Leeteuk gruñó al sentir un lacerante dolor en la cabeza.
Cuando la luz regresó, encontró a Kangin tumbado desnudo sobre una fría losa de
piedra, inclinada en un ángulo de cuarenta y cinco grados.
Tenía los brazos y las piernas atados con cuerdas a unos
tornos. Estaba observando una vieja mesa, sobre la que se habían desplegado
toda clase de instrumentos de tortura. Dándole la espalda a Kangin y estudiando
con atención los artefactos, había un hombre alto, de pelo oscuro.
Se sentía solo, indefenso y traicionado. Sentimientos
aterradores para alguien que jamás había sido vulnerable.
La temperatura de la habitación era sofocante debido al
fuego que crepitaba en la chimenea. De algún modo, Leeteuk supo que era verano.
Las ventanas estaban abiertas. Kangin escuchó las risas en el exterior y se le
hizo un nudo en el estómago.
Era un día demasiado hermoso para morir.
El hombre que estaba junto a la mesa ladeó la cabeza. Se
giró abruptamente y lo miró con furia. Aunque era increíblemente apuesto, su
rostro estaba contorsionado por la ira, restándole parte de su belleza. Sus
ojos eran crueles y brillantes, semejantes a los de una víbora. Vacíos,
calculadores y carentes de compasión.
–Kangin de Tracia –dijo con una perversa sonrisa–. Por fin
nos conocemos. Aunque supongo que esto no cuadra exactamente con tus planes,
¿no es cierto?
–Siwon –masculló tan pronto como vio el emblema que colgaba
de la pared, sobre el hombro de su captor. Reconocería el águila en cualquier
parte.
La sonrisa del romano se ensanchó mientras cruzaba la
habitación. Su rostro no mostraba el más mínimo asomo de respeto. Sin
pronunciar una sola palabra más, comenzó a girar la manivela de los tornos a
los que estaban unidas las cuerdas. Al estirarse, los músculos de Kangin se
tensaron también y los tendones comenzaron a desgarrase al mismo tiempo que las
articulaciones se desencajaban.
Kangin apretó los dientes y cerró los ojos ante la agonía
que su cuerpo padecía. Siwon soltó una carcajada y volvió a girar la manivela.
–Eso está bien, eres fuerte. Me resulta odioso torturar a
esos jovenzuelos que no paran de llorar y de gritar. Le resta diversión.
Kangin no contestó.
Tras asegurar la manivela de modo que el cuerpo de Kangin se
mantuviera dolorosamente estirado, Siwon se acercó a la mesa de los artilugios
y cogió una pesada maza de hierro.
–Puesto que eres nuevo en estos lares, permíteme que te
muestre cómo tratamos los romanos a nuestros enemigos… –regresó junto a él con
una insultante sonrisa de satisfacción en el rostro–. En primer lugar, les
rompemos las rodillas. De este modo, sé que no cederán a la tentación de
escapar a mi hospitalidad hasta que sea yo quien decida si están preparados
para marcharse.
Con esas palabras, golpeó la rodilla izquierda de Kangin,
destrozando la articulación al instante. Un dolor inimaginable lo recorrió.
Mordiéndose los labios para no gritar, se sujetó con fuerza a las cuerdas que
le rodeaban las muñecas. La sangre se deslizaba, en un cálido reguero, por sus
antebrazos.
Una vez hubo roto la otra rodilla, Siwon cogió un hierro
candente del fuego y se lo acercó.
–Sólo tengo una pregunta que hacerte. ¿Dónde está tu
ejército?
Kangin lo miró con los ojos entrecerrados, pero no le dijo
nada. El romano le colocó el hierro sobre la cara interna del muslo.
Leeteuk perdió la cuenta de todas las heridas que Kangin
sufrió a manos del tal Siwon. Hora tras hora, día tras día, la tortura
continuaba con renovado vigor. Resultaba increíble que una persona pudiera
continuar viviendo entre tanto sufrimiento. Jadeó al sentir que arrojaban agua
fría al rostro de Kangin.
–No creas que voy a permitir que pierdas el conocimiento
para escapar de mí. Y tampoco voy a dejarte morir de hambre hasta que me venga
en gana.
Siwon lo agarró del pelo y le echó la cabeza hacia atrás con
crueldad para meterle algo líquido en la boca. Kangin siseó cuando el caldo
salado cayó sobre las heridas que tenía en las mejillas y en los labios. Estuvo
a punto de ahogarse, pero su captor continuó haciéndolo tragar.
–Bebe, maldito seas –masculló Siwon–. ¡Bebe!
Kangin volvió a desmayarse y de nuevo el agua fría lo
despertó.
Días y noches se mezclaban al tiempo que el romano
continuaba con la tortura sin la más mínima compasión. Y siempre la misma
pregunta.
–¿Dónde está tu ejército?
Kangin jamás pronunciaba una sola palabra.
–Comandante Siwon –lo llamó un soldado, entrando a la
estancia mientras el general tensaba las cuerdas de nuevo–. Perdón por la
interrupción, señor, pero ha llegado un emisario de Tracia que pide audiencia.
El corazón de Kangin estuvo a punto de dejar de latir. Por
primera vez desde hacía semanas sintió un rayo de esperanza y la alegría lo
traspasó.
Su padre…
Siwon arqueó una ceja y miró con curiosidad a su
subordinado.
–Esto va a ser muy entretenido. ¡Claro que sí! Lo atenderé.
El soldado se esfumó.
Unos minutos después, un hombre mayor, muy bien vestido,
entró en la habitación tras dos soldados romanos. El recién llegado se parecía
tanto a Kangin que, por un momento, Leeteuk creyó que se trataba de su padre.
El invitado soltó un jadeo de incredulidad al ver a Kangin.
Olvidando toda dignidad, su tío corrió a su lado.
–¿Kangin? –balbució, aún incrédulo, tocando con precaución
el brazo roto de su sobrino. Sus ojos mostraban su dolor y su preocupación–.
¡Por Zeus! ¿Qué te han hecho?
Leeteuk sintió la vergüenza de Kangin y el dolor que le
producía ser testigo del sufrimiento de su tio. Sintió la necesidad de aliviar
la culpa que reflejaban los ojos del anciano y el impulso de suplicarle el
perdón de su padre.
Pero cuando abrió la boca, tan sólo salió un gemido ronco. Estaba
tan malherido que los dientes le castañeteaban debido a la intensidad del dolor
que padecía. Tenía la garganta tan dolorida y seca que le costaba trabajo
respirar pero, por pura fuerza de voluntad, consiguió hablar con voz trémula.
–Tío.
–Vaya, ¿será posible que realmente pueda hablar? –preguntó Siwon
acercándose a ellos–. No ha dicho nada en cuatro semanas. Nada más que esto…
Y acercó de nuevo el hierro candente al muslo. Apretando los
dientes, Kangin siseó y dio un respingo.
–¡Basta! –gritó el anciano, apartando al romano de un
empujón.
Con mucho cuidado, tomó el rostro de su sobrino en las manos
mientras las lágrimas le caían por las mejillas al intentar limpiar la sangre
de los labios hinchados de Kangin.
Alzó la mirada hacia Siwon.
–Tengo diez carros de oro y joyas. Su padre promete aún más
si lo liberas. Estoy autorizado a presentarte la rendición de Tracia. Y su
hermana, se ofrece como tu esclava personal. Lo único que tienes que hacer es
dejar que me lo lleve a casa.
¡No!
Leeteuk escuchó el gritó de Kangin, pero en realidad ningún
sonido había salido de su garganta.
–Es posible que permita que te lo lleves a casa… una vez lo
ejecute.
–¡No! –exclamó–. Es un príncipe y tú…
–No es ningún príncipe. Todo el mundo sabe que fue
desheredado. Su padre hizo pública su decisión.
–La ha revocado –insistió su tío, antes de volver a mirar a
Kangin con cariño–. Quiere que sepas que nada de lo que te dijo era cierto, que
debería haberte escuchado y confiado en ti en lugar de actuar como un imbécil,
tonto y ciego. Tu padre te ama, Kangin. Lo único que quiere es que regreses a
casa para poder darles la bienvenida, a ti y a Junho, con los brazos abiertos.
Te pide que lo perdones.
Las últimas palabras le quemaron más que los hierros
candentes de Siwon. No era su padre el que debía implorar perdón. No era su
padre el único que había actuado como un imbécil. Había sido él quien se había
mostrado cruel con un hombre que jamás había hecho otra cosa más que amarlo.
Era tan doloroso que no podía pensarlo. Que los dioses se apiadaran de ambos,
porque los argumentos de su padre habían resultado ser ciertos.
El hombre echó un vistazo a Siwon.
–Te dará cualquier cosa a cambio de la vida de su hijo.
¡Cualquier cosa!
–Cualquier cosa… –repitió el romano–. Una oferta muy
tentadora, pero ¿no sería muy estúpido de mi parte liberar al hombre que ha
estado a punto de derrotarnos? –preguntó mirando con furia–. Jamás. –Sacó la
daga de su cinturón, agarró con rudeza las tres trenzas que proclamaban que
Kangin era comandante y las cortó–. Aquí tienes –dijo ofreciéndolas–.
Llévaselas a su padre y dile que eso es lo único que le devolveré de su hijo.
–¡No!
–Guardias, asegúrense de que Su Alteza se marcha.
Kangin observó como agarraban a su tío y lo sacaban a la
fuerza de la habitación.
–¡Kangin!
Kangin forcejeó contra las cuerdas, pero estaba tan
malherido y mutilado que lo único que consiguió fue hacerse aún más daño.
Quería llamar a su tío para que regresara, tenía que decirle lo arrepentido que
estaba por todo lo que les había dicho a sus padres.
No permitas que muera sin que lo sepan.
–¡No puedes hacer esto! –gritó su tío un momento antes de
que las puertas se cerraran con un golpe seco, sofocando su voz.
Siwon llamó a su sirviente.
–Trae a mi concubino.
Tan pronto el criado se marchó, el romano se acercó a Kangin
y suspiró, como si estuviese muy desilusionado.
–Parece que nuestro tiempo de compañía llega a su fin. Si tu
padre está tan desesperado por tu regreso, es tan sólo cuestión de tiempo que
reúna su ejército para marchar contra mí. Obviamente, no puedo permitir que
tenga oportunidad de rescatarte, ¿no crees?
Kangin cerró los ojos y apartó la cabeza para no ver la
expresión triunfal de Siwon. En su mente volvió a contemplar a su padre, aquel
último y aciago día, cuando los dos se enfrentaron en la sala del trono. Hyukjae
había bautizado aquel momento como «el día del Duelo de los Titanes». Ninguno
de los dos, ni él ni su padre, habían estado dispuestos a escuchar al otro, ni
a ceder.
Escuchó de nuevo las palabras que dijera a su padre.
Palabras que ningún hijo debía decirle a un padre. El sufrimiento era mil veces
más intenso que el que provocaban las torturas de Siwon.
Mientras recordaba con pesar sus pasadas acciones, las
puertas de la estancia se abrieron y entró Junho. Cruzó la habitación con la
cabeza bien alta, como un joven rey ante su corte, y se detuvo junto a Siwon,
mirándolo con una sonrisa cálida e incitante.
Kangin lo contempló mientras la magnitud de la traición de
su esposo se abría camino en su mente.
Que sea una pesadilla. Por favor, Zeus, no permitas que esto
sea real.
Era más de lo que su mutilado cuerpo y su alma podían
soportar.
–¿Sabes Kangin? –le dijo el romano, con un brazo sobre los
hombros de Junho al tiempo que le mordisqueaba el cuello–. Alabo tu gusto para
elegir esposo. Es excepcional en la cama, ¿verdad?
Era el peor golpe que le podía infligir.
Junho lo miró a los ojos, sin asomo de pudor, y dejó que Siwon
se colocara a su espalda y le acariciara el miembro. No había rastro de amor en
el rostro de su esposo. Ni remordimiento. Nada. Lo miraba como si fuese un
extraño.
Kangin sintió que se le desgarraba el alma.
–Vamos, Junho, mostrémosle a tu marido lo que interrumpió la
noche que llegó a casa.
El romano desprendió el cinturón de la capa de Junho, que
cayó al suelo. Tomando su cuerpo desnudo en brazos, lo besó.
El corazón de Kangin se hizo pedazos al ver cómo su esposo
despojaba a Siwon de la armadura, al ser testigo de que ansiaba sus caricias
con vehemencia. Incapaz de soportarlo, cerró lo ojos y volvió la cabeza. Pero
siguió escuchándolos. Escuchó cómo su esposo suplicaba a Siwon que lo poseyera.
Lo escuchó gemir de placer. Y, cuando alcanzó el clímax en brazos de su
enemigo, sintió que su corazón se marchitaba y moría.
Al fin, Siwon había acabado con él.
Dejó que el dolor lo inundara. Dejó que lo traspasara hasta
que sólo fue capaz de sentir una desolación atroz y absoluta.
Cuando acabaron, el romano se acercó a él y le restregó la
mano, aún húmeda, por el rostro. Kangin maldijo ese olor que le resultaba tan
familiar.
–¿Tienes alguna idea de lo mucho que me gusta el olor de tu esposo
sobre mi cuerpo?
Kangin le escupió en la cara.
Enfurecido, Siwon cogió una daga de la mesa y se la clavó
con saña en el vientre. Él jadeó al sentir cómo el frío metal desgarraba su
cuerpo. Con malicia, el romano giró la muñeca e hizo rodar la hoja,
introduciéndola aún más profundamente.
–Dime, Junho –dijo Siwon sin dejar de mirar a Kangin
mientras sacaba la daga y lo dejaba tembloroso y débil–. ¿Cómo debería matar a
tu esposo? ¿Debería decapitarlo, como corresponde a un príncipe?
–No –contestó, arreglándose–. Es el espíritu y la espina
dorsal de los rebeldes macedonios. No permitas que se convierta en un mártir.
Si la decisión estuviese en mis manos, lo crucificaría como a un vulgar ladrón.
Deja que sea un ejemplo para los enemigos de Roma; deja que sepan que no hay
honor ni gloria enfrentándose a Roma.
Siwon sonrió con crueldad y se dio la vuelta para mirarlo de
frente.
–Me gusta cómo trabaja tu mente. –Le dio un casto beso en la
mejilla y comenzó a vestirse–. Despídete de tu esposo mientras lo arreglo todo
–le dijo antes de marcharse.
Kangin luchaba por seguir respirando entre tanto dolor
cuando, por fin, Junho se acercó. El sufrimiento y la ira lo hacían temblar de
la cabeza a los pies. No obstante, la mirada de su esposo seguía siendo vacía.
Helada.
–¿Por qué? –le preguntó.
–¿Por qué? –repitió–. ¿Tú qué crees? Fui el hijo de una
prostituta. Crecí pasando hambre y sin dinero, sin otro remedio que dejar que
cualquier hombre usara mi cuerpo cómo le diera la gana.
–Yo te protegí –dijo con aspereza, moviendo apenas los
labios partidos y ensangrentados–. Te amé. Te mantuve a salvo de todo aquél que
pudiera hacerte daño.
Junho lo miró con los ojos entrecerrados.
–No iba a permitir que te fueras a luchar contra Roma
mientras yo me quedaba en casa, temiendo que echaran mi villa abajo cualquier
día. No quería acabar como el esposo de Hyukjae, asesinado en mi propia cama, o
vendido como esclavo. He llegado demasiado lejos como para volver a vender mi
cuerpo o suplicar por unas sobras. Quiero conservar mi seguridad y haré todo lo
que sea preciso para que así sea.
No podía haber encontrado palabras que lo hirieran más.
Jamás lo había considerado otra cosa que un abultado saco de oro. No, no podía
creerlo. Se negaba a creerlo. Tenía que haber un momento, uno solo en el que
ella lo hubiese amado. ¿De verdad había estado tan ciego?
–¿Alguna vez me amaste?
Él se encogió de hombros.
–Si te sirve de consuelo, has sido el mejor amante que jamás
he tenido. Ciertamente, te voy a echar de menos en la cama.
Kangin dejó escapar un agónico rugido de rabia.
–Maldición, Junho –dijo Siwon al regresar–. Debería haber
dejado que lo torturaras tú. Yo no he conseguido hacerle tanto daño.
Los soldados llegaron en aquel momento con una cruz enorme.
La dejaron en el suelo, junto a la mesa, y cortaron las cuerdas que mantenían
atrapado a Kangin. Al tener las piernas rotas cayó de bruces al suelo.
Lo levantaron sin muchos miramientos y lo tumbaron sobre el
madero.
Kangin continuó mirando a Junho; ni siquiera sentía lástima.
Sus ojos reflejaban una fascinación morbosa.
De nuevo, volvió a recordar los rostros de sus padres.
Volvió a verlos aquel día que abandonó su hogar, el día de su boda. Y escuchó
otra vez la oferta que su tío le había hecho a Siwon.
Los había traicionado a todos por él. Y, a cambio, Junho ni
siquiera fingía sentirse apenado por lo que le había hecho. Lo que le había
hecho a su familia y a su país.
Él era la última esperanza que tenía Macedonia para librarse
del yugo romano. Era lo único que se interponía entre su gente y la esclavitud.
Con un solo acto de traición, Junho había echado por tierra todos sus sueños de
libertad.
Y todo porque él había sido un estúpido…
Las últimas palabras de su padre resonaron en su cabeza.
Él no te ama, Kangin. Ninguna pareja te amará jamás y ¡eres
un maldito imbécil si no lo ves así!
Uno de los soldados sostuvo un clavo de hierro sobre su
muñeca al tiempo que otro alzaba un pesado mazo.
El soldado romano golpeó con fuerza el clavo…
Leeteuk despertó con un grito, alarmado al sentir el dolor
que le atravesaba el brazo. Se sentó y se agarró la muñeca para asegurarse de
que todo había sido un sueño. Se frotó el brazo mientras lo miraba fijamente.
No había ninguna herida pero…
El sueño había sido real. Lo sabía.
Empujado por una fuerza que no acababa de entender, salió de
su habitación en busca de Kangin. Atravesó a la carrera la casa. Siguiendo sus
instintos, se acercó a unas puertas dobles en el ala oeste de la casa. Sin
dudarlo, las abrió y entró en una habitación dos veces más amplia que la suya.
Vio a Kangin agitándose entre las sábanas rojizas, como si
estuviese en mitad de la misma pesadilla de la que él había sido testigo.
Con el corazón atronándole los oídos, corrió hacia la cama.
Kangin se despertó en el mismo instante que sintió la mano
de Leeteuk, tibia y suave, sobre el pecho. Abrió los ojos y lo encontró sentado
a su lado, con los ojos oscurecidos por el horror y examinándolo con el ceño
fruncido.
Él también frunció el ceño al sentir cómo le acariciaba el pecho,
como si no pudiese verle y se encontrara perdido en una especie de trance.
Esperó en silencio, tumbado, asombrado por su presencia.
Leeteuk apartó la sábana de seda que lo cubría y tocó la
cicatriz que tenía en el vientre, justo al lado del ombligo.
–Te clavó la daga aquí –susurró, acariciando la delgada
cicatriz. Al instante lo cogió de las muñecas y siguió las líneas blanquecinas
que las cruzaban–. Aquí te hundieron los clavos. –Sujetando las manos, le pasó
el pulgar sobre las uñas–. Te arrancaron las uñas.
Alargando el brazo, le acarició la mejilla con la palma de
la mano. En sus ojos se leían miles de emociones y a Kangin le estaban robando
el aliento. Ninguna pareja lo había mirado así jamás.
–Mi pobre Dark Hunter –murmuró. Las lágrimas le bañaban las
mejillas y, antes de saber lo que estaba haciendo, apartó la sábana por
completo, dejando a Kangin desnudo, sometido a su escrutinio.
Su miembro respondió al instante, endureciéndose y
palpitando ante la preocupación que él demostraba. Leeteuk le tocó el muslo
donde Siwon lo había marcado con el hierro candente.
–¡Dios mío! –jadeó mientras sus dedos trazaban la piel
rugosa–. Era real. Te lo hicieron de verdad… –lo miró con los ojos bañados de
lágrimas–. Te vi. Te sentí.
Kangin lo miró frunciendo aún más el ceño. ¿Cómo era
posible? Había estado soñando con su ejecución hasta que Leeteuk lo despertó.
¿Se habrían fusionado los poderes de ambos de modo que, de forma inconsciente,
sus mentes se unieran mientras dormían? Era una idea aterradora. Si resultaba
ser cierto, la única explicación posible era que estaban unidos a un nivel
mucho más profundo, más allá del mero plano físico.
Y eso significaba que…
No pudo terminar el razonamiento. No existía esa otra
persona a la que llamaban «la otra mitad del alma», especialmente si uno no
tenía alma. No era posible.
Leeteuk se sentía embargado por un profundo dolor mientras
observaba al hombre que tenía delante. ¿Cómo podía haber sobrevivido a una
tortura y a una traición semejantes?
–Tanto dolor –susurró Leeteuk.
Este capítulo es para leerlo con una caja de Kleenex al costado T____T el solo imaginarme cada una de las torturas que recibió Kangin es para llorar, no puedo creer que Siwon pudiera ser tan cruel y despiadado. La familia de Kangin lo amaba tanto que era capaz de todo por recuperarlo, lástima que Siwon no tuviera ni una pizca de compasión y que Kangin no tuviera la oportunidad de disculparse con su padre.
ResponderEliminarLo de Junho no tiene nombre, el muy maldito ni siquiera tenía remordimiento por lo que hizo, era tan miserable que no se daba cuenta que igual se estaba vendiendo ante Siwon, ojalá haya tenido una muerte lenta y dolorosa ¬¬
Es comprensible la angustia de Teukie después de todo lo que vio y más aún teniendo en cuenta que está enamorado de Kangin, lo que me sor´prendió fue el final, así que poderes combinados...esto se pone mejor en cada capítulo.
Gracias por el cap, esperaré por el siguiente.
yo solo espero que en alguna parte de la historia me digas que Junho murió lenta y dolorosamente!!!!
ResponderEliminarawww~ pobre mapachito!!! que tortura tan horrible!
su padre su tío su madre hasta su hermana, todos querían salvarlo!!!! aww~ TT___TT
este capitulo me pudo!!!! Noooooo -se va a llorar en su rincón-
Ay pero que desgraciado......agarrenme que lo mato.....dios mio
ResponderEliminarque inhumano,que desgraciado.....lo odio....¬¬
Y como no,como no kangin buscaria consuelo en la venganza después de lo que le hicieron....es que no....dios.....que desgraciados
Tanto dolor,ah,me siento igual que Teuk....T_T
Lo sintio,aun y cuando eso paso hace muchisimos años,kangin sabe lo que eso significa *0*