Jinyoung se despertó asustado. Algo,
un sonido o un olor, lo había despertado de su profundo sueño en el frío suelo.
Se dio media vuelta, abrió los ojos y
se encontró con el hocico de un caballo. La bestia parecía estar a punto de
darle un lametazo.
Tardó unos segundos, pero reconoció al
caballo. Había acariciado muchas veces la estrella blanca que tenía entre los
ojos. Se suponía que Júpiter era el gran corcel de todo un caballero, pero el
buen caballo era manso como un perro y cariñoso como un gato.
Acarició su hocico.
—Si me muerdes, no te daré más
manzanas —le advirtió.
El caballo resopló a modo de
respuesta.
—Dime algo, esposo, ¿me desobedeces a
propósito o sólo por diversión?
Levantó la vista mientras Jaebum se
inclinaba sobre el cuello de Júpiter para hablarle. Se sentía muy aliviado al
verlo sano y salvo.
—Me alegro, pensé que lo hacías con
malicia —dijo Jaebum bajándose del caballo y levantándolo entre sus brazos con
facilidad—. Joven, me has dado un susto de muerte.
—Hombre, no te creo —repuso imitando
su forma de hablar.
—¿Hombre? ¿Qué pasa con «mi señor»?
—Lo mismo te digo —contestó riendo.
—¿Limpiaste al menos la sangre de mi
daga antes de irte a dormir?
—Yo no, pero Hyorin sí que lo hizo.
—Muchas gracias —le dijo a la
comadrona.
—Entonces, encontraste a Cedric, ¿no?
—Sí, encontré su cuerpo. Pero me
resultó muy difícil imaginarme a mi frágil esposo matando a un hombre.
Hyorin se echó a reír.
—Ya veo... No fue tu mano la que
empujó la daga en el pecho de ese hombre.
—No exactamente... —confesó.
—Pensé que el joven señor no podría encontrar
el blanco con los ojos cerrados, así que decidí guiarle las manos —contó la
comadrona.
Jaebum miró a su esposo.
—¿Dirigiste el arma hacia un hombre y
cerraste los ojos?
—No, no los dos, mi señor. Sólo uno de
sus ojos. Fue pura suerte que fuera capaz de darle en la mano.
Estaba furioso. Se había esforzado
mucho para seguir sus órdenes y asegurarse de que Doyoung estuviera a salvo. No
podía soportar que esos dos se burlaran de él.
—Eso explica por qué estáis aquí en
vez de ir ya a medio camino hacia Goyang. Con un ojo cerrado, seguro que
estuvisteis andando en círculos —comentó Jaebum.
Sabía que eran sólo bromas, pero había
algo más en su tono de voz que lo ofendía.
—No anduve con un ojo cerrado. Nos
perdimos cuando echamos a correr después de oír un ruido.
—Estás alterado. Da de comer al niño y
nos vamos —le dijo él soltándolo.
—¿Alterado?
No se sentía alterado. Se sentía
cansado, sucio, hambriento, preocupado por el futuro de su matrimonio y harto
de que le dieran órdenes.
—Jinyoung, no... —le advirtió Jaebum.
Ignoró su amenaza y lo agarró por la
muñeca.
—Jaebum, no soy un niño al que puedas
dar órdenes ni un joven débil al que tengas que tratar con cuidado. No me gusta
que bromees a mi costa como lo has hecho.
Él bajó la mirada hacia su vientre.
—Y mi actual condición no es la
culpable de cómo me siento.
Jaebum liberó su muñeca y fue hasta
donde estaba Hyorin.
—Da de comer al niño.
—¡Déjalo ya! Lord Goyang, te lo estoy
advirtiendo.
—¿Advertirme qué? ¿Que eres un poco
insoportable por las mañanas? ¡Ya lo sabía! —replicó él dándose la vuelta y
acercándose de manera amenazadora a él.
—No me intimidas, así que apártate —le
dijo mientras agarraba los cordones de su chaleco de piel—. Escucha, mi señor,
y escúchame bien. Soy tu esposo, no tu criado. Y, a no ser que estemos en
peligro, no voy a aceptar tus órdenes sin más.
—Sólo te he dicho que le des de mamar
al niño —repuso él casi gruñendo.
—No, me lo has ordenado. ¿Es que ni
siquiera notas cómo cambia tu tono de voz? ¿O es que la ira que hay dentro de ti
ruge con tanta fuerza que no puedes oír nada más?
—¡Déjalo ya, Jinyoung! —lo interrumpió
él agarrando sus brazos.
—No, no quiero.
Jaebum lo aferró con más fuerza aún y Jinyoung
se contuvo para no mostrar dolor en su rostro.
—Te juro que, a pesar de que me
ordenaste que no te llevara la contraria en esto, intentaré convencerte hasta
que consiga mis propósitos. Así que será mejor que te acostumbres a verme así
de insoportable. Y ahora suéltame para que pueda alimentar a nuestro hijo.
Jaebum lo soltó deprisa y él fue hasta
donde estaba Hyorin. La mujer estaba atónita, pero asintió en silencio para
darle su apoyo.
Aprovechó el momento para estudiar a
su esposo. No podía creer que él pensara que iba a dejar que se fuera sin
luchar.
No iba a ponérselo fácil, le haría la
vida imposible hasta que consiguiera convencerlo. Jaebum no se iba a ir a
ninguna parte. Estaba dispuesto a encerrarlo en una torre si llegaba a ser
necesario.
El niño terminó, ya podían irse. No
iba a ser un viaje agradable, pero estaba deseando volver a Goyang.
Hyorin se acercó a por el niño, pero Jaebum
llegó primero.
—¿Puedo?
—Por supuesto —repuso entregándole a Doyoung
con cuidado.
Pero el niño comenzó a llorar
desesperadamente. Se puso en pie deprisa, alertado por la extraña reacción del
pequeño.
No le preocupaba Doyoung, no estaba en
peligro, pero sí el rostro de dolor de Jaebum.
—Cariño, él percibe que estás
enfadado, eso es todo —le dijo para tranquilizarlo.
—Me tiene miedo —repuso Jaebum
haciendo ademán de entregarle el niño a la comadrona.
Pero Jinyoung apartó a Hyorin y le
colocó el niño en su fuerte hombro, acariciándole la mejilla mientras le
susurraba para que dejara de llorar.
—Precioso, no pasa nada... No tiene
miedo de ti. Es que no le gusta verte furioso.
—Eso no lo sabes.
Era verdad, pero decidió que mentiría
si así conseguía tranquilizarlo.
—Claro que lo sé. Lo he parido y sé lo
que siente. Yo detesto verte así y a él le pasa lo mismo.
Jaebum pareció aceptar su ridícula
lógica y cerró los ojos. Respiró profundamente y comenzó a susurrarle palabras
tranquilizadoras a Doyoung.
El pequeño fue calmándose poco a poco
y Jaebum dio vueltas con él en brazos.
Unos minutos más tarde, se lo entregó
a la comadrona.
—Está dormido —le dijo a la mujer.
Miró a su esposo. Ya no había ira en
sus ojos, pero sí una estremecedora expresión de dolor.
Jaebum subió a Hyorin al caballo y
tomó las riendas. Él andaba a su lado.
Tomó la mano de su esposo y trenzó sus
dedos con los suyos. Dio gracias al cielo cuando él apretó su mano y no la
soltó.
Pero después le habló sin siquiera
mirarlo.
—Llévame la contraria todo lo que
quieras, no cambiará nada.
Un par de horas después llegaron al
camino donde los esperaban los guardias del rey Enrique. Jinyoung miró a los
dos prisioneros que tenían atados a un árbol.
—¿Qué piensas hacer con Marcus?
—Voy a entregárselo a Nichkhun —repuso
Jaebum.
—¿Estás seguro de que eso es lo mejor?
—No me digas qué hacer con mis hombres
—replicó él de mala manera.
Ya había previsto que le contestara
así y no lo ofendió.
—Lo que quería decir es que, como
señor del castillo, es a ti a quien te corresponde impartir justicia.
—¿Ahora crees que tienes que
recordarme cuáles son mis responsabilidades?
—No, Jaebum, no es eso. Lo que digo es
que no sé si merece la pena renunciar a tu derecho como señor de Goyang solo
para que Nichkhun pueda vengar a su hija.
Jaebum se quedó pensativo un instante.
—No hay necesidad de hacerle un
juicio. Marcus ya se encargó de decirle a todo el mundo cuáles eran sus
intenciones y después presumió de ello. Ya se le ha declarado culpable. Sólo
falta que se le imponga el correspondiente castigo.
—Y, ¿por qué tiene que ser Nichkhun el
que se encargue de ajusticiarlo?
—Si alguien atacara a Doyoung, ¿no
querrías que matara a ese canalla?
Sabía que tenía parte de razón. Pero,
aun así, creía que era el señor de Goyang el que debía hacerlo, no un simple
guardia. Decidió, no obstante, no alargar la discusión.
—¿Y qué pasa con su esposa y su hijo?
—Puede que seas tú el que deba decidir
qué pasa con ellos, como joven señor de Goyang que eres.
—¿Cómo? ¿Quieres que Nichkhun se
encargue de Marcus y que yo decidida qué hacer con su familia?
—No parece justo, ¿verdad?
—No.
Jaebum se encogió de hombros. Lo hacía
muy a menudo.
—Entonces, tendrás que superar esa
injusticia y tomar una decisión.
Lo fulminó con la mirada. Después se
dio media vuelta y se alejó. Estaba jugando con él.
Jaebum corrió tras él y lo agarró para
que se detuviera.
—Lo siento, Jinyoung. Perdona. Esa mujer
tiene familia en Chester. Vamos a dejarlo allí.
Furioso, le golpeó en el brazo con el
puño y fue hasta uno de los caballos.
El viaje de vuelta a Goyang no tuvo
más incidentes. Una parte de él sufría por esa joven pareja. Era cierto que
Marcus se había buscado ese final, pero estaba convencido de que lord Wrenhaven
y Wonpil lo habían convencido ofreciéndole riquezas.
Había hablado con su esposa. Al
principio, la mujer había estado hosca con él, pero después se abrió y le contó
que Marcus había sido guardia de Wrenhaven desde los trece años.
Quizás se hubiera convertido en
alguien distinto si hubiera tenido a otro señor, pero ya nunca podrían saberlo.
Todo lo que sabía Jinyoung era que el guardia quería a su hijo y a su esposa.
Pero se acercaban ya a Goyang y la
suerte de ese joven estaba echada.
Fueron directamente a casa de Nichkhun
y Suzy. El guardia salió a recibirlos, vio a Marcus y tiró de sus cuerdas para
desmontarlo de golpe.
—Pensé que te gustaría el regalo que
te he traído, Nichkhun —le dijo Jaebum.
—Así es, mi señor —repuso el hombre
desenfundando la espada.
Le dio una patada a Marcus y dio
vueltas a su alrededor mientras lo miraba con desprecio.
Jaebum le pidió a los guardias del rey
Enrique que mantuvieran a los aldeanos a cierta distancia.
Creía que Nichkhun atravesaría el
pecho del joven en cualquier momento, pero no lo hizo. Dirigió el filo a su
cinto y lo cortó. Después abrió sus pantalones.
Jinyoung miró aterrado a Jaebum, no
podía creerse que su esposo fuera a permitir que Nichkhun torturara a Marcus de
esa manera. El joven no paraba de llorar.
—¡Jaebum, no! —gritó mientras bajaba
de su caballo.
Pero éste ya había desenvainado la
espada.
—¡Ya basta! —le ordenó a Nichkhun.
Antes de que Jaebum pudiera detener la
horrible tortura, Hawise salió corriendo de la cabaña con una daga en la mano.
Fue hasta el prisionero y la hundió en su pecho, arrebatándole a su padre su
derecho a vengarla.
Le temblaban las piernas. Jaebum tuvo
que sujetarlo por la cintura.
—Encargaos de llevar el cuerpo a su
mujer para que lo entierre. Después, podéis volver con el rey —les dijo Jaebum
a los guardias—. ¿Puedes cabalgar? —le preguntó.
—Aún no. Dame un minuto.
—No, tengo que irme de aquí ahora —repuso
él tomándolo en brazos.
—Puedo andar, déjame en el suelo.
Pero él negó con la cabeza y siguió
subiendo hacia la fortaleza. Hyorin iba tras ellos con el niño.
Apoyó la mejilla en su fuerte hombro,
desde allí podía percibir la fuerza con la que Jaebum apretaba la mandíbula.
—Jaebum, mírame —le pidió.
Pero él lo ignoró.
—Mírame —repitió mientras trataba de
girar su rostro.
Viendo que no iba a dejar de insistir,
Jaebum lo miró finalmente.
Se estremeció al ver que sus ojos
estaban húmedos y que, aun así, seguían llenos de ira y odio.
—Jaebum, hiciste lo que creías justo.
—Nichkhun ha estado a punto de
torturar a ese joven con mi permiso y consentimiento.
—No sabías que iba a pasar eso.
—Debería habérmelo imaginado. Es lo
que haría yo si violaran a alguien de mi familia.
—¿Es que eres Dios y ahora lo tienes
que saber todo?
—No, pero soy el señor de este
castillo y mi responsabilidad es encargarme de impartir justicia en Goyang. ¿No
fue eso lo que me dijiste?
—Intentaste detenerlo, sé que no
habrías dejado que cortara a Marcus en pedazos. Pero Hawise se te adelantó, eso
es todo.
—Si no hubiera escuchado tu grito
horrorizado, me habría quedado allí mirando cómo lo torturaba.
—No, Jaebum, eso no es verdad. Ni tú
mismo lo crees así.
Él no contestó.
—Jaebum, todo será distinto mañana por
la mañana —le dijo con toda la convicción que pudo reunir—. Ya verás. Necesitas
comer y descansar. Mañana todo será mejor.
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