Deseo Prohibido- Capítulo 10




Shindong no creía que la noche pudiera ponerse peor.

Grace no se había presentado al trabajo y aparentemente había desaparecido. Algunos de los adolescentes humanos se había metido en una pelea y varios de ellos necesitaron puntos.

El Suju indonesio quería saber dónde estaba Wook. Dos Suju más de Australia tenían previsto presentarse mañana. Wook había salido y se había metido en un lío con Yesung que ocupaba a valiosos recursos lejos de sus objetivos.

Hyukjae no había informado en varias semanas, por lo que Shindong no tenía ni idea de cómo progresaba la caza de las crías Sasaeng. Todavía no habían capturado al saboteador que sabía en las entrañas que aún vivía entre ellos. Y para empeorar las cosas, Yoojin se negaba a hablarle. Ella se había saltado el entrenamiento, que era el único punto alegre en el día.

No veía cuál era el gran problema. ¿Qué demonios estaba tan equivocado con él que ella no quería que la reclamara como su padre adoptivo? Había aceptado su consejo y aprendido de él durante meses. Se había encargado de sus necesidades básicas, dándole un lugar donde vivir, comida. Incluso la había convencido de tomar clases a distancia de una universidad cercana.


¿No era eso lo que los padres hacían?

Shindong dejó escapar un largo suspiro. Estaba tan cansado. Rendido hasta los huesos. Tal vez ya era hora de retirarse y dejar que otro tomara el mando de los Suju por un tiempo. No creía que fuera a durar los años restantes de su mandato.

No es que hubiera otro pidiendo a gritos el trabajo. Como él, todos preferían estar sobre el terreno que detrás de un escritorio.

El teléfono sonó y estuvo a punto de dejar que saltara el buzón de voz. Pero con la mierda de día que había tenido, pensó que no podría ponerse peor.

—Sí —respondió él.

Zhoumi estaba en la línea, su voz tensa.

—Tenemos otro problema.

El golpeteo detrás de los ojos de Shindong se hizo más pesado.

—¿Hay alguien más herido?

—Es Thea. Fue violada.

La furia se derramó a través de Shindong al pensar en alguien hiriendo a uno de los humanos bajo su protección. Se disparó fuera del escritorio y se dirigió al pasillo, agarrando con fuerza el móvil.

—¿Dónde está?

—Taeheon está atendiéndola. Se niega a hablar con nadie. La única razón por la que Taeheon lo supo fue porque vio lo que había sucedido cuando tomó de su sangre para sanarla. Él me llamó.

—¿Quién lo hizo? Te juro que les mataré yo mismo.

—Fue Chris. Cambió.

Shindong se paró en seco. Podía oír voces fluyendo fuera del salón, deslizándose a su alrededor pero no se daba cuenta. Sintió frío. Muerto por dentro.

Sabía lo que tenía que hacer y el pensamiento casi lo mataba.

—¿Dónde está? —preguntó Shindong—. Necesito confirmar que es cierto.

—No puedes ir solo. Llevaré a Simon y nos encontraremos contigo en el patio de formación.

—¿Dónde está, Zhoumi? Dímelo.

—No. Si cambió, podría matarte. No puedo dejar que eso suceda. Te necesitamos demasiado. 
Haremos esto juntos.

—Le encontraré yo sólo, entonces.

No podía soportar la idea de sentenciar a muerte a Chris, pero aún peor sería obligar al resto de los Suju a ver qué sucedía, sabiendo que podrían ser el siguiente.

Sentía los pies pesados mientras se encaminaba hacia la habitación de Chris. La espada a su lado era un consuelo frío y rogó que no necesitara sacar el acero hacia el hombre que había sido su amigo durante más de un siglo.

Shindong dobló una esquina y vio que Zhoumi y Simon ya habían llamado a la puerta y le bloqueaban el paso.

—Apartaos de mi camino —ordenó a sus hombres.

La cara de Zhoumi se oscureció y su boca se aplanó.

—Entraremos juntos.

—Tengo que hacer esto solo.

—No puedes —dijo Zhoumi—. Has estado fuera del campo de batalla demasiado tiempo. Has perdido práctica y es más que probable que acabes muerto.

El resentimiento hizo que Shindong enderezara la columna vertebral.

—No soy débil —espetó.

—No he dicho que lo fueras. Dije que has perdido práctica. Hay una gran diferencia.

—Fuera de mi camino.

Shindong siempre había pensado en Simon como un gigante gentil. Rara vez hablaba y pasaba tanto tiempo jugando con los niños humanos como matando Sasaeng. Pero no había nada gentil en la furia que ardía en sus ojos ahora mismo.

—Hirió a Thea. No voy a dejar que dañé a nadie más. Incluyéndote a ti.

Con eso, Shindong llamó a la puerta de Chris.

Las manos de los tres hombres fueron a sus respectivas espadas, aunque tanto Simon como Zhoumi impidieron que Shindong se pusiera al alcance de la puerta.

Un Chris con los ojos hinchados abrió la puerta, fulminándoles. Un trío de arañazos desagradables ardían a lo largo de su mejilla, y el cuello de su camiseta estaba rasgado.

Thea había peleado con él. El hecho de que ella hubiera tenido que hacerlo provocó que Shindong quisiera rugir de dolor. Debería haberla protegido. Tendría que haber sabido que algo así podría ocurrir.

—Esa zorra los envió, ¿verdad? —escupió Chris—. No hice nada que ella no estuviera pidiendo y que todos sabemos.

Se dio la vuelta con disgusto, dejando la puerta abierta para que entraran.

—Muéstrame tu marca de vida —dijo Shindong.

Chris se detuvo en seco y poco a poco se dio la vuelta. Sus fosas nasales se encendieron en cólera y su mano se movió a su espada.

—¿Qué? —preguntó en un tono escalofriantemente calmado.

—Ya me has oído. Quítate la camiseta.

—No. Vete al infierno.

—Eso no va a suceder. Has sido acusado de un delito grave, que sé que nunca habrías cometido a menos que tu marca de vida estuviera árida.

—Me voy —dijo Chris—. No tengo que aceptar este tipo de mierda de ninguno de vosotros.

—Soy tu líder. Harás lo que te diga.

—¿Ah, sí? Eres demasiado débil para ordenarme hacer una maldita cosa. Tienes que traer respaldo contigo como un humano.

—Quítate la camiseta o lo haré por ti.

—Vete a la mierda.

Shindong sacó la espada y cortó entre Zhoumi y Simon, haciendo un corte a lo largo del pecho de Chris.

Chris sacó su espada, pero Zhoumi y Simon estaban listos para problemas y lo bloquearon. Zhoumi tomó el control de su brazo armado, mientras que Simon le condujo al suelo. La cabeza de Chris golpeó lo bastante duro como para aturdirle.

Shindong se inclinó hacia abajo y acabó por desgarrarle el resto de la camiseta.
La marca de vida ensangrentada de Chris estaba árida.

Una ola de dolor amenazó con hundir a Shindong de rodillas. Él pasó el borde de la camiseta sobre el corte, sólo para asegurarse de que la sangre no ocultaba una o dos hojas. No lo hacía.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó Shindong. Su voz sonó gruesa y temblorosa.

En lugar de contestar, Chris rugió en desafío y luchó contra el agarre de los hombres.

—Respóndeme o traeré a un Zea para que te lo arranque de la mente.

—Jódete.

La mano de Shindong se movió lentamente, sus miembros pesados con resignación mientras llamaba a Taeheon.

—¿Cómo está Thea?

—Durmiendo. Reparé el daño físico y le quité el recuerdo a su petición. Estará bien en unos pocos días.

—Gracias.

—Si me necesitas, puedo servir como su testigo. Su recuerdo es mío ahora.

—Eso no será necesario. Tengo todas las pruebas que necesito. Ven a la residencia de Chris. Necesito que le interrogues.

—Lo siento. Estoy demasiado débil después de atender Thea.

—Puedes tomar toda la sangre de él que necesites. Ya no es uno de los nuestros.

—Su marca de vida está desnuda —adivinó Taeheon.

Shindong no le contestó. La carga de lo que tenía que hacer ahora ya era bastante desoladora. No quería hablar de ello.

—Tan pronto como hayas terminado con Chris, le llevará a los Tvxq.



Yesung se despertó con la sensación del tacto de Wook en la cara. Lo reconoció antes incluso de abrir los ojos.

Wook estaba a salvo. No había llegado a matarlo. Por un momento, se deleitó en eso, dejando que la sensación aliviara un poco la presión que aporreaba dentro de él. Su precioso Wook estaba a salvo.

Sus dedos ligeros como plumas se le deslizaron a lo largo de la frente, sobre los párpados y por la mejilla hasta que acariciarle la boca. No pudo resistir la tentación de rozar ligeramente con la lengua un poco para poder probar su piel.

—Estás despierto —susurró.

Abrió los ojos y miró hacia él. Wook estaba acostado junto a él en una cama, inclinándo sobre él. Cualquier enfado que hubiera sentido por interrumpir sus planes de morir esta noche desapareció. Si hubiera muerto, no sería capaz de sentirle tocándole en este momento. Sabía que estaba mal, pero no le importaba.

—Me ha sorprendido, también. Pensé que seguro estaba muriéndome. ¿Qué pasó?

—Zhoumi envió al equipo de seguridad. Leeteuk, Kangin, Yunho y Changmin. Lucharon contra los Sasaeng, y nos encontramos con Hyungsik en la casa Elf más cercana para poder curarte del veneno.

—¿Hyungsik? ¿Ésta aquí? —Yesung trató de levantarse para encontrar a la sanguijuela antes de que pudiera tomar la sangre de Wook igual que había hecho Kevin.

Wook le presionó sus manos en el pecho descubierto, se sentó a horcajadas sobre él y apoyó todo su peso. No era lo suficientemente pesado como para mantenerle en la cama, pero la sensación de las palmas de sus manos sobre la piel hizo efecto. Si se alejaba, dejaría de tocarle. Él no quería eso.

—No te preocupes. Kangin pagó la deuda de sangre ya que yo no podía.

La ira le inundó al pensar en su ofrenda para sangrar por él, haciendo que la voz le sonara áspera y cortante.

—Nunca te ofrezcas a alimentar a una de esas sanguijuelas. ¿Comprendes?

No contestó a la pregunta. En cambio, le estampó un beso en la frente.

La mirada de Yesung fue a su pecho. Una ola de lujuria se estrelló contra él, haciéndole apretar los dientes para no acercarlo a su boca.

Wook se sentó a horcajadas sobre el estómago, y pudo sentir el calor de su hendidura a través de las capas de tela entre ellos. Detrás de él, el pene se endureció, formando una tienda con la sábana que le cubría.

Al parecer, le habían quitado la ropa ensangrentada, dejándole desnudo. Todo lo que tenía que hacer era quitarle los pantalones y deslizarlo hacia abajo unos pocos centímetros. Finalmente estaría dentro de Wook, llenándolo, jodiéndolo.

Una pequeña parte de él que seguía siendo buena le gritaba, recordándole que Wook era virgen. Fuera de los límites.

Yesung apretó las manos en la sábana, obligándose a mantenerlas a los costados.

Los labios de Wook se movieron por la frente, siguiendo el mismo camino que habían hecho sus dedos. Podía oler el dulce aroma de su piel, ver su pulso rápido golpear en el hueco de su cuello.

La Luceria se vería tan bien allí. Tan correcto.

Si pudiera.

Yesung se negó a pensarlo. Ilusionarse dolía como el infierno, y no necesitaba más dolor en la vida.
Había estado tan cerca de escapar de todo. Tan cerca del olvido apacible e indoloro.

—¿Por qué me haces esto? —preguntó.

Su voz era un susurro áspero, enojado.

—Me necesitas. Sólo relájate y déjame hacer lo que tengo que hacer.

—Ah, no, no lo harás.

Empezó a levantarlo y las uñas se le hincaron en el pecho.

De hecho, le enseñó los dientes.

—Realmente no quiero hacerte sangrar de nuevo. Hemos tenido suficientes Sasaeng por una noche, ¿no te parece?

—Quítate de encima, Wook. Lo digo en serio.

No le hizo caso, presionándole delicados besos en la sien, bajando por la mejilla. Por todas partes donde le tocaba sentía un hormigueo, como si las células se levantaran, regocijándose por el contacto.

Yesung trató de pensar en otra cosa –cortando las cabezas de Sgath, afilando la espada, todas esas reuniones aburridas con Shindong‑ pero nada parecía distraerle la mente del suave calor de los labios de Wook, mientras se movían infaliblemente hacia la boca.

—¿Por qué haces esto? —preguntó.

—Porque me necesitas. Porque nos necesitamos el uno al otro. No puedo dejar que sigas huyendo, y seducirte es la única manera para que superes el miedo de hacerme daño.

—No voy a joderte —dijo.

—Me gusta más el término hacer el amor. Haremos eso en su lugar.

Los calificativos de niño no cambiaban nada. Joder seguía siendo joder.

—No va a pasar. Me gustaría mucho no hacerte daño, pero si no te alejas, me temo que voy a hacer justamente eso.

—No, no lo harás —dijo con total confianza.

Su boca le mordisqueaba la comisura de la suya, engatusándole para hacerle participar y le besó el torso. El aliento llenó los pulmones, haciéndole girar la cabeza. No podía pensar con claridad cuando le estaba besando. Necesitaba al equipo de rescate.

—Kangin —gritó, un poco más jadeante de lo que había pretendido.

—Está fuera con Leetuk. Están vigilando la casa, permitiéndote descansar y recuperarte.

—Ten la infernal seguridad de que no me dejarás descansar.

—Vas a descansar mejor después.

Después de que él hubiese gritado su nombre en el clímax. Después de que él se corriese en su interior.

Sonaba demasiado bueno, demasiado bien.

Sabía que no lo era, sin embargo. Sabía lo erróneo que sería reclamarlo sabiendo que cuando tuviese la siguiente oportunidad, iría hacia la muerte. Sólo que esta vez, lo haría bien. Había ido lejos para encontrarle. Debía asegurarse de que no hubiese ninguna posibilidad de que volviera a hacerlo. 

Encerraría a Wook lejos, lo drogaría, lo ataría –algo‑ cualquier cosa para evitar que le siguiese.

Su boca se apoderó de la suya y la capacidad de pensar en otra cosa desapareció. La punta de su lengua se deslizó a lo largo de la comisura de los labios, tentándole a abrirse y permitirle entrar.

Si lo hiciera, no se detendría. Lo sabía. No era lo suficientemente fuerte para retornar de un fascinante beso sin cuartel con Wook.

Yesung volvió la cabeza, sintiendo una línea de sudor estallándole a lo largo de la frente.

—Estoy demasiado débil para esto. He sido envenenado, hombre. Ten corazón.

Podía sentir su sonrisa sobre los labios.

—No te preocupes. Haré todo el trabajo.

Iba a matarle. Yesung no iba a tener que encontrar un nido de Sasaeng. Wook estaba aquí mismo, retorciéndole las entrañas, haciendo que el cerebro se sobrecalentara hasta casi explotar.

Cerró los labios apretándolos, negándole la entrada.

Wook se echó hacia atrás, deslizándole sus manos sobre el pecho, bajando por el brazo. Sus dedos amasaron los músculos, como si disfrutara de la sensación de ellos. Le levantó la mano derecha y se la colocó sobre su pecho.

—Estaría bien si me tocaras —dijo.

Yesung dejó escapar un gemido involuntario de necesidad.

El perlado pezón se levantó contra la palma. Los dedos se le cerraron en contra de su voluntad, ahuecándolo.

—No. No es real.

Y, sin embargo no pudo retirar la mano. Iba a tener que cortarse el brazo para conseguir dejar de tocarlo.

Wook le sonrió. Esa era una conocedora sonrisa llena de la promesa del cielo y el infierno juntos.

Él lo miró fijamente, preguntándose qué iba a hacer a continuación. ¿Iba a deslizarle la mano bajo la camisa, o tal vez lo apartaría para que pudiera ver la mano moviéndose sobre su piel desnuda?

Ah, sí. Eso fue definitivamente lo que él quería hacer. Wook desnudo.

En su lugar, comenzó masajeándole la mano, presionándole todos los pequeños músculos que usaba para agarrar la espada.

Un gemido de pura dicha le brotó de los labios y mantuvo los ojos cerrados mientras disfrutaba de la sensación de sus dedos masajeándole.

Un segundo después, sintió que el anillo que Hyukjae le había dado se deslizaba del dedo y el mundo llegó a su fin.

Se dobló en la cama, intentando coger el anillo, pero Wook lo arrojó al otro lado de la estancia, fuera de la vista.

—¡No! —gritó, pero ya era demasiado tarde.

Sintió que la última hoja de la marca de vida terminaba cayendo, sintió que el último resquicio de luz del alma titiló, y luego una especie de entumecimiento descendió sobre él.

Miró hacia la cara de Wook y vio un destello de preocupación en sus ojos, pero no importaba. Le había hecho esto a él, y ahora iba a afrontar las consecuencias.

Cualquiera que hubiera sido la razón que había tenido hace un momento para contenerse se había ido, desapareciendo en el olvido. Lo único que quedaba era el duro y dolorido pene y el hombre a horcajadas sobre él.

Una sonrisa le estiró gradualmente la boca.

—Hora de jugar.



Wook no estaba seguro que había ocurrido exactamente, pero parte de él comenzaba a pensar que quitarle ese anillo había sido un error.

Algo de Yesung había cambiado. La manera en que lo miraba ahora de alguna forma era más oscura, más peligrosa.

Hacía que el cuerpo se le calentara y enviara un temblor a lo largo del interior de la piel.

Extendió la mano contra el pecho desnudo, deleitándose con la sensación de sus músculos, tensos bajo la palma. Las ramas de su marca de vida se balancearon hacia el toque como si trataran de alcanzarle.

Una punzada de victoria lo traspasó. Estaba funcionando. Finalmente, después de todo este tiempo de saber que tenían que estar juntos, tenía la prueba.

—Se supone que esto debe pasar, ¿verdad? —le preguntó a Yesung.

Yesung bajó la mirada, vio el movimiento durante sólo un breve segundo; entonces su mirada volvió a él, deslizándose sobre la cara hasta que se situó en la boca.

—No importa una mierda. Recuéstate.

Su voz profunda, áspera se hundió en él y tuvo que reprimir otro temblor. Tenía que centrarse. Tenía un trabajo que hacer. Simplemente no podía hacer lo que él le pedía, no importaba cuán agradable sonara eso.

Wook no se movió. No estaba seguro de qué hacer ahora, pero sabía que debía tomar su Luceria.

Trató de alcanzarla, pero Yesung fue más rápido. Le agarró la muñeca y los giró para que quedara debajo de él. Lo sujetó allí, bajando la mirada hacia él con un semblante tan hambriento que casi quiso correr.

Casi.

Correr ya no era una opción. Por otra parte, en realidad nunca lo había sido. Había sabido que este momento llegaría. Se había quedado en cama por la noche pensando en eso, soñando con eso, tocándose a sí mismo. Después de meses de esperar por él, se alegró de que finalmente estuviera justo aquí con él.

La sensación de su peso le provocó un canturreo en el cuerpo. Abrió los muslos dando más espacio para que su gran cuerpo se situara entre ellos. Yesung movió sus caderas, frotando su erección contra la suya de una manera que envió zumbidos de sensación que se agitaron atravesándole el cuerpo.

Wook aspiró hondo y dejó escapar un gemido suave.

—Hazlo otra vez.

Yesung parpadeó varias veces, como intentando aclararse la cabeza. Su cuerpo estaba quieto, su cara se retorcía en una máscara de doloroso control.

—¿Yesung?

—Esta no es la manera en la que se suponía debía ser —dijo él.

—¿Qué?

Él no le contestó. Le dio a su cabeza una dura sacudida y apretó los dientes.

—Suéltame las muñecas.

—Mío —gruñó él, tensando el agarre.

Wook le miró directamente a los ojos.

—No voy a dejarte.

Yesung no lo soltó. Su boca bajó sobre la de él en un beso feroz.

Los dedos de los pies de Wook se rizaron y abrió la boca contra la de él para poder saborearle. 
Cuando la punta de la lengua encontró la de él, su cuerpo se sacudió como si él hubiera recibido una sacudida eléctrica. Un ruido demasiado ronco para ser un gemido retumbó a través de su pecho, vibrándole contra los pezones. Wook los sintió apretarse como bolas, y frotarlos contra él era demasiado bueno para resistirlo. Lo único mejor sería si pudiera sentir su piel desnuda.

—Necesito quitarme la camisa —susurró en su boca.

En vez de apartarse del beso, Yesung alcanzó entre ellos y empujó la tela de la camiseta, dejando su pecho al descubierto.

El primer contacto contra su torso envió una sensación impactante de chisporroteo dentro de la piel. No dolía, pero era demasiado intensa para ser llamado placer. Nunca había sentido nada como esto antes, pero sabía que quería sentirlo otra vez.

Yesung se había quedado inmóvil encima suyo. Él lo había sentido, también.

Wook tomó su cabeza entre las manos, obligándole a mirarlo.

—No te atrevas a detenerte —le advirtió—. Lo necesito.

Una sonrisa lenta, oscura curvó sus labios.

—No hay detención ahora. —Yesung alzó su mano izquierda, mostrándole el anillo de los Suju. 
Estaba casi blanco, pero los débiles colores que quedaban estaban moviéndose, formando remolinos frenéticamente dentro de la banda—. Mira. Tenías razón. Eres mío.

Metió la mano entre ellos y presionó el anillo contra un pezón. Estaba vibrando, y la sensación de ese zumbido contra la carne sensible la hizo gritar.

—¿Te gusta? —preguntó él como si ya supiera la respuesta—. Entonces amarás esto.

Él deslizó su mano bajando por el estómago y le desabotonó los flojos vaqueros. El anillo dejó un rastro hormigueante sobre la piel en su estela. La respiración de Wook se aceleró y el cuerpo se le calentó, volviéndose líquido. A pesar del aire fresco, el sudor brotó a lo largo del nacimiento del pelo.

Los dedos de Yesung encontraron el camino dentro de los pantalones. El anillo situado justo sobre el glande ‑cerca pero sin tocar, ni por asomo lo suficientemente cercano. La trémula sensación vibradora desde el anillo le puso los nervios en llamas y le hizo retorcerse debajo de él.

Extendió las piernas aún más, abriéndose para que él pudiera hacer contacto directo. Movió las caderas, buscando lo que necesitaba. Y entonces repentinamente, su mano se fue.

Wook levantó la mirada, intentando aclarar lo que había salido mal. Yesung se arrodilló entre las rodillas, su cuerpo bellamente desnudo, su pene grueso y duro, proyectándose desde su cuerpo.

La boca de Wook se secó y la necesidad de tocarle le abrumó. Extendió la mano y la envolvió alrededor de él. Él era liso. La piel suave se extendía a lo largo de la dureza de roca. El contraste fue totalmente sorprendente y completamente fascinante.

Una gotita de líquido se filtró de la punta de su erección. La tocó con el dedo, deslizando lo resbaladizo sobre su piel.

Yesung dejó escapar un sonido tan bajo que apenas lo pudo oír. Pero lo sintió vibrar a través de sus brazos y situarse en su pecho.

Wook le miró, abriendo la boca para preguntarle si estaba bien, pero las palabras se le quedaron atoradas en la garganta. Yesung estaba mirándolo, su mandíbula apretada, sus músculos tensos. La mirada de necesidad oscureciendo sus ojos era tan vehemente que hizo que las entrañas de Wook se derritieran. Quería darle cualquier cosa que él necesitara, cualquier cosa que quisiera. Para siempre.

Wook se arrodilló y se quitó la camisa, lanzándola al suelo. Iba a estorbar para sentir su piel.
Él lo observó con esos ojos hambrientos vagando por cada sección de piel que revelaba. Wook sabía que no era una gran belleza, pero Yesung no parecía darse cuenta. Le miraba como si fuera todo lo que alguna vez había querido, como si el resto del mundo hubiera dejado de existir.

Deslizó los brazos alrededor de su cuello, sintiendo el zumbido de su Luceria mientras lo rozaba. Su erección latía contra el estómago, y el calor intenso de su cuerpo en todas partes que tocaba el de él lo hizo gemir de deleite.

—Quítate los pantalones —le dijo él.

Wook le ignoró y en su lugar le besó. Sus anchas manos le agarraron las caderas, entonces avanzaron a la cintura y sobre la espalda. Lo atrajo duramente contra él, casi sacándole el aliento del cuerpo, pero a Wook no le importó. ¿Quién necesitaba oxígeno cuando tenía la boca de Yesung en la de él, su lengua lamiéndole el contorno de los labios y deslizándose contra la suya?

La cabeza le daba vueltas y estaba jadeante cuando Yesung finalmente se apartó de él. Sus mejillas estaban oscuras y su poderoso pecho se elevaba y caía con su desigual respiración.

Su boca se movía como si tratara de decir algo, pero ninguna palabra salió.

Envolvió los brazos alrededor de suyo y le acomodó el cuerpo en la cama. En lugar de llegar sobre él como había esperado que hiciera, Yesung se puso de pie, le agarró la pretina abierta de los vaqueros, y se los bajó. Él dio un duro tirón, y calcetines, ropa interior, y zapatos todos salieron volando.

Le examinó el cuerpo desnudo y aspiró un aliento profundo, haciendo que las ventanas de su nariz se ensancharan.

—Todo mío.

Y Wook lo era. Siempre lo había sido.

—Tú eres mío, también.

Yesung le dirigió una sonrisa oscura, entonces merodeó por su cuerpo sobre las manos y rodillas. Se apoyó separándole las piernas con su rodilla, y se inclinó hasta poner su lengua sobre el pezón. Wook aspiró de un tirón y arqueó la espalda, tirando de su cabeza por más.

Le tomó en su boca, creando una succión tan buena que Wook le clavó las uñas en su cuero cabelludo para que no se apartara. Su mano se deslizó bajando por el costado, sobre el estómago, y sus dedos se deslizaron entre sus nalgas. Sintió sus dedos fríos contra la carne caliente.

Sintió la punta ruda de un dedo presionado, estirándole.

Yesung gimió.

—Tan condenadamente apretado —dijo contra el pecho—. Pero no por mucho tiempo.


Yesung no podía pensar correctamente. Se quedó mirando el cuerpo desnudo de Wook y todo en lo que podía pensar era en conseguir entrar en él. Sabía que había algo que se suponía debía hacer ‑algo que estaba olvidando‑ pero comparado con tomarlo, todo lo demás no tenía importancia.

Sus ojos eran más oscuros de lo usual. Su boca estaba hinchada y roja, sus labios separados. Un rosado rubor se extendía a lo largo de su cuello y a través de su pecho. Su pezón se tensó contra la lengua y Wook dejó escapar un gemido suave.

Agarró su cabeza como si en verdad tuviera una oportunidad para controlarle.

Algo oscuro y poderoso se levantó dentro de él, resistiéndose ante el desafío. Nadie iba alguna vez a controlarle. Hacía lo que condenadamente le complaciera, cuándo quisiera.

Y ahora mismo, lo que quería era poner la polla tan profundamente dentro de Wook como fuera posible. Quería sentir su apretado cuerpo virgen aflojándose para él mientras se conducía profundo y duro.

Él movió su cuerpo para que estuvieran perfectamente alineados y alzó su cabeza para que Wook pudiera ver.

—Mira mientras te tomo —le ordenó.

Los ojos de Wook se fijaron en el espacio entre ellos mientras la punta de la polla presionó, estirándolo para abrirlo. Sus músculos resistieron la invasión.

—Relájate —le gruñó—. No te atrevas a oponerte.

—No lo hago —susurró Wook.

Estaba mintiendo. Tenía que hacerlo. Estaba tratando de detenerle.

Una oscuridad hirviente pareció formar espirales a través de Yesung, demandando que lo tomara duro y rápido. Le estaba tentando a propósito. Probándole.

Yesung no iba a dejar ese reto sin responder.

Él se lanzó hacia adelante, hundiéndose más profundo. Los ojos de Wook cayeron cerrados y un jadeó susurrado salió de su boca. Sus manos le agarraron con fuerza de los brazos como si estuviera tratando de acercarle.

Definitivamente iba a llegar muchísimo más cerca antes de que terminaran.

Yesung arrancó los brazos de su agarre y le levantó los muslos más alto. Las manos se veían enormes contra sus piernas, casi brutales.

Un débil parpadeo de preocupación le hizo vacilar por un breve momento antes de que fuera barrido por una oleada de necesidad.

Su cabeza cayó hacia atrás en la cama. Su apretada entrada temblaba alrededor de él, tan resbaladiza y ardiente que supo que no iba a durar mucho más tiempo antes de que se corriera. Y cuando lo hiciera, quería que lo sintiera estar muy profundamente dentro de su ser para que nunca más pudiera olvidar que le pertenecía.

Yesung se retiró sólo lo suficiente para poder ver su humedad brillando en la polla antes de deslizarse dentro de nuevo y continuar deslizándose. Sintió algo de resistencia, pero no iba a dejar que le detuviera. Empujó más allá, estrujando un grito jadeante de Wook, y finalmente, después de varios balanceados empujes, estaba donde pertenecía.

Su respiración era rápida y su latido del corazón era tan frenético que podía ver su pecho temblando al ritmo de su pulso. El rubor y el brillo de sudor cubriendo su pecho era prueba de que Wook estaba disfrutando de lo que él tenía que dar.

No es que importara. Todo por lo que se preocupaba ahora era en terminar lo que había empezado.

Yesung se apartó y avanzó, sacudiendo su cuerpo con el poder del empuje. Sus dedos se estiraron ciegamente hacia él, aterrizándole en el pecho.

Él sintió que las ramas desnudas de la marca de vida trataban de alcanzarlo, arqueándose hacia su toque como si ansiaran eso.

Demasiado tarde. Era muy tarde para que Wook le salvara, pero le importaba una mierda. Ahora mismo, con su cuerpo flexible debajo de él, su entrada apretada abrazándole la polla, y sus dedos en la piel, nada más parecía importar.

Yesung empezó a moverse, estableciendo un duro, rápido ritmo. No iba a durar mucho la primera vez que lo tomara, pero quería exprimir tanto placer como pudiera de eso antes de culminar.

El sudor le enfrió la espalda. La cama se meció, haciendo que el suelo de madera rechinara. Desde alguna parte fuera del cuarto, oyó voces, pero no significaron nada. El único sonido que importaba eran los débiles suspiros elevándose de Wook que se volvían más fuertes con cada movimiento que él hacía.

Su cuerpo se apretó mientras su clímax se acercaba. Los movimientos se volvieron más frenéticos, el ritmo más acelerado. Un hormigueo brillante se deslizó sobre la piel, hundiéndose en la base de la columna vertebral. Él empujó las caderas de Wook más alto, se enterró lo suficientemente profundo como para que dejara escapar un gemido; entonces él se dejó ir.

El aturdimiento mental de placer le absorbió duro mientras se derramaba dentro del cuerpo resbaladizo de Wook, disparando chorros dentro, repetidas veces. Él se volvió débil, colapsando sobre Wook, jadeando.

Yesung lo sintió retorcerse debajo de él.

—No puedo respirar —dijo Wook. No sonaba como un hombre satisfecho, repleto de placer. De hecho, sonaba alterado.

Del todo.

Yesung se giró sobre la espalda para darle espacio, y ahí fue cuando vio la mancha de sangre cubriéndole la polla.

Ese parpadeo de preocupación que le había fastidiado antes regresó con una venganza. Él se empujó hacia arriba y vio el punto rojo en las sábanas justo mientras la puerta del dormitorio se abría de golpe.

Hyungsik estaba allí, clavando los ojos en ellos, casi con pánico.

—Huelo sangre.

—¡Sal! —gritó Wook, cubriéndose.

Los ojos del Zea se movieron sobre su cuerpo y una furia asesina consumió a Yesung. Dejó escapar un gruñido salvaje y brincó de la cama. Los ojos de Hyungsik fueron al pene y una mirada de comprensión cayó sobre el chupasangre.

—Yesung, no —gritó Wook, envolviéndole la cintura con los brazos como si en verdad pudiera impedirle matar a la sanguijuela—. No hagas esto. Él estaba sólo preocupado por mí. Él sabe lo del anillo, que se ha acabado tu tiempo.

Fue la sensación de sus duros pequeños pezones contra la espalda desnuda lo que le detuvo. Quería hacerle el amor otra vez, más de lo que quería matar a Hyungsik, pero sólo un poco.

—Vete —le ordenó a Hyungsik.

—No puedes dejar que los demás te vean así —le dijo Hyungsik—. Enviaron a Chris a los Tvxq sólo hace algunas horas. Tú serás el siguiente.

—Ni de coña.

Hyungsik miró sobre su hombro como si alguien se acercara.

—Ahora, Wook. Ya no hay más tiempo. —Y entonces cerró la puerta.

Yesung se dio la vuelta para afrontarlo.

—¿De qué diablos estaba hablando? —preguntó.

—De esto —dijo Wook mientras se estiraba y agarraba la Luceria en el puño.

La banda que había estado con él toda la vida se abrió y se arrastró lejos del cuello. Wook subió sus brazos para sujetarlo alrededor de su estilizada garganta y señaló al suelo.

—De rodillas, Yesung —dijo mientras le daba la espada.

Los instintos imbuidos en él durante siglos le hicieron caer de rodillas mientras se marcaba un corte sobre el corazón y pronunciaba el voto:

—Mi vida por la tuya. —Sumergió el dedo en el flujo de sangre que le bajaba por las costillas y lo presionó contra la Luceria.

La banda pálida se encogió para ajustarse a su garganta. Se veía tan condenadamente bonita allí, que todo lo que pudo hacer fue quedarse con la mirada fija.

Los hombros de Wook se relajaron de alivio.

—Al límite de tiempo —masculló Wook, entonces en una voz más alta dijo— Eres mío, Yesung. Si sales a matarte otra vez, me llevarás contigo.

El peso del voto –tal como era eso‑ cayó con estrépito sobre él, dejándole sin aire en los pulmones. Esa oscuridad hirviente que se había abierto paso trabajosamente a través de su alma pareció congelarse en el lugar, acobardándose ante el poder en sus palabras.

En ese instante, la astilla pequeña del hombre que había sido nació para chispear de nuevo a la vida y él comprendió lo que había hecho. Su sangre manchaba el interior de sus muslos. Había tomado a 
Wook duramente, desgarrandolo como si no tuviera más valor que un pañuelo desechable.

La vergüenza le ardió en el pecho. Cada momento egoísta le ardió en la mente, arrancando un grito bajo de pena de los pulmones.

—Lo siento —susurró, sabiendo que las palabras nunca serían suficientes para compensar lo que había hecho. Había arruinado algo bello. Destruyó eso. Se había entregado a él y había aplastado ese regalo con el talón.

Yesung trató de alcanzarle, listo para suplicar su perdón, pero era demasiado tarde. El mundo desapareció y la visión que la Luceria quiso que viera cayó sobre él.


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