*Si no recuerdan o han leido la primera, pasen por y recuerden Libre Para Amar I *
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Marzo 1171.
Torreón de Goyang. Costa noroeste de
Inglaterra
Su hogar.
Jaebum de Goyang se había abrazado a
esa imagen como a un clavo ardiendo durante mucho tiempo.
Después de estar ausente durante casi
siete años, Jaebum contempló la vasta extensión de tierras del Torreón de Goyang
y suspiró aliviado.
Durante más de doce meses, él y los que
fueran sus tres compañeros de mazmorras habían caminado por secos desiertos y
espesos bosques hasta llegar allí. Habían dependido los unos de los otros para
poder sobrevivir, pero no le había costado despedirse de ellos cuando llegó por
fin a tierras inglesas. Cada uno tenía su propia vida y estaban deseando poder
recuperarla cuanto antes. Jackson de Hong y Yugyeom de Namyang se habían
dirigido hacia la corte de la reina con la esperanza de encontrar al esposo de Jackson.
Wonpil, por su parte, se había propuesto buscarse fortuna por su cuenta.
Mientras que él, conde de Goyang, volvía por fin a casa.
Había pasado muchos días creyendo que
no iba a volver a ver ese sitio, que sus pies no volverían nunca a caminar por
su fértil suelo. Y había pasado muchas noches lamentando todo lo que había
perdido.
Le habían arrebatado su libertad y le había sido negada la posibilidad de tener a su esposo cerca. No había podido elegir sus batallas, su ropa ni su comida. No había podido controlar siquiera dónde dormir. Había estado a punto de perder la alegría de vivir.
Lo habían esclavizado como si fuera un
animal. Y lo habían tratado como tal. Había tenido que sufrir meses y meses de
abusos, hambre y dolor. Y para sobrevivir se había visto empujado a derramar la
sangre de otros con su espada y con sus manos.
Se estremeció al recordar los
terribles pecados que había tenido que cometer, pero intentó quitarse esas
imágenes de su cabeza. Tenía que olvidarse de todo aquello, pensar que sólo
había sido una horrible pesadilla, lo necesitaba para seguir viviendo.
Eso se había acabado y no iba a
permitir que su pasado controlara su futuro. Había sido demasiado duro estar
cautivo durante tanto tiempo y tenía que ser fuerte.
Estaba deseando llegar a su hogar y
disfrutar del recibimiento que sabía que le esperaba entre sus paredes.
Había soñado durante tanto tiempo con
ese momento, con su llegada al castillo, que casi podía sentir ya los brazos de
su esposo rodeando su cintura. Podía ya saborear sus labios. Sabía que el
corazón de Jinyoung latiría con tanta fuerza que podría sentirlo contra su
pecho. Estaba deseando perderse en su cuerpo, navegar por sus seductoras
curvas.
Ansioso por llegar a casa y vivir ese
recibimiento, tomó de nuevo las riendas del viejo caballo y lo azuzó para que
cabalgara más deprisa. El rey Enrique le había ofrecido uno mucho mejor, uno
que pertenecía a la caballería real, pero él no había querido aceptarlo, no
deseaba tener nada que le recordara a la guerra. A un lado de la cintura
llevaba la funda de su espada, pero iba vacía. La llevaba como un recuerdo de
la persona en la que le habían obligado a convertirse durante ese tiempo.
Había salido del palacio donde había
estado cautivo dieciocho meses atrás. Desde allí había ido a encontrarse con el
rey y después había salido hacia su casa, a donde estaba a punto de llegar.
Durante todo ese tiempo, año y medio, no había tenido que matar a nadie y
esperaba, con la ayuda de Dios, no tener que volver a hacerlo.
Su alma, que había estado tanto tiempo
en la más negra oscuridad, se iluminó con nueva esperanza al cruzar los campos.
Cada paso del caballo lo acercaba a Goyang, llevándose consigo los malos
recuerdos. Y su corazón se iba llenando de alegría.
Y por fin llegó a la muralla. Tuvo que
contenerse para no gritarle a Jinyoung, para no anunciar de esa manera su
llegada.
Se detuvo antes de llegar al puente y
se quedó mirando divertido a los hombres que lo miraban con suspicacia desde
las torres de vigilancia. No entendía por qué estaría cerrada la puerta de
hierro. Le extrañó porque no había evidencia alguna de batalla ni en la
fortaleza ni en los alrededores. No podía creerse que Goyang hubiera cambiado
tanto como para no recibir con las puertas abiertas a los forasteros.
—¿Qué queréis? —le preguntó alguien.
Miró al hombre que estaba apoyado
contra la pared. Era Chan. Lo reconoció al instante, a pesar de que no era más
que un mozo delgaducho la última vez que lo había visto. Estaba más alto y
fuerte.
—¿Le preguntas al señor de Goyang lo
que quiere al llegar a la puerta de su propia casa?
Chan levantó la cejas con
incredulidad. Se apartó de la pared y gritó a otro guardia.
—¡Señor, dice que es lord Goyang!
El joven lo miró de nuevo.
—¿Qué queréis? —le preguntó una vez
más.
Estaba claro que no lo reconocía, así
que se imaginó que él, igual que el joven, también había cambiado con los años.
—Chan, lo que quiero es ver a mi esposo.
—¿Vuestro esposo? —preguntó el guardia
con los ojos entrecerrados—. Señor, no hay jóvenes en el castillo, sólo el
joven señor de Goyang.
—Así es. Jinyoung —le dijo él mientras
asentía con la cabeza y se cubría mejor las espaldas con su capa de piel.
Hacía bastante frío y no terminaba de
acostumbrarse al gélido clima del norte. Esperaba que sus hombres lo
reconocieran antes de que se congelara a la puerta de su propia residencia.
Se acercó a la entrada un hombre algo
mayor.
—No sé a qué estáis jugando, señor —le
dijo éste—. Pero, si queréis conservar la vida, será mejor que os vayáis.
—Nichkhun, no estoy jugando a nada
—contestó con impaciencia—. Abre la puerta, quiero ver a mi esposo.
No le costó reconocer a Nichkhun, él
no había cambiado en absoluto.
—No os conocemos —explicó Chan
mientras miraba a Nichkhun—. ¿Cómo sabéis nuestros nombres?
—Soy el señor de Goyang, por supuesto
que sé vuestros nombres.
Nichkhun se rió con incredulidad.
—No hay ningún señor de Goyang, sólo
está el joven señor. Y él... Bueno, está indispuesto ahora mismo.
—¿Indispuesto? ¿Está enfermo Jinyoung?
—¡No uséis con descaro su nombre de
pila! —exclamó Chan.
Aquello le sorprendió de verdad. No
era normal que un mozo hablara en ese tono a un señor, aunque no hubiera sido
el suyo. Muchos habían muerto por menos.
—Usaré el nombre de mi esposo como
desee.
—¡Ya basta! —ordenó Nichkhun.
El guardia se alejó y llamó a alguien
más. Después volvió de nuevo a la entrada.
—Os conviene dejar las mentiras y
alejaros de aquí por vuestra propia voluntad. De otro modo, acabaréis en una de
las celdas.
—¿Mentiras? ¿Qué mentiras? Si todo
sigue como siempre, Jinyoung es mi esposo. Y, aunque he pasado mucho tiempo
fuera, sigo siendo el señor de Goyang.
Nichkhun negó con la cabeza.
—No es posible. Jaebum de Goyang murió
hace muchos años.
Había esperado sorpresa y cierta
incredulidad en la gente cuando regresara a casa. Había sabido que no lo dejarían
entrar sin más, pero nunca, ni en sus peores pesadillas, se había imaginado que
iban a retenerlo allí afuera durante tanto tiempo.
Intentó otra táctica.
—¿Cómo está Suzy? ¿Ya habéis terminado
de llenar la casa de niños?
Era una pregunta que le había hecho
muchas veces. Todo el mundo sabía que a Suzy, la esposa de Nichkhun, le hubiera
encantado tener varias docenas de niños, pero Nichkhun no había querido tener
más de dos. Por desgracia, lo había decidido después de tener un hijo joven y
siete varones.
Nichkhun lo miró con desprecio.
—Vuestras bromas no son de buen gusto
—le dijo.
El dolor que encontró en su voz lo
dejó helado. Estaba claro que algo le había pasado a Suzy y a sus hijos. Se
preguntó qué más habría cambiado durante su ausencia.
—Desearía disculparme honestamente si
mis palabras te han herido.
—No acepto vuestras disculpas. Ésta es
vuestra última advertencia. Idos o acabaréis en una celda.
Aquella discusión estaba consiguiendo
acabar con su paciencia.
—¿Dónde está sir Taecyeon? Me gustaría
hablar con él. Ahora mismo.
—Por supuesto, hablaréis con él. A su
tiempo...
Se oyó un chirrido y alguien comenzó a
elevar la puerta de hierro. Pero sir Taecyeon, el capitán de su guardia, no lo
esperaba al otro lado. Allí había, en cambio, un grupo de media docena de
hombres. Lo esperaban armados.
Jaebum los miró con atención.
—¿Qué significa esto? —preguntó
exasperado.
Acababa de hablar cuando dos de esos
hombres se acercaron a él y le obligaron a desmontar. Después lo tomaron por
los brazos y lo arrastraron dentro de la fortaleza.
Nichkhun iba a la cabeza del grupo. Lo
miró entonces por encima del hombro.
—¿No queríais hablar con sir Taecyeon?
—Sí, pero esto no es...
Uno de los guardias, al que no había
visto en su vida, lo golpeó en la cabeza.
—Cerrad la boca y seguid andando.
Sacudió la cabeza para intentar
recuperarse del golpe. No sabía qué había pasado en Goyang durante los siete
años anteriores, pero si tenía que adivinarlo por la conducta agresiva y cauta
de los guardias, parecía que no habían sido años fáciles.
El rey le había asegurado una y otra
vez que todo estaba bien en Goyang, pero empezaba a darse cuenta de que el rey
le había mentido. O quizás no estuviera demasiado bien informado sobre lo que
pasaba en su reino.
Decidió hacer lo que le había dicho el
guardia y no abrió la boca. Cruzaron el patio de la fortaleza y aprovechó el
momento para contemplar sus propiedades. Los establos estaban sucios y en muy
mal estado de conservación. Y parecía que los campos de prácticas no habían
sido usados en mucho tiempo. Antes de irse, esas zonas habían estado siempre
cubiertas de barro, destrozadas después de los torneos simulados que celebraban
allí para divertirse.
No había fuego en la herrería y no se
escuchaban los golpes del metal contra el yunque. No había nadie al lado del
pozo. Hacía frío, pero era un día despejado, no entendía por qué los patios no
estaban llenos de gente y de movimiento, tal y como los recordaba.
No comprendía por qué los habitantes
de Goyang no estaban disfrutando de un día como aquél. Sobre todo después de
haber pasado un duro invierno bajo techo.
Pero, por mucho frío que hiciera en
esas tierras en invierno, no cambiaría ese clima por el asfixiante calor del
desierto. Sólo esperaba poder acostumbrarse pronto a esas bajas temperaturas.
Se detuvieron frente a las puertas del
castillo. Nichkhun ordenó a dos guardias que fueran a buscar a sir Taecyeon,
después abrió las puertas.
Entró en el gran vestíbulo del
castillo y tragó saliva. Se sentía muy agradecido y muy aliviado. Por fin
estaba en su casa. La impresión fue tan grande que estuvo a punto de caer al
suelo. Un guardia lo empujó para que siguiera andando.
Olía a humo de madera y a hierbas
secas. El salón estaba casi vacío. No había esperado encontrarse con algo así.
Una vez más, se extrañó de que no
estuvieran por ninguna parte los habitantes de Goyang. Confundido, miró a Nichkhun
con el ceño fruncido.
—¿Dónde está todo el mundo? ¿Por qué
parece que Goyang ha sido casi abandonado?
Nichkhun lo miró de reojo e ignoró su
pregunta. Fue hasta la mesa que estaba a un lado del salón y bebió y comió de
algunas de las viandas que allí estaban. Después se limpió la boca con la manga
y lo miró de nuevo.
—Para ser un completo desconocido,
hacéis demasiadas preguntas —le dijo el guardia.
Se oyó entonces un grito. El sonido
procedía de las escaleras. Todos los hombres se sobresaltaron. Y a él se le
aceleró el pulso. Podría reconocer esa voz en cualquier sitio. Era Jinyoung. Lo
sabía.
Sólo tenía una cosa en la cabeza,
rescatar a su esposo. No sabía por qué habría gritado, pero tenía que atenderlo.
Fue hacia las escaleras, pero cayó al suelo antes de dar dos pasos. El bruto
que lo había empujado se había sentado encima de él y empujaba su cara contra
el frío suelo.
—¡Suéltame! ¡Deja que me levante!
—gritó irritado.
Por primera vez en muchos meses,
sintió cómo la ira la recorría las venas. Aquella sensación ofuscó su sentido
común. No podía pensar, todo su cuerpo estaba en tensión.
Pero se esforzó por tranquilizarse y
dejar que el enfado pasara. Había trabajado mucho para dejar su agresividad de
lado, para volver a ser él mismo.
Por mucho que lo provocaran, no estaba
dispuesto a enfrentarse con sus propios hombres. Sabía que esos guardias sólo
estaban cumpliendo con su deber, querían proteger Goyang y a su señor de un
intruso al que no habían reconocido aún.
Nichkhun le dio un puntapié en el
hombro.
—Eso no ha sido un movimiento
demasiado inteligente.
—Me ha parecido que hay un joven señor
en apuros. ¿Es que no lo habéis oído gritar?
Todos los hombres gruñeron a modo de
respuesta.
—¿Que si no lo hemos oído? ¡No hemos
oído otra cosa desde anoche!
—¿Qué?
Levantó la cabeza confuso, pero el
guardia volvió a sujetarla con fuerza contra el suelo.
Jinyoung volvió a gritar y tuvo que
contenerse para no hacer lo mismo. Tenía que ir a su lado, tenía que saber qué
le pasaba. No entendía qué hacían allí quietos en vez de ir a ver qué le pasaba
a su señor. Estaba claro que estaba en apuros y necesitaba ayuda.
—¡Os juro que soy el señor de Goyang!
¡Dejadme ir con mi esposo!
Nichkhun volvió a darle en el hombro
con la bota.
—Si sois el señor de Goyang, ¿por qué
tenéis el pelo cano? El suyo era negro. ¿Por qué tenéis cicatrices cuando en su
rostro no había ninguna? No lleváis espada. Lord Jaebum no era tan estúpido
como para ir desarmado.
Respiró profundamente para
tranquilizarse. Pero se abrió la puerta del salón antes de que pudiera
contestarle. El recién llegado se detuvo cerca de él.
—¿A quién tenemos aquí? —preguntó.
Era sir Taecyeon. Se sintió muy
aliviado. Ese hombre había sido el capitán de su guardia durante doce años,
estaba seguro de que lo reconocería.
—Este individuo dice que es el señor
de Goyang —contestó Nichkhun.
—¿En serio?
Con la cabeza contra el duro suelo,
sólo podía verle los pies. Se quedó callado mientras sir Taecyeon giraba a su
alrededor.
—No se parece a lord Jaebum.
—Eso dije yo —repuso Nichkhun riendo.
Taecyeon se agachó, agarró con fuerza
su pelo y levantó su cabeza.
Hizo una mueca de dolor, después miró
al jefe de su guardia y esperó a que lo reconociera.
Taecyeon soltó un improperio y dejó de
agarrarle el pelo. Se puso en pie tan deprisa como pudo.
—¡Cielo Santo, suéltalo! —le dijo al
guardia que lo sujetaba contra el suelo.
El hombre se quitó de encima. Sir Taecyeon
comenzó a dar órdenes.
—Traed una silla, algo de agua y un
paño.
El hombre se agachó para ayudarlo a
levantarse. Le sacudió deprisa el polvo que manchaba su gabán. Después se
arrodilló frente a él.
—Mi señor, siento muchísimo la manera
en la que habéis sido tratado.
Le impresionó que ninguno de los otros
hombres cuestionara al capitán. Hicieron lo mismo que él. Nichkhun también se
agachó. Igual que Chan.
Esos hombres lo habían tratado muy
mal, pero al menos respetaban lo suficiente al capitán como para confiar en él
sin hacer preguntas.
Asintió. Se alegraba de tener a sir Taecyeon
al mando.
—Levantaos. Me doy cuenta de que no me
reconocisteis. Me he arriesgado mucho al llegar al castillo sin ningún tipo de
escolta.
—Pero deberíamos haberlo reconocido
—intervino un avergonzado Nichkhun.
—¿Cómo? —preguntó él mientras alargaba
los brazos hacia sir Taecyeon—. Hace muchos años que no me veis.
Taecyeon agarró los brazos de su jefe
a modo de saludo.
—Mi señor, es una gran alegría
recibiros de nuevo en vuestro hogar.
El capitán parecía estar muy aliviado.
Lo soltó y dio un paso atrás. Él no había sido el único que había envejecido.
Sir Taecyeon aparentaba sesenta años, diez más de los que tenía.
Se imaginó que sus muchas
responsabilidades habían provocado ese prematuro envejecimiento. Estaba seguro
de que, además de cuidar de la seguridad de la fortaleza, habría ayudado a Jinyoung
en todo lo que ella pudiera haber necesitado.
—Mi señor, ¿dónde habéis estado? —le
preguntó Taecyeon mientras lo miraba de arriba abajo—. Está claro que habéis
sufrido bastante. ¿Os tomaron prisionero?
—Algo así —repuso él.
No quería hablar de eso. Y mucho menos
en presencia del resto de los hombres.
Escuchó otro grito. Se dio la vuelta y
fue hacia allí.
—Hablaremos después, sir Taecyeon —le
dijo al capitán sin detenerse—. Ahora, debo ir a ver a mi esposo.
—No, mi señor, esperad —le dijo Taecyeon
corriendo tras él—. Ellos... Él... Ellos están cuidando de él. Tenemos que
hablar antes de que subáis a verlo.
No tenía ganas de hablar de nada.
Tampoco tenía tiempo. Llevaba demasiado tiempo esperando ese momento y nada iba
a detenerlo.
—¿Es que estamos sitiados?
—No, señor.
—Entonces, ya hablaremos más tarde. No
hay nada que no pueda esperar hasta más tarde.
—Mi señor...
Subió las escaleras de dos en dos para
que sir Taecyeon no pudiera detenerlo de nuevo. Con el capitán podía hablar más
tarde, pero no podía dejar para después a su esposo si él lo necesitaba.
Le latía el corazón con fuerza. Iba a
poder abrazarlo por fin. Llevaba demasiadas noches soñando con aquel momento,
imaginándose cómo sería besarlo de nuevo.
No necesitaba comida para su vacío
estómago, ni bebida para su seca garganta. Tampoco pensaba entonces en
descansar después de tan largo recorrido. No tenía dudas. Sabía que sólo Jinyoung
conseguiría curarle las heridas y, sobre todo, curar su alma. El amor que
habían forjado durante su breve matrimonio había sido lo suficientemente fuerte
como para sobrevivir todos esos años.
Llegó pronto al primer piso. Le
quemaba el pecho del esfuerzo. Tenía que tranquilizarse un poco y recuperarse.
Llevaba tantos meses a lomos de un caballo que su cuerpo se había agarrotado
tanto como el de una anciana.
Respiró profundamente para recuperar
el aliento. No quería entrar en sus aposentos sin aire. Quería abrazarlo, no
asustarlo.
Caminó despacio hasta el final del
pasillo. Con cada paso se acercaba más y más al joven que amaba.
Se detuvo frente a la puerta. Giró el
picaporte y empujó, pero estaba cerrada por dentro.
Estaba levantando la mano para golpear
la puerta con los nudillos cuando lo escuchó gritar de nuevo.
Sin pensárselo dos veces, empujó con
todas sus fuerzas el hombro contra la puerta. El cerrojo de madera saltó y la
puerta se abrió.
Entró corriendo y tropezó con un
pequeño taburete. Era una mesa baja, de respaldo estrecho, no entendía nada.
Era de mesa se usaba durante los partos.
—¡Jaebum!
El grito de Jinyoung lo devolvió a la
realidad. Se puso en pie y fue hacia la cama. Unas cuantas mujeres y jóvenes se
apartaron y se refugiaron en un hueco de la alcoba. Una mujer lo agarró por el
brazo.
—No deberíais estar aquí.
Miró a la anciana.
—Éste es mi feudo y ése es mi esposo, Hyorin.
Estaré donde me plazca.
—Muy bien, como queráis —le dijo la
comadrona soltándole el brazo—. Entonces, será mejor que ayudéis.
—¿Que ayude? —preguntó confuso.
No entendía nada, no sabía qué le
habría pasado a Jinyoung, pero tenía demasiado miedo a preguntar.
—Sí, pero intentad no comportaros como
un melindroso.
—¿Por qué iba a actuar así?
Los gemidos de Jinyoung lo acercaron
más a la cama, que estaba cubierta con cortinas.
Hyorin rió y le señaló su delantal,
manchado de sangre. Después volvió a su lugar, a los pies de la cama.
—Porque, mi señor, la mayoría de los
hombres se vuelven algo melindrosos en estas circunstancias. Por eso los
mantenemos lejos de las alcobas.
Cada vez estaba más confuso. Se acercó
más aún y tomó la pálida mano de Jinyoung. Su esposo parecía muy débil.
—Me temo que no entiendo nada. ¿Por
qué no iba a querer estar aquí?
—Mi señor, porque el joven señor Goyang
está a punto de dar a luz.
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