Ignoraba cómo lo había logrado pero
tampoco le pidió una explicación, dada su precaria situación.
Era suficiente
saber que, tras estar tambaleándose en el aire, temiendo hasta respirar
mientras luchaba con el primer tablón, él había conseguido abrir la ventana
seis centímetros para concluir la operación rápidamente.
Su brazo sólido y la fuerza decidida de
su mano lo tranquilizaron. En nada de tiempo, el resto del cristal quedó al
descubierto. Solo le quedaba reunir valor para saltar dentro de la casa.
Debería haber sido fácil. Lo hubiera
sido de no haberse dado cuenta de que la escalera estaba demasiado a la izquierda
de la ventana. Medio metro lo separaba de la seguridad y atravesar esa
distancia le parecía tan imposible como intentar saltar el Gran Cañón.
Kim Yesung percibió su inseguridad.
—No ha llegado tan lejos para asustarse
ahora. Deje de atemorizarse y siga.
El sudor empapaba su cuerpo.
—No puedo hacerlo —aseguró con voz
temblorosa observando el abismo que los separaba.
—Tiene que poder. Se ha metido solo en
este lío y, como soy casi un inútil en esta silla de ruedas, va a tener que
salir de él solo. Así que deje de respirar tan deprisa, agarre un extremo del
marco de la ventana y salte al alféizar. No es nada.
—¿Está loco? ¡En ese alféizar apenas
cabe una gaviota!
Kim Yesung lo miró. Era la clase de
mirada que probablemente haría que sus subordinados corrieran a obedecer sus
órdenes, pero como lo único que hizo fue devolverle una mirada de terror, él
perdió los nervios.
—Justo lo que el médico me había
recomendado para una rápida recuperación: cincuenta y seis kilos de joven
catatónico subido en una escalera a seis metros del suelo a la espera de que lo
rescate Superman.
Soltando su mano desapareció de su vista
repentinamente, y por un segundo terrible, creyó que iba a dejar zanjado el
asunto abandonándolo a merced de las avispas. Desde algún lugar dentro de la
habitación escuchó un resoplido y una retahíla de tacos que, a pesar del
pánico, hizo que le dolieran los oídos.
Después volvió a aparecer, pero aquella
vez vio la mitad superior de su cuerpo también, además de la cabeza y los
hombros.
—De acuerdo. Intentémoslo otra vez.
—No. No puedo. Tengo demasiado miedo.
—Seré amable con su perro si no se
asusta ahora —aseguró en su tono supuestamente más persuasivo—. No le usaré
como diana la próxima vez que me apetezca disparar con el rifle que Jongjin
guarda bajo la cama. Ni le diré a nadie que lo sorprendí jugueteando con mis
calzoncillos.
—Es usted un hombre horrible —gimoteó.
—¿Qué demonios quiere de mí? —rugió
volviendo a su habitual actitud agresiva—. ¿Un vaso de sangre? ¿Un kilo de
carne? No puedo mantener esta postura indefinidamente.
Debía de haberse levantado de la silla
para erguirse apoyando su peso en un brazo, mientras le tendía el otro.
El sudor que cubría su rostro
atestiguaba el esfuerzo que le suponía y le hizo avergonzarse de su cobardía.
—De acuerdo, usted gana —accedió
débilmente. Depositó un pie en el alféizar y se arrojó sobre él.
Se raspó los nudillos y las rodillas
contra las maderas y se golpeó la cabeza con la escalera al pasar, pero apenas
notó el dolor por el alivio de sentir cómo él lo agarraba de la camiseta y
tiraba de ella para ponerlo a salvo.
—¡Ay! —gritó aterrizando a sus pies—.
¡Muchas gracias! Le debo una por esto.
Él resopló y se hundió como un saco de
patatas en la silla de ruedas y la giró hacia el salón.
—No, por favor. Lo último que necesito
es otro de sus favores. No merece la pena.
—No le hará daño mostrar un poco de
gratitud —replicó levantándose y yendo tras él— La mayoría de la gente estaría
contenta de poder abrir sus ventanas en lugar de vivir en un lugar tan oscuro
como una cueva.
—Por si no lo ha notado no soy como la
mayoría de la gente. Si lo fuera, habría resuelto el problema yo mismo, en
lugar de tener que recurrir a los servicios de un joven con vértigo —señaló él
colocándose frente a uno de los armarios de la cocina y sacando una botella de
whisky—. Necesito beber algo y supongo que usted también.
—¿A esta hora de la mañana? —protestó—.
Apenas bebo...
—Puede ahorrarse el sermón sobre los
males de la bebida. Me emborracharé cuando me apetezca y ahora me apetece.
Abrió la boca para decirle que ahogar
las penas en alcohol no las hacía desaparecer, pero después se lo pensó mejor
al ver una palidez grisácea bajo su bronceado. Le tembló la mano al abrir la
botella.
Movido por una compasión nacida en otro
tiempo en el que también había sido de incapaz de aliviar el sufrimiento ajeno,
le tomó la mano y le quitó la botella.
—Permítame —pidió tranquilamente y llenó
medio vaso de whisky.
Él se lo bebió de un trago, mantuvo el
vaso entre las manos y se recostó en la silla con los ojos cerrados. Resolvió
que tenía un rostro bastante bello que reflejaba su personalidad, incluso más
de lo que él podía imaginar.
Percibió fuerza en la línea de su
mandíbula, risa en el abanico de arrugas del contorno de sus ojos, pasión y
disciplina en la curva de su boca. No era un bebedor. Mostraba demasiado
orgullo para semejante exceso.
—Puede marcharse cuando quiera —informó
sin mover un músculo—. No voy a hacer eso tan aceptable socialmente de invitarlo
a tomar un café.
—Entonces me invitaré yo solo —replicó
y, sin esperar su permiso, llenó la cafetera y la puso en el fuego—. ¿Cómo lo
toma?
—Solo, muchas gracias.
Se encogió de hombros e inspeccionó el
interior del frigorífico. Además de un trozo de queso, un par de huevos, un
cartón de leche abierto, algo de pan y los restos de algo que debía de haber
sido carne, estaba vacía.
Olió la leche e inmediatamente deseó no
haberlo hecho.
—Esta leche caducó hace una semana,
señor Kim.
—Lo sé —afirmó y, cuando se volvió para
mirarlo, comprobó que lo observaba con malicia—. La guardé a propósito, solo
por el placer de verle cara cuando metiera la nariz en otra parcela de mi vida.
¿Le gustaría probar el jamón también, ya que se pone?
Vació la leche en el fregadero y tiró el
jamón a la basura.
—Quien le hace la compra está haciendo
mal su trabajo. Pero, como había pensado ir a Sukira´s cove más tarde, puedo
pararme en la tienda y comprarle algunas cosas si quiere.
—¿Qué parte de la frase «Métete en tus
asuntos» es la que no entiende? ¿Qué tengo que hacer para dejar claro que soy
capaz de hacer la compra yo solo? ¿Cómo puedo hacerlo entender que puede tomar
su caridad y meterla donde quiera, porque ni quiero ni necesito su ayuda?
Se tomó los insultos como lo que eran:
un amargo resentimiento por verse atrapado en una silla de ruedas. Cuando le
ocurrió a Eric, reaccionó del mismo modo y tardó meses en aceptar cómo iba a
ser su vida a partir de entonces.
—Sé lo difícil que debe de resultarle
esto, señor Kim, y en absoluto quise ofenderlo.
—A no ser que haya estado donde estoy yo
ahora, no tiene ni idea de cómo me siento.
Fregó y secó el plato donde había estado
el jamón, lo guardó y preparó el café.
—Pues lo sé. Mi marido...
—Vaya, tiene un marido. En ese caso,
¿por qué no corre a atenderlo en lugar de deshacerse en atenciones
conmigo?
—Porque está muerto —respondió.
La sorpresa y quizá la vergüenza
borraron la sonrisa del rostro de Kim Yesung.
—Demonios —murmuró mirándose las manos—.
Lo siento. Debe de ser duro. Es bastante joven para ser viudo.
Se secó los nudillos heridos con
cuidado, dobló el trapo sobre la encimera y se dispuso a marcharse.
—No estoy buscando su compasión más de
lo que usted busca la mía, señor Kim. Pero hágame caso, la gente puede
adaptarse y se adapta, si se lo propone. Pero por supuesto, si solo les
interesa regodearse en la autocompasión también pueden hacerlo, aunque por qué
les resulta una alternativa interesante me desconcierta, porque debe de ser una
tarea muy solitaria. Buenos días.
—¡Espere!
Estaba casi en la puerta cuando lo
detuvo.
—¿Me llamaba? —preguntó con dulzura.
—¿Es profesor, por casualidad?
—No es asunto suyo, pero no. ¿Por qué lo
pregunta?
—Porque habla como un profesor.
—Ya. ¿Quiere algo más, señor Kim?
—Sí —contestó irritado—. Deja de
llamarme señor Kim de ese modo prepotente. Me llamo Yesung.
—¡Qué amable! ¿Algo más, Yesung?
Dio una palmada en el brazo de la silla
y miró hacia el techo como invocando a la divina providencia para que lo
salvara de sí mismo.
—Voy a arrepentirme de esto después
—afirmó y volvió a mirarlo—. Como ya has preparado ese dichoso café, puedes
quedarte a tomar una taza. Hay una lata de leche en el armario, si quieres.
—Eres muy amable, pero acabo de recordar
que Melo está fuera y no quiero que ande merodeando por la isla solo.
—Entonces entra con el perro. No es la
primera vez que se siente como en casa aquí.
—¡Bendito sea! —exclamó incapaz de
ocultar el placer de haber obtenido una concesión de él—. ¿Cómo podría rechazar
tan amable oferta?
Esperó a que el café estuviera servido
para decir algo. Ryeowook se había sentado en el sofá y Melo estaba olisqueando
al lado de la silla.
—¿Hace mucho que... estás solo?
—Solo dos años.
—Lo que dijiste sobre entender cómo me
sentía en esta silla... ¿estaba tu marido...?
—Sí, la mayor parte de sus tres últimos
años de vida.
—Me volvería loco si me quedara así
tanto tiempo —aseguró.
—Es asombroso lo que se puede aceptar
cuando no se tiene elección.
—Yo no. No voy a permitir que nada ni
nadie controle mi vida, especialmente un puñado de doctores que no saben de lo
que hablan. Según ellos, debería conformarme con estar vivo y tener las dos
piernas y no preocuparme por volver a caminar otra vez. ¡Pero les daré una
lección! Se necesita más que un fallo en la estructura de una plataforma
petrolífera para tenerme atado a una silla de ruedas para el resto de mi vida.
¡Qué vida tan peligrosa llevaba! Había
visto reportajes y documentales sobre las plataformas petrolíferas en alta mar.
Le habían parecido inhóspitas.
—Deduzco que sufrió un accidente
—intervino.
—Puede llamarse así. Me quedé atrapado
bajo una viga de acero y tuve unos problemillas para liberarme.
Como estaba tan decidido a tratar un
accidente casi mortal como algo sin grandes consecuencias, le pareció
inteligente responder del mismo modo.
—No hay duda de que, con un poco de
suerte y buena voluntad, algunas personas se recuperan extraordinariamente. ¿Te
sirvo más café antes de marcharme?
—¿Ya te vas? ¿Por qué? ¿Hay un incendio?
Si antes no hubiera intentado con tanto
interés librarse de él, habría creído que quería que se quedara un poco más.
—No hay incendios. Más bien al
contrario. Quiero llevar a Melo a nadar antes de que suba la marea.
Al oír su nombre, el perro se irguió
entusiasmado con un zapato en la boca.
—Si me lo permites, necesita unas
cuantas lecciones sobre obediencia —aseguró Yesung agarrando el zapato y
colocándolo bajo la mesa, después miró hacia su taza antes de que Melo la
volcara con la cola—. Está descontrolado. ¡Tranquilízate, estúpido!
—No es más que un cachorro —replicó Ryeowook
a la defensiva—. Aún está aprendiendo y tengo que tener paciencia.
—¡Paciencia! ¡Ya ha aprendido muy bien
cómo dominarte! Si te dedicaras a hacer que se comportara y mantuviera sus
dientes lejos de la propiedad ajena tanto como a meter las narices en los
asuntos que no te incumben, serías mejor recibido y él también. Es demasiado
grande para ir trotando por ahí de esa manera.
—La tregua fue bonita mientras duró,
pero está claro que ha terminado así que nos largaremos antes de que nos eches.
Gracias por el café. Vamos, Melo.
—Bueno... gracias por lo que hiciste,
con los tablones y todo eso.
Parecía que le estaban arrancando los
dientes sin anestesia, ¡parecía tan afligido! Pero le disculpó porque sabía que
su orgullo estaba tan malherido como su pierna. Cualquiera podría darse cuenta
de que Kim Yesung no estaba acostumbrado a estar incapacitado y no podía
soportar que un joven desempeñara un trabajo que él consideraba de hombres.
—De nada. Gracias por rescatarme
—respondió él.
—Fue lo único que se me ocurrió para librarme
de ti.
La sonrisa que acompañaba al comentario
transformó su rostro. Le devolvió la sonrisa.
—Haremos un trato. Prometo no molestarte
más si aceptas llamarme cuando necesites ayuda.
—¿Y cómo propones que lo haga?
—Ata una toalla o algo a un poste del
porche para que pueda verlo desde mi casa.
Yesung se mordió el labio pensativo,
después se encogió de hombros y extendió la mano.
—Parece un trato desigual, pero si solo
se necesita eso para mantener la paz...
Como parecía que tenía cierta aversión a
tocarlo más de lo necesario, esperaba que su apretón de manos fuera breve e
impersonal. Pero cuando él le vio los nudillos raspados se los frotó con el
pulgar.
—Te has herido. ¿Tienes algo para evitar
que se infecte?
—Sí.
La preocupación de Yesung, aunque impersonal,
hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas. Él también lo notó.
—¿Tanto te duele, Ryeowook? —preguntó
malinterpretando la razón de su aflicción.
—Es que no estoy acostumbrado a que
nadie se preocupe por mí, suele ser al revés.
Levantando la mirada lo sometió a un
breve pero intenso examen antes de soltarle la mano y girar la silla hacia la
puerta.
—Entonces ponte unas tiritas en las
heridas y cuídate un poco para variar. Ya has perdido bastante tiempo conmigo
hoy.
Sintió que lo seguía con la mirada por
el camino. Antes de subir los escalones del porche de su casa, se volvió y
comprobó que él se había quedado en el porche. Cuando lo vio girarse lo saludó
con la mano. Hizo lo mismo y fue como si se encendiera una pequeña llama en el
desierto frío y vacío que había sido su corazón durante tanto tiempo.
Aquel gesto sencillo marcó la tendencia
de los días siguientes. Cuando se veían de lejos se saludaban con la mano, un
acuerdo tácito que implicaba una preocupación mutua y cautelosa.
Una vez le vio sentado al volante de la
lancha de Jongjin cruzando la franja de agua que separaba la isla de Sukira´s
Cove. Otra vez lo vio subiendo por la rampa desde la playa. Pero aunque el
instinto le llamaba a correr para asegurarse de que podía arreglárselas solo,
cumplió su trato y se mantuvo a distancia.
La ola de calor se suavizó hasta una
temperatura más típica de primeros de julio, con unas noches frescas y unas
mañanas con neblina blanquecina. Los días de vacaciones hicieron efecto y Ryeowook
encontró la sensación de satisfacción y de paz interior que durante tiempo
había estado ausente.
Pasaba las tardes sentado en el porche
en una silla de madera que su abuelo había hecho hacía años mirando cómo salían
las estrellas. Cada mañana temprano dejaba un rastro de pisadas por la arena de
la orilla del mar.
Su piel adquirió un cierto bronceado y
engordó un par de kilos, de modo que sus brazos y piernas no parecían tan
delgados. Dormía como un bebé y redescubrió una serenidad de espíritu que creía
haber perdido para siempre.
A veces pensaba que podría vivir así
eternamente, escondido, en compañía de Melo y con las águilas calvas y las
ballenas como testigos de sus idas y venidas. Pero nada duraba para siempre. El
tiempo y la vida seguían. Se producían cambios.
Para él empezaron la mañana en que salió
y encontró unas almejas frescas al pie de la escalera del porche. No se había
molestado en dejar una nota, pero supo que había sido Yesung quien las había
llevado, aunque no podía imaginar cómo había conseguido llegar hasta allí.
Esperó hasta que lo vio montarse en la
barca y después se acercó para dejar pan recién hecho fuera de su casa.
Así establecieron otra tenue línea de
comunicación: Yesung le llevaba medio salmón, él fresas salvajes, él la tarta
de manzana aún caliente mientras Yesung dejaba gambas del tamaño de langostas
que había pescado en las aguas profundas del canal. Y todo se hacía de modo
furtivo para no contravenir los términos del pacto de coexistencia pacífica e
independiente.
Un día advirtió que la silla de ruedas
estaba vacía y apoyada contra un poste, al final de la rampa que llevaba a su
casa. Temeroso de que se hubiera caído de ella, se acercó y subió la rampa,
asustado por lo que pudiera encontrar.
Lo encontró de pie en el lado del porche
que daba al mar. Sujetándose en la barandilla, apoyaba el peso en la pierna
herida.
Quiso gritarle que tuviera cuidado de no
acelerar su recuperación. Y el que estuviera temblando por el esfuerzo indicaba
que estaba forzándose demasiado.
Su preocupación no era del todo
altruista. También había un poco de desilusión, porque mientras su recuperación
progresaba la posibilidad de que acudiera en su ayuda era remota. Y la soledad
tenía sus inconvenientes. No se podía mantener una conversación inteligente con
un perro, aunque fuera tan listo como Melo.
Al parecer Kim Yesung llegó a la misma
conclusión porque unos días más tarde, en lugar de comida, dejó una nota.
“Si te apetece puedes venir esta noche a
cenar, y trae a tu perro. A las siete”.
No era muy refinada quizá, pero una
invitación real no la hubiera alegrado tanto.
—Nos vemos a las siete —respondió. Dejó
la nota bajo una piedra en el porche y corrió a su casa para preparar una tarta
de moras.
Mientras estaba en el horno, arrastró la
bañera de metal desde el porche trasero a la mitad de la cocina, la llenó de
agua caliente y se bañó. Se lavó el cabello para retirar el agua salada,
después se lo aclaró con agua fría. Se extendió crema perfumada por la piel
reseca por el sol y rescató los pocos cosméticos que tenía y que no habían
visto la luz del sol desde que había llegado a la isla.
Cuando se acercaban las siete, sufrió un
horrible ataque de nervios, se despeinó, enterró la ropa elegida en el fondo
del armario y se puso unos pantalones cortos y una camiseta rojos.
—Como si importara lo que me pusiera.
Podría aparecer desnudo y ni se inmutaría —le dijo a Melo.
Que lindo capitulo me pareció muy tiernos de que ambos se preocuparan el uno del otro aunque no quieran demostrarlo mucho!! Espero que Yeye se recupere pronto y que en la cena puedan entablar una amistad mas cercana
ResponderEliminarGracias por el cap cuídate!!!
Rox Andres 05
Del odio al amor hay solo un paso.
ResponderEliminaryesung todo un heroe aun en silla de ruedas
Ya wook siente desilusión de que probablemente yesung se vaya de ahí demasiado pronto de lo que le gustaria.
Ese intercambio de favores y cuidados,tan lindos el par de tontos,ahora a ver que sale de esta cena,espero y no salgan peleados,con ese caracter que se carga cada uno,todo puede suceder
actuu~ waa me encanto que lindos con sus regalos mientras el otro no esta jajaja que son locos envés d hablar como la gente normal ajajaj pero yesung ya dio un paso invitándolo a su casa ya quiero seguir leyendooo
ResponderEliminarwokie creo que te arreglaste mucho es solo una cena no una cita ajajaj n.n
lo ameee!!! perdona por no haber comentado.. esta genial yeye esta en silla de ruedas por que?? y estos dos que se pelean en un principio pero se hacen regalos entre ellos sin que se vean la cara son tan tiernos!!!
ResponderEliminargracias por la actu!! ya quiero seguir leyendo!!!
hasta luego y gracias por tomarte la molestia de adaptar esta historia!!!
rosaliehale:
ResponderEliminarAww que bonito, es una forma rara de tratarse pero es lindo, pienso que quizas Yeye necesitaba saber algo de la vida de Wook para aminorar su hostilidad, se que él vencera ese problema de andar en silla de ruedas, es muy terco e insistente.
No me llego el aviso de este fic =s pero igual lo leo.