Sin detenerse, Jaebum bajó las
escaleras, cruzó el gran vestíbulo y salió al patio. No sabía aún qué sentía.
Ordenó a un mozo que se pusiera a
excavar un agujero en la tierra. Después tomó una gran viga de madera y una
soga. Sabía que algunos de los hombres que seguían practicando allí lo estaban
observando, pero no le importó. Enrolló la cuerda cubriendo gran parte de la
viga.
Ya tenían otros tres postes para
practicar con la espada, pero le distrajo y relajó un poco construirse uno él
mismo. Además, necesitaba uno que estuviese lo suficientemente mullido como
para no destrozarse las manos cuando lo intentara destrozar a puñetazos.
«¿Qué espera Jinyoung que haga o
diga?», pensó mientras trabajaba.
Ajustó con cuidado la cuerda, para que
no hubiera espacio entre cada vuelta. Metió entonces el leño en el agujero
recién abierto y se puso de rodillas para colocar tierra a su alrededor.
«¿Quién demonios es ese tal Osgood de
Wrenhaven y qué haría aquí en Goyang?», se preguntó una y otra vez.
Recogió algunas piedras grandes y las
dejó en el agujero para añadir apoyo al poste.
Se quitó rápidamente la camisa nueva
que acababa de ponerse. Se detuvo un momento, era una de sus mejores camisas.
Pero no le importó. Rasgó el tejido e hizo varias tiras. Se envolvió con ellas
las manos. Después miró el poste.
Elevó los brazos, cerró los puños y
golpeó con fuerza su recién construida diana. La fina tela de su camisa no
protegió demasiado sus nudillos y pudo sentir el dolor. Era un dolor que no le
disgustaba.
«¿Habría hecho lo mismo?», se dijo.
Golpeó de nuevo el poste.
—Mi señor... —lo saludó un asustado Chan.
Con los puños aún en alto, se giró
para mirar al recién llegado. Esperó a que le dijera qué quería de él.
Pero el joven no dijo nada y se apartó
de su lado.
Volvió a lo suyo y golpeó el leño tres
veces más. Los nudillos le quemaban de dolor. Sonrió satisfecho.
«¿Qué es lo que siento?», reflexionó.
Pero creía que no sentía nada.
No conocía al hombre con el que Jinyoung
había yacido y no sabía si podría reconocerlo si se lo encontraba alguna vez.
Se preguntó si aún estaría allí en Goyang.
Pero lo dudaba. Había creído a Jinyoung
y pensaba que, tal y como él le había dicho, el hombre y sus compañeros de
viaje se habían ido al día siguiente.
Pero no lo conocía y no podría
reconocerlo si algún día regresaba a Goyang. No sabía si podría pasarse el
resto de su vida pensando que cada forastero que llegaba a la fortaleza podía
ser el padre de Doyoung.
Había escapado de un infierno para
caer en otro. Había soñado con una cálida bienvenida y ésta le había sido
arrebatada.
Rodeó el poste y lo golpeó una y otra
vez, imaginándose la cara de ese hombre.
Tenía que librarse de la ira y el
dolor que crecían en su pecho. Esas emociones estaban volviéndolo loco.
No podía dejar de pensar en Jinyoung,
desnudo y en brazos de otro hombre. No podía evitar seguir pensando en la cara
de ese individuo mientras golpeaba el poste con más fuerza y violencia.
Se preguntó si Jinyoung le habría
acariciado el torso, si habría gemido entre sus brazos mientras se dejaba
llevar por el deseo.
Esos pensamientos estaban
enloqueciéndolo. Sólo podía sentir la sangre agolpándose en sus oídos. Estaba
fuera de sí.
Le bajaba el sudor por la frente
mientras seguía sacudiendo el poste.
Con cada golpe regresaba la bestia que
había en su interior, aquella que había intentando ignorar. No podía detenerla,
sabía que estaba cambiando.
Entornó los ojos y recordó otra forma
de vida. O mataba a aquel hombre frente a él o moriría en el intento. Era una
cuestión de supervivencia.
Sir Taecyeon se acercó a él y le
ordenó al público allí congregado que se alejara. No quería testigos.
Ese hombre sabía que tenía que detener
a su señor antes de que matara a alguien o se hiriera de gravedad.
Jaebum ya le había contado lo que le
había pasado durante esos años. Y, aunque no lo hubiera sabido, sir Taecyeon se
podía haber imaginado al verlo así, que había tenido que luchar por su
supervivencia. Golpeaba el poste con ferocidad, sin importarle las lesiones que
se estaba causando en las manos.
Ni Taecyeon, un hombre bragado en mil
batallas, podía imaginarse lo que habría sido tener que luchar cada día para
poder sobrevivir.
El señor de Goyang, el hermano Daniel
y sir Taecyeon eran los únicos que quedaban ya en el patio. El capitán de la
guardia desenvainó su espada y la levantó con indecisión. Quería golpearlo en
la cabeza para detenerlo, pero no quería lesionarlo.
—¿Qué vais a hacer, sir Taecyeon? —le
preguntó el hermano Daniel.
—No estoy seguro, pero debo detenerlo.
—Yo podría hablar con él.
—¿Hablar con él? —preguntó Taecyeon
mientras miraba al clérigo con incredulidad—. Ni oye ni escucha ahora mismo.
Además, ¿qué ibais a decirle?
—Lo conozco desde siempre. Su alma es
mi responsabilidad.
—Sí, eso es verdad. Y estoy seguro de
que su alma necesita ayuda, pero es su cuerpo el que me preocupa ahora mismo.
Debo rescatarlo de sí mismo. Esa es mi responsabilidad como capitán de su
guardia.
El monje no discutió más.
—¿Por qué creéis que ha estallado su
ira tan de repente?
—No estoy seguro, hermano Daniel. Pero
me imagino que lord Jinyoung y él han podido por fin conversar sobre Doyoung.
—¡Alabado sea el Señor! No sabía que lord
Jinyoung se había despertado.
—Sí, lo vimos antes en la ventana y
lord Jaebum subió corriendo a sus aposentos.
—Pero yo estaba dentro entonces. Y no
oí voces ni nada que indicara que hubieran estado discutiendo.
—Mala señal —repuso sir Taecyeon
suspirando mientras observaba a su señor—. No creo que superen esto...
—¿Acaso creéis que lord Jaebum debería
lanzar su ira contra su esposo? —comentó el clérigo mientras miraba también al
señor de Goyang—. No sería buena idea. Los dos acabarían malheridos...
—Por mucho que golpee el poste, lord Jaebum
nunca dañaría a su esposo.
—¿Estáis seguro de ello?
—¿Acaso podemos estar seguros de algo?
—No, puede que no —repuso el hermano
Daniel mientras miraba hacia la ventana de los aposentos—. Iré a hablar con lord
Jinyoung mientras vos cuidáis de que lord Jaebum no se haga daño.
Sir Taecyeon miró de nuevo a su señor
y elevó la espada. No sabía si debía avisarlo antes de golpearlo en la cabeza,
pero temía que fuera a por él.
No quería herirlo, pero tampoco quería
morir.
Tomó una varilla del suelo. Usaban
esos palos para practicar en el patio. Lo levantó y le golpeó con firmeza en la
cabeza.
Jinyoung ocultó su cara entre las
manos. Había esperado su regreso durante mucho tiempo. Había rezado para que
volviera a salvo algún día. Había tardado meses e incluso años en hacerse a la
idea de que quizá ya no viviera.
El dolor que había sentido al
enterarse de que su esposo había muerto había estado a punto de acabar también
con él. Pero pudo encontrar fuerza en su interior para seguir adelante. Una
fuerza que ya no tenía.
—Señor —lo llamó Hyorin tocando su
hombro.
Se sobresaltó.
—No te había oído entrar en la
habitación —repuso mientras se limpiaba las lágrimas.
—Mi señor, ¿qué os ocurre?
—Nada.
—Entonces, ¿por qué estáis en el
suelo? ¿Acaso os habéis caído?
—No —contestó mientras intentaba
incorporarse—. Asísteme, por favor.
Hyorin lo ayudó a ponerse en pie.
—Si no os habéis caído, ¿por qué
estabais entonces en el suelo?
—Me pareció una buena idea.
La comadrona abrió mucho los ojos,
parecía algo asustada. Colocó su mano en la frente de su señor.
—¿Os notáis mal? ¿Tenéis fiebre?
—preguntó mientras lo miraba a los ojos—. ¡Habéis estado llorando! ¿Acaso
habéis discutido con lord Jaebum?
—¿Discutido? ¿Qué dices? Jaebum parece
no tener la suficiente sangre en las venas como para discutir con nadie...
—Perdonadme, mi señor, pero no os
entiendo.
—No es nada —repuso arrepintiéndose de
haber hablado más de la cuenta.
Hyorin lo acompañó hasta la cama.
—Necesitáis descansar.
—Eso es lo último que necesito, Hyorin
—protestó mientras se levantaba de nuevo—. Estoy bien, de verdad.
Pero se había puesto en pie demasiado
deprisa y todo comenzó a darle vueltas una vez más. Se volvió a sentar.
—Sólo necesito un momento de
tranquilidad, eso es todo.
—Si pensáis que lord Jaebum no tiene
sangre en las venas, está claro que aún no estáis bien y que necesitáis
descansar algo más para recuperar al menos el sentido común.
—No, Hyorin, en el lord Jaebum en el
que estáis pensando es en el de hace siete años. Éste ha cambiado, no es el
mismo. No siente ni padece.
Dudó un segundo, no sabía si la gente
tenía conocimiento de su cautiverio.
—Yo hablo del lord Jaebum que ha
regresado.
—Reconozco que con las cicatrices y el
tiempo que ha pasado, parece diferente. Pero su naturaleza no ha cambiado.
—¿Que no ha cambiado? Antes era un
hombre apasionado, ahora...
—Mi señor, si estáis bien, acercaos a
la ventana y mirad lo que yo estoy viendo.
Se puso en pie y fue hasta donde estaba
Hyorin.
—¿Qué tengo que mirar?
—¿Oís ese ruido?
—Lo único que oigo es a los hombres
practicando.
—No son los hombres, se trata sólo de
uno.
—¿Uno?
Miró con detenimiento. Sólo había dos
hombres en el patio. Sir Taecyeon estaba a un lado con una vara en las manos.
Miraba a su marido, de nuevo con el torso desnudo, mientras golpeaba ferozmente
un poste al que parecía querer matar a puñetazos.
—¿Es ése el hombre del que hablabais?
¿Un hombre frío y sin emociones?
Frunció el ceño. Algo iba mal, aquello
no era normal.
—Puede que no discutiera con vos
porque no quiere disgustaros. Habéis estado enfermo, mi señor, todos pensábamos
que no ibais a vivir.
Sus palabras hicieron que se quedara
pensativo. Se preguntó si la comadrona estaría en lo cierto. Quizá Jaebum
temiera por su bienestar.
Pero no, no lo creía posible. Pensaba
que había algo más.
—Él no ha... Ni siquiera... —murmuró
con la cara encendida—. Jaebum ha mantenido las distancias en todo momento. No
ha besado siquiera mi mano, no ha acariciado mi mejilla...
Hyorin lo miró con sorpresa. Después
frunció el ceño.
—¿No? Me pregunto si...
—¿Qué? —preguntó con impaciencia—. ¿De
qué se trata?
—¿Hablasteis del bebé?
—Claro que sí.
La comadrona suspiró y se sentó en un
taburete.
—Lo que quiero saber es si hablasteis
de la concepción del bebé.
—Sí, he admitido ante mi esposo que
durante su ausencia me he convertido en un auténtico cualquiera...
Hyorin hizo una mueca al oír sus duras
palabras. Estaba tan avergonzado con su traición que ni siquiera podía hablar
de ello con esa mujer.
—Jaebum no necesita saber que otro
hombre intentó ocupar su puesto. Ni tampoco que yo fui lo bastante estúpido
como para considerar su oferta. Pero, aunque no hubiera admitido eso ante él,
¿no creéis que no podría haberle hecho creer que el bebé era suyo?
—Pero lord Jinyoung, deberíais
habérselo explicado todo...
—No, Hyorin. No hay nada más que
explicar. El confiaba en mí. Lo bastante como para dejar el condado de Goyang
en mis manos durante su ausencia. Ya es bastante malo que la traición de su
esposo sea tan obvia y pública para todos sus súbditos. Sería mucho peor que se
enterara de que soy además estúpido y que estuve a punto de dejarme engañar
para entregar todas sus posesiones a ese maldito canalla.
La comadrona suspiró y sacudió la
cabeza.
—Entonces, ¿pensáis que es mejor
hacerle creer que sois un cualquiera?
—Sí. Ya es bastante malo que sepa que Doyoung
no es hijo suyo.
—No estoy de acuerdo.
Los dos miraron al que hablaba. Era el
hermano Daniel.
—Perdonadme, lord Jinyoung. No
pretendía escuchar, pero la puerta estaba abierta y no he podido evitar oír
vuestra conversación.
—Supongo que no la cerré bien al
entrar —se disculpó Hyorin con el ceño fruncido—. ¿Podemos ayudaros en algo?
El clérigo ignoró a la comadrona y le
habló directamente a él.
—Mi señor, debo deciros que estoy en
desacuerdo con la decisión que habéis tomado. No he escuchado toda la conversación,
pero creo que no ha estado bien que no le dijerais a lord Jaebum toda la
verdad.
—Por mucho que me desagrade y
sorprenda, estoy de acuerdo con él —le dijo Hyorin entonces—. Lord Jinyoung,
tenéis que recobrar la razón.
Negó con la cabeza, no sabía cómo
explicarles sus razones.
—No, no puedo hacer eso. Por ahora, Jaebum
piensa que su esposo le ha sido infiel, no necesita saber nada más. Espero que,
tarde o temprano, pueda sacar toda la ira que siente hacia mí, entonces podré
pedirle perdón y podremos superar todo esto.
El hermano Daniel lo miró sin
entenderlo.
—Mi señora, si le explicáis lo que
pasó, el señor no pensará que le habéis sido infiel. Se dará cuenta de que vos
fuiste la engañado.
—¿Engañado? Ya es bastante doloroso
creer que la pareja de uno ha sido lo bastante débil como para sucumbir a las
pasiones terrenales —comentó con una mueca de desagrado.
Lo cierto era que la pasión no había
estado presente en ese momento.
—¿No entendéis acaso que lo que hice
fue aún peor que dejar que me engañaran? —continuó—. Rompí mi promesa de
mantener Goyang a salvo. Ya es bastante doloroso creer que le he sido infiel,
no quiero que piense que no puedo cumplir con mi papel como joven señor de Goyang.
Hyorin inclinó a un lado la cabeza y lo
miró con el ceño fruncido.
—Puede que el señor tenga razón —le
comentó al clérigo.
Se sintió aliviado al ver que la
comadrona parecía comprender por fin la vergüenza que sentía por haber roto sus
promesas.
—Está claro que no voy a conseguir
convenceros de que hagáis lo contrario, parecéis estar muy decidido. El tiempo
nos dirá si es la mejor opción. Pero no creo que necesitéis pedirle perdón a
lord Goyang. Ya habéis sido absuelto por la iglesia.
—No es suficiente. Necesito que Jaebum
me perdone.
El hermano Daniel cerró los ojos un
segundo antes de concentrarse de nuevo en él.
—Creo que el perdón que necesitáis
tiene que venir de vuestro propio corazón.
—Nunca podré perdonarme por lo que
pasó.
Creía que el hermano Daniel le
llevaría la contraria, pero no lo hizo. Simplemente lo miró con una sonrisa de
comprensión.
—He subido hoy a vuestros aposentos
para ver si podía hacer algo para conseguir que el señor y vos lleguéis a
entenderos de nuevo.
Le sorprendió su ofrecimiento.
—No sé qué podríais hacer —repuso
confuso.
El clérigo se dirigió hacia la puerta,
pero se detuvo antes de abrirla.
—Recordad, mi señor, que siempre estoy
a vuestra disposición si me necesitáis. Me encantará ayudaros a vos y a Jaebum
a superar esta situación.
La comadrona le abrió la puerta y se
aseguró de cerrarla bien cuando hubo salido el monje de los aposentos.
—Muy bien, ¿de qué estábamos hablando
antes de la interrupción? —preguntó la mujer—. ¡Ah, sí! Me decíais que lord Jaebum
ya sabe cómo fue concebido Doyoung.
—Sí, lo sabe.
—Pero, mi señor, una cosa es que lo
sepa y otra muy distinta que lo entienda.
Cada vez estaba más frustrado con esa
conversación. Además, se sentía muy cansado. Se apoyó en el poste de la cama.
—No te entiendo —le dijo.
—Sentaos, por favor —le indicó Hyorin
mientras señalaba la cama—. Os lo explicaré en cuanto os sentéis a descansar un
rato.
Hizo lo que le pedía la mujer.
—Está claro que el señor sabe que el
pequeño Doyoung no es carne de su carne. Estoy segura de que sabe contar
—comenzó la comadrona—. Pero una cosa es saber algo y otra muy distinta es ser
capaz de aceptar la verdad.
Hyorin no era una mujer que usará
demasiado bien la lógica a la hora de explicar algo. Le gustaba hablar y se
salía siempre por la tangente. Era difícil seguirla.
Esa vez, sin embargo, se dio cuenta de
que empezaba a entender lo que quería decirle.
—Así que, ¿crees que cuando ayudó en
el parto de Doyoung y se encargó de que fuera bautizado, aún no había aceptado
la verdad? Pero, después, tuvo tiempo para pensar las cosas con más
tranquilidad y... ¿Y qué? ¿Ha decidido ahora que me va a dejar de lado?
—No. Si lord Goyang hubiera llegado a
tomar esa decisión, vos no seguiríais aquí en el condado de Goyang.
—Supongo que tienes razón.
Se preguntó si, llegado el caso, Jaebum
le habría echado de allí o si se habría ido él.
—Entonces, ¿qué crees que ha decidido?
—Bueno, a lo mejor no ha decidido nada
aún y no sabe cómo reaccionar.
Se quedó sin respiración. A lo mejor
la mujer tenía razón y ésa era la sencilla explicación para el extraño
comportamiento de Jaebum. Una tímida sonrisa afloró a su boca.
—Entonces tengo que ayudarlo a tomar
esa decisión.
—Mi señor, si alguien puede ayudarlo a
abrir los ojos, tenéis que ser vos.
—Puede que así sea, pero los dos
sabemos que a ese hombre no le gusta demasiado conversar. Eso no es lo suyo...
—¿Y a qué hombre le gusta? —preguntó
riendo la comadrona—. No esperaríais que podríais hacerle entrar en razón con
palabras, ¿no?
La astuta comadrona lo miró con los
ojos llenos de picardía. Ese gesto le dio la fuerza que necesitaba para pedirle
algo.
—Hyorin, ¿te gustaría ayudarme?
—¿A qué, mi señor?
—Si tengo que conseguir seducir a mi
marido para que caiga de nuevo en mis brazos, puede que necesite la ayuda de
alguien que sepa qué me traigo entre manos. Preferiría no tener que explicarle
esto a nadie más.
Hyorin se puso en pie y le sonrió de
forma cómplice.
—Estoy a vuestro servicio, lord Jinyoung.
—Muchas gracias —contestó—. Bueno,
supongo que la cena se servirá pronto. ¿Crees que Doyoung dormirá el tiempo
suficiente como para que tenga tiempo de darme un baño y vestirme de manera más
apropiada?
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