«Tranquilízate. Te han dado la
oportunidad de empezar de cero con él. No lo estropees repitiendo los errores
del pasado. No lo molestes ni lo abrumes con atenciones. Sé agradable y sobre
todo, mantén la distancia».
Un consejo fácil, pero difícil de seguir
cuando su instinto clamaba para que convirtiera una simple comida en una
ocasión inolvidable. ¡Si hubiera sabido que iba a aparecer, si hubiera pensado
en llenar los armarios con más comida! Caviar con tostadas y un buen vino
blanco hubieran añadido un toque elegante; una porción de queso azul y pan
italiano y albaricoques, café expreso y mazapanes...
Pero aquello era una isla no Seul. No
había grandes supermercados, solo una tienda en Sukira's Cove, el hijo del
dueño, que iba a su casa cada semana para llevarle los productos básicos que
necesitaba.
Hizo lo que pudo con lo que tenía a
mano. Lo colocó todo en la camarera de madera que su abuelo había hecho años
atrás y lo sacó fuera.
Yesung estaba sentado en el balancín del
porche frotando distraído las orejas de Melo.
—Deja que te eche una mano —dijo,
agarrando el bastón para levantarse.
—No se necesario, de verdad.
—No arruines mi único momento de
galantería, Ryeowook. Hace mucho tiempo que no estoy en situación de ofrecer ayuda
a alguien.
—¡Dios me libre de hacer algo así! Toma
un plato y a comer —respondió. La risita que soltó sonó como la de una
quinceañera.
—Considerando que no esperabas compañía,
has preparado un banquete —señaló probando una de las galletas—. No había probado
nada tan bueno desde que era un niño.
—¿A tu ex pareja no le gustaba cocinar?
—Mi esposo no distinguiría un
frigorífico de un horno. La única vez que lo vi usar el horno fue para calentar
algo que había comprado preparado en la tienda de al lado. Por el contrario, mi
abuela vivía para cocinar.
Ella decía que, si un niño tenía siempre hambre, era
porque estaba enfermando. Si aún viviera, me estaría preparando comida de la
mañana a la noche creyendo que engordar haría milagros en mi pierna.
—Mi abuela fue la que me enseñó a
disfrutar de la cocina. Preparé mi primer pan aquí cuando tenía siete años.
Sospecho que estaba más duro que una piedra, pero recuerdo a mi abuelo
comiéndoselo y alabando cada bocado.
Así la tarde pasó sin sentir
intercambiando pedazos de su historia personal. Él había crecido en Cheonan.
Había sido un niño solitario, lo habían llevado al director del colegio por
saltarse las clases cuando tenía diez años.
—No veía la razón de pasar el día metido
en una clase repleta, cuando el sol brillaba fuera y había rastros que seguir
—contó. Pero le encantaba leer y tocar el piano—. En casa de mi abuela, no
había tele. No le gustaba, estaba convencida que a través de ella los
alienígenas espiaban a la gente. Así que tuve que encontrar otro modo de
entretenerme en las largas tardes de invierno, al menos hasta que fui a
secundaria y el deporte ocupó todo mi tiempo libre.
Ryeowook le escuchaba embelesado por la
expresión de su rostro, por los fragmentos de información que componían su
pasado.
—Nunca pensé en casarme. No encajaba en
mis planes. Debería haber escuchado a mi intuición en lugar de a mis hormonas.
—Seguramente —intervino desconcertado
por la decepción que le había causado su comentario. ¿Qué le importaba a él su
opinión sobre el matrimonio? No quería arrastrarlo al altar. Pero la convicción
que había sostenido esa idea había desaparecido.
Un ligero dolor ocupaba su lugar, algo
parecido al deseo, no por alguien con quien simplemente compartir su vida sino
por aquel hombre en particular, incluidos sus defectos.
«Es porque él está aquí y no tengo otra
compañía. Si nos hubiéramos encontrado en la ciudad, no destacaría entre la
multitud».
Pero sí lo haría. No hacía falta que le
describiera su pasado amoroso. Su matrimonio había fallado, pero no le faltaba
compañía. ¿Qué joven o mujer permanecería inmune a aquella mirada y a aquella
sonrisa encantadora?
—Esto es maravilloso —señaló rodeándose
la cara con las manos y mirando hacia la tarde brillante—. Un tiempo perfecto,
una vista preciosa, buena comida y buena compañía. Por primera vez, estoy
satisfecho de lo que tengo.
«¡Yo no!». El pensamiento cruzó su mente
con una claridad asombrosa. «¡Quiero más, quiero vivir otra vez, sentir otra
vez!».
De repente, Yesung giró la cabeza y le
atrapó con una mirada que lo decía todo.
—Solo estoy hablando yo. ¿Y tú, Ryeowook?
¿Es este lugar tan mágico como esperabas?
Se acarició los dedos de una mano con el
pulgar de la otra.
—Creo que sí. Estoy preparado para
seguir adelante con mi vida.
—¿Y tus hijos? ¿He de suponer que no
tienes?
—No —respondió—. Hablamos sobre esa
posibilidad, pero, a causa de la enfermedad de Eric, decidimos no tenerlos. Más
tarde, cuando su salud empeoró, me alegré de que no hubiera nadie más que
necesitara mi atención y pude hacer de él el centro de mi vida.
—¿Y ahora? ¿Te arrepientes de aquella
decisión?
Intentó pensar en el pasado, en Eric,
para recordar cada rasgo de su rostro, el amor en su mirada, las últimas
palabras que susurró, cualquier cosa que eclipsara los pensamientos que de
repente llenaban su mente.
Pero Eric era parte del pasado, un
fantasma que se desvanecía. Le dolía admitirlo, pero no tenía sentido negar la
verdad, él ya no tenía que ver con el presente y no jugaba ningún papel en el
futuro.
Yesung, sin embargo, era vital, dinámico
y estaba allí. Le alegraba, le hacía desear aferrarse a la vida con fuerza para
alcanzar un futuro que nunca había imaginado.
Suspirando luchó por sosegarse. No podía
confesarle que albergaba esos pensamientos, ni decirle lo mucho que ansiaba
tener un hijo. Él lo malinterpretaría, tanto como si le decía que el haber
aparecido de aquel modo ese día lo había animado enormemente.
—Los hijos nunca fueron una opción. Lo
sabía y lo acepté.
Al menos no era del todo mentira. Pero
aquello no impidió que siguiera deseándolo. Y en ese momento, a causa de aquel
hombre carismático y vital, el deseo surgió otra vez. Los veía con tanta
claridad que casi podía dibujarlos: una niña o jovencito con los ojos de Yesung y un niño
alto y fuerte como su padre...
—¿Y tú? —devolvió la pregunta, ansioso
por desviar su mirada curiosa—. ¿Tienes hijos?
—No —contestó—. Tampoco era una opción
para nosotros, aunque por otras razones. Por mi trabajo tenía que permanecer
lejos de casa mucho tiempo y a él no le interesaba tener una familia. Razón
suficiente para asegurarse de no formar una, por lo que a mí respecta. Los
niños se merecen que ambos padres quieran tenerlos, y yo debería saberlo.
Aunque sus palabras no hubieran
subrayado que la conversación había tocado un punto flaco, la repentina
vehemencia en su voz lo hizo.
—Lo siento. No quería sacar a relucir
temas desagradables...
—No podías saberlo. No suelo hablar de
ello, pero como ha surgido el tema ya lo sabes. Yo fui el hijo no deseado de un
tipo del que mi madre ni siquiera sabía el nombre. Ella me abandonó en cuanto
nací y me dejó con mi abuela.
—¡Oh, Yesung!
—Deja de sentir pena por mí —intervino
bruscamente—. Tuve más suerte que muchos otros niños que no tienen a nadie que
los acoja. Mi abuela murió cuando tenía diecinueve años, pero entonces ya había
terminado mi primer año de ingeniería con tan buenas notas que conseguí una
beca que me permitía acabar la carrera. Puede que mi madre no hubiera pensado
que yo merecía la pena, pero mi abuela sí. Murió orgullosa y satisfecha.
—¿Y tu madre... fue alguna vez a...?
—Nunca. No tengo interés en saber nada
más de lo que ya sé, que es una fulana sin corazón a quien no le importó dejar
a un bebé de dos días a la puerta de la casa de otra persona. Quizá ese es el
tipo de mujer que merezco. Al menos, ese es el modelo que siguió mi matrimonio.
Ryeowook no tenía noción de haberse
levantado de la silla ni conocimiento de cómo se había colocado a su lado en el
balancín acariciándole el rostro.
—Te equivocas, Yesung. Te mereces más
que eso. Eres un buen hombre, un hombre maravilloso. Tu madre, al abandonarte,
se perdió lo mejor que le había pasado. Y en cuanto a tu esposo, debía de estar
loco para dejarte por otro.
Él cubrió su mano con la suya.
—Ten cuidado, Wook —advirtió—. O lo
siguiente será decirme que te gusto.
«¡Podría amarte!».
Antes de verbalizar el pensamiento, se
apartó de él.
—No nos dejemos llevar solo porque hemos
conseguido pasar un par de horas sin que esto se convierta en una batalla
campal.
—Tienes razón —accedió él agarrando el
bastón y levantándose del balancín—. Será mejor que no tentemos a la suerte.
Gracias por la comida.
Ryeowook también se levantó metiéndose
la camiseta en el pantalón.
—Te acompañaré hasta el camino.
—Quédate aquí y disfruta de lo que queda
de la tarde. Pude llegar aquí por mis propios medios y me marcharé del mismo
modo.
—No es ninguna molestia. Tengo que
recoger la ropa de todas formas.
—Como quieras.
«Si hiciera lo que quiero, encontraría
el modo de hacer que quisieras quedarte...».
Desvió la mirada antes de que pudiera
adivinar ese deseo y caminó delante de él por la casa hasta el jardín trasero.
—Nunca te he visto formal —comentó él
mientras la observaba.
—Aquí no hay mucha ocasión, pero me
gusta arreglarme un poco de vez en cuando —respondió consciente de su mirada—.
Una tontería, supongo, considerando que solo me arreglo para mí.
—No sé. Está empezando a apetecerme algo
más que lo bucólico —dijo pensativamente mientras rozaba la hierba seca con el
extremo del bastón—. ¿Has estado alguna vez al otro lado de la isla?
—¿Te refieres al Club de Golf y al Hotel
Promise Island? Sí, alguna vez.
—¿Es buena la comida?
—Es excelente.
—¿Te gustaría ir a cenar mañana?
¿Una noche elegante con Kim Yesung? Se
le aceleró el pulso ante la idea.
—No podemos —respondió—. Es un club
privado. Tienes que ser miembro o un invitado.
—No he preguntado si nos dejarían
entrar, Wook. He preguntado si te gustaría cenar allí conmigo.
«¡Más que nada en el mundo!».
—Si... puedes solucionarlo, entonces sí,
me encantaría.
—Entonces deja de poner objeciones y nos
vemos en el barco mañana a las siete.
Había recibido invitaciones más corteses
y entusiastas, pero ninguna había suscitado semejante reacción. Todo su ser
bullía ante la expectativa. Kim Yesung le había pedido salir, y no era porque
hubiera atrapado más cangrejos de los que podía comer sino porque había
disfrutado tanto de su compañía aquella tarde que estaba dispuesto a repetir la
experiencia. ¡Y en público!
¡Y no tenía nada que ponerse!
Una especie de expectación lo inundó,
una esperanza que no había experimentado en años. Quería estar guapo otra vez,
deseable, como cuando Eric y él se enamoraron. Hacía mucho tiempo que no tenía
un motivo para ponerse elegante para un hombre.
Al menos se le había ocurrido meter en
la maleta un pantalón clásico y en un viejo baúl encontró una camisa estilo
japonesa de su abuelo, aún olía a lavanda. Ojalá hubiera tenido la precaución
de incluir alguna chaqueta formal para protegerse del frío. Las cazadoras de su
abuelo no encajaban con la imagen que quería ofrecer.
Cuando Yesung llegó parecía que se
hubiera puesto un uniforme de presidiario dado el impacto que le causó.
—Estás diferente —comentó después de que
hubiera pedido una botella de vino tinto—. Llevas algo en los ojos.
¿Algo? ¿Todas las horas que había pasado
arreglándose y solo se resumía con «llevas algo en los ojos»?
—Se llama rimel —le informó con
frialdad.
—¿He dicho algo malo?
—En absoluto.
—¿Entonces a que viene esa mirada?
—Te estás imaginando cosas, Yesung
—contestó fingiendo indiferencia—. Estoy encantado de estar aquí pasando un
buen rato. Y que conste, tú también estás diferente. Posiblemente limpio, para
variar.
Con pantalones negros y camisa blanca
estaba más atractivo de lo que permitía la ley. Todos le miraban como si fuera
el plato estrella del menú y a él mismo le costaba no babear.
—¡Gracias... supongo!
—Supongo que tu aspecto es lo que les ha
persuadido para dejarnos pasar.
—Me habrían dejado entrar aunque fuera
desnudo. Wook. Tengo contactos en las altas esferas. Solo se necesitaba hacer
una llamada, un pequeño detalle del que me ocupé esta mañana. No dudé ni por un
momento que nos dejarían entrar ni que nos colocarían en uno de los mejores
sitios —aseguró señalando la mesa entre la pista de baile y una ventana que
daba al mar.
—Qué bien que estés tan seguro de que
eres bienvenido —dijo imaginándolo vestido solo con su sonrisa—. Y qué
maravilla que consiguieras que tu móvil funcionara otra vez. Uno se pregunta
cómo nos las arreglaríamos sin esos adelantos.
—¡Y tanto! —exclamó sonriendo y
divirtiéndose a su costa. Al ver que su intento por agradarle no había dado
resultado, se recostó en su asiento—. ¿Estamos de mal humor, por casualidad?
—No seas vulgar, Yesung.
—Mis disculpas. Permíteme que reformule
la pregunta para no herir tu sensibilidad. ¿Hay algo que te está irritando? ¿Es
la compañía? ¿Te estás arrepintiendo de que te vean en público conmigo?
—Esa idea se me ha pasado por la cabeza.
—¿Por qué? Te pareció una buena idea
cuando lo mencioné.
—Podría seguir siéndolo —replicó furioso
con él por ser tan obtuso y con él mismo porque estaba a punto de gritar de
frustración y decepción. La velada se estaba yendo al garete antes de empezar—.
Todo iría muy bien si no fueras tan...
—¿Qué? ¿Si no fuera tan poco de tu
estilo?
—¡No! —exclamó—. Si no fueras tan
egocéntrico. Me he tomado muchas molestias para parecer especial para ti esta
noche y ni siquiera lo has notado. ¿Acaso tienes la cortesía o la habilidad
para decir un cumplido? ¡No! ¡Todo lo que se te ocurre decir es que tengo algo
en los ojos!
—¿Te sentirías mejor si me levantara y
empezara a golpearme el pecho con orgullo porque seas mi cita esta noche?
—No soy tu cita. Reconócelo, Yesung,
solo soy una persona que vive cerca de tu casa y te daría igual que fuera
paticorta o bizca.
—No es así. Disfruto de tu compañía en
pequeñas dosis, mientras no exageres tus expectativas de lo que implica pasar
algún tiempo juntos.
—No te preocupes porque me esté
anticipando. No interpreto esta noche como el preludio de una propuesta de
matrimonio, si es eso lo que te preocupa.
—Eso está bien. Sobre todo porque solo
pretendía compartir una botella de vino, una buena comida y un poco de conversación
adulta, aunque debo añadir que de esto último hay poco —señaló. Después de eso,
él debió parecer tan triste como se sentía porque Yesung le tomó las manos
entre las suyas—. Wook, ya sabes que es fácil imaginar cosas que no están ahí
cuando las opciones son limitadas. La casualidad, y no la elección, nos ha
juntado. Cada uno es lo único que tiene el otro en este momento y como
resultado nos hemos vuelto dependientes. Pero sería un error creer que hay algo
más que eso.
—¿Dependientes? Habla por ti —replicó
con desprecio—. Yo no te necesito.
—Sí me necesitas —lo contradijo con más
amabilidad de la que había mostrado antes— Estás perdido en tu soledad, lo
admitas o no. Eres un joven que necesita a los demás para sentirse completo. Un
joven de los que dan. Y yo, maldita sea, estoy en una posición en la que tengo
que tomar más de lo que me gustaría, y por eso hemos establecido una especie
de... relación.
—¿Y es eso tan malo, Yesung? —preguntó.
—Podría serlo. ¿Crees que no sé que
estoy con el joven más bonito de esta sala, o que no te encuentro deseable?
Diablos, Wook, sería muy fácil flirtear contigo, embarcarme en una aventura.
—Pero no va a ocurrir.
—Si nuestras vidas estuvieran
discurriendo con normalidad, no tendríamos nada en común, excepto quizá, un desagrado
mutuo. Nuestros caminos nunca habrían coincidido. No nos movemos en los mismos
círculos. No compartimos los mismos objetivos ni intereses. Este verano es una
excepción, un descanso para ambos, y es importante que reconozcamos que no
durará siempre. En una o dos semanas, menos quizá, iremos por caminos separados
y probablemente no volveremos a vernos. Así que no, no va a ocurrir.
—Gracias por decirlo por mí, pero no
tenías que hacerlo. Ya había llegado a la misma conclusión.
—Entonces estamos de acuerdo.
—Por completo.
Señalando el Chateaubriand que el
camarero había servido ante él, Yesung levantó su copa.
—En ese caso, brindemos por la comida y
empecemos a comer antes de que se enfríe. ¡Bon appétit!
Decir que el resto de la cena fue tensa
sería una obviedad.
—¡Qué grupo tan bueno! —señaló él cuando
la falta de conversación era demasiado evidente—. No esperaba que tuvieran
música en vivo.
—Nunca tienen, excepto en verano y solo
los fines de semana.
—Es verdad, habías dicho que ya habías
estado aquí. ¿Estuviste aquí con tu esposo?
—Un par de veces, de recién casados.
—Si lo hubiera sabido, habría sugerido
ir a otro sitio. Lo último que querría sería remover recuerdos dolorosos.
«Los únicos recuerdos dolorosos son los
que estamos construyendo esta noche».
—Fue hace mucho tiempo. Y no hay otro
sitio en la isla.
—¡Has metido la pata otra vez, Yesung!
¿Hablamos del tiempo?
—Prefiero que no.
Aquella respuesta borró cualquier
simulación de estar pasándoselo bien. Derrotado, se concentró en la comida. Su
apetito no era peor que la compañía.
También él podía decir lo mismo. La
ternera, probablemente deliciosa y tierna, podía haber sido de cartón. El que
todos los demás en la sala se lo estuvieran pasando bien solo subrayaba el pozo
de extrañamiento en el que los dos estaban luchando por mantenerse a flote.
Consciente de que lo miraba cada poco,
luchó por mantener su expresión tranquila. Pero por dentro se moría de pena.
Hasta que él no había explicado claramente cómo veía la relación entre ellos,
no se había dado cuenta del papel tan importante que Yesung jugaba en su vida.
Le resultaba demasiado doloroso pensar que tenía razón y que su relación
terminaría aquel verano.
—¿Quieres postre? —preguntó cuando
retiraron los platos.
—No, gracias.
—¿Café?
—Tampoco.
—Entonces vayámonos de aquí —sugirió él
con alivio.
En primer lugar, ir allí había sido un
error. Solo había dos personas en la sala que no fueran pareja.
—Vamos —repitió Wook con pena.
Por un segundo, cuando se levantó para
agarrar su bastón, pensó que estaba libre de sus estúpidos sueños. Solo era
presa de un enamoramiento adolescente tardío, nada más, que estaba basado en la
proximidad y, como Yesung había señalado, en la falta de otras opciones.
Pero la música era animada, el ritmo
contagioso y la minúscula pista de baile estaba llena de gente demasiado
ocupada divirtiéndose como para advertir el pequeño drama que ocurría en la
periferia de la multitud. De pronto alguien le dio un empujón que le pilló
desprevenido, y la leve pérdida de equilibrio fue suficiente para hacer que se
tambaleara.
Con un grito ahogado de sorpresa, chocó
contra Yesung. Automáticamente, lo agarró de los hombros para sujetarlo, o
quizás incluso para mantenerlo a distancia porque había dejado claro que no lo
quería alrededor.
Sin embargo, fue demasiado tarde. Una
décima de segundo de contacto y el daño estaba hecho. Sentir la sólida pared de
su pecho bajo las manos, el roce de su cuerpo contra el suyo, envió descargas
de la cabeza a los pies.
La reacción pareció ser mutua. Un
temblor recorrió su cuerpo y sintió que su respiración se aceleraba contra las
sienes. Al atreverse a mirar hacia arriba lo sorprendió mirando hacia abajo
como si Yesung lo hubiera visto por primera vez.
Por un momento de sobresalto,
permanecieron así, la mirada de Yesung ardiendo contra la suya, con su rostro
como una máscara de confusión mientras luchaba contra los demonios que lo
perseguían. Después, con una lentitud agónica, deslizó las manos por sus brazos
hasta que encontró sus dedos.
—Sería una lástima echar a perder la
noche. Bailemos —sugirió entrelazando sus dedos.
—No podemos —replicó, demasiado fuera de
juego para preocuparse por la diplomacia o el tacto—. Solo puedes caminar con
bastón. ¿Qué ocurre si te caes y te haces daño en la pierna?
—No me caeré mientras pueda apoyarme en
ti. A no ser, claro, que te avergüence que te vean arrastrando los pies cuando
todos están bailando un chachachá.
—Ya no están bailando el chachachá.
—Tienes razón —accedió, agarrándolo
suavemente de la cintura—. Han cambiado a algo que incluso yo puedo bailar.
La pregunta era si él podía. ¿Podía
mantener su ánimo intacto, su corazón donde estaba, mientras el clarinetista
tocaba un blues que le hacía acoplarse aún más a Yesung? ¿Podía controlar la
respuesta de su cuerpo? ¿O debería desistir de luchar en una batalla que no
esperaba ganar y rendirse simplemente a la necesidad poderosa de pegarse a él y
dejar que el mañana y sus repercusiones se fueran al diablo? ¿Tenía alguno de
ellos la fortaleza para resistirse a semejante tentación?
La respuesta no se hizo esperar.
Este par se complica la vida,si no quieres que las cosas vayn más allá,no haces nada que conlleve a eso,pero no,este par se deciden a continuar creyendo que con su "negación" estarán a salvo de sentir algo por el otro.......pero miren lo que pasa.....las cosas se concretan más rápido.
ResponderEliminarLa negación es el primer paso...y estos ya mo han negado mucho,ahora a asumir las consecuencias
El capitulo esta genial!!!! pero por que???? se tienen que comportar asi!! tratan de frenarse lo se es la situación espero que pronto dejen de negar lo que esta formándose en ellos
ResponderEliminarEspero que actualices pronto!!
Cuidate
Rox Andres 05
Al principio me pareció que todo iba tan bien, ambos compartiendo un buen momento, dialogando sobre cosas que son importante para ellos y RyeoWook cada vez más encantado con Yesung, fue muy lindo cuando le acarició el rostro y luego la invitación a cenar fue la cereza del pastel. Lo malo fue después, todo se volvió tenso y hasta desagradable, no sé para que niegan tanto algo que ambos quieren. Luego ese final, que los deja bailando xD
ResponderEliminarMe voy a leer el cap que sigue.
Bye^^
Que drama!! Las palabras de Yeye en el restarante fueron muy duras, no groceras pero si duras.
ResponderEliminarAmbos estan enfrascados en cpsas tontas, deberian ser mas sueltos y dejarse llevar a ver que ocurre.
Ojala hagan eso pronto, no sabes como ira una relacion si no lo intentas.
Gracias por la actu =)