Jinyoung mordió un dátil mientras
observaba a Jaebum. Estaba sentado en la cama con las piernas extendidas frente
a él. Tenía las manos sobre las rodillas.
No entendía muy bien qué estaba
haciendo, pero se dio cuenta de que su respiración se había pausado y su
expresión se endurecía. Era como una máscara irreconocible.
Si eso era lo que necesitaba hacer
para prepararse, se quedaría callado y dejaría que se preparara en paz.
Después abrió los ojos, que estaban
encendidos por la ira. Se puso en pie y comenzó a estirarse. Empezó con la
espalda y siguió con brazos, piernas y cuello. Cuando terminó, estaba cubierto
de sudor.
Sonó un tambor en alguna parte del
campamento. Miró a su esposo, pero él ya no estaba allí. Su cuerpo estaba en la
tienda, pero su mente y su espíritu estaban en algún otro sitio.
Le dio la impresión de que ese lado
oscuro de Jaebum estaba deseando entrar en combate. Parecía estar poseído por
algo animal.
Se dio cuenta de que a eso se había
referido el hermano Daniel.
Se apartó de él. Le preocupaba el
bienestar de su marido en la pelea, pero también le inquietaba lo que iba a
pasar con él después de aquello.
No había amanecido del todo cuando un
esclavo llegó a avisarlos de que los combatientes tenían que ir hasta la pista
que habían preparado a tal efecto.
Jinyoung se colocó a un lado con otros
dos jóvenes. Se imaginó que eran los esposos de los otros dos hombres.
—Soy Jinyoung, el esposo de Jaebum
—susurró.
El joven a su lado le contestó.
—Soy Mark, casado con Jackson.
—Y yo Junbi. Yugyeom y yo acabamos de
casarnos —intervino el más joven de los tres.
Se quedaron en silencio cuando dos guardias
se colocaron tras ellos. Jinyoung podía ver de reojo cómo Junbi miraba a su
alrededor y estudiaba los caminos y colinas.
—Tiene que haber una manera de salir
de aquí —comentó en voz alta.
—Sólo si vuestros hombres sobreviven
—contestó Aryth detrás de él—. Y eso no creo que ocurra. Deberíais pensar que
acabaréis uniéndoos a mi hogar.
—¿A vuestro hogar? —preguntó Junbi.
—Sí —repuso Aryth contemplando al
joven—. Tengo en casa una buena provisión de disciplinados jóvenes que viven en
mis aposentos.
—¿Y para qué usáis esa provisión?
—preguntó él antes de que pudiera morderse la lengua.
—¿Para qué puede usarse una pareja si
no es para hundirse entre sus piernas?
Apretó los labios y se contuvo para no
responderle.
—A las parejas de mi casa se les entrena
bien para que den placer a los hombres. Ese entrenamiento puede que ser un poco
complicado al principio. Algunos han llegado a morir —les dijo mientras los
miraba con atención—. Pero vosotros tres parecéis jóvenes y fuertes. Seguro que
en cuanto os acostumbréis a mis métodos estaréis deseando compartir lecho
conmigo.
Le entraron ganas de vomitar. Respiró
profundamente para calmarse e ignorar sus amenazas.
Vio algo de movimiento al otro lado de
la pradera. Eran Jaebum y sus amigos.
Al verlos, no le extrañó que el amo de
Aryth apresara a esos hombres para que fueran sus esclavos. Ni le extrañaba que
quisiera recuperarlos.
Eran hombres en su máxima expresión.
El sol brillaba en su reluciente piel, resaltando los músculos de sus torsos y
brazos. No sabía si llevaban aceite o brillaban por culpa del sudor, pero le
hubiera encantado poder descubrirlo.
—¡Madre mía! —susurró Junbi a su lado.
Tuvo que morderse la lengua para no
hablar y darle la razón.
Sin dejar de mirar la pista de lucha
que habían preparado, Jaebum le habló a sus dos compañeros.
—¿Es hoy un buen día para morir?
Los dos respondieron como siempre lo
habían hecho.
—No, este día es para vivir.
—Entonces moriremos otro día. Porque
hoy vamos a ganar.
El corazón le latía con fuerza y
apenas podía respirar normalmente.
Los tres calentaron sus músculos,
flexionando los bíceps y expandiendo sus torsos. Eran como animales en una
exhibición de fuerza ante cualquier enemigo que pudiera estar acechándolos.
Individualmente, eran hombres formidables. Juntos, eran invencibles.
Y si Aryth no se había dado cuenta aún
de ello, creía que ése era el día para demostrárselo.
No necesitaron acordar nada. Cada uno
sabía cuál era su papel en la batalla que estaba a punto de comenzar. Tenían
años de experiencia a sus espaldas.
Cruzaron el prado y se detuvieron en
el centro, formando un círculo con sus espaldas tocándose y de cara al
exterior. Jackson levantó su espada y la agitó como si estuviera reclamando ya
la aparición de sus enemigos.
Desde donde estaba, podía ver a Aryth
y a los tres jóvenes a su lado. Al otro lado estaban las tiendas. Vio cómo
aquel tirano silbaba. Diez luchadores salieron de esas tiendas con sus espadas
en alto.
No pudo evitar sonreír. Nunca le
habían vencido con una espada y no iba a pasar ese día.
Dio un paso adelante y se deshizo del
primero en cuestión de segundos. Un giro y un único movimiento con la espada
fue todo lo que necesitó para acabar con el segundo. La sangre salpicó su
cuerpo. El demonio de su interior estaba dominándolo por completo y disfrutando
con las muertes.
Esperaba que Dios lo perdonara, pero
esa vez no iba a intentar controlar a esa bestia porque ella era lo único que
iba a mantenerlo con vida.
Jayant atacaba en ese instante a Jackson.
Después giró y golpeó su espada. Notó la sacudida del metal por todo su brazo,
recordándole que era una lucha por la supervivencia.
El que había sido su amigo parecía
estar metiéndole prisa.
—Matadme, hermano, ayudadme a que
termine todo esto de una vez por todas —le susurró Jayant.
No había tiempo para dudar ni pensar.
Hizo lo que le pedía aquel hombre que había sido su amigo. Se le hizo un nudo
en la garganta al verlo caer al suelo y se preguntó si sería más fácil morir
que vivir.
Los cuatro hombres de Aryth que habían
sobrevivido esos primeros minutos se reagruparon a un extremo de la pista. Jackson,
Yugyeom y él volvieron a formar un círculo y contaron las bajas. Eran segundos
para recuperar el aliento y confirmar que los tres estaban bien.
Se atrevió a mirar a las parejas.
Estaban pálidos, pero se mantenían en pie, hombro con hombro y con las manos
unidas para darse fuerza. Iban a necesitarla porque aquello no había hecho más
que empezar.
Aryth silbó de nuevo y otros cinco
hombres salieron de las tiendas. Yugyeom rió al ver las armas que portaban los
nuevos. Llevaban una cadena en una mano y un látigo en la otra.
Apareció entre ellos Wonpil. Al llegar
a la pista, se alejó de los hombres de Aryth y caminó hacia los que habían sido
sus amigos.
—¡Matad al traidor! —gritó Aryth.
—No dejará que me vaya nunca —les dijo
el recién llegado—. No puedo volver a esa vida. Prefiero luchar a vuestro lado
que contra vosotros.
Aunque era difícil de creer que Wonpil
hubiera tardado tanto en darse cuenta de la vida que le esperaba, Jaebum tenía
la impresión de que ese hombre no les iba a tender una trampa.
—Supongo que mejoran nuestras
probabilidades si somos uno más —dijo encogiéndose de hombros.
—Volveos contra nosotros, y os
cortaré el cuello —añadió Jackson.
Wonpil asintió.
—Preferiría morir de esa manera.
Abrieron el círculo para que entrara
también Wonpil.
Al ver los hombres de Aryth
acercándoseles, Yugyeom y Jackson tiraron sus espadas al suelo y salieron del
círculo.
Wonpil y él se quedaron espalda contra
espalda en medio de la pista y desenfundaron sus dagas.
—Si nos traicionáis ahora, moriréis, Wonpil
—le susurró entre dientes.
—Voy a morir de todas formas, prefiero
hacerlo con algo de honor.
—¿Preparado? —preguntó mientras
presionaba con fuerza la espalda contra la de su compañero.
Iban a luchar como un solo hombre,
usando sólo el contacto de sus espaldas para comunicarse y saber qué debían
hacer.
Cuando Wonpil le golpeaba con su
omóplato izquierdo era señal de que el luchador le estaba atacando con el brazo
derecho y viceversa. Así conseguían actuar como un solo hombre, moviéndose a la
vez y luchando contra los enemigos que los rodeaban. Eran un solo hombre con
cuatro brazos y cuatro espadas.
Mientras luchaba, era consciente a
medias de lo que pasaba a su alrededor. Escuchó el sonido de huesos rotos y la
carcajada de Jackson.
Después vio cómo Yugyeom agarraba el
látigo de un hombre y lo arrastraba por el suelo. Sabía lo que iba a pasar a
continuación, su compañero le rompería el cuello a ese pobre diablo.
El filo de una espada le dio en el
brazo. Entrecerró los ojos y mató de una sola puñalada al que lo había herido.
Le quemaba el brazo, pero era más
fuerte la bestia que habitaba en su interior. No había soñado con vencer ese
día y que no lo hirieran, pero no había esperado que sucediera tan pronto.
—¡Atrás! —gritó Wonpil mientras
apretaba contra él la espalda.
Dio un paso adelante medio segundo
antes de que un cuerpo cayera a sus pies.
Fue entonces cuando un látigo le
alcanzó en el muslo, rompiendo sus pantalones y dañándole la piel. El dolor era
casi insoportable y lo peor de todo era que ese hombre estaba fuera de su
alcance. Pero Jackson se encargó de él, golpeándolo en el cuello y haciendo que
se ahogara en su propia sangre.
Sólo quedaban en la pista dos hombres
de Aryth cuando éste silbó de nuevo.
Los cuatro oyeron entonces el sonido
de caballos al galope. Miraron hacia las colinas y vieron al menos una veintena
de hombres bajando por ellas a caballo.
Jackson y Yugyeom recuperaron sus
espadas. Los cuatro se reagruparon en el centro. Yugyeom maldijo entre dientes.
Wonpil gruñó. Jackson repitió con fuerza su lema. Era un día para vivir, no
para morir.
Él miró a su esposo. Necesitaban un
milagro, pero no creía que Dios fuera a proteger a hombres como ellos. Su única
esperanza era que fueran ellos cuatro los que provocaran el milagro.
«Ten fe, Jinyoung. Es todo lo que
tenemos», rezó sin dejar de mirarlo.
Aryth se acercó a sus esposos. No
podía oír lo que les estaba diciendo, pero estaba seguro que de su boca sólo
salían amenazas e insultos. Se detuvo tras el esposo de Yugyeom, Junbi, le dijo
algo al oído, lo empujó y lo pisó. Su esposo apenas pudo controlarse.
Aryth se apartó y el joven se puso en
pie, colocándose entre los otros dos esposos. Fue un alivio porque no podían
permitirse el lujo de perder la concentración ahora que los jinetes se les
acercaban.
Los cuatro estaban en tensión.
Apretaba y aflojaba continuamente las empuñaduras de sus espadas. Wonpil
maldecía entre dientes. Los otros gruñían.
Escuchó entonces el grito de Jinyoung.
—¡Mirad! ¡Dios mío, mirad!
Apuntaba a la colina que estaba detrás
de él. Se giró y vio a un grupo de al menos cincuenta hombres en la cima de esa
colina. A la cabeza del destacamento ondeaba un pendón rojo. El que llevaba la
bandera se giró para bajar por el camino y fue entonces cuando distinguió en la
enseña el león que representaba a las fuerzas del rey Enrique.
Yugyeom rompió el círculo y fue hacia
donde estaban sus esposos.
—¡Deteneos! —gritó Aryth a sus
jinetes. Éstos se detuvieron a unos pocos metros de donde se encontraban los
cuatro hombres.
Miró a las parejas. Mark, el esposo de
Jackson, había caído al suelo. Yugyeom abrazaba a su pareja.
—¡Jaebum! —gritó Jinyoung antes de
caer al suelo al lado de Mark.
Fue hacia él y Jackson también corrió
al encuentro de su esposo.
Wonpil se dirigió hacia las tiendas,
pero uno de los hombres de Aryth lo alcanzó por detrás. Se giró al oír el
gemido. Al menos Wonpil había muerto con el poco honor que le quedaba.
El rey Enrique y sus hombres entraron
en el campamento.
Ayudó a Jinyoung para que se levantara
del suelo, después lo alejó un poco del resto de la gente. Dejó que fueran Yugyeom
y Jackson los que se encargaran de hablar con el rey.
Aún estaba muy agitado. Su corazón
amenazaba con salírsele del pecho. Lo abrazó con fuerza.
Jinyoung enterró en su torso la cara y
se echó a llorar mientras farfullaba palabras que no lograba entender. Lo
último que quería en ese momento era hablar con él.
La bestia no había visto satisfecha
del todo su ansia de sangre ese día y, si no podía matar a nadie más, tenía que
dirigir esa lujuria en otra dirección.
Le pasó las manos por el pelo y lo
besó.
Jinyoung dio un pasó atrás, parecía
haberle sorprendido la intensidad del beso. Pero él lo sujetó con fuerza. Con
una mano asía su cabeza y con la otra su cadera.
Jaebum parecía estar poseído. Lo
besaba con tanta fuerza que lo dejó sin respiración. Jinyoung había estado
seguro de que iba a quedarse viudo ese día. En ese instante y entre sus brazos,
se dejó llevar por la arrebatada pasión de su esposo. Pero ése no era el lugar
y tampoco eran maneras.
Se apartó de él intentando recuperar
el aliento.
—Jaebum, ahora no. Más tarde
podemos...
Pero él le interrumpió con otro beso.
Le habría resultado fácil dejarse llevar. Su corazón y su cuerpo querían
sucumbir a esa pasión, pero su parte más racional se negaba.
Estaban en medio del campamento y
rodeados de gente. Jaebum acariciaba con sensualidad su cadera. La mano se
deslizó hacia arriba y la metió en su camisa para acariciarle y jugar con su
endurecido pezón.
Empujó su torso para apartarlo, pero
así sólo consiguió encenderlo más. Él también lo deseaba, pero no tanto como
para dejarse llevar por la pasión.
Escuchó el sonido de un caballo
acercándose y lo empujó de nuevo.
En ese instante, el jinete llegó a su
lado y se detuvo.
—¡Goyang!
Jaebum lo soltó despacio, lo miraba
como si no supiera qué hacía allí, por qué estaba en sus brazos. El se arregló
y se puso de rodillas.
—Mi señor.
Jaebum se giró y miró al que lo había
llamado, era el rey Enrique. Hizo una reverencia y tomó después su codo.
El rey estudió a Jaebum unos instantes
y después sacudió la cabeza. Quizá pensara también que la conducta de su esposo
era algo extraña, pero el monarca no dijo nada al respecto.
—Goyang, parece que vuestro mensaje me
llegó justo a tiempo.
Jaebum no dijo nada, sólo asintió. El
rey miró por encima de su hombro y Jinyoung hizo lo mismo para ver qué estaba
observando. Algunos soldados del rey estaban obligando a Aryth y a sus secuaces
a levantar el campamento. Lo hacían amenazándolos con sus espadas.
—¿Se van? —preguntó sin poder
controlarse.
—Ese hombre saldrá de Inglaterra para
no volver nunca —le aseguró el monarca.
No pudo evitar suspirar aliviado.
—Goyang, veo que os han herido.
¿Estáis lo suficientemente bien como para viajar?
Miró a su esposo. Su conducta no le
había dejado tiempo para observarlo con detenimiento. Había un profundo tajo en
su muslo que no dejaba de sangrar. Estaba claro que tendrían que curarlo. Los
cortes de sus brazos se curarían poco a poco con el tiempo y la ayuda de
pomadas balsámicas.
—Sí, estoy lo bastante bien para
viajar. ¿Por qué?
—Me alegra que os encontréis con
fuerzas porque dos de mis hombres se han quedado a un día y medio a caballo de
distancia. Están vigilando a un grupo de personas que os puede interesar.
Se acercó para no perderse ni una
palabra de lo que el rey tenía que decirles. Esperaba que se tratara de Doyoung
y que fueran buenas noticias.
—¿Sí? —preguntó Jaebum sin mucho
interés.
—Hay cuatro hombres y dos mujeres.
Parece que tienen dos bebés con ellos. Cuando nos los encontramos en el camino,
una de las mujeres estaba intentando dar de comer a uno de ellos, pero el
pequeño parecía negarse. Incluso con la ayuda de otra mujer mayor, el bebé no
cooperaba.
—¡Son Doyoung y Hyorin! —exclamó
extasiado mientras agarraba la mano de Jaebum.
—Puede que sean ellos.
No entendía qué le pasaba. Lo miraba
pero no lo reconocía. No podía creer que no reaccionara de alguna manera ante
tan importantes noticias.
Jaebum lo miró. Sus ojos eran fríos e
impasibles. Se estremeció.
—Necesitaremos un caballo más.
Enrique asintió y miró al campamento
que se estaba desmantelando poco a poco.
—Viendo el número de cuerpos en el
prado, me imagino que habrá más de un caballo sin jinete. Tomad el que queráis.
El rey Enrique tomó de nuevo las
riendas y azuzó al caballo.
—Mis guardias estarán vigilando al
grupo del que os he hablado. Enviádmelos de vuelta cuando ya no los necesitéis
—les dijo antes de alejarse.
Jaebum esperó a que el rey se fuera
para hablar.
—No voy a necesitar a vuestros hombres
—murmuró.
Su tono helado congeló también su
corazón.
No podía creer lo que ese combate
había hecho con su querido esposo.
Su fuego era la única luz en medio de
la oscura noche. Era pequeño, pero suficiente para calentar a Jinyoung después
de que se diera un baño en un arroyo cercano.
Jaebum estaba sentado frente a él,
al otro lado del fuego. Estaba apoyado en un árbol y tenía los ojos cerrados.
Pero era obvio que no estaba dormido, su cuerpo parecía demasiado tenso.
Le preocupaba el corte de su pierna.
Quería saber si había dejado ya de sangrar. Uno de los guardias del rey les
había dado aguja e hilo, pero Jaebum se había negado a que lo curara.
Se acercó más al fuego e intentó de
nuevo coser la parte delantera de su camisa. No había tenido mucha suerte, pero
sí que había conseguido pincharse el pecho cada vez que lo intentaba. Le sería
más sencillo hacerlo si se quitaba la prenda, pero temía que pasaran por allí
otros viajeros.
Cuando terminó, apareció otro problema
más grave. No tenía nada que hacer. Jaebum apenas le había dirigido la palabra
hasta que llegaron a ese claro del bosque y, después, lo poco que le había
dicho habían sido sólo órdenes.
Los últimos días habían sido un
infierno, pero Jaebum no parecía entender cuánto lo necesitaba y hasta qué
punto quería que lo abrazara.
Estaba enfadado consigo mismo por no
tener el valor de decirle lo que quería y necesitaba.
Creía que al menos una parte de Jaebum
también necesitaba estar con él. También había sufrido mucho y no entendía por
qué se empeñaba en estar solo y en silencio.
Estaba tan desesperado que quería
ponerse a gritar.
—Acuéstate ya, Jinyoung.
Ni siquiera abrió los ojos para
hablarle. Sólo era una orden más.
Estaba harto, no iba a soportarlo más.
Se puso en pie y se acercó a él.
—Me acostaré, pero no voy a hacerlo
solo.
Jaebum levantó las cejas, pero no dijo
nada.
Cayó de rodillas a su lado.
—Jaebum, por favor, te necesito.
—No tengo nada que darte —repuso él
apretando con fuerza los puños—. Acuéstate.
No lo entendía. Claro que tenía mucho
que darle. Le parecía que estaba diciendo tonterías. Se acercó más a él y puso
una mano en su brazo. Él hizo una mueca de dolor.
—Jaebum, háblame.
—No hay nada que decir —contestó él
sacudiendo la cabeza.
Su grave y serio tono de voz estaba
consiguiendo asustarle. Pero tenía que superarlo. No estaba dispuesto a dejar
que le intimidara.
Desesperado, le quitó a Jaebum la mano
que apoyaba en su rodilla y se abrazó contra su torso.
—No pienso irme a ninguna parte.
Quédate aquí sentado y no digas nada. No hagas nada, no me importa.
Jaebum gruñó, después lo apretó con
fuerza contra su pecho.
—Estás tentando al diablo, Jinyoung.
—No le tengo miedo.
—Pues deberías temerlo.
Antes de que supiera qué iba a hacer Jaebum,
se encontró tumbado boca arriba en el suelo y con él encima. Sostenía su cara
entre las manos y le miraba con intensidad. Había mucho dolor e ira en sus
ojos. Ese día había luchado contra espadas y látigos, pero la peor batalla
parecía estar teniéndola consigo mismo.
Su rostro era de piedra.
—Pídeme que te suelte —gruñó Jaebum.
Pero no pensaba hacerlo.
—No, no me sueltes —le dijo mientras
se aferraba a sus hombros—. No me asustas, Jaebum.
—Entonces, eres tonto.
Lo besó con una crudeza inusitada. Se
quedó sin aliento, no había experimentado nunca nada igual.
Pero su cuerpo reaccionó a esa manera
de hacerle el amor. Era como si su corazón y toda él entendieran lo que no
podía decirle con palabras. Aunque no se lo confesara, Jaebum necesitaba su
ayuda para exorcizar a la bestia que llevaba dentro.
Eso le dio esperanza y la fuerza que necesitaba
en esos momentos. Aunque aquello parecía tener más que ver con la lujuria que
con el amor, estaban casados y él estaba más que dispuesto a ayudarle a liberar
la ira que lo consumía.
Acarició su espalda. Todo él estaba en
tensión. Deslizó las manos bajó el cinturón de sus pantalones y masajeó sus
cansados músculos.
Jaebum arqueó contra él sus caderas
sin dejar de besarlo. Le mordisqueó los labios y esa sensación hizo que
perdiera el control. Gimió, esperando pillarlo con la guardia baja. Tuvo suerte,
Jaebum lo soltó un momento y aprovechó la ocasión para empujarlo y hacerle
girar sobre el suelo.
Con una carcajada maliciosa, se sentó
a horcajadas sobre él. Cuando Jaebum intentó agarrarlo, golpeó su mano y
sacudió la cabeza.
—No. Puedes hacer lo que quieras, pero
primero me toca a mí...
Se incorporó ligeramente, y comenzó
inició a desvestirse.
No le costó desatarle el cordón del
chaleco de piel y él se mostró cooperador a la hora de levantarse lo suficiente
como para que pudiera quitárselo. Después lo empujó de nuevo contra el suelo y
se inclinó sobre él.
Le lamió el borde de los labios y se
detuvo allí unos instantes antes de cubrir de besos su mandíbula y su cuello.
Se distrajo con los latidos de su corazón, los podía sentir fuertes y rápidos
contra sus labios.
Habían estado casados tres años antes
de que él desapareciera. Ya entonces, había sido consciente de que a ambos les
gustaba hacer el amor tanto como al otro, pero no conocía el cuerpo de Jaebum y
sus reacciones tan bien como él el suyo.
Le parecía injusto y estaba dispuesto
a ponerle remedio en ese momento.
Siguió besándole el cuello y subió
hasta los lóbulos de sus orejas. Jaebum se estremeció, pero no le pareció que
fuera una de sus zonas más sensibles.
Quería conseguir que temblara de deseo.
Quería tocarlo y acariciarlo de tal manera que perdiera el control igual que Jaebum
conseguía hacer con él. Creía que así conseguiría dejar de lado la malvada
bestia que estaba devorando su alma.
Fue bajando poco a poco por su cuerpo.
Acarició con su pecho el torso de Jaebum.
Jaebum cerró los ojos y contuvo el
aliento antes de soltarlo en forma de gemido. Eso le dio ánimos para seguir
adelante. Le mordisqueó sus diminutos pezones y después los lamió despacio.
Después siguió la oscura línea de
vello que bajaba desde el centro de su abdomen. Bajó un poco más con cuidado de
no apoyarse en el muslo que se había dañado en la pelea. Apoyado en las manos,
lo acarició de nuevo.
Abarcaba su erección, tensa y cálida
bajo sus pantalones. Jaebum gimió de nuevo y aprovechó para mirarlo a la cara.
No parecía dispuesto a sufrir esos tormentos durante mucho más tiempo.
Le mandó que se callara, igual que
hacía Jaebum con él muchas veces. Después recorrió con la lengua el camino de
vello que bajaba desde su estómago. Esa vez se detuvo al llegar al pantalón y
comenzó a tirar de los cordones con sus dientes.
No le costó soltarlo. Le bajó la
prenda y tuvo mucho cuidado para no rozar la herida del muslo. Las vendas
estaban empapadas en sangre. Las tocó con cuidado.
—No me duele, está bien.
Las palabras de Jaebum le recordaron
que no debía distraerse con la herida. Ya tendría después tiempo para
preocuparse por el estado de su muslo.
En ese instante, lo que le interesaba
más que nada era descubrir cuánto tiempo aguantaría Jaebum sin exigir tomar las
riendas de la situación. Aquello se había convertido en un peligroso y sensual
juego que estaba emborrachándole de sensaciones. Apenas podía esperar a que él se
enterrara en su interior.
Pero tenía que ser paciente. Se
inclinó sobre él y tomó en sus manos el miembro erecto de su esposo, que creció
aún más firme entre sus dedos. Miró a Jaebum de arriba abajo y se concentró en
sus ojos, encendidos por el deseo y algo más que no reconocía.
Volvió a concentrarse entonces en su
erección y se inclinó más para saborear el extremo de la misma. Lamió
delicadamente esa parte. Sintió cómo Jaebum se estremecía y sus caderas se
sacudían ligeramente, sabía que no iba a detenerlo. Con su movimiento
involuntario, se había adentrado aún más en su boca. Lo tomó entonces por
entero y comenzó a mover rítmicamente los labios sobre la suave piel que cubría
su miembro.
Notó de reojo cómo Jaebum hacía puños
con las manos y se tensaba. Jugó con él hasta que oyó que jadeaba y luchaba
para respirar con normalidad. Parecía no querer perder el control, pero estaba
decidido a conseguir que se abandonara por completo ante él. Apretó los labios
a su alrededor y se deslizó aún más lentamente. Lo hizo una y otra vez hasta
que Jaebum maldijo en voz alta.
Lo miró entonces. Jaebum lo miraba con
el ceño fruncido y pura lujuria en su mirada. Esa vez, cuando él lo agarró por
los hombros fue incapaz de detenerlo. Lo tomó por debajo de los hombros hasta
dejarlo boca arriba en el suelo sin mucho esfuerzo.
Jinyoung lo miraba con una sonrisa
triunfadora.
Sin una palabra, Jaebum le separó las
piernas y se arrodilló entre ellas. Después apoyó las palmas en el suelo a la
altura de sus hombros y lo penetró con fuerza. Fue una suerte que estuviera más
que listo para recibirlo porque su embestida fue brutal. Se le borró la sonrisa
de la cara y se agarró a los hombros de su esposo al notar que estaba a punto
de alcanzar el clímax.
No podía creer que todo estuviera
sucediendo tan rápidamente.
—¡Oh, Jaebum! —gimió.
El brillo salvaje en sus ojos debería
haberle servido de advertencia, pero estaba demasiado embriagado por el deseo
como para interpretar su diabólica sonrisa.
Jaebum se incorporó. Jinyoung, aturdido,
intentó abrazarlo para que siguiera con aquello, pero él le apartó las manos.
—Ahora me toca a mí —le dijo Jaebum.
Se sentía frustrado, pero no tenía
control sobre la situación. El aliento de Jaebum le quemaba en el oído. Lo besó
en el hombro y recorrió con su lengua todo su cuello. Él siguió más abajo y,
sin pensar en lo que hacía, enredó los dedos en el pelo de su marido. Pero Jaebum
lo agarró por las muñecas y las sujetó con fuerza mientras chupaba y mordía su
pecho.
No eran caricias dulces y tiernas. Él
le empujaba conscientemente hasta el precipicio, hasta el borde mismo de su
clímax, para después dejarlo a medias en el último momento.
Se había creído en control de esa
batalla, pero se dio cuenta en ese instante de que había estado equivocado.
Jaebum se deslizó por su cuerpo
dejando un tórrido rastro de deseo y urgencia.
Le soltó las muñecas, levantó una de
sus piernas y, muy despacio, comenzó a besarle y acariciarle con sensualidad
desde el tobillo. El placer era exquisito. Apenas pudo soportarlo cuando llegó
a la sensible piel de su muslo.
Estaba a punto de estallar. Cerró los
ojos y se agarró el pelo, desesperado por llegar al final. Pero no quería
hacerlo sin él dentro.
—Jaebum, por favor.
—Mírame.
Su orden no dejaba lugar a dudas,
debía ser cumplida. Abrió los ojos y lo miró. No podía dejar de hacerlo, su
rostro era la expresión física de la lujuria.
Jaebum continuó con sus caricias y
besos, acercándose peligrosamente a su centro máximo de placer. Y sin dejar de
mirarlo ni un momento. No podía respirar, no podía dejar de temblar
imaginándose lo que iba a pasar.
Le bastó con un roce, un beso, para
que todo su mundo estallará en mil estrellas de colores y su cuerpo se
sacudiera con violencia mientras gritaba el nombre de ese hombre.
Jaebum entonces se deslizó en su
interior. Los dos estaban en llamas. Lo besó apasionadamente mientras lo
atenazaba en un fuerte abrazo.
Deseoso de ser un solo cuerpo con el
hombre que lo llenaba de forma tan perfecta, comenzó a moverse con su mismo
ritmo hasta que un grito lo partió en dos en el mismo momento en el que él
alcanzaba también el final.
Jaebum cayó rendido sobre él. Sus
pechos palpitaban por el gran esfuerzo. Sus corazones latían al unísono.
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