Yesung sintió como si estuviera tomando el
sol. Por dentro.
Cada vez que Wook le tocaba, él se calentaba.
El hombre había conseguido mantener la lujuria en un rincón oscuro, pero podía
sentirla hervir en el interior, deseando ser liberada.
Más tarde. Mucho más tarde, después de que Wook
se hubiera curado de lo anterior.
El pensamiento de su sangre fue suficiente
para reforzar la barricada y asegurarse de comportarse como el caballero que se
merecía, por tanto tiempo como permaneciera con él. Y ahí había otras
barricadas importantes que tenía que poner en su lugar ahora que lo tenía
dentro de la mente ‑cosas que él no quería que conociera.
Kevin tenía su futuro en sus elegantes manos.
Tan despiadado como eran los Zea, Yesung estaba seguro que no desperdiciaría
una oportunidad para aplastarle. Iba a permanecer lejos de la sanguijuela el
mayor tiempo posible, retrasando lo inevitable. Hasta entonces, no permitiría
que nada estropeara su tiempo con Wook.
—Enséñame lo que Henry te mostró —la voz de Wook
le resonó en la mente, una caricia suave de sonido y luz.
Yesung alcanzó los recuerdos de Henry, jugando
con ellos para ponerlos en el orden que creía era el correcto. Muchos de ellos
estaban oscuros y distorsionados por la perspectiva infantil. Muchos de ellos
teñidos por las lágrimas.
—Todo es demasiado grande —le dijo a Wook—. Es
difícil emparejar algo para entenderlo.
—Espera —dijo Wook. Entonces, un momento
después él sintió la presencia de Wook tejer sinuosamente en la mente, como si
estuviera buscando algo. No tenía idea de lo que estaba haciendo, pero sentirlo
ahí, una parte de él, era a la vez inquietante y erótico. Se sentía más vivo,
más consciente del entorno.
El roce de la ropa contra la piel se
amplificó. El zumbido del ventilador de techo cosquilleó. La esencia del sofá
de piel se hizo más aguda, mientras la esencia de la piel de Wook le hacía
romper a sudar. Podría jurar que sentía el sabor de su piel en la lengua.
—Puedo ver el porqué les gustas a los Sgaths
—le dijo—. Es agradable tenerte alrededor.
—No te atrevas a distraerme. Estoy trabajando.
—Cierto. El trabajo.
Algo dentro de la mente de Yesung cambió y las
imágenes que Henry le había dado también cambiaron. Todo era de tamaño normal.
Las imágenes gigantes de la perspectiva infantil de Henry estaban bien. Los
árboles ya no se alzaban por encima de la cabeza. Incluso las estrellas se
veían cerca.
Estrellas.
—Eso es todo —le dijo, la excitación rodando a
través de él—. Le dejaron ver las estrellas.
—¿Esto ayudará?
—Sabemos la fecha y la hora cuando fue
secuestrada, ¿cierto?
—Sí.
—Muéstrame el resto de las imágenes.
Wook lo hizo. Durante el secuestro, Henry
había mirado varias veces al cielo. El cielo había estado claro aquella noche.
Había ido hacia el sureste. Yesung estaba casi seguro de que podrían emplear
mapas de estrellas para averiguar la ubicación general. Una vez había
conseguido acercarse, la inclinación en la tierra y el paisaje circundante ‑incluso
una década después‑ probablemente sería lo suficiente reconocible para
llevarles hasta él.
—¿Cuán cerca puedes estar? —le preguntó Wook,
su voz excitada.
—No estoy seguro. ¿Por qué?
—Porque mientras más cerca estoy de él, más
fuerte es nuestra conexión. Si nos acercamos lo suficiente y puedo usar tus
poderes, no será capaz de mantenerme fuera.
—¿Cuán cerca necesitamos estar?
—No lo sé. Depende de lo que me bloquee.
Podemos ir hacia el sureste y seguir bajando, mientras esperamos a que los
demás se reúnan.
—Sería más seguro ir en grupo. Pueden saber
que estamos yendo y tender una trampa.
—No iremos solos. No quiero fracasar en
rescatarlo. Pero no crees que tendríamos menos probabilidad de hacernos notar
nosotros dos, que un equipo entero. No queremos darles tiempo para prepararse
para nuestro ataque.
—No puedes dejar a Henry saber que vamos. Si él
ha sido… comprometido, podría revelar nuestras intenciones.
—No haría eso.
—Nunca lo haría por voluntad propia. Sabes tan
bien como yo que pueden forzarlo a decírselo. Pueden torturarlo y buscar la
manera de entrar en su mente.
La garganta de Wook se movió cuando tragó.
—Tienes razón. No quiero hacer nada que les dé
siquiera una remota posibilidad de lastimarlo. Es probable que sea mejor que yo
no conozca cuáles son nuestros planes en caso de que pueda ver dentro de mí
como yo lo hago con él.
Yesung asintió.
—Hablaré con Shindong. Te mantendremos fuera
del asunto.
—Pero no vas a dejarme aquí. Prométemelo.
Él no quería hacerlo. Si lo prometía, tendría
que cumplir esa promesa. Sin embargo, Wook le tendía la mano, pidiéndole su
confianza.
Hacía mucho tiempo que Yesung no se sentía
digno de confianza. Wook se lo había devuelto y quería ofrecerle algo a cambio.
—Prometo que no haré que te quedes aquí cuando
nos vayamos.
El peso de la promesa y lo que significaba se
tejió alrededor, encadenándole a su palabra.
No estaba seguro si estaba tomando una buena
decisión o cometiendo un terrible error, pero ahí no había vuelta atrás.
Yunho no podía permitir que esto continuara
por más tiempo. Siete meses ya habían sido suficientes. Tenía que encontrar la
manera de llegar hasta Changmin.
A través de la puerta del baño, escuchó correr
el agua de la bañera, y luego se detuvo. No se molestó en tocar, sabiendo que
le diría que se alejara ‑que quería estar solo o alguna otra estupidez. En
cambio, simplemente abrió la puerta y entró.
Changmin se sobresaltó, cubriéndose. Nunca
antes lo había hecho, y eso solo probaba que tan distanciados estaban.
Yunho le dejo ver el disgusto en el rostro,
también lo empujó a través del vínculo. El empuje mental fue más difícil de lo
que debió haber sido, el vínculo se había debilitado más desde ayer.
—Te he visto desnudo miles de veces.
Changmin levantó la barbilla mientras dejaba
caer los brazos de vuelta al agua.
—Me sorprendiste. Eso es todo.
Yunho ignoró la mentira, se acercó al borde de
la bañera y comenzó a desatarse las botas.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó.
—Desnudarme.
—¿Por qué? —había un rastro de miedo en la
voz, y Yunho quiso golpear los puños contra la pared para descargar algo de
frustración.
—Siete meses, Changmin. Han pasado siete meses
desde que me dejaste tocarte. Nuestra unión se está haciendo más débil día a
día, y ahora la vida de muchas personas está en la balanza. Y al menos una de
ellas es nuestra hija, y estoy malditamente seguro de que no voy a ser la causa
de su muerte.
Yunho arrojó la ropa y se metió en la bañera.
Changmin se encogió, presionándose a sí mismo
tan lejos como la bañera le permitió.
—¿Aún estás dejando que Kevin experimente
contigo? —le preguntó.
—Sí. Nada ha funcionado. Sigo siendo tan
estéril como el año pasado.
—¿Cómo puedes estar seguro?
Cada día era más difícil luchar contra el
enojo. Y no pudo evitar que se reflejara en las palabras.
—Porque me corrí en un vaso. Kevin lo analizó
bajo el microscopio y nada ha cambiado.
—Te dije que si aceptabas esos experimentos,
no te dejaría llevarme a la cama. No he cambiado de parecer.
—Bien. No voy a forzarte, pero estoy
malditamente seguro de que no me voy a quedar sentado mientras se pierde
nuestro vínculo. Voy a tocarte, y eso no tiene nada que ver con el sexo.
—No —le dijo Changmin, poniéndose de pie. El
agua chorreó por su cuerpo. El cuerpo era tan glorioso como lo había sido
siglos atrás. Ni la edad ni el nacimiento de sus hijos había deteriorado esa
perfección.
Yunho trago, tratando de aliviar la agotadora
frustración sexual con la que había estado viviendo durante mucho tiempo.
—¿No? —pregunto con engañosa amabilidad. La
última cosa que sentía en ese momento era amabilidad. Y si Changmin se
molestara en llegar a él a través del vínculo, lo sabría.
La barbilla le tembló un momento antes de que
se acercara por sí mismo.
—Si me tocas, olvidaré mis intenciones. Si me
seduces, no seré capaz de perdonarme a mí mismo por eso.
—Lo haces sonar como si dejarme hacerte el
amor fuera algo malo.
—No tendré otro niño. No veré a otro niño
morir, o peor, ser atraído por los Sasaeng para matar y destruir todo lo que yo
considero sagrado.
—No te estoy pidiendo otro hijo. Respeto tus
deseos. Incluso compré condones y aprendí a usarlos. Pero no estoy dispuesto a
tirar todo por lo que hemos trabajado, todo lo que hemos construido en nuestras
vidas.
—Es demasiado tarde —dijo Changmin. Estaba
temblando, la piel erizada por el frío.
Los instintos profundamente arraigados le
obligaron a ponerse de pie y calentarlo con el calor de su cuerpo. Cuando lo
rodeó con los brazos, Changmin se tenso, pero ahí no había nada que pudiera
hacer para escapar lo suficientemente rápido.
Yunho sintió su cuerpo convulsionarse con un
silencioso sollozo. Durante años, su dulce esposo había sufrido. Afligido. No
había sido capaz de hacer nada para remediarlo, así que había aprendido a vivir
con la constante tristeza y la silenciosa furia, aceptándolo como algo normal.
No era normal. Changmin solía bromear con él,
sonreír y jugar.
No había sido normal desde que Jessica había
escapado y se unió a los Sasaeng.
—No es demasiado tarde —le aseguró, empujando
la convicción a través del debilitado vínculo.
—He hecho cosas, Yunho. Cosas imperdonables.
Yunho apretó más el agarre. Aún estaba frío, así
que lo ayudó a acercarse al agua caliente,
manteniéndolo contra el pecho. La
marca de vida aún amaba su toque, estremeciéndose como si hubiera estado muerta
de hambre por ese toque. Durante demasiado tiempo.
—Lo que le hiciste a Sunny y Jessica era comprensible.
Nuestro hijo había muerto. Estabas en duelo. Angustiado —y por lo que había
hecho, sus hijas nunca crecieron. A pesar de lo mucho que le dolió, lo perdono,
esperando que sus hijas siguieran su ejemplo.
No lo hicieron.
—No estoy hablando de eso —le dijo—. Hay cosas
acerca de mí que no sabes. Cosas terribles. No estoy seguro cuánto más podré
vivir con estos secretos. Me están comiendo por dentro, atormentándome.
Yunho tuvo cuidado en ocultar la sorpresa. Pensaba
que sabía todo de su esposo, pero al parecer estaba equivocado.
—Lo que sea, no puede ser tan malo.
—Lo es. Te he quitado mucho. Y a todos
vosotros.
—¿De qué hablas, amor? La única cosa que me
has quitado es tu toque. Pero hemos arreglado eso ahora, ¿no? —así lo esperaba.
Esperaba que al dejarle sostenerlo ahora fuera
un signo de que su terquedad había llegado a término. Finalmente.
—Cuando te lo diga, no querrás tocarme otra
vez.
Yunho inclinó el cuerpo, enganchó el pulgar
debajo de la barbilla de Changmin y le giró la cabeza para que pudiera mirarle.
—No hay nada que puedas hacer que mi amor no
fuera suficiente para perdonar.
Los ojos de Changmin brillaron con las
lágrimas.
—Te equivocas, Yunho.
—Dime. Dime qué hiciste que es tan malo,
porque creo que te equivocas.
Una sola lágrima se derramó, y la tristeza que
él vio en sus ojos casi le hace llorar.
—Traté de vivir sin ti estos últimos siete
meses. Pensé que la distancia entre nosotros haría mi traición más fácil de
soportar.
—¿Qué traición?
Yunho trató de llegar a él a través del
vínculo y ver qué es lo que estaba pasando en su cabeza, pero no pudo entrar.
Todo lo que pudo sentir fue su pánico apenas contenido y una sensación de dolor
tan densa que no sabía cómo podía soportarlo.
Changmin miró hacia abajo con vergüenza.
—Fue la noche que Max murió.
Max. Su joven hijo. Había muerto en batalla,
con otros tres Suju. Había sido mucho tiempo atrás. Dos siglos. Por mucho que
aún sufriera por la pérdida de su hijo, también sentía un inmenso orgullo por
lo que había hecho aquella noche ‑por el hombre en que se había convertido al
crecer y que había salvado incontables vidas. Había sacrificado su vida, pero
no lo había hecho en vano. Los descendientes de los humanos que había salvado
esa noche, aún vivían, haciendo del mundo un lugar mejor.
Yunho le acarició el brazo, esperando
reconfortarlo.
—Amor, todo lo que hiciste tiempo atrás, lo
sé. Lo que sea que pienses que hiciste, te he perdonado.
—No. Te equivocas. Lo he escondido. Con
cuidado, tan profundamente, que se que nunca has visto mi vergüenza.
—Entonces dime para que pueda perdonarte y
puedas sanar. Vamos a superar esto. La vida de nuestra gente depende de nuestra
fuerza, nuestro ejemplo.
—El tuyo, tal vez. Me temo que mi ejemplo ha
sido carente.
—Dime, Changmin. No puedo imaginar que
hicieras algo tan malo que hiciera que te dejara de amar.
Changmin se quedó en silencio. Inhaló. Su
cuerpo se estremeció, como si pronunciar las palabras después de tanto tiempo
fuera una lucha.
—La noche que Max murió, estaba destruido. En
el momento en que escuché la noticia supe que mi corazón no volvería a estar
entero otra vez. No podía soportar el dolor, y sabía que no podía permitir que
sucediera de nuevo. No podía perder otro hijo.
Yunho recordó esa noche, a pesar de que quería
olvidar. El vínculo se había intensificado por el dolor, cada uno de ellos no
solo tenía que sufrir su propio dolor, sino el del otro también. En lugar de
apoyarse en él por consuelo, como hubiera ansiado que hiciera, Changmin huyó,
corrió a las montañas y se encerró. Cuando regresó, estaba frío. Duro.
—Fui a los bosques —dijo—. Reuní tanto poder
como pude dentro de mí, con la esperanza de que me matara y se llevara el
dolor. Estaba furioso por la injusticia de la muerte de nuestro hijo. ¿Por qué
no había muerto yo en lugar de él?, ¿por qué no había sido otro hombre? Yo ya
había dado mucho a esta guerra. ¿Cómo podía Dios llevarse también a nuestro
último hijo vivo?
Yunho no tenía respuestas. Se sentó en
silencio, dándole tiempo a reunir valor para decir lo que tuviera que decir.
—El poder dentro de mí continúo creciendo y
aún así no morí. Sabía que no podía permitir que otro hijo mío muriera,
entonces prometí que nunca más concebiría. No le daría más sangre de mi corazón
a esta guerra.
Su voz disminuyó, vibrando con vergüenza.
—No tenía intención de usar mi magia para
hacer lo que hice. No planeé nada de esto, ni tenía consciencia de lo que eso
significaba, pero había mucho poder ahí, tanto dolor e ira que se salió de
control. El poder escapó de mi cuerpo, haciendo mi inconsciente voluntad, brillando
desde lo alto de la colina en olas tan fuertes que vi los árboles sacudirse a
su paso.
—¿Qué magia? —preguntó Yunho—. ¿Qué hiciste?
—Por años, nuestra gente ha creído que los
hombres son estériles por algo que los Sasaeng habían hecho. Les deje creer
eso, pero es mentira —respiro hondo—. Yo lo hice, no fue nuestro enemigo. Fui
yo. Mi magia se extendió por toda la faz de la tierra, haciendo estériles a los
varones Suju, porque solo así podía estar seguro de que nunca más volvería a
concebir.
El impacto saco el aire del cuerpo de Yunho.
—¿Tú nos hiciste esto? ¿A mí?
No contestó. No tenía que hacerlo.
¿Cómo podía haber hecho eso? ¿Cómo podía haber
destruido tan completamente a toda la raza? No entendía como pudo hacer algo
así, incluso en su dolor. Sabía que no había planeado intencionadamente
esterilizarlos, pero la intención había surgido, de algún lugar en su interior
que él no reconocía. Una oscura y egoísta parte.
Yunho necesitaba tiempo para digerir la
noticia, para procesarlo y darle sentido. La perspectiva entera cambió. No solo
ahora sabía que su capacidad para tener hijos había sido robada, no por sus
enemigos, sino por su esposo. También se dio cuenta de algo que nunca creyó
posible.
Changmin le había mentido. Le había estado
mintiendo durante años. Por siglos.
Eso era lo que hacía que la traición doliera
más. Le había dado todo lo que tenía, todo lo que era. Había respirado por él.
Era su misma sangre. No podía mantener un secreto de él, como no podía detener
el giro de la Tierra.
Mentirle era inconcebible.
Y aún así, Changmin le había mentido tan
fácilmente. Lo que hacía que se preguntara sobre que más le había mentido.
Odiaba verlo con esta luz. Odiaba mirarlo,
preguntándose qué otros secretos había escondido.
Lo sintió alcanzarle a través del vínculo, y por
primera vez en su memoria, lo bloqueó. No porque no quisiera que sintiera su
dolor, sino porque no podía soportar la idea de tenerle dentro en este momento.
Yunho retiró su cuerpo contra la pared de la
bañera y salió. Necesitaba algo de tiempo para pensar. Estar solo. O al menos
lejos de Changmin.
Ni siquiera se molestó en secarse, solo
arrastró la ropa sobre la piel mojada y se fue. Cuando cerró la puerta detrás
de él, alcanzó a ver un brillo en el anillo de Luceria sobre el dedo.
Los remolinos de la profunda y fría tormenta
gris que llevaban congelados en su sitio durante siglo –el patrón que llevaba
con él tanto tiempo que había memorizado cada curva‑ comenzó a moverse..
El vínculo que tenía con Changmin, el
Caballero Gris, se estaba debilitando. Sabía que si se rompía, eso significaría
la muerte. El hecho de que la idea no le molestara demasiado, le dijo cuán
profundo le había herido la traición de Changmin.
Las lágrimas de Changmin gotearon sobre el
agua. Se había enfriado, haciéndolo temblar, pero no salió. El pequeño castigo
del agua fría no era nada comparado con lo que se merecía.
Debería haber sabido que el peso de su secreto
no se aliviaría al revelárselo a Yunho, sino que el daño que le causaría le
pesaría incluso más.
Yunho era un hombre demasiado bueno para él.
No se merecía el dolor que le había causado.
No se merecía estar encadenado a él por toda
la eternidad.
Changmin sabía lo que tenía que hacer. Tenía
que recomponerse, reunir cada pedacito de la fuerza menguante para rescatar a Henry,
y rezar porque el chico fuera compatible con Yunho, y entonces podría
liberarle.
Claro, solo había una manera de que pudiera
suceder. Le había prometido permanecer a su lado mientras viviera, lo que
significaba que tenía que morir.
La idea no le asustaba. Estaba cansado de
vivir con este dolor, cansado de pelear, y observar como moría la gente que
amaba. Por muy difícil que fuera dejar ir a Yunho, especialmente a los brazos
de otra pareja, sabía que sería lo correcto.
Los Centinelas necesitaban a Yunho. Era un
guerrero demasiado fuerte para prescindir de él. Podría vivir y continuar
peleando contra los Sasaeng durante todo el tiempo que llevara derrotarlos.
Changmin no podría.
Ahora que la decisión había sido tomada, todo
parecía simple. Muy claro.
Salió de la bañera, se vistió y fue a decirle
adiós a su hija. Sunny no querría hablar con ella, no lo había hecho en
décadas. Pero por Dios, que lo escucharía.
Shan contestó su nuevo teléfono móvil ‑el que
le había dado el sujeto de los ojos espeluznantes. La reunión había sido
confusa, pero recordaba al sujeto decirle que le llamaría.
—¿Hola?
—Es la hora —le dijo con un susurro áspero la
voz en la línea—. ¿Entiendes?
—¿Quién? —preguntó Shan automáticamente.
—Kim Ryeowook.
A pesar de que la voz en la línea no le dijo
de qué era la hora, en el fondo Shan lo sabía. Tenía un vago recuerdo de una
maleta con suministros que sabía que alguien le había dado. No podía recordar
quién, pero había escondido la maleta en la parte de atrás del armario. No
había recordado que estaba ahí, hasta ahora.
Las instrucciones le inundaron la mente,
impulsándole a mover los pies. Abandonó el videojuego al que estaba jugando y
fue a su habitación, ignorando las voces airadas de los compañeros detrás de
él.
Solo había unos pocos pasos a la habitación,
donde sabía que lo encontraría.
Shan sufrió un momento de miedo de que el
gigante y furioso Suju Yesung estuviera ahí, pero el miedo parecía evaporarse
conforme fue avanzando, dejándole insensible.
Todo lo que tenía que hacer era lo que le
dijeron y todo estaría bien. Sería libre de vivir su vida, ya no sería un
prisionero de la SM y sus estúpidas reglas.
Yesung se había ido para hablar con Shindong. Wook
se había recostado después de alcanzar a Henry, cuando alguien llamó a la puerta.
Abrió, y un hombre joven, cerca de los
dieciséis años, estaba ahí.
—¿Puedo ayudarte?
—¿Está Yesung? —preguntó, mirando
nerviosamente más allá de él.
—No. Él está… —no tuvo tiempo de terminar la
frase. El chico se disparó a través de la puerta, apretándole el cuello con una
fuerte mano. Pateó la puerta detrás de él y le puso un trapo sobre la nariz y
la boca.
Un olor fuerte de medicina le quemó la nariz y
la garganta. Wook le arañó el brazo, pero no sirvió de nada. Los dedos estaban
débiles, sin hueso.
El mundo comenzó a desvanecerse, y con un
último pensamiento de pánico, gritó el nombre de Yesung.
Shan lo había hecho. Había golpeado al chico
loco. Ahora todo lo que tenía que hacer era conseguir sacarlo de la muralla y
sería libre. No más prisión de los Centinelas. No más clases aburridas durante
todo el año. No más reglas.
Él hombre de los ojos espeluznantes le iba a
dar más dinero del que podría gastar en toda una vida.
Ya le habían dado un
apartamento y un dulce adelanto. Y le habían prometido no matar al chico, se
había asegurado de ello.
Shan no era ningún asesino.
Se asomó al pasillo y vio que nadie venía.
Agarró la maleta grande y la metió dentro de la habitación, metió el cuerpo y
cerro la cremallera.
Estaba tan delgado, que se acomodó fácilmente.
Sin esfuerzo.
Lo pondría en el maletero y se dirigiría a las
puertas. Le permitían salir de los muros un día al mes a la luz del sol. Hoy
era ese día, y sería la última vez que tuviera que pedir permiso.
«¡Yesung!»
El grito de Wook se estrelló contra el cerebro
de Yesung, impulsando por el puro y crudo pánico. El miedo le explotó en el
interior al darse cuenta de que Wook estaba en problemas. Grandes problemas.
Estaba a mitad de camino de la oficina de Shindong,
pero giró sobre los talones y echó a correr por donde había venido. Se extendió
hacia él a través del vínculo, pero no sintió nada.
Si estaba muerto…
Los pies golpearon con dureza. Accidentalmente
golpeó con el hombro a un niño cuando se interpuso en el camino, estrellándole
contra la pared. El chico tropezó y cayó, pero a Yesung le importó un carajo.
Arrancó el móvil del cinturón y marcó a Zhoumi.
—Algo le está pasando a Wook. ¿Puedes verlo?
—Estoy buscando ahora. Espera.
Yesung mantuvo el teléfono presionado contra
la oreja y perdió la llave de tarjeta mientras corría. No se detuvo a
recogerla.
—Abre mi puerta o la tiro abajo.
Giro la esquina, vio la luz en la cerradura
encenderse verde, y entró a través de la abertura con una fuerte embestida.
—¡Wook!
No le respondió. Una búsqueda frenética de diez
segundos por el lugar, no mostraron ningún signo de Wook.
La voz de Zhoumi le zumbó en el oído.
—Había un chico en tu puerta. Entró a la
fuerza en la habitación. Treinta segundos después salió y metió una gran
maleta.
Yesung le había pasado.
—Si le hace daño, el pequeño hijo de puta va a
morir.
Cargó de vuelta al pasillo, persiguiendo al
chico. Cuando le identificó en la esquina, vio al chico mirar sobre su hombro
con pánico, y arrancó a correr, dejando la maleta atrás.
—Lo veo —dijo Zhoumi—. Déjale ir. Cuida de Wook.
Como si tuviera que decírselo. Encontraría y
mataría al hijo de puta más tarde. Ahora, necesitaba llegar a Wook.
Le pareció que le tomaba una eternidad
alcanzar el final del pasillo. El tiempo se estiró infinitamente, haciéndose
más largo con cada paso que daba.
¿Y si no estaba en la maleta? Incluso peor, ¿y
si estaba y era demasiado tarde?
Un millón de pensamientos diferentes inundaron
la mente de Yesung, bloqueándole con el terror. Sentía las lágrimas húmedas surcarle
las mejillas, pero no les prestó atención.
Finalmente, alcanzo la maleta y abrió el
cierre. Wook estaba acurrucado en el interior, la cabeza en un ángulo incómodo.
No hacía ningún sonido. Yesung no veía el pecho moverse.
Un sonido herido salía del pecho con cada
respiración. Las manos le temblaron cuando llegaron a él.
La piel estaba caliente. Tan suave.
Presionó los dedos en un lado de su cuello,
pero estaba temblando tanto que no podía decir si lo que sentía era el pulso de
Wook o su propio temblor.
Rozó con los dedos la Luceria y un muy leve
toque de color bailó dentro de la banda. Eso no sería posible si estuviera
muerto, ¿verdad?
Yesung lo levantó, empujando el nylon negro, y
lo acurruco entre los brazos mientras corría a la habitación de Kevin. Era el
mejor sanador que tenían. E incluso si odiaba a Yesung, tenía que ayudar a Wook.
Simon apareció detrás de él.
—Zhoumi dijo que necesitas algo de ayuda. ¿Qué
puedo hacer?
Yesung sintió el pecho de Wook levantarse
contra el suyo. Estaba vivo.
El alivio amenazó con doblarle las rodillas,
pero se mantuvo firme y continuó avanzando.
—Despierta a Kevin. Necesita ayudarlo.
Simon no dijo nada, pero corrió hacia
adelante.
La puerta de Kevin estaba abierta cuando Yesung
llegó. Se precipitó adentro, a través de la sala de estar y bajó las escaleras
a dónde Kevin dormía.
Simon ya le había despertado, pero no estaba
alerta. Su voz era espesa y aturdida cuando habló.
—Bájalo.
Yesung no lo hizo. No quería alejase de él.
Kevin se restregó los ojos y se sacudió a sí
mismo.
—¿Qué pasó?
—No lo sé. Un chico lo golpeó y lo metió en
una maleta.
Kevin se inclino sobre Wook, haciendo a Yesung
tensarse. No quería que el hijo de puta tocara su sangre. Ni una vez. Pero
¿cómo iba a saber lo que le había pasado?
El Zea se enderezó, cogió la delicada muñeca
de Wook y sintió el pulso.
—Ha sido drogado. Puedo olerlo. Dale unos
minutos para que despierte por sí mismo.
—¿Puedes hacer algo?
Kevin miro a Yesung con algo más que furia
brillando en los helados ojos.
—Estoy débil. Algún idiota me rompió el cuello
ayer.
—Te daré mi sangre. Lo que sea que necesites.
Solo haz que se sienta mejor.
—No es suficiente. No después de lo que me
hiciste.
Yesung tragó saliva, tratando de desalojar el
orgullo de la garganta.
—Lo siento —le dijo a Kevin, mirando directo a
los ojos. Era algo difícil de hacer con un Zea en la mejor de las
circunstancias, y esta estaba lejos de estarlo—. Perdí el control. Shindong ya
lo sabe. Tendrás tu justicia. No hay excusa para lo que hice.
—Ninguna —agregó Kevin con fría mirada—.
Aunque los dos sabemos la razón.
Yesung lanzó una mirada de precaución a Simon.
No estaba seguro si aún podía ser enviado a los Tvxq ahora que la marca de vida
ya no estaba desnuda, pero no quería correr el riesgo de que le obligaran a
separarse de Wook. Nadie sabría alguna vez que había sido candidato para la
muerte.
—Mi juramento de sangre —ofreció Yesung—. Te
ofrezco mi juramento de sangre para salvar la vida de Wook y reparar el daño
que te causé. Te doy libremente mi sangre, tanta como necesites y tantas veces
como la necesites, siempre y cuando eso no obstaculice mi capacidad para
proteger a Wook.
—Eso es un buen comienzo, pero no es
suficiente.
—¿Qué más quieres?
—Niños. Yo quiero tu promesa de que me dejaras
tratar de curar tu esterilidad.
Yesung ni siquiera lo pensó dos veces, a pesar
de que sabía que todo lo que Kevin pensaba hacerle, probablemente le dolería
como el infierno.
—Bien. Lo que necesites. Solo sálvalo. Por
favor.
Una llamarada de luz blanca se derramó de la
mirada fija de Kevin. Una sonrisa lenta y victoriosa estiró su boca.
—Hecho.
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