Un fuerte golpe en la espalda le hizo
caer de rodillas.
Sin aliento, Jaebum apoyó las manos en
la tierra y se quedó mirando el suelo. No entendía qué había pasado.
—Mi señor... —murmuró sir Taecyeon
tras él.
—¿Qué? —suspiró.
—Mi señor, ¿estáis bien?
—Sí —contestó a duras penas.
—Bueno, no lo parece —dijo Taecyeon
acercándosele más—. Os sangran las manos.
—Y tengo un fuerte dolor en la
espalda...
—Lo siento, señor, pero no sabía cómo
deteneros. Pensé que, si seguíais igual, ibais a terminar haciéndoos mucho
daño.
Se puso en pie lentamente y miró
fijamente al capitán de su guardia. El hombre tenía una vara en la mano, se dio
cuenta de que ésa había sido el arma.
Sir Taecyeon soltó el palo
rápidamente. Tomó una de las manos de su señor y le quitó con mucho cuidado las
vendas que la envolvían. Estaban empapadas en sangre. Parecía haber decidido
ignorar sus preguntas.
—Este tipo de lucha sin control no
tiene lugar fuera del campo de batalla, mi señor. Entrad dentro del castillo
con vuestro...
—No —lo interrumpió apartando la
mano—. Se curará pronto. Está bien.
—Es parte de mis obligaciones cuidar
vuestras heridas, mi señor.
—Sois el capitán de la guardia de Goyang.
Vuestra obligación es la seguridad de este feudo, no sois mi enfermero.
—Sí, soy el capitán, pero también
solía ser vuestro amigo.
Suspiró al escuchar sus palabras. No
entendía qué le pasaba. Si iba a reaccionar como un loco cada vez que hablara
con Jinyoung, pensaba que lo mejor que podía hacer era mantenerse alejado de él.
—Lo siento mucho, Taecyeon —dijo
señalando el establo—. Podéis curarme allí. Sólo necesito un poco de agua. Por
cierto, ¿dónde está todo el mundo?
—Les dije que se fueran. La manera en
la que atacabais el poste los asustó. Ahora tenemos que limpiar vuestras
heridas y debéis cambiaros, pronto será la hora de la cena.
Le sorprendió que los hombres se
hubieran asustado al verlo luchar.
—No entiendo nada. ¿Es que estoy
rodeado de niños?
Vio cómo Taecyeon se enderezaba al
escuchar su queja. Se dio cuenta de que el hombre se había sentido insultado
por sus palabras.
Pero no había tiempo para disculparse.
—Habéis estado fuera durante más de
siete años. Algunos de estos hombres, los más jóvenes, apenas han entrenado y
nunca han tenido que luchar de verdad. Tampoco han sido testigos de ningún acto
de violencia. Son buenos hombres, mi señor, pero algunos no han practicado lo
suficiente como para entender que hay que estar siempre en control de los
sentidos, para no dejar que sea el instinto el que guíe nuestras acciones.
Se merecía sus palabras y no replicó.
Sabía que había perdido el control y que era algo que no se podía hacer cuando
se estaba en el campo de batalla. Algo así podía costarle la vida a sus
hombres.
Se dio cuenta de que tenía que evitar
a Jinyoung. Se sintió aliviado al recordar que él estaba aún débil y no tendría
que verlo fuera de sus aposentos.
Jinyoung se apoyó en la puerta de sus
aposentos. Le había dado de comer a Doyoung y el pequeño gorgojeaba feliz en
los brazos de la matrona. Se había dado un baño que había sido breve, pero
entre eso y vestirse para la cena, estaba exhausto.
Había sido demasiado esfuerzo y
demasiadas emociones para el primer día que pasaba fuera de la cama.
—Mi señor, no tenéis por qué emprender
vuestra campaña esta misma noche —le dijo Hyorin.
—Sí, tengo que hacerlo. Estoy seguro
de que Jaebum no espera verme en el salón esta noche. Tengo que aprovechar esa
circunstancia para sorprenderlo.
—Pero aun estáis débil, ¿cómo vais a
bajar las escaleras?
No estaba seguro, pero había decidido
cenar esa noche con Jaebum y no iba a dejar que unas escaleras se interpusieran
en su camino. Estaba dispuesto a deslizarse por ellas si no tenía fuerzas para
andar.
—Me las apañaré para hacerlo.
Cruzó el rellano con cuidado. Miró por
la barandilla y agarró con fuerza la balaustrada. El gran salón del castillo
parecía estar más lejos que de costumbre.
Se recordó que debía tomárselo con
calma e ir poco a poco. Era la única manera de superar aquello. Estaba sudando
cuando por fin llegó abajo.
—¿Qué estáis haciendo?
Se sobresaltó al escuchar la voz de Jaebum
al entrar en el salón.
—Tengo hambre.
—Alguien os subirá algo de comida
—repuso él mientras miraba a un criado—. Encargaos de que el joven lord Goyang
vuelva a sus aposentos.
Se apartó del criado que se disponía a
ayudarlo.
—No —replicó con firmeza—. Quiero que
la gente de Goyang vea que estoy vivo, aunque aún no esté del todo fuerte.
Comeré en el comedor como todo el mundo.
—Es demasiado pronto. No conseguiríais
más que hacer una escena. Volved a vuestras habitaciones.
Se dio cuenta de que ya estaban
haciendo una escena. La gente que llenaba el salón se había detenido y los
miraba con curiosidad. Pero no estaba dispuesto a que nadie pensara que ya no
respetaba al señor de Goyang.
Lo miró sonriente.
—Por favor, mi señor. Estoy bien, pero
necesito moverme un poco y cambiar de aires para recuperar las fuerzas —dijo
alargado el brazo hacia Jaebum—. Si me acompañáis a la mesa, podremos comer.
Le conocía lo suficiente como para
darse cuenta de que había decidido rendirse. Su expresión lo decía todo. Tuvo
que bajar la cabeza para esconder una sonrisa. Se dio cuenta de que había
estado en lo cierto, Jaebum no había esperado que apareciera por allí esa
noche.
Sabía que él no lo rechazaría, al
menos no en público. Su aparición en el comedor había sido muy oportuna y había
conseguido ganarle la partida sin necesidad de usar ninguna táctica especial.
No sabía si volvería a tener una oportunidad como aquélla, así que decidió
aprovecharla.
Tal y como había esperado, Jaebum tomó
su mano y la colocó encima de su fuerte antebrazo, conduciéndolo así hasta la
cabecera de la mesa. Estaba en silencio, pero la tensión de sus músculos le
dejó muy claro que aquello le resultaba muy incómodo.
No debía de haberle gustado nada que
lo forzara a comportarse con toda normalidad. Ya se había imaginado que no le
gustaría verlo en el comedor, pero había previsto que, como hombre de honor que
era, no se apartaría de él en público, delante de todo Goyang.
Un honor que a él le había faltado.
De otro modo, nunca se habrían encontrado en una situación como aquélla.
Apretó su antebrazo para detenerlo al
ver que Jaebum lo acompañaba hasta la mesa.
—No, mi señor, ya he estado solo
durante demasiado tiempo. ¿Por qué no comemos con los demás, aunque sólo sea
por esta noche? —le sugirió.
Él pareció sentirse aliviado.
—¿Estáis seguro? ¿No creéis que
estaréis más cómodo en una silla?
—Jaebum... Mi señor, mi comodidad no
será un problema —repuso—. Hay sitio de sobra para los dos. Podemos compartir
un banco entre Nichkhun y sir Taecyeon. Estaré bien allí.
Jaebum lo miró de arriba abajo. Algo
en sus ojos le dio un atisbo de esperanza. Había algo de interés y preocupación
en ellos, algo que podía adivinar a pesar de su bien estudiada indiferencia.
Desconcertado por esa mirada, dio un
traspié. El corazón le latía desenfrenadamente.
Eso era lo que más había echado de
menos, esas pequeñas cosas que parecían insignificantes y en las que apenas se
reparaba. Cosas que había apreciado y recordado durante los largos años de
soledad. Cosas como pasear juntos, sentir su mano o su mirada, escuchar cerca
de él su profunda voz...
Con extrema rapidez, Jaebum lo abrazó
para sostenerlo, evitando que cayera al suelo.
—Jinyoung...
—Gracias, no sé qué me ha pasado
—explicó él.
Jaebum afirmaba que no sabía lo que
sentía, pero el interés que demostraba esa noche y la rapidez con la que lo
había asistido le dieron renovadas esperanzas.
Pero él dejó de tocarlo tan pronto
como pudo. Lo hizo como si el contacto le quemara, como si fuera un apestado.
—Creo que os habéis exigido demasiado
hoy.
Estaba de acuerdo, pero estaba decidido
a cenar con él esa noche.
—No, no es cierto —replicó con
testarudez—. Estoy bien.
Estaba algo nervioso por estar a su
lado, pero no se encontraba mal. Su cuerpo ya había empezado a curarse, pero
ahora le preocupaba más que nada la recuperación de su matrimonio y en eso
estaba empeñado.
—De verdad, mi señor, si he tropezado
ha sido por culpa de mi torpeza, de nada más. Me encuentro con fuerzas para
cenar aquí abajo.
Jaebum lo ayudó a sentarse en el
banco, se acomodó a su lado y se giró para concentrarse en sir Taecyeon.
Durante algunos minutos, escuchó cómo ambos hombres hablaban de un caballo en
particular. Después, deseoso de saber qué había pasado durante esas semanas en Goyang,
miró a Nichkhun.
—¿Cómo está la señora Suzy? Esperaba
poder verla aquí esta noche —le dijo al guardia.
—Los pequeños están algo enfermos, se
ha quedado para cuidar de ellos.
—¡Cuánto lo siento! ¿Queréis que os
envíe a Hyorin? Me temo que la he mantenido ocupada durante demasiado tiempo.
—No, no es necesario. Muchas gracias
—repuso el hombre negando con la cabeza—. Sólo se han enfriado
—Puede que me sea posible ir a verla
en un par de días. Me da la impresión de que hace siglos que no paso una buena
tarde charlando con alguien. Además, quisiera darle las gracias personalmente
por las mantas que le ha hecho a Doyoung.
Sintió a Jaebum volviéndose hacia él.
—Os prohíbo ser tan insensato.
Lo miró extrañado, nadie le había
negado nada desde hacía muchos años.
—¿Cómo decís?
—No vais a visitar una cabaña llena de
niños enfermos. No cuando tenéis un recién nacido y cuando aún no os
habéis repuesto vos.
Lo que le decía tenía sentido, pero le
molestó que se lo ordenada de esa manera. Le entraron ganas de llevarle la
contraria. Por fortuna, fue lo suficientemente prudente como para no hacerlo.
—Tenéis razón, mi señor. Me temo que
sólo estaba pensando en la reclusión en la que está la pobre Suzy y en mi
propia necesidad de tener algo de compañía —repuso con una sonrisa, mientras le
colocaba la mano en el antebrazo.
Chan intervino entonces desde el otro
lado de la mesa.
—Pero mi señor, ahora que ya estáis
algo mejor, podréis contar con la compañía de vuestro marido.
Le costó no sonreír, la velada estaba
saliéndole a pedir de boca.
Jaebum se giró para fulminar al joven
con la mirada, pero éste ya estaba entretenido escuchando a sir Taecyeon.
Los hombres de Jaebum nunca se habían
comportado antes de esa manera. Habría sido impropio que alguien como Chan
sugiriera algo tan personal a su señor. Se preguntó si no estarían también
tramando algo.
Hasta llegó a pensar que quizá Hyorin
había tenido una charla con ellos, pero no habría sido posible, la comadrona
había estado toda la tarde en su compañía.
Jaebum miró a Chan con una sonrisa
forzada.
—¡Vaya! Muchas gracias, Chan —dijo con
sarcasmo—. Creo que, sin tu ayuda, nunca se me habría ocurrido algo así.
El joven se sonrojó.
—Yo sólo pensé que...
Sir Taecyeon se echó hacia atrás como
si tuviera que estirarse y, sin que Jaebum pudiera verlo, movió
amenazadoramente el cuchillo hacia su subordinado. A Jinyoung no se le pasó esa
advertencia por alto y se dio cuenta de que, tal y como se había imaginado, esos
hombres estaban tramando algo.
De un modo u otro, la comadrona había
conseguido hacerles partícipes de su batalla personal para recuperar al corazón
de su marido. Se sentía muy agradecido.
Jaebum lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué es lo que pensabais, Chan?
—Bueno, no os habéis separado de su
lado durante estas semanas el tiempo suficiente como para inspeccionar la aldea
ni los cultivos. Y pensé que quizá querríais hacerlo ahora en compañía de
vuestro esposo, mi señor.
No podía creer lo que acababa de
escuchar. Se quedó sin aliento al oír que Jaebum no se había separado apenas de
él mientras estuvo inconsciente.
Jaebum apretaba con fuerza la
mandíbula. Se quedó mirándolo. Estaba claro que le había disgustado que Chan le
dijera algo así delante de él.
Pero no entendía por qué Jaebum no
quería que supiera que lo había atendido. Quizá lo había hecho para que la
gente creyera que aún le importaba. O a lo mejor lo había hecho porque sí que
sabía lo que sentía por él.
Estaba tan perdido en sus
pensamientos, que tardó en darse cuenta de que Jaebum también lo estaba
mirando. Apartó deprisa la mirada y se concentró en la comida.
—Pensé que teníais hambre —le dijo él
entonces.
—Bueno, sólo un poco.
Miró la carne, cubierta de salsa, y
las verduras. No le apetecía nada. Probó un pedazo de pan. Jaebum le acercó una
copa con vino rebajado con agua. Fue entonces cuando vio su mano. No pudo
ahogar un grito de sorpresa. Tomó su muñeca antes de que pudiera apartarla.
—¿Qué os ha pasado?
—Nada —replicó él de mala manera.
—¿Nada? —repitió Jinyoung ignorando el
mal gesto de Jaebum.
Sus nudillos estaban machacados y en
carne viva. Y parecía que al menos uno de sus dedos se había torcido.
—Jaebum...
Él uso la otra mano para quitarle los
dedos de su muñeca.
—Ya os he dicho que no es nada. Sólo
han sido unos arañazos —respondió con sequedad.
—¿Y en la otra mano? ¿También son
simples arañazos? —repuso.
Uno de los hombres, sentado a un
extremo de la larga mesa, tosió para llamar la atención antes de murmurar entre
dientes.
—Sí, los arañazos que le produjo
intentar matar a ese pobre poste —comentó el guardia.
Un par de hombres estuvieron a punto
de atragantarse para no reír.
Jinyoung se quedó sin aliento. No
sabía si Jaebum iba a pasar por alto un comentario así o si haría algo.
Sir Taecyeon se preparó para
levantarse, pero Jaebum lo detuvo con la mano. Después miró fijamente a cada
uno de los hombres que se habían congregado alrededor de la mesa para cenar.
Los fulminó con la mirada mientras abría y cerraba los puños.
—Lo de hoy sólo ha sido un juego.
Intentaba prepararme para el entrenamiento de mañana —explicó con solemnidad—.
Cuando salgáis mañana al patio, no traigáis vuestras armas. Quiero saber si
podríais aguantar más tiempo que ese poste.
Hizo una mueca al escuchar sus
palabras. Sabía que sólo era una bravuconería de Jaebum. Jinyoung había
percibido una mueca de dolor en su rostro una de las veces que había cerrado
los puños. Estaba claro que se había dislocado algo.
No entendía por qué había hecho algo
así esa tarde. Quizás la ira que sentía contra él la había sufrido ese poste. Jaebum
le miró entonces con gesto adusto.
Reconoció muy bien su mirada. No
quería discutir en ese momento. Él asintió y se concentró de nuevo en la
comida.
Jaebum sabía que Jinyoung había
entendido su gesto. Sabía también que, más tarde, intentaría que se explicara,
pero no quería tener que hacerlo. No podía decirle por qué había estado tan
furioso, temía no poder controlar esa ira.
Vio cómo Jinyoung agachaba la cabeza y
hundía los hombros. Movía la comida en el plato sin probarla y no pudo suprimir
un bostezo. Estaba muy pálido y unas ojeras oscuras enmarcaban sus ojos.
Se dio cuenta de que se había
comportado como un tonto y maldijo entre dientes. Se puso después en pie y
colocó una mano en su hombro.
—Venid —le ordenó a su esposo.
Tuvo suerte y Jinyoung no le llevó la
contraria, sino que miró al resto de los comensales.
—Me temo que ha llegado el momento de
retirarme —les dijo—. No, por favor, no os levantéis. Continuad comiendo
—añadió al ver que hacían ademán de levantarse.
Lo ayudó a llegar a las escaleras,
pero Jinyoung se detuvo a mitad de camino en el vestíbulo y se agarró con
fuerza a su brazo.
—Jaebum, por favor, necesito descansar
un momento.
Sin avisarle, colocó una mano en su
espalda y la otra tras sus rodillas. No le costó nada levantarlo. Pesaba menos
de lo que recordaba, pero aún encajaba a la perfección con su cuerpo. Algunos
rizos le acariciaron la cara y le inundó el aroma de la lavanda, despertando
sus sentidos y haciéndole recordar muchos días y noches pasados juntos.
Pero no podía pensar en esas cosas.
—Bajadme al suelo, peso demasiado
—protestó.
Le abrazó con más fuerza contra su
pecho y comenzó a subir las escaleras.
—No pesáis nada.
Podía sentir los latidos de Jinyoung
contra su torso. El dejó la cabeza sobre su hombro. Respiraba tan cerca de su
cuello que la sensación estaba alterándole el pulso más de lo que hubiera
querido.
No le gustaba aquello. No quería
sentir nada por él. No quería sentir ira, ni preocupación. Y menos que nada, un
deseo olvidado que volvía con demasiada facilidad a la vida. Necesitaba tiempo
para pensar, para decidir qué hacer. Y no iba a poder hacerlo si tenía esa
tentación cerca de él. Porque sabía que no sería capaz de resistirla.
Llegó a sus aposentos y empujó la
puerta con el pie. Cruzó la habitación y lo dejó sobre la cama. Jinyoung apartó
lentamente los brazos de su cuello.
—Jaebum...
Su voz estuvo a punto de derretir su
voluntad. La luz de las velas brillaba en sus ojos. Le faltaba el aire. Siempre
le había gustado perderse en su mirada, pero había pasado mucho tiempo,
demasiado tiempo. En ese instante, sólo quería poder volver a confiar en él
para aprender a amarlo de nuevo.
Cerró los ojos para apagar esa
necesidad. Sabía que si estaba teniendo esos pensamientos era porque no había
descansado bien. Estaba convencido de que no necesitaba a nadie. Lo último que
quería era enamorarse de nuevo y volver a sufrir.
—Dormíos —le dijo él mientras se
apartaba de la cama y lo miraba un instante.
Después fue a la cómoda y sacó de allí
su ropa. Jinyoung se incorporó en el lecho.
—Pero, ¿qué estáis haciendo?
Fue a la puerta sin mirarlo. Había
dormido a su lado mientras estaba inconsciente, pero Jinyoung ya no lo
necesitaba y no estaba dispuesto a seguir compartiendo el lecho con él.
—Ya no necesitáis mi ayuda. Encontraré
otro dormitorio —le dijo desde la puerta.
Jinyoung apenas pudo reprimir una
exclamación al ver que salía de allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario