Wonwoo arrancó un pétalo de la flor.
—Le amo.
El pétalo cayó sobre la grava que había
bajo el banco de piedra.
—Le odio —dijo, y cayeron varios pétalos a
la vez que volaron arrastrados por la brisa que recorría la rosaleda. Meanie y Hyuk
pasaron correteando por su lado, persiguiéndose con gran alboroto por los
senderos flanqueados de setos.
Sabía que el odio era la cara oscura del
amor, pero en aquel momento no le habría confesado a nadie sus verdaderos
sentimientos. El día señalado para la boda se acercaba rápidamente, y el
acontecimiento se había exagerado tanto debido a las especulaciones de la
prensa y la expectación creada, que se había visto obligado a beneficiarse de
la intimidad que le ofrecía Pledis Park.
Además, se había quedado sin casa, porque
alguien había intentado entrar en la granja vacía y no había tenido más remedio
que trasladar todas sus cosas. En la universidad, había acabado el trimestre y él
había vaciado el despacho tras presentar su dimisión.
Pensó con temor que pasados sólo tres días
sería demasiado tarde para arrepentirse de convertirse en un Kim. No era propio
de él, y nunca había sido un cobarde, pero a veces sentía deseos de recoger a Hyuk
y salir corriendo como alma que lleva el diablo.
En cualquier caso, todo estaba organizado
hasta el último detalle, incluso el fabuloso y exclusivo traje de novio y los
pajecitos griegos escogidos del círculo familiar de Mingyu.
Seungkwan se vio obligado a actuar como padrino,
y Wonwoo tuvo que aceptar la oferta de las hermanas de Jenny, como damas de
honor. Eran la única familia que le quedaba y, de haberlas desairado, habrían
aparecido embarazosos comentarios en la prensa local. De todos modos, él sabía
que tenía con sus tíos una deuda aún mayor.
Seungkwan había predicho perfectamente
cómo afectaría al círculo de Wonwoo su relación con un millonario. Nada más
hacerse público el enlace, los Lee habían aterrizado en bloque en la puerta de
Wonwoo para arreglar sus rencillas. Pero la familia Lee había decidido muy
tarde reconocer a Hyuk para impresionar a Wonwoo y aquel calculado alarde de
falsedad le había hecho sentirse muy incómodo.
A su estado de ánimo se sumaba el hecho de
que apenas había visto a Mingyu. Desde aquella despedida, insatisfactoria para
ambos, antes de su viaje a Nueva York, Mingyu se había mostrado frío como el hielo. Había pasado
la mayoría del tiempo fuera y sólo había regresado a Inglaterra dos veces para
visitar fugazmente a Hyuk. Su escrupulosa cortesía y reserva le habían
advertido de que aquel matrimonio iba a ser un desafío mucho más grande del que
él se temía.
Todos los días, Wonwoo examinaba las
revistas y periódicos, y nunca lograba encontrar una foto de Mingyu con otro.
Era tan inusual que no podía creer que fuese una coincidencia. Por primera vez
en su notoria trayectoria de conquistas, Mingyu parecía decantarse por pasar
desapercibido. Hasta los artículos de cotilleo comentaban la discreción que
había adoptado y hacían apuestas sobre lo que ésta duraría. Pero Wonwoo podría
haberles respondido a esa pregunta: justo hasta después de la boda.
Pensaba que Mingyu había decidido no armar
jaleo hasta que estuviesen casados y hubiese adquirido derechos sobre su amado
hijo. Seguramente aquella era la razón por la que se había esforzado en llamarle
todos los días. Además, le había enviado regalos tan espléndidos que se había
quedado sin habla.
Cuando llamaba, hablaba sobre Hyuk y no se
desviaba del tema ni aunque Wonwoo lo intentara. Cualquier cosa que sonase más
interesante que el tiempo le hacía colgar rápidamente y a él le parecía nefasto
porque a pesar de estar enfadado le gustaba escuchar el sonido de su voz.
En el tema de los obsequios, sin embargo,
no le iba nada mal, y si el dinero hubiese sido su única motivación, estaría
encantado. Hasta la fecha, había recibido bolsos de diseño, gafas de sol, un
reloj, un lujoso teléfono, un magnífico juego de maletas, un colgante de
diamantes, dos cuadros, una escultura, un collar enjoyado para Meanie, un
Mercedes, con la promesa de un modelo personalizado en un futuro próximo, las
últimas publicaciones editoriales y varios modelitos que le habían gustado.
No, a Mingyu no le daba miedo ir de
compras.
Después de todo, Mingyu sabía por qué
estaba enfadado, pero aún no había hecho el más mínimo intento de ofrecerle una
explicación o disipar sus temores. La noche que se fue con Xu Minghao, Wonwoo
la pasó tumbado y despierto, atormentado por la rabia, los celos y el odio.
Se había torturado a sí mismo buscando en
internet imágenes del impresionante modelo. Le entró una especie de pánico al
pensar que, si se casaba con Mingyu y él insistía en conservar su libertad,
aquella tortura continuaría y su rival iría adoptando toda una serie de rostros
diferentes.
—¿Doctor Jeon? Tiene visita —un miembro
del servicio apareció a la entrada de la rosaleda y Wonwoo se levantó
rápidamente, aferrándose a cualquier cosa que lo distrajese de sus
pensamientos.
—El joven príncipe de Bahkar le espera en
el salón.
A Wonwoo le confundió por un momento aquel
título tan imponente, pero enseguida esbozó una sonrisa. Deteniéndose a recoger
a Hyuk y Meanie, se dirigió rápidamente a la mansión.
¡Wang Jian! Jian y su marido, el príncipe Sang
de Bakhar, eran los únicos invitados comunes que compartían él y Mingyu. Wonwoo
se sintió aliviado y encantado al recibir la confirmación de su asistencia. Y
aunque Sang seguía siendo uno de los amigos de la universidad más cercanos a
Mingyu, sabía que Jian y Mingyu se llevaban mal.
Wonwoo y Jian se conocieron en una de las
fiestas de Jenny, cuando Jian se refugió en la cocina al ver entrar a Mingyu.
—Lo siento, no puedo soportar a ese Kim
—le confesó con franqueza —. Una vez salí con un amigo suyo y, como por
entonces trabajaba de mesero, Mingyu me trató como un fulano cazafortunas.
Al descubrir en él su indiferencia a Mingyu,
Wonwoo y Jian se habían hecho amigos. Pero habían perdido el contacto. Wonwoo
albergaba cierto sentimiento de culpa porque en gran parte se sentía
responsable de esa pérdida, ya que le había dado mucha vergüenza tener que
contarle que Mingyu era el padre de su hijo.
—¡Jian! —Wonwoo lo recibió con una
calurosa sonrisa. Sólo se había detenido a comprobar que Meanie se refugiaba en
su escondite bajo la mesa de la entrada, colocada allí con ese propósito, y a
dejar a Hyuk bajo las atenciones del niñero.
El príncipe se adelantó para saludarlo, y
sus ojos brillaron de alegría.
—Wonwoo, qué maravilloso es verte de
nuevo.
—Santo cielo, supongo que debería haberte
hecho una reverencia o algo así. ¡Casi olvido que eres el joven esposo de un
príncipe! —Wonwoo tomó las manos extendidas de Jian y las apretó
afectuosamente.
—No seas tonto, eso sólo se hace en
público —le reprendió Jian—. ¿Está Mingyu… por aquí?
Consciente de su nerviosismo, Wonwoo lo
tranquilizó rápidamente:
—No. Estás a salvo. Mingyu sigue en el
extranjero.
Jian se disculpó con mirada culpable:
—¿Tanto se nota que prefiero evitarle? Lo siento,
estoy siendo muy grosero.
—Nunca han congeniado. No dejes que eso se
interponga entre nosotros —le dijo Wonwoo totalmente relajado—. ¿Y cuánto tiempo vas
a quedarte? Tenemos que contarnos muchas cosas.
Les llevaron una bandeja con té y algunas
cosas para picar.
—He visto a tu hijo entrar en la casa
contigo —apuntó Jian con amabilidad—. Se parece mucho a Mingyu.
—Supongo que debió sorprenderte mucho
enterarte de quién era su padre.
Jian se atribuló:
—¿Puedo ser sincero contigo?
—Por supuesto.
—Me preocupé mucho —Jian acercó su rostro
al suyo y le habló con voz titubeante—, seguramente te enfadarás conmigo cuando
te diga por qué creí necesario venir a verte antes de la boda.
—Lo dudo mucho. No me enfado fácilmente,
sobre todo con la gente en quien confío.
—Temía que te casaras porque no tenías
otra opción si querías conservar la custodia de tu hijo. Él es un hombre
temible y poderoso — Jian exhaló un ansioso suspiro—. Pero hay otra opción:
estoy dispuesto a respaldarte económicamente si deseas llevarlo a juicio y
enfrentarte a él.
—¿Y Sang está al tanto de esto?
Jian frunció el ceño:
—Para serte franco, Sang no aprobaría mi
intromisión, sobre todo habiendo una criatura de por medio, pero yo dispongo de
dinero y tengo mis propias convicciones sobre lo que está bien y lo que está
mal.
—Eres un verdadero amigo —Wonwoo se sintió
profundamente conmovido por la oferta de Jian—, pero voy a casarme con Mingyu.
Podría darte mil razones en cuanto al porqué. Y sí, me siento presionado y sé
que no puedo competir con él, pero veo que Mingyu se porta maravillosamente con
Hyuk y mi hijo necesita un padre, aunque me cueste admitirlo.
—Un matrimonio es mucho más que criar a
los hijos —dijo Jian con ironía.
Wonwoo esbozó una sonrisa y por primera
vez en semanas se sintió en paz con el torbellino de sentimientos que
albergaba, porque en el fondo de todo aquello subyacía una verdad inamovible.
—Siempre he amado a Mingyu, Jian, incluso
cuando era el tipo más indeseable. Y no puedo explicar la razón. Ha sido así casi desde
el primer momento en que le vi.
Mingyu regresó a Pledis Park muy tarde la
noche antes de la boda. Venía en un avión desde Grecia cargado de parientes.
Wonwoo recibió a los recién llegados en la entrada principal.
Mingyu entró el último, justo a tiempo
para oír a su novio charlar cómodamente con sus tres tíos abuelos, y eso que
ningun de ellos hablaba una palabra de Coreano. Los conocimientos de griego de
Wonwoo eran básicos, pero más que suficientes para la ocasión.
Hubo una cena ligera. Wonwoo mostraba una
seguridad impresionante a la hora de tratar con el servicio y los invitados,
pero Mingyu no tardó en percatarse de que había perdido peso y de que al verlo
le había ocultado su mirada y se había puesto tensa.
—Siento mucho llegar con tanta gente a
esta hora, glikia mou — murmuró Mingyu—. Y enhorabuena por la cortesía y
amabilidad con que los has recibido.
—Gracias.
Pasando el brazo por detrás de su espalda
para atraerlo a su lado, inclinó la cabeza y le preguntó:
—¿Cuándo empezaste a estudiar griego?
—Poco después del nacimiento de Hyuk, pero
nunca tuve tiempo suficiente para aprenderlo bien —aunque el contacto entre
ellos era mínimo, Wonwoo estaba totalmente rígido—. Discúlpame, tus tíos abuelos
están esperando, les prometí que les enseñaría fotos de Hyuk.
—¿Es que no tengo prioridad? —asombrado
por aquel trato tan brusco por su parte, Mingyu lo detuvo tomándolo de las
manos antes de que pudiese alejarse de él.
Wonwoo era dolorosamente consciente de lo
cautivador de sus ojos. Poseía un carisma tan fuerte que no podía resistirse
incluso estando enfadado con él. El corazón le latía con fuerza:
—Por supuesto —contestó educadamente.
Mingyu notó en él un distanciamiento que
no le gustó. Pensaba que el paso del tiempo se ocuparía de resolver sus
diferencias, pero se había equivocado y eso le frustró. Pensó en todas sus
parejas pasadas y presentes que habrían hecho cualquier cosa que él quisiera, a
quienes ni se les habría pasado por la cabeza criticarle o pedirle cosas que él
no estaba dispuesto a dar. Y por último pensó en Wonwoo, que era simplemente…
Wonwoo, y único. Su capacidad para combatir a base de resistencia pasiva lo
estaba volviendo loco.
—Mañana nos casaremos, en vista de lo cual
—dijo irónicamente Mingyu, arrastrando la palabras—, te diré que Xu Minghao ha
abierto una galería de arte en el mismo edificio en el que tiene su apartamento
y que me invitó a la inauguración, a mí y a otra gente. Si crees que necesitas
comprobarlo, encontrarás muchas pruebas que demuestran la verdad de lo que
digo.
Una oleada de culpabilidad hizo ruborizar
a Wonwoo. Se sintió aliviado, pero detectó ahí cierto matiz de desafío, ya que
no entendía por qué no lo había tranquilizado en su momento.
—Supongo que debo disculparme por haberte
mojado…
—Deberías —confirmó Mingyu sin dudarlo.
—Lo siento, pero podías haberte explicado.
—¿Por qué tendría que hacerlo? Metiste la
nariz en una conversación privada y sacaste una conclusión errónea —Mingyu se
dio cuenta de que aquello era un reto—. ¿Cómo iba a ser culpa mía?
A Wonwoo no dejaba de sorprenderle la
facilidad con que le hacía enfurecer. No se mostraba arrepentido en absoluto.
Notó que los invitados la miraban. Era una de esas ocasiones en las que
marcharse parecía ser lo más sensato.
—Lo siento —volvió a murmurar, yéndose.
Mingyu ya se había sorprendido con su
actitud unos minutos antes, pero esta retirada tan resuelta le sorprendió aún
más. Por primera vez en su vida, intentaba mostrarse conciliador con un joven y,
¿qué recibía a cambio? ¿Dónde estaban las disculpas y el apasionado
agradecimiento que esperaba recibir? Entonces algo rozó la punta de su zapato.
Enfadado, bajó la vista.
Meanie se había arrastrado desde debajo de
la mesa. Temblando ante la cantidad de extraños que tenía alrededor, el perro
había conseguido enfrentarse a su pánico y se había alejado lo suficiente de su
refugio como para dar la bienvenida a Mingyu. Éste se inclinó y le dio unas
palmaditas en la cabeza para indicarle lo que apreciaba aquella demostración de
lealtad.
Tras asegurarse de que todos los invitados
estaban atendidos, Wonwoo no tardó ni un minuto en subir a acostarse. Pensó en
lo que le había dicho Mingyu. Todo su sufrimiento por el tema de Xu Minghao había
sido en vano, una montaña de un grade arena que Mingyu podía haber desmontado
en un segundo… de haberlo deseado.
Y el hecho de que no lo hiciese le dio a
entender algo que antes no había entendido: era una declaración de su independencia
y su libertad. Había dejado claro que el matrimonio no iba a cambiarle la vida.
En la oscuridad, sintió un escozor en los
ojos. Inspiró profundamente y se regañó a sí mismo por no saber ver el lado
bueno de las cosas, ya no sólo por sí mismo, sino también por el bien de su hijo. Se iba a casar al día
siguiente, y mucha gente se había preocupado por asegurarse de que todo fuese
perfecto hasta el último detalle, así que lo menos que podía hacer era intentar
disfrutarlo.
Al día siguiente, poco antes de las seis
de la mañana, una llamada de S.Coup despertó a Mingyu. Cinco minutos después,
estaba mirando los titulares en su ordenador y jurando en griego. Apartó un
mechón de pelo oscuro y despeinado de su frente y leyó: El crucero sólo para
hombres de Kim… ¡Una desenfrenada juerga con bailarines exóticos! Entró en otra
página y fue aún peor. Las fotos le hicieron bramar sin acabar de creerlo.
¿Quién demonios había sacado aquellas
fotos?
S.Coup se adelantó:
—Es la cámara de un teléfono… de uno de los
bailarines que Park Hyungsik subió a bordo para la fiesta—. Rudimentario, pero
efectivo.
—Gracias, Hyungsik —dijo Mingyu, cortante.
Cuarenta y ocho horas antes, su amigo Park
Hyungsik había juntado un montón de amigos y preparado por sorpresa una
despedida de soltero en su yate. Hyungsik, que detestaba las bodas, se
encontraba en ese momento a salvo en la selva de Borneo en un viaje de esos de
deportes de riesgo que tanto le gustaban, lejos de la ira que había desatado en
el novio.
—Me he tomado la libertad de retirar de la
casa todos los periódicos de hoy —anunció S.Coup.
Mingyu despidió a S.Coup y cerró de un
golpe la tapa del portátil. Sabía que S.Coup sólo pretendía proteger a Wonwoo,
porque la familia Kim no se impresionaba con aquellas cosas.
En cinco horas estaría casándose ¿o no?
Hacer planes estratégicos y cubrirse las espaldas era algo propio de Mingyu.
Era un hombre de negocios hasta la médula, con los genes maquiavélicos de una
familia que ya en la Edad Media se ganaba la vida como mercaderes. El abuso de
los pecados de la carne ya había llevado a la ruina a algunas generaciones de
la familia Kim, pero Mingyu era más sensato que lo que la mayoría de la gente
pensaba.
Pero aunque tramar y planear eran para él
la sal de la vida, se sentía intranquilo porque sabía que Wonwoo no toleraba
esas prácticas.
¿Se casaría con él si llegara a leer aquel
artículo sensacionalista? ¿Cuánto confiaba en él?
La respuesta era nada. Wonwoo ni siquiera
fingía tener la más mínima confianza. De hecho, oír de lejos una llamada
ambigua había sido suficiente motivo para que él lo juzgase y condenase de
pleno.
Mingyu le dio vueltas al asunto y, para
ser justos, se sintió obligado a preguntarse por qué iba Wonwoo a confiar en él. Repasó mentalmente
a toda velocidad el transcurso de las tres últimas semanas. Apretó la
mandíbula, sombreada por la barba incipiente. Había notado la noche anterior
que había perdido peso y sabía que el estrés era la causa más probable. Él adoraba
su trabajo y su casa y había tenido que renunciar a ambos en muy poco tiempo.
Admitió de mala gana que era posible que
amase a su novio. No había querido conocer los detalles y por eso no le había
preguntado más. Una vez lo acusó de hacer únicamente lo que le venía en gana y,
en este caso, reconoció que era cierto. Se había regodeado en su rabia y la
había castigado por atreverse a desafiarle dejando que se hundiera o nadase en
un mundo totalmente nuevo para él, así que era normal que acusara esa presión.
Cualquier otro le habría pedido ayuda,
pero no Wonwoo. No, no Wonwoo, una persona obstinada por naturaleza. Y
reconoció apretando su boca grande y sensual que no era bueno que compartiesen
aquella obstinación.
Wonwoo había una vez que él no le gustaba.
Aquella afirmación se le había quedado grabada y no podía olvidar lo
desagradable que había sido para él. Pero ahora debía preguntarse si tenía algo
que pudiese gustar a alguien. Había sido frío e insensible con él. Había estado
ausente cuando debía haberlo acompañado. Y al negarse a darle la más mínima
seguridad, lo único que había conseguido había sido acrecentar su desconfianza.
Wonwoo podía mostrarse sumamente tranquilo
en apariencia, pero se recordó tristemente que también podía ser vehemente y
actuar con rapidez. Tendía a disparar antes de preguntar, una característica
que no lo tranquilizaba precisamente el día en necesitaba que acudiese al altar
y dijese que sí con una sonrisa.
Se había dado cuenta de que a ojos de Wonwoo
siempre sería culpable hasta que se demostrase lo contrario. Un cambio
reconfortante, después de una vida llena de parejas complacientes.
La neblina de la mañana iba desapareciendo
poco a poco dando paso al verde exuberante de los jardines y la promesa de un
maravilloso día de verano. Fue en ese momento cuando Mingyu tomó la decisión de
contarle lo de la fiesta una vez celebrada la boda. Una boda es un
acontecimiento que sólo pasaba una vez en la vida, y nada debía ensombrecer el
día de Wonwoo. Ni darle razones de peso para convencerse de que casarse con él
no le convenía en absoluto.
—¡Deja que compruebe que no estoy soñando!
—Seungkwan fingió cómicamente pellizcarse a sí mismo mientras contemplaba con
la boca abierta el contenido del maletín de piel que había abierto Wonwoo—. ¡Una tiara de diamantes
digna de un rey!.
— ¿No crees que podría resultar exagerado?
—indicó Wonwoo con la boca seca, tocando reverentemente diamantes.
—Wonwoo… el consumo ostentoso y ser un Kim
son algo inseparable. Los ochocientos invitados esperan mucha ostentación, y la
mayoría llevará joyas.
Horas más tarde, liberado al fin de las
atenciones del servicio de peluquería, esteticismo, manicura, Wonwoo contempló
la visión inusitada que le ofrecía su reflejo. En su interior, se sintió
fascinado por su aspecto. Su traje era maravillosamente glamuroso,
confeccionado en seda dorada. La tiara se veía magnífica sobre su pelo castaño.
La iglesia, un sólido edificio de piedra,
se encontraba dentro de la finca de Pledis Park. Su entrada privada, junto con
el fuerte dispositivo de seguridad y la presencia de la policía, impedían que
los paparazis se acercaran más allá de la carretera.
—Admiro enormemente tu aplomo —le dijo
dulcemente su prima, mientras Seungkwan y varios padres convencían con enorme
paciencia a los pajes para que se colocasen por parejas—. Como dice mamá, nueve
de cada diez amenazarían con dejar a Kim Mingyu plantado ante el altar.
Wonwoo frunció el ceño:
—¿Y por qué iba a hacer yo algo así?
Boo Seungkwan se acercó a su prima y le
dijo algo. La joven rubia se puso roja y se marchó muy ofendida y sin decir
palabra.
—¿A qué se refería? —urgió Wonwoo a su
amigo bajando la voz.
—Quizá no pueda soportar el rumor que
corre de que Mingyu se va a casar contigo sin firmar un acuerdo prematrimonial.
O quizá sean los diamantes que llevas. Sea como sea, la envidia la corroe y tú
no deberías prestarle la más mínima atención —le dijo con rotundidad.
Wonwoo lo consideró un consejo muy
acertado. El desánimo de la noche anterior había desaparecido gracias a su
energía y optimismo, porque pensó que su matrimonio sería lo que él hiciese de
éste. Cuando se abrieron las puertas y las notas del órgano empezaron a sonar
en el vestíbulo, inspiró hondo. El aire de la iglesia estaba cargado de olor a
rosas.
Mingyu contaba con unos nervios de acero,
pero su despertar no había sido nada apacible y las cosas no habían hecho más
que empeorar. Había pasado la mañana indeciso como jamás en su vida.
Consciente de que sus hazañas durante la
despedida de soltero aparecerían en algunos canales de televisión y varias webs
de famosos, se preguntó qué iba a hacer si Wonwoo se enteraba antes de ir a la
iglesia. En tres ocasiones había decidido actuar rápidamente y ofrecerle su
versión de los hechos antes que nadie, pero luego había cambiado de opinión.
—Ya ha llegado el novio —anunció en un
aparte el padrino, el príncipe Sang, asombrado del nerviosismo de su amigo y
preguntándose si aquello se debía a su renuencia al matrimonio. Cierto que
Wonwoo llegaba diez minutos tarde, pero a Sang le costaba creer que Mingyu
hubiese temido en algún momento que su futuro esposo no llegara a presentarse.
Mingyu se giró para comprobar por sí mismo
aquella información. Y allí estaba Wonwoo, exótico y radiante con un traje blanco
y dorado que resaltaba increíblemente su piel pálida y suave y su cabello
castaño. Él quedó tan embelesado que olvidó volver a girarse de cara al altar
como manda la tradición.
—¡Appa! —era Hyuk, que rompió el hechizo
al escurrirse como una anguila del regazo del niñero y lanzarse disparado en
dirección a Wonwoo.
Mingyu se adelantó a interceptar a su hijo
y lo recogió en sus brazos justo antes de que pudiese descontrolar al novio y
su séquito, provocando las risas de los invitados.
Ahhh
ResponderEliminarIdiota!!!
Que hisciste en ese crucero!!!
Que "hazañas"
Ahhh idiota!!!!!!
Enserio los hombres no piensan?????
Ahhhh