Después, cuando ya era demasiado tarde
para volver atrás y hacer las cosas de otra manera, Ryeowook buscó a alguien a
quien culpar por la cadena de acontecimientos que lo llevaron a su primer
encuentro con Kim Yesung.
Su abuelo encabezaba la lista, porque
fue quien le aseguró que tendría la mitad de la isla para él solo ese año, ya
que Jongjin pasaría el verano con su hijo casado en California.
Pero cuando descubrió que el antiguo
compañero de pesca de su abuelo no se había molestado en decirle a nadie que
había alquilado su casa, intentó echarle la culpa a él. Aunque, a decir verdad,
Jongjin tenía todo el derecho a hacer lo que quisiera con su propiedad. Además,
se estaba volviendo olvidadizo con los años, así que quizá no se le podía
considerar responsable.
Por supuesto, quedaba Kim Yesung,
seguramente el hombre más desastroso del mundo y que necesitaba que le lavaran
la boca con jabón para quitarle su lenguaje grosero.
¡Su modo de maldecir haría sonrojarse a
un marinero! Pero, de nuevo, para ser objetivo, tenía que admitir que, como
inquilino legítimo de la casa vecina y con un contrato firmado, el
temperamental Kim Yesung no estaba obligado a vivir de acuerdo con sus normas
de comportamiento social.
Bloqueado en ese punto, intentó culpar a
su perro también. Si Melo no hubiera sentido semejante pasión por atrapar con
sus mandíbulas todo lo que hallaba a su paso para ofrecérselo como regalo a
cualquiera que se encontrara, podría haber sido capaz de desenvolverse con un
mínimo de dignidad. Por otro lado, si le hubiera enseñado mejor cuando era un
cachorro, no habría adquirido esa mala costumbre.
Así que por mucho que odiara tener que
admitirlo finalmente la culpa recayó donde debía: sobre sus propios hombros.
Por lo que, a media mañana del primer día de lo que supuestamente iba a ser el
verano de su renovación física y espiritual, se encontró acurrucado detrás de
un montón de rocas en la playa, con la cara ardiendo de vergüenza y el corazón
encogido por la pena.
—Debería haberme quedado en la ciudad
—murmuró a Melo que lo contemplaba con comprensión y después observaba con
anhelo las olas que rompían en la arena.
Pero como la serenidad que necesitaba no
iba a encontrarla en las calles bulliciosas de Seul, había regresado al refugio
de su niñez. Tras llegar a la cabaña de su abuelo bien entrada la noche y se
había quedado dormido con el sonido de las olas rompiendo en la orilla y con el
olor del mar inundándole los pulmones.
Por primera vez en meses, sus sueños no
lo habían atormentado. Había dormido profundamente, con la seguridad de que la
soledad y la paz de KRY Island curaría sus aflicciones.
Se había despertado temprano a la mañana
siguiente y, sin darse cuenta de la tormenta que se avecinaba, se había
acercado a la ventana de la habitación para contemplar la vista de la isla que
definía la esencia de su infancia feliz. Pero en lugar de fijarse en las aguas
azules oscuras ondeando en las tranquilas ensenadas con las montañas de fondo,
se fijó en la delgada columna de humo que salía de la chimenea de la cabaña
contigua.
Hasta ese momento podría haber
conseguido evitar hacer el ridículo, si no se hubiera dado cuenta de que las
contraventanas continuaban cerradas como protección frente al temporal del
invierno. Pero ya era junio, el verano había llegado, lo que le hizo sospechar.
¿Por qué el inquilino elegiría vivir en la semioscuridad cuando la luz del sol
podría inundar todas las habitaciones?
—Aquí hay algo sospechoso —había dicho a
Melo—. Creo que deberíamos investigar.
Había tomado esa decisión con facilidad,
seguro en la casa de su abuelo, pero una punzada de inquietud le había
recorrido la columna al acercarse al porche de aquella casa. De repente, se
había alegrado de tener con él a su pastor belga.
La puerta principal permanecía
semiabierta. Agarrando a Melo del collar había llamado a la puerta.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —había
preguntado.
Pero desde la puerta solo se
vislumbraban unos troncos casi consumidos en la chimenea, una pila de platos
sucios en la encimera junto al fregadero y un jersey colocado sin cuidado sobre
el respaldo del sofá.
Más tranquilo, había entrado en la casa
para echar un vistazo. Un teléfono móvil y un montón de libros estaban
esparcidos sobre la mesa. A quien vivía allí le gustaba la lectura y por
supuesto establecer contacto instantáneo con el mundo exterior.
Pero aparte de un montón de ropa sobre
el suelo, una maleta abierta, un saco de dormir y un par de almohadas sobre un
colchón, la habitación no ofrecía muchos datos sobre la identidad del ocupante,
aparte de que no le importaba el desorden.
Tenía que ser un hombre. Solo un hombre
trataría su ropa con tan poco cuidado o dejaría su saco de dormir sin estirar.
—Aun así, quien sea al menos podría
haber abierto las ventanas para que entrara la luz y un poco de aire fresco.
Huele a cerrado como una celda.
Como respuesta, Melo había dejado
escapar un ladrido y había elevado sus orejas, una clara señal de que había
escuchado a alguien acercándose a la casa. Al darse cuenta de que su
preocupación había derivado en violación de la intimidad, había salido del
dormitorio, deseoso de acercarse lo más posible al salón antes de que la
sorprendieran husmeando. Pero el perro, agitando la cola de excitación, se
soltó, atrapó una prenda de ropa y salió corriendo.
—¡Melo, no! —suplicó en un susurro—.
¡Por favor, Melo! ¡Deja eso! ¡Dámelo!
Le hizo el mismo caso que si hubiera
hablado en alemán. Usando sus enormes patas como si fueran plataformas de
lanzamiento, siguió su camino sembrando el caos a su paso. Lo atrapó en el
extremo del sofá del salón y acababa de rescatar la prenda cuando una sombra
recortó el haz de luz que se dibujaba en el suelo desde la puerta.
Irguiéndose, se preparó para ofrecer una
explicación por su presencia sin invitación. Las palabras «Me llamo Lee Ryeowook,
vivo al lado y solo he venido a saludar» estuvieron a punto de salir de su
boca, pero su intento de parecer solo un vecino amable dando la bienvenida a un
veraneante murió antes de que pronunciara una sola sílaba.
El hombre se había colocado ante la
puerta imposibilitando la huida y la fría mirada que le había dirigido habría
silenciado un trueno. Pero lo que le había dejado sin palabras no había sido su
justificada mirada de indignación, ni la vergüenza por haber sido atrapado
husmeando en su casa. Se quedó observando fijamente sus piernas aun a sabiendas
de que no debería, pero incapaz de evitarlo.
Como lo había dejado sufrir un silencio
incómodo, adivinó que se trataba de una de esas personas que se crecen ante el
desconcierto de los demás. Finalmente, cuando estaba a punto de morir de
humillación, él habló.
—¿Qué sucede? ¿Nunca habías visto a alguien
en silla de ruedas? —preguntó con amargura.
Podría haber respondido que sí, si le
hubiera interesado la respuesta. Pero estaba demasiado ocupado maldiciendo con
una vulgaridad increíble mientras esquivaba los muebles y se movía dentro de la
habitación.
Apartando una silla de madera de la
cocina, rodeó la mesa a punto de pillarle la cola a Melo.
—¡Muévete, chucho! —soltó sin detenerse
a pensar siquiera que Melo podría haberle arrancado un trozo de cara.
En lugar de eso, el perro intentó lamer
una mano que nunca le habría alimentado aunque estuviera hambriento. Decidiendo
que no iba a desperdiciar sensibilidad con un hombre así, adoptó una actitud
más agresiva.
—¿Sabe el dueño de esta casa que está
viviendo aquí? —le interrogó enrollando la prenda que aún tenía en la mano
mientras lo miraba fijamente.
—¿Acaso es asunto suyo? ¿Y qué demonios
cree que está haciendo con mis calzoncillos?
Creyó que había alcanzado el límite de
la humillación humana, pero comprobó que estaba equivocado al darse cuenta de
que estaba toqueteando ausente la ropa interior de un hombre del que no sabía
ni su nombre.
Murmuró algo desviando su mirada
aterrada del rostro de aquel hombre hacia las hojas rojas que decoraban la
prenda.
—Oh... vaya. No me di cuenta de lo que
era.
—¡Caramba! Y ahora dirá que no sabía que
estaba invadiendo mi propiedad.
—No es su propiedad —replicó buscando
una disculpa para cambiar de tema—. Pertenece a Kim Jongjin, un buen amigo de
mi abuelo al que conozco desde que tenía cinco años —explicó—. Soy Lee Ryeowook
y voy a alojarme en la casa que hay al otro lado de la cala —añadió al
percatarse de que no se había presentado.
—No, no se va a quedar. Soy Kim Yesung
y, cuando firmé el alquiler de este lugar, Jongjin me aseguró que tendría la
playa para mí solo todo el verano.
—Entonces los dos tenemos una idea
equivocada, porque mi abuelo me dijo lo mismo. Pero, si le preocupa que vaya a
ser una molestia, puede estar tranquilo. Tengo tan pocas ganas como usted de
ser amable.
—¿Por eso se lo está pasando tan bien
manoseando mis calzoncillos? —preguntó señalándolos.
El rubor que le coloreó el rostro era
del mismo tono que las hojas de la ropa interior.
—¡No los estoy manoseando...!
—Claro que no —replicó divertido—. El
modo en que los está tocando es indecente. Lo siguiente que hará será pedirme
que me los ponga.
Los soltó como si quemaran.
—¡Lo dudo mucho!
—¿Por qué? —preguntó con insolencia—.
¿Porque no es de buena educación reconocer que un hombre en silla de ruedas
existe por debajo de su cintura?
—No es por eso, es porque no es mi tipo
—protestó negándose a sucumbir a semejante chantaje emocional.
—¿Por qué no? ¿Por qué estoy en una
silla de ruedas?
—No. Porque es arrogante, maleducado,
tan atractivo como una cucaracha y además parece disfrutar viviendo en una
pocilga.
—¿Debo entender entonces que no se
sentirá obligado a pasarse cada mañana para asegurarse de que el desgraciado
vecino no se ha caído de la cama durante la noche y se ha roto el cuello?
—Puede estar seguro de ello. Por mí como
si se ahoga.
Y agarrando a Melo del collar se había
marchado de la casa de Kim Yesung sin siquiera mirar atrás. Por nada del mundo
dejaría que viera lo desconcertado que estaba por su actitud y por su propio
comportamiento. Solo cuando alcanzó el refugio de las rocas en el que luego se
acurrucó, se permitió relajarse y sentir pena.
¿Cómo podía haber dicho todo aquello
cuando sabía mejor que nadie la agonía y la frustración de verse confinado en
una silla de ruedas? ¿Dónde había quedado la compasión que había sentido cuando
Eric vivía? «Se secó con su muerte y no me quedaré atrapado en semejante
telaraña de dolor nunca más. No podría soportarlo otra vez».
Cerró los ojos, como si así pudiera
acallar las voces de su mente. Pero si algo había aprendido era que dar la
espalda a la realidad no hacía que cambiara. Le gustara o no, el vecino era un
inválido. Desconocía su gravedad, pero entendió por qué las ventanas
permanecían cerradas y la ropa colgaba de los cajones.
Y supo que a pesar de que encontrara
molestas sus visitas, tarde o temprano llamaría a su puerta otra vez, porque no
podía ignorarlo como no podía ignorar las olas lamiendo la playa.
Se hundió en la silla de ruedas y
observó sus manos empuñadas sobre el regazo. Como si no tuviera suficiente sin
tener que vérselas con un vecino que jugaba al buen samaritano.
Había percibido el modo en que lo había
mirado tras decirle que se ahogara y supo lo que sucedería después. El orgullo
que lo había alejado de allí se evaporaría más rápido que la bruma de la mañana
y sería reemplazado por un arrebato de culpa mezclada con pena. Se culparía por
haber sido tan duro con aquel tipo de la silla de ruedas y se sentiría obligado
a volver y a ser amable.
Lo miraría con sus pequeños ojos y se
disculparía tartamudeando, con el brillo de las lágrimas del arrepentimiento
para causar más impacto. O aún peor, probablemente cocinaría algo como ofrenda
de paz, seguramente pastas integrales porque todo el mundo sabía que la falta
de ejercicio solía afectar negativamente a los intestinos.
Girando la silla se encaminó hacia el
porche y miró el reloj. Eran casi las diez y media. Hacía casi media hora que
se había marchado y en ese momento estaría regodeándose en su remordimiento. En
media hora estaría cocinando y apostaba a que reaparecería antes de las doce.
Y quizá no estaría tan mal que lo
hiciera. Como se había quedado sin cabezas de pescado podría usar las pastas
como cebo. Meter su dolorido trasero dentro de la lancha y conducir hasta las
nasas era difícil y llevaba mucho tiempo, pero el esfuerzo merecía la pena por
el placer de comer cangrejos frescos asados al vino.
La buena comida y el vino eran dos de
los pocos placeres de los que disfrutaba aquellos días y, en otras
circunstancias, lo habría invitado a cenar con él. Si estuviera un poco más
rellenito, probablemente habría intentado seducirlo, porque a pesar de estar
delgado como un palillo era un joven muy bonito. Elegante con un toque de
fragilidad que hubiera hecho brotar su instinto protector.
Menos mal que estaba reducido a
fantasear sobre el sexo, porque su vecino era de los que esperarían algo más
que respeto la mañana siguiente. Cuando pudiera ponerse en pie otra vez y
sirviera para algo más que engullir sedantes y sentir pena de sí mismo,
recuperaría el tiempo perdido, pero si era la mitad de listo de lo que creía,
no lo haría con Lee Ryeowook. Porque su vecino era de los que se casaban, y él
estaba claro que no.
Algo moviéndose por la playa llamó su
atención. Allí iba él: un joven subiendo por el camino resbaladizo hacia su
cabaña con una determinación inconfundible mientras su perro le seguía
torpemente.
Sintió algo extraño en su rostro, como
si empezara a utilizar músculos que no había usado mucho últimamente, y se
percató de que era la segunda vez en menos de una hora que sonreía. Incluso se
rió, pero tenía tan poca práctica que sonó como una foca con laringitis. ¡Qué
diablos! Un poco de diversión le ayudaría a pasar el rato.
Se permitió continuar sonriendo, se
apoyó hacia delante y esperó a que se desarrollara la segunda escena: Su vecino
en una misión humanitaria.
Durante el resto de aquel día y casi
todo el siguiente, Ryeowook hizo oídos sordos a su complejo de culpa. Según Kim
Yesung lo había recibido la primera vez, difícilmente iba a recibirlo mejor la
siguiente. Sería mejor que le diera tiempo para que se tranquilizara antes de
enfrentarse a él de nuevo.
Pero no resultaba fácil mantenerse
alejado y para conseguirlo se mantuvo ocupado en la casa, aunque no podía
evitar mirar por la ventana del dormitorio por la noche para asegurarse de que
la luz asomaba por las rendijas de las ventanas de la casa contigua. Y a la
mañana siguiente comprobó la columna de humo que indicaba que estaba levantado.
—Es ridículo que viva solo —se quejó a Melo—.
De hecho, es una inconsciencia. No tiene derecho a cargar a completos
desconocidos con la responsabilidad por su bienestar.
Pero aquel razonamiento pronto se esfumó
y todo por culpa de aquellas malditas contraventanas y de aquella ola de calor
que no se sabía de dónde venía y que no mostraba señales de marcharse. ¿Cómo
podría ignorar alguien con un poco de caridad que con aquella temperatura
subiendo hacia los cuarenta grados, la casa de Jongjin, cerrada como estaba,
estaría como un horno al final del día?
Así que, el tercer día, armado con una
palanca y un martillo, partió hacia allí, decidido a que ningún insulto que
pudiera arrojarle Kim Yesung le haría abandonar sin haber cumplido con la tarea
que se había propuesto.
Una vez más, encontró la puerta
principal abierta de par en par sujeta con un tope de hierro y pudo comprobar
que había intentado limpiar la cocina. Un plato, dos tazas de café, una sartén
y un puñado de cubiertos colgaban limpios cerca del fregadero y había un paño
extendido para secar en el porche.
Había aprendido la lección y no repitió
el error de entrar cuando él no respondió a su llamada. De pie en el porche se
inclinó hacia delante para golpear fuerte la puerta con el martillo.
—¿Está ahí, señor Kim? Soy Lee Ryeowook.
Seguía sin haber respuesta ni movimiento alguno, pero la vieja hamaca de Jongjin
se movió con la brisa cálida. Como Kim Yesung no estaba ni sordo ni muerto,
debía haber salido otra vez, aunque dónde había ido dada su condición y el
terreno irregular que rodeaba la casa era un misterio que no iba a resolver.
Para hacer lo que debía lo único que
necesitaba era la escalera que Jongjin guardaba en el cobertizo, y para ser
sincero, se alegraba de no tener público. La carpintería nunca había sido su
fuerte. Se las arreglaría muy bien sin los comentarios sarcásticos de Kim Yesung.
Habría sido testigo de sus esfuerzos para quitar los tablones de las ventanas y
apilarlas bajo el porche, donde normalmente permanecían en verano.
Las cosas empezaron bien, aunque tener
que mover la escalera consumió una sorprendente cantidad de energía, pero los
verdaderos problemas comenzaron cuando llegó a las ventanas del dormitorio. Las
demás ofrecían una plataforma estable desde la que trabajar. El suelo bajo el
dormitorio descendía abruptamente y estaba cubierto de hierba y flores
silvestres.
Con inseguridad evaluó la situación.
Encontrar un suelo firme para la escalera fue bastante difícil, pero trepar
peldaños a varios metros del suelo puso a prueba su valor al máximo. Y para
empeorar las cosas, el reflejo del sol en el cristal la cegaba.
—¡Cuidado, Melo! —exclamó agarrándose a
la ventana mientras corría debajo de él hacia la casa con más energía de lo
habitual—. Como vuelques la escalera conmigo encima, tú y yo vamos a tener una
pelea muy seria.
Desde algún lugar, el tono sardónico de Kim
Yesung flotó como respuesta.
—Eso si vives para contarlo. Por si no
lo has notado, tu perro acaba de incordiar a un enjambre de abejas y, a no ser
que quieras que te piquen, vas a tener que quedarte donde estás hasta que
anochezca, lo cual no va a suceder hasta dentro de once horas.
Dada su actitud amarga, era más que
probable que estuviera mintiendo solo para provocarlo. Pero el zumbido que
apenas había advertido y que había atribuido al generador le daba la razón.
—¿Cuándo ha vuelto? —preguntó,
arrepintiéndose repentina y profundamente de haber cedido al impulso de hacerle
un favor.
—¿Y usted? No recuerdo haberlo invitado,
aunque sí recuerdo que aseguró que no volvería a molestarme.
El zumbido se hizo más audible y cercano
y Ryeowook se estremeció, seguro de que en cualquier momento sentiría las patas
de las abejas sobre sus piernas desnudas.
—¿Cree que podríamos continuar con esta
conversación después de que haya descubierto un modo de salir de este aprieto?
—¿Usted? No podría encontrar el modo de
quitarse una espina sin ayuda. Acéptelo, cielo, es usted quien necesita ayuda
esta vez, a no ser que crea que Molo está a punto de venir a rescatarla.
—Se llama Melo. Y si no le importa, le
agradecería que intentara alejarlo del pie de la escalera. No quiero que le
piquen las abejas.
—¡Melo, ven! —ordenó con una voz calmada
tras reírse de él otra vez. Para su sorpresa, escuchó el ruido de sus pezuñas
sobre el porche de madera—. ¡Siéntate! —continuó Kim Yesung y el perro
obedeció.
—Es una pena que no use ese mismo
encanto con las personas —no pudo evitar comentar.
—Si fuera usted, me guardaría los
comentarios jocosos hasta que estuviera sobre el suelo firme. No está en
situación de juzgar a nadie y menos a quien va a rescatarlo.
Ryeowook se arriesgó a mirar hacia abajo
y cerró los ojos.
—¿Cómo va a bajarme con todas esas
avispas alrededor?
—No voy a hacerlo. Si es eso lo que
espera, se va a llevar una decepción. Lo único que puede hacer es terminar de
arrancar los tablones y después abriré la ventana desde dentro para que pueda
entrar en la casa.
—Creo que... que no puedo hacerlo, señor
Kim.
—Entonces espero que haya ido al baño
antes de venir aquí porque estás atrapado para un buen rato —replicó
abruptamente.
Era el hombre más vulgar e insensible
del mundo, y olvidando tener precaución se giró para decírselo. Pero la
escalera se tambaleó como para recordarle que no tardaría mucho en deslizarse
por la pendiente.
—De acuerdo, lo haremos a su manera.
—Buen chico. Quédese ahí hasta que
llegue al dormitorio. Después haga exactamente lo que le diga.
La silla desapareció y un rato después
su voz sonó otra vez al otro lado de los tablones.
—Hoy es su día de suerte, Ryeowook. La
ventana se abre, así que solo necesita arrancar un par de tablones para abrir
un hueco lo suficientemente grande para que quepa su trasero. Yo me encargaré
del resto.
No tenía motivos para creerlo, al menos
el último punto. No solo porque estuviera en una silla de ruedas sino porque no
mostraba ninguna inclinación hacia la caballerosidad. ¿Pero qué otra opción
tenía más que ponerse en sus manos?
—¿Y bien? —preguntó con una impaciencia
que empezaba a minar su amabilidad temporal—. Píenselo bien. ¿Hay trato o no?
—Hay trato. Gracias, señor Kim.
waaaa!!! kyaa!!! me encantoo el 1er cap espero lo actualices pronto (soy impasiente xDD ) aaww Yesung es un amor <3 aunke sea medio malo :/ xDD quiere el trasero de wookie <3 xDD
ResponderEliminarOHHHHHHH, la verdad que me encanto, nada más lindo que un Yesung grosero, mal hablado y resentido con la vida y el mundo, que se junte con un Wookie todo servicial y caritativo pero cabrón y contestador todo esto acompañado de un perro generador de problemas y situaciones incomodas me garantizan una lectura super entretenida
ResponderEliminarYesung y su amargura.......wook y su amabilidad y buen corazón......melo metiendolo en aprietos
ResponderEliminarporque yesung esta en silla de ruedas?
ya me estoy haciendo ideas que seguro no tienen nada qe ver,mejor esperare los capitulos
Esta genial, me encanto el inicio, le dijo molo al perrito, jajaja este Yeye, tan lindo pero Wookie lo va a domar, jajja
ResponderEliminarQue lindo capitulo!!!! muero de curiosidad de saber por que Yeye esta en esa condición y Melo es tierno metiendo lo en problemas
ResponderEliminarRox Andres Cuidate
Aaaaa qe drama me encaanta... pobre wookie me dio un poco d pena pero me encanto la trama ya quiero seguir leyendolo estare atenta a las actuss n.n ((corre emocionada xD))
ResponderEliminarWow!! me encanto el primer capitulo!!! quiero más!!!
ResponderEliminarMe agrada la personalidad de Yesung!! Es un chico malo XD Quiero seguir leyendo pronto!!
Algo me dice que esos dos van a tener un amor apache XD
Hasta pronto!! :)
Me encantan este tipo de historias.
ResponderEliminarLOL creo que Wook no se resistira a ayudar a Yeye, es muy buena persona como para dejar a alguien sin ayuda.
La actitud de Yeye me encanta, ademas se nota que no es tan malo, de lo contrario Melo no se sentiria bien con él.
Eres la mejor siempre haces adaptaciones muy buenas
Me gustó mucho el capítulo, pues vaya carácter el de Wookie, quien lo entiende primero le grita y le contesta cortante, para luego arrepentirse, aunque hay que admitir que Yesung no es una perita en dulce y está siendo bastante pesado con Wookie y para rematar hasta Melo metió su cuchara y vaya lío en el que metió a su dueño, me pregunto si el plan de Yesung resultará y si le pedirá algo como parte del trato.
ResponderEliminarEn fin, gracias por el Mp, me divertí mucho leyendo.
Nos vemos en el cap 2. Bye ^^