Una anciana fue a curarles las
heridas. Era una mujer sucia y desaliñada. Minki la miró divertida, y al mismo
tiempo con cierta cautela. La vio abrir e investigar las heridas de los
hombres, individuos que eran como gigantes comparados con el cuerpo menudo de
la anciana, y también la vio reírse de los gruñidos o de las palabras ásperas
de los guerreros. Estaba prevenido porque sabía que llegaría
a él, y querría ver la presunta herida en la cabeza. Y Minki no podía
permitirlo.
Además, Minki no se sentía de
buen humor, a causa del calor, al que ninguno de ellos estaba acostumbrado.
Muchos de los hombres se habían despojado de gran parte de sus prendas, pero
aunque él deseaba hacer lo mismo no se atrevía.
La curandera terminó con Hoshi y
se puso en cuclillas cerca de Minki; le dio a entender que debía decirle dónde
estaba herido, además de la cabeza; suponía que había sido alcanzado varias
veces por las armas de los sajones, en vista de las muchas manchas de sangre
que lo cubrían. Minki se limitó a menear la cabeza. Por su parte, la anciana extendió
la mano hacia la venda de la cabeza. Minki le apartó de un golpe la mano, y
recibió a su vez otro golpe.
Cuando intentó nuevamente quitar
el vendaje, Minki se puso de pie, y se inclinó sobre la mujercita, con la
esperanza de que su estatura disuadiera a la anciana. No fue así. tuvo que
aferrarle las muñecas y sostenerlas firmemente para mantener las manos de la
mujer lejos de su cabeza. Entonces sintió la punta de una espada que presionaba
su costado. Otros vikingos se pusieron de pie, y el guardia sajón que había
acudido en defensa se apartó. Se sintió bastante intimidado como para pedir inmediatamente
la ayuda de sus compañeros.
Minki gimió, y vio la situación
que había provocado, aunque todo eso era inevitable. Siete sajones corrían
hacia ellos con las espadas desnudas. Minki miró hostil a la anciana que se
había mostrado tan obstinada, y después la soltó; Mingyu le cerró el paso, y
empujó atrás a Minki.
Felizmente, los sajones
vacilaron cuando llegaron a donde estaban los prisioneros, pues vieron que la
curandera ya no estaba amenazada.
-¿Qué sucede?.
-El chico no me permite curar su herida – se quejó.
El sajón reclamó una explicación
a Mingyu
-Está curándose. Déjenlo en paz.
-Sí, si puede saltar como lo
hizo, no necesita tus cuidados, vieja curandera. -dijo el sajón
-Es necesario cambiar las vendas
– insistió-. Están ensangrentadas.
-Te dije que lo dejes. Cura a
los que quieren curarse. Deja en paz el resto. – pero agregó, dirigiéndose a Mingyu:
- Advierte a tu amigo que en adelante mantenga quietas las manos.
La anciana se alejó diciendo que
el muchacho parecía algo delicado. Uno de los sajones comentó que quizás ésa
era la razón por la cual los vikingos lo habían llevado, y todos se retiraron
riendo entre ellos.
Las mejillas de Minki
enrojecieron al oír la observación. Cuando Mingyu lo advirtió y preguntó la
razón del rubor, meneó la cabeza y se sonrojó todavía más. Su único propósito
era burlarse, y lo retuvo e insistió en que se explicase; en realidad, rara vez
los vikingos veían avergonzado a Minki. Pero le apartó de un golpe la mano, se
sentó irritado y volvió la espalda a Mingyu.
Desde esa posición su mirada se
volvió hacia el vestíbulo de la casa, y de pronto vio que un hombre los miraba
desde una ventana del piso alto. La cara del observador estaba en la sombra, de
modo que no sabía quién era; pero le incomodó saber que no sólo los guardias
podían vigilarlos. Siempre que había hablado con Mingyu o con los otros se
había preocupado únicamente de la posición de los guardias. Tendría que mostrar
más cuidado, sabiendo que desde la casa otros podían espiarlos.
Fueron alimentados, y los que
habían perdido las botas porque eran nuevas o de buena calidad, las recuperaron
aunque no podían ponérselas sobre las cadenas. Se corrigió esa situación más
avanzada la tarde, cuando llegó el herrero.
Les quitaron los anillos de
hierro de los tobillos y los reemplazaron con otros nuevos, los anillos de los
dos tobillos estaban unidos permanentemente por una cadena corta. Cada anillo
tenía una cerradura que permitía abrirlos. Por detrás, un círculo de hierro
adherido al anillo permitía pasar una cadena más larga, y una vez que unía a
todos los hombres y que se cerraba por los extremos, el círculo alrededor del
alto poste era mucho más estrecho, y las posturas que ellos podían adoptar eran
sumamente limitadas.
Minki se irritó en vista de esta
nueva precaución. Suponía que la cadena larga sería retirada cuando los
llevasen a trabajar, pero la cadena corta entre los tobillos les permitiría dar
a lo sumo pasos cortos, y ciertamente sin prisa. Todos tropezarían y caerían
mientras se acostumbraban a avanzar dando brincos. Era degradante, pero
probablemente ésa era la intención exacta de los sajones.
Esa noche
llovió, y como estaban a la intemperie, el diluvio los molestó profundamente. Minki
estaba especialmente incómodo, pues intentó sin resultado evitar que su vendaje
ensangrentado perdiese las manchas. Finalmente, Mingyu se echó a reír ante sus
esfuerzos, y lo ayudó protegiéndole la cabeza con sus propios brazos, y
acostándose parcialmente sobre él. De este modo el vendaje se mantuvo seco,
pero en general la noche fue muy incómoda.
Desde su ventana, Baekho observó
la escena del patio. Vio que el muchacho protestaba cuando el vikingo se le
echaba encima, y que trataba de apartar a Mingyu, y que éste le palmeaba el
trasero y le decía algo al oído y después cubría con los brazos la cabeza del
muchacho. Después, permanecieron quietos lo mismo que los demás. Los guardias
habían armado un refugio para protegerlos de la lluvia. El resto del patio,
cada vez más lodoso, estaba sumido en el silencio.
- ¿Quién atacó a la anciana?
Baekho miró distraído a Jonghyun.
Él se había acercado a la ventana.
-El vikingo no la atacó. Se
limitó a rechazar los cuidados de la anciana.
-Pero ella dijo...
-Jonghyun, lo vi todo, y la
vieja exagera su relato.
-Si él me hubiese puesto la mano
encima, confío en que no lo habrías tomado tan a la ligera – murmuró Jonghyun.
-En efecto – dijo Baekho
sonriendo.
-¿Cuál es?
-Ahora no puedes verlo.
-Aron dijo que quien lo hirió
era sólo un muchacho, ¿es el mismo?
-Sí, el más joven.
-Si viste que ponía la mano
sobre la anciana, debiste flagelarlo.
-Muchos estaban dispuestos a
pelear por él. Sólo habríamos conseguido tener más heridos.
-Me lo imagino – convino él,
aunque con renuencia -. No podrán construir Pledisro muro si mueren todos. El
muro es más importante. Son pocos y es posible controlarlos, pero los daneses
son muchos.
Baekho sonrió.
-Veo que Aron te ha convencido
de que son necesarios.
-Tú los habrías matado a todos –
le recordó Jonghyun con una expresión altanera que provocó la sonrisa de Baekho
-. Por lo menos, él entendió que serían más útiles si conservaban la vida.
¿No es hora de que vayas a ver a
Aron? – Baekho formuló intencionalmente la sugerencia.
Jonghyun chasqueó la lengua,
indignado.
-Podrías haberme ordenado
sencillamente que fuera.
- No soy tan grosero – replicó Baekho
con inocencia, mientras la empujaba hacia la puerta.
Baekho se apostaba con
frecuencia frente a la ventana, para vigilar el trabajo de los vikingos. Que se
sintiera incómodo, excepto cuando podía verlos, era un signo de que aún no
había aceptado esa presencia en Pledis. No apoyaba la idea de usarlos para
construir el muro con el mismo entusiasmo que demostraban Aron y Lyman, pues se
proponía enfrentar a los daneses en la frontera cuando llegase el momento de
combatirlos otra vez, y dudaba que consiguieran avanzar tanto que amenazaran a Kang.
Los vikingos ya habían apilado
las piedras que los siervos habían acarreado a lo larga de varios meses; y lo
habían hecho apenas en una semana.
-Primo, Woozi me dice que ésta
es ahora una de tus costumbres.
Baekho se volvió bruscamente y
vio a Aron en la puerta.
-¿Conviene que ya estés
levantado?
Aron gimió.
-También tú me reprendes. Ya
estoy harto de las atenciones de los jóvenes.
Baekho sonrió al joven, y éste
caminó lentamente hacia la ventana abierta, y se detuvo junto a su primo.
-Bienvenida tu compañía, pues
veo que cavilo demasiado acerca del pasado cuando estoy solo.
¡Pero por Dios! No puedo evitar el presentimiento de que intentarán algo ahora que casi todos están curados, y por eso estoy aquí vigilándolos. Sólo dos de ellos aún son incapaces de transportar fácilmente piedras.
Aron se asomó a la ventana, y
silbó por lo bajo cuando vio lo que había en el patio.
-¡Entonces es cierto! Ya
necesitamos más piedras.
-Si – reconoció Baekho de mala
gana -. Se necesitan sólo dos para levantar las piedras más grandes, las que
requerían cinco siervos. En el mismo tiempo, los siervos aún no concluyeron el
refugio que les ordené construir para los vikingos junto al depósito. Pasarán
otros días antes de que sea posible encerrarlos allí durante la noche. Cuando
llegue ese momento, no necesitaremos destinar tantos hombres a vigilarlos. Al
menos de noche.
-Baekho, te preocupas demasiado.
¿Qué pueden hacer, encadenados como están?
-Sólo se necesita un hacha
fuerte para quebrar esas cadenas. Uno de ellos con las manos desnudas podría
destrozar a dos de mis hombres antes de que un tercero desenvaine la espada. Y
los tontos siguen acercándose a ellos, a pesar de que les advertí que se
mantuviesen lejos. Si los vikingos están decididos a recuperar la libertad, y
no dudo de que lo están, más tarde o más temprano harán el intento, y entonces
muchos morirán.
-Quema su nave e infórmales que
ya no pueden huir por mar – propuso Aron.
Baekho emitió un gruñido.
-Me sorprende que nadie te haya
dicho que eso ya se ha hecho.
-Entonces, necesitas algo que
los induzca a mostrarse sumisos – replicó Aron.
-Sí, pero ¿qué?
-Podrías separar de ellos al
jefe. Si creen que lo matarás al primer signo de alzamiento, eso...
-No, Aron. Ya lo he pensado,
pero afirman que el jefe que los trajo aquí ya está muerto. Lo que quemé es el
barco del padre.
-¿Dicen que ha muerto? – Aron
frunció pensativo el ceño. - ¿Y si eso no es cierto?
-¿Qué dices? – preguntó Baekho.
-Si fuese uno de ellos, no te lo
dirían, pues se arriesgarían a perderlo a causa de lo que yo sugerí.
-Santo dios, no lo había pensado.
– Pero Baekho frunció el ceño. – No. El único a quien protegen realmente es al
muchacho. Lo protegen como si fuese un niño pequeño.
Al principio Baekho había
pensado que el muchacho era simplemente el hermano de Mingyu, y que por eso el
hombre más corpulento lo protegía. Pero cuando los prisioneros comenzaron a
trabajar en el muro, pareció que todos se ocupaban del chico, e impedían que
los guardias lo persiguiesen, y evitaban que cargase las piedras más pesadas, y
le ofrecían las más livianas; dos o más de ellos corrían a ayudarle siempre que
se caía. Sin embargo, era el más sucio de todos, pues nunca utilizaba el agua
que los sajones les daban para lavarse. Aun así, lo mimaban.
-¿No será el líder? – dijo Aron,
y clavó la mirada en el joven, sentado junto al muro bajo, mientras otros
hombres acomodaban las últimas piedras.
-¿Estás loco, primo? Es sólo un
muchacho. Parece el de menor Soyoud.
-Pero si el padre suministró el
barco, todos están obligados a acatar las órdenes del hombre a quien él elija.
Baekho miró a su primo con
expresión sombría. ¿Era posible? Su propio rey tenía menos años que Baekho,
pero había desempeñado la función de segundo jefe desde que tenía dieciséis
años. En el patio se encontraba un joven novicio que aún
necesitaba protección. Aunque ese joven novicio era el mismo que había herido a
Aron, y Aron era un guerrero tan veterano como Baekho. Y ahora que lo pensaba,
todos los vikingos se detenían cuando los sajones fijaban la atención en el
muchacho, casi como si esperasen, dispuestos a acudir en defensa de él en caso
de necesidad.
-Creo que es hora de que
mantenga otra conversación con Mingyu – dijo secamente Baekho.
-¿Cuál es Mingyu?
Baekho señaló.
-Ése, el mismo que acaba de
llamar al muchacho. Es el único que entiende nuestra lengua, aunque no muy
bien.
-Según parece, terminaron por
hoy – observó Aron.
-Sí, mañana los llevará a las
ruinas con los carros, en busca de más piedras, lo cual significa que debo
utilizar a más hombres para vigilarlos.
Ambos observaron un momento
mientras los guardias se acercaban a los vikingos, y los obligaban a regresar
al poste. Baekho se apartó de la ventana, pero lo detuvo el grito de Aron.
-Creo que tienes dificultades.
Baekho se volvió bruscamente.
Vio que uno de los vikingos había caído, y uno de los vigilantes lo acicateaba
con la bota. No necesitó adivinar quién era ese vikingo, pues el grupo entero
se había detenido. Mingyu gritó algo al vigilante, y de pronto éste vaciló y
cayó sentado.
El muchacho se puso de pie, y se
limpió el polvo de las manos, y los vikingos rieron estrepitosamente y
continuaron su camino.
-Advertí a ese tonto que los
dejase en paz – dijo Baekho entre los dientes apretados -. Tiene suerte de que
no lo hayan desarmado mientras estaba en el suelo.
-Por Dios – exclamó Aron -, ¡se
prepara para atacar al muchacho!
Baekho también lo había visto
incorporarse con la espada en la mano, pero ya salía corriendo de la habitación
y bajaba la escalera. De todos modos, cuando llegó al patio el daño estaba
hecho. Uno de los guardias había pedido ayuda y los arqueros rodearon el grupo
a distancia segura. Tres de los guardias amenazaron a Seungcheol, que tenía
sujeto al vigilante y parecía dispuesto a quebrarle la espalda, pese a que el
vikingo no ejercía excesiva presión en ese momento.
Mingyu hablaba en voz baja a Seungcheol.
No había signos del muchacho, hasta que Baekho finalmente vio que espiaba por
encima de los hombros de los que estaban frente a él. Había sido puesto en el
centro mismo del grupo.
- Mingyu, dile que deje a mi
hombre, o tendré que matarlo – advirtió Baekho con voz pausada, de modo que el
hombre pudiese entender. Estaba mirando a Seungcheol, que a su vez lo miraba
sin demostrar ningún sentimiento -. Díselo ahora, Mingyu.
-Se lo dije – replicó el
vikingo, y después trató de explicar -. Primo de Seungcheol. No atacar primo de
Seungcheol.
Los ojos de Baekho se volvieron
ahora hacia Mingyu.
-Él es primo del muchacho.
-Sí.
-Entonces, ¿qué eres tú del
muchacho?
-Amigo.
-Mingyu, ¿el muchacho es el
jefe?
Mingyu se sorprendió ante la
pregunta y después sonrió y la repitió ante sus camaradas, y muchos comenzaron
a reír. Por lo menos, la risa suavizó la tensión. Incluso Seungcheol sonrió y
dejó caer al hombre. Baekho recogió al pequeño sajón aferrándole de la túnica,
y lo apartó de los vikingos.
La espada yacía en el polvo,
entre Baekho y Seungcheol. Baekho también la alzó, y clavó la punta en el
suelo, de un modo que no implicaba amenaza.
-Tenemos un problema, Mingyu –
dijo tranquilamente -. No puedo permitir que ataquen a mis hombres.
-Atacó primero.
-Sí, lo sé – admitió Baekho -. Creo que su dignidad sufrió.
-Hizo caer a propósito... el
golpe... merecido – replicó enojado Mingyu. Baekho dedicó un momento a asimilar
la información.
-En efecto, dio un puntapié al
muchacho, y quizá mereció que lo derribasen. Pero el muchacho está causando
muchas dificultades y quizá no vale la pena conservarlo con vida.
-No.
-¿No? Quizá si lo separo del
resto del grupo y le encomiendo tareas más fáciles.
-¡No!
Las cejas oscuras de Baekho se unieron
en un gesto preocupado al oír esto.
-Llama al muchacho. Y que él
decida.
-Es mudo.
-Eso me dijeron. Pero te
entiende bastante bien ¿verdad? He visto que le hablas a menudo. Llámalo, Mingyu.
Mingyu fingió ignorancia esta
vez, y mantuvo cerrada la boca. Baekho decidió sorprender al resto antes de que
Mingyu les explicase lo que se había hablado. Apartó a los vikingos que tenía
al frente, aferró del hombro al muchacho y lo apartó del grupo. Seungcheol
avanzó para recuperar al joven, pero se detuvo cuando Baekho apoyó la punta de
la espada contra el cuello del muchacho.
Baekho miró en los ojos a Mingyu,
en la cara una expresión de cólera.
-Creo que me mentiste acerca de
éste. ¡Ahora, dime quién es!
Mingyu no dijo nada. Se
acercaron otros guardias, y una larga lanza lo apartó de Baekho. Otros
obligaron a retroceder al resto del grupo.
- ¿Necesitas un incentivo para
aflojarte la lengua?
Perdió la paciencia cuando vio
que Mingyu tampoco contestaba. Comenzó a arrastrar al muchacho hasta el poste
de los prisioneros. Cuando el muchacho cayó a causa del paso excesivamente
rápido, Baekho lo alzó bruscamente, y al mismo tiempo impartió órdenes a sus hombres.
Cuando llegaron al poste, empujó contra él al chico, le aferró ambas muñecas,
las aplicó contra la madera del poste y las sostuvo firmemente hasta que uno de
los hombres las ató con una cuerda corta.
Se apartó del poste, y miró a Mingyu,
que había quedado detrás. Otros vikingos le gritaban, pero Mingyu mantenía la
boca bien cerrada, si bien los ojos mostraban una expresión hostil. ¿Quizá Mingyu
creía que Baekho se proponía únicamente mantener maniatado al muchacho? Muy
pronto le quitaría de la cabeza esa idea.
Baekho estaba de pie detrás del
muchacho, y su propia espalda impedía que los prisioneros viesen el poste.
Desenfundó la daga y cortó por el centro el grueso chaleco de piel del
muchacho. La túnica de cuero que estaba debajo formaba una cubierta tan tensa
que Baekho comprendió que probablemente había herido la piel del prisionero
cuando el cuchillo se deslizó de arriba hacia abajo; pero no se oyó una sola
voz de protesta.
Vio entonces la piel blanca y
suave, y Baekho frunció el ceño. No había músculos sólidos destinados a recibir
la caricia del látigo. Y en efecto, había cortado la suave piel del muchacho.
Un delgado hilo carmesí corría desde los omóplatos hasta la cintura. En
realidad, se disponía a ordenar que castigasen con el látigo a un niño... si Mingyu
no se atrevía de una vez a decir la verdad.
Baekho se apartó a un costado,
de manera que todos pudiesen ver lo que había hecho. Mingyu gritó:
- ¡No! – y apartó la lanza que
lo amenazaba, y trató de avanzar hacia Baekho. Seungcheol arrancó una lanza de
las manos de un guardia y con ella derribó a dos hombres, y después desafió a
los sajones a que se la arrebatasen, y también él caminó enfurecido hacia el
poste.
Baekho llamó la atención de los
vikingos y todos se inmovilizaron porque vieron que la daga presionaba sobre la
espalda suave y blanca.
-La verdad, Mingyu.
-¡Es nadie! ¡Un muchacho! –
insistió el vikingo.
Trajeron el látigo. Mingyu gritó
de nuevo.
- ¡No! – y comenzó a decir otra
cosa, pero el muchacho estaba moviendo violentamente la cabeza hacia delante y
hacia atrás. Y Mingyu guardó silencio. Baekho se irritó profundamente. Aunque
no decía una palabra, los deseos del muchacho prevalecían.
- Ustedes son estúpidos –
exclamó Baekho y rodeó el poste, y ahora podía ver la cara del muchacho, y a
los vikingos silenciosos -. Tu sufrirás, no él. No puedes hablarme, pero yo
conseguiré que confiese que eres el jefe. Es evidente. Deseo la confirmación.
No esperaba respuesta de un
mudo, y tampoco creyó que entendiese sus palabras. Estaba encolerizado porque
esos vikingos lo obligaban a continuar con eso, y se enojó
todavía más cuando esos bonitos ojos claros lo miraron durante un brevísimo
segundo, antes de que la cabeza se inclinase de modo que ya no pudo continuar
viendo la cara.
¡Maldición! Era precisamente lo
que habría hecho un jovencito. En realidad, muchas cosas del muchacho evocaban tal
delicadeza. Si no hubiera sabido que era imposible. Había conocido otros
muchachos de pestañas largas, ojos bonitos y piel suave, hasta que pasaban esa
etapa de la vida y se convertían en hombres. Este no había llegado aún a esa Soyou.
Baekho ordenó a que empezara.
Cayó el látigo, y el muchacho emitió un hondo suspiro. No hubo otros sonidos en
el patio silenciosos. Mingyu calló, y todos los músculos de su cuerpo estaban
tensos. Baekho asintió de nuevo.
Esta vez el cuerpo alto y
esbelto chocó contra el poste y después rebotó todo el largo de los brazos. La
túnica de cuero abierta comenzó a deslizarse sobre los brazos. El muchacho se
apresuró a apretar el cuerpo nuevamente contra el poste, sin la ayuda del
látigo, pero no antes de que un pedazo de tela blanca se deslizara bajo la
túnica.
Baekho se inclinó para recoger
el lienzo que había cortado con su daga, del cual lograban resaltar dos
minúsculas protuberancias no pertenecientes al cuerpo de un varón.
- ¡No, no puedo creerlo!
Desvió la mirada hacia la cabeza
inclinada, y extendió la mano y aferró la mano y aferró la túnica y de un golpe
la arrancó. Contuvo la respiración, y después maldijo con violencia al notar
que el chico era un jovencito. La otra mano se acercó a la cabeza del
prisionero y arrancó el vendaje, y Baekho maldijo otra vez cuando sedosos
mechones dorados cayeron.
De los prisioneros surgió un
gemido colectivo, pero el joven no había emitido un solo sonido, y no había una
lágrima en los ojos que lo miraban fijamente. ¿Qué clase de joven era ése que
no apelaba a su género para salvarse del látigo? ¿O quizás no sabía que Baekho no
era hombre de flagelar a un joven?
Cortó las ligaduras de las
muñecas, y él inmediatamente recogió la túnica para cubrirse. Apenas hizo eso, Baekho
le aferró la mano y lo llevó a donde estaba el agotado Mingyu.
-¿De modo que es un muchacho?
¿De modo que no es nadie? ¡Y permitiste que lo castigase con el látigo! ¿Para
ocultar qué? ¿Qué es un jovencito? ¿Por qué? – preguntó curioso Baekho.
-Para protegerme – contestó Minki.
Baekho volvió hacia él la mirada
pero Minki no se intimidó.
-¡Tampoco ere mudo, y eres otro
que comprende nuestra lengua! Por Dios, ¿me dirás por qué no abriste la boca
para detener el castigo?
-Para protegerme de la violación
de los sajones – dijo con sencillez. El rió cruelmente al oír esto.
-Eres demasiado alto para
inspirar deseos a mis hombres, ¿o no lo sabías? Y tampoco, prostituto, eres una
tentación en cualquier otro sentido.
La cólera de Baekho lo indujo a
pronunciar esas palabras, pero de todos modos Minki se sintió herido.
-Y ahora, ¿qué harás conmigo? –
se atrevió a preguntar.
Baekho lo miró irritado, porque
parecía que no hacía caso de sus insultos.
-En adelante, servirás en la
casa. Como te traten dependerá de tu conducta. ¿Entiendes?
-Sí.
-Entonces, explícaselo a tu
gente.
-Minki miró a Mingyu y a Seungcheol,
que se habían acercado.
-Quiere tenerme como rehén en su
casa, para garantizar el comportamiento de nuestros hombres. Eso no debe
afectar las decisiones que vosotros adoptéis. Tenéis que prometerme que si se
presenta la oportunidad, os fugaréis. Si uno solo de vosotros puede llegar a la
casa, conseguiréis que mi padre venga a buscarme.
-Pero te matará si huimos.
-Está enojado ahora porque
castigó a un joven. No me matará.
Seungcheol asintió sabiamente.
-En tal caso, llegaremos a los
daneses del norte, si se nos ofrece la oportunidad. Ellos tendrás barcos que
nos permitirán llegar a las tierras septentrionales.
-Bien. Y yo os contaré cómo
estoy. Si puedo. De todos modos no os preocupéis por mí.
-¡Es suficiente! – dijo Baekho,
y lo empujó -. Llévalo adentro, y que los jóvenes lo bañen. – Mientras Minki se
alejaba, pudo ver los costurones rojos en la espalda, uno salpicado de gotitas
de sangre, y finalmente consiguió controlarse para hablar a Mingyu. – Sé que os
dijo más de lo que yo le ordené. Y ahora, yo os digo lo siguiente: La primera
vez que intentéis escapar o hiráis a uno de mis hombres, conseguiré que él
desee estar muerta. Y no hago amenazas vacías.
-El chico no me permite curar su herida – se quejó.
¡Pero por Dios! No puedo evitar el presentimiento de que intentarán algo ahora que casi todos están curados, y por eso estoy aquí vigilándolos. Sólo dos de ellos aún son incapaces de transportar fácilmente piedras.
-Sí, lo sé – admitió Baekho -. Creo que su dignidad sufrió.
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