Acarició el pelo de Jaebum y lo
levantó para mirarle a la cara. Quería ver sus ojos y comprobar si había
conseguido espantar a ese demonio oscuro que habitaba dentro de él.
—Jaebum, mírame.
Él apoyó en el suelo los antebrazos y
abrió los ojos. Los párpados le pesaban, tenía el rostro de un hombre que había
saciado su lujuria. Su mirada ya no era gélida, pero había un brillo demoníaco
que no había desaparecido aún.
Jaebum tomó su cara entre las manos y
lo besó en la boca.
—No va a desaparecer sólo porque tú lo
quieras, Jinyoung.
—¿Y si...? ¿Y si no desaparece nunca?
Él le puso el dedo índice en los
labios para hacerle callar. Después se echó de lado y lo colocó de espaldas a
él, acurrucándose.
—Nunca te haré daño a ti, a Doyoung ni
a nadie de Goyang.
—Jaebum... Prométeme que no harás
ninguna estupidez.
Pero él sólo repitió lo que acababa de
decirle.
—Jaebum, no tengo ninguna duda al
respecto. Sé que nunca nos harías daño.
Él se quedó callado unos instantes
antes de hablar de nuevo.
—El rey Enrique necesita guerreros en
las fronteras.
En ese instante supo que Jaebum
volvería a marcharse para no volver nunca más a su lado. Apretó con fuerza los
labios. No podía creerlo. Le pidió con fervor a Dios que no se fuera.
Las lágrimas le atenazaron la garganta
y tuvo que hacer grandes esfuerzos para no llorar. Pero no lo consiguió.
—Pero, Jaebum, ¿qué voy a hacer?
—exclamó angustiado.
Él no dijo nada. Le limpió las
lagrimas con la mano y lo abrazó más fuerte.
—Jinyoung, mi amor, no me discutas
esto.
Jinyoung giró la cara sobre las mantas,
no iba a discutírselo esa noche. Estaba demasiado cansado y asustado como para
pensar con claridad.
Pero decidió que, al día siguiente,
cuando recuperaran a su pequeño Doyoung y volvieran a Goyang, conseguiría que Jaebum
razonara y cambiara de opinión.
Se levantaron temprano y emprendieron enseguida el camino. Encontraron a los guardias del rey casi a
mediodía. La decisión de seguir a Wrenhaven hasta que acamparan había sido
fácil. Jaebum no quería arriesgarse a que los secuestradores escaparan. Algo
que les habría resultado muy fácil a caballo.
Así que se mantuvieron a distancia
todo el tiempo para que no los vieran. De vez en cuando, uno de los guardias se
acercaba algo más al grupo para asegurarse de que el grupo de Wrenhaven no
dejaba el camino principal.
Estaba atardeciendo ya y de repente
comenzaron a oír voces a poca distancia y el ruido de los cascos de los
caballos sobre la gravilla. Jaebum levantó una mano para que Jinyoung y los
guardias se detuvieran.
Bajó de su caballo y lo guió hasta el
bosque a un lado del camino. Los otros hicieron lo mismo.
—¿Qué vamos a hacer? —le pregunto Jinyoung
en voz baja.
—De momento, no vamos a hacer nada. Tú
te quedas aquí con los guardias.
—¿Y tú?
Vio que estaba asustado. Sabía que no
debería haberle dicho que quería unirse a los soldados del rey, sobre todo
porque aún no había tomado una decisión al respecto. Desde entonces, cada vez
que se apartaba de su lado, Jinyoung temía que se fuera para siempre.
Creía que había hablado de más,
seguramente porque aún había estado demasiado aturdido tras su apasionado
encuentro.
Su intención había sido asegurarle que
ni él ni el niño sufrirían por su culpa y todo lo que había conseguido era que
su esposo fuera un manojo de nervios.
Se arrepintió de no haberlo dejado con
el rey Enrique. El monarca se habría encargado de custodiarlo hasta el castillo
de Goyang. Pero ya no podía cambiar las cosas y quería concentrarse en
solucionar aquello cuanto antes para poder volver a casa.
—Tengo que ir a explorar el camino.
Volveré pronto.
—¿Qué vas a buscar? Ya sabes que es el
grupo de Wrenhaven. ¿Qué más necesitas saber?
No quería perder el tiempo discutiendo
con él. Así que le dijo a un guardia que se encargara de que no se moviera de
allí.
Confiaba en él, pero no sabía qué
podía hacer. No quería que interfiriera en sus planes ni que se pusiera en
peligro de manera innecesaria.
Montó de nuevo y se dirigió hacia el
sonido de las voces cabalgando entre los árboles.
Vio gente al llegar a un claro y se
escondió tras unos arbustos. Como le había dicho el rey y después los guardias,
había sólo tres hombres además de Wrenhaven, dos mujeres y dos bebés.
Pensó en qué hacer. Sabía que
Wrenhaven sería una presa fácil. Estaba seguro de que era un hombre débil,
después de todo, estaba usando a un indefenso niño para conseguir sus propósitos.
Había identificado a los hombres
presentes, incluyendo a Marcus, el guardia al que había echado de Goyang. El
mismo canalla cobarde que había sido capaz de golpear y violar a la hija de Nichkhun.
Pensó en que le encantaría llevarse su
cadáver de vuelta a casa, para presentárselo a su fiel amigo corno regalo.
Creía que podía adentrarse en el claro
del bosque y atacar a los cuatro. Antes de que pudieran darse cuenta de que
estaban siendo atacados, tres estaría muertos y el último atado a un árbol.
El problema era que no podía arriesgar
la seguridad de Doyoung y Hyorin. No conocía a la otra mujer, pero estaba
seguro de que su familia la esperaría en algún lugar,
Se concentró entonces en estudiar el
campamento y sus alrededores para asegurarse de que Wrenhaven no tenía más
hombres escondidos por alguna parte.
Los nervios le habían encogido el
estómago y Jinyoung sólo podía pensar en Jaebum y esperar su regreso. Cada vez
estaba más alterado.
—Deberíamos ir a buscarlo —le dijo al
guardia que sujetaba las riendas de su caballo.
El hombre no dijo nada. Sólo negó con
la cabeza. Su indiferencia pudo con él.
—Puede que necesite nuestra ayuda.
El otro guardia sí que le habló.
—Mi señor, tranquilizaos. El conde de Goyang
dijo que iba a explorar la zona. No es como si se hubiera ido a una batalla.
Ellos no lo conocían como Jinyoung lo
hacía.
—Si ve a Osgood y los otros, los
atacará. Puede que esté herido. Puede que...
Pero no quería ni pensar en ello. Se
le llenaron los ojos de lágrimas imaginándose una cruenta escena.
—El conde está bien —intervino el otro
guardia—. No os preocupéis sin sentido.
—No puedes estar seguro de ello.
Podrían haberlo atacado y...
Un fuerte brazo agarró su cintura y lo
bajó del caballo, cortando sus palabras.
—¡Dios mío, Jinyoung! Tienes que
dejarlo ya.
Jaebum lo llevó en brazos a unos
metros de donde estaban los guardias. Después lo dejó en el suelo.
—Esto tiene que acabarse. Y ahora
mismo.
—No puedo hacerlo. No puedo controlar
el miedo. No es como apagar una vela... No desaparece con tanta facilidad.
—Te casaste con un caballero. Has
sabido desde pequeño lo que eso significa. Jinyoung, te educaron para
comportarte de otra manera en una situación como ésta.
—¿Qué? ¿Crees que me educaron para
aceptar que podrían matarte en cualquier momento o que podrías dejarme solo en Goyang
y no volver nunca? ¿Crees que me educaron para soportar tu ausencia durante
siete años, creerte muerto y, cuando por fin vuelves, perderte de nuevo?
—¡Déjalo ya! Y baja la voz.
—No —repuso dándole un golpe en el
pecho—. No voy a dejarlo. No voy a dejar de preocuparme por ti. Yo...
Interrumpió sus palabras tapándole la
boca con la palma de la mano.
Jaebum lo miraba con el ceño fruncido.
Una vena le temblaba en la sien, Jinyoung no pudo evitar notarlo.
Dentro de él, sabía que Jaebum tenía
razón. Le debía obediencia al rey, lo había jurado, y si éste necesitaba
hombres tenía que procurárselos, aunque eso significara que él también tuviera
que irse.
Pero le dolía que él se quisiera ir de
manera voluntaria. Nadie le había pedido que lo hiciera, era él quien se
ofrecía.
Tenía que conseguir convencerlo para
que no lo hiciera, pero se dio cuenta de que no iba a conseguir nada dejándose
llevar por los miedos y los nervios.
—¿Has acabado ya? —le preguntó Jaebum
entonces.
Cerró los ojos brevemente a modo de
respuesta. Entonces le quitó la mano que le amordazaba y lo abrazó contra su
torso.
—Jinyoung, hago lo que tengo que
hacer.
—No te importo —repuso.
—Me temo que me importas demasiado —lo
contradijo Jaebum besándolo en la cabeza—. ¿No crees que ha llegado el momento
de recoger a nuestro hijo?
—¿Está cerca?
—Sí, durmiendo plácidamente en los
brazos de Hyorin.
Se dio la vuelta para ir hacia allí,
pero él lo agarró antes de que diera el segundo paso.
—¿Adonde vas?
—A por Doyoung.
—Y ¿qué piensas hacer? ¿Llegar a su
campamento, tomarlo en tus brazos y salir de allí como si fuera lo más normal
del mundo? —dijo él con tono burlón.
Sabía que él estaba en lo cierto. Lo
suyo no era rescatar a nadie. No sabía ni por dónde empezar.
—¿Tienes tú una idea mejor? —le
preguntó algo más calmado.
Su marido lo miró con una media
sonrisa diabólica y un brillo en sus ojos le recordó que tenía un lado oscuro,
muy oscuro. Se esforzó en no inquietarse ante las muestras de esa malvada
bestia. Creía que sólo buscaba verlo asustado y no le daría esa satisfacción.
—Cuéntame tu plan —insistió con
seguridad.
—Entraremos en el campamento a pie, a
través del bosque y pillándolos así por sorpresa. Mientras yo me enfrento a
Wrenhaven, a ti te protegerán los guardias del rey hasta llegar tan cerca como
puedas de Hyorin y Doyoung.
—¿Crees que peleará?
—Eso espero —replicó él con otra
maliciosa mueca—. Pero, aunque no lo haga, quiero que te lleves a las mujeres y
a los niños tan lejos del campamento como sea posible. Tráelos aquí, toma los
caballos y te los llevas. ¿Lo harás por mí?
—Por supuesto.
—No, Jinyoung. Lo que quiero saber es
si cuidarás de los otros sin preocuparte por mí. No podemos dejar que corran
peligro sólo porque estás nervioso y algo indeciso.
Reflexionó un momento antes de
contestarle. Después rodeó su cuello con las manos y se acercó a su cara.
—Eres tú el que te preocupas
demasiado. No hay nadie más fuerte e invencible con la espada que mi esposo.
Jaebum sonrió al oír sus palabras y lo
besó apasionadamente.
—Recuerda, llévate a las mujeres y a
los bebés y no mires atrás.
—No miraré atrás —le prometió.
Volvieron con los guardias y ataron
los caballos a árboles. Después Jaebum les explicó su plan y los llevó hasta el
claro del bosque donde estaban los secuestradores.
Cuando llegaron allí, Jaebum sacó su
daga, esperó a que los otros dos lo hicieran también y, agarrándolo cerca de
él, les ordenó que se agacharan.
Estaban a punto de entrar en un
campamento enemigo para rescatar a su hijo. Habría muertes y peligro, pero no
tenía miedo. Había visto a Jaebum luchando y Osgood no era rival para él.
Jaebum agarró su barbilla y giró su
cara hacia un extremo del campamento. Vio a Hyorin sentada en el suelo y
apoyada en un árbol. Una mujer estaba a su lado con un bebé de pelo negro. Y
entre la capa de su comadrona asomaba su hijo.
Su corazón empezó a latir con fuerza,
estaba deseando abrazarlo.
—Sigue esta fila de arbustos hasta el
otro lado. Cuando nosotros tres entremos en el campamento, toma a las mujeres
contigo y vete —susurró Jaebum en su oído.
El asintió.
Jaebum tomó su mano y puso allí su
daga. Sacudió con fuerza la cabeza. No quería su arma, no quería tener que
usarla.
—Llévatela —le ordenó él—. Y úsala si
la necesitas.
No le gustaba nada tener que hacerlo,
pero asintió y la agarró.
—Ahora vete. Os alcanzaré en cuanto
pueda.
Algo en su voz le heló la sangre. Se
preguntó si lo alcanzaría de camino a Goyang o si aprovecharía la ocasión para
irse de allí. Quizá por eso la quería lejos del campamento.
—He dicho que te vayas. No le falles a
Doyoung, ¿me oyes?
Se le llenaron los ojos de lágrimas.
—No me iré de Goyang hasta que vea que
el castillo está seguro. Te alcanzaré, Jinyoung.
Sus palabras no lo consolaron, pero
asintió.
Avanzó al lado de la fila de arbustos
tan deprisa como pudo. Sabía que tenía que rescatar a las mujeres y volver a
donde estaban los caballos antes de que anocheciera.
Usaba la daga de Jaebum para abrirse
camino entre la maleza. Se detuvo para mirar entre las ramas. Cuatro o cinco
pasos más y estaría justo detrás de Hyorin. Fue hasta allí y encontró un lugar
donde esconderse y ver lo que pasaba.
No tuvo que esperar mucho.
Jaebum entró en el campamento con los
dos guardias del rey detrás de él.
—Wrenhaven, vengo a por mi hijo
—anunció con voz atronadora.
Uno de los hombres de Osgood fue a por
él y Jinyoung no pudo evitar hacer una mueca al ver lo rápido que Jaebum lo
aniquilaba.
Los guardias del rey se separaron en
direcciones opuestas. Pretendían colocarse entre él y Osgood. Era el momento de
actuar.
Se abrió paso con la daga y se
escondió detrás del árbol. Cuando estuvo lo bastante cerca, pinchó ligeramente
a Hyorin con la daga para atraer su atención. La comadrona se sobresaltó, eso
despertó a Doyoung y Osgood miró hacia allí.
Los guardias del rey peleaban entonces
con sir Cedric y Marcus. Salió de su escondite deprisa y se acercó a Hyorin.
—Levántate deprisa, tenemos que irnos
—dijo mientras tomaba el brazo de la otra mujer—. Tú también vienes con nosotros.
—No voy a ningún sitio con vos
—replicó la joven zafándose de manera violenta.
—No tengo tiempo para discutir, venga.
—¡Vete ya! —le gritó Jaebum con fuerza
desde el otro lado del campamento.
No sabía qué hacer, así que le colocó
la espada en el cuello a la mujer.
—Tengo que obedecer a mi esposo.
—Y yo al mío —repuso la joven mientras
miraba a Marcus.
—¡Vete ya! —le gritó Jaebum de nuevo.
Su indecisión estaba distrayendo a su
esposo, así que dejó allí a la joven y miró a Hyorin.
—¿Estás lista?
La mujer asintió y la siguió entre los
arbustos.
Pocos metros después, se paró y dio
media vuelta.
—Yo sujetaré a Doyoung —le dijo.
—No, vos lleváis la espada, mi señor.
Dejad que me encargue del niño por ahora —contestó mientras le destapaba la
cabeza al pequeño—. Está bien, no ha sufrido nada.
Aquello le alivió, pero quería abrazar
a su hijo, no aguantaba más.
Pero un grito en el campamento lo dejó
helado. Se dio media vuelta y siguió corriendo con la comadrona. Sabía que
alguien los estaba siguiendo. Oía los pasos.
—¡Volved aquí! —gritó alguien.
Se le encogió el corazón. Era sir
Cedric. Le hizo un gesto a Hyorin para que la adelantara y se giró para
defenderlos de ese hombre si se acercaba más.
Él estaba desarmado y se rió al ver su
daga.
—Vuestra daga de juguete no va a
serviros de nada —dijo el hombre sacando pecho.
—Volved con vuestro amo, Cedric —le
ordenó mientras sujetaba con firmeza el arma frente a su cuerpo.
—No volveré sin vos —repuso él riendo
mientras intentaba agarrarle la daga—. Mi señor quiere tener cerca a su hijo y
a su esposo.
—No soy su esposo y lo mataré si
intenta quitarme a Doyoung.
Cedric intentó agarrar de nuevo el
arma y Jinyoung cerró un ojo y apuñaló con fuerza su mano.
—¡Prostituto! —gritó él—. Pagaréis por
esto.
Antes de que pudiera reaccionar, Hyorin
se acercó a él desde atrás, agarró con fuerza las manos de Jinyoung y las
empujó hacia delante.
Los ojos de Cedric se ensancharon por
la conmoción de sentir el puñal en su pecho. Después, cayó al suelo.
Soltó la daga de su cuerpo y dio un
paso atrás. Estaba horrorizado.
Hyorin recogió a Doyoung del suelo,
donde lo había dejado antes de asistir a su señor.
—Lord, ¿nos vamos?
Alargó la mano para recoger la daga,
pero cambió de opinión. No sabía qué habría hecho Jaebum en su lugar. Lo
intentó de nuevo, pero no lo hizo.
Hyorin lo apartó con un pequeño
empujón, pisó el estómago del hombre y tiró con fuerza de la daga. Después
limpió un lado y otro del filo en las ropas de Cedric.
—Ya rezaremos después por él —le dijo mientras
le devolvía la daga.
Estaba estupefacto. Pero no había
tiempo para nada de eso. Tenían que volver con los caballos.
Poco después escucharon un ruido en
los arbustos. Echaron a correr.
Una era cosa enfrentarse a un hombre
desarmado, pero a ninguno de las dos les gustaban los animales salvajes.
Ése fue su gran error. Pararon exhaustos
poco después y se dio cuenta de que no sabía dónde estaba.
—¿Nos hemos perdido? —le preguntó Hyorin.
Suspirando, la comadrona se abrió la
capa, tomó a Doyoung y se lo entregó.
—Será mejor que hagamos un cambio.
Le alegró no tener que sujetar la daga
y poder abrazar a su hijo.
—Gracias —le dijo agradecido.
—Mi señor, estoy segura de que
conseguiréis sacarnos de aquí —dijo mirando el cielo que empezaba a oscurecer—.
Pero no será hasta mañana.
Jaebum miró los caballos. Seguían
atados donde los habían dejado. Maldijo en voz alta.
Wrenhaven y su guardia habían muerto,
pero sir Cedric había conseguido escapar. Ese hombre estaba en algún sitio de
ese bosque, donde también debían de estar su esposo y su hijo.
No entendía qué había pasado, pero se
hacía de noche y estaba preocupado.
—Acamparemos aquí.
Los guardias reales desmontaron los
caballos que habían sacado del campamento de Wrenhaven, después ayudaron a
bajarse a la mujer con el niño.
Él tiró de Marcus y éste cayó al suelo
desde el caballo. Estaba atado de manos y pies. Los guardias lo ataron a un
árbol. Después hicieron lo mismo con la mujer.
—Espero que vuestra mujerzuela haya
muerto —le dijo ella al pasar a su lado.
Pero él estaba seguro de que Jinyoung
no estaba muerto. Estaría perdido, pero no muerto.
No iba a permitir que eso sucediera.
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