–¿Quién los envía? –preguntó Donghae.
Leeteuk se detuvo en mitad del
pasillo al escuchar a Donghae y Hyukjae, que estaban hablando en la planta
baja.
–Supongo que son de Kangin –le
contestó su marido.
Bostezando, Leeteuk bajó las
escaleras y los encontró a ambos en la sala de estar, rodeados de bolsas y
paquetes. Hyukjae ya estaba vestido para ir a trabajar. Donghae aún en pijama
y, junto a él, Myungsoo estaba haciendo trizas un trozo de papel que sobresalía
de una bolsa.
–¿Qué es todo esto? –preguntó Leeteuk.
Hyukjae se encogió de hombros.
–Tienes razón –dijo Donghae al
encontrar una nota en una de las bolsas–. Son de Kangin. –Se detuvo para leer
la nota y se rió–. Lo único que dice es: «Gracias por la tirita». –Le pasó la
nota a su marido.
Hyukjae dejó escapar un exagerado
suspiro mientras la leía.
–En nuestra época existía la
costumbre de llevar regalos cada vez que se visitaba a un amigo. Pero… joder,
no tantos. –Se pasó una mano por el pelo mientras observaba la montaña de
paquetes–. Kangin siempre ha sido un hombre generoso, pero… joder –volvió a
repetir–. Supongo que volvió anoche y dejó todo esto aquí mientras dormíamos.
Leeteuk estaba atónito. Parecía el
día de Navidad… en casa de los Rockefeller. Observó cómo Donghae sacaba docenas
de juguetes para los mellizos: muñecas para Haru, un juego de construcción para
Myungsoo, un tren, un caballito…
Donghae sacó una caja pequeña de
una de las bolsas.
–Éste es para ti –le dijo a su
marido, ofreciéndole el regalo.
Hyukjae abrió la caja y su rostro
perdió todo el color. Donghae miró el contenido y jadeó.
–Es tu anillo de general –dijo,
intercambiando una mirada perpleja con Hyukjae–. ¿Cómo lo habrá conseguido?
–preguntó.
Leeteuk se acercó para echarle un
vistazo al anillo. Como el de Kangin, tenía una espada de diamantes y una
corona de laurel formada por Inyoungs sobre un fondo de rubíes.
–Se parece al que lleva Kangin.
Excepto que el suyo tiene una corona.
Hyukjae asintió.
–El suyo lleva la marca de la
realeza mientras que el mío es estrictamente militar.
Confundido, Leeteuk alzó la vista y
miró a Hyukjae.
–¿Realeza?
–Kangin era un príncipe –le
contestó escuetamente–. El único heredero al trono de Tracia.
Leeteuk se quedó con la boca
abierta.
–¿Los romanos crucificaron a un
príncipe heredero? Pensaba que no podían hacerlo.
La mandíbula de Hyukjae se tensó.
–Teóricamente no podían, pero el
padre de Kangin lo desheredó el día que se casó con Junho.
–¿Por qué? –preguntó Leeteuk.
–Porque era un hetaira. –Hyukjae
notó que Leeteuk fruncía el ceño, confundida, y añadió–: Eran jóvenes y mujeres
de clase baja, entrenados para complacer a los hombres ricos y hacerles
compañía.
–¡Ah! –exclamó, comprendiendo el motivo
de la ira de la familia–. ¿Estaba buscando compañía cuando lo conoció?
Hyukjae negó con la cabeza.
–Kangin lo conoció en la fiesta de
un amigo y quedó subyugado. Juraba que había sido amor a primera vista. Todos
intentamos hacerle entender que Junho sólo iba tras su dinero, pero se negó a
escucharnos. –Soltó una carcajada teñida de amargura y continuó–. En aquella
época no escuchaba a nadie, era muy típico de él. Su padre lo adoraba, pero
cuando descubrió que Kangin había roto el compromiso con la princesa macedonia
con la que estaba prometido, para casarse con Junho, se puso muy furioso.
»Su padre le dijo que un rey no
podía gobernar con una puta al lado. Discutieron y, finalmente, Kangin se fue a
caballo del palacio de su padre, directo a casa de Junho y se casó con él ese
mismo día. Cuando su padre lo descubrió, le dijo que estaba muerto para él.
Leeteuk sintió una opresión en el
pecho al escuchar a Hyukjae; compartía su sufrimiento y notó que el corazón se
le desgarraba de dolor.
–Entonces, ¿lo dejó todo por él?
Hyukjae asintió, ceñudo.
–Lo peor de todo es que Kangin
jamás le fue infiel. Ustedes no podrán entender lo que eso significaba. En
nuestros días no existía la monogamia. No se sabía de ningún hombre que fuese
fiel a su pareja, especialmente uno de la posición y riqueza de Kangin. Pero
una vez se casó con él, jamás deseó estar con nadie más. Ni siquiera miró a
otro. –Los ojos de Hyukjae llamearon de furia–. En realidad vivió y murió por Junho.
El corazón de Leeteuk sufría por
Kangin. Sabía que aún debía dolerle mucho. Donghae le ofreció tres bolsas que
contenían cajas envueltas en papel de regalo.
–Éstas son para ti.
Leeteuk abrió la caja más grande y
encontró un traje de diseño y tejido grueso. Deslizó la mano por la suave seda color
azul marino. Jamás había tocado algo parecido. Mirando en el interior de las
bolsas, encontró unos zapatos.
–¿Cómo sabía mi talla? –Hyukjae se
encogió de hombros.
Leeteuk se detuvo al encontrar una
nota dirigida a él. La letra era de trazo elegante y resuelto.
«Siento mucho lo de tu jersey.
Gracias por haberlo soportado todo tan bien. D.H.»
Leeteuk sonrió, aunque se sintió un
poco dolido por el hecho de que se negara a usar su verdadero nombre con él.
Sin duda era la forma que utilizaba para mantener las distancias entre ellos.
Que así fuera. Tenía derecho a mantener su intimidad. Tenía derecho a vivir su
peligrosa vida inmortal sin ningún tipo de relación con un humano. Si quería
seguir siendo Dark Hunter para él, lo respetaría.
Pero aún así… después de todo lo
que habían compartido la noche anterior…
En su corazón, le daba igual el
nombre que usara. El sabía quién era, conocía la verdad.
Recogió los regalos y se encaminó
escaleras arriba para arreglarse antes de irse a trabajar. No obstante, lo que
en realidad deseaba era darle las gracias a D.H. por su amabilidad.
Después de la ducha, abrió los
regalos. Cogió la ropa que estaba sobre la cama, y lo sostuvo sobre su cuerpo.
Por un instante creyó reconocer en él el exótico aroma de Kangin. El deseo le
atravesó como una daga. Mientras se lo ponía, le hizo recordar el sueño. Volvió
a sentir las manos de Kangin recorriendo su cuerpo.
Con un suspiro, se calzó los
zapatos y bajó las escaleras; Hyukjae lo esperaba para llevarlo al trabajo.
–Siento mucho lo de Top.
Leeteuk apartó la mirada del
escritorio, alzó la cabeza y contó hasta diez. Si una sola persona más volvía a
decírselo, se dejaría arrastrar por la locura, iría al despacho de Top y lo
despedazaría en trocitos pequeños y sangrientos.
Le había contado a todo el personal
de la empresa que habían roto y, arrogantemente, había esparcido el rumor de
que estaba tan destrozado que no había podido ir a trabajar el día anterior.
¡Le daban ganas de matarlo!
–Estoy bien –le dijo a la
administradora de su sección con una sonrisa forzada.
–Eso es –contestó la mujer–. Mantén
bien alto ese ánimo.
Leeteuk frunció los labios cuando la
mujer se marchó. Al menos el día tocaba a su fin. Podría irse a casa y…
Y soñar con el hombre alto y
apuesto al que nunca volvería a ver.
¿Por qué le afectaba más la idea de
no ver a Kangin que el hecho que de Top hubiera cortado con él? ¿Qué tenía Kangin
que hacía que lo echara tanto de menos…?
En el fondo lo tenía muy claro: era
guapísimo, inteligente y heroico; era misterioso y letal. Y hacía que su
corazón se acelerara cada vez que le dedicaba esa deslumbrante sonrisa.
Se había ido para siempre.
Deprimido, se preparó para
marcharse. Tras meter los documentos en su maletín, salió del despacho y se
dirigió al ascensor. Pulsó el botón para bajar al vestíbulo; no quería dejar a Donghae
esperándolo durante mucho rato en el estacionamiento, con los mellizos. Además,
estaba cansado de estar en el despacho. Éste había resultado ser el día más
largo de su vida. ¿Por qué habría querido ser contable? Judith tenía razón, su
vida era desquiciantemente aburrida.
Al llegar al vestíbulo, las puertas
se abrieron y echó un vistazo alrededor de la estancia acristalada mientras
salía. Aunque en el exterior ya había anochecido, las luces del estacionamiento
eran bastante potentes y vio que Donghae aún no había llegado. ¡Joder! Estaba
deseando irse a casa.
Irritado, se acercó hasta la puerta
para esperar allí. Mientras soltaba el maletín, Top salió de uno de los
ascensores, rodeado de sus amigos.
Genial, sencillamente genial. El
día iba mejorando a pasos agigantados. Al verlo solo, Top se acercó,
exhibiéndose como un pavo real.
–¿Ocurre algo? –le preguntó cuando
se detuvo a su lado.
–No. Aún no han venido a recogerme
–le contestó de forma educada.
–Bueno, si necesitas que te lleve a
casa…
–No necesito nada de ti –le espetó
antes de cruzar la puerta y detenerse en el exterior del edificio. Era mejor
esperar fuera y congelarse por el viento helado antes que pasar un solo minuto
más al lado del último hombre al que le apetecía ver.
Top lo detuvo al salir del
edificio. Las luces de la calle arrancaban unos suaves destellos a su pelo
dorado.
–Mira, Teukkie, no hay ningún
motivo por el que no podamos ser amigos.
–No te atrevas a comportarte de
forma caballerosa conmigo después de toda la basura que dijiste ayer. ¿Quién te
crees que eres para hablarle a todo el mundo de mi familia?
–Vale, Teukkie, venga ya…
–Deja de llamarme Teukkie cuando
sabes que lo odio.
Él miró sobre su hombro y Leeteuk
se dio cuenta de que la mitad del personal de la empresa estaba escuchándolos.
–Vamos a ver, yo no fui el que se
quedó ayer en casa porque estaba emocionalmente indispuesto a causa de lo
sucedido el sábado por la noche.
La furia de Leeteuk creció por
momentos. ¿Emocionalmente indispuesto? ¿Él? ¿Por él?
Lo miró de arriba abajo. Y, por
primera vez, fue consciente del gusano que tenía delante.
–Disculpa, pero yo tampoco estuve
en casa ayer. De hecho, ¿quieres saber dónde estuve? Me pasé todo el día en los
brazos de un magnífico dios rubio. Fíjate lo deprimido que estoy por ti.
Top soltó un resoplido.
–Ya veo. Sabía que era sólo
cuestión de tiempo que tu familia acabara influyendo en tu comportamiento.
Estás tan loco como todos ellos. Apuesto a que no tardarás mucho en venir a
trabajar vestido de cuero negro y hablando sobre desintegrar vampiros a
estacazos.
Leeteuk nunca había sentido un
deseo tan fuerte de golpear a alguien como el que bullía en esos momentos en su
interior. ¿Cómo había podido pensar que eran compatibles? Era grosero y cruel.
Peor aún, ¡juzgaba a la gente por las apariencias! Heechul podía ser un tarado,
pero era su hermano ¡y nadie que no fuese de la familia tenía derecho a insultarlo!
De repente, todos los defectos que
no había visto en Top salieron a la luz. Y pensar que había pasado todo un año
de su vida intentando complacer a este cretino…
¡Era un idiota! Y un imbécil y un
bobo…
En ese momento notó cómo se le
erizaba el vello de la nuca segundos antes de escuchar el rugido de un motor
bien afinado que se acercaba hasta donde estaban ellos.
Top giró la cabeza, miró a la
calzada y se quedó boquiabierto.
Él miró en la misma dirección,
buscando el motivo de su distracción, y se quedó petrificado al ver un
impecable Lamborghini negro doblar para entrar en el estacionamiento y aparcar
en la acera, justo delante de ellos.
Sus labios dibujaron una sonrisa.
No podía ser…
El corazón se le aceleró cuando la
puerta se alzó y Kangin bajó del coche. Vestido con unos vaqueros desgastados,
un jersey gris y negro de cuello de pico y una chaqueta negra de cuero, estaba
tan imponente que quitaba el hipo.
Ese andar firme, arrogante y letal
le estaba aflojando las rodillas.
–¡Ay Dios! –escuchó susurrar
mientras Kangin rodeaba el coche. Él se detuvo delante de Leeteuk y le devoró
con la mirada.
–Hola precioso –le dijo con esa voz
profunda y seductora–. Siento llegar tarde.
Antes de que pudiera reaccionar, Kangin
lo abrazó y le dio un beso sofocante. El cuerpo de Leeteuk ardió en respuesta
al roce de su lengua mientras él le presionaba la espalda con los puños
cerrados.
–¡Hunter! –balbució mientras le
llevaba, sin esfuerzo aparente, hasta el coche.
Él le dedicó esa sonrisa tan suya,
maliciosa y de labios apretados. El humor y el deseo le daban un aspecto cálido
y vivaz a esos ojos negros como la noche.
Con la punta del zapato abrió la
puerta del asiento del acompañante y lo dejó en el interior. Recogió el maletín
y el bolso que había dejado caer en la acera y se los dio antes de darse la
vuelta para mirar a Top con una sonrisa de complicidad.
–Es imposible no amar a una persona
cuyo único fin en la vida es verte desnudo.
La expresión del rostro de Top
mientras observaba cómo Kangin cerraba la puerta del coche antes de rodearlo
–con su característico andar elegante–para ocupar su asiento, no tenía precio.
Kangin se metió en el Lamborghini
con un movimiento ágil y al instante abandonaron el estacionamiento.
Mil emociones bullían en el
interior de Leeteuk. Gratitud, felicidad y sobre todo, alegría por verlo de
nuevo, especialmente después de que tanto Hyukjae como su propia mente hubieran
intentado convencerlo de que jamás volvería a encontrarse con él.
No podía creer lo que acababa de
hacer por él.
–¿Qué estás haciendo aquí? –le
preguntó mientras salían del estacionamiento.
–Me has estado volviendo loco
durante todo el día –le contestó en voz baja–. Podía sentir tu confusión y tu
dolor, pero no sabía el motivo. Así es que llamé a Donghae y me enteré de que,
supuestamente, tenía que recogerte a la salida del trabajo.
–Aún no me has explicado qué haces
aquí.
–Tenía que comprobar que estabas
bien.
–¿Y eso?
–No lo sé. Tenía que saberlo.
Reconfortado por sus palabras,
Leeteuk comenzó a juguetear con el cinturón de seguridad.
–Gracias por la ropa. Y por lo que
acabas de hacer con Top.
–Ha sido un placer.
En ese momento tuvo que hacer un
esfuerzo sobrehumano para no abalanzarse sobre él y acariciarlo. Para no besar
a su guapísimo héroe.
Kangin aceleró y se alejó del
distrito empresarial.
–Hay una cosa que no entiendo, ¿por
qué iba a querer un joven como tú casarse con alguien como él?
Leeteuk alzó una ceja.
–¿Cómo sabes que…?
–Tengo ciertas habilidades
psíquicas, ¿lo recuerdas? Tu mente no deja de dar vueltas a tus verdaderos
sentimientos por el «estúpido cretino».
Leeteuk se encogió, avergonzado, y
deseó poder ser capaz de bloquear sus pensamientos.
–También lo he oído –bromeó Kangin,
haciendo que se preguntara si lo habría dicho en serio.
–¿No puedes hacer algo para dejar
de fisgonear en mi cabeza todo el tiempo? Me resulta muy incómodo.
–Si quieres puedo renunciar a ese
poder en tu caso.
–¿En serio? ¿Puedes prescindir de
un poder cuando te venga en gana?
Él resopló.
–No exactamente. El único poder del
que puedo prescindir es de la habilidad de leer los pensamientos de otra
persona.
–¿Y una vez que renuncias a él
puedes recuperarlo?
–Sí, pero no es fácil.
–Entonces deshazte de él.
Kangin soltó una carcajada e
intentó concentrarse en la carretera, pero sólo era consciente de la presencia de
Leeteuk. Acariciarlo sería llegar al paraíso.
Si el paraíso fuese una posibilidad
para una criatura como él.
Apretó con más fuerza la palanca
del cambio de marchas mientras la idea se abría paso en su interior.
«Ninguna pareja te amará por otro
motivo que no sea tu dinero. Recuerda lo que te digo, muchacho. Los hombres
como nosotros nunca conseguimos algo tan sencillo. Tu mayor esperanza será
tener un hijo que te quiera.»
Emitió un pequeño jadeo cuando los
recuerdos, hacía tanto tiempo reprimidos, volvieron a su mente con total
claridad. Y al hilo de lo anterior rememoró las últimas palabras que le dijo a
su padre.
«¿Cómo podría amar a un hombre sin
corazón como tú? No eres nada para mí, viejo. Y no lo serás jamás.»
El dolor lo dejó sin aliento. La
ira había sido la fuente de esas palabras, que ya jamás podrían ser retiradas.
¿Cómo pudo hablarle así a la persona que más había amado y respetado?
–Entonces –dijo Leeteuk,
distrayéndolo–, ¿qué pasó anoche con Changsu? ¿Lo atrapaste?
Él agitó la cabeza para aclarar sus
pensamientos y se concentró en el presente.
–Se metió en un refugio tras
nuestro enfrentamiento.
–¿En dónde?
–En un refugio; el santuario de un
Daimon –le explicó–. Son aberturas astrales entre dimensiones. Los Daimons
pueden quedarse en ellas durante un par de días, pero, cuando la puerta vuelve
a abrirse, se ven obligados a salir de nuevo.
Leeteuk estaba perplejo. ¿Sería
cierto lo que describía?
–No puedo creer que haya algún tipo
de poder que permita utilizar a los Daimons un refugio para eludir la
justicia.
–Y no lo hay. Los Daimons
descubrieron los refugios por su cuenta. –Le miró con una sonrisa pícara–. Pero
no me quejo. Eso hace que mi trabajo sea infinitamente más interesante.
–Bueno, mientras no te aburras… –le
dijo con sarcasmo–. No me gustaría que tu trabajo llegara a resultarte pesado
algún día.
Kangin le lanzó una mirada que
encendió su deseo.
–Cariño, tengo la sensación de que
sería imposible aburrirse contigo cerca.
Sus palabras tocaron uno de los
puntos sensibles de Leeteuk.
–Eres el único que opina de ese
modo –le dijo mientras recordaba la conversación con Judith–. Siempre me han
dicho que encabezo la fila que se dirige a la Ciudad del Aburrimiento.
Kangin se detuvo en un semáforo y
clavó los ojos en él.
–No entiendo el por qué de ese
comentario; a mí no has dejado de sorprenderme desde el momento en que me
despertaste y me llamaste «guapetón».
Con el rostro encendido por el
rubor, Leeteuk rió al recordarlo.
–Además –prosiguió él–, no puedes
culpar a la gente por decir eso, cuando eres tú el que levanta la barrera
protectora.
–¿Cómo dices?
Metió primera y continuó avanzando
por la calle.
–Es verdad. Entierras la parte de
ti mismo que ansía las emociones bajo una profesión tan aburrida que algún día
sustituirá a los tranquilizantes. Vistes con colores apagados que ocultan tu
verdadera naturaleza.
–No es cierto –le contestó,
temblando de rabia–. No me conoces lo suficiente para decir eso. Y sólo me has
visto vestido con un atuendo de mi elección.
–Cierto, pero conozco a la gente
como tú.
–Sí, claro –murmuró con tono
despectivo.
–Y he comprobado tu naturaleza
apasionada de primera mano.
El rostro de Leeteuk se ruborizó
aún más ante el comentario. No podía negar la verdad. No obstante, eso no
significaba que tuviera que gustarle el modo en que Hunter veía a través de
ella, como si se tratara de un cristal.
–Creo que tienes miedo de tu otra
mitad –continuó él–. Me recuerdas a la ninfa griega Lyta. Era un ser formado
por dos mitades separadas. Las dos partes luchaban entre ellas, haciéndola muy
infeliz; y no sólo a ella, sino también a todo aquél que la conociese. Hasta
que un día, un soldado griego se encontró con las dos mitades y las reunió.
Desde aquel momento, Lyta vivió en armonía consigo misma y con los demás.
–¿Estás insinuando que te hago
infeliz?
Él se rió a carcajadas.
–No. Me resultas muy divertido,
pero creo que serías mucho más feliz si te aceptaras tal y como eres y no
lucharas tan enconadamente contra ti mismo.
–¿Y eso me lo dice un vampiro que
no bebe sangre humana? Dime, ¿no será que tú también estás luchando contra tu
verdadera naturaleza?
El comentario arrancó una sonrisa a
Kangin.
–Quizás estés en lo cierto. Quizás
yo también sería más feliz si liberara la bestia salvaje que hay en mi interior.
–Le miró con desconfianza–. Me pregunto si serías capaz de manejar esa parte de
mí.
–¿A qué te refieres?
Él no contestó.
–¿Dónde te llevo, a casa de Hyukjae,
a la de tu madre o a la tuya?
–Bueno, ya que vas camino de mi
casa supongo que me puedes dejar allí.
Ohhhhh quiero que Kangin mierda a Teukie 7w7 jdjfjdj estuvo bueno el Capi quiero más -; a esperar hasta el domingo *^* gracias por adaptar
ResponderEliminarJo......estoy pensando seriamente que ese "sueño" no fue un sueño,digo,si según hyuk,kangin pudo haber regresado en la noche y dejar esos regalos,bien pudo ir a hacerle una "visita" a teuk....digo....^^
ResponderEliminarOooooooh que oportuna visita la de kangin al trabajo de teuk *0*....justo en el momento perfecto
Estan encantados el uno con el otro,kangin regresara esa parte divertida de teuk que quiere esconder
siiiii que lo lleve a su casa *0*
Pobre Kangin, la pelea con su padre le afecta hasta el día de hoy y todo por la culpa de Junho que terminó siendo un interesado y lo peor, fue capaz de traicionar a Kangin que solo vivía para él.
ResponderEliminarEse TOP es un idiota de primera, me alegra tanto que Kangin haya recogido a Teuk y que de paso le dejara claro a todos, en especial a TOP, que Teuk no anda por ahí deprimido por su culpa.
Kangin tiene raón en lo de que Teuk necesita dejar de luchar contra su verdadero yo, ojalá ambos se ayuden a encontrarse. Y ahoraaaaa ambos se van a la casa de LeeTeuk, a ver que pasa allá.