—Lo siento, mi señor. He hecho todo lo
que he podido.
Durante un doloroso segundo, creyó que
la comadrona le decía que su hijo había muerto, pero Doyoung tosió entonces y él
se echó a llorar.
Le dijo a la comadrona que se
retirara. Estaba claro que necesitaba descansar un poco. Desnudó al pequeño.
Estaba algo más colorado de lo habitual, pero no parecía tener demasiada
fiebre. La nariz estaba irritada y roja. Cuando tosía, hacía tanto esfuerzo que
todo su cuerpo se contraía.
Se colocó al pequeño sobre el hombro y
lo tapó. Comenzó a dar vueltas despacio por la habitación mientras le
acariciaba la espalda y le susurraba al oído.
Poco a poco dejó de llorar y se quedó
más tranquilo. Jaebum se acercó entonces a él para conseguir que se sentara. Él
se colocó a su lado en la cama. Sostenía en las manos un jarro y un paño. Mojó
éste en el líquido y se lo ofreció.
—¿Qué es?
—Algo de menta y salvia cocida en
agua. Sólo eso.
Pero Doyoung se negaba a chupar el
paño. Apartaba la cara continuamente y lloraba.
—Intenta entonces que beba algo de
leche —le sugirió Jaebum.
—Vuelvo en un momento —dijo poniéndose
en pie.
Y lo hizo pocos minutos después con un
cuenco vacío.
—¿Para qué es eso? —le preguntó
Jinyoung.
—Bueno, a Doyoung no le gusta el agua,
pero parece que le encanta la leche. He pensado que podríamos mezclarla en el
cuenco con un poco de la poción.
—¿Estás seguro de que le vendrá bien
para su tos?
—Sí, estoy seguro. La he usado siempre
que he estado resfriado y siempre me ha ayudado.
Suspiró mientras acariciaba el fino
pelo de su hijo. El pequeño tenía otro ataque de tos.
Le entregó el bebé a Jaebum y tomó el
cuenco. Lo llenó con leche y volvió a tomar a su hijo en brazos.
Él mezcló ambos líquidos y le ofreció
el paño de nuevo.
—¡Funciona! —exclamó sorprendido al
ver que el pequeño chupaba el paño—. ¿Cuánto deberíamos darle?
—La cuarta parte de este jarro cada
hora, más o menos —repuso Jaebum mojando de nuevo el paño.
Lo observó mientras le daba la
medicina a Doyoung. Jaebum lo hacía con mucha concentración y ternura.
Se quedó sin aliento al ver cuánto le
preocupaba el bienestar del niño. Se acercó y colocó la frente contra la de él.
—Gracias, Jaebum.
Él lo miró con confusión en sus ojos.
—No tienes nada que agradecerme. Sólo
estoy cuidando de nuestro hijo.
Oyeron entonces un sonido que los
tranquilizó. Era un suave ronquido. Lo miraron a la vez. Se había quedado
dormido.
—Va a ser un día muy largo. ¿Por qué
no te pones cómodo en la cama?
Le entregó el bebé y se desnudó hasta
quedarse sólo con las enaguas. Se tumbó entonces en la cama, sobre un montón de
almohadas.
Pero, en vez de devolverle al niño, Jaebum
se puso a dar vueltas con él por la habitación mientras le hablaba al oído.
Los observó boquiabierto. Estaba lleno
de gratitud hacia ese hombre. Se sentía por fin en paz. Una lágrima traidora se
le escapó del ojo y se la limpió rápidamente. No quería que Jaebum lo viera
llorar.
Algunos minutos después, le devolvió al
niño. Se quitó las botas y se tumbó al lado de ellos.
Suspiró al sentir cómo la abrazaba de
manera protectora. Estaba convencido de que lo peor ya había pasado. Ya eran
una familia y nada podría separarlos.
Durante los últimos días, habían
estado preocupados por la salud del niño. Desde que cayera enfermo, la noche
anterior había sido la primera que había pasado sin que lo despertaran
continuos ataques de tos.
La poción que le había preparado Jaebum
había conseguido aliviar los síntomas de la tos. Le estaría eternamente
agradecido por ello. Se estremeció al pensar en él y en los recuerdos de sus
manos y su boca explorando cada centímetro de su cuerpo.
Doyoung había dormido esa noche, pero Jaebum
y él no habían tenido tiempo para eso. Se acaloró al pensar en sus seductoras
manos y en la apasionada manera en la que había reaccionado a sus caricias.
Sacudió la cabeza para no pensar más
en ello y se concentró en el patio, cubierto de barro por culpa de la incesante
lluvia. Todos parecían más alegres últimamente. Incluso Hawise, la hija mayor
de Suzy, había vuelto a cantar y sonreír. Parecía haber superado la pérdida de
su amado.
Oyó la puerta tras él. No tenía que
girarse para ver de quién se trataba. Sabía que serían Hyorin o Jaebum.
Decididos pasos que le eran muy familiares cruzaron la estancia y se detuvieron
tras él.
No podía controlar el deseo que sentía
por ese hombre. Le bastaba con sentir su presencia para echarse a temblar.
Jaebum acarició su hombro y él se echó
hacia atrás, apoyándose en su torso.
—Pensé que no te vería hasta la hora
de la cena.
—Puedo irme si quieres —contestó
mientras lo besaba en el cuello.
A pesar de sus palabras, los actos de
su esposo reflejaban que no tenía intención de irse de allí.
—Estaba pensando en darme un baño
ahora que Doyoung duerme.
Jaebum gimió al escucharlo y comenzó a
abrirle la chaqueta del traje.
—Hyorin está ocupada con Suzy. Vas a
necesitar otra persona que te ayude.
—No me importaría que me asistieras
tú, pero claro, estás ocupado y estabas a punto de irte.
—¿Sí? —preguntó él mientras le bajaba
los pantalones.
—Así es —repuso estremeciéndose.
—Y, ¿con qué se supone que estoy
ocupado?
—Tenías que volver con tus hombres.
—¿Mis hombres? —repitió Jaebum
mientras recorría todo su cuerpo con las manos—. Hoy llueve demasiado para que
podamos hacer nada. Pero supongo que podría ir a trabajar con ellos si eso es
lo que quieres —añadió acariciándolo entre las piernas.
Cerró los ojos y se quedó sin
respiración al sentir el calor de su mano en su más íntimo rincón. Una parte
quería decirle que parara, la otra no podía esperar más.
—Jaebum...
—¿Has tomado ya una decisión, Jinyoung?
¿Quieres que me vaya al salón con los hombres?
Había olvidado por completo de qué le
estaba hablando. Sólo quería que satisficiera cuanto antes el deseo que había
encendido en él. Ni siquiera podía responderle. Seguía de espaldas a él y se
apoyó en su torso con más fuerza, necesitaba sentirlo muy cerca.
Jaebum comenzó a morderle el lóbulo de
la oreja.
Se estremeció y estuvo a punto de
perder el equilibrio. Él, para impedir que se cayera, metió una pierna entre
las suyas. Después comenzó a acariciarlo íntimamente.
—Aún no me has contestado —comentó él
burlón.
—No...
Pero no podía pensar en nada más que
en las sensaciones que estaba sintiendo. Jaebum siguió acariciándolo con los
dedos, deslizando uno en su interior. No pudo evitar comenzar a gemir. Las
caderas parecían tener vida propia y seguían el delicioso movimiento de sus
caricias.
—Supongo que eso es un no. No quieres
que me vaya...
Aceleró las caricias y aumentó la
fuerza e intensidad de las mismas.
—No grites —le susurró entonces—. No
queremos despertar a Doyoung...
Nada le importaba en ese instante. Aun
así, se mordió el labio cuando alcanzó el clímax.
Jaebum lo tomó entonces entre sus
brazos y lo besó con la misma desesperación y urgencia con las que le había
acariciado.
Jinyoung deslizó una mano entre los
dos y acarició su tensa erección.
—Ahora me toca a mí, ¿no? —sugirió.
—Bueno eso espero. No...
Pero un golpe en la puerta lo
interrumpió.
—Mi señor. Ha llegado un forastero que
pregunta por vos —dijo un criado desde fuera. Jaebum suspiró frustrado.
—¡Qué oportuno! —dijo abrazándolo de
nuevo—. Volveré pronto.
Lo besó y él respondió con ardor. Jaebum
comenzó a acariciar su espalda con sensualidad, parecía haberse olvidado de que
lo esperaban.
—Pensé que te ibas —le recordó.
Lo tomó en brazos y lo llevó hasta la
cama.
—Así es.
Rió y lo agarró para que no se fuera,
pero él apartó sus manos y fue hacia la puerta.
—Os haré pagar más tarde por esto, mi
señor —le dijo Jinyoung fingiendo estar ofendido.
—¿Es una promesa? —preguntó él con una
sonrisa.
Asintió con seguridad.
—No lo olvidaré —repuso Jaebum antes
de salir de los aposentos.
Se dejó caer entonces sobre los
almohadones con un suspiro. Esperaba que pasara pronto el día y llegara la
noche cuanto antes para poder estar de nuevo con su esposo.
—Lord Jinyoung, ¿estáis listo? —le
preguntó Hyorin entrando en el dormitorio—. Os esperan en el salón.
Besó a su hijo en la frente y se sentó
al borde de la cama.
—Cariño, ahora debo irme. Tengo que
cenar —le dijo mientras le entregaba el bebé a Hyorin—. Supongo que se dormirá
pronto. Se despertó hace ya algunas horas. Lo he bañado y acaba de comer.
—Estaremos bien, mi señor —le aseguró
la comadrona—. Que no os tengan que esperar.
El tono de Hyorin le extrañó.
—¿Por qué están esperando?
—Esperan a que bajéis para empezar a
comer.
—¿Sigue aquí el forastero que
preguntaba por Jaebum?
Hyorin ignoró su pregunta y se fue al
otro extremo de la habitación. No entendía su conducta. Pero decidió no
insistir y salió de allí. En las escaleras se dio cuenta de que algo más estaba
mal. No oía ningún ruido procedente del salón donde comían con los guardias.
Normalmente, había mucho bullicio mientras cenaban.
No pudo evitar estremecerse. Sir Taecyeon
lo esperaba al pie de las escaleras.
—¿Dónde está Jaebum?
—Está a la mesa.
—¿Qué es lo que pasa, sir Taecyeon?
—No es cosa mía hablar de eso. Dejad
que sea el señor quien os lo explique.
Sintió que Jaebum lo observaba y lo
miró. Parecía estar de un humor furibundo.
No entendía qué podía haber pasado
durante esas últimas horas.
Respiró profundamente y levantó la
barbilla.
—Acompañadme, por favor —dijo tomando
el brazo del capitán.
Éste lo llevó hasta la mesa de los
señores. No sabía por qué estaban siendo tan formales esa noche. Jaebum y él se
había acostumbrado a comer con todos en la mesa grande. Miró al hombre que
estaba sentado allí con su esposo. No lo conocía de nada.
Jaebum se levantó y le ayudó a
sentarse sin decirle nada. Le daba la impresión de que todos estaban
protegiéndolo, pero no sabía por qué ni contra qué.
—Lord Jinyoung, me alegra conoceros
—le dijo entonces el forastero—. Mi señor volverá dentro de poco. Estoy seguro
de que lamentará no haber estado aquí cuando habéis llegado vos.
Había algo en su tono de voz que le
inquietó. De manera instintiva, se acercó algo más a Jaebum. Por debajo de la
mesa, su esposo le colocó la mano en el muslo, pero no dijo nada. No entendía
por qué no hablaba.
—Parece que estoy en desventaja,
señor, porque no sé quién sois —le dijo al forastero.
—Podéis llamarme sir Cedric
—Bienvenido a Goyang, sir Cedric. ¿Qué
os trae por aquí? ¿De dónde venís?
Todos lo miraron al oír sus palabras. Jaebum
apretó con más fuerza su muslo como si quisiera calmarlo.
Pero entonces entró en el salón un
hombre que le resultaba familiar. Era un hombre que tenía el poder de destruir
todo lo que acababa de recuperar. Entendió entonces que todos se hubieran
comportado de manera tan extraña con él.
Se le revolvió el estómago y miró a
sir Taecyeon.
—¿No se le advirtió que no volviera
nunca a Goyang?
Sir Taecyeon asintió, pero no dijo
nada. Miró entonces a Jaebum, pero éste sacudió la cabeza y le dijo entre
dientes que se tranquilizara.
Sir Cedric se puso en pie al ver
llegar al hombre.
—Mi señor, supongo que recordáis al
joven lord de Goyang.
Lord Osgood de Wrenhaven, el hombre
más repugnante y horrible del mundo, lo miró y le sonrió.
—Claro que lo recuerdo. ¿Cómo podría
olvidar a mi prometido? ¿Y appa de mi hijo?
No sabía si ponerse a gritar o si asesinarlo.
La mano de Jaebum en su muslo fue lo
único que evitó que hiciera una de las dos cosas.
Lord Osgood hizo ademán de acercarse a
él, pero sir Taecyeon se interpuso en su camino. Y Jaebum lo miró mientras
señalaba con su cuchillo.
—Sentaos con vuestro hombre, Wrenhaven
—le dijo.
Jinyoung se estremeció. Sabía que las
palabras de Jaebum eran toda una amenaza de muerte y no entendía cómo ese
villano podía tener tan poco sentido común como para volver al castillo.
—Querido Jinyoung, ¿cómo está nuestro
bebé? —le preguntó el hombre mientras se sentaba al lado de Cedric—. He oído
que ha sido un niño. ¿Cómo le habéis llamado?
Jaebum se echó hacia atrás en el
respaldo, como dándole permiso con su gesto para que contestara. Tomó un pedazo
de comida de su plato y se lo llevó a la boca, que la tenía seca. No sabía qué
estaba comiendo, pero tampoco le importaba. Necesitaba tiempo para recuperar la
compostura y responder a ese cretino. Tragó y miró a Osgood.
—Nadie os ha dado permiso para usar mi
nombre de pila. Para vos, soy el joven lord de Goyang. Mi hijo está bien,
gracias por preguntar. Su padre le puso el nombre de Doyoung cuando se encargó
de bautizarlo —dijo midiendo sus palabras—. Doyoung de Goyang.
Jaebum acarició su muslo con el
pulgar, después apartó la mano.
—Querido, creo que tenemos que hablar
más de todo esto —le dijo Osgood.
—Cualquier cosa que tengáis que
hablar, lo podéis hacer conmigo —intervino Jaebum—. Y, si volvéis a tratar a mi
esposo con la misma falta de respeto, os cortaré la lengua.
No podía creerlo. No se imaginaba que
pudiera hablar así alguien que había prometido no volver a usar un arma contra
otro hombre.
Sir Taecyeon se sacó la espada de la
vaina y se dio cuenta de que Jaebum no sería el que se encargara directamente
del castigo. No le habría importado hacerlo él mismo.
Sir Cedric parecía muy nervioso, pero
Osgood se echó a reír.
—Os pido perdón, mi señor.
—Comed, Wrenhaven. Comed y salid
después de mis propiedades.
—Sí, ya mencionasteis que no podré
pasar la noche en Goyang. ¿Por qué, señor conde?
—Vuestras mentiras me ofenden,
Wrenhaven.
Notó que Jaebum subía la voz y miraba
a sus hombres. No sabía si lo hacía para que supieran lo que pensaba del
forastero o si sería alguna señal secreta.
—¿Mentiras? No os he mentido. Vuestro
esposo y yo estuvimos prometidos.
—¡No! —exclamo él golpeando el puño en
la mesa—. No. Me pedisteis que me casara con vos cuando yo creía que mi esposo
había muerto. Y contesté a vuestra oferta haciendo que sir Taecyeon y los
hombres de Goyang os acompañaran fuera de estas tierras.
Le sorprendió poder mentir con tanta
facilidad en esas circunstancias.
—¿Es esa vuestra versión de lo que
ocurrió? Mi señor, yo tengo una versión muy distinta.
—Nadie desea escuchar vuestra versión
—le dijo Jaebum fulminándolo con la mirada.
—Bueno, quizá sea una historia que el
rey encuentre interesante.
—Seguramente, le gustan las historias
como a cualquiera. ¿Queréis que os lleve ante él?
Osgood se quedó pensativo unos
segundos.
—Estoy seguro de que a la iglesia le
interesará oír mi petición.
—¿Qué petición? —preguntó Jinyoung confundido.
—Quiero recuperar a mi hijo. Exijo
compensación por la crueldad con la que lo habéis escondido de mí después de
romper nuestro compromiso.
—Doyoung no es vuestro hijo. Y no hubo
ninguna ceremonia de compromiso —repuso él mientras buscaba al hermano Daniel
con la mirada—. Nuestro clérigo puede certificar el origen de Doyoung con
documentos.
Jaebum le dio una patada en el pie. Se
imagino que había dicho algo inapropiado.
—Entonces tendré que decirle a la
iglesia que un miembro de la misma miente frente a Dios.
Cerró los ojos un instante. No era
vengativo, pero le hubiera encantado que alguien atravesara a ese hombre con su
espada y acabara por fin con su dolor.
—Si alguien miente, sois vos.
Osgood se puso en pie.
—Creo que no somos bienvenidos aquí.
Pero no penséis que no volveréis a verme. Me saldré con la mía.
Salió del salón y sir Cedric corrió
tras él.
Miró entonces a su esposo y colocó una
mano en su antebrazo.
—Jaebum...
Jaebum también se puso en pie y le
hizo una señal a sir Taecyeon para que lo siguiera.
Él también fue tras él.
—Jaebum, por favor.
Él se detuvo, pero no se giró para
mirarlo a la cara.
—¿Qué?
—Lo siento mucho, muchísimo. Nunca
pensé que él... Que...
Se puso frente a él para mirarlo a la
cara. Estaba enfadado y no lo culpaba.
—Jinyoung, sube a la habitación y
cuida de Doyoung. No tengo tiempo ahora para ocuparme de tus preocupaciones.
Tengo que asegurarme de que Wrenhaven y sus hombres salgan de mis tierras.
Sus palabras le abofetearon la cara.
El pasado había vuelto entre los dos. De momento, Osgood había conseguido minar
la confianza en la que habían fundado su matrimonio.
Se preguntó si conseguirían arreglar
de nuevo las cosas. Había tanta frialdad en el rostro de Jaebum...
Jaebum salió a la negra noche. Lo
esperaba sir Taecyeon a la puerta.
—¿Qué hacemos ahora, mi señor?
—Nos aseguramos de que Wrenhaven y los
suyos abandonen Goyang.
—No hablaba de eso.
—Sé muy bien de qué hablabas. Os
habéis vuelto tan nervioso como mi esposo. ¿Qué queréis que diga o haga? Doyoung
es mi hijo y no es un tema abierto a discusión. Se trata de mi esposo y mi hijo
y lo único que me preocupa es su seguridad. Lo mismo que debe preocuparos a
vos.
—Perdonadme —repuso el capitán.
Jaebum ignoró su disculpa. Quería
cambiar de tema.
—¿Cuántos hombres trajo Wrenhaven con
él la última vez que estuvo aquí?
—Una docena —repuso Taecyeon—.
Podríamos con ellos sin mucho problema.
—Sí, para darle a Wrenhaven la excusa
perfecta para atacar Goyang.
—Ese hombre no tiene ninguna excusa,
justa o no, para estar aquí. Sabe que no es bienvenido.
—Sí, pero fue bienvenido la primera
vez. Sólo parece recordar eso.
Sir Taecyeon se calló entonces. Oyeron
truenos en la distancia.
—Va a llover. Wrenhaven y sus hombres
no podrán ir muy lejos esta noche. Quiero que alguien los siga.
—Reuniré a algunos hombres.
—No. Vos os quedaréis aquí para
proteger a Jinyoung y a Doyoung. Yo me llevaré a tres hombres conmigo y los
seguiré.
—Pero, mi señor, estaréis
desprotegido.
—¿Con tres hombres? ¿No creéis acaso
que están bien entrenados?
—Sí, pero... —repuso el capitán
fijándose en que su señor nunca llevaba armas en su cinto.
—No necesito una espada para
protegerme. Me llevaré a Nichkhun, a Chan y a otro guardia —les dijo cuando
salieron todos.
—Llevaos a Robert, os será de ayuda.
—De acuerdo —concedió.
Robert era fuerte como un buey, pero también
ágil.
—Decidle a los demás que todas las
puertas deben estar vigiladas en todo momento. Nadie puede entrar sin mi
consentimiento.
—Sí, mi señor.
Se volvió de camino a los establos.
—Taecyeon, que vigilen a Jinyoung muy
de cerca.
—Yo mismo me encargaré de ello, mi
señor.
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