmarse.
—Vuestras caricias son celestiales.
Vuestros besos me dejan sin respiración. Pero hay algo... Hay algo que me hace
sentir que esto está mal...
—¿Mal? —repitió Jaebum dejando su copa
en la mesa—. Será mejor que os expliquéis
—Siento... Siento que ése no es mi
lugar, que mi lugar no es entre vuestros brazos.
—¿Cuál es entonces vuestro lugar? ¿Los
brazos de otro hombre, quizá? —preguntó Jaebum acercándose amenazadoramente
hacia él.
—¡No! —exclamó dando un paso atrás—.
¡Por supuesto que no!
Jaebum alargó la mano y le acarició el
cuello. Se estremeció al sentirlo.
—Me da la impresión de que vuestro
cuerpo no está de acuerdo con vuestra mente —le dijo él.
Antes de que pudiera contestarle, Jaebum
lo abrazó con fuerza, enredó los dedos en su cabello y echó hacia atrás su
cabeza.
—Voy a haceros mío, Jinyoung. Lo
quiero todo —le advirtió antes de besarlo con fuerza—. Pero si lo único que
puedo tener es vuestro cuerpo, lo aceptaré.
Le dio miedo que lo tomara a la fuerza
y luchó para apartarse de él.
—¡No, Jaebum, no, por favor!
—Entonces, decidme que es lo que os
está dominando.
—¡La culpabilidad! —gritó —. ¡La
culpabilidad es lo que me domina!
Jaebum abrió mucho los ojos y soltó su
cabello.
—¿De qué os sentís culpable?
No entendía por qué le preguntaba algo
así, por qué se hacía el tonto.
—De haberme comportado como un
cualquiera cuando no estabais.
Sintió cómo se tensaba el cuerpo de Jaebum
y lo abrazaba aún más fuerte. Después lo soltó y se alejó.
Lo miró con atención. Una vena le
temblaba en la sien, estaba furioso. Se le hizo un nudo en la garganta al darse
cuenta de que Jaebum sabía que le había mentido.
Se movió para alejarse de él, pero
éste agarró su muñeca.
—No os mováis.
—Jaebum, ¿podréis perdonarme algún
día?
—No.
Su respuesta lo desarmó. Tuvo que
controlarse para no romper a llorar en ese instante. Cruzó las manos sobre el
pecho y agachó la cabeza. Creía que si él no podía perdonarle, lo suyo no podía
tener futuro.
Jaebum sabía que tenía que explicarle
su respuesta. La verdad era que no creía tener que perdonar las acciones de Jinyoung
mientras él había estado ausente. Se había creído viudo.
Le soltó la muñeca y acarició su
delicada mejilla. Pero Jinyoung apartó la cara. Había pasado mucho tiempo
planeando ese día y no había pensado que las cosas fueran a ocurrir de esa
manera.
Había creído que Jinyoung se alegraría
de poder pasar tiempo a solas con él. Pero había usado a la comadrona y al bebé
como excusas para no ir con él.
Eso le había dolido tanto como sus
mentiras. Pensó que quizá hubiera sido fallo de él al ordenárselo como lo hizo.
Pero no le dejó otra opción al rechazar su invitación.
Había estado deseando poder hacerle el
amor a su esposo después de tantos años. Había creído que también él lo
querría, pero algún demonio escondido en su alma había conseguido paralizarlo.
Creía que su matrimonio no tendría
futuro si continuaban como hasta la fecha. Y ninguno de los dos quería seguir
así. Decidió que tenía que conseguir que Jinyoung se enfrentara a esos demonios
y tenía que hacerlo ya.
—Jinyoung —le dijo mientras esperaba a
que lo mirara—. No podré perdonarte nunca por haberme mentido. Pero no hay nada
más que perdonar.
Él suspiró y no se le pasó por alto el
temblor en su respiración.
—¿Qué queréis que os diga? Lo que
él...
—¡No! —lo interrumpió él colocando un
dedo sobre sus suaves labios—. No quiero saber nada de él. Ni tampoco lo que
hicisteis. Ni dónde. Nada, no quiero saber nada. Pensabais que había muerto, no
hicisteis nada malo.
Jinyoung se quedó callado.
—Pero quiero saber por qué creísteis
que debíais mentirme. Vos no sois así. ¿Es que creíais que iba a tragarme la
historia que me contasteis? Si os sentís culpable ahora mismo es por haberme
mentido, no por lo que hicisteis, ¿no es así?
El negó con la cabeza.
—No.
—¿Cómo? ¿No os sentís culpable de
haberme mentido?
—Sí. ¡No! Lo que quiero decir...
—comenzó él con frustración—. Sí, siento haberos mentido y la culpabilidad está
consumiéndome. Pero también estoy avergonzado por lo que hice. Yo he provocado
esta situación y no puedo cambiarla.
«Culpabilidad y vergüenza», reflexionó
él. Conocía muy bien lo duro que era vivir con esas dos sensaciones en el
interior de uno. Se apartó de él y fue hasta la mesa.
—No sabéis lo que es sentirse culpable
y avergonzado. Tampoco sabéis lo duro que es vivir con lo que uno ha hecho.
Jinyoung lo miró mientras él se servía
más vino.
—Si os sentís culpable es porque
decidisteis arriesgar nuestro futuro con algo tan simple como una mentira que
no necesitabais. Si os sentís avergonzado es por un pecado del que podéis ser
absuelto. De hecho, si el hermano Daniel está en lo cierto, ya habéis pagado
vuestra penitencia y vuestro pecado ha quedado absuelto.
Jinyoung abrió sorprendido los ojos.
—No sé de qué os sorprendéis. Conozco
al clérigo de toda la vida y se lo cuenta casi todo al señor de Goyang —le dijo
antes de beber un poco más de vino—. Pero no temáis, no me ha comentado lo que
le confesasteis, sino que lo hicisteis.
—Pero ni siquiera él sabe toda la
verdad —repuso.
Vio cómo respiraba profundamente y
soltaba después el aire poco a poco. Necesitaba saber qué ocultaba aquél joven,
qué secretos lo asustaban tanto.
—Jaebum, rompí mis votos. Ignoré el
juramento que hice ante vos, vuestros padres y los míos —dijo con voz
temblorosa—. Ésa es la vergüenza que quería esconder de vos. No quería que
supierais que vuestro esposo no se merece ser el joven señor de Goyang.
Le miró con dureza. No creía lo que le
estaba diciendo.
—Jinyoung, ese juramento lo hicisteis
frente a mí y nuestros padres. Y también ante la gente de Goyang.
—Eso lo sé mejor que nadie.
—Entonces, también sabréis que los
habitantes de Goyang siguen viéndoos como el joven señor de este feudo y os
siguen respetando.
—Pero, ¿cómo pueden hacerlo?
—¡Por todos los santos, hombre! Me ha
costado Dios y ayuda conseguir que sigan mis órdenes en vez de las vuestras.
Jinyoung se sonrojó al escucharlo.
—Vos no rompisteis ninguna promesa.
Todo el mundo pensaba que había muerto —insistió él.
—Estuve a punto de entregar vuestro
feudo y vuestros siervos a otra persona. ¿No lo entendéis? —repuso él dándole
la espalda—. Casi me prometí a él, Jaebum. Si eso no es romper un juramento...
Jaebum lamentó no tener con él una
espada. Abrió la puerta y llamó a uno de los guardias. Cuando llegó a la cabaña
el hombre, le quitó el arma. Después se volvió hacia su esposo.
—¡Arrodillaos!
Jinyoung se puso pálido.
—No voy a mataros. ¡Arrodillaos!
Jinyoung hizo lo que le pedía. Se
colocó de pie frente a él y colocó la punta de la espada sobre su hombro. Le repitió
entonces las mismas palabras que su propio padre les había dicho el día de su
boda.
—A partir de este momento, os hago
responsable de la seguridad y bienestar de Goyang y sus gentes. ¿Aceptáis el
cargo?
Jinyoung asintió con la cabeza.
—Levantaos entonces, joven lord de Goyang,
y llevad ese juramento en vuestro corazón.
Le devolvió la espada a su guardia y
cerró la puerta.
—¿Creéis que así puedo librarme de mi
vergüenza?
—Puede que no, pero ahora los dos
estamos seguros de que no tendremos que volver a preocuparnos por ello.
Tomó un trozo de pan de la mesa y se
lo metió en la boca. Lo observó mientras comía, pensando en si debía decirle o
no lo que era sentirse culpable y avergonzado.
—¿En qué estáis pensando? —le preguntó
Jinyoung.
No pudo evitar sonreír. Estaba claro
que aún había algo entre ellos, aún sabían cuando el otro estaba preocupado por
algo. Decidió que quizá conseguiría atenuar su culpabilidad contándole lo que
le había pasado a él.
—Vuestro pecado ha sido absuelto sin
muchos problemas. Pero los míos me llevarán directamente al infierno.
—¿Qué? —dijo acercándose a su lado—.
¿Qué podríais haber hecho para pensar así?
Jinyoung hablaba con incredulidad,
como si lo conociera bien y no lo creyera capaz de maldad. Pero él había
cambiado mucho. Sabía que nunca se habría desposado con el hombre en el que se
había convertido. No quería que pensara mal de él, pero tenía que decirle la verdad
antes de llevárselo al lecho. Quería que decidiese libremente si quería seguir
siendo su esposo.
—No es fácil perdonar al que mata a
otros por entretenimiento —le dijo mientras pensaba en decenas de cuerpos
ensangrentados.
Jinyoung acarició con ternura su
brazo.
—Jaebum, hicisteis lo que os obligaban
a hacer. No sois responsable de ello.
Se apartó de él y se puso en pie.
—Sólo me obligaron al principio.
—Jaebum, no lo entiendo —comentó
confundido—. ¿Es que no estuvisteis cautivo durante todos esos años?
No sabía cómo explicarle todo aquello.
Al principio había sido forzado a asesinar, después se convirtió en una forma
de ganarse la vida.
—Sí —le contestó—. Pero cuando uno se
acostumbra a hacer algo una y otra vez, deja de ver lo horrible que es. Al cabo
de un tiempo, asesinar se convierte en algo común y cotidiano.
Había aprendido a separarse de sus
acciones y a matar sin pensar en lo que estaba haciendo. Había llegado a ser
una tarea que había conseguido dar sentido a su vida. No era más que un arma, como
una espada o una lanza.
—No —repuso él—. Jaebum, sois mi
esposo y os conozco bien. No puedo... Sé que no disfrutasteis matando —añadió
con convicción.
—Puede que no disfrutara, pero ya no
tenían que obligarme a latigazos.
Vio la mueca de dolor de Jinyoung al
escuchar sus crudas palabras.
—Pero sobrevivisteis. Eso es todo lo
que importa. Ya no sois ese hombre. Esos años forman parte del pasado y no
volverán. No penséis en ello, erais un prisionero...
Jinyoung no sabía que muchas noches no
podía dormir por culpa de las pesadillas y que subía al torreón y contemplaba
la oscura noche para librarse de esas imágenes.
—¿Que no piense en ello? ¿Que lo
olvide? ¿Pensáis que es fácil ignorar los demonios que llenan mi alma?
—Pero esos demonios desaparecerán con
el tiempo.
—Puede que sí. Pero, mientras tanto,
¿qué sugerís que haga para no perder la cabeza?
—Seguir haciendo lo que habéis estado
haciendo hasta la fecha —repuso Jinyoung alargando la mano y acariciando sus
machacados nudillos—. No estoy ciego. Al principio me dio miedo, pero he visto
que golpear sin control los postes de entrenamiento es algo que os calma.
—Supongo que es mejor machacar un
pedazo de madera que a una persona.
—¿Es que teméis herir a alguien de Goyang?
Apartó la vista, no podía mirarlo a la
cara.
—Sí.
No lo temía, era algo que le
horrorizaba y le quitaba el sueño.
—Pero, Jaebum, no tenéis por qué
sentiros así. No sois un hombre de temperamento explosivo o descontrolado.
Todos en Goyang os aprecian y quieren. Ese cariño será suficiente para acabar
con los demonios de vuestra alma.
Jinyoung parecía estar muy segura de
ello y a él también le hubiera gustado estarlo.
—Es un esperanzador deseo, pero eso es
todo. No sé si algo podrá acabar con esa maldad.
Él miró hacia su cintura.
—¿Es por eso por lo que ya no vais
armado? ¿Porque teméis dar mal uso a las armas?
—Sí. No sabía que os habíais dado
cuenta.
—¿Cómo no iba a percatarme de que todo
un conde pasea por su feudo sin arma cuando sus siervos llevan siempre consigo
sus espadas? Claro que me he dado cuenta. Pero siempre os protegen los
guardias, así que no me preocupó que anduvierais desarmado.
—¿No os preocupó? Igual que no os
preocupó mentirme, ¿no?
Jinyoung dio la vuelta a la mesa y se
detuvo frente a él. Dejó la mano en su torso.
—Temía que creyerais que ya no os
merecía y temía haceros daño, Jaebum.
Sus ojos consiguieron que le creyera.
Creía que le decía la verdad.
—¿Temíais hacerme daño?
—Sí. No quería que pensarais que no
podíais confiar en vuestro esposo.
Le levantó la barbilla con un dedo.
—Creíais que estaba muerto —repitió
una vez más—. Sólo hicisteis lo que os pareció necesario.
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