Jaebum y Jinyoung regresaron en
silencio. Al entrar en el patio de la fortaleza, sir Taecyeon salió a
recibirlos.
Jaebum lo dejó en el suelo y lo abrazó
con fuerza por la cintura.
—Sir Taecyeon, cuidad de mi esposo y
de mi hijo. Mantenedlos a salvo y seguros.
Jinyoung intentó zafarse de su brazo.
—¡Jaebum, no digas eso!
Pero él lo ignoraba de nuevo.
—Custodiad mi fortaleza según os
parezca. Pero seguid las órdenes de mi esposo en todo lo demás.
—Sí, mi señor, por supuesto. ¿Es que
os vais?
—Sí.
—¡No! —gritó Jinyoung mientras le daba
patadas en las piernas.
—¿A dónde vais? —preguntó sir Taecyeon.
—¿Iréis solo, mi señor?
—Sí.
Jinyoung dejó de luchar y se rindió,
esperaba pillarlo por sorpresa, pero Jaebum no lo soltó.
Se le llenaron los ojos de lágrimas y
tenía un horrible nudo en la garganta. Abrió la boca para rogarle que no se
fuera, pero sólo pudo echarse a llorar.
—¿Cuánto tiempo esteréis fuera, mi
señor?
—No lo sé —repuso Jaebum—. Encargaos
de mi caballo, sir Taecyeon.
El capitán se alejó y Jinyoung lo miró
a los ojos.
—Entra en el castillo, Jaebum,
hablemos de esto.
Jaebum lo besó con tal intensidad que
no podía ser sino una despedida.
Lloró con más fuerza aún y le agarró
el pelo para que no se apartara nunca.
Sin casi aliento, Jaebum maldijo entre
dientes al dar por concluido el beso.
—Jinyoung, ¿qué es lo que pretendes
que haga?
—Quédate. No te vayas.
—¿Y qué puedo hacer aquí en Goyang?
—Eres el señor de Goyang. No puedes
irte y dejar tus dominios abandonados.
—Sir Taecyeon y tú sois más que
capaces de defenderlo y cuidar de Goyang. Ya lo has hecho antes.
—Sí y estuve a punto de perderlo en un
momento de debilidad.
—Pero no lo perdiste, sino que nos
diste un maravilloso hijo.
Nunca lo había visto desde ese ángulo.
—Entonces, quédate. Si no lo haces por
mí, hazlo por Doyoung y el bebé que llevo. Es nuestro hijo. Un hijo que ha
concebido nuestro amor.
—Si me quedo sólo conseguiré asustar a
los niños.
—Lo superarán, Jaebum. Y tú también.
—Ojalá pudiera estar tan seguro como
tú, Jinyoung. Pero no lo estoy. No me quites mi honor de caballero, mi amor.
Tengo que hacer esto.
—Te ofreces voluntario para matar a
más hombres. Eso sólo alimentará la bestia negra que estás intentando ahogar en
tu interior.
—Si me quedo aquí, acabaré sintiendo
más repugnancia aún por mí mismo. No puedo dejar que mis hombres crean que me
he vuelto loco cuando día tras día tenga que golpear los postes de
entrenamiento para liberar mi frustración. Ni siquiera puedo administrar
justicia sin tener a mi lado a un joven que me recuerde lo que tengo que hacer.
Jinyoung, tienes que ayudarme.
No podía dejar de llorar y apenas
conseguía hablar.
—Jaebum, por favor, prométeme que
volverás. No dejes que envejezca y muera solo —le pidió.
Jaebum lo abrazó con más fuerza.
—Dios mío, Jinyoung, me estás
rompiendo el corazón.
—Que se rompa como le ha pasado al
mío, no me importa. Pero prométemelo.
Lo soltó y plantó una rodilla en el
suelo. Tomó una de sus manos entre las de él y apoyó en ellas la frente.
—Te juro que, cuando pueda atravesar
las puertas de Goyang libre de los demonios que aún dominan mi ser, lo haré.
Volveré.
Se puso en pie, acarició su mejilla y
lo besó brevemente en los labios.
Cuando intentó abrazarlo, Jaebum se
apartó.
—Entra en el castillo —le ordenó.
Negó con la cabeza.
—No hasta que te vayas.
El hermano Daniel acababa de acercarse
a ellos y lo tomó por el brazo.
—Venid, lord Jinyoung, tenemos que
hablar.
—No, dejadme —repuso.
Pero el clérigo no lo soltó y se lo
llevó hacia la fortaleza.
—Tengo que contaros una historia.
—¿Un historia? —repitió confuso.
Sir Taecyeon también se acercó y tomó
su otro brazo.
—Venid, mi señor, esta historia
calmará vuestra alma.
Miró por el encima del hombro. Jaebum
salía a caballo por las fortificadas puertas de Goyang.
—No es mi alma la que necesita ser
aliviada. ¿Dónde estabais los dos cuando os necesitaba él?
Se apartó de ellos y corrió al
castillo. No paró hasta llegar a sus aposentos.
Abrió la ventana y vio a Jaebum
alejándose.
El dolor era insoportable. Se dejó
caer en el suelo y cubrió su cara con las manos. No entendía qué había hecho
para merecer ese destino. Iba a tener que criar a dos niños él solo.
No sabía de dónde sacaría la fuerza
para despertarse cada mañana sabiendo que él no estaba allí.
Pero tenía que hacerlo. Tendría que
buscar la ayuda de los habitantes de Goyang para criar a sus hijos y esperar
con fe el regreso de su esposo.
—Mi señor...
Se sobresaltó al escuchar la voz de Hyorin.
La mujer llevaba a Doyoung en brazos.
—Ánimo, lord Jinyoung. Vuestro hijo os
necesita —le dijo con suavidad—. Tanto como vos a él.
Tres semanas habían pasado desde que
se fuera su esposo. Ese día, el sol había estado brillando en lo alto. Desde
entonces, no había hecho más que llover. Jinyoung sentía que la naturaleza
reflejaba su dolor.
Dejó a Doyoung en la cuna y se dispuso
a bajar a cenar. No tenía apetito. Llevaba así una semana, pero Hyorin y los
demás insistían en que fuera al comedor al menos una vez al día.
A veces le parecía que eran los otros
los que estaban al mando de Goyang.
Se arregló la chaqueta verde al bajar
las escaleras. Recordó que Jaebum le había dicho una vez que ese color
resaltaba su piel.
Él estaba presente en todo momento, en
cada pensamiento y en cada decisión.
—Mi señor.
Se detuvo en el último peldaño.
—Sir Nichkhun —repuso a modo de
saludo.
Pasó a su lado y fue hacia la gran
mesa. Había estado ignorando al guardia a propósito. No podía olvidar la manera
en la que había estado a punto de torturar a Marcus. Se había convertido en una
bestia, en un animal peligroso.
El dolor de estar sin Jaebum fue
desapareciendo y haciendo sitio poco a poco a la rabia. Creía que a su esposo
no le habían importado él y sus hijos lo suficiente como para quedarse a su
lado.
Esperaba que estuviera disfrutando con
los soldados del rey Enrique porque iba a hacerle pagar en cuanto volviera a Goyang.
Nadie sospechaba lo enfadado que
estaba. Creían que era sólo dolor por su ausencia y eso era más fácil de
explicar y de entender.
Sir Taecyeon se puso en pie al verlo
entrar y lo ayudó a sentarse en la silla principal, a la izquierda del capitán.
Vio que había otro cubierto preparado a su izquierda.
—¿Va a cenar alguien más con nosotros?
Sir Taecyeon asintió.
Se le aceleró el corazón, sabía que el
capitán se traía algo entre manos.
—¿Ha llegado algún forastero a Goyang?
—preguntó a pesar de que sabía que las puertas habían estado cerradas durante
las ultimas semanas.
—No, ningún forastero.
—Entonces, ¿quién...?
Se interrumpió al ver al hermano
Daniel ocupando esa silla.
Tampoco quería hablar con él ni que le
contara ninguna fábula para intentar aliviar su dolor. Hizo ademán de
levantarse pero los dos hombres sujetaron con sus pies las patas del sillón.
—¡Dejad que me levante!
La cabeza del clérigo estaba inclinada
en gesto de oración. Sir Taecyeon masticaba con calma la cena.
—Si lo que pretendéis es regañarme, no
malgastéis vuestro tiempo —dijo con gesto huraño.
—¿Por qué íbamos a hacer algo así, mi
señor? —preguntó el hermano Daniel.
—No lo sé, supongo que porque es algo
que os divierte.
—Bueno, sí, supongo que sí.
—Comed —le dijo sir Taecyeon señalando
su plato.
—¿Quién sois vos para decirme que
coma? ¿Es que vais a comportaros ahora como Hyorin?
—Algo así —repuso el capitán de la
guardia.
Tomó el tenedor suspirando y comenzó a
jugar con la comida. Seguía sin tener hambre.
Minutos después, el resto del los
hombres terminó de cenar y todos fueron levantándose y saliendo del salón. El
intentó hacer lo mismo, pero no lo dejaron.
—Voy a contaros una historia —le dijo finalmente
el hermano Daniel.
—No es necesario —gruñó.
—Yo creo que sí, mi señor, puede que
la encontréis interesante —intervino sir Taecyeon.
—No he sido clérigo desde siempre
—comenzó el hermano Daniel—. Hace muchos años, trabajé como mercenario. Cualquiera
podía alquilar mi espada a cambio de comida, lecho y algo de oro.
Aquello no le sorprendió tanto como
hubiera esperado.
—Después de un tiempo, me acostumbré a
hacerlo y el oro no era tan importante para mí como tener a quién matar. Cada
vez resulta más fácil asesinar.
No podía creer que ese hombre hubiera
llegado a ser el monstruo en el que Jaebum temía convertirse.
—Una parte de ti sabe que lo que haces
está mal y que tu alma se la llevará el diablo, pero no puedes evitar disfrutar
con la sangre derramada.
Abrió la boca para hablar, pero sir Taecyeon
le puso la mano en el brazo para indicarle que no debía interrumpirlo.
—Lo más duro es pasar los días sin
encargos porque es durante ese tiempo de paz y sosiego cuando eres consciente
de que te has convertido en una bestia sin sentimientos y la culpabilidad es
insoportable.
Lo miró a los ojos y vio en ellos la
misma angustia que reflejaban los de su esposo.
—No es algo que pueda curarse desde el
exterior, mi señor. Nadie puede decirte nada que cure lo que estás viviendo en
tu interior. O alimentas esa sangrienta bestia o acaba por devorar tu corazón y
a aquellos a los que quieres.
No pudo evitar estremecerse.
—Pero.. Pero, ¿cómo conseguisteis
llegar a ser el hombre que sois hoy? ¿Cómo acabasteis con la bestia de vuestro
interior?
—Fui a ver al rey Enrique y le rogué
que me diera un puesto desde el que pudiera tener más acción y más hombres a
los que matar.
Eso era lo que había hecho Jaebum. Se
quedó reflexionando unos instantes.
—Y, ¿os dio ese puesto?
—No, me dijo que lo que debía hacer
era pedir que me aceptaran en alguna orden religiosa.
Pero tenía que haber más opciones.
Aquello tampoco le ayudaba.
—¿Y eso os ayudó?
—Encontré la paz interior gracias a la
soledad y a las horas de oración —dijo el hermano Daniel cubriendo sus manos—.
Llevó bastante tiempo, pero un día me levanté y me di cuenta de que había
acabado con esa necesidad de matar.
—¿Creéis que el rey habrá encontrado
un puesto para Jaebum?
—No, no lo hizo.
—¿Cómo? —exclamó confuso.
—El rey Enrique se ha negado a enviar
a lord Jaebum al ejército —le dijo sir Taecyeon.
—Entonces... ¿Se habrá ido a algún
monasterio?
—No. El rey no dejaría que un dominio
tan importante como Goyang cayera en manos de la iglesia.
—Pero... ¿Dónde está, entonces?
—En un sitio donde se siente a salvo,
mi señor —repuso sir Taecyeon.
—En un sitio donde encuentra algo de
paz —añadió el hermano Daniel.
—En un sitio que le trae muchos buenos
recuerdos, hijo —intervino Hyorin acercándose a la mesa con Doyoung en brazos.
Los hombres soltaron sus manos y Hyorin
le puso una capa sobre los hombros.
—Dios mío, ¿está aquí?
No necesitaba contestación. Sabía que
tenía que estar en su cabaña del bosque, no había otro sitio.
—¿Y no ha venido a verme? ¿Ha dejado
que me preocupe y pierda los nervios por su culpa? He estado desesperado
creyendo que no volvería a verlo.
La comadrona sacó el tapón de un
frasquito de cristal y aplicó aceites esenciales en su cuello y en sus muñecas.
—Sólo es un hombre, mi señor. Sabe lo
que os ha hecho, pero no sabe cómo pediros perdón.
Cada vez estaba más enfadado.
—¿El feroz y valiente guerrero se
esconde de mí?
—No —repuso el clérigo—. Sólo quería
aclarar su mente y encontrar la paz antes de volver para siempre.
Se puso en pie.
—Entonces, ¿qué debo hacer? Si quiere
estar solo, ¿no debería dejar que lo hiciera?
—Estamos hablando de lord Jaebum.
Estará allí durante meses dándole vueltas a las cosas si no conseguimos que
tome una decisión.
—¿Cuánto tiempo lleva en la cabaña?
Taecyeon apartó la vista, el clérigo
se miró las manos. Buscó el rostro de Hyorin.
—Creemos que unos diez días, mi señor
—confesó la comadrona con un suspiro.
—¿Lo habéis visto alguno? ¿Habéis
hablado con él?
—Júpiter llegó hasta su cuarto en el
establo hace casi una semana —le dijo el capitán.
—Yo he intentado hablar con él, pero
sólo conseguí que me gritara. Ni siquiera abrió la puerta.
Cerró los ojos. Estaba deseando
abrazarlo y besar su rostro. Pero, más que nada, estaba deseando gritarle hasta
que le pidiera perdón de rodillas.
Se puso en pie.
—Doyoung dormirá bien toda la noche.
Volveré por la mañana —les anunció.
—Sir Nichkhun os acompañará hasta
allí.
Miró a sir Taecyeon con el ceño
fruncido.
—Preferiría a otra persona.
—Pero por eso es por lo que debe ir Nichkhun.
Tenéis que hablar con él, mi señor.
Todos los hombres de Goyang parecían
haber decidido llevarle la contraria.
Hyorin le entregó una bolsa de piel.
—Dentro hay dulces, pan, queso, carne
y un pellejo con vino —le dijo.
—Gracias —dijo mirándolos a todos—. Os
doy las gracias de corazón.
No le sorprendió encontrar a sir Nichkhun
esperándolo en el patio. Llevaba una lámpara de aceite para alumbrarle el
camino. Lo siguió mientras salían de la fortaleza. No abrió la boca.
Cerca ya del bosque, fue Jinyoung el
que rompió el silencio.
—Nichkhun, como me imagino que ya te
habrás dado cuenta, me disgustó lo que hiciste. Aun así, no te puedo culpar del
todo.
—Mi señor, no sé en qué estaba
pensando.
—Estabas pensando en tu hija y el
dolor que ese cretino le había provocado.
—Sí, pero no es excusa para actuar de
forma tan bárbara —repuso el guardia.
—Puede que no, pero tu señor no ha
sido la mejor influencia durante los últimos meses.
—Mi señor, no habléis mal de lord Jaebum.
—No lo hago. Sólo digo la verdad, él
haría lo mismo.
—Todo hemos estado rezando por él, lord
Jinyoung.
Sus palabras le emocionaron, se detuvo
y lo miró.
—Gracias por hacerlo, sir Nichkhun.
—Con vuestra ayuda, el señor
conseguirá volver a ser el mismo de antes.
—Si no lo mato antes.
Sir Nichkhun rió su comentario.
—Me recordáis a mi Suzy.
—Supongo que es algo que todas las parejas
tenemos en común —repuso encogiéndose de hombros.
—Sí, bueno, supongo que a veces no os
dejamos otra opción.
—Es un comentario muy sabio para que
lo haya dicho un simple marido.
Sir Nichkhun decidió no volver a abrir
la boca. Cuando llegaban al claro del bosque donde estaba la cabaña, se detuvo
y le tocó la mano con afecto.
—Te perdono, Nichkhun, será mejor que
dejemos atrás todo lo que ha pasado.
—Gracias, mi señor. ¿Os acompaño hasta
la puerta?
—No, vuelve con tu esposa y tu
familia.
Se acercó a la cabaña. Jaebum había
encendido un fuego. Las llamas no eran ya más que ascuas. Pero el fuego en su
interior ardía con fuerza. Estaba furioso, pero también deseaba abrazarlo más
que nada en el mundo.
Agarró el picaporte de la puerta,
rezando para que no estuviera cerrada por dentro. Se abrió sin problemas.
No había lámparas ni antorchas en la
única habitación de la cabaña, pero el sonido de su respiración le dijo que Jaebum
estaba allí.
Sin hacer ruido, entró y cerró la
puerta tras él. Dejó la bolsa en el suelo y la capa también.
Se quitó los botines y comenzó a desvestirse
mientras cruzaba la habitación, dejando que la ropa cayera al suelo.
Se detuvo desnudo al lado de la cama y
miró a su marido. La luz de la luna entraba por la ventana e iluminaba su
rostro.
A pesar de estar dormido, parecía
enfadado. Apretaba la mandíbula y la boca y su respiración no era pausada ni
regular.
—Prometí que lucharía para tenerte
conmigo hasta el final, ¿es que no me creíste?
Jaebum abrió los ojos y lo atrapó
entre sus brazos. Lo hizo girar hasta colocarse sobre él.
—Has tardado mucho en aparecer.
Acarició su cara y le contestó con las
mismas palabras que él había usado en la tienda de Aryth.
—Bueno, tuve que ocuparme de algunas
cosas en Goyang antes de venir a buscarte.
Jaebum cubrió su boca, sus mejillas y
su barbilla con besos desesperados.
—Lo siento mucho. Soy un idiota. Dios
mío, Jinyoung, te quiero. ¿Podrás perdonarme?
«Jinyoung, te quiero», repitió en su
mente.
Era la primera vez que le decía algo
así. Le había dicho que le importaba, que era su vida, pero nunca le había
dicho que lo quería. Nunca en todos sus años de matrimonio.
Se le hizo un nudo en la garganta. La
ira que había habitado su interior desapareció corno por arte de magia.
—Mi amor... —murmuró con voz
temblorosa—. No tengo nada que perdonarte. Sólo tienes que perdonarte a ti
mismo.
—No sé si voy a poder.
—Muy bien —repuso sonriendo—. Entonces
tendrás que pasar el resto de tu vida intentando resarcirme por lo que has
hecho.
Jaebum se echó a su lado y lo abrazó
con fuerza.
—No sé por dónde empezar —le dijo
mientras acariciaba su pecho.
Se arqueó contra su mano, saboreando
las sensaciones que lo atravesaban de arriba abajo.
—Bueno, parece que has encontrado una
buena manera de empezar...
Jaebum deslizó la mano hacia abajo,
aumentado su deseo con cada caricia.
—Pensé que tenía que alejarme de Goyang
y de ti antes de que os pudiera hacer daño.
Acarició su torso, deleitándose en las
curvas de sus fuertes músculos.
—No sé muchas cosas, Jaebum, pero sé
que nunca podrías hacerme daño.
—Nunca lo haría a propósito —repuso él
mientras le separaba las piernas.
Jinyoung gimió suavemente. Jaebum
empezaba a acariciarlo íntimamente y sabía que no iba a ser capaz de seguir
hablando con él.
—Pero creo que he encontrado la manera
de luchar contra esa bestia negra que me amenaza a veces.
—¿Cómo? —le preguntó con la voz
entrecortada.
Le arrebató el aliento un segundo
cuando él dejó de acariciar su centro de placer para introducir un dedo en su
interior.
—Tienes que dejar que te traiga aquí,
que te haga el amor, que te haga gritar de puro placer entre mis brazos.
No pudo contestarle, se limitó a
gemir.
Jaebum continuó con las caricias, cada
vez más fuertes y profundas. Estaba al borde del abismo, no podía aguantar por
más tiempo, era demasiado...
Sus manos y su voz hacían que se
estremeciera sin control.
—Pero no quiero hacerlo solo... —gimió
contra su torso.
Lo tendió de nuevo boca arriba y, con
un fuerte y único movimiento, se deslizó en su interior. No necesitó nada más
para tocar el cielo con la manos y explotó gritando el nombre de su esposo.
Él llegó al clímax segundos después.
No pudo contener las lágrimas y lo agarró,
dejando que éstas fluyeran libremente.
Jaebum se incorporó y, apoyándose en
sus antebrazos, lo miró y le secó las mejillas con las manos.
—Ya, Jinyoung, ya... ¿Qué es lo que
pasa?
—Me abandonaste. ¿Sabes cómo me
hiciste sentir?
—¿Solo? ¿Asustado? —le preguntó él
mientras lo besaba en la frente—. ¿Furioso?
—Sí, sí y sí. Estaba muy asustado
temiendo que pasaran otros siete años o más antes de que volviera a verte.
—Lo siento —repuso Jaebum.
Lo abrazó con fuerza.
—Y esta vez... Esta vez te fuiste por tu
propia voluntad —dijo con dolor.
—Deberían haberme torturado por hacer
algo así —contestó Jaebum mientras besaba uno de sus párpados—. Debería haber
recibido latigazos —añadió mientras besaba el otro—. Deberían haberme atado a
un poste como a un perro —dijo besándole en la nariz.
Jinyoung asintió. Estaba de acuerdo
con él.
—Nunca me apartaré de tu lado —le
prometió Jaebum—. Te quiero, Jinyoung. Te quiero. Eres lo que necesitaba. Mi
salvación.
Lo besó con ternura. Con todo el amor
que necesitaba. Con todo el amor que había soñado tener algún día.
—Te juro que nunca seré tan cruel ni
tan egoísta como para volver a irme —le dijo Jaebum con solemnidad y sin apenas
separarse de su boca.
Y lo abrazó con fuerza. Fue un abrazo
que le decía que su promesa era veraz y sincera. Sus labios y sus besos le
hablaban ya de todos los amaneceres que iban a compartir. Los dos juntos...
* * *
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