Deseo Prohibido- Capítulo 15



Yesung sintió como si estuviera tomando el sol. Por dentro.

Cada vez que Wook le tocaba, él se calentaba. El hombre había conseguido mantener la lujuria en un rincón oscuro, pero podía sentirla hervir en el interior, deseando ser liberada.

Más tarde. Mucho más tarde, después de que Wook se hubiera curado de lo anterior.

El pensamiento de su sangre fue suficiente para reforzar la barricada y asegurarse de comportarse como el caballero que se merecía, por tanto tiempo como permaneciera con él. Y ahí había otras barricadas importantes que tenía que poner en su lugar ahora que lo tenía dentro de la mente ‑cosas que él no quería que conociera.

Kevin tenía su futuro en sus elegantes manos. Tan despiadado como eran los Zea, Yesung estaba seguro que no desperdiciaría una oportunidad para aplastarle. Iba a permanecer lejos de la sanguijuela el mayor tiempo posible, retrasando lo inevitable. Hasta entonces, no permitiría que nada estropeara su tiempo con Wook.

—Enséñame lo que Henry te mostró —la voz de Wook le resonó en la mente, una caricia suave de sonido y luz.


Yesung alcanzó los recuerdos de Henry, jugando con ellos para ponerlos en el orden que creía era el correcto. Muchos de ellos estaban oscuros y distorsionados por la perspectiva infantil. Muchos de ellos teñidos por las lágrimas.

—Todo es demasiado grande —le dijo a Wook—. Es difícil emparejar algo para entenderlo.

—Espera —dijo Wook. Entonces, un momento después él sintió la presencia de Wook tejer sinuosamente en la mente, como si estuviera buscando algo. No tenía idea de lo que estaba haciendo, pero sentirlo ahí, una parte de él, era a la vez inquietante y erótico. Se sentía más vivo, más consciente del entorno.

El roce de la ropa contra la piel se amplificó. El zumbido del ventilador de techo cosquilleó. La esencia del sofá de piel se hizo más aguda, mientras la esencia de la piel de Wook le hacía romper a sudar. Podría jurar que sentía el sabor de su piel en la lengua.

—Puedo ver el porqué les gustas a los Sgaths —le dijo—. Es agradable tenerte alrededor.

—No te atrevas a distraerme. Estoy trabajando.

—Cierto. El trabajo.

Algo dentro de la mente de Yesung cambió y las imágenes que Henry le había dado también cambiaron. Todo era de tamaño normal. Las imágenes gigantes de la perspectiva infantil de Henry estaban bien. Los árboles ya no se alzaban por encima de la cabeza. Incluso las estrellas se veían cerca.

Estrellas.

—Eso es todo —le dijo, la excitación rodando a través de él—. Le dejaron ver las estrellas.

—¿Esto ayudará?

—Sabemos la fecha y la hora cuando fue secuestrada, ¿cierto?

—Sí.

—Muéstrame el resto de las imágenes.

Wook lo hizo. Durante el secuestro, Henry había mirado varias veces al cielo. El cielo había estado claro aquella noche. Había ido hacia el sureste. Yesung estaba casi seguro de que podrían emplear mapas de estrellas para averiguar la ubicación general. Una vez había conseguido acercarse, la inclinación en la tierra y el paisaje circundante ‑incluso una década después‑ probablemente sería lo suficiente reconocible para llevarles hasta él.

—¿Cuán cerca puedes estar? —le preguntó Wook, su voz excitada.

—No estoy seguro. ¿Por qué?

—Porque mientras más cerca estoy de él, más fuerte es nuestra conexión. Si nos acercamos lo suficiente y puedo usar tus poderes, no será capaz de mantenerme fuera.

—¿Cuán cerca necesitamos estar?

—No lo sé. Depende de lo que me bloquee. Podemos ir hacia el sureste y seguir bajando, mientras esperamos a que los demás se reúnan.

—Sería más seguro ir en grupo. Pueden saber que estamos yendo y tender una trampa.

—No iremos solos. No quiero fracasar en rescatarlo. Pero no crees que tendríamos menos probabilidad de hacernos notar nosotros dos, que un equipo entero. No queremos darles tiempo para prepararse para nuestro ataque.

—No puedes dejar a Henry saber que vamos. Si él ha sido… comprometido, podría revelar nuestras intenciones.

—No haría eso.

—Nunca lo haría por voluntad propia. Sabes tan bien como yo que pueden forzarlo a decírselo. Pueden torturarlo y buscar la manera de entrar en su mente.

La garganta de Wook se movió cuando tragó.

—Tienes razón. No quiero hacer nada que les dé siquiera una remota posibilidad de lastimarlo. Es probable que sea mejor que yo no conozca cuáles son nuestros planes en caso de que pueda ver dentro de mí como yo lo hago con él.

Yesung asintió.

—Hablaré con Shindong. Te mantendremos fuera del asunto.

—Pero no vas a dejarme aquí. Prométemelo.

Él no quería hacerlo. Si lo prometía, tendría que cumplir esa promesa. Sin embargo, Wook le tendía la mano, pidiéndole su confianza.

Hacía mucho tiempo que Yesung no se sentía digno de confianza. Wook se lo había devuelto y quería ofrecerle algo a cambio.

—Prometo que no haré que te quedes aquí cuando nos vayamos.

El peso de la promesa y lo que significaba se tejió alrededor, encadenándole a su palabra.

No estaba seguro si estaba tomando una buena decisión o cometiendo un terrible error, pero ahí no había vuelta atrás.



Yunho no podía permitir que esto continuara por más tiempo. Siete meses ya habían sido suficientes. Tenía que encontrar la manera de llegar hasta Changmin.

A través de la puerta del baño, escuchó correr el agua de la bañera, y luego se detuvo. No se molestó en tocar, sabiendo que le diría que se alejara ‑que quería estar solo o alguna otra estupidez. En cambio, simplemente abrió la puerta y entró.

Changmin se sobresaltó, cubriéndose. Nunca antes lo había hecho, y eso solo probaba que tan distanciados estaban.

Yunho le dejo ver el disgusto en el rostro, también lo empujó a través del vínculo. El empuje mental fue más difícil de lo que debió haber sido, el vínculo se había debilitado más desde ayer.

—Te he visto desnudo miles de veces.

Changmin levantó la barbilla mientras dejaba caer los brazos de vuelta al agua.

—Me sorprendiste. Eso es todo.

Yunho ignoró la mentira, se acercó al borde de la bañera y comenzó a desatarse las botas.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó.

—Desnudarme.

—¿Por qué? —había un rastro de miedo en la voz, y Yunho quiso golpear los puños contra la pared para descargar algo de frustración.

—Siete meses, Changmin. Han pasado siete meses desde que me dejaste tocarte. Nuestra unión se está haciendo más débil día a día, y ahora la vida de muchas personas está en la balanza. Y al menos una de ellas es nuestra hija, y estoy malditamente seguro de que no voy a ser la causa de su muerte.

Yunho arrojó la ropa y se metió en la bañera.

Changmin se encogió, presionándose a sí mismo tan lejos como la bañera le permitió.

—¿Aún estás dejando que Kevin experimente contigo? —le preguntó.

—Sí. Nada ha funcionado. Sigo siendo tan estéril como el año pasado.

—¿Cómo puedes estar seguro?

Cada día era más difícil luchar contra el enojo. Y no pudo evitar que se reflejara en las palabras.

—Porque me corrí en un vaso. Kevin lo analizó bajo el microscopio y nada ha cambiado.

—Te dije que si aceptabas esos experimentos, no te dejaría llevarme a la cama. No he cambiado de parecer.

—Bien. No voy a forzarte, pero estoy malditamente seguro de que no me voy a quedar sentado mientras se pierde nuestro vínculo. Voy a tocarte, y eso no tiene nada que ver con el sexo.

—No —le dijo Changmin, poniéndose de pie. El agua chorreó por su cuerpo. El cuerpo era tan glorioso como lo había sido siglos atrás. Ni la edad ni el nacimiento de sus hijos había deteriorado esa perfección.

Yunho trago, tratando de aliviar la agotadora frustración sexual con la que había estado viviendo durante mucho tiempo.

—¿No? —pregunto con engañosa amabilidad. La última cosa que sentía en ese momento era amabilidad. Y si Changmin se molestara en llegar a él a través del vínculo, lo sabría.

La barbilla le tembló un momento antes de que se acercara por sí mismo.

—Si me tocas, olvidaré mis intenciones. Si me seduces, no seré capaz de perdonarme a mí mismo por eso.

—Lo haces sonar como si dejarme hacerte el amor fuera algo malo.

—No tendré otro niño. No veré a otro niño morir, o peor, ser atraído por los Sasaeng para matar y destruir todo lo que yo considero sagrado.

—No te estoy pidiendo otro hijo. Respeto tus deseos. Incluso compré condones y aprendí a usarlos. Pero no estoy dispuesto a tirar todo por lo que hemos trabajado, todo lo que hemos construido en nuestras vidas.

—Es demasiado tarde —dijo Changmin. Estaba temblando, la piel erizada por el frío.

Los instintos profundamente arraigados le obligaron a ponerse de pie y calentarlo con el calor de su cuerpo. Cuando lo rodeó con los brazos, Changmin se tenso, pero ahí no había nada que pudiera hacer para escapar lo suficientemente rápido.

Yunho sintió su cuerpo convulsionarse con un silencioso sollozo. Durante años, su dulce esposo había sufrido. Afligido. No había sido capaz de hacer nada para remediarlo, así que había aprendido a vivir con la constante tristeza y la silenciosa furia, aceptándolo como algo normal.

No era normal. Changmin solía bromear con él, sonreír y jugar.

No había sido normal desde que Jessica había escapado y se unió a los Sasaeng.

—No es demasiado tarde —le aseguró, empujando la convicción a través del debilitado vínculo.

—He hecho cosas, Yunho. Cosas imperdonables.

Yunho apretó más el agarre. Aún estaba frío, así que lo ayudó a acercarse al agua caliente, 
manteniéndolo contra el pecho. La marca de vida aún amaba su toque, estremeciéndose como si hubiera estado muerta de hambre por ese toque. Durante demasiado tiempo.

—Lo que le hiciste a Sunny y Jessica era comprensible. Nuestro hijo había muerto. Estabas en duelo. Angustiado —y por lo que había hecho, sus hijas nunca crecieron. A pesar de lo mucho que le dolió, lo perdono, esperando que sus hijas siguieran su ejemplo.

No lo hicieron.

—No estoy hablando de eso —le dijo—. Hay cosas acerca de mí que no sabes. Cosas terribles. No estoy seguro cuánto más podré vivir con estos secretos. Me están comiendo por dentro, atormentándome.

Yunho tuvo cuidado en ocultar la sorpresa. Pensaba que sabía todo de su esposo, pero al parecer estaba equivocado.

—Lo que sea, no puede ser tan malo.

—Lo es. Te he quitado mucho. Y a todos vosotros.

—¿De qué hablas, amor? La única cosa que me has quitado es tu toque. Pero hemos arreglado eso ahora, ¿no? —así lo esperaba.

Esperaba que al dejarle sostenerlo ahora fuera un signo de que su terquedad había llegado a término. Finalmente.

—Cuando te lo diga, no querrás tocarme otra vez.

Yunho inclinó el cuerpo, enganchó el pulgar debajo de la barbilla de Changmin y le giró la cabeza para que pudiera mirarle.

—No hay nada que puedas hacer que mi amor no fuera suficiente para perdonar.

Los ojos de Changmin brillaron con las lágrimas.

—Te equivocas, Yunho.

—Dime. Dime qué hiciste que es tan malo, porque creo que te equivocas.

Una sola lágrima se derramó, y la tristeza que él vio en sus ojos casi le hace llorar.

—Traté de vivir sin ti estos últimos siete meses. Pensé que la distancia entre nosotros haría mi traición más fácil de soportar.

—¿Qué traición?

Yunho trató de llegar a él a través del vínculo y ver qué es lo que estaba pasando en su cabeza, pero no pudo entrar. Todo lo que pudo sentir fue su pánico apenas contenido y una sensación de dolor tan densa que no sabía cómo podía soportarlo.

Changmin miró hacia abajo con vergüenza.

—Fue la noche que Max murió.

Max. Su joven hijo. Había muerto en batalla, con otros tres Suju. Había sido mucho tiempo atrás. Dos siglos. Por mucho que aún sufriera por la pérdida de su hijo, también sentía un inmenso orgullo por lo que había hecho aquella noche ‑por el hombre en que se había convertido al crecer y que había salvado incontables vidas. Había sacrificado su vida, pero no lo había hecho en vano. Los descendientes de los humanos que había salvado esa noche, aún vivían, haciendo del mundo un lugar mejor.

Yunho le acarició el brazo, esperando reconfortarlo.

—Amor, todo lo que hiciste tiempo atrás, lo sé. Lo que sea que pienses que hiciste, te he perdonado.

—No. Te equivocas. Lo he escondido. Con cuidado, tan profundamente, que se que nunca has visto mi vergüenza.

—Entonces dime para que pueda perdonarte y puedas sanar. Vamos a superar esto. La vida de nuestra gente depende de nuestra fuerza, nuestro ejemplo.

—El tuyo, tal vez. Me temo que mi ejemplo ha sido carente.

—Dime, Changmin. No puedo imaginar que hicieras algo tan malo que hiciera que te dejara de amar.

Changmin se quedó en silencio. Inhaló. Su cuerpo se estremeció, como si pronunciar las palabras después de tanto tiempo fuera una lucha.

—La noche que Max murió, estaba destruido. En el momento en que escuché la noticia supe que mi corazón no volvería a estar entero otra vez. No podía soportar el dolor, y sabía que no podía permitir que sucediera de nuevo. No podía perder otro hijo.

Yunho recordó esa noche, a pesar de que quería olvidar. El vínculo se había intensificado por el dolor, cada uno de ellos no solo tenía que sufrir su propio dolor, sino el del otro también. En lugar de apoyarse en él por consuelo, como hubiera ansiado que hiciera, Changmin huyó, corrió a las montañas y se encerró. Cuando regresó, estaba frío. Duro.

—Fui a los bosques —dijo—. Reuní tanto poder como pude dentro de mí, con la esperanza de que me matara y se llevara el dolor. Estaba furioso por la injusticia de la muerte de nuestro hijo. ¿Por qué no había muerto yo en lugar de él?, ¿por qué no había sido otro hombre? Yo ya había dado mucho a esta guerra. ¿Cómo podía Dios llevarse también a nuestro último hijo vivo?

Yunho no tenía respuestas. Se sentó en silencio, dándole tiempo a reunir valor para decir lo que tuviera que decir.

—El poder dentro de mí continúo creciendo y aún así no morí. Sabía que no podía permitir que otro hijo mío muriera, entonces prometí que nunca más concebiría. No le daría más sangre de mi corazón a esta guerra.

Su voz disminuyó, vibrando con vergüenza.

—No tenía intención de usar mi magia para hacer lo que hice. No planeé nada de esto, ni tenía consciencia de lo que eso significaba, pero había mucho poder ahí, tanto dolor e ira que se salió de control. El poder escapó de mi cuerpo, haciendo mi inconsciente voluntad, brillando desde lo alto de la colina en olas tan fuertes que vi los árboles sacudirse a su paso.

—¿Qué magia? —preguntó Yunho—. ¿Qué hiciste?

—Por años, nuestra gente ha creído que los hombres son estériles por algo que los Sasaeng habían hecho. Les deje creer eso, pero es mentira —respiro hondo—. Yo lo hice, no fue nuestro enemigo. Fui yo. Mi magia se extendió por toda la faz de la tierra, haciendo estériles a los varones Suju, porque solo así podía estar seguro de que nunca más volvería a concebir.

El impacto saco el aire del cuerpo de Yunho.

—¿Tú nos hiciste esto? ¿A mí?

No contestó. No tenía que hacerlo.

¿Cómo podía haber hecho eso? ¿Cómo podía haber destruido tan completamente a toda la raza? No entendía como pudo hacer algo así, incluso en su dolor. Sabía que no había planeado intencionadamente esterilizarlos, pero la intención había surgido, de algún lugar en su interior que él no reconocía. Una oscura y egoísta parte.

Yunho necesitaba tiempo para digerir la noticia, para procesarlo y darle sentido. La perspectiva entera cambió. No solo ahora sabía que su capacidad para tener hijos había sido robada, no por sus enemigos, sino por su esposo. También se dio cuenta de algo que nunca creyó posible.

Changmin le había mentido. Le había estado mintiendo durante años. Por siglos.

Eso era lo que hacía que la traición doliera más. Le había dado todo lo que tenía, todo lo que era. Había respirado por él. Era su misma sangre. No podía mantener un secreto de él, como no podía detener el giro de la Tierra. Mentirle era inconcebible.

Y aún así, Changmin le había mentido tan fácilmente. Lo que hacía que se preguntara sobre que más le había mentido.

Odiaba verlo con esta luz. Odiaba mirarlo, preguntándose qué otros secretos había escondido.

Lo sintió alcanzarle a través del vínculo, y por primera vez en su memoria, lo bloqueó. No porque no quisiera que sintiera su dolor, sino porque no podía soportar la idea de tenerle dentro en este momento.

Yunho retiró su cuerpo contra la pared de la bañera y salió. Necesitaba algo de tiempo para pensar. Estar solo. O al menos lejos de Changmin.

Ni siquiera se molestó en secarse, solo arrastró la ropa sobre la piel mojada y se fue. Cuando cerró la puerta detrás de él, alcanzó a ver un brillo en el anillo de Luceria sobre el dedo.

Los remolinos de la profunda y fría tormenta gris que llevaban congelados en su sitio durante siglo –el patrón que llevaba con él tanto tiempo que había memorizado cada curva‑ comenzó a moverse..

El vínculo que tenía con Changmin, el Caballero Gris, se estaba debilitando. Sabía que si se rompía, eso significaría la muerte. El hecho de que la idea no le molestara demasiado, le dijo cuán profundo le había herido la traición de Changmin.


Las lágrimas de Changmin gotearon sobre el agua. Se había enfriado, haciéndolo temblar, pero no salió. El pequeño castigo del agua fría no era nada comparado con lo que se merecía.

Debería haber sabido que el peso de su secreto no se aliviaría al revelárselo a Yunho, sino que el daño que le causaría le pesaría incluso más.

Yunho era un hombre demasiado bueno para él. No se merecía el dolor que le había causado.

No se merecía estar encadenado a él por toda la eternidad.

Changmin sabía lo que tenía que hacer. Tenía que recomponerse, reunir cada pedacito de la fuerza menguante para rescatar a Henry, y rezar porque el chico fuera compatible con Yunho, y entonces podría liberarle.

Claro, solo había una manera de que pudiera suceder. Le había prometido permanecer a su lado mientras viviera, lo que significaba que tenía que morir.

La idea no le asustaba. Estaba cansado de vivir con este dolor, cansado de pelear, y observar como moría la gente que amaba. Por muy difícil que fuera dejar ir a Yunho, especialmente a los brazos de otra pareja, sabía que sería lo correcto.

Los Centinelas necesitaban a Yunho. Era un guerrero demasiado fuerte para prescindir de él. Podría vivir y continuar peleando contra los Sasaeng durante todo el tiempo que llevara derrotarlos.
Changmin no podría.

Ahora que la decisión había sido tomada, todo parecía simple. Muy claro.

Salió de la bañera, se vistió y fue a decirle adiós a su hija. Sunny no querría hablar con ella, no lo había hecho en décadas. Pero por Dios, que lo escucharía.


Shan contestó su nuevo teléfono móvil ‑el que le había dado el sujeto de los ojos espeluznantes. La reunión había sido confusa, pero recordaba al sujeto decirle que le llamaría.

—¿Hola?

—Es la hora —le dijo con un susurro áspero la voz en la línea—. ¿Entiendes?

—¿Quién? —preguntó Shan automáticamente.

—Kim Ryeowook.

A pesar de que la voz en la línea no le dijo de qué era la hora, en el fondo Shan lo sabía. Tenía un vago recuerdo de una maleta con suministros que sabía que alguien le había dado. No podía recordar quién, pero había escondido la maleta en la parte de atrás del armario. No había recordado que estaba ahí, hasta ahora.

Las instrucciones le inundaron la mente, impulsándole a mover los pies. Abandonó el videojuego al que estaba jugando y fue a su habitación, ignorando las voces airadas de los compañeros detrás de él.
Solo había unos pocos pasos a la habitación, donde sabía que lo encontraría.

Shan sufrió un momento de miedo de que el gigante y furioso Suju Yesung estuviera ahí, pero el miedo parecía evaporarse conforme fue avanzando, dejándole insensible.

Todo lo que tenía que hacer era lo que le dijeron y todo estaría bien. Sería libre de vivir su vida, ya no sería un prisionero de la SM y sus estúpidas reglas.



Yesung se había ido para hablar con Shindong. Wook se había recostado después de alcanzar a Henry, cuando alguien llamó a la puerta.

Abrió, y un hombre joven, cerca de los dieciséis años, estaba ahí.

—¿Puedo ayudarte?

—¿Está Yesung? —preguntó, mirando nerviosamente más allá de él.

—No. Él está… —no tuvo tiempo de terminar la frase. El chico se disparó a través de la puerta, apretándole el cuello con una fuerte mano. Pateó la puerta detrás de él y le puso un trapo sobre la nariz y la boca.

Un olor fuerte de medicina le quemó la nariz y la garganta. Wook le arañó el brazo, pero no sirvió de nada. Los dedos estaban débiles, sin hueso.

El mundo comenzó a desvanecerse, y con un último pensamiento de pánico, gritó el nombre de Yesung.


Shan lo había hecho. Había golpeado al chico loco. Ahora todo lo que tenía que hacer era conseguir sacarlo de la muralla y sería libre. No más prisión de los Centinelas. No más clases aburridas durante todo el año. No más reglas.

Él hombre de los ojos espeluznantes le iba a dar más dinero del que podría gastar en toda una vida. 
Ya le habían dado un apartamento y un dulce adelanto. Y le habían prometido no matar al chico, se había asegurado de ello.

Shan no era ningún asesino.

Se asomó al pasillo y vio que nadie venía. Agarró la maleta grande y la metió dentro de la habitación, metió el cuerpo y cerro la cremallera.

Estaba tan delgado, que se acomodó fácilmente. Sin esfuerzo.

Lo pondría en el maletero y se dirigiría a las puertas. Le permitían salir de los muros un día al mes a la luz del sol. Hoy era ese día, y sería la última vez que tuviera que pedir permiso.


«¡Yesung!»

El grito de Wook se estrelló contra el cerebro de Yesung, impulsando por el puro y crudo pánico. El miedo le explotó en el interior al darse cuenta de que Wook estaba en problemas. Grandes problemas.

Estaba a mitad de camino de la oficina de Shindong, pero giró sobre los talones y echó a correr por donde había venido. Se extendió hacia él a través del vínculo, pero no sintió nada.

Si estaba muerto…

Los pies golpearon con dureza. Accidentalmente golpeó con el hombro a un niño cuando se interpuso en el camino, estrellándole contra la pared. El chico tropezó y cayó, pero a Yesung le importó un carajo.

Arrancó el móvil del cinturón y marcó a Zhoumi.

—Algo le está pasando a Wook. ¿Puedes verlo?

—Estoy buscando ahora. Espera.

Yesung mantuvo el teléfono presionado contra la oreja y perdió la llave de tarjeta mientras corría. No se detuvo a recogerla.

—Abre mi puerta o la tiro abajo.

Giro la esquina, vio la luz en la cerradura encenderse verde, y entró a través de la abertura con una fuerte embestida.

—¡Wook!

No le respondió. Una búsqueda frenética de diez segundos por el lugar, no mostraron ningún signo de Wook.

La voz de Zhoumi le zumbó en el oído.

—Había un chico en tu puerta. Entró a la fuerza en la habitación. Treinta segundos después salió y metió una gran maleta.

Yesung le había pasado.

—Si le hace daño, el pequeño hijo de puta va a morir.

Cargó de vuelta al pasillo, persiguiendo al chico. Cuando le identificó en la esquina, vio al chico mirar sobre su hombro con pánico, y arrancó a correr, dejando la maleta atrás.

—Lo veo —dijo Zhoumi—. Déjale ir. Cuida de Wook.

Como si tuviera que decírselo. Encontraría y mataría al hijo de puta más tarde. Ahora, necesitaba llegar a Wook.

Le pareció que le tomaba una eternidad alcanzar el final del pasillo. El tiempo se estiró infinitamente, haciéndose más largo con cada paso que daba.

¿Y si no estaba en la maleta? Incluso peor, ¿y si estaba y era demasiado tarde?

Un millón de pensamientos diferentes inundaron la mente de Yesung, bloqueándole con el terror. Sentía las lágrimas húmedas surcarle las mejillas, pero no les prestó atención.

Finalmente, alcanzo la maleta y abrió el cierre. Wook estaba acurrucado en el interior, la cabeza en un ángulo incómodo. No hacía ningún sonido. Yesung no veía el pecho moverse.

Un sonido herido salía del pecho con cada respiración. Las manos le temblaron cuando llegaron a él.
La piel estaba caliente. Tan suave.

Presionó los dedos en un lado de su cuello, pero estaba temblando tanto que no podía decir si lo que sentía era el pulso de Wook o su propio temblor.

Rozó con los dedos la Luceria y un muy leve toque de color bailó dentro de la banda. Eso no sería posible si estuviera muerto, ¿verdad?

Yesung lo levantó, empujando el nylon negro, y lo acurruco entre los brazos mientras corría a la habitación de Kevin. Era el mejor sanador que tenían. E incluso si odiaba a Yesung, tenía que ayudar a Wook.

Simon apareció detrás de él.

—Zhoumi dijo que necesitas algo de ayuda. ¿Qué puedo hacer?

Yesung sintió el pecho de Wook levantarse contra el suyo. Estaba vivo.

El alivio amenazó con doblarle las rodillas, pero se mantuvo firme y continuó avanzando.

—Despierta a Kevin. Necesita ayudarlo.

Simon no dijo nada, pero corrió hacia adelante.

La puerta de Kevin estaba abierta cuando Yesung llegó. Se precipitó adentro, a través de la sala de estar y bajó las escaleras a dónde Kevin dormía.

Simon ya le había despertado, pero no estaba alerta. Su voz era espesa y aturdida cuando habló.

—Bájalo.

Yesung no lo hizo. No quería alejase de él.

Kevin se restregó los ojos y se sacudió a sí mismo.

—¿Qué pasó?

—No lo sé. Un chico lo golpeó y lo metió en una maleta.

Kevin se inclino sobre Wook, haciendo a Yesung tensarse. No quería que el hijo de puta tocara su sangre. Ni una vez. Pero ¿cómo iba a saber lo que le había pasado?

El Zea se enderezó, cogió la delicada muñeca de Wook y sintió el pulso.

—Ha sido drogado. Puedo olerlo. Dale unos minutos para que despierte por sí mismo.

—¿Puedes hacer algo?

Kevin miro a Yesung con algo más que furia brillando en los helados ojos.

—Estoy débil. Algún idiota me rompió el cuello ayer.

—Te daré mi sangre. Lo que sea que necesites. Solo haz que se sienta mejor.

—No es suficiente. No después de lo que me hiciste.

Yesung tragó saliva, tratando de desalojar el orgullo de la garganta.

—Lo siento —le dijo a Kevin, mirando directo a los ojos. Era algo difícil de hacer con un Zea en la mejor de las circunstancias, y esta estaba lejos de estarlo—. Perdí el control. Shindong ya lo sabe. Tendrás tu justicia. No hay excusa para lo que hice.

—Ninguna —agregó Kevin con fría mirada—. Aunque los dos sabemos la razón.

Yesung lanzó una mirada de precaución a Simon. No estaba seguro si aún podía ser enviado a los Tvxq ahora que la marca de vida ya no estaba desnuda, pero no quería correr el riesgo de que le obligaran a separarse de Wook. Nadie sabría alguna vez que había sido candidato para la muerte.

—Mi juramento de sangre —ofreció Yesung—. Te ofrezco mi juramento de sangre para salvar la vida de Wook y reparar el daño que te causé. Te doy libremente mi sangre, tanta como necesites y tantas veces como la necesites, siempre y cuando eso no obstaculice mi capacidad para proteger a Wook.

—Eso es un buen comienzo, pero no es suficiente.

—¿Qué más quieres?

—Niños. Yo quiero tu promesa de que me dejaras tratar de curar tu esterilidad.

Yesung ni siquiera lo pensó dos veces, a pesar de que sabía que todo lo que Kevin pensaba hacerle, probablemente le dolería como el infierno.

—Bien. Lo que necesites. Solo sálvalo. Por favor.

Una llamarada de luz blanca se derramó de la mirada fija de Kevin. Una sonrisa lenta y victoriosa estiró su boca.

—Hecho.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...