Dark Pleasures- Capítulo 14




Después de colgar Leeteuk estuvo sentado unos minutos a solas hasta que Kangin regresó. Se había puesto una camiseta negra de manga larga que le marcaba los anchos hombros. Como llevaba las mangas alzadas, Leeteuk pudo echar un vistazo al feo corte que tenía en el antebrazo.

–¿Eso es un mordisco del Daimon o un corte?

Kangin miró la herida mientras se sentaba en frente de él.

–Un mordisco.

Leeteuk se quedó helado.

–Tienes que curártelo, ¿no?

–No. Para mañana por la noche habrá sanado por completo.

–Sí, pero ¿no se supone que así te conviertes en vampiro, con un mordisco?


A Kangin le hizo gracia y se rió a carcajadas.

–Técnicamente, ya soy un vampiro. Y, con respecto a la transformación, es imposible a menos que seas un apolita.

–Entonces, ¿no pueden convertir a los humanos mediante un mordisco?

–Eso es un cuento de niños.

Leeteuk reflexionó unos instantes.

–¿Y de dónde provienen todas estas nociones infundadas acerca de los vampiros?

Kangin dio un sorbo a la bebida y tragó la comida antes de responderle.

–Mayormente, de gente asustada. Desde el día en que la Atlántida desapareció bajo las aguas del océano, los apolitas y los Daimons han sido perseguidos. Hubo una época en la que todas las ciudades-estado de Grecia conocían y reverenciaban a los Dark Hunter. Pero, según pasó el tiempo, nos hicimos cada vez más solitarios y nos olvidaron; nos convertimos en los protagonistas de mitos y leyendas. A Shindong y al resto les pareció mejor así. Shin incluso llegó al extremo de localizar y reunir todos los escritos de la Antigüedad en los que se hacía mención de nuestro nombre, para ocultarlos.

–¿Shindong? –preguntó mientras cortaba un trozo de pollo–. Es la segunda vez que lo mencionas. ¿Quién es?

–El primer Dark Hunter elegido por Artemisa.

–¿Y aún está vivo?

–Claro. Creo que esta semana está en California.

Leeteuk lo miró y alzó una ceja. Kangin sonrió.

–Cambia de residencia cada pocos días.

–¿Cómo? ¿Por qué?

Él se encogió de hombros.

–Supongo que cuando se tienen once mil años todo acaba por aburrirte. Y con respecto al cómo, tiene un helicóptero fabricado especialmente para él, que puede romper la barrera del sonido.

Leeteuk asimiló las noticias e intentó imaginarse el aspecto del Dark Hunter más antiguo. Por algún motivo, Yoda le vino a la mente. Un anciano pequeño, de piel gris verdosa, que caminaba encorvado y que iluminaba con su sabiduría a todos los demás, hablando incansablemente con palabras inconexas.

–¿Lo conoces? –le preguntó. Kangin asintió.

–Todos lo conocemos. Él entrena a todos los nuevos y podría decirse que es nuestro líder no oficial. También existe la teoría de que es el ejecutor a quien los dioses acuden cuando uno de nosotros cruza la línea.

A Leeteuk no le gustó nada aquello.

–¿Cruzar la línea en qué sentido?

–Pues, en primer lugar, atacar a los humanos. Tenemos un Código de Conducta que debemos seguir a rajatabla; no podemos utilizar nuestros poderes en mitad de una aglomeración de personas, no podemos asociarnos ni con los apolitas ni con los Daimons, etcétera, etcétera.

Era extrañamente alentador saber que tenían tal cosa, pero también asustaba bastante pensar que uno de estos chicos se pasara al otro bando con los poderes que poseían.

–Si les está prohibido hacerse daño y cada vez que se reúnen sus poderes se debilitan, ¿cómo puede Shindong ser un ejecutor?

–Él no debilita nuestros poderes –le explicó antes de dar un sorbo al vino–. Shin fue el conejillo de indias de los Dark Hunter. Puesto que fue el primero, los dioses no habían perfeccionado mucho el sistema y por eso sufrió… digamos… unos efectos secundarios peculiares.

Definitivamente, después de lo que acababa de oír, se imaginaba una forma de vida mutante. Un Dark Hunter diminuto, jorobado y que ceceaba al hablar.

–¿Y cuántos Cazadores Oscuros hay? –preguntó.

–Miles.

Leeteuk se quedó boquiabierto.

–¿En serio? –por la forma en que Kangin le miró, supo que era verdad–. Y ¿cada cuánto se crea uno nuevo?

–No muy a menudo –le dijo en voz baja–. La mayoría llevamos por aquí un tiempecillo…

–¡Vaya! –exclamó–. Entonces, si Shindong es el más viejo, ¿quién es el más joven?

Kangin frunció el ceño mientras pensaba la respuesta.

–Sin comprobarlo diría que Sunjong, pero tendría que consultarlo con Shindong. Para ser un Dark Hunter hay que tener un cierto tipo de comportamiento y una naturaleza exaltada. Artemisa no quiere malgastar su tiempo, ni el nuestro, eligiendo a alguien que sea incapaz de matar. Supongo que podría decirse que somos malos, locos e inmortales.

La sonrisa de Leeteuk se ensanchó y mostró un hoyuelo en su mejilla derecha. Qué extraño que no lo hubiese notado antes.

–Ya veo que los Cazadores Oscuros no eran precisamente comerciantes ni…

–¿Tipos decentes que acataran la ley?

Leeteuk sonrió.

–Malos e inmortales no te lo discuto pero, ¿de verdad se comportan como locos?

–Si te refieres a que somos unos chiflados, ¿tú qué opinas al respecto?

Los ojos de Leeteuk brillaron con picardía.

–Que es completamente cierto en tu caso. Pero ¿sabes lo que te digo? Que me gusta eso de ti. Tu forma de ser, tan impredecible, me encanta.

Kangin no estaba muy seguro de quién de los dos se había sorprendido más a causa de la inesperada confesión. Leeteuk apartó rápidamente la mirada con las mejillas arreboladas.

Le gustas…

Esas palabras le hacían regresar a sus años de juventud; sentía el extraño impulso de salir corriendo y gritarle al primero que se encontrara: «Le gusto, le gusto».

¡Por todos los dioses del Olimpo! ¿Qué le estaba pasando?

Tenía dos mil años; hacía mucho que dejó atrás la edad propia de semejante comportamiento. Aunque era inútil negar la satisfacción y la felicidad que lo embargaban.

Un incómodo silencio cayó entre ellos mientras acababan la cena. Leeteuk se esforzó por no pensar en su hogar. En todo lo que había perdido. Ya se enfrentaría a eso por la mañana. De momento, tenía que pensar en sobrevivir a la noche.

–Heechul va a quedarse en casa –le dijo mientras observaba cómo él llevaba su plato al fregadero y lo enjuagaba.

–Bien.

–¿Sabes? –le dijo en voz baja–. Aún no me has contado cómo es que sabías tantas cosas sobre mi hermano la noche que nos conocimos.

Él dejó el plato y los cubiertos en el lavavajillas.

–Kyuhyun y Heechul tienen un amigo en común.

Leeteuk abrió los ojos de par en par. Un topo… quién lo habría imaginado.

–¿Uno de los integrantes del Circo de Heechul?

Él asintió.

–¿Quién?

–Puesto que espía para nosotros, no tengo intención de decirte quién es.

Leeteuk se rió, entrecerró los ojos e intentó imaginarse quién podía ser.

–No voy a soltar nada.

Era un asunto fascinante, pero no tanto como el Dark Hunter que tenía delante. Con un suspiro, continuó comiendo y echó un vistazo a la cocina, a la que no le faltaba detalle, mientras Kangin guardaba la comida. Todo estaba nuevo, limpio y resultaba enorme.

–Es una casa muy grande para una persona. ¿Hace mucho que vives aquí?

–Poco más de cien años.

Leeteuk estuvo a punto de atragantarse.

–¿Lo dices en serio?

–No me apetece mudarme; me gusta Nueva Orleáns.

El se puso en pie y le dio el plato.

–Has echado raíces, ¿verdad? ¿Dónde viviste antes?

–En París una temporada –le contestó, dejando el plato en la encimera–. Génova, Londres, Barcelona, Hamburgo y Atenas. Y antes de establecerme en esos lugares me dedicaba a vagar por ahí.

Leeteuk observó el rostro de Kangin mientras hablaba. No había modo de saber lo que estaba pensando. Estaba ocultando sus sentimientos y se preguntaba si existiría alguna forma de resquebrajar su coraza.

–Me da la sensación de que estuviste muy solo.

–No fue tan malo.

–¿Hiciste amigos en esos lugares?

–En realidad, no. He tenido unos cuantos Escuderos a lo largo de los siglos pero, por lo general, prefiero la soledad.

–¿Escuderos? –le preguntó–. Qué raro. ¿Cómo los que había en la Edad Media?

–Algo parecido. –Le miró pero no explicó nada más–. ¿Y tú? ¿Has vivido aquí toda tu vida?

–Nacido y crecido aquí. Mis abuelos maternos eran emigrantes coreanos que escaparon de la guerra y la familia de mi padre era de origen Cajun y se dedicaba a la agricultura.

Él se rió al escucharle.

–He conocido a un montón de ésos.

–Supongo que es normal si llevas más de cien años viviendo aquí.

Leeteuk reflexionó acerca de la vida que Kangin habría llevado. Todos esos siglos de soledad, siendo testigo de las muertes de las personas a la que apreciaba, viéndolos envejecer mientras él permanecía igual. Debía haber sido muy duro. Pero a la par, seguro que había tenido momentos estupendos.

–¿Qué se siente sabiendo que vas vivir eternamente?

Él se encogió de hombros.

–Si te soy sincero, hace mucho tiempo que dejé de pensar en eso. Supongo que, como el resto de la humanidad, me limito a levantarme, hacer mi trabajo y volver a la cama.

Qué sencillo. Sin embargo, percibía algo más; una profunda tristeza. Vivir sin sueños debía ser muy doloroso. El espíritu humano necesita objetivos por los que luchar, y no le parecía que matar Daimons fuese un verdadero objetivo.

Hyukjae le había dicho que solían beber hasta emborracharse después de una batalla y que siempre había deseado tener hijos.

Sí, recordaba el modo en que había abrazado a Haru y la expresión de su rostro mientras la sostenía.

–¿Has tenido algún hijo?

Sus ojos reflejaron un intenso dolor un instante antes de volver a mostrarse impasible.

–No, los Dark Hunter somos estériles.

–Así que eres impotente…

–Claro que no. Puedo mantener relaciones sexuales, pero no puedo tener descendencia.

–¡Ah! –exclamó Leeteuk, haciendo un mohín con la nariz que confirió a su rostro una apariencia traviesa y, al instante, intentó aligerar la conversación–. Estoy siendo muy entrometido, no debería haber preguntado eso. Lo siento.

–No pasa nada. –Mientras ponía en marcha el lavavajillas le preguntó–: ¿Te gustaría dar una vuelta por la casa?

–¿Casa? –preguntó, alzando una ceja con incredulidad–. Si esto es una casa, yo vivo en una choza. –Al instante recordó que ya no tenía un hogar donde vivir y jadeó. Se aclaró la garganta e intentó alejar esos pensamientos–. Sí –dijo en voz baja–. Me encantaría verla.

Hunter la guió, en una de las habitaciones había instalado un equipo completo de imagen y sonido JVC, con una enorme pantalla de televisión, un sistema de video y un reproductor de DVD.  Aunque había lámparas por toda la estancia, la luz provenía de las velas de tres vistosos candelabros.

–Parece que no te gustan las bombillas, ¿eh? –le preguntó mientras lo observaba encender más velas.

–No –le contestó–. La luz es demasiado brillante para mis ojos.

–¿Te hace daño?

Él asintió.

–Los ojos de los Dark Hunter están especialmente creados para ver en la oscuridad. Nuestras pupilas son más grandes que las de los humanos y no se dilatan del mismo modo. Como resultado, dejan pasar mucha más luz.

A la par que lo escuchaba, Leeteuk observó que las ventanas que se alzaban desde el suelo hasta el techo estaban cubiertas con cortinas negras que debían resguardar la casa de la luz del sol.

Rodeó un sofá de piel negra y se quedó plantado en el sitio. ¡Había un ataúd delante de los sillones!

–¿Eso es…? –fue incapaz de acabar la frase. No mientras se imaginaba la siniestra imagen de Hunter durmiendo ahí dentro todos los días.

Él le echó un vistazo y le miró sin parpadear. Leeteuk parecía realmente atónito.

–Sí –contestó con voz neutra–, es un ataúd. Es mi… mesita de café. –Se acercó a ella, levantó la tapa y cogió un mando a distancia–. Ten, por si te apetece ver la televisión mañana.

Leeteuk meneó la cabeza. Una vez recuperado de la impresión, reconoció unos cuantos objetos típicamente vampíricos colocados por la habitación. Miniaturas, pequeñas ballestas e incluso una baraja de tarot encima de una repisa.

–Minho cree que es gracioso –le explicó Kangin mientras cogía la baraja–. Cada vez que encuentra algo relacionado con vampiros, lo trae y lo deja aquí para que yo lo vea.

–¿Te molesta?

–No, es un buen chico… casi siempre.

A medida que él le conducía a través de las dependencias de la antigua mansión, llegó un momento en que Leeteuk se sintió perdido.

–¿Pero cuántas habitaciones hay en este lugar? –preguntó al entrar a una sala de juegos.

–Hay doce dormitorios y tiene más o menos unos dos mil metros cuadrados.

–¡Jesús! He estado en centros comerciales más pequeños.

Él soltó una carcajada.

En el centro de la habitación había una mesa de billar tallada, y en uno de los laterales podían verse unas cuantas máquinas de videojuegos, sacadas de algún salón recreativo, y una gran pantalla de televisión a cuyos pies se alineaba una colección de videoconsolas, sobre una mesita de café. Pero lo que le resultó más sorprendente, fueron unos guantes de béisbol y una pelota que estaban sobre una mesita plegable en un rincón. Leeteuk se acercó a la mesa.

–Algunas noches Minho y yo nos lanzamos unas cuantas bolas –le explicó.

–¿Por qué?

Kangin se encogió de hombros.

–Es una forma de aclararme las ideas cuando estoy en un aprieto.

–¿Y a Minho no le importa?

Él se rió.

–A Minho le importa todo. No recuerdo ni una sola ocasión en la que le haya pedido algo sin tener que escuchar sus quejas después.

–Y entonces, ¿por qué dejas que siga trabajando para ti?

–Soy masoquista.

En esta ocasión le tocó reír a Leeteuk.

–Me encantaría conocer al tal Minho.

–Sin duda, lo harás mañana.

–¿De verdad?

Él asintió.

–Cualquier cosa que necesites pídesela y él te la conseguirá. Si te ofende en lo más mínimo, házmelo saber y lo mataré en cuanto me levante.

Leeteuk percibió algo en su tono de voz que le hizo pensar que, posiblemente, no se tratara de una falsa amenaza.

Kangin abrió las enormes puertas francesas y entró en un atrio acristalado. El techo estaba muy limpio y dejaba ver las miles de estrellas que brillaban en el cielo mientras los pasos de ambos resonaban sobre las baldosas del suelo.

–Es precioso. –Gracias.

Leeteuk se acercó a una gran escultura, en el centro de la estancia, que mostraba a tres mujeres jóvenes. La pieza era extraordinaria. La más joven de las tres estaba tumbada de costado con un pergamino entre las manos, mientras las otras dos se sentaban de espaldas la una a la otra. Una sostenía una lira y la otra parecía estar cantando. El modo en que estaban pintadas resultaba muy extraño. Las tres parecían reales y todas ellas tenían un asombroso parecido con Hunter.

–¿Es griega? –le preguntó.

Una mirada apenada ensombreció su rostro y asintió.

–Eran mis hermanas.

Con el corazón en un puño, Leeteuk las observó con más atención.

Las tres compartían una dulzura muy especial. El escultor las había representado como si estuviesen en movimiento, incluso los pliegues de los peplos parecían reales y delicados. Nunca había visto una maestría igual en una escultura. Parecían tan reales que casi esperaba que una de ellas empezara a hablar en cualquier momento.

–Las querías mucho.

Él asintió.

–¿Qué les sucedió?

Antes de contestar, Kangin se alejó un poco.

–Se casaron y tuvieron unas vidas largas y felices. La mayor le puso mi nombre a su primer hijo.

–¿Qué pensaron sobre tu transformación en Dark Hunter?

Él se aclaró la garganta.

–Nunca lo supieron. Para ellas, yo estaba muerto.

–Entonces, ¿cómo sabes tanto sobre…?

–Podía escucharlas mientras vivieron. Sentirlas; del mismo modo en que tú puedes abrir tu corazón a Heechul y saber si está preocupado.

Leeteuk se tensó al escucharlo.

–¿Cómo lo sabes?

–Ya te lo he dicho, puedo percibir tus poderes.

Un escalofrío le recorrió la espalda y Leeteuk se preguntó si podría ocultarle algo.

–Eres un hombre aterrador.

Una extraña luz brilló en los ojos oscuros.

–No soy un hombre. Dejé atrás mi humanidad al morir.

Quizás él lo creyera así, pero Leeteuk sabía que no era cierto. Puede que no tuviese alma, pero era un hombre de buen corazón y era humano.

–¿Por qué accediste a convertirte en Dark Hunter a pesar de que nunca te vengaste de Junho?

–En ese momento me pareció una buena idea


Con esas palabras, Leeteuk sintió que algo se derretía en su interior. Quizás fuese la soledad que se filtraba en su voz o la resignación que mostraban sus ojos. No podía decirlo con certeza, pero sabía que sería incapaz de regresar a su antigua vida y olvidar a este hombre. Había sido testigo de su bondad. De su dolor. Y, que Dios lo ayudara, cuanto más sabía de él más lo deseaba.



3 comentarios:

  1. -Llora por que se había imaginado a esos dos llenos de hijos, ocupando toda esa casona-
    aww~ ellos se merecen el uno al otro!!!
    me encanta esta adaptación, aunque es extraño aveces que se refieran a Tukie como "ella"...
    pero que mas da! me encanta y punto!
    KimJiAe

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  2. Aaaah,que dolor,que pesar......no puede tener hijos,y el siempre deseo tenerlos...eso es tan cruel,pero comprensible a la vez... un dark hunter no puede ir dejando hijos a lo largo de su vida,no si va a estar siempre en peligro y de aquí para allá sin establecerse....pero sigue siendo cruel T_T
    La venganza lo alentó a ser un dark hunter,pero sin cumplir su objetivo solo le queda seguir como esta,qué más puede hacer,él lo eligío..pero teuk puede ayudar...no

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  3. Para ser Dark Hunter debe estar un poco loco...ya está que todos los de Super Junior pasarían la prueba y con creces xD

    La añoranza de Kangin por tener hijos debe ser grande, quería tenerlos cuando era mortal, supongo que en todos estos miles de años, el deseo debe haber seguido ahí, espero que en caso se pueda liberar su alma esto cambie, si alguien merece tener niños es Kangin.

    A mi si me gusta el sentido del humor de Minho, hasta me lo imagino comprando llaveros de estacas de plata.

    Gracias por la actu ^^

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...