Un hombre había caminado entre
los vikingos para afirmar una antorcha en un orificio del poste. Seis guardias
estaban cerca, espada en mano, por si el sajón era atacado. Tres hombres los
vigilaban; de ese modo podían ver mejor a los prisioneros, pues había caído la
noche. No les habían dado comida, ni vendas para cuidar de los heridos. Era un
signo de mal augurio. Necesitaban comida para mantener las fuerzas si se
proponían fugarse. La falta de alimentos podría significar muchas cosas, entre
ellas que no vivirían demasiado tiempo.
Esa posibilidad se vio
confirmada un rato después cuando los guardias comenzaron a hablar entre ellos.
-¿Por qué te mira mientras
habla? – preguntó Minki a Mingyu.
-Soy el único que pudo hablar
por todos un rato antes. Creían que éramos daneses – dijo con cierto desprecio
-. Los desengañé. Los daneses vienen aquí a robarles la tierra. Nosotros sólo
deseamos robarles la riqueza.
-¿Y creíste que al saberlo nos
tratarían mejor? – se burlo Minki.
Mingyu sonrió.
-No he perjudicado a nadie
cuando les aclaré eso.
-¿No? – preguntó Minki con
expresión sombría -. Entonces no escuchas lo que están diciendo.
-A decir verdad, el pequeño
habla demasiado rápido, y a lo sumo comprendo unas pocas palabras. ¿Qué dice?
Minki escuchó varios minutos y
no pudo evitar la expresión de disgusto que se dibujó en sus rasgos.
-Mencionan a una persona llamada
Baekho. Uno dice que nos convertirá en esclavos. El más fanfarrón jura que odia
demasiado a todos los vikingos, de modo que no nos mantendrá vivos, y que nos
torturará hasta la muerte en cuanto regrese.
Minki no agregó que el pequeño
fanfarrón había descrito la tortura, y sugerido que el hombre llamado Baekho
utilizaría el ingenio de los mismos vikingos y haría a los prisioneros lo que
los daneses habían hecho al rey de East Anglia cuando fue capturado. El rey
había sido maniatado a un árbol, y utilizado para practicar el tiro con arco,
hasta que tenía clavadas tantas flechas que parecía un puercoespín. Y cuando
retiraron del árbol, todavía vivo, le habían abierto la espalda, poniendo al
descubierto las costillas.
Ciertamente, una tortura
horrible, pero uno de los guardias sugirió que era más probable que cortasen en
pedacitos a los prisioneros, manteniéndolos vivos todo lo posible, y
obligándolos a mirar mientras se arrojaba a los perros cada uno de los miembros
arrancados.
No tenía sentido que Minki
explicase todo eso a Mingyu. La tortura era la tortura, sin que importase la
forma que adoptara. Si tenían que morir cuando llegase el hombre llamado Baekho
más valía que tratasen de huir inmediatamente. Se volvió para mirar el alto
poste alrededor del cual los habían distribuido, y calculó que tenía la altura
de tres hombres. Las cadenas que pasaban del tobillo de un hombre al siguiente
eran más largas que lo que habría esperado, por lo menos dos brazadas, una
actitud estúpida de los sajones, porque eso les daba amplio espacio de
maniobras.
-Sería suficiente que tres
hombres, quizá cuatro, trepasen a ese árbol, y nos liberasen a todos – dijo Minki
en voz alta.
-Quizá por eso cuidaron de que
no hubiese tres de nosotros seguidos sin heridas graves.
Hoshi dijo esto último, y él lo
miró y vio la herida de su pierna, que le impedía escalar el poste. Y el hombre
que estaba del lado opuesto de Mingyu todavía tenía clavada en el hombro la
punta de una lanza.
-Podría sostener a un hombre –
dijo Mingyu -, pero nos moveríamos con mucha lentitud. Antes de llegar arriba
nos habrían clavado varias flechas en la espalda.
-¿No es posible mover el poste?
– aventuró Minki.
-Para eso tendríamos que
incorporarnos, e inmediatamente sabrían lo que pensamos hacer. También podríamos
derribarlo, pero caería lentamente, y también en ese caso recibirían aviso, y
vendrían instantáneamente con las espadas. E incluso si después de eso
tuviésemos suerte, morirían muchos de los nuestros, y serían un peso inmenso
para el resto, porque estamos todos
encadenados. Si son
inteligentes, ni siquiera se acercarán a nosotros. Para que no podamos
arrebatarles las armas. Nos derribarán desde lejos con sus flechas.
Minki gimió íntimamente.
-Entonces, a causa de estas
cadenas que nos mantienen sujetos, no hay esperanza.
-Por lo menos hasta que curen nuestras
heridas, y podamos echar mano de algunas armas – replicó Hoshi.
-Animo, Minki. – Mingyu sonrió
despreocupadamente. – Quizá decida que les convenimos como instructores, para
enseñarles a luchar contra los daneses.
-Y después nos dejarán seguir nuestro
camino, ¿verdad?
-Por supuesto.
Minki no creía en esa
posibilidad, pero las bromas de Mingyu lo reanimaron. Si tenía que morir, morirían
juntos y luchando, y no aceptarían tranquilamente la tortura de los sajones.
De pronto se abrió el portón de
madera para dar paso a dos hombres que se acercaban a caballo.
Sólo uno merecía que se le
prestase atención, y en efecto lo miró mientras el hombre se acercaba montado
en su gran corcel negro. Cuando desmontó, a pocos metros de distancia, le
sorprendió ver que era casi tan alto como la mayoría de los chicos que lo
acompañaban. Mostraba espaldas anchas y un amplio pecho. La chaqueta de cuero
sin mangas revelaba una mata de vello negro sobre el pecho, casi hasta el
cuello, y los brazos de un guerrero. El cinturón que rodeaba su cintura
mostraba que no tenía grasa sobre el vientre.
Las piernas largas también eran
gruesas y musculosas. Vestía pantalones de cuero hasta la rodilla, y el cuero
estaba adornado con aplicaciones de metal.
El rostro tenía rasgos muy bien
definidos y extrañamente bellos: la nariz recta, los labios bien dibujados delgados
y firmes. Pero cuando uno veía los ojos, se sentía como retenido por ellos y
demostraban tanto odio y cólera cuando se posaron en los hombres encadenados,
que Minki contuvo la respiración hasta que el recién llegado impartió una orden
a uno de los guardias y después se dirigió hacia la casa grande y desapareció
de la vista.
- No me agrada la cara de ese
hombre – dijo Hoshi al lado de Minki -. ¿Qué dijo?
Muchos otros preguntaban lo
mismo, pero Minki meneó la cabeza desalentado.
-Explícales, Mingyu.
-No sé si le entendí bien –
replicó Mingyu con un gesto esquivo.
Minki lo miró hostil. Los
hombres tenían derecho de saber, pero Mingyu no tenía valor para decirles, o
bien no creía en lo que había oído.
Minki volvió los ojos hacia Hoshi,
pero no pudo sostener la mirada.
- Dijo: “Por la mañana,
matadlos”.
Baekho entró a la sala, y
encontró el suelo casi completamente cubierto con sus hombres heridos. Después
hablaría con cada uno de ellos. Subió la escalera que comenzaba al fondo de la
sala, y fue directamente al dormitorio de su primo.
Aron yacía en la cama, cubierto
hasta el cuello con una gruesa manta, y se lo veía tan pálido que Baekho gimió,
creyendo que ya estaba muerto. Los jóvenes que lloraban en la habitación
aumentaron su angustia. Dos de ellos, a quienes a veces Aron llevaba a su cama,
gemían en un rincón. Woozi, el único hermano joven de Baekho, y de apenas ocho
años, estaban sentados frente a una mesita, la cara sobre los brazos, y también
lloraban. Jonghyun, el hermano joven de Aron, estaba arrodillado junto a la
cama, la cara pegada a las mantas, y los sollozos le sacudían el cuerpo
esbelto.
Baekho miró a la única persona de
la habitación que no lloraba, era la curandera.
- ¿Acaba de morir? ¿He llegado
demasiado tarde?
La vieja bruja se recogió los
cabellos castaños y esbozó una sonrisa.
- ¿Muerto? Quizá viva. No lo
mates antes de tiempo.
Baekho recibió la noticia con
una mezcla de alivio y cólera. Y la cólera lo impulsó a exclamar:
- ¡Fuera! – Rugió a los llorones:
- ¡Ahorrad los gemidos para el momento en que sean necesarios!
Jonghyun se volvió bruscamente,
el rostro tan amoratado como los ojos, el pecho sacudiéndose indignado ante lo
que consideraba un insulto.
-¡Es mi hermano!
-Sí, pero ¿qué bien le haces con
tu llanto? ¿Cómo puede dormir y conservar su fuerza con el ruido que ustedes
hacen? Jonghyun, él no necesita tu llanto para saber que le importas.
Jonghyun se incorporó
bruscamente. Le habría golpeado ese pecho de haberse atrevido. En cambio,
estiró el cuello para mirarlo hostil.
-¡Baekho, no tienes corazón!
¡Siempre lo dije!
-¿De veras? Entonces, no te
sorprenderá saber que tus palabras no me hieren. Ve a lavarte la cara. Puedes
regresar y sentarte con Aron, si así lo deseas... siempre que suspendas el llanto.
Los jóvenes salieron de la
habitación. Jonghyun los imitó. La curandera sabía que no estaba incluida en la
orden de abandonar el lugar, pero de
todos modos se retiró
con su canasto de hierbas. Baekho permaneció mirando la carita atemorizada de
su hermano, y su expresión se suavizó.
-Pequeño, no estoy enfadado
contigo, de modo que no me mires así – dijo amablemente Baekho, extendiendo la
mano hacia él -. ¿Por qué estabas llorando? ¿Por qué crees que Aron morirá?
Woozi corrió hacia él y le rodeó
la cintura con los brazos, pues apenas le llegaba a la cadera.
-La curandera dijo que quizá no
muriese, y yo solamente rezaba; pero entonces Jonghyun empezó a llorar y...
-Y nuestro primo está
enseñándote malas costumbres en Soyoud temprana. Has hecho bien en rezar,
porque Aron necesita tus plegarias para curar lo antes posible. Pero, ¿crees
que desea tu llanto, cuando aún vive después de enfrentar a nuestros peores
enemigos? – No le agradaba continuar hablando del exceso de llanto, pues Woozi
era un niño tímido que derramaba lágrimas por la más mínima razón. En cambio, lo
alzó en brazos y le secó las lágrimas de las mejillas enrojecidas. – Woozi,
vete a la cama y reza por Aron hasta que te duermas. Vete ahora mismo.
Lo besó antes de depositarla en
el suelo.
-Gracias, Baekho. – Aron habló
con voz débil desde la cama en cuento Woozi salió y cerró la puerta. – No sé
cuánto tiempo habría continuado fingiendo que estaba dormido. Pero cada vez que
abría los ojos, Jonghyun me gritaba que debía ponerme bien.
Baekho se echó a reír, y acercó
una silla a la cama.
-Seldon, esa absurda imitación
de hombre, me dijo que tenías una herida en el vientre. Por Dios, no esperaba
encontrarte vivo, y menos todavía hablar contigo.
Aron trató de sonreír, pero sólo
pudo rechinar los dientes.
-Un poco a la izquierda de mis
tripas, pero el filo de la espada enemiga por poco me corta los intestinos.
¡Dios mío! ¡Cómo duele! Y pensar que me lo hizo un muchacho que tiene los ojos
más bonitos que he visto jamás.
-Descríbelo, y si es uno de los
que está abajo, sufrirá más que nadie antes de morir.
-Baekho, no era más que un
muchacho de cara lisa, que no debió estar con el resto.
-Si los niños vikingos pueden
intervenir en las incursiones, también pueden morir – dijo Baekho irritado.
-Entonces, ¿te propones matarlos
a todos?
-Sí.
-Pero, ¿por qué?
Baekho lo miró hostil.
-Sabes por qué.
-Sí, se por qué te agradaría
hacerlo, pero, ¿qué necesidad tienes de apelar a eso cuando en cambio puedes
aprovecharlos? Están derrotados.
Tenemos el barco, y me dicen
que traen una buena carga que ahora es tuya. Lyman se queja desde hace tiempo
porque los siervos que tiene que utilizar no poseen fuerza suficiente para
transportar las piedras romanas y construir el muro. Mira cuántos meses se
necesitaron para formar esas pocas pilas. Ya está soñando con las espaldas
fuertes de los prisioneros. Reconócelo, Baekho; los vikingos podían construir
tu muro en la mitad de tiempo, y piensa qué divertido sería que los utilizara
para mantener a raya a sus hermanos los daneses.
La expresión de Baekho no varió.
-Veo que tú y Lyman ya habéis
estado hablando de esto.
-No habló de otra cosa mientras
me traía aquí. Pero tiene razón, Baekho. ¿Por qué tenemos que matarlos, si
vivos nos sirven mejor?
-Aron, sabes que tienes conmigo
más intimidad que la que tuvo jamás mi propio hermano. ¿Cómo puedes pedirme que
soporte la idea de que quizás escapen y nos maten a todos mientras dormimos?
-Podríamos adoptar precauciones
para evitar que huyan. Piénsalo antes de condenarlos. Se abrió la puerta y
apareció Jonghyun, con los ojos secos, pero siempre mirando hostil a Baekho.
Los tres habían crecido juntos. Aron
era un año menos que Baekho, y Jonghyun dos menor que su hermano. Era la única
familia que restaba a Baekho, además de Woozi, y él los amaba a ambos. Pero a
veces deseaba no ver a Jonghyun, sobre todo cuando las tontas rabietas y el mal
humor del joven agotaban la paciencia de Baekho.
-Me acusas de impedir que
duerma, pero, ¿qué haces, obligándolo a hablar y a contestar preguntas acerca
de esos horribles paganos?
Baekho sonrió a Aron.
-Te dejo en las manos capaces de
tu hermano.
Aron le dirigió una mirada
dolorida, y Baekho salió de la habitación.
Baekho observó a su hermano que
atravesaba corriendo el vestíbulo, espiaba por la puerta abierta, y después se
volvía con el ceño fruncido y regresaba corriendo a la escalera, de donde había
partido. Lo llamó antes de que llegase a los primeros peldaños. El niño regresó,
pero no con tanta prisa, y se acercó a la larga mesa frente a la cual él estaba
sentado solo desayunando.
Jonghyun continuaba irritado con
Baekho después del incidente de la víspera, y no deseaba acompañarlo esa
mañana, pero miraba desde el lugar en que se encontraba. No era difícil
percibir la renuencia de Woozi a acercarse a su formidable hermano.
La reticencia de Woozi hacia él
era algo que desgarraba el corazón de Baekho, y la culpa era suya; era el
resultado de su deplorable comportamiento ese primer año después de la pérdida
de tantos seres queridos durante la incursión vikinga. Woozi era demasiado
pequeño para comprender lo que él sentía, por qué se mostraba hosco con todos,
e incluso con él. Ese año comenzó a temerle, y ese sentimiento nunca
desapareció, pese a que lo había tratado con el cuidado más afectuoso apenas
comprendió lo que estaba sucediendo.
-¿Tenías miedo de salir? –
preguntó cariñosamente Baekho, cuando al fin él se acercó, con la cabeza
inclinada.
-No, solamente deseaba mirar a
los vikingos. Udele me dijo que eran todos malos, pero a mi me parecieron sólo
hombres heridos.
Espió el rostro de su hermano
para observar su reacción ante estas palabras y se tranquilizó cuando vio que
él le sonreía.
-¿No crees que pueden ser
hombres malos heridos?
-Quizá. Pero de todos modos no
me parecieron tan malos. Uno incluso me sonrió, o me parece que me sonrió. Baekho,
¿esos hombres tan jóvenes pueden ser realmente tan malos? Yo creía que los
hombres tenían que vivir mucho tiempo en el pecado y la perversidad para ser
realmente malos.
-Esos hombres no han aprovechado
la influencia de dios para atemperar su maldad, y por eso no importa cuán
jóvenes sean.
-Udele dijo que tienen muchos
dioses, y que eso también los hace malos.
-No. Eso los convierte
únicamente en paganos que sacrifican a los dioses paganos. ¿Les temes?
-Sí – reconoció él con un gesto
tímido.
Obedeciendo a un impulso, Baekho
preguntó:
-Woozi, ¿qué crees que debería
hacer con ellos?
-Decirles que se marchen.
-¿Para que pueden regresar y
atacarnos nuevamente? No puedo permitir tal cosa.
-Entonces, conviértelos en
cristianos.
Baekho sonrió ante la sencillez
de la solución.
-Esa es tarea del buen abad, no
mía.
-Entonces, ¿qué harás con ellos?
Udele cree que los matarás.
Woozi se estremeció al
pronunciar estas palabras.
-Yo le dije que no lo harías
porque ya no están combatiendo y tú no eres capaz de matar a un hombre, salvo
en la batalla.
-A veces es necesario... – se
interrumpió, y meneó la cabeza -. No importa, pequeño. ¿Qué te parece si los
ponemos a trabajar en la construcción de nuestro muro?
-¿Estarían dispuestos a hacerlo
por nosotros?
-Creo que aceptarán, si les
ofrecemos el incentivo apropiado – replicó él.
-¿Quieres decir que no tendrán
alternativa?
-Pequeño, los prisioneros rara
vez tienen alternativa, y no olvides que eso son. Si hubiesen ganado la batalla
y te hubieran llevado a su país, ahora serías esclavo. Es inevitable que con
nosotros corran la misma suerte.
Se puso de pie, porque ya estaba
haciéndose tarde, y si no estaba decidido antes, ahora había llegado a una
conclusión, después de conversar con Woozi.
-Una advertencia – agregó,
acariciando los cabellos oscuros del jovencito -. Mientras estén aquí, no te
acerques. Son peligrosos, y no importa si lo parecen o no. Quiero que me lo
prometas, Woozi.
Woozi asintió, inquieto, y
después lo vio salir del vestíbulo
El sol estaba alto cuando él salió
del vestíbulo y caminó con paso firme hacia ellos. Minki había estado esperando
ese momento, lo mismo que sus compañeros, y se había dedicado a repasar sus
motivos de aflicción: que jamás volvería a ver a sus padres, que ahora nunca tendría
marido, o hijos, o incluso ni siquiera vería el día siguiente. Había decidido
que no moriría cobardemente, pero en realidad no deseaba en absoluto morir.
Dos de los guardias se acercaron
a Baekho para hablarle, y después continuaron caminando con él. El pequeño
sajón fanfarrón había sido relevado en mitad de la noche, pero había regresado
temprano en la mañana para continuar molestándolos con descripciones de las
torturas que podían esperar. Se acercó a Shownu, y golpeó el pie desnudo del
prisionero con el costado liso de la espada que había desenvainado.
- Vikingo, mi señor Baekho
quiere hablarte – anunció con gesto pomposo.
Minki pellizcó a Mingyu para
inducirlo a ponerse de pie, pero él le apartó la mano, en un gesto de rechazo.
Estaba agazapado, como los demás, dispuesto a atacar a los sajones si
intentaban separarlos para llevarlos a la tortura. Como había solamente tres
hombres frente a ellos, no era probable que se tratase de eso; pero no deseaba
correr riesgos.
Los ojos del jefe de los sajones
recorrían lentamente el grupo, como si lo viese por primera vez. A diferencia
de la víspera, su expresión era inescrutable. Por supuesto, la condición
deplorable de los vencidos era más evidente a la luz del mediodía, y sin duda
el sajón no creía que representaran una amenaza para él, pues si hubiese
pensado tal cosa no se habría acercado tanto. Su despreocupación era casi un
desafío.
Este sajón no tiene miedo, pensó
Minki cuando sus ojos se posaron sobre él un instante y después retornaron
bruscamente. Minki bajó rápidamente la mirada, y sintió un ingrato sobresalto
en el corazón al advertir la mirada de esos ojos oscuros. Temía que su disfraz
no engañase a ese hombre.
No volvió a levantar la mirada
hasta que lo oyó hablar, pero entonces su inquietud se acentuó. No había
advertido que como estaba encadenado a Mingyu, que era el único que podía
hablar con ellos, estaba demasiado cerca del objeto de la atención de los
sajones. Se arrastró rápidamente para quedar detrás de Mingyu y se agazapó,
de modo que las anchas espaldas de su amigo lo ocultaran.
El sajón estaba mirando a Mingyu.
-Me dijeron que hablas nuestra
lengua.
-Un poco – reconoció Mingyu.
-¿Quién es tu jefe?
-Está muerto.
-¿El barco era suyo?
-De su padre.
-¿Tu nombre?
-Kim Mingyu.
-Entonces, Mingyu, dime quién es
tu nuevo jefe, porque sé que habréis elegido uno.
Mingyu no respondió, y al fin
pidió:
- Habla más lentamente.
Baekho frunció impaciente el
ceño.
-Tu nuevo jefe. ¿Quién es?
Mingyu sonrió ahora y gritó
- Seungcheol, ponte de pie y
preséntate al sajón.
Minki vio que su primo se incorporaba
inseguro, pues no había entendido nada de la conversación hasta el momento en
que Mingyu lo llamó. Estaba sobre el extremo opuesto del grupo, pero se había
acercado a él durante la noche, y para lograrlo había arrastrado consigo a tres
hombres. Sus dos hermanos estaban muertos, pero él no expresaba su dolor; en
eso, adoptaba la misma actitud que Minki. Como era el mayor de todos los
hombres, y también el primo de Junhui, ahora se lo consideraba lógicamente el
líder.
-¿Su nombre? – preguntó Baekho mientras
miraba a Seungcheol.
-Choi Seungcheol – replicó Mingyu.
-Muy bien. Dile a Choi
Seungcheol que me han convencido de que debo mostrarme clemente. No puedo
permitir que os marchéis, pero os daré comida y refugio si estáis dispuestos a
servirme. Necesito construir una muralla
de piedra alrededor
de este poblado. Si preferís no trabajar, no recibiréis comida; es muy
sencillo.
En lugar de volver a decir al
sajón que repitiese lentamente sus palabras, Mingyu dijo
- Hablar – e indicó a sus
camaradas.
Baekho asintió.
- De acuerdo, hablad.
Mingyu convocó a los hombres,
pero fue sólo una excusa para poner a Minki en el centro del grupo, donde nadie
pudiese verlo hablar.
-¡Por los dientes de Thor! Minki,
¿qué quiso decirnos?
Él sonreía de oreja a oreja.
-No piensa matarnos. En cambio,
quiere que construyamos su muralla de piedra.
-¡No, no sudaré por ese canalla!
-En tal caso, morirás de hambre
– replicó Minki -. Sus condiciones son muy claras. Trabajamos por nuestra
comida y el techo.
-¡Como esclavos!
-¡No seáis tontos! – dijo -. De
ese modo ganaremos tiempo para huir.
-Sí, y para curarnos – convino Seungcheol
-. Mingyu díselo ahora. No tiene objeto que crea que algunos de nosotros no
estamos ansiosos de aceptar sus condiciones.
Esta vez Mingyu se puso de pie y
llamó a Baekho.
-¿Las cadenas? – fue su primera
pregunta.
-Las conservaréis. No soy tan
tonto como para confiar en vosotros.
Mingyu sonrió fríamente,
asintiendo. El sajón era astuto, pero no sabía de lo que eran capaces los
vikingos curados, alimentados y decididos a huir.
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