Abrió los ojos como platos por la
sorpresa. Se apresuró a taparse con las manos, aunque se agachó en el agua para
ocultarse de él.
Con un susurro lo insultó más que si
hubiera gritado su humillación.
—¡Pervertido! Si es así como te
diviertes no me extraña que tu esposo te dejara por otro. No eres más que un
adolescente crecidito disfrazado de adulto.
—Fue un accidente. No vine buscándote,
salí a quemar unas cuantas calorías. Creí que estabas acostado. Tu casa lleva
horas a oscuras.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó dirigiéndose
hacia la barca. Las ondas que provocaba en la superficie del agua camuflaban su
desnudez—. ¿Te sientas a espiar cada uno de mis movimientos?
—¡Dame un respiro, Ryeowook! Tu casa es
la única en kilómetros a la redonda. No hace falta ser voyeur para saber si hay
luz o no en la casa del al lado. Y como vivimos tan cerca, deberías pensártelo
dos veces antes de volver a nadar desnudo, si es que vas a enfadarte por que te
sorprendan.
—¡Eres sin duda la criatura más
insultante que he conocido jamás! —exclamó mientras los dientes le castañeaban
de frío—. No puedo creer que fuera tan estúpido como para pensar que mereciera
la pena conocerte.
—Y yo no puedo creer que estemos
teniendo esta conversación, a esta hora de la noche. Ve hacia la playa antes de
que sucumbas a la hipotermia. No me hace gracia la idea de encontrar tu cuerpo
en la playa por la mañana. Al contrario de lo que piensas, valoro bastante más
la vida humana.
—¡Sobre todo la mía, seguro! —replicó él
dándose la vuelta—. ¿Por qué si no ibas a estar persiguiéndome así?
—Wook, no tengo que conformarme con
señoritingos como tú cuando quiero que me rasquen lo que me pica. Hay cientos
de jóvenes y mujeres que estarían contentos de complacerme.
—Si hay tantos, ¿por qué no le pediste a
uno de ellos que cenara contigo en lugar de a mí?
—Ya te lo dije. Solo porque tú estabas
allí. Si hubiera querido un revolcón habría ido a otro sitio —contestó. Aunque
no podía ver mucho, se inclinó para examinar lentamente su figura desdibujada—.
Sinceramente, estás demasiado delgado para mi gusto y deberías engordar un
poco. He visto galgos más gordos que tú.
—Y tú eres un cerdo desagradable
—protestó echándole agua a la cara.
Cuando dejó de carcajearse, Ryeowook estaba
en la playa corriendo hacia los árboles que bordeaban el camino hacia su casa.
Su risa lo siguió todo el camino. Qué
patético debía haberle parecido. No necesitaba que le dijera que carecía de lo
que le gustaba a los hombres. El espejo no mentía y los pocos kilos que había
ganado las últimas semanas no disimulaban su figura menuda. Como él había
señalado, no era su tipo en absoluto.
¿Por qué le importaba? Nunca le habían
gustado las relaciones pasajeras. Eric había sido su único amante y había
llegado virgen al matrimonio. Un hombre que descartaba a las parejas tan
fácilmente como las atraía no era para él. Si se enamoraba otra vez, sería de
alguien que se tomara la monogamia tan en serio como él. «Que me rasquen lo que
me pica». Qué falta, de respeto mostraba semejante comentario.
Y aun así, por la mañana, se encontró
mirando hacia el otro lado de la bahía, en dirección a su casa, pensando en el
hombre que vivía allí, deseando que sus caminos se cruzaran otra vez y
temiéndolo a la vez.
Estaba claro que su vecino no estaba
deseando correr hacia él. En algún momento, lo vio de lejos, metiendo su trampa
para cangrejos en la barca o moviéndose por las rocas. Pero él no miró en su
dirección ni una vez y no habrían vuelto a hablarse de no haber sido por la
tormenta.
Aquel día se había despertado con el
cielo cubierto y un calor opresivo que auguraba problemas. A pesar de que las
puertas y las ventanas estaban abiertas, la casa era como un horno. Los truenos
murmuraban a lo lejos, el presagio de que lo peor estaba por venir.
Justo después de las tres de la tarde,
oyó el rugido de un motor y vio a Yesung al volante de la lancha, alejándose
del muelle e internándose en las aguas abiertas de la ensenada.
—Debe de estar loco —exclamó perplejo—.
¿No sabe lo peligroso que es hacerse a la mar con el tiempo que se avecina?
Una hora después de su partida, un
trueno cayó sobre la isla lleno de furia. Poco después, el ciélo se abrió y
cayó una niebla tan espesa que hasta las amapolas rojas del porche aparecían
desdibujadas.
A las cinco, las flores se doblaban bajo
la lluvia clavándose en el suelo. A las seis, un ocaso prematuro oscureció la
luz de la tarde.
Entre el ensordecedor estruendo de los
truenos y durante los brillantes haces de luz de los relámpagos, se esforzó en
escuchar el ruido de un motor, en vislumbrar a través de la densa niebla el
contorno del bote cerca del muelle. No halló nada más que la fuerza de la
naturaleza.
Melo lo encontró. Cansado de su pasear
incesante, había dejado salir al perro durante un momento de calma, esperando
que pronto decidiría que estaba mejor dentro donde estaba seco. Pero pasaron
los minutos sin rastro de él, añadiendo otra preocupación más a las que ya
minaban su paz de espíritu.
Cuando al fin apareció, se negó a entrar
en la casa, dando vueltas en círculo con nerviosismo alrededor de las escaleras
del porche y emitiendo aullidos agudos y breves tan diferentes de su ladrido
profundo habitual que supo al instante que algo sucedía.
Su mensaje estaba claro. «¡Ven
conmigo!».
Agarró el impermeable de su abuelo, se
lo puso sobre los hombros y salió inmediatamente. Al instante, el perro se
dirigió hacia la playa corriendo delante de él y parándose cada poco para
asegurarse de que lo seguía.
La marea estaba baja, las rocas
resbalaban, la niebla era tan espesa que se habría perdido, si el perro no lo
hubiera guiado hacia los peñascos del otro lado de la cala donde el camino se
bifurcaba y un lado se dirigía hacia el muelle y el otro hacia la casa de Yesung.
Fue allí, mientras se detenía para
recuperar el aliento, donde la niebla se disipó lo suficiente para que pudiera
distinguir la lancha, segura en su amarradero. Unos metros más allá e inclinada
por la bajada de la marea, la rampa separaba la tierra del agua.
A medio camino entre ambas, sobre los
tablones mojados, una silla de ruedas vacía estaba tumbada de lado.
Como satisfecha de haber causado
estragos por un día, la tormenta pareció amainar. Los truenos, la lluvia, el
ritmo enloquecido de su corazón se detuvieron, dejando una quietud aún más
terrorífica porque el único sonido que penetraba el silencio era el chapoteo
del agua cayendo de los árboles.
No se oían gritos de auxilio ni brazadas
nerviosas que alteraran la calma del mar. No había señal de nadie más que de él
y de su perro. Parecían ser los únicos seres vivos que quedaban sobre la
tierra.
Podían haber permanecido allí
indefinidamente, paralizados por el miedo, si Melo no hubiera perdido la
paciencia con el retraso y le hubiera impelido a moverse, no hacia el agua sino
hacia la casa cuyo tejado reaparecía levemente mientras la niebla se desplazaba
hacia el interior.
Yesung yacía sobre el porche, apoyado
contra la pared y masajeándose la pierna herida.
¡Al menos estaba vivo!
El alivio le hizo tartamudear de rabia.
—¡Idiota! —gritó arrodillándose ante
él—. ¿En qué estabas pensando haciéndote a la mar con este tiempo?
—Tenía que hacer un recado —contestó sin
apenas mover los labios.
—¿Un recado?
—Necesitaba llamar por teléfono para
dejar un mensaje y mi móvil estaba averiado.
—¿Y qué clase de llamada era esa que
merecía la pena que arriesgaras tu vida por ella? —exclamó perplejo.
—No es asunto tuyo.
Se sentó sobre los pies con las manos en
las caderas.
—¿Ah sí? Deja que te diga qué es asunto
mío: tu actitud irresponsable que me deja a mí cargar con las consecuencias.
¿Te has parado a pensar por un momento por lo que he pasado toda la tarde,
preguntándome si debería encender luces para alertar al guardacostas para que
iniciara una operación de búsqueda y rescate, o si debería dejarte revolcarte
en tu propia estupidez? ¡No tienes ningún derecho a...!
Se detuvo y tomó aire, furioso por estar
temblando y a punto de llorar. «No puedo hacer esto. No puedo permitirme
involucrarme con este hombre y sus problemas. No puedo preocuparme por si vive
o muere. No dispongo de lo que se necesita para soportar otra alma en crisis».
—Wook —dijo Yesung levantando la cabeza
para mirarlo con los ojos entrecerrados—. Estabas preocupado por mí. ¡Qué
tierno!
—No bromees con esto. No es gracioso.
¿Qué habría pasado si te hubieras internado en la niebla y la lancha hubiera
empezado a hacer agua? ¿Qué habría pasado en tus condiciones?
—Cálmate —pidió amargamente—. No ha
sucedido. Desgraciadamente para ti, he sobrevivido y estoy ileso.
—¿Llamas ileso al estado en que te
encuentras? He visto la silla de ruedas. Sé lo mucho que has tenido que gatear
para volver hasta aquí. Estás sangrando, y probablemente lleno de cardenales, y
es menos de lo que mereces. Si tuviera un poco de sentido común, te dejaría
aquí para que te pudrieras.
—¿Entonces por qué no lo haces?
—Porque, al contrario que tú, no estoy
absorto en mí mismo y en mis propios problemas. La conciencia no me permitiría
marcharme dejándote en el estado en el que te encuentras.
—Justo lo que necesito, la madre Teresa
con su aura corriendo a rescatarme.
—Considérate afortunado de que haya
tomado clase de primeros auxilios para saber qué hacer.
Estaba herido y cansado, y ninguna
bravuconería podría ocultarlo.
—¿Me vas a hacer la respiración boca a
boca, Wook? —preguntó irónico.
—No —respondió observando sus heridas.
De cerca, vio que se había golpeado un lado de la cara, posiblemente al caerse
de la silla de ruedas. Pero lo más urgente era limpiar las heridas llenas de
arena y astillas, provocadas al volver arrastrándose a la casa. Estaban
infectadas—. Cuando acabe contigo, probablemente lo necesitarás. Aunque no te
hayas hecho nada más, estas heridas necesitan una cura.
—Lo estoy deseando. Se levantó.
—Bien. Empezaremos quitándote la ropa y
secándote. Estás calado hasta los huesos.
—Olvídalo —protestó escondiéndose de él
como si tuviera el tifus—. No vas a abusar de mí cuando no estoy en posición de
defenderme. Aleja tus manos de mí.
—No te hagas ilusiones. No me preocupas
tú personalmente. Me preocuparía igual por cualquiera, aunque cualquier persona
habría tenido más sentido común que tú.
—Así soy yo. Siempre buscando problemas
y generalmente arreglándomelas para encontrarlos de uno u otro modo. Vete y
déjame en paz. Ahogarme habría sido mejor que escucharte hablar como un arpía.
Abrió la boca para contestar, pero la
respuesta murió en sus labios. A pesar de su modo de hablar producto del dolor
que estaba soportando, el contorno blanquecino de su boca y la pesadez de sus
ojos no mentían.
—No me voy a ningún sitio, Kim Yesung,
no importa cuánto me insultes. Necesitas ayuda y aquí no hay nadie más que yo.
Te guste o no, te voy a llevar dentro y te voy a cuidar, así que, en lugar de
discutir, usa tu energía para ponerte en pie. ¿Crees que puedes levantarte si
te apoyas en mí?
—Sí, puedo. No soy un inútil, maldita
sea. Puedo moverme yo solo.
—Entonces pruébalo —le retó. La mirada
que le lanzó podría haber agriado la leche, pero se negó a dejarse intimidar—.
Guárdate esas miradas para quien le importe —replicó tambaleándose un poco mientras
él se levantaba y le ponía un brazo sobre el hombro— Esto no es la ceremonia de
los Oscar y aunque lo fuera ya se me han acabado las estatuillas.
—Eres un brujo horrible, ¿lo sabes?
—Sí —contestó preocupado por su palidez
y el sudor de su frente—. Tienes la habilidad de sacar lo peor de mí.
Medía más de uno setenta y era un hombre
de cuerpo bien definido, poco
acostumbrado a tener que depender de otra persona. Odiaba la indignidad de
estar discapacitado y despreció cada segundo laborioso que le costó atravesar
el porche y entrar en la casa.
Una vez allí, se apoyó un poco en los
muebles, pero había empezado a pagar por el esfuerzo. El precio por mantener su
orgullo lo marcaba el amargo rictus de su boca y su respiración dificultosa.
Habría masticado cristales antes que admitir la agonía que estaba sufriendo.
—¿Dónde crees que vas? —preguntó cuando
esquivaron la mesa para ir hacia la puerta del fondo.
—¿A dónde crees que vamos? Te llevo a la
cama.
—¡De ninguna manera! —replicó
acercándose al sofá y dejándose caer en él—. Déjame aquí, me las arreglaré yo
solo.
—¿Y cómo vas a hacerlo? Te duele tanto,
que apenas puedes sentarte. Así que acaba tu actuación de machito y dime dónde
guardas tu medicación.
—Nada de medicinas —se negó apartando la
cabeza.
—¿Qué quieres decir? Espero que tengas
algo para calmar el dolor.
—Lo suficiente como para poner una
farmacia, pero de ninguna manera voy a dejar que me drogues por algo tan
insignificante como esto.
—Debería haber imaginado que dirías eso.
¿Y las toallas, o es que tampoco quieres usarlas?
—Estás acabando con mi paciencia —gritó
cerrando los ojos como si quisiera hacerlo desaparecer—. Por favor, por última
vez, lárgate de mí casa y déjame en paz. No te quiero aquí. No te necesito. No
necesito más que un poco de tranquilidad.
—Las toallas, Yesung —ordenó
implacablemente.
Dejó caer la cabeza sobre el pecho y
suspiró, una exhalación exasperada de derrota surgió como un viento a través de
la habitación.
—Por allí —respondió señalando un mueble
en la esquina.
—De acuerdo —dijo tomando dos toallas
grandes de baño—. Estas irán bien. Vamos, deja que te quite los vaqueros y la
camiseta mojados.
—¡Debes de estar de broma! —protestó
levantando la cabeza de repente.
—No —contestó quitándole los zapatos.
Sus pies largos y bronceados estaban helados y la piel de sus tobillos estaba
raspada—. Lo digo totalmente en serio. Tanto si lo admites como si no, tienes
un shock y necesitas calor.
—El tuyo, no. No me vas a dejar en
calzoncillos para examinar mi equipamiento.
—Entonces desvístete tú solo.
—Lo haré —aseguró sin hacer ni un
movimiento.
—¿Y bien? ¿A qué estás esperando?
—preguntó mirándolo con expectación.
—Date la vuelta —pidió.
—¡Por favor!
—¡Date la vuelta! O mejor espera en el
porche.
—¿Y por qué no preparo un café y saco el
maletín de primeros auxilios en lugar de eso?
—¡Lo que sea! Lo que sea para que dejes
de mirar. Y no intentes espiarme.
—No lo haría ni en sueños. De todos
modos, no creo que tengas nada que me interese mirar.
—¡Ya te gustaría!
Ryeowook se giró para esconder una
sonrisa. ¿No se había dado cuenta de que, si estuviera tan desesperado por ver
lo que tanto quería esconder, solo tenía que mirar por el espejo que colgaba de
la pared? ¿Pero para qué, si aunque tuviera esperanzas de algo más que curarle
las heridas él no estaba en forma para colmarlas?
—Parece que tienes dificultades —señaló
tras escuchar maldiciones y rugidos detrás de él—. ¿Estás seguro de que no
necesitas ayuda?
—Necesito que llames al orden a tu
perro. No necesito que me laven las orejas —murmuró con furia.
—No seas tan desagradecido. No te habría
encontrado si no hubiera sido por él.
—Recuérdame que muestre mi
agradecimiento la próxima vez que vaya a pescar —replicó. Hubo más gruñidos y
al final un golpe sobre el suelo, probablemente de los vaqueros mojados—. ¡Ya
está! ¡Terminado! Puedes traer las tiritas.
Tenía el torso desnudo, pero se había
colocado una toalla que le tapaba de cintura para abajo, piernas y pies
incluidos. Lo único que pensó fue que, si lo que cubría era la mitad de impresionante
que lo que mostraba, él había sido modesto. Porque habría mirado, sin duda.
Era...
Desvió la mirada de su torso musculoso.
¡Era una maravilla!
Su reacción estaba justificada porque
nunca lo había visto sin ropa. Siempre llevaba vaqueros y camiseta. Y era
difícil comprobar la constitución de un hombre que estaba en una silla de
ruedas.
—¿Pasa algo, Wook? —preguntó mirándolo y
quizá leyendo sus pensamientos.
—Nada. Empecemos. Vas a tener un ojo
morado por la mañana —aseguró tomándole la cara con delicadeza.
—No será la primera vez —replicó dando
un respingo por el antiséptico.
Esa era la parte fácil. Las palmas de
sus manos y la cara interna de los antebrazos estaban acribilladas por las
astillas.
—Tengo que quitarte las astillas
—informó con unas pinzas en la mano mientras desviaba sus pensamientos de la
piel bronceada, lisa y musculosa de sus brazos—. O se te infectarán.
—¿Estás buscando oro o qué? —exclamó
mientras le arrancaba una astilla de la palma de la mano.
—Quédate quieto y no seas crío —ordenó
aplicando alcohol en las heridas—. Ya he terminado aquí. Aparta la toalla un
poco y deja que le eche un vistazo a los tobillos.
—No, la toalla se queda donde está.
—Por favor, Yesung. Me refiero a un par
de centímetros solo. Ni siquiera tú puedes estar tan bien dotado.
—Déjalo —pidió. Por su expresión supo
que no tenía sentido insistir—. Ya has hecho bastante y yo ya he tenido
suficiente por hoy.
Wook se encogió de hombros y cerró el
botiquín.
—Si tú lo dices... Pero si quieres mi
consejo...
—No lo quiero. No es que no te agradezca
lo que has hecho, pero ha sido un día muy duro y estoy rendido.
—Sí, ya veo que lo estás. Te prepararé
algo caliente y después me marcharé de aquí. ¿Te apetece café o prefieres sopa?
—Un café estará bien.
—Solo tardaré uno o dos minutos.
Pero eso era demasiado tiempo para él.
Cuando regresó de la cocina, estaba roncando. Tenía las manos a los lados de la
cintura con las heridas rojas contrastando con la toalla azul clara. Su pecho
subía y bajaba con cada respiración. Pero fue su rostro lo que atrapó su
atención. Su expresión indefensa, sus pestañas espesas y oscuras, la línea de
su boca, más benévola que cuando estaba despierto. Todo aquello lo conmovió de
un modo que no había conocido desde hacía tiempo.
Depositando el café sobre la mesa, entró
en la habitación y salió con el saco de dormir. Lo tapó con cuidado de no
molestarlo. El aire frío que había llegado del mar al pasar la tormenta haría
que refrescara por la mañana.
Su palidez había desaparecido
reemplazada por un color sano. Con precaución recorrió con los dedos levemente
la zona de alrededor de sus ojos y su mandíbula. No tenía fiebre. Su
respiración le rozó la cara, íntima como una caricia.
¿Fue eso lo que lo empujó a acercarse
más y a besarlo? ¿O fue el deseo repentino de descubrir al hombre que nunca
había conocido antes, al que solo se descubría durante el sueño?
Tenía intención de besarlo en la
mejilla, pero en su lugar besó su boca y se detuvo allí. Sus labios eran firmes
y fríos y no respondían a los de él. Estaba profundamente dormido. Gracias a
Dios que nunca sabría la libertad que se había tomado, porque el impulso lo
había dejado inundado de una mezcla de emociones que no se atrevía a explorar.
Conmovido, apagó las luces excepto una
lamparilla y salió hacia donde Melo lo esperaba tumbado con el pantalón mojado
de Yesung colgando de la boca.
Si,no es de su tipo,claro,por eso no se le quedo viendo todo ese tiempo y quería más.
ResponderEliminarTonto yesung,como se le ocurre,pero bueno,al menos no estaba solo,y aunque le "moleste" la presencia de Wook,debe darle gracias por ayudarlo en ese momento.
Jujujuju a wook le gusto lo que vio,a mi tambien,ok no,yo no vi nada jajaaja
y además le da un beso,ja.....cuando yesung se entere,si es que no esta dormido como wook cree
Gracias por el cap vecina......quien la quiere......*0*
aja~ ese Wookie~ le dice pervertido a yeye! y zas~ va y lo besa!! jajajajajajjaja ese melo! tan lindu~ ayudo a la tortuga tonta! pero a quien tenia que llamar con tanta urgencia ¿? ahhh!!!
ResponderEliminarwaaa! perdon por no comentar !! la historia me resulta interesante y me dolio.DOLIO el hecho que
ResponderEliminarYeye este en sillas de ruedas!!, y amo a melo!! es un excelente perro!!
omo! Wook aprovechado que anda! besando a un inconsciente Yesung, y lo llamas a el pervertido jaaja
muchas gracias por el mp!
saluods
waaaa hermoso que terco es Yeye diablos cuando va a admitir que le gusta Wookie, es tan infantil diablos, jajjaa me encanta el fic tanto gracias porelMP yno te procupes sigo siempre Unnie Yota
ResponderEliminarrosaliehale:
ResponderEliminaromo omo omo omo! Lo beso!
En serio no se dio cuenta? No creo que no haya notado que lo besaron.
Por que no quiere que lo vean, sera que el accidente le dejo alguna cicatriz, o es solo el hecho de no poder moverse?
Que testarudo es Yeye, no tenia que salir asi con esa tormenta
ohhhhhh que genial estuvo el capitulo!!!! la preocupación de Wook por Ye me pareció tierno y las palabras que se decian me parecieron muy graciosas!! y el beso al final ya dice muchas cosas me encanto gracias por el MP esperare el proximo cuidate
ResponderEliminarRox Andres 05
Otro capítulo de mis bipolares favoritos xD
ResponderEliminarYesung diciendo que Wookie no es su tipo y bien que se lo quedó mirando cuando lo encontró desnudo y luego Wookie todo preocupado por Yeye, vigilando su regreso y luego cuidandolo a pesar de lo terco que Yesung puede ser sobre recibir ayuda.
El beso robado al final fue muy lindo.
Gracias por el Mp <3 Nos leemos en el siguiente cap
waaaa que genial me encanta este fic y este cap estuvo bueno yeye es tan terco pero igual quiere la ayuda de wook aunque lo niegue que tierno melo el lo encentro y luego lo lame que chistoso...
ResponderEliminaraaa wookie en que pensabas y si no esta totalmente dormido que vas a hacer ahora se le subirá un poco mas el ego a yeye n.n yaa casi empieza el amooorrr jijijiji n.n
me encantaaaa~~