Jinyoung observó el bosque apoyado en
la pared exterior del castillo. La primavera había llegado por fin a Goyang y
todo estaba lleno de luz y color. Capullos verdes renacían entre las hojas
secas, llenándolo todo de vida.
Contempló los pinos, siempre verdes, y
los narcisos amarillos que ya habían florecido. Ya no ululaba el viento gélido
del invierno, sino suaves y fragantes brisas.
La naturaleza parecía reflejar una
nueva época de esperanza y comienzos en Goyang.
Se giró y miró a los hombres que
llenaban el patio. Su marido le daba la espalda. Lo había estado evitando desde
la noche que tuvo que subirlo en brazos desde el comedor. Sir Taecyeon y Nichkhun
vieron que estaba observándolos y lo saludaron con un leve movimiento de
cabeza. Chan, más expresivo, lo miró a él, después a Jaebum y se encogió de
hombros.
Daba la impresión de que ellos, sus
queridos casamenteros, tampoco sabían qué más podían hacer. El mismo también
estaba perdiendo la esperanza.
No podía dejar que las cosas siguieran
de esa forma. Se había jurado que no viviría así el resto de sus días. Había
sufrido mucho durante los siete años de separación, pero era casi peor tenerlo
allí y no poder estar a su lado.
Las primeras veces, pensó que había
sido sólo una coincidencia, pero pronto se dio cuenta de lo que pasaba.
Se había concedido una semana para
recuperar sus fuerzas. Después de ese tiempo, ya podía cuidar de sí mismo.
Había llegado el momento de forzar a Jaebum para que tomara una decisión de una
vez por todas. Le daba miedo, pero tenía que hacerlo.
Caminó de vuelta a la puerta. Iba
pegado a la pared y acariciaba con una mano las piedras. Duras e inmóviles, le
recordaban a Jaebum. Pero un cantero con talento podía tomar esas piedras y
crear algo maravilloso y bello con ellas. Con piedras se hacían ornamentadas
catedrales y castillos con bellos arcos y gárgolas.
Si un cantero podía darle tanta vida a
una piedra, pensaba que él también podría crear algo bello con su frío y
testarudo marido.
Había sentido el pulso de Jaebum
acelerándose la noche que lo llevó en brazos hasta sus aposentos. También notó
cómo titubeó al dejarlo en la cama.
Podía afirmar que era indiferente, que
no sentía nada, pero no lo creía. Sabía que Jaebum sentía algo. Podía ser ira,
no podría culparlo por ello. Quizá fuera incluso odio, pero los sabios decían
que del odio al amor no había demasiado trecho. Esperaba ser capaz de atemperar
esos sentimientos y transformarlos en amor.
Se detuvo para observar de nuevo a su
esposo. Sabía que no iba a serle fácil recuperar su amor. Le llevaría mucho
tiempo restablecer los lazos que los habían unido en el pasado. Pero tenía
tiempo de sobra.
Lo que no tenía era un plan de ataque.
Jaebum podía sentir que Jinyoung
estaba cerca. Podía percibir su mirada, su presencia. Y, de reojo, vio cómo sir
Taecyeon le hacía un gesto con la cabeza a alguien que estaba detrás de él.
Le fastidiaba darse cuenta de que sus
hombres parecían estar de parte de su esposo. Pensó que quizá había llegado el
momento de enfrentarse a ellos y hacer que dejaran de comportarse como
casamenteros.
Creía que su lealtad no servía de
nada. Le había bastado con ir varias veces a la aldea y hacer algunas preguntas
para comprender que, tanto Jinyoung como sus hombres, le habían mentido.
Los aldeanos no conocían toda la
verdad y sus versiones de la historia estaban mezcladas con sus opiniones. Pero
había averiguado lo suficiente como para darse cuenta de que Jinyoung no era el
cualquiera que afirmaba ser.
Quería saber lo que había pasado en Goyang
ese último año, pero quería que fuera él quien se lo dijera. Estaba enfadado,
celoso y dolido. Pero a veces no sabía ni con quién estaba enfadado. Aún no
sabía qué sentía por él. Quería que Jinyoung confiara en él lo suficiente como
para decirle la verdad. Y quería confiar en él antes de poder descubrir qué
sentía por ese joven.
Se concentró en el joven que estaba
entrenando en ese instante. Llevaban mucho tiempo golpeando postes. El hombre
sudaba profusamente y le temblaba el brazo de tanto esfuerzo.
—¡Detente! —le dijo bajando su vara—.
Ya es suficiente por hoy.
Miró entonces a sir Taecyeon, Nichkhun
y Chan. Los tres hombres ya se alejaban de allí.
—No tan deprisa —les gritó—. Quedaos.
Esperó a que se fueran el resto de los
hombres para hablarles.
—Agradecería que encontrarais algo
mejor que hacer con vuestro tiempo —les dijo entonces.
—¿Cómo decís, mi señor? —repuso Nichkhun.
—¿Qué queréis decir? —preguntó sir Taecyeon.
Los miró y sacudió la cabeza. Eran
hombres valiosos en el campo de batalla, pero se les daba muy mal fingir.
—¿Qué queréis decir? —repitió él—. Vos
mismos os habéis delatado con esa manera de hablar. Lo hacéis como Suzy o Hyorin.
Los tres tuvieron al menos la decencia
de ruborizarse.
—No necesito que os preocupéis por mí
o mi esposo.
—Pero sólo estábamos... —empezó Nichkhun.
—No —lo interrumpió él levantando una
mano—. Yo...
Dejó de hablar cuando vio a Jinyoung.
El lo miraba directamente a los ojos y caminaba hacia él con seguridad. El
movimiento de sus caderas lo cautivó tanto como su mirada.
—Maldición —masculló.
Había temido que llegara ese día. De
hecho, le había sorprendido que no se hubiera enfrentado antes a él.
Los tres hombres se giraron para ver
por qué había maldecido. Chan sonrió. Nichkhun intentó no hacerlo y sir Taecyeon
levantó las cejas fingiendo inocencia.
—¿Qué ibais a decir, mi señor?
—Podéis retiraros —les dijo.
Chan y Nichkhun le obedecieron de
inmediato. Sir Taecyeon lo miró antes de irse.
—Las cosas a veces no son lo que parecen,
mi señor —le dijo.
Él sabía mejor que nadie que,
tratándose de su esposo, nada era lo que parecía, pero no pudo contestarle
antes de que apareciera Jinyoung. Se quedó callado hasta que se retiró el
capitán.
Miró la vara y después a él.
—¿Estáis pensando en usar eso? —le
preguntó Jinyoung.
Él arrojó la vara al montón donde
estaba el resto del material que usaban para los entrenamientos.
—No querréis hacer esto aquí y ahora,
¿verdad?
—¿Hacer el qué, mi señor?
—Jinyoung, no os hagáis el tonto. Estoy
harto de que todo el mundo se comporte así.
El alargó la mano y la dejó sobre su
torso, en el lugar donde latía con fuerza su corazón.
—Si estoy aquí es para haceros una
advertencia —le contestó.
Su descarado comentario le dejó sin
palabras. No podía dejar de mirarlo.
—Hace tiempo, me quisisteis como yo a
vos. Podíais darme órdenes con sólo una mirada o una caricia. Y yo las cumplía
de manera voluntaria. Conseguiré volver a tener todo eso, Jaebum.
Le temblaba la voz y los ojos se le
llenaron de lágrimas, pero esas emociones no consiguieron detenerlo. Vio cómo
tragaba saliva antes de continuar.
—Cercaré vuestro corazón y destruiré
los muros que habéis levantado a vuestro alrededor para mantenerme fuera. Ya os
lo he advertido, esposo mío. No me conformaré más que con la victoria.
Sin decir nada más, Jinyoung se giró y
se alejó de allí. Él se quedó mirándolo mientras se iba. Estaba claro que su
esposo se había convertido en una persona muy valiente durante esos años.
El corazón le latía con más fuerza aún
y una extraña sensación atenazó su estómago. No estaba seguro de poder ganar
esa batalla.
Pero sacudió la cabeza para no pensar
en ello. Había luchado contra oponentes mucho más duros y había ganado. No
pensaba perder esa guerra.
Lo siguió hasta la fortaleza con
grandes zancadas. Decidió que, si quería guerra, tendría guerra. Pero no iba a
quedarse sentado y esperar que Jinyoung condujera el primer ataque.
Jinyoung miró por encima del hombro y
comenzó a andar más deprisa. Casi corría. Él le seguía de cerca como si fuera
su presa.
Entró en el castillo segundos después
que él, justo a tiempo de ver cómo sir Taecyeon le pegaba un puñetazo en la
mandíbula a Nichkhun. Antes de que pudiera detenerlos, otros cuatro hombres se
unieron a la pelea.
—¡Deteneos! —gritó.
Pero ignoraron su orden, así que se
metió entre ellos.
—¡He dicho que os detengáis!
Agarró a un nombre por el brazo y lo
sacó de allí, pero el muy tonto volvió a la pelea.
No sabía qué les podía estar pasando.
Sus hombres nunca habían peleado así entre ellos. No entendía qué podía haber
provocado esa pelea. Agarró la túnica de Taecyeon y sacó al hombre de la
contienda. Pero éste tropezó con un banco y cayó hacia atrás, rompiendo una
mesa de madera.
—¡Deteneos! —gritó de nuevo.
Esa vez sí que le obedecieron. Se
acercó a sir Taecyeon y lo levantó del suelo.
—¿Qué significa todo esto?
Todos empezaron a hablar a la vez. No
podía entender nada, así que se concentró en sus caras. Eligió al más débil de
todos. Agarró a Chan por la parte delantera de su túnica y tiró de su cuello
con fuerza. Todos se callaron de inmediato.
—Eso está mejor —dijo mirando al
joven—. ¿Qué significa esto?
Chan tragó saliva. Miró a Taecyeon y a
las escaleras. Después volvió a concentrarse en él.
—Mi señor, es que yo... sir Taecyeon...
Bueno, nosotros...
Jaebum soltó al guardia. Pensó que si
hubieran tenido una razón real para pegarse, Chan ya le habría contestado.
Sabía que, una vez más, se traían algo
entre manos. Acababa de decirles que no debían meterse en sus asuntos maritales
y parecía que habían decidido no obedecerle.
—¿Por qué no me lo explicáis vos? —le
preguntó a sir Taecyeon.
El capitán miró de reojo a las
escaleras y ese gesto fue la única respuesta que necesitaba.
No pudo evitar soltar una larga serie
de improperios.
—Ya basta. ¿Me habéis oído? ¿Me
entendéis? Ya basta. Ésta es mi fortaleza, ¡por todos los demonios! Yo soy el
conde de Goyang y él es mi esposo. Yo soy el que decido en todo lo referente a él.
La próxima vez que alguien lo ayude, tendrá que salir de este feudo.
—Mi señor, él nos pidió que os
detuviéramos —confesó sir Taecyeon agachando la cabeza.
No podía creerse lo que el capitán
acababa de decirle.
—¿Así que decidisteis ignorar mis
órdenes y meteros en un pelea que ha estado a punto de destrozar mi salón?
—Todo fue tan rápido que no pude
pensar en ninguna otra cosa.
No le extrañó entonces que Jinyoung saliera
corriendo, había necesitado tiempo para pedir ayuda a sus hombres.
—Lord Jaebum, creo que no entendéis
que...
—¡No! —lo interrumpió—. Sea lo que sea
que no entiendo, quiero que sea él quien me lo diga.
—Pero él...
—¡No! ¡Lo estáis haciendo de nuevo!
Dejad que me ocupe yo de esto.
Pensaba que sus hombres no tenían muy
buen concepto de él ni de su inteligencia. Pero no se le pasaba por alto que
algo había pasado en Goyang durante su ausencia. Eso lo tenía muy claro.
—No soy tan estúpido como pensáis —les
dijo.
Todos se quedaron mirándolo en
silencio.
—Las puertas de Goyang nunca han
estado cerradas. Nunca. Ni cuando mi padre era el conde, ni durante el tiempo
en el que lo fui yo hasta que salí de aquí hace siete años. Pero, por alguna
razón que no me han podido explicar aún, han estado cerradas durante los
últimos diez meses para que no pudiera llegar nadie de fuera.
Sir Taecyeon parecía estupefacto.
—¿Estáis sorprendido? —le preguntó al
capitán—. El señor de Goyang no necesita coaccionar a la gente de la aldea para
obtener algunas respuestas.
Nichkhun gruñó al oírlo.
—Los últimos visitantes que tuvisteis
se quedaron durante casi dos semanas. Casi catorce días. No fue sólo una noche.
Estaba claro que Jinyoung tenía que
aprender a mentir mejor. Se preguntó si habría podido descubrir sus mentiras
con la misma facilidad con la que él estaba descubriendo las de su esposo. Ese
pensamiento lo dejó sin aliento. Casi se le había olvidado lo compenetrados que
habían llegado a estar. Iba a tener que tener cuidado con esas cosas si quería
ganar esa guerra.
—La manera en la que protegéis a mi esposo...
Es obvio que algo más ocurrió en este sitio.
Uno de los hombres abrió la boca para
defenderse, pero él lo detuvo antes de que pudiera hablar.
—No, sé que teníais buenas
intenciones, pero necesito saber la verdad de su boca, no de la vuestra.
Sir Taecyeon miró a sus guardias y
después se acercó a él.
—Nos disculpamos con sinceridad, mi
señor.
—No hay nada por lo que disculparse.
No hacíais otra cosa que proteger al joven señor de Goyang, tal y como espero
que hagáis en mi ausencia. Pero ahora estoy aquí y, aunque tengáis miedo,
podéis confiar en mí, sir Taecyeon. No tenéis que protegerlo de mí. Os
agradezco vuestras atenciones hacia mi esposo, pero preferiría que eso lo
dejarais de mi cuenta.
—Sí, mi señor.
Miró la mesa que habían roto durante
la pelea.
—Ya que habéis colaborado todos en
este desastre, será mejor que lo limpiéis entre todos y arregléis pronto la
mesa.
Fue hacia las escaleras pensando en
todo lo que Jinyoung habría tenido tiempo de tramar durante el retraso que le
había producido la pelea. Al menos tenía claro que esa guerra que había
iniciado su esposo iba a ser interesante.
Se preguntó si habría cerrado por
dentro la puerta. Eso no conseguiría detenerlo si lo que quería era entrar,
pero ya había tenido que repararla una vez desde que volviera al castillo y no
creía que fuera a volver a cerrarla.
Consiguió abrirla sin problemas. Los
aposentos estaban en penumbra y bastante fríos.
Frunció el ceño. Creía que Jinyoung
debería mantener la habitación más caliente si no quería enfermar.
—¿Jinyoung?
No había nadie allí y tampoco en la
habitación de Doyoung.
Se le encogió el corazón pensando en
lo que Jinyoung podría haber hecho. Le parecía ridículo que se hubiera ido de
la fortaleza. Ésa no era manera de intentar ganar una guerra.
Iba a hacerse pronto de noche. Se dio
cuenta de que si tenía que salir a buscarlos, iba a necesitar algo más que la
fina camisa que llevaba puesta.
Maldiciendo entre dientes, fue hasta
sus aposentos para ponerse algo más abrigado. Pero, nada más entrar, se quedó
parado.
Había rescoldos encendidos en el
brasero y una pequeña mesa al lado de su sillón. En ella lo esperaban una jarra
de vino y varias bandejas con comida. La luz de un par de candelabros iluminaba
las paredes de la estancia. Miró a su alrededor y fue entonces cuando vio lo
que había en su estrecho camastro.
En vez de estar en su elegante cama
con dosel, Jinyoung estaba dormido en el camastro que él había colocado en el
suelo y en una esquina de su dormitorio.
Despacio y sin hacer ruido, se acercó
a él. Se quedó mirando a su esposo y al bebé. El cuerpo de Jinyoung se curvaba
de forma protector alrededor del niño, que estaba dormido contra su pecho.
Suspiró al ver aquella escena. Nada
sería más fácil que dejarse llevar por esa imagen y desear que todo fuera tal y
como parecía.
Pero el pasado aún los separaba. Y,
hasta que no hablaran de ello y aprendieran de sus errores, no podrían perdonar
sus mutuos pecados ni avanzar.
Se sentó en el sillón y estiró las
piernas. Se sirvió una copa de vino y la levantó hacia su esposo. Tenía que
admitir que Jinyoung estaba siendo un oponente más fuerte de lo que había
pensado.
Jinyoung se despertó asustado. Ya era
de noche y los aposentos estaban a oscuras. El camastro de Jaebum parecía más
suave y mullido de lo que recordaba.
Tocó el borde del colchón con la mano
y se dio cuenta de que no era el catre de su esposo, sino su propia cama.
Alargó más el brazo y tocó los pesados cortinajes de terciopelo. Estaba claro
que era su dormitorio.
Pero no sabía qué hacía allí.
Recordaba a duras penas a Hyorin desvistiéndolo. Se imaginó que habría sido un
sueño.
Pero levantó la colcha y vio que ya no
tenía sus ropas. Se giró y buscó a Doyoung en medio de la oscuridad. Sus dedos
tocaron un cuerpo a su lado, pero estaba claro que no era un bebé, sino una
espalda llena de músculos, la espalda de un hombre.
Apartó bruscamente la mano y se
incorporó.
No sabía donde estaba su hijo ni quien
dormía a su lado.
Notó cómo el colchón se hundía y el
cuerpo que tenía a su lado se giraba hacia él.
—Dormíos de nuevo —susurró Jaebum.
Pero su voz no consiguió calmarlo,
todo lo contrario.
—¿Dónde está Doyoung?
—Durmiendo en su cuna —respondió él
mientras agarraba con cuidado su muñeca—. Venga, tumbaos de nuevo y dormíos.
Estaba muy confuso.
—¿Cómo he llegado a mi cama?
—Os traje yo y Hyorin os desvistió.
—¿Y no me desperté?
—Eso parece, supongo que estabais
agotado. Creo que podría haberos empujado escaleras abajo sin conseguir que os
despertarais.
Después de lo que le había advertido
en el patio esa tarde, le sorprendió que Jaebum no lo hubiera empujado como
decía.
—¿Por qué estáis aquí?
—Ésta es mi fortaleza— se burló Jaebum.
—Sí, supongo que sí. Pero, ¿por qué en
mi dormitorio?
Jaebum tiró de él para que se tumbara
en la cama de nuevo. Después cubrió su cuerpo con las colchas.
—Porque creo que me cansaría de
buscaros cada noche para ver dónde os habéis quedado dormido esa vez.
Su comentario hizo que sonriera
brevemente. Pero no podía relajarse, no con su cuerpo al lado.
—Volveos a dormir, Jinyoung —le
sugirió él dándole una palmada en el muslo.
Pudo sentir el calor de su mano a través
de las colchas. Lo último en lo que pensaba en ese instante era en dormir. Se
mordió el labio pensativo...
—Ni lo penséis —le advirtió él.
Jaebum parecía tener la extraña
capacidad de leerle los pensamientos y las intenciones.
—Pero sí no he hecho nada.
—Puedo notarlo en vuestra respiración
entrecortada.
Sus palabras le acariciaron la sien.
Cerró los ojos, disfrutando de sensaciones que tenía casi olvidadas. Sentía
escalofríos recorriendo su cuerpo y el corazón le latía con fuerza. Jaebum
colocó los labios en su sien.
—Ya también puedo sentir cómo se
acelera vuestro pulso —le dijo él besándolo brevemente en la sien.
Sabía que no iba a poder conciliar el
sueño. Jinyoung no estaba vestido, pero él sí. Así que estaba seguro de que su
esposo no tenía intenciones amorosas. Eso lo confundía más aún.
—Jaebum...
Él se giró de nuevo y comenzó a
acariciar su mejilla con un dedo.
—¿Sí?
—¿Qué estáis haciendo?
—Estaba durmiendo —repuso Jaebum
bajando el dedo por su cuello—. Pero ahora me he distraído con la suavidad de
vuestra piel.
No pudo evitar suspirar, deseaba
abrazarlo y perderse en los recuerdos. Pero tenía que saber por qué estaba
allí, por qué había cambiado de manera tan repentina.
—Me confesasteis hace unas semanas que
no sabíais qué sentíais por mí. Hoy mismo, os he declarado la guerra. ¿Por qué
estáis ahora aquí?
—Bueno, ¿por qué tendría que dormir el
señor del castillo en un duro camastro cuando tiene una magnífica cama
disponible?
Sabía que se traía algo entre manos.
—Pero habéis dormido allí muchos días
sin quejaros.
—Me he despertado cada día con
dolores.
—Entonces, ¿de ahora en adelante
dormiréis aquí? ¿Conmigo?
—No veo nadie más en esta cama. Así
que sí, dormiré con vos.
—Pero... —comenzó sintiendo cómo se
ruborizaba—. Mi... Mi tiempo no ha terminado aún.
—¿Por qué todo el mundo piensa que he
perdido la facultad de contar? —preguntó él irritado—. Doyoung tiene treinta y
cinco días de vida. En unos días, podréis llevarlo a la iglesia y finalizará
vuestra cuarentena.
Jaebum se refería al período de
cuarenta días que la Virgen María había esperado después del nacimiento de su
hijo para presentar a Jesús en el templo. Creía que él, menos que nadie, podía
compararse con la madre de Dios.
—Pero, Jaebum... hace... hace meses que
no voy a la iglesia.
Su esposo se sentó al escucharlo.
—¿Qué tipo de ejemplo sois entonces
para las gentes de Goyang? —preguntó él con dureza.
—¿Qué queríais que hiciera? ¿Qué
asistiera a misa delante de todo el mundo en mi estado?
—Sí, eso es lo que esperaba que
hicierais. Sois el joven señor de Goyang. Teníais la responsabilidad de actuar
de acuerdo con vuestra posición.
—Sed razonable. Alardear de mi
condición frente a la gente habría sido ofensivo para con vos.
—Pero todo el mundo pensaba que estaba
muerto, ¿no?
—Habría sido una ofensa a vuestra
memoria.
Apartó las colchas y se sentó al borde
de la cama.
Jaebum lo agarró por el hombro y lo
obligó a tumbarse una vez más.
—No os iréis sin que hayamos terminado
de hablar —le advirtió.
No entendía por qué quería seguir
discutiendo sobre lo mismo.
—Cometí adulterio. Los murmullos y las
miradas habrían sido más de lo que habría podido soportar.
—Así que, ¿ignorasteis vuestra
responsabilidad para con Goyang sólo porque no queríais sentiros incómodo en
público?
Sus palabras lo hirieron. Estaba claro
que para Jaebum siempre sería Goyang lo más importante. Lo anteponía a todo.
Sabía que estaba siendo injusto, pero soñaba día y noche con volver a oírle
decir que lo amaba.
—Vuestro feudo parece haber subsistido
bien a pesar de mis errores. No hay campos áridos, tiendas vacías, edificios en
mal estado ni establos mal cuidados.
—Puede que no. Pero sí que hay muchos
aldeanos que creen que el joven lord de Goyang yació con el mismísimo diablo. Y
un guardia ha perdido su puesto por decir la verdad.
—¿Habéis echado a un guardia por culpa
mía?
—Sí. Y lo haría de nuevo.
—Pero, Jaebum, eso no era necesario...
—¿Es eso sólo lo que os preocupa? El
guardia llevaba menos de un año en Goyang y no le costará encontrar otra fortaleza.
Se dio cuenta de que había echado a
Marcus. A la hija mayor de Suzy se le iba a romper el corazón.
—No es más que un joven sin
experiencia. Seguro que habló sin pensar. ¿No podríais perdonarlo?
—Su insolencia fue imperdonable. No
perdáis el tiempo preocupándoos por él. La gente tiene ideas equivocadas sobre
lo que ocurrió y hablan más de lo que deben.
—Entonces, será mejor que les digáis
la verdad —replicó él enfadado.
—¿Y cuál es la verdad? —preguntó Jaebum.
Cerró los ojos con fuerza.
—La verdad es que vuestro esposo es un
cualquiera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario