Jaebum le había ordenado a Jinyoung
que volviera a sus aposentos, pero no lo hizo. Fue hasta la capilla y se
arrodilló frente al altar. Estaba desesperado, no sabía qué hacer. Creía que ya
había pagado bastante por su pecado.
Cerró los ojos y apoyó la cara en sus
manos.
—Dios mío, por favor...
—¿Por favor qué? —dijo alguien tras él.
Abrió un ojo sin moverse de su sitio.
El hermano Daniel se arrodilló a su lado.
—Lord Jinyoung, ¿qué problema os ha
traído hasta aquí?
Era la manera que el clérigo tenía de
reprenderlo por no aparecer por allí más que cuando estaba en apuros.
—¿Sabéis quién ha venido a Goyang?
—Sí —repuso el hermano Daniel.
—Quiere a Doyoung.
—Lord Jaebum no permitirá que eso
ocurra.
—Entonces, ¿por qué estáis tan
preocupado?
—Está furioso.
—¿Quién? Me imagino que habláis de
lord Jaebum, ya que poco os puede importar si lord Wrenhaven está enfadado o
no.
—Claro que hablo de Jaebum.
El hombre suspiró.
—No me extraña. Y supongo que tampoco
vos estaréis sorprendido.
—No lo entendéis. Ahora estamos más
separados que nunca. No creo que... No creo que podamos superar esto.
—No mostráis demasiada fe.
No le gustaron las palabras del
clérigo.
—La fe no me va a servir de nada si él
se niega a dirigirme la palabra.
—A mí me parece que la fe es lo único
que tenéis.
—¿Qué debo hacer entonces? Esperar y
rezar para que no me desprecie.
—Sí.
Creía que esa conversación no le iba a
servir de nada. Se puso en pie para salir de allí, pero el monje lo agarró por
la muñeca.
—Sentaos, lord Jinyoung.
No podía creer que le hablara así,
dándole órdenes.
—¿Cómo habéis dicho?
—Me habéis oído perfectamente.
Sentaos.
El tono de su voz le hizo pensar en
qué tipo de vida habría tenido antes de ser sacerdote. Parecía dar órdenes con
naturalidad. Hizo lo que le decía y se sentó en un banco.
—Lord Jinyoung, conozco a Jaebum desde
que nació. ¿Os habéis dado cuenta de que ha cambiado después de estar siete
años fuera?
—Claro que me he dado cuenta.
—Decidme en qué ha cambiado.
Se encogió de hombros. Empezó con lo
más obvio.
—Ya nunca va armado. Teme herir a
alguien si pierde el control.
—No os engañéis, mi señor. La sed de
venganza es tan seductora como la caricia de una pareja. Después de dejarse
seducir por ella, no es fácil dejar de matar. Lo que teme es dejarse llevar de
nuevo por el mal. Lo teme porque sabe que ya ha caído antes en esa trampa.
Le sorprendieron las palabras del
hermano Daniel, no le parecieron apropiadas.
—¿Qué más habéis notado?
—Habla cuando tiene que hablar. Antes
era mucho más parco en palabras.
—Entonces, ¿no creéis que irá a hablar
con vos cuando lo necesite?
—Puede que sí. Pero hablará antes si
me enfrento a él y le obligo a hablar.
—No. Eso sólo entorpecería las cosas.
—Dejádmelo a mí, lord Jinyoung. Hará
lo imposible por protegeros a vos y a Doyoung. Está furioso y frustrado porque
no sabe si puede controlar su ira. Pero no lo forcéis a hablaros. Lo hará
cuando esté listo.
—¿Y si ese día no llega nunca?
—Para eso necesitáis la fe. Volverá a
vos si le dais el tiempo que necesita para hacerlo.
Se dio cuenta de que tenía razón.
—Ojalá...
Se quedó sin palabras.
—¿Ojalá qué?
—Ojalá me amara lo suficiente como
para dejar que lo ayude.
El hermano Daniel se rió.
—¿También os habéis vuelto ciego? Lo
diga o no, lord Jaebum os ama. Si no lo podéis ver es que no tenéis abiertos
los ojos.
—¿Por qué estáis haciendo esto?
—¿Haciendo el qué? ¿Ayudaros a ver lo
que está delante de vos?
Jinyoung asintió.
—Porque lord Jaebum no va a ser
siempre capaz de mantener sus demonios bajo control. Un día saltarán por los
aires y se dará cuenta de que sois su única salvación. Y quiero que, cuando
llegue ese día, aún estéis aquí a su lado.
—¿Dónde iba a estar si no?
Ni siquiera le cabía en la cabeza
salir de Goyang, dejar a su marido y la vida que allí tenía. Esperaría igual
que había esperado antes.
—Por ahora, mi señor, os aconsejo que
encontréis la manera de tener fe y paciencia —dijo él poniéndose en pie.
Salió entonces de la capilla. Jinyoung
lo miró. Después se arrodilló de nuevo y cerró los ojos.
—Dios mío, ayudadnos, por favor.
Jaebum levantó una mano para detener a
los otros tres jinetes que lo seguían. Wrenhaven y sus hombres estaban cerca y
no quería que los descubrieran. Desmontó y le entregó las riendas a Chan.
—Espera aquí —le susurró.
Se alejó entre los árboles antes de
que sus hombres pudieran protestar. Se escondió tras un arbusto cuando estuvo
cerca de Wrenhaven. Se quedó sin aliento al ver la escena.
No pudo evitar recordar sangre,
violencia y muertes, demasiadas muertes.
Wonpil estaba al lado de Wrenhaven. No
podía creer que el que fuera su compañero de celda tuviera amistad con un
enemigo de Goyang. Pero algo se traían entre manos y parecían hacer buen
equipo. Después de todo, Wrenhaven era un mentiroso y Wonpil un cobarde y un
traidor.
En el pasado, Jaebum había creído que Wonpil
era un amigo, pero después descubrió que había estado dándole información
secreta al que los tenía prisioneros. Y había recibido recompensa por cada
secreto. Muchos hombres habían muerto por culpa de esa traición.
Creía que Wrenhaven y Wonpil podían
ser muy peligrosos trabajando juntos.
Respiró profundamente para sosegarse.
Si quería luchar contra ellos y acabar con sus planes, debía conservar la
calma.
Algo más tranquilo, se fijó en el
campamento. Sólo había una tienda, la del señor, sin duda. El resto de los
hombres estaban a la vista. Contó diez alrededor del fuego. No sabía si habría
otros escondidos en el bosque, pero lo dudaba. Wrenhaven parecía demasiado
arrogante para prever que alguien pudiera haberlos seguido.
Le hubiera encantado acercarse más
para escuchar su conversación. Los dos hombres se dieron la mano y sonrieron,
parecía que acababan de llegar a algún tipo de acuerdo. Se le encogió el
estómago. Estaba seguro de que aquello no era más que malas noticias para Goyang.
Pero no iba a dejar que lo pillaran por sorpresa.
Esperó pacientemente hasta que ambos
hombres se sentaron con el resto alrededor del fuego. Después dio media vuelta
y volvió con los suyos.
Osgood rompió una rama y la tiró al
fuego.
—¿Estáis seguro de que funcionará?
Wonpil se guardó sus recelos. Creía
que sí que funcionaría. Tenía que hacerlo, no pensaba perder la cabeza.
—Sí. Si vuestro hombre hace su parte,
el plan será un éxito.
—Rezo para que tengáis razón. Marcus
es joven. No sé si tiene el estómago para hacer algo así.
—Su papel en el plan es sencillo.
Dijisteis que una moza de la aldea estaba enamorada de ese guardia y que haría
cualquier cosa por él. ¿Acaso ya no es así?
—Sí, creo que sí —repuso Osgood
encogiéndose de hombros—. Pero ya sabéis cómo son los jóvenes...
Lo cierto era que Wonpil no sabía cómo
era ser joven ni libre. Se había pasado esos años en cautividad, pero Osgood no
sabía nada de eso.
—Espero por vuestro bien que el joven
sea digno de confianza.
Osgood lo miró de arriba abajo.
—¿Me amenazáis después de que aceptara
ayudaros a secuestrar al joven señor de Goyang?
Wonpil maldijo entre dientes. Tenía
que tener más cuidado si no quería tener que cambiar sus planes.
—¿Amenazaros? No he hecho tal cosa —le
dijo—. Lo único que me temo es que los dos jóvenzuelos se entretengan demasiado
con su reencuentro amoroso y se olviden del plan.
—Eso no va a suceder —repuso Osgood
dándole la mano al otro hombre—. No tengáis miedo. Mañana yo conseguiré la
llave de Goyang y vos tendréis a vuestro amado joven.
Wonpil observó cómo Osgood entraba en
su tienda. Le desagradaba aquel hombre. Creía que había cometido un terrible
error al hacer un pacto con el diablo sin tener todo en consideración.
El amado joven no era más que un cebo.
Él andaba detrás de una presa mucho mayor. Una que le haría un hombre muy rico.
Así podría pasar el resto de sus días viviendo como un rey y haciendo lo que se
le antojara.
Jaebum abrió despacio la puerta de los
aposentos. No quería despertar a Jinyoung ni a Doyoung. Se detuvo y sonrió. No
tenía de qué preocuparse.
Las cortinas de la cama estaban
echadas. Se imaginó que Jinyoung se habría dormido tarde y que aún seguiría
dormido.
Miró la alcoba del pequeño. La cuna
estaba vacía. Estaba seguro de que Jinyoung le sostendría en el hueco de su
brazo, frente a su pecho, como solía hacer.
Una de sus túnicas estaba tirada sobre
un sillón. Cruzó la habitación y abrió las hojas de madera de la ventana. Entró
sol a raudales. Era casi mediodía.
Se quitó las botas y la túnica que
llevaba.
Estaba deseando abrazarlo y conseguir
que olvidara con besos sus preocupaciones. Se había marchado de manera
demasiado abrupta la noche anterior y no le extrañaba que él estuviera
disgustado.
No quería hablar de Wrenhaven con él,
pero tenía que disculparse por su conducta. Creía que la mejor manera de
tranquilizarlo era con su pasión.
Se coló entre los doseles de la cama y
buscó a Doyoung en la oscuridad.
Algo iba mal. Frunció el ceño y el
pulso se le aceleró. Apartó las cortinas. La cama estaba vacía.
—¡Taecyeon! —gritó mientras se vestía
deprisa—. ¡Taecyeon!
Estuvo a punto de chocarse con el
capitán en las escaleras.
—¿Dónde está Jinyoung?
Taecyeon se apoyó en la pared para
recuperar el aliento.
—He estado a punto de sufrir un
ataque, mi señor. Pensé que pasaba algo.
—Es que pasa algo —gritó él
desesperado—. ¿Dónde está mi esposo?
—Fue con Hyorin a la aldea.
Fue hacia la escalera sin esperar a Taecyeon.
—¿Fue solo?
—No —repuso el capitán siguiéndolo
hasta el salón—. Uno de los hombres fue con él.
—¿Cuál?
—Arnold.
—Arnold sólo es un muchacho.
—Es bueno y ha practicado mucho. Mi
señor, ¿qué es lo que ocurre?
—¿Por qué fueron a la aldea?
—Hawise llegó al castillo fuera de sí,
diciendo que su madre se había hecho daño. Hyorin fue a casa de Suzy para
atenderla y lord Jinyoung la acompañó para calmar a Hawise y para ayudarla con
el resto de los niños.
Nichkhun se acercó al oír el nombre de
su esposo.
—¿Qué le ha ocurrido a Suzy?
—No tuve ocasión de preguntarles. Se
fueron corriendo.
—¿Hace cuánto que salieron?
—Poco después de que amaneciera.
Los nervios le atenazaban el estómago.
Llevaban casi tres horas fuera. Nichkhun estaba ya casi en la puerta cuando le
ordenó que lo esperara.
—Taecyeon, reúne a los hombres.
—Mi señor, ¿qué pasa? ¿Por qué
necesitamos un grupo de guardias para ir hasta la aldea?
—Wrenhaven sigue en mis tierras y no
confío en él. Puede que algo haya pasado y quiero estar preparado.
—Estoy de acuerdo con vos, mi señor
—repuso Nichkhun—. Creo que Hawise habría venido a avisarme a mí antes de venir
a pedir directamente la ayuda de la comadrona.
Las palabras de ese hombre no hicieron
sino preocuparle más. Tenía el presentimiento de que estaban en peligro.
Todo el mundo se quedó estupefacto en
la aldea al ver llegar a veintitrés hombres armados y dirigirse a una de las
cabañas. La gente los siguió hasta allí.
Jaebum desmontó y le ordenó a un
guardia que mantuviera a los aldeanos a cierta distancia. No sabía lo que se
iba a encontrar y no quería correr riesgos.
Nichkhun palideció al acercarse a la
puerta.
—¿Dónde están los niños?
Entendió su preocupación. Era el
primer día de sol después de casi una semana de lluvias. No tenía sentido que
los niños no estuvieran jugando afuera. Todo estaba demasiado tranquilo.
Nichkhun entró en la casa con la
espada desenvainada. Sir Taecyeon y él mismo lo siguieron. Se quedaron helados
cuando vieron cómo Nichkhun daba un grito y caía de rodillas en la tierra.
Suzy estaba tendida en el suelo del
salón. Parecía inconsciente.
—¿Está viva? —le preguntó.
—Sí —repuso aliviado Nichkhun después
de tocarle el pulso.
Los niños habían sido amordazados y
atados contra una pared. Taecyeon los liberó. En una esquina de la sala estaba
Arnold, tendido sobre un charco de sangre. Se agachó y le tocó la mejilla al joven.
Estaba helado.
Suzy estaba viva, pero el guardia no
había tenido tanta suerte.
—¿Está...? —preguntó un conmocionado Taecyeon.
—Está muerto —repuso él.
El hijo mayor de Nichkhun lo tomó por
la manga.
—Venid, mi señor. Venid conmigo —dijo
mientras lo llevaba a la otra habitación.
—¡Hermano Daniel! —exclamó al ver al
monje en el suelo.
Tenía una manga empapada en sangre. Le
llevó la mano al cuello. Aliviado, notó que tenía pulso, aunque éste era débil.
Miró la herida y frunció el ceño.
Era una herida de espada. No podía
creer que alguien pudiera atacar a un hombre de fe.
Bajo el hombre encontró una espada
ornamentada que le era muy familiar.
Era la espada de su propio padre. Se
la había regalado el rey Enrique, pero su progenitor nunca la usó, le parecía
demasiado regia, casi un adorno.
Sólo la había usado una vez, cuando su
padre lo nombró caballero. Después, se la había entregado al hermano Daniel
para que cuidara de ella. Había permanecido colgada de la pared de sus
aposentos durante años. No entendía por qué había ido a casa de Suzy armado con
esa espada en vez de ir a llamar a un guardia.
Tomó al clérigo entre sus brazos y lo
dejó en la cama. El hermano Daniel gimió y agarró su manga.
—Lord Jaebum...
—¿Dónde están mi esposo y mi hijo? —le
preguntó.
—Se los han llevado, mi señor.
Suzy entró entonces en la sala ayudada
por su marido. Parecía haberse recobrado bastante.
—¿Dónde está Hawise? —preguntó
mientras miraba a su alrededor.
—En el establo, madre —contestó uno de
los niños.
—Iré a buscarla —dijo sir Taecyeon.
Miró a Suzy con atención.
—¿Quién se los ha llevado?
A la pobre mujer parecían temblarle
las piernas. Se sentó en un banco antes de hablar.
—Fue terrible, mi señor. Terrible...
Se imaginó que estaba muy asustada,
pero no tenía tiempo para escuchar sus lamentos.
—¿Quién se las ha llevado? —repitió.
Lo miró a los ojos. Le temblaban los
labios.
—Ese hombre, el que había estado aquí
antes, llegó con otra mujer y un bebé y se llevaron a Hyorin y a vuestro hijo.
No podía creer que además hubieran
separado a Jinyoung de su pequeño.
Parecía que Wrenhaven había tenido en
consideración el bienestar de Doyoung, pero temía por el bienestar de Jinyoung.
—¿Y mi esposo?
Suzy comenzó a llorar con tal fuerza
mientras hablaba que no podía entenderla. Nichkhun la tranquilizó para que les
contara lo que sabía.
—No conocía a ese otro hombre, pero
parecía el mismo diablo.
Supo que estaba hablándole de Wonpil,
no podía ser otro. No entendía por qué se había llevado a su esposo ni qué
pretendía hacer con él.
—¿Se fueron todos juntos?
—No, mi señor.
Taecyeon entró entonces en el
dormitorio con Hawise en brazos. La joven estaba cubierta de sangre y tenía el
rostro contraído por el dolor. Se dio cuenta de que ella había sufrido más que
nadie.
—Está viva —anunció Taecyeon al ver
que su madre perdía el color.
Colocaron al hermano Daniel a un lado
de la cama y a Hawise en el otro. Nichkhun se acercó corriendo a ver a su hija.
—¿Quién te ha hecho esto, hija?
—Pensé que me quería —murmuró la
joven.
—¿Quién, cariño? ¿Quién?
—Marcus.
No entendía nada.
—Es el guardia que echasteis de Goyang
el día que nació Doyoung.
—Pero, ¿qué tiene que ver ese hombre
con todo esto?
—Me dijo que, si hacía lo que me
pedía, nos casaríamos y viviríamos en un castillo tan grandioso como Goyang
—susurró la joven entre lágrimas—. Pero me mintió. Lo que hizo... Lo que hizo
fue forzarme... Después, se burló de mí y dijo que nunca se casaría con una
mujerzuela como yo.
Nichkhun parecía horrorizado.
—¿Qué te pidió que hicieras?
Suzy se puso con dificultad en pie y
ella la ayudó para que pudiera acercarse a donde estaban su esposo y su hija.
—Venga, pequeña, tienes que
contárnoslo todo.
—Tenía que convencer a Hyorin y a lord
Jinyoung para que vinieran a verte con el pretexto de que te habías hecho daño.
—¡Hija mía! ¿Qué es lo que has hecho?
Nichkhun se puso de rodillas frente a
él.
—Mi señor, no sé qué decir. Pero os
pido que me castiguéis a mí por lo que ha hecho.
—No tengo costumbre de hacer daño a
mujeres, jóvenes o niños. Poneos en pie, Nichkhun. Habéis servido siempre bien
a Goyang y esto no cambia nada.
—Pero, mi señor...
—No tengo tiempo para discutir con
vos.
—Llegará un mensaje para vos pronto,
mi señor —le dijo Hawise desde la cama.
Miró a sir Taecyeon.
—Encargaos de todo aquí y volved
después al castillo —le ordenó.
—Lord Jaebum —dijo el hermano Daniel
levantando con dificultad la cabeza—. Lo siento mucho. Intenté defenderlos,
pero fracasé en el intento.
Las palabras le golpearon con fuerza
en el estómago. Había estado tan concentrado en no despertar de nuevo su lado
oscuro que había puesto a todos en peligro al no ir nunca armado. Incluso ese
clérigo, un hombre de Dios, se había visto abocado a tomar una espada para
defender al joven señor de Goyang.
—No, soy yo el que lo siente. No era
vuestra tarea defender lo que es mío.
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