Jaebum apretó los dientes al oír las
palabras de Jinyoung. Le daban ganas de agarrarlo por los hombros y zarandearlo
hasta hacerle entender que estaba equivocado.
La ira iba tomando posesión de su
cuerpo, pero no podía dejarse llevar por ella, lo último que hubiera querido
era hacerle daño.
Se dio cuenta de que había sido un
error volver a sus aposentos tan pronto.
Respiro profundamente varias veces,
tenia que tranquilizarse.
Algo de luz se colaba por las rendijas
de los cortinajes y pudo distinguir el rostro de su esposo.
Tenía los ojos cerrados y apretados,
como si no quisiera ver cómo reaccionaba ante sus palabras. A pesar del gesto,
seguía siendo precioso. A pesar de la ira y las mentiras, deseaba abrazarlo más
que nada en el mundo.
Por las conversaciones que había
tenido con los aldeanos de Goyang, había llegado a la conclusión de que Jinyoung
debió de confiar en aquel grupo de forasteros más de lo que debería haber
hecho. Era una persona de honor que defendía con orgullo sus votos y sus
responsabilidades. Sabía que nunca habría obrado como decía.
No sólo era una persona capaz de
dirigir un feudo con firmeza y sabiduría, sino que también podía leer,
escribir, hacer cuentas y hablar tres idiomas. De haber sido necesario, Jinyoung
de Goyang estaba preparado para tratar con el rey de Inglaterra o Francia. Y no
carecía tampoco de la sencillez para conversar con el más inculto de los
campesinos.
No podía creer que, con lo inteligente
que era, Jinyoung pensara que iba a creerse lo que decía de él mismo. Acababa
de darle otra oportunidad de decirle la verdad y no la había querido
aprovechar.
—¿A quién estáis protegiendo, Jinyoung?
—A nadie. No hay nadie a quien
proteger —repuso sin abrir los ojos.
Creía sus palabras. Si esos forasteros
lo habían convencido para hacer algo, habría sido aprovechándose de la lealtad
de su esposo hacia Goyang. Se había quejado de cómo había dirigido el feudo en
su ausencia, pero no lo había dicho en serio. Jinyoung no había ignorado sus
responsabilidades.
—Si podéis afirmar de forma tan
descarada que sois un cualquiera delante del hombre al que jurasteis lealtad,
¿por qué os cuesta tanto que lo sepa la gente?
La mueca de desagrado que hizo Jinyoung
al escucharlo le confirmó lo que ya sabía, que le estaba mintiendo.
—Ya os he dicho que sois libre de
decírselo a todos.
—Si hubierais tomado en serio vuestras
responsabilidades, ya lo habríais hecho vos.
—¿Es eso en todo lo que podéis pensar?
—replicó abriendo los ojos por fin—. ¿En mi compromiso con Goyang?
Le gustó comprobar que podía conseguir
enfadarlo.
—¿Qué otra cosa teníais, Jinyoung?
Además de vuestra responsabilidad con la gente de Goyang, ¿qué más teníais?
—En un tiempo, tuve vuestro...
Se detuvo antes de terminar la frase,
como si las palabras se le hubieran atragantado en la garganta.
—¿Teníais mi qué?
—¿Por qué estáis aquí? —preguntó a
modo de respuesta.
Le molestaba que no le contestara a
sus preguntas, pero en ese momento estaba tan cansado que apenas podía pensar.
Y eso que él no era alguien que se
rindiera fácilmente. Él le había declarado la guerra y estaba dispuesto a
conquistar de nuevo su corazón. Él, en cambio, estaba convencido de que el
primero en caer sería el corazón de Jinyoung.
Se recostó en la cama y se estiró.
—Jinyoung, ¿es que no os habían dicho
nunca que conviene tener al enemigo cerca para poder vigilarlo?
El se quedó callado unos instantes.
—¿Es que soy vuestro enemigo?
Estuvo a punto de replicarle con
ironía, pero el tono de Jinyoung reflejaba gran preocupación y no quiso
confundirla más aún.
Se tumbó de lado y de espaldas a él.
—Sólo se puede declarar la guerra al
que es enemigo de uno, ¿no es así?
Jinyoung se dio media vuelta y
acarició el lado de la cama en el que Jaebum había estado tumbado. Acababa de
levantarse y las sábanas aún estaban calientes. Se había pasado la noche
pendiente de su suave y rítmica respiración.
Y cuando Jaebum se levantó esa mañana,
fingió estar aún dormido.
Él se había vestido y después se
acercó a su cama y le contempló durante largo rato. Antes de alejarse, se había
inclinado sobre él y le había besado ligeramente en los labios.
«¿De verdad me considera su enemigo?»,
pensó mientras se tocaba la boca.
Si Jaebum besaba a sus enemigos,
decidió que quizá hubiera sido buena idea declararle la guerra como lo había
hecho. Ese beso, aunque breve, había sido mucho mejor que su conversación de la
noche anterior.
Estaba furioso y le tentaba la idea de
decirle la verdad. De un modo u otro, Jaebum ya pensaba que había sido
irresponsable en lo que se refería a Goyang.
Jaebum afirmaba que no sentía nada por
él, pero era poco creíble. Le había sorprendido cuánto se había enfadado al
saber que no había ido a la iglesia durante meses.
Él le había hablado de las
responsabilidades que tenía con su dominio, pero Jinyoung quería más. Creía que
había más cosas en la vida que servir a Goyang. Quería ser amado y que lo
quisiera por quién era, no por cómo gobernaba aquel feudo.
Sabía que a sus padres les disgustaría
ver que pensaba así. No lo habían educado para que se consumiera por el amor de
un hombre.
—Joven Jinyoung —lo llamó Hyorin desde
el otro lado de las cortinas de la cama—. ¿Estáis despierto?
—Sí —repuso sentándose—. ¿Has visto a
Hawise desde que Marcus fue despedido como guardia?
Le preocupaba la hija de Suzy. La
joven estaba muy enamorada del guardia y sabía por experiencia lo fuerte que
era el primer amor.
—Sí, está destrozada. Pero es joven,
lo superará.
—Yo no estaría tan seguro —murmuró.
Jinyoung no había conseguido olvidarse
de Jaebum y sabía sin duda alguna que nunca dejaría de amarlo.
—¿Se ha despertado ya Doyoung?
—preguntó levantándose.
—Sí. Vestíos y os traeré al bebé.
Se puso rápidamente la ropa, estaba
deseando ver a su hijo.
Por las ventanas entraba un luminoso y
cálido sol. Abrió las hojas de madera y colocó su silla cerca para dejar que el
clima primaveral le levantara el ánimo.
Hyorin llegó con Doyoung y el pequeño.
Suspiró aliviado. Le gustaba estar a solas con su hijo. Sentía tanta alegría
con él en brazos que conseguía casi disipar la preocupación que tenía por su
futuro. Porque sabía que su única posibilidad de ser feliz pasaba por conseguir
reconquistar el corazón de su esposo.
Acarició con la mejilla la cabecita de
su pequeño. Cerró los ojos y le susurró.
—Te prometo que siempre serás querido.
Hagas lo que hagas y por muchos errores que cometas, siempre te querré.
Jaebum se quedó sin respiración. La
visión de su esposo y el niño compartiendo un momento tan tierno había
conseguido detenerlo en el umbral de la puerta.
Pero estuvo a punto de deshacerse al
oír la promesa de Jinyoung, una promesa que él no debería estar escuchando. Un
montón de emociones se agolpaban en su corazón. Tragó saliva para controlarse y
no decir nada de lo que pudiera después arrepentirse.
Golpeó con los nudillos la puerta para
anunciar su llegada.
Jinyoung se giró hacia allí.
—Buenos días.
Entró en los aposentos algo más
tranquilo.
—La despensa está vacía, así que voy a
salir a cazar con alguno de los hombres.
—¿Cuánto tiempo pasaréis fuera? —le preguntó
palideciendo.
Sabía en lo que estaba pensando. La
última vez que había salido de Goyang, había estado fuera durante siete años.
Posó una mano en su frágil hombro para
tranquilizarlo.
—Estaré con hombres armados, Jinyoung.
Volveré a tiempo para asistir a la misa del domingo.
Jinyoung se quedó callado un instante
y después asintió.
—Asistiremos a vuestro lado —le
prometió él.
—Me agradaría que lo hicierais. Pero
si no estáis preparado para ir a la iglesia, intentaré entenderlo.
Jinyoung lo miró a los ojos y,
lentamente, su boca formó una sonrisa.
—Gracias, Jaebum.
Se inclinó y lo besó en la mejilla.
Después acarició la cabeza de Doyoung.
—Cuidad de él mientras esté fuera —le
pidió—. Y también cuidaros vos.
Fue hacia la puerta y lo miró una vez
más antes de salir.
—No me gustaría prepararme para la
batalla y descubrir después que mi enemigo no tiene la fuerza necesaria como
para combatir —añadió antes de salir.
Jinyoung no tuvo que darse la vuelta
para saber que la gente lo miraba. Podía sentir sus miradas clavadas en él.
Sabía que iba a ocurrir. Después de todo, se había pasado seis meses sin ir a
la iglesia.
Algunos lo miraban con curiosidad.
Otros se sentían aliviados de que el joven señor de Goyang hubiera vuelto a la
iglesia en compañía de su esposo. Pero algunas miradas, las menos, eran oscuras
y malintencionadas. Esas consiguieron estremecerle.
Tal y como le había prometido, Jaebum
había regresado de cazar a tiempo para asistir a la misa del domingo. Le había
esperado a la puerta de la capilla y, después de que el hermano Daniel dijera
un salmo y le salpicara con agua bendita, lo había acompañado hasta el altar.
El clérigo les daba en ese momento la
bendición. Él la recibió de rodillas mientras Jaebum, en pie, sujetaba a Doyoung
en sus brazos. Esa no era su obligación, pero le agradecía en el alma que
mostrara públicamente y de esa manera que lo apoyaba.
Lo que más trabajo le estaba costando
era ignorar su presencia. Jaebum acababa de bañarse y olía a sándalo. Era un
aroma que identificaba con él y que había echado mucho de menos.
Sólo tenía ojos para él, el resto del
mundo desapareció a su alrededor. No entendía cómo se le podía haber pasado por
alto hasta entonces lo anchas que eran sus espaldas y cómo se marcaban sus
músculos bajo la ropa. Ni entendía que no se hubiera fijado antes ni tampoco
por qué tenía que hacerlo en ese preciso momento, durante el tiempo de oración
en la iglesia.
Jaebum siempre había sido alto, pero
había cambiado y lo notaba más erguido. Echaba los hombros hacia atrás y
llevaba la cabeza más alta, como si estuviera preparado en todo momento para
enfrentarse con un oponente. Y no mantenía la mirada fija en un punto, sino en
varios a la vez. Era un hombre acostumbrado a estar siempre en alerta. Era algo
de lo que se beneficiaría Goyang y sus gentes, pero también un aviso para sus
enemigos. Y él, al ocultarle la verdad como lo hacía, podía contarse entre
ellos.
No pudo evitar estremecerse pensando
en ello. Sacudió la cabeza e intento concentrarse en la misa, pero no podía
atender a las palabras del hermano Daniel. Era demasiado tentador estar sentado
al lado de Jaebum, con sus brazos y muslos tocándose.
Ya había terminado el tiempo de espera
después del alumbramiento y había llegado el momento de entregarse por completo
a la reconquista de su corazón. Pensó que la mejor manera de comenzar la guerra
era atacando el cuerpo de Jaebum.
Había pasado demasiado tiempo sin
poder gozar de las manos de su esposo en su cuerpo. Se sonrojó pensando en
tantos momentos compartidos. Apretó los ojos para intentar borrar esas imágenes
de su cerebro.
—¿Tenéis demasiado calor?
Las palabras susurradas por Jaebum en
su oído no hicieron sino acrecentar su acaloramiento. Y estuvo a punto de dar
un salto cuando sintió su mano en el muslo. Lo miró de reojo y vio que Jaebum
tenía la mirada fija en él. Era una mirada de comprensión. Parecía saber muy
bien qué le pasaba a su esposo y en qué estaba pensando.
Apartó la pierna y Jaebum hizo lo
mismo con su mano sin poder ocultar una sonrisa.
Se esforzó por concentrarse en el
servicio y no dejar que sus pensamientos volaran libremente.
Colocó las manos en el regazo y se
clavó las uñas para controlarse. Esperaba que terminara la misa antes de que
tuviera que hacerse sangre.
El servicio se le hizo eterno. Al
final, Jaebum y el resto de la gente se pusieron en pie. Le dolían las manos
después de tanto tiempo clavándose las uñas. Se levantó también y siguió al
hermano Daniel hasta la salida de la iglesia.
En cuanto se vieron fuera, Jaebum le
entregó al niño.
—Dad de comer a Doyoung y esperadme
después en el vestíbulo —le dijo él.
Le sorprendieron sus palabras.
—¿Por qué? ¿Qué planes tenéis?
Jaebum se inclinó hacia él.
—Ha llegado la hora de que hablemos
sin que haya nadie más presente —le susurró.
Llevaba un tiempo temiendo que él
supiera que le había mentido. Y había sabido que, tarde o temprano, iba a
llegar ese día.
—¿No sería más fácil seguir adelante
desde ahora?
—No —replicó él mientras cubría con la
mano su mejilla—. ¿Vais a salir corriendo ahora? ¿Es así cómo esperáis ganar la
guerra que me habéis declarado?
Apoyó la cara en su mano, deleitándose
en la sensación de tener la mano de Jaebum sobre su piel. Después se apartó.
—No tengo miedo —mintió.
Intentó pensar en alguna excusa para
no tener que hablar con él.
—Lo cierto es que no sé qué planes
tiene Hyorin. Creo que me comentó que iba a visitar a su hermana. No creo que
pueda quedarse con Doyoung.
—Ya he hablado con Hyorin. Su plan
para hoy es pasar el día con el pequeño —repuso Jaebum.
—Sí, pero...
—No os he pedido que os encontréis
conmigo en el vestíbulo —lo interrumpió él mientras le miraba con el ceño
fruncido—. O estáis allí como os he dicho o iré a buscaros.
El tono de sus palabras le dejó
boquiabierto. No le gustaba que le diese órdenes. Se dio media vuelta y comenzó
a andar bruscamente hacia el castillo. Pero con eso sólo consiguió despertar a Doyoung.
El llanto del bebé era un reflejo de la misma ira que crecía en su interior.
No podía creer que le hubiera hablado
como lo hizo, pero recordó que Jaebum era el señor de Goyang y de todos los que
allí vivían, incluido él mismo.
Era algo en lo que nunca había
pensado, nunca le había molestado. Hasta ese día, nunca se le había ocurrido
cuestionar el orden de las cosas, pero le había dolido recibir órdenes después
de pasarse siete años como cabeza del feudo.
Llegó a sus aposentos. El niño seguía
llorando. Se sentó en un sillón y cerró los ojos. Respiró profundamente para
intentar calmarse, pero Doyoung seguía llorando.
Los dos se calmaron cuando el pequeño
comenzó a alimentarse.
Pensó mientras tanto en lo que podía
significar hablar con Jaebum. La experiencia le decía que sólo podían ocurrir
tres cosas. Jaebum hablaría sólo y estaría fuera de sí mientras él intentaba
intervenir. O quizá se quedara callado sin abrir la boca mientras él daba
explicaciones. La tercera opción era que los dos se comportaran de manera tan
comunicativa como dos piedras.
Ninguna de las tres opciones era
positiva. Esperaba no tener que admitir que había mentido ni decirle tampoco la
verdad. Ya no le preocupaba demasiado que lo echara del feudo o que alejara a Doyoung
de allí. No creía que Jaebum fuera a ser capaz de algo así, pero el corazón de
ese hombre seguía estando fuera de su alcance.
Creía que la verdad sólo conseguiría
debilitar aún más su matrimonio.
Soñaba con que llegara el día en el
que pudiera mirarlo a los ojos y admitir lo que había pasado sin miedo a perder
lo que habían compartido.
Hyorin entró en el dormitorio
interrumpiendo sus pensamientos.
—El señor os está esperando —le
anunció mientras se disponía a tomar al niño en brazos—. Será mejor que bajéis.
Miró a la comadrona sin soltar al niño.
—Iré cuando esté listo.
—Pero lord Jaebum...
—Puede esperar.
La mujer lo miró conmocionada y él
acabó por rendirse y dejarle al pequeño.
Se puso en pie y se recompuso el traje
antes de ir hacia la puerta.
—No sé cuánto tiempo tardaré en
volver.
—Bueno, el señor quiere...
Elevó una mano para detener las
palabras de la comadrona.
—Sé muy bien lo que quiere. Necesitaré
más que suerte para superar este momento y que esta noche aún durmamos juntos
en esa cama.
Salió antes de que la comadrona
pudiera contestarle. Bajó las escaleras y vio que Jaebum ya lo esperaba en el
vestíbulo con el ceño fruncido. Se acercó a él despacio y mirándolo a los ojos.
No quería que se diera cuenta de que estaba asustado.
Pasó a su lado un criado con una gran
bolsa de cuero. Le entregó el paquete a Jaebum y se fue corriendo.
—¿Qué tenéis ahí? —le preguntó
señalando la bolsa.
—Comida —repuso Jaebum.
—¿Adonde vamos a ir para que tengáis
que traer comida?
—Estaremos lejos del castillo —le
contestó él mientras le señalaba la puerta de salida—. Necesitamos estar solos.
Lo último que quería era estar a solas
con él. Se quedó un momento pensativo. Se dio cuenta de que, por otro lado, no
estaría de más estar los dos solos. Podría ser un encuentro muy fructífero si
conseguía quitarle de la cabeza que necesitaban hablar.
No quería discutir sobre el pasado.
Sabía que con eso sólo conseguirían hacerse aún más daño.
Pero había otras maneras de
comunicarse para las que no hacía falta hablar.
Lo siguió de cerca mientras salían del
castillo y se encaminaban hacia los verdes campos.
—¿Pretendéis que estemos fuera tanto
tiempo como para necesitar comida?
—Puede que sí.
—Pero, ¿y Doyoung?
—Hyorin cuidará de él, si es necesario,
podrá encontrar alguien que le ayude.
Sus palabras consiguieron detenerlo.
—¡No!
Era algo común tener a alguien que
ayudara, pero él no quería que su hijo estuviera con otra persona. Sabía que
estaba siendo irracional, pero no podía con el nerviosismo de estar a solas con
Jaebum.
—¿No? —repitió él girándose para
mirarlo.
—No. No voy a permitir que mi hijo
esté con otra persona.
Vio cómo se oscurecía la expresión de
su cara.
—Nuestro hijo —le corrigió mientras se
acercaba a él—. ¿No creéis que ya es hora de que lo reconozcáis así?
Le hablaba con tono enfadado, casi
ofendido. Y no entendía por qué le sorprendía algo así. La verdad era que Jaebum
había cumplido las responsabilidades que se esperaban de cualquier padre. O
incluso más.
—No quería decir nada con esas
palabras —repuso mientras colocaba una mano en su torso—. Sólo ha sido una
manera de hablar, Jaebum.
Él se giró sin abrir la boca y siguió
andando hacia el bosque. Jinyoung lo seguía, pero cuando vio que giraba a la
izquierda por un pequeño camino, se quedó sin aliento. Supo entonces a dónde se
dirigían.
La primera vez que lo había llevado a
esa pequeña cabaña había sido la misma noche de su boda. Allí pasaron las
siguientes cinco noches, sin hacer nada más que comer, dormir y amarse.
Después de eso, aunque todos habían
sabido dónde se encontraban, ése había sido siempre su lugar secreto. Era un
sitio al que siempre podían ir cuando querían estar solos y olvidarse por un
tiempo de sus obligaciones y responsabilidades.
Sólo había estado allí una vez durante
los largos años de su ausencia. Todo estaba igual. Era una pequeña casa con
tres ventanas, una cama a un lado de la única sala, una cómoda, una mesa, un
banco y un mullido asiento. En el medio había un brasero metálico para calentar
la estancia aunque casi nunca necesitaron encenderlo.
La cabaña estaba igual, pero le
resultó tan fría que apenas pudo soportarlo. Pasó allí tres días y tres noches.
Después, sir Taecyeon y Hyorin habían
ido a buscarlo y se lo habían llevado de vuelta a Goyang. No había vuelto desde
entonces.
Algunos meses antes, Nichkhun le había
dicho que la cabaña estaba en mal estado y él le dijo que la derribara. Pero
esa idea le había disgustado tanto que cambió de opinión y decidió no hacer
nada al respecto, dejar que se destruyera poco a poco.
—Jaebum —dijo agarrándolo para que lo
mirara—. ¿De verdad creéis que esto es una buena idea?
Tiró de él y lo llevó hasta el claro
del bosque. Vio que algunas cañas de la techumbre eran muy nuevas. Estaba claro
que había sido reparada hacía poco tiempo.
También habían cortado la maleza y
arbustos que habían crecido a su alrededor. Cerca de la cabaña había restos de
un fuego reciente.
Se le detuvo el pulso al darse cuenta
de lo que pasaba.
—No fuisteis a cazar.
—No, no lo hicimos —admitió él.
—Habíais planeado todo esto.
Intentó parecer más enfadado de lo que
estaba. Jaebum creía haber ganado esa batalla.
Los recuerdos de lo que ese sitio
significaba para ellos llenaron su cabeza. Echaba tanto de menos ese tiempo de
felicidad.
No podía creerse que Jaebum hubiera
hecho todo eso para los dos. Estaba temblando y apenas podía respirar.
Pero no le gustaba en absoluto que él
lo conociera tan bien como para estar seguro de su reacción.
Se dio media vuelta y fue de nuevo
hacia el camino. Decidió que, si Jaebum quería de verdad hablar con él, tendría
que seguirlo hasta Goyang. No iba a dejar que lo coaccionara para que admitiera
la verdad usando contra él los recuerdos que habitaban en esa cabaña del bosque.
Pero, en vez de ir tras él o llamarlo
para que se detuviera, oyó cómo Jaebum silbaba. Fueron tres sonidos cortos y
agudos que rompieron la calma del bosque. Dos guardias aparecieron de repente
entre los árboles y le cortaron el paso.
En vez de usar guardias que lo
conocían bien, Jaebum había elegido a dos hombres con los que apenas había
tratado. Estaba seguro de que lo había hecho a propósito. Los fulminó con la
mirada.
—Dejadme pasar.
El más grande de los dos sacudió la
cabeza.
—Lo siento, mi señor, tenemos órdenes.
—Y yo os he estoy dando nuevas
órdenes. Dejadme pasar —gruñó de nuevo.
Los guardias reaccionaron poniéndose
aún más firmes y mirando, por encima de su cabeza, al señor de Goyang.
Se giró para mirar también a Jaebum.
—Decidles que me dejen pasar.
Él, a modo de respuesta, abrió la
puerta de la cabaña, dejó dentro la bolsa de cuero y señaló el interior con la
mano.
—Jinyoung, no hagáis que todo esto sea
más difícil de lo que ya lo es.
Sabía que Jaebum no iría más lejos. No
creía que fuera a avergonzarlo delante de sus siervos.
—No —replicó cruzándose de brazos—. Me
vuelvo a Goyang.
Por lo visto, ya no conocía a su
esposo tan bien como creía.
—Muy bien —repuso con media sonrisa.
Después asintió hacia uno de los
guardias.
Éste agarró su cintura y lo levantó
con facilidad. No podía creerse que uno de los guardias de Goyang se atreviera
a tocarlo.
La sorpresa fue sustituida pronto con
ira y frustración. Se agitó entre sus brazos para zafarse de él.
—¡Suéltame ahora mismo! ¡He dicho que
me sueltes!
Pero el guardia lo ignoró y no lo dejó
en el suelo hasta llevarlo frente a Jaebum. En cuanto lo hizo, él se volvió
rápidamente y con la mano en alto para golpear al descarado guardia. Pero Jaebum
lo agarró por la muñeca antes de que pudiera hacerlo.
—Ese hombre sólo estaba cumpliendo
órdenes. Dirigid vuestra rabia contra mí —le dijo él.
Eso era lo que quería hacer, pero Jaebum
seguía sujetando su brazo.
—Si un guardia vuelve a tocarme de
nuevo... Que Dios me ayude, pero lo despedazaré con su propia espada.
Los dos guardias se alejaron unos
pasos de allí. Jaebum no pudo evitar sonreír.
—Lo tendré en cuenta.
El corazón le latía con tal fuerza en
los oídos que apenas podía pensar con claridad.
—Nunca en mi vida me habían maltratado
así.
—¿Maltratado? —repitió él mirándolo de
arriba abajo—. No parecéis herido. Puede que estéis enfadado, pero no herido.
—Yo...
—Descalzaos.
Su orden lo dejó sin palabras.
—¿Cómo habéis dicho?
—Los botines, quitáoslos.
Miró a su alrededor con confusión
—Estamos en medio del bosque. ¿Por
qué...? ¿Por qué tengo que descalzarme?
Una sonrisa iluminó todo su rostro.
—Veo que sois listo. Sin zapatos, no
podréis escapar del bosque, ¿verdad?
No era tan tonto como Jaebum creía. No
pensaba descalzarse.
—No lo haré.
Jaebum se encogió de hombros y, de
forma inesperada, lo tomó en brazos y colocó sobre su hombro.
—Entonces, tendré que hacerlo yo —le
dijo mientras miraba a los guardias—. Podéis retiraros.
No tuvo tiempo de protestar. Jaebum lo
llevó a cuestas hasta la cabaña y le dio una patada a la puerta para cerrarla
por dentro.
—Jaebum, no hagáis esto.
—Ni siquiera he empezado —replicó él
dejándolo de golpe sobre la cama.
Se incorporó en cuanto lo dejó allí,
pero sus palabras lo detuvieron.
—No os mováis.
Su tono de voz lo dejó helado. Se
tragó su enfado y cerró los ojos.
No entendía qué había hecho para
provocar la ira de su esposo. Pero no le costó encontrar la respuesta. Había
cometido adulterio y le había mentido. Creía que era normal que lo tratara así.
—Un buen comandante siempre ha de
estar un paso por delante de su enemigo en todo momento. Sobre todo si tiene la
intención de ganar la guerra.
—¿Es eso lo que esto es para vos?
—preguntó con un escalofrío.
Sintió cómo se hundía el colchón y
sintió el calor de Jaebum a su lado.
—Si es eso lo que creéis, es que
habéis perdido la razón.
Se preparó para abrir los ojos y ver
su rostro dominado por la ira y el odio. Respiró profundamente y lo miró.
En la mirada de Jaebum no había ira. Tampoco
odio. Su rostro transmitía deseo. Algo que había echado en falta durante
demasiado tiempo.
Nervioso y algo titubeante, rodeó el
cuello de Jaebum con sus brazos.
—Ya no sé qué es lo que creo.
Él se tumbó a su lado y lo abrazó.
—Por ahora, sólo me importa que creáis
en esto.
Y lo besó con fuerza.
No era un beso tierno ni tampoco
violento. Pero era firme y atrapó por completo sus sentidos. Tal y como había
pensado, no siempre eran necesarias las palabras para conseguir comunicarse.
En ese instante, los besos y caricias
de Jaebum eran todo lo que necesitaba.
No era tan ingenuo como para creer que
había amor en la manera en la que acariciaba su cuello y mordía sus labios.
Pero sabía lo suficiente de ese hombre como para darse cuenta de que apenas
podía contener la pasión que crecía en su interior.
No era todo lo que quería, pero
decidió que quizá aquello fuera un buen comienzo.
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