Unas pocas
millas tierra adentro de la costa oeste de Gales había una aldea en medio de un
pequeño claro. Sobre una escarpada colina que dominaba a la aldea se erguía una
imponente mansión señorial. El edificio de piedra gris miraba a la aldea desde
arriba, casi como una madre que vigila a sus hijos con ojos alertas.
La aldea
se calentaba bajo el sol lujurioso del verano. No así la mansión de la colina,
que permanecía fría y altanera pese a que el sol acariciaba sus muros grises.
Los viajeros que cruzaban la campiña tenían a menudo la misma impresión de
frialdad. Hoy no era diferente.
Un
desconocido se encaminaba hacia el centro de la aldea, sin apartar la vista de
la mansión. Pero pronto la actividad alrededor del forastero desvió su
atención. Gradualmente, su inquietud desapareció para ser reemplazada por la
sensación de que pronto sería favorecido con algo que hacia tiempo le faltaba.
Más de una vez se volvió en círculo para que sus ojos endurecidos se regalaran
con la pacífica tranquilidad, la docena o más de cabañas muy cerca unas de
otras, los niños que corrían aquí y allá en sus juegos inocentes, y las parejas
¡ah, las parejas!
No había
un hombre a la vista, ni uno solo. Debían de estar trabajando en los campos, en
alguna parte hacia el este, porque no había visto ninguna en su camino.
— ¿Puedo
ayudaros en algo, buen señor?
Sobresaltado,
el desconocido se volvió rápidamente para encontrarse con una sonrisa radiante,
curiosa, de alguien que calculó que no podía tener más de dieciséis inviernos. El
jovencito se adaptaba perfectamente a sus gustos, con su pelo rubio
prolijamente peinado y grandes ojos oscuros en una cara inocente. Empezó a
examinarlo pero sólo por un segundo, a fin de que el joven no sospechara de sus
intenciones. Pero en ese instante fugaz, ese cuerpo de apariencia tierna le
causó un oscuro dolor en la entrepierna.
Como el
forastero no respondió, el jovencito habló otra
vez:
— Hace meses que un viajero no pasa por aquí...
desde que pasaron los últimos que
venían de la
isla de Anglesey
en busca de
nuevos hogares. ¿También vos venís de Anglesey?
— Sí, aquello ya no es lo mismo — replicó por
fin el hombre.
Oh,
hubiera podido muy bien contarle sus infortunios si estuviera con ánimo, pero
pronto él tendría los suyos, si conseguía lo que anhelaba, y no era un oído
compasivo lo que necesitaba.
— ¿Dónde
están los hombres de tu aldea? No he visto ni siquiera un anciano pasando el
tiempo al sol.
El jovencito
sonrió tristemente.
— Los
viejos cogieron la fiebre hace dos inviernos y ya no quedan más – dijo después
de un instante — Muchos viejos y jóvenes murieran aquel año — enseguida, su
sonrisa se iluminó — Esta mañana fue avistado un jabalí, y los hombres que
quedan han salido a darle caza. Esta noche habrá un festín y seréis bienvenido si quiere participar.
La
curiosidad impulso al hombre a preguntar:
— ¿Pero no
hay campos que atender? ¿O acaso un jabalí es más importante?
El joven rió
sin timidez.
— Seguramente, debéis ser hombre de mar, o
sabríais que las cosechas se siembran en primavera y se
recogen en otoño, con poco que hacer en el medio.
Un
profundo surco apareció en el entrecejo del hombre.
—
¿Entonces, esperáis que los hombres regresen enseguida?
— Oh, no.
No si pueden evitarlo — río — Se demorarán todo lo posible con la caza a fin de
disfrutarla más. No es frecuente que un jabalí llegue tan cerca.
Las
facciones del hombre se relajaron un poco y sus labios delgados se curvaron en
una sonrisa.
— ¿Cómo os
llaméis, muchacho?
— Jokwon — replicó prestamente.
— ¿Y
tenéis esposo, Jokwon?
Él se
ruborizó deliciosamente y bajó la mirada.
— No, señor. Todavía vivo con mi padre.
— ¿Y él
está con los demás?
Los ojos
del muchacho brillaron otra vez, llenos de picardía.
— ¡El no
se perdería la caza por nada del mundo!
Mucho
mejor, pensó el hombre antes de hablar.
— He
viajado desde muy lejos y el sol de la mañana calienta mucho, Jokwon. ¿Podría
descansar un rato en vuestra casa?
Por
primera vez él pareció nervioso.
— Yo... no sé...
— Sólo unos pocos minutos, Jokwon — añadió
rápidamente él.
El joven pensó
un momento.
— Estoy seguro de que mi padre no se enfadará
—dijo, y se volvió para abrir la marcha. La casita donde entró era muy pequeña.
Jokwon observó al hombre con curiosidad cuando
miró los presentes que había recibido del señor de la mansión por sus servicios
alegremente ofrecidos. El alto desconocido no era apuesto, pero tampoco
repulsivo. Y aunque obviamente no era rico, tenía una espalda fuerte y podría
servirle muy bien como marido. Él tenía pocas posibilidades de encontrar esposo
en su propio pueblo, porque todos los candidatos ya habían probado sus
encantos, y aunque no lo encontraban falto de atractivos, ninguno lo habría
tomado por esposo sabiendo que sus amigos también lo habían saboreado.
Jokwon se
sonrió secretamente mientras preparaba el plan. Hablaría con su padre cuando él
regresara, y le expondría. sus proyectos. El sentía pena por la situación de su
hijo y ansiaba tener un yerno que le ayudara en el campo.
Juntos
podrían persuadir al desconocido para que se quedara un tiempo. Después, Jokwon
usaría su astucia para sacarle una propuesta de casamiento. Esta vez, sí, esta
vez tendría primero la boda y después la diversión. No añadiría otro desliz a
su larga lista .
— ¿Deseáis
beber un poco de cerveza para calmar vuestra sed, señor? – preguntó con
dulzura, atrayendo una vez más la atención del hombre.
— Sí, os
lo agradeceré mucho — dijo él, y aguardó pacientemente que le pusiera la copa
en las manos. El hombre dirigió una mirada nerviosa al portal y, viendo la
puerta de paja trenzada sacada de sus goznes y apoyada en la pared, terminó la
cerveza en seguida. Sin decir palabra, fue hasta la puerta y la puso en su
lugar, impidiendo la entrada al sol de la mañana. Se percató de que la puerta no
estaba hecha para brindar protección sino, simplemente, para detener el frío y el calor y, muy conveniente para las miradas indiscretas.
— La
mañana esta calurosa — dijo a manera de explicación, y el joven lo aceptó, en
lo más mínimo asustado.
— ¿Queréis
algo de comer, señor? No me llevará mucho tiempo prepararos algo.
— Si sois
tan amable— repuso él y sus labios delgados se curvaron en una sonrisa de
agradecimiento. Pero secretamente admitió que la comida podía esperar: sus
riñones, no.
El joven le
volvió la espalda y fue hacia el fogón. En ese momento él sacó un cuchillo de
abajo de su túnica y se puso detrás. El cuerpo más bien bajo de Jokwon se puso
rígido cuando el cuchillo le tocó el cuello y el pecho del hombre le apretó la
espalda. No temió por su cuerpo, como hubieran temido la mayoría de jóvenes de
su edad, sino por su vida.
— No
grites, Jokwon, o tendré que haceros daño — dijo él lentamente, poniendo una
mano en su pecho— . Y a cualquiera que venga a ayudaros . Es poseeros lo que
deseo, nada mas.
Jokwon
ahogó un sollozo al ver que sus planes recién formados se disolvían con las
palabras de él. Un sueño de vida tan corta. Tener por fin un marido.
Un poco al
sur de la aldea, una figura solitaria caminaba cojeando entre los árboles,
murmurando juramentos a cada paso que daba. Al caballo que hacía rato había
derribado a su jinete no se lo veía en ningún sitio, pero el muchacho lo mismo
giró en redondo levantando un pequeño puño y maldiciendo en alta voz.
— ¡Ya te
atraparé, bestia mal enseñada!
Más herido
estaba el orgullo que las posaderas sobre las que había aterrizado el jinete.
Con una mano firmemente apoyada en el área dolorida, el muchacho siguió
caminando hacia la aldea y, viendo un lugar donde podría descansar, irguió
orgullosamente la cabeza y soportó las miradas curiosas de los aldeanos.
Un joven se
acercó y sin hacer la pregunta obvia sobre qué le había pasado al caballo del
joven, dijo
— Tenemos
un visitante. Hee. Jokwon le da la bienvenida.
Los fríos
ojos negros fueron hasta la cabaña de Jokwon y volvieron al joven.
— ¿Por qué
se encerraría?
El joven sonrió
con expresión de enterado.
— Vos
conocéis a Jokwon
— Sí, pero
él no concede sus favores a extraños.
Sin otra
palabra, el muchacho, espada en mano, cubrió la corta distancia hasta la cabaña
de Jokwon e hizo a un lado la puerta cerrada. Pocos momentos le bastaron a sus
ojos negros para adaptarse a la oscuridad del interior de la cabaña, pero
enseguida se posaron en la pareja en el rincón, ignorante de la intrusión. El
desconocido estaba montado sobre Jokwon y agitaba sus muslos flacos como un
jabalí en celo.
Al
principio los intrusos ojos quedaron fascinados observando el acoplamiento de
las dos criaturas, el frenético pujar, el sonido de los gemidos y gruñidos que
salían del rincón. Pero entonces un relámpago de plata llegó a los ojos, y como nubes anunciadoras de una tormenta inminente, vieron el
cuchillo en la mano del desconocido.
Sin
pensarlo dos veces, cruzó la habitación con pasos decididos, levantó la espada
y pinchó diestramente el trasero del violador. Un grito resonó en la cabaña y
el hombre saltó dejando libre al acobardado Jokwon, dispuesto a enfrentar a su
atacante.
Jokwon
ahogó una exclamación cuando vio la razón de que el extraño hubiera saltado.
— Hee, ¿qué hacéis aquí?
El joven,
firmemente plantado sobre sus piernas separadas, respondió sin emoción:
— Ha sido
afortunado, supongo, que la jaca a la que llamo Gibok me haya derribado, o no
habría llegado a tiempo para ver que se hiciera justicia. El os forzó, ¿verdad?
—
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Sí —
dijo Jokwon y no pudo contener los sollozos
|
de alivio que
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sacudían su cuerpo.
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|
—
|
¡El muchacho no era virgen! — dijo el extraño
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con furia y con
|
ambas
manos aplicadas a su trasero sangrante.
El hombre
dedujo fácilmente que éste no era el padre del jovencito sino apenas un
muchacho, uno muy joven por el sonido agudo de su voz. Evidentemente el muchacho
no era de la aldea porque su riqueza se notaba en el manto finamente bordado
que cubría la túnica de plata. La espada que había herido al desconocido era
como éste no había visto nunca: un espadón, seguramente, pero excepcionalmente
fina y ligero, con centelleantes gemas rojas y azules incrustadas en la
empuñadura.
— Que él
no haya sido virgen no os daba derecho a tomarlo. Sí, es sabido que Jokwon es
generoso con sus favores — dijo el joven, y en voz más baja añadió— pero sólo
con quienes él elige. Él os acogió con hospitalidad y vos le pagasteis de la
manera más indigna. ¿ Cuál será el castigo, Jokwon? ¿Le
corto la cabeza, y la pongo a vuestros pies, o quizá ese órgano encogido que se
erguía tan orgulloso hace un momento entre vuestras piernas?
El hombre,
furioso, estalló:
— ¡Por eso
os arrancaré el corazón, muchacho!
Salieron
risitas de un grupo de espectadores que se habían reunido en el vano de la
puerta al oír los gritos. La cara del hombre desnudo se puso lívida de rabia.
Para aumentar su humillación, la risa del muchacho se unió a las demás.
Entonces,
para sorpresa de todos, Jokwon habló con in dignación.
— Hee, no
debierais reíros de él.
Las risas
cesaron y el joven le dirigió una mirada de desprecio.
— ¿Por
qué, Jokwon? El desconocido obviamente cree que es rival para mí. Yo, que
atravesé con la lanza mi primer jabalí cuando tenía nueve años, y que maté
cinco bandidos con mi padre cuando quisieron robar vuestra aldea Yo, que he tenido
una espada en la mano desde que aprendí a caminar, que he sido diligentemente
entrenado para los rigores de la guardia. Este violador cree que puede
arrancarme el corazón con ese juguete que tiene en la mano. ¡Miradla! Podrá ser
alto, sí, pero no es mas que un cobarde llorón.
Este
último insulto arrancó al hombre un rugido de furia y se abalanzó, cuchillo en
mano, el brazo levantado, decidido a cumplir su reciente amenaza. Pero el joven
no se había jactado sin motivo y se hizo a un lado con gracia y agilidad. Un
leve giro de la espada dejó una larga huella sangrienta en el pecho del hombre.
Esto fue seguido por un fuerte puntapié en su trasero ya lastimado.
— Quizá no
un cobarde, pero sin duda un patán chapucero — dijo el muchacho en tono burlón
cuando el hombre se estrelló contra la pared opuesta — ¿Habéis tenido bastante,
violador?
El
cuchillo cayó de la mano del hombre cuando chocó con la pared, pero él volvió a
tomarlo rápidamente y cargó de nuevo. Esta vez la larga hoja
de la espada cortó hábilmente desde la izquierda y el hombre miró furioso la X
perfectamente formada sobre la mitad superior de su pecho. Las heridas no eran
profundas pero bastaban para cubrirle el pecho y el abdomen con su propia
sangre pegajosa.
— Sólo
hacéis arañazos, muchacho — gruñó el hombre — . ¡Mi acero, aunque pequeño os
hará una herida mortal!
Como ahora
estaban separados nada más que por unos treinta centímetros, el hombre vio su
oportunidad y rápidamente se lanzó sobre el cuello delgado y blanco de su
enemigo. Pero el otro se hizo a un lado con la gracia de un matador que se
aparta del camino de un toro en embestida. El cuchillo del hombre cortó el aire
vacío y un segundo después fue arrancado de la mano con un fuerte golpe y cayó
en el suelo, fuera del alcance de su dueño.
El
desconocido quedó mirando a Jokwon, quien le devolvió la mirada sin compasión.
— ¡Tonto! Hee
sólo estaba jugando con vos.
El vio la
verdad de esas palabras y se puso visiblemente pálido. Y aunque lo enfurecía
ser tomado a broma por un simple muchacho, ahora temió por su vida. Se volvió y
rogó que el golpe mortal fuera rápido. No había misericordia en esos fríos ojos
que le miraron, y la carcajada que brotó de esos labios suaves, sensuales, le
heló la sangre,
— ¿Como os
llamáis?
— Donal.
Donald Gillie — respondió prestamente.
— ¿Y de
dónde venís?
—
Anglesey.
A la
mención del nombre, los ojos negros se entornaron.
— ¿Y
estuvisteis allí el año pasado, cuando los malditos vikingos atacaron la isla
de Gyeongsang?
— Sí, fue
horrible ver tanta carnicería y...
— ¡Callad!
No os pedí un relato de lo que hicieron
los bastardos. iSabed esto, Donald Gillie! Vuestra
vida está en las manos del doncell —el joven se volvió a Jokwon — . ¿Qué se
hará? ¿Terminaré ahora mismo sus días de violador?
— ¡No! —
exclamó Jokwon.
— ¿Deberé
entonces mutilarlo por lo que os ha hecho ? ¿ Cortarle un brazo? ¿Una pierna?
— ¡No!
¡No, Hee!
— ¡Es
menester hacer justicia ahora mismo, Jokwon! — dijo con impaciencia — Mi
justicia es menos severa que la de mi padre. Si hubiera sido él, lo habría
atravesado con un palo y dejado para que lo comieran los lobos. Yo he jugado,
sí, pero con mis propios ojos he visto su crimen y él tendrá que pagarlo.
Jokwon
alzó sus ojos grandes y llorosos. Donald Gillie permanecía con los hombros
caídos, aguardando su destino. La lisa frente del joven se arrugó sumida en
reflexiones y entonces los ojos negros se iluminaron con una solución.
— Yo
decidiré, entonces. ¿Aceptaríais al hombre por marido, Jokwon?
El
susurro, apenas audible, no tardó en venir.
— Sí.
—
¿Estáis de acuerdo, Donal Gillie? — los ojos negros lo traspasaron con
fiereza.
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El hombre
levantó la cabeza de golpe.
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— ¡Sí,
acepto! — dijo sin vacilar.
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— Entonces,
así sea. Os
casaréis — dijo en tono definitivo — . Habéis hecho un buen
negocio, Donald Gillie. Pero sabed esto, no podéis decir que sí hoy y negarlo
mañana. Si el jovencito sufriera algún daño, o si vos tuvierais la intención
de abandonarlo, no habrá un agujero lo bastante profundo para que os ocultéis
porque yo os encontraré y os quitaré la vida.
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El
hombre no pudo contener su alegría por haber recibido tan leve castigo.
— No haré daño al joven.
— Bien — dijo y fue hasta la puerta — . Vosotros
iros ahora. Ya habéis tenido vuestra diversión del día. Dejad que estos dos se
conozcan mejor. — Se volvió y dijo — Jokwon, lavadlo antes que regrese vuestro
padre. Tendréis mucho que explicar a ese buen hombre.
— Vuestro
propio padre realmente ha criado un hijo varón misericordioso, mí señor —dijo Donald Gillie.
El joven
rió abiertamente.
— Mi padre no tiene ningún hijo varón.
Donald
Gillie quedóse mirando la grácil figura que se alejaba. Después acudió a Jokwon
por una explicación.
— ¿Qué
quiso decir él?
Jokwon rió
de su confusión
—Fue el
joven señor Heechul no un varón quien os perdonó la vida.
Heechul
abrió la pesada y sólida puerta de roble y dejó que el sol de mediodía se
derramase dentro del penumbroso hall de la mansión. El hall de entrada estaba
vacío pero llegaban voces a través de las puertas dobles de la cámara de
recibir que estaba a la derecha. Heechul pudo oír a su joven medio hermano Jaejoong
y la cocinera que discutían las viandas de la comida de la noche. Jaejoong era
la última persona que Heechul quería ver ahora, o en cualquier momento, en
realidad. Sin embargo, especialmente ahora, cuando hacía tan poco que se había
caído de su yegua — maldita Gibok — y no se encontraba en mu y buenas
condiciones.
Sentía
doloridos todos los músculos de su región posterior y la breve pelea no le
había ayudado en nada. Había tenido que esforzarse para no hacer una mueca de
dolor cada vez que se movió en el interior de la cabaña de Jokwon.
Durante
esos pocos minutos fue realmente el hijo varón de su padre, no un frustrado jovencito
en este molesto cuerpo delicado. Su padre hubiera estada tan orgulloso como él
mismo.
Heechul
tuvo ganas de gritar de alivio cuando por fin abrió su puerta, y se detuvo sólo
para llamar a su sirvienta. Antes que tocara la almohada, Alane llegó corriendo
desde su propia habitación que estaba muy cerca, doblando la esquina del
pasillo. Alane ya no era joven pero no se le notaba demasiado. Su pelo rojo
hablaba de sus antepasados escoceses. En una época había sido de color
zanahoria pero ahora era de un anaranjado amarillento apagado. Sin embargo, sus
ojos brillaban de juventud, aunque no era tan vivaz como
antes y solía caer víctima de frecuentes y largas enfermedades en los meses de
invierno: entonces Heechul se convertía en el sirvienta y atendía a Alane. .
— ¡Oh, Heechul,
mi muchacho! — dijo Alane sin aliento, llevándose al pecho una mano flaca —.
Me alegro de veros regresar a tiempo. Sabéis que vuestro padre se enfada si
no tomáis vuestras lecciones con Janghoon.—
¡Maldito sea Janghoon
y todos los
suyos! — dijo Heechul, fastidiado — Y maldito sea
ese cochino jabalí tambi én!
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— Vaya,
hoy estabais de muy buen humor — dijo Alane, y rio por lo bajo
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— ¡Pues
ahora no lo estoy!
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— ¿Qué
provocó ese cambio?
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Heechul se
movió para sentarse, hizo una mueca y volvió a acostarse.
— ¡ Gibok,
esa vaca preñada! Tanto he entrenado a esa jaca y tiene el descaro de dejarse
asustar por un conejo. i Un conejo! ¡Nunca se lo perdonaré!
Alane rió
abiertamente.
— Deduzco
que esa briosa yegua os ha derribado y que vuestro orgullo está un poquito
herido.
— ¡Oh,
calla, mujer! No quiero escuchar tu charla. Necesito un baño... un baño
caliente para calmar estos huesos doloridos.
— Tendrá
que ser rápido, querido mío — replicó Alane sin ofenderse. Estaba muy
acostumbrada a los modales cambiantes de su joven señor— . Janghoon os espera
pronto.
— ¡Janghoon
puede esperar!
La gran
cámara de recepción de la planta baja era donde Heechul y Janghoon se
encontraban todas las tardes. Era así desde hacía casi un año, soportaba
las detestadas lecciones porque no tenía alternativa. Aprendía lo que le
enseñaban, pero por su propia voluntad, no porque su padre se lo ordenaba.
Janghoon
se puso de pie cuando entró en la estancia y le miró con expresión sombría en
sus claras facciones.
— Llegáis
tarde, joven Heechul.
— Debéis
perdonarme, Janghoon. Me apena haberos tenido esperando, cuando estoy seguro de
que tenéis cosas más importantes que hacer.
Las
facciones del alto escandinavo se suavizaron y sus ojos recorrieron la
habitación, mirando a todas partes menos a Heechul.
—
Tonterías. Nada hay nada mas importante que prepararos para vuestra vida y
vuestro hogar nuevo.
— Entonces
debemos comenzar inmediatamente para recuperar el tiempo que hemos perdido.
Para ser
justos, Heechul podía ser un joven señor cuando la situación lo exigía. Su tía Boah
se había ocupado de eso. Podía mostrarse gracioso y encantador, y usar sus
atractivos para lograr sus propósitos. No usaba muy a menudo a esta tretas,
pero cuando lo hacía todos los hombres quedaban rendidos a sus pies.
El baño
había ayudado algo, pero no lo suficiente para permitirle moverse con
facilidad. Heechul fue lentamente hasta una de las cuatro sillas parecidas a
tronos que estaban frente al enorme hogar y se reunió con Janghoon. El empezó
la lección donde la habían dejado el día anterior. Ahora comenzó a hablar en
noruego, que Heechul entendía porque ese idioma fue lo primero que Janghoon le
enseñó.
¿De veras
hacía menos de un año que recibieron las noticias de la isla
de Gyeongsang? Parecía mucho más tiempo. La noticia había sido un golpe tremendo
y frenó a todos de miedo. Fue dos días atrás que su padre envió por él y Ie
habló de la solución para su apurada situación. Heechul ni siquiera sabía que
se encontraban en apuros.
En su
mente veía claramente aquella reunión. Acababa de regresar de una cabalgata
matinal con Gibok, su yegua color gris plata, cuando le avisaron que su padre
quería verlo.
— Tendréis
que casaros con un jefe escandinavo, hijo — fueron las primeras palabras de
lord de su padre.
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