Jinyoung no sabía si sus acciones
meses atrás habían sido las necesarias o si, simplemente, había actuado sin
pensar.
—No estoy tan seguro de ello, Jaebum.
Pero sé que temía vuestra reacción. Pensé que me echaríais de vuestro lado. O
algo peor...
—Pero entonces no sabíais que lucho
para apaciguar los demonios de mi interior, ¿y aun así, temíais que abusara de
vos con mis propias manos?
—Me avergüenza reconocerlo, pero sí,
lo temía.
—Bueno, no os avergoncéis de haberlo
temido —le dijo él abrazándolo—. Porque lo cierto es que me gustaría abusar de
vos.
Jaebum lo besó en el cuello y
consiguió que se estremeciera.
—Abusar de vos hasta que pidáis más
—añadió él con picardía.
Agarró sus hombros para sujetarse, le
temblaban las rodillas.
—No podéis pedir nada hasta que os
desvistáis —repuso Jaebum mientras comenzaba a desvestirlo.
A pesar de la ropa, las caricias de Jaebum
estaban consiguiendo acelerarle el pulso.
—Pero...
—¿Pero qué? Si teméis cambiar otra vez
de opinión, no penséis más.
Eso era exactamente lo que temía. No
sabía cómo reaccionaría si volvía a apartarse de él avergonzado. Jaebum tiró de
su cabello para conseguir que lo mirara a la cara.
—¿Me deseáis?
El aliento se le quedó atrapado en la
garganta al ver su apasionada expresión. Lo abrazó entonces y aplastó su pecho
contra el torso de su esposo.
—Sí, sí...
—¿Estáis seguro? —le preguntó mientras
lo besaba en las mejillas y la mandíbula—. ¿No sólo esta noche sino el resto de
nuestros días?
—Estamos casados, Jaebum. Ya hice un
juramento un día y prometí que os dedicaría toda mi vida. Eso no cambiará
nunca.
Se puso de puntillas y buscó su boca
para besarlo.
—Sí, os deseo.
Jaebum separó sus labios con la
lengua, llevaba mucho tiempo soñando con besarlo así. Lo agarraba como si la
vida se le fuera en ello, aferraba la túnica de su esposo para no caer al
suelo. No tenía ninguna duda. Lo deseaba más que nunca. Lo necesitaba más que la
comida para vivir o el aire para respirar.
Jaebum gimió y se apartó de él.
—No habrá vuelta atrás, Jinyoung. Así
que debo preguntaros de nuevo. ¿Estáis seguro?
—Sí, estoy seguro.
Bajó la cabeza y le susurró con una
voz que consiguió que se estremeciera:
—No hay vuelta atrás...
Su aliento le acarició la piel
desnuda. Hacía algo de fresco en la cabaña y se le endurecieron los pezones
casi al instante, pero Jaebum evitó que se enfriara acariciándolo con sus
cálidas manos.
No podía creerse que ese hombre que tenía
el poder de dominar su deseo con sólo una caricia, temiese perder el control y
hacer daño a alguien.
Estaba convencido de que Jaebum se
equivocaba. Se equivocaba y mucho.
Jinyoung deslizó los dedos entre el
pelo de Jaebum. Era increíble sentir su piel contra la suya. Dejó de besarlo un
segundo y bajó las manos por su torso hasta dar con su cinturón.
—Vos también debéis desnudaros —le
dijo mientras intentaba desabrochar la hebilla.
Jaebum apartó sus manos y se quitó con
agilidad el cinto. Después se deshizo de la túnica y la camisa. De una patada,
se descalzó y después volvió a abrazarlo.
—¿Está mejor así?
Su voz, cargada de sensualidad y
lujuria, lo desarmó por completo. Estaba fuera de control y en llamas. Se moría
por estar con él.
Pero lo que le quitó por completo el
aliento fue sentir su torso desnudo contra su pecho. Estaba más fuerte y
musculoso que nunca. Apoyó en su fornido torso la mejilla y suspiró satisfecho.
Creía que no podía haber mejor lugar en el mundo que entre los brazos de su
esposo.
Podía sentir los fuertes latidos de su
corazón contra la cara. Eso le trajo recuerdos de sus primeros años de
matrimonio. Lo rodeó con los brazos y acarició su espalda. No le costó
distinguir sus numerosas cicatrices y dibujarlas con los dedos.
No quería ni pensar en cuánto había
sufrido Jaebum durante esos años. Estaba decidido a que se olvidara de ese
terrible pasado y no pensara más en ello.
Jaebum comenzó a acariciarle su erecto
pezón. Mientras lo hacía, se concentró en besarle el cuello y un lugar especialmente
sensible tras la oreja. Se dio cuenta de que su marido tenía mejor memoria de
lo que pensaba. Siempre se derretía cuando lo besaba allí.
El deseo lo estaba consumiendo y se
concentraba todo en una fuerte sensación eléctrica alrededor de su vientre.
Llevaba demasiado tiempo sin experimentar algo así, una urgencia tan profunda
provocada por el deseo. Lo necesitaba. Lo necesitaba y tenía que ser pronto.
Lo deseaba con desesperación y no
quería prolongar por más tiempo las preliminares del juego amoroso. Tenían toda
la vida por delante para ese tipo de cosas. Creía que podrían entretenerse con
caricias y besos en otras ocasiones. En ese momento, tenía muy claro que lo
quería todo.
Metió las manos entre los dos y tomó
el cordel que ataba los calzones de Jaebum. Tuvo suerte y no le costó
desatarlo. La última prenda que los separaba cayó al instante a sus pies.
Le faltó tiempo para acariciar su
miembro, erecto como un mástil. Le susurró casi sin dejar de besarlo.
—Por favor, Jaebum, no puedo esperar
más...
Él gimió al escucharle, lo tomó en sus
brazos y cruzó en tres pasos la única habitación de la cabaña hasta llegar al
lecho. Cayeron encima de manera algo torpe y él lo abrazó con fuerza, rodeando
sus caderas con las piernas.
—Esto no es lo que había planeado
—murmuró Jaebum con voz entrecortada.
Él se apoyó sobre sus antebrazos y lo
miró con gesto con preocupado.
—¿Estáis seguro? Podríamos ir más
despacio.
A modo de respuesta, acarició su
miembro y lo colocó entre sus piernas. Cruzó los pies a la altura de los
tobillos en una especie de sensual candado. Sabía que no necesitaba decir o
hacer nada más, que Jaebum no iba a detenerse ni cambiar de opinión. Su esposo
lo besó de nuevo y se deslizó en su interior. No pudo sofocar un grito. Estaba
en el cielo y Jaebum también gimió con fuerza. Encajaban a la perfección.
No hacían el amor con suavidad ni
ternura. Había desesperación en sus movimientos. Jaebum reclamaba con fuerza su
cuerpo y embestía contra sus caderas. Y él recibía cada sacudida con
complacencia.
Le acarició la espalda, húmeda ya por
el sudor. Inhaló profundamente, disfrutando del aroma de su hombre. Los
recuerdos con los que había sobrevivido durante siete años eran mucho más
pobres que la realidad. No tenía nada que ver con sus remembranzas.
Cerró los ojos para disfrutar más del
momento. Una explosión de colores llenaba su universo. Le besó entre el cuello
y el hombro y mordisqueó su piel, deleitándose con el delicioso sabor
ligeramente salado de su esposo.
Jaebum metió la mano entre los dos y
buscó su centro de placer, acariciándole de manera diestra con su pulgar. Se
arqueó al sentir su íntima caricia, no podía controlarse.
Sintió continuas olas de placer contra
su cuerpo, hasta llegar el estallido final, las estrellas y la potente luz. No
pudo evitar gritar, estaba sumergido en un increíble mundo de sensaciones,
viviendo cosas que hacía mucho tiempo que no experimentaba.
Sintió entonces cómo el cuerpo de Jaebum
se tensaba y se deshacía casi al mismo tiempo con un potente y casi animal
aullido.
Se quedaron exhaustos y unidos unos
segundos. Tardó en conseguir que su aliento volviera a la normalidad. Cuando lo
hizo, aflojó las piernas y dejó que cayeran sobre el colchón. Jaebum se dejó
caer encima de él. Recibió feliz el peso de su cuerpo. Eso le recordó todo lo
que había echado en falta durante esos años perdidos.
No pudo evitar que las lágrimas
salieran de sus ojos. No entendía qué le pasaba.
Jaebum tomó su cara entre las manos y
lo besó. Fue un beso largo y lento que contenía más amor que pasión. Ese gesto
no hizo sino conseguir que derramara más lágrimas.
Él se detuvo entonces. Se apoyó en los
antebrazos y le limpió una mejilla con la mano.
—¿Qué es lo que ocurre?
—No lo sé —repuso negando con la
cabeza.
—¿Te he hecho daño?
—No —contestó con una sonrisa al ver
que tuteaba de nuevo—. No, claro que no.
—Me alegro. No me gustaría que los dos
estuviéramos sufriendo.
—¿Sufriendo? —preguntó preocupado.
—Bueno, creo que debes de tener algo
de mi carne bajo tus uñas.
Aliviado, recordó que le había arañado
la espalda en repetidas ocasiones y no pudo evitar sonrojarse.
—Lo siento. Intentaré controlarme algo
más de ahora en adelante.
—No —contestó Jaebum riendo—. Por
favor, no te reprimas por mí.
Sonrió al escuchar sus bromas.
—Así está mejor —comentó él besando
sus húmedas mejillas—. Yo también te he echado de menos, Jinyoung.
No dejaba de sorprenderle lo bien que
le conocía. Sabía en cada momento lo que estaba pensando.
Lo abrazó con ternura.
—Hasta este momento, no había sido
consciente de hasta qué punto te había echado de menos —le dijo con sinceridad
y la voz cargada de emoción.
Jaebum se incorporó y se tumbó a su
lado, boca arriba sobre la cama. Después lo abrazó y atrajo hacia sí. Con una
mano acariciaba su espalda y con la otra su pelo.
—Lo sé.
Le avergonzaba que le hubiera visto
llorar.
—Llevas casi dos meses en casa. No
entiendo por qué es precisamente ahora cuando estoy sintiendo este dolor.
—Bueno, los dos hemos pasado las
últimas semanas ocupados con otras responsabilidades. Tú has estado enfermo y
después has tenido que cuidar de Doyoung. Y yo tenía mucho trabajo atrasado con
Goyang.
—Sí, supongo que tienes razón. Te has
convertido en un hombre muy sabio.
—¿Sabio? ¿Yo? No es eso. Pero supongo
que he aprendido mucho sobre mí durante estos años. Y sé también que conviene
escuchar y reflexionar antes de tomar decisiones.
—Así estarías más seguro, ¿no?
—A veces. Pero, en este caso, no he
necesitado pensar demasiado. Está claro que ninguno de los dos hemos tenido
tiempo para ver cuánto hemos perdido.
Estaban cara a cara. Casi tocándose a
la altura de la nariz.
—Hasta hoy, no hemos tenido la
oportunidad de enfrentarnos a nuestro pasado y a nuestro futuro —le dijo Jaebum
besándolo en la frente—. Jinyoung, lo que me preocuparía sería que no lloraras
por nosotros y todo lo que nos ha pasado.
—Creo que tengo suficientes lágrimas
para los dos —repuso llorando de nuevo.
Jaebum se rió al escucharlo.
El sonido era claro y alegre. Su
corazón se llenó de alegría. Era como si hubieran vuelto al pasado, siempre entre
risas y bromas.
Se colocó encima de él.
—¿Crees que lo que he dicho es
gracioso?
Jaebum lo miró con los ojos
entornados. La mirada lo dejó sin aliento. Movió contra él las caderas y se dio
cuenta de que no estaba enfadado con él, sino excitado. Era una mirada de
deseo.
Y su propio cuerpo no tardó en
responder de la misma manera. Se incorporó y se sentó a horcajadas de su
esposo. Después levantó las manos y se miró con teatralidad las uñas.
—¿Te apetece perder un poco más de
carne? —le sugirió con picardía.
Jaebum agarró con fuerza sus caderas
antes de contestar.
—Creo que podría aguantar más
arañazos...
Se levantó sobre él y bajó despacio,
dejando que su erección se deslizara en su interior. La sensación de rodearlo
de esa manera era increíble. Y Jaebum, acariciándole con sensualidad los
pechos, no hacía sino acrecentar las sensaciones. No pudo evitar gemir.
Le parecía increíble que, después de
tanto tiempo, sus cuerpos tuvieran memoria y respondieran mutuamente como lo
estaban haciendo. No le costaba recordar dónde tocarlo ni qué hacer para
conseguir aumentar su disfrute. Pensó que, aunque hubieran estado separados por
toda la eternidad, sus cuerpos aún recordarían esos momentos de placer.
Eran el uno para el otro. Estaba
convencido de ello.
Los primeros años de matrimonio habían
sido maravillosos, pero aquello... Aquello que estaba viviendo en ese instante
era mucho mejor. Estaba en el paraíso.
Ya no era tan tímido o inexperto como
de recién casado.
Estuvo a punto de perder el sentido
cuando él comenzó a acariciar el lugar secreto donde se concentraba su placer.
Era demasiado.
No podía dejar de estremecerse, creía
que iba a derretirse de puro placer. Estaba al borde del precipicio, no podía
dejar de agitar sus caderas contra Jaebum.
—Por favor... —le suplicó.
Sin aparente esfuerzo, Jaebum lo
levantó y, antes de que tuviera tiempo de tumbarse boca arriba sobre la cama, Jaebum
se puso de rodillas tras él y se deslizó en su interior. La fuerza con la que
lo hizo consiguió que también quedara erguido de rodillas sobre la cama. Jaebum
lo abrazó. Estaban pegados el uno al otro. Parecía saber exactamente cómo hacer
que enloqueciera. Y lo hizo muy pronto, cayendo hacia delante sobre la cama. Se
apoyó sobre sus antebrazos y, muy pocos segundos después, Jaebum también
explotó con un aullido feroz y se dejó caer sobre él.
—¡Dios mío! —murmuró entre risas.
Jaebum le apartó el pelo del cuello y
lo besó allí.
—Jinyoung, vas a acabar conmigo si
seguimos así.
—Sí, pero al menos morirás feliz.
—Eres un mozo muy descarado —le dijo
él mientras le daba un azote en el trasero y se echaba a su lado.
—Tal y como te gusta —repuso
sonriendo.
Estaba demasiado cansado para moverse.
Jaebum sacó las mantas de debajo de su
cuerpo inerte y los tapó a los dos. Después se acurrucó contra él y lo besó en
el hombro.
—Así es... Ahora, duérmete.
—¡Mi señor!
Jaebum se despertó de golpe al oír las
voces y los golpes de Nichkhun contra la puerta de la cabaña.
—¡Lord Goyang!
—Un momento —contestó.
Jinyoung también se incorporó con un
gemido.
—¿Quién es?
—Es Nichkhun —le contestó él mientras
acariciaba en la oscuridad su hombro—. Iré a ver qué quiere. Vuelve a dormirte.
Los golpes siguieron con más fuerza.
Apartó las mantas y se puso en pie. Se vistió rápidamente y fue a abrir la
puerta.
—¿Qué pasa?
Nichkhun estaba frente a él con una
antorcha en la mano. Parecía muy nervioso.
—Se trata del niño.
Interrumpió al hombre y se lo llevó
lejos de la puerta, cerrando tras él para que Jinyoung no los oyera.
—¿Qué le pasa?
—Está enfermo. No para de toser ni de
moverse de manera muy agitado. No conseguimos calmarlo y no ha querido tomar
nada.
—¿No le han dado de comer?
—No desde anoche, mi señor —repuso el
guardia.
Maldijo entre dientes. Estaba
convencido de que Jinyoung iba a matarlo.
—¿Qué han hecho con él?
—Hyorin ha intentado que el bebé
tomara una de sus pociones medicinales, pero no ha tenido suerte. Por eso me
enviaron a buscaros.
—¿De qué medicina se trata? ¿Lo sabes?
—No, sólo sé que apesta.
Tomó la antorcha de Nichkhun y
encendió otra para quedársela.
—Volved a Goyang. Decidle a Hyorin que
hierva menta y salvia verde en un poco de agua.
—Sí, mi señor —le dijo Nichkhun
mientras le entregaba una bolsa—. Son los botines del señor.
—Muy bien. Preparad dos caballos para
que estén listos, saldremos dentro de poco —repuso él tomando la bolsa.
Después respiró profundamente y entró
en la cabaña de nuevo.
—Jinyoung, despierta. Tenemos que
regresar a Goyang —le dijo mientras sacudía su hombro.
—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó con
el ceño fruncido.
Le hubiera encantado que esas horas
pasadas juntos no tuvieran que terminar de esa manera. Hubiera preferido seguir
allí con él y hacerle el amor una y otra vez, pero había algo más importante.
—Se trata de Doyoung.
El gritó asustado y se levantó de un
salto. Fue a abrazarlo, tenía que conseguir que se tranquilizara.
—Jinyoung, no es nada. El pequeño
necesita veros calmado, no asustado.
—¿Calmado? —repitió apartándose de él
y recogiendo sus ropas del suelo—. Dime qué le pasa.
Dejó los botines de Jinyoung sobre la
cama y se vistió mientras le contestaba.
—Nichkhun ha dicho que tose y está
intranquilo.
—Pero, ¿cómo ha podido pasar? Ayer
estaba bien...
—No le he preguntado.
—¿Quién le ha dado de comer?
Apretó la mandíbula. Sabía que iba a
estar furioso.
—El pequeño no ha podido comer.
—¿Qué? —exclamó irritado—. Hyorin
cuidará de él. —añadió Jinyoung repitiendo con sarcasmo lo que él le había
contado el día anterior para convencerlo de que saliera del castillo.
Se imaginó que se lo merecía, pero era
el momento de tranquilizarlo.
—Es un niño fuerte, Jinyoung. Le he
dicho a Nichkhun que le prepare un brebaje para la tos. Y dejará de estar
intranquilo en cuanto esté en tus brazos. Ya lo verás.
Jinyoung se puso en pie, ya vestido, y
fue hasta la puerta. Lo miró con el ceño fruncido.
—Espero, por tu bien, que sea así —le
dijo de manera amenazadora.
Sus palabras le recordaron lo entregado
que era. Jinyoung se daba a todo con intensidad. Ya fuera haciendo el amor o
cuidando de su pequeño.
Salió corriendo de allí.
—Jinyoung, es normal que estés
preocupado, pero tienes que intentar llegar a Goyang sano y salvo —le gritó
para que se detuviera.
—¿Preocupado? ¿Por qué iba a estar
preocupado? Hyorin se iba a encargar de todo, ¿no?
—Deja de hablarme de esa manera. Nadie
podría haber sabido que Doyoung iba a enfermar.
—Puede que no, pero si hubiera estado
allí...
—Si hubieras estado allí, estaría
tosiendo de todas formas. Eso no habría cambiado nada.
—Pero habría tomado medidas en cuanto
hubiera notado alguna señal de que no estaba bien.
—Seguro que Hyorin también lo hizo.
Jinyoung no le contestó, siguió
andando de manera decidida hacia la fortaleza.
—No pienses nada malo hasta que veamos
cómo está de verdad. Ya sabes que Hyorin y Nichkhun se preocupan demasiado.
Puede que no sea nada.
—Rezo para que estés en lo cierto.
—Yo también —repuso él sin aliento—.
Le ordené a Nichkhun que nos dejara un par de caballos. Están aquí cerca.
Llegaron a donde estaban esperándolos
los animales. Los desataron y los montaron deprisa. Volvieron galopando al
castillo sin volver a dirigirse la palabra.
Nichkhun los esperaba en el patio.
—La cocción está lista y en vuestro
dormitorio, mi señor. Hyorin está haciendo todo lo posible por calmar al bebé.
Jinyoung bajó del caballo y corrió al
castillo. Él lo siguió y no lo alcanzó hasta llegar a la puerta de sus
aposentos.
—Respira profundamente, Jinyoung.
El hizo lo que le pedía y entonces
abrieron la puerta.
A Jinyoung le latía el corazón como si
fuera a explotarle en el pecho. Cruzó deprisa la habitación.
—¿Cómo está? —le preguntó a Hyorin.
Ésta le entregó al pequeño.
—Lo siento, mi señor. He hecho todo lo
que he podido.
Durante un doloroso segundo, creyó que
la comadrona le decía que su hijo había muerto, pero Doyoung tosió entonces y él
se echó a llorar.
Le dijo a la comadrona que se
retirara. Estaba claro que necesitaba descansar un poco. Desnudó al pequeño.
Estaba algo más colorado de lo habitual, pero no parecía tener demasiada
fiebre. La nariz estaba irritada y roja. Cuando tosía, hacía tanto esfuerzo que
todo su cuerpo se contraía.
Se colocó al pequeño sobre el hombro y
lo tapó. Comenzó a dar vueltas despacio por la habitación mientras le
acariciaba la espalda y le susurraba al oído.
Poco a poco dejó de llorar y se quedó
más tranquilo. Jaebum se acercó entonces a él para conseguir que se sentara. Él
se colocó a su lado en la cama. Sostenía en las manos un jarro y un paño. Mojó
éste en el líquido y se lo ofreció.
—Intenta que trague algo de esta
poción. Es buena para su tos y su congestión.
—¿Qué es?
—Algo de menta y salvia cocida en
agua. Sólo eso.
Pero Doyoung se negaba a chupar el
paño. Apartaba la cara continuamente y lloraba.
—Intenta entonces que beba algo de
leche —le sugirió Jaebum.
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