Yesung supo el momento en el que Wook se
perdió. Su mente se fue astillada en demasiados pedazos para contarlos.
«Lucha», le ordenó mientras intentaba
alimentarlo del poder que necesitaba para hacer eso.
«No te atrevas a darte por
vencido conmigo».
Pero ningun Wook había quedado, sólo el eco
vacío donde una vez había estado su esencia.
La pena se hinchó en él tan densa, que no
podía respirar. Wook se fue. Su dulce Wook estaba vivo, pero desgarrado en
pedazos.
Sooman había huido a lo largo de un corredor
oscuro, dos de sus guardias pisándole los talones.
Yesung iba a encontrarlo y
matarlo lentamente, desgarrar la carne de su cuerpo trozo a trozo antes de que
él lo viera freírse a sol.
Pero primero tenía que salir de esta maldita
jaula.
Golpeó los barrotes otra vez, sintiéndolos
vibrar, pero sin ceder ni un centímetro. Eran sólidos. Le llevaría semanas
escapar de aquí, asumiendo que viviera tanto tiempo.
Wook no lo haría. Todavía podía notar que
estaba vivo, ¿pero cuánto tiempo duraría eso? ¿Cuánto tiempo pasaría antes de
que se desangrara o uno de los demonios decidiera que la sangre no era
suficiente y fuera a por su carne, también?
Entonces, como un ángel sucio, tímido, Henry
apareció frente a él, un anillo de llaves tintineando en sus dedos temblorosos.
Estaba desnudo y temblando de frío o de conmoción, o ambos, pero no se había
dado por vencido.
Yesung se despojó de la camisa, desgarrando
heridas que habían comenzado a cerrar, pasándosela a
él.
—Toma, ponte esto. Dame las llaves.
Él hizo lo que le dijo, entonces estaba allí,
observando a los demonios alimentándose de Wook.
—¿Me puedes encontrar una espada? —pidió, más
para distraerlo que cualquier otra cosa. Mataría con las manos desnudas si
tuviera que hacerlo, pero no quería que este recuerdo se sumara a los otros
horribles que él sabía que Henry había recopilado.
Uno de los Sasaeng agarró el cuerpo laxo de Wook
y corrió a toda prisa con él. Todos los demás lo siguieron, gruñendo de hambre,
corriendo velozmente detrás de eso.
No los podía dejar escapar. No podía perderle
el rastro.
Él maldijo las condenadas llaves, empujando
otra en el cerrojo. Kevin se había estirado a través de los barrotes y había
apretado una mano contra la espalda de Yesung.
El dolor llameó debajo de la piel, hundiéndose
en las heridas mientras Kevin usaba su magia para cerrarlas.
—No es mucho, pero es todo lo que puedo hacer.
Yesung casi se lo agradeció cuando una llave
finalmente giró y salió disparado de la celda. Lanzó las llaves a través de los
barrotes para Kevin, tomó una espada de las estropeadas manos de Henry, y salió
corriendo en busca del montón de Sasaeng que tenían a Wook.
Los encontró en la cámara por la que ellos
habían entrado al principio, y se paró en seco. Había más de ellos. No tenía ni
idea de dónde habían venido todos, pero sabía a ciencia cierta que nunca había
visto antes a tantos Sasaeng juntos en un lugar al mismo tiempo.
Estaban muertos.
Aunque, no había forma de que perdiera las
esperanzas con Wook. Lo liberaría o moriría intentándolo.
Kevin apareció a su lado, la espada en mano.
Él respiraba con dificultad y la punta de la espada vibraba en su mano. Ya
fuera por estar realmente débil o asustado. De una u otra manera, no iba a ser
de mucha utilidad.
—Saca a Henry si puedes —clamó Yesung en voz
alta mientras cortaba la cabeza de otro demonio—. Voy detrás de Wook.
—Hay muchos de ellos. Te matarás.
—Estoy muerto sin él, de cualquier manera.
Ahora vete.
Yesung no esperó a ver si Kevin hacía lo que
le había pedido. Arremetió contra el grupo que había caído en un frenesí
alimentador. Se estaban volviendo contra ellos mismos, desgarrándose los unos a
los otros por una gotita de la sangre de Wook.
Se abrió paso, cortándolos como trigo, sin
molestarse en ver si se levantaban o no. Los cuerpos se acumularon en el suelo,
y encorvados sobre cada uno de ellos estaban varios más, arrancando carne con
sus manos desnudas.
Uno de los demonios alzó una espada como
disponiéndose a cortar la mano de Wook. Yesung no iba a dejar que eso
ocurriera.
Se abalanzó a por la cosa, resbalando con la
sangre. Falló de cercenar su cabeza y en lugar de eso rebanó un corte profundo
a lo largo de su pecho. Más sangre salpicó hacia el suelo.
Yesung se extendió hacia Wook, atrapó su
tobillo, y tiró fuerte, arrancándolo del agarre de los demonios. Estaba seguro
de que lo había lastimado por ser tan rudo, pero era muchísimo mejor que lo que
iban a hacerle a Wook.
Se mantuvo sobre su cuerpo, rechazando a
tantas de las cosas como podía, pero había demasiados. No podía defenderse la
espalda.
Algo le cortó a través de las costillas,
haciéndole apretar los dientes de dolor. Alzó la espada torpemente,
comprendiendo que algo vital para el movimiento había sido cercenado. El brazo
derecho era inútil.
Cambió la espada al izquierdo, yendo
completamente a la defensiva. Con todo este jodido grupo no iba a durar mucho
más tiempo. Él reconocía un caso perdido cuando lo veía.
Ambos iban a morir aquí adentro, y la única
paz que podría encontrar era que él había podido amar a Wook. Wook se había
asegurado de que él muriera con el alma intacta, y sin el alma, no lo podría
haber amado. Amarlo era uno de los máximos regalos que a él alguna vez le
habían dado.
Yesung se esmeró en esquivar los golpes de las
pocas bestias que no estaban demasiado ocupadas alimentándose para combatirle.
Ninguno de los demonios logró darle a Wook, pero él había recibido más que
algunos cortes. Sintió la fuerza drenándose mientras sangrada cada vez más.
Más golpes le aterrizaron en los brazos,
cortándole la piel. La empuñadura de la espada se volvió resbaladiza y difícil
de sujetar. El corazón comenzó a palpitarle más rápido, revoloteando en el
pecho mientras intentaba en vano bombear sangre hacia las extremidades.
«Te amo, Wook. Lamento haberte fallado».
El amor de Yesung fluyó hacia la astilla
diminuta de Wook que se quedó acurrucada en la mente, ocultándose de las cosas
que querían su sangre.
Hasta ahora, todo lo que había sentido venir de
él era la determinación, el dolor, la desesperación. El amor desbordándose de
él resplandeció brillante, chamuscándole con su intensidad. Lo llenó, lo hizo
fuerte.
Aún con todas sus otras partes fallando, él de
alguna forma logró hacerle sentirse completo.
Wook se deslizó dentro de su mente,
necesitando deleitarse en ese amor. Todo estaba tan equivocado y confuso ahora
mismo, y la única cosa buena que podría encontrar era él. Necesitaba que esa
bondad le reconfortara.
El vínculo entre ellos había crecido, o tal
vez él se había encogido. De una u otra manera, la pequeña cantidad que quedaba
de él se sintió diminuta mientras avanzaba por él, necesitando estar tan cerca
como pudiera llegar.
Una vez que estuvo allí, Wook se dio cuenta de
lo que ocurría. Él estaba bajo ataque. Los Sasaeng le lastimaban, matándole.
Podía sentir su dolor y su sangre rezumando de su cuerpo. Él batallaba por
encontrar suficiente aire para mantenerse en movimiento, al menos se las
ingeniaba de alguna manera.
A través de sus ojos, vio a la horda de
demonios. Ya habían tenido su sangre y ahora querían la de él.
La furia se levantó dentro, tan fuerte que
sintió su misma alma temblar con la fuerza de ello. La conexión con estas cosas
parpadeó en el aire, zumbando, tentándolo. Tiraban de él, instándolo a entrar
en ellos y matar. Alimentarse de la sangre de Yesung.
Iba a matarlos a todos y cada uno de ellos.
Wook se extendió en busca del poder de Yesung
y se apresuró hacia él. Como un lago enorme, trémulo de líquido encendido, lo
vio surgiendo amenazadoramente delante de él. Sin pensar en lo que podría
ocurrir, se sumergió dentro, metiéndose de lleno en ese poder, empapándose con
eso tanto como podía.
Se retorció dentro, necesitando ser puesto en
libertad. Wook no iba a decepcionarlo.
Contactó con uno de los demonios que tiraba de
él y disparó un pedazo de energía directamente en su cabeza. La cosa ni
siquiera tuvo tiempo de gritar antes de que lo sintiera morir. El pedazo que la
cosa le había arrebatado regresó, pero apenas notó un trocito tan pequeño.
Estaba demasiado ocupado en la búsqueda de su siguiente objetivo.
Yesung ya no podía levantar la espada. Curvó
el cuerpo alrededor de Wook y permitió que los golpes le llegaran. Éste era el
fin, pero sacó todo el dolor y el miedo de la mente y se concentró en la
sensación de tener a Wook en los brazos, dejando que eso le reconfortara.
No creía que ellos lo mataran, al menos, no
una vez el frenesí alimenticio terminara y ellos recordaran sus órdenes. Todo
lo que tenía que hacer era sobrevivir el suficiente tiempo para mantenerlo
protegido hasta entonces. Uno de los hermanos vendría a por él y lo salvaría. Heechul
vendría y los mandaría a todos al infierno. Wook estaría bien. Tenía que creer
en esto.
La algarabía detrás de él quedó en silencio.
Ninguna hoja atravesándole la piel, le sorprendió. Tal vez había entrado en
trance y no podía sentir nada. ¿Pero si era el caso, cómo podía sentir la
suavidad de la piel de Wook? ¿Sentir el roce de su aliento en la cara?
Confundido, Yesung miró por encima del hombro.
Los demonios ya no peleaban ni se alimentaban.
Uno por uno se iban agarrando firmemente las cabezas, entonces simplemente
caían; muertos. Al principio, fueron simplemente unos cuantos, entonces cada
vez más hasta que ningún demonio había quedado moviéndose.
Wook. Él estaba haciendo esto. Los estaba
matando desde el interior, asumiendo el control de sus mentes, usando su hambre
por su sangre en su contra.
Brillante.
Yesung deslizó la mano para que las mitades de
la Luceria entraran en contacto. Intentó facilitar el flujo de poder haciendo
lo poco que podía para ayudarle.
Él se acomodó en sus pensamientos, buscando
algo más que pudiera hacer. Lo que vio le hizo tambalearse de horror.
Su mente se retorcía con hambre por sangre y
un frenético deseo de matar. Los huecos que fueron excavados, desgarrados. Casi
podía ver las tiras babosas que lo conectaban a los Sasaeng, gruesas,
aceitosas, y chorreando con sangre negra.
Wook estaba gritando. Peleando por recobrar
esos trozos perdidos de su mente.
Yesung tenía que ayudar. Tenía que matar
violentamente a estas cosas antes de que desgarraran su cordura otra vez.
Intentó colocarlo detrás de él y levantar la
espada contra los Sasaeng, pero los brazos no le estaban funcionando bien. Las
piernas le temblaban de debilidad y ya ni siquiera podía moverse, mucho menos
resistir. Todo lo que podía hacer era escudarlo con el cuerpo y esperar que
fuera lo suficientemente fuerte para salvarse.
Yesung lo miró fijamente, rezando porque no
fuera la última vez. Había tantas cosas que quería para su pequeño. Tantas
cosas que él no había experimentado, tantas cosas que quería mostrarle. Había
perdido años de su vida por los Sasaeng. No parecía justo que muriera ahora.
Deseó como el demonio que Wook abriera los
ojos y le hiciera saber que estaba bien.
El húmedo ruido sordo de cuerpos cayendo al
suelo duró mucho tiempo antes de que finalmente se detuviera. Yesung no tenía
fuerzas para alzar la cabeza. Intentó apretarlo con fuerza para avisarle que él
estaba allí, pero tenía los brazos demasiado débiles para lograrlo. Había
perdido una buena cantidad de sangre. No veía cómo iba a conseguir sacar a
cualquiera de ellos fuera de aquí.
—Lo siento, Wook. Te fallé. —Ese fracaso
avanzó amenazadoramente sobre él, sacándole el aliento de los pulmones.
Sus ojos se abrieron. Estaban congestionados
de sangre. Su mano delicada le acunó la mejilla y él sintió un roce
hormigueando sobre la piel.
—Tú no me fallaste. Nunca lo harás.
Wook lo dijo como si pensara que tenían un
futuro juntos. Yesung había sido herido las suficientes veces para saber que no
se veía bien. Estaba desangrándose.
—He llamado a Kevin. Ya viene.
—¿Cómo lo hiciste...?
—Él bebió mi sangre. Estamos conectados ahora.
—No estoy seguro de que me guste mucho la idea
de ti estando conectado a otro hombre.
—Te acostumbrarás. Y una vez que lleguemos a
casa, voy a mostrarte exactamente lo diferente que eres de cualquier otro en mi
vida.
—Ahora, eso es algo por lo cual vivir.
Wook le dirigió una sonrisa débil.
—Casi está aquí. No vas a conseguir escapar de
mí tan fácil.
El ruido de pisadas llegó desde la esquina,
pero Yesung no tenía fuerzas para ver quién era.
—Parece que podrías necesitar unos parches más
—dijo Kevin.
El alivio mareó a Yesung.
—Unos pocos.
—Sí. Y yo soy Santa Claus. Espera un momento;
Esto podría doler —dijo Kevin—. Tenemos un poquito de prisa.
Yesung se preparó, pero lo que fuera que hizo Kevin
lo sintió como si él le hubiera aplicado un soplete en la espalda. Cuando
colocó sus manos sobre Wook, Yesung casi lo detuvo, pero el dolor calculado era
preferible a sangrar hasta morir.
Wook inhaló un aliento ronco, pero no mostró
ninguna otra señal de que Kevin le hubiera lastimado.
Kevin temblaba cuando apartó su mano.
—Ya está. Eso servirá por ahora. Necesitamos
movernos antes de que sea demasiado tarde.
—¿Dónde está Henry? —preguntó Yesung.
—Esperando fuera, congelándose —dijo Kevin—.
Vámonos antes de que no podamos.
Kevin estaba tan agotado que apenas había
logrado llegar a su habitación. El viaje de regreso a casa había sido largo y
lleno de silencio. Changmin y Yunho no lo habían logrado. Nadie había oído nada
de ellos. Kevin se temía lo peor.
La fatiga le pesaba tanto que apenas podía
sentir los rugidos de hambre que le atravesaban, debilitándole. Esta noche se
había exigido demasiado. Había sido necesario pero había estado a punto de
matarle.
Más tarde se alimentaría. Lo que había tomado
del Suju no había sido suficiente para reponer las fueras. Ahora mismo lo único
que necesitaba era dormir, pero todavía tenía que esperar unos minutos más.
Fue a la habitación de invitados subiendo las
escaleras donde tenía el laboratorio y se sacó al pequeño recién nacido sin
vida de debajo de la camisa. Con tanto caos, nadie se había dado cuenta de que
se escondía al bebé debajo del abrigo.
Y eso era un bebé, a diferencia del resto de
criaturas que habían encontrado. Y era perfecto, cada pequeña faceta de su
cuerpo era una réplica exacta del cuerpo de un humano, o de un Centinela.
Kevin no sabía por qué no había vivido, pero
tenía la intención de averiguarlo. Y entonces, cuando lo hiciera, enterraría al
niño en el cementerio con los otros que habían caído. Este niño no se merecía
sufrir por su parentesco, y Kevin se negaba a tratarle como si fuera basura,
dejándole tumbado en el sucio suelo de la cueva.
Entendía el porqué Henry no podía enfrentarse
a la muerte de su hijo en este momento, pero algún día estaría preparado.
Cuando estuviera curado. Cuando fuera mayor. Él seguía siendo un niño, pero algún
día él sería capaz de guiarlo hasta la tumba de su bebé sin nombre y darle un
lugar para llorar.
Kevin envolvió al bebé en una toalla limpia y
lo depositó suavemente en el frigorífico del laboratorio. Parecía una deshonra
para la vida que podría haber sido, pero ya nada se podía hacer por ayudarle.
Él haría lo que debía hacer, lo que siempre había hecho.
Heechul corrió por la SM, ignorando todo el
caos. Siwon le pisaba los talones. Ninguno de ellos había dormido en días, pero
la fatiga pareció evaporársele tan pronto llegó a casa.
Sabía por la llamada telefónica que Wook
estaba a salvo, pero Heechul no se iba a relajar hasta que viera a su hermano
por sí mismo. Y cuando lo hiciera, tendría un problema aún mayor con el que
tratar.
Wook había encontrado a Henry. Vivo. Después
de todos estos años.
Heechul aún no podía creérselo, ni siquiera
después de bregar con la noticia que le había cambiado la vida durante las
horas que les había llevado regresar a casa.
Heechul había enterrado lo que creía que
quedaba de su hermano el año pasado. ¿Cómo podía haber
ocurrido esto? ¿Cómo
podía haber estado tan equivocado? ¿Era la “aparición” de Henry ahora un truco
de los Sasaeng, o el engaño había sido cuando él había aprovechado para
llevarse los huesos de un desconocido fuera de aquella cueva?
Si no fuera por la promesa de Kevin de que la
sangre del chico que habían encontrado estaba indiscutiblemente vinculada a la
de Wook y a la de él, probablemente seguiría sin creérselo. Quizá una parte de
todavía no lo hacía. Necesitaba ver a Henry con sus propios ojos, estrecharlo
entre los brazos como solía hacer cuando Henry era pequeño.
Heechul aceleró por los pasillos hasta sus
habitaciones, rezando para que Wook no hubiera sido engañado y todo fuera un
horrible truco de los Sasaeng. Quería desesperadamente que aquello fuera real.
Heechul abrió de golpe la puerta. Yesung se
puso en pie y sacó la espada antes de reconocerlo. Tan pronto como lo hizo, su
gran cuerpo se fundió de nuevo con el sofá preso del agotamiento. Wook se alejó
de su lado y fue hacia los brazos abiertos de Heechul.
Heechul lo abrazó con fuerza, respirando el
aroma del pelo claro de su hermano pequeño. Se sentía delicado dentro del
abrazo de Heechul pero ya no frágil.
Cuando Wook se apartó, tenía los ojos
brillantes y puesta en la cara una sonrisa agridulce.
—Henry está vivo.
Las emociones burbujearon en el interior de Heechul,
mezclándose en un indescifrable montón. Sintió alegría y alivio de que su
hermano pequeño estuviera a salvo, pero también vergüenza por haber suspendido
la búsqueda al creer que estaba muerto.
—Necesito verlo.
Wook asintió y lo guió por el pasillo hasta la
habitación de invitados.
Henry estaba tumbado en la cama, durmiendo. Se
la veía pálido y delgado, pero lo más sorprendente es que era exactamente igual
al chico que Heechul había visto en la mente el año pasado. Había estado
intentando encontrar a Sunny, que había sido secuestrado, y en su lugar había
encontrado a un chico que había pensado que era una versión más joven de Wook.
En ese momento, Heechul supo la verdad. Ese
joven era su hermano pequeño que había perdido casi nueve años atrás, su dulce Henry.
Las lágrimas ardían en los ojos de Heechul y
le garganta la dolía, luchando contra la necesidad de llorar. Todos estos años.
Había dejado a Henry en las manos de esos monstruos, dándolo por muerto.
La
vergüenza se apoderó de él tan profundamente que casi no pudo ni respirar.
¿Cómo podía haber visto a Henry y no haber sabido quién era? ¿Cómo había podido
alejarse sin reconocer a su propio hermano?
Henry abrió los ojos, pero no había un cordial
saludo en ellos, sólo la mirada fría y distante de un extraño.
—Lo siento tanto —susurró, incapaz de
encontrar el aire suficiente para hablar. No es que importara.
Nada de lo que
pudiera decir compensaría jamás lo que había hecho, lo que le había permitido a
los Sasaeng que le hicieran a Henry.
Henry no dijo nada. No es que Heechul lo
culpara. ¿Qué es lo que iba a decir? La respuesta común de “No pasa nada”
simplemente no era aplicable. Lo que Heechul había hecho no estaba bien. Ni
tampoco Henry. Parte de él se había perdido, como si los Sasaeng le hubieran
arrebatado algo de vital importancia y hubieran dejado un hueco detrás.
Heechul extendió la mano, pero el sutil tirón
de Wook lo detuvo.
—Eras tú el que vi el año pasado, ¿no? Fue tu
mente con la que contacté creyendo que era la de Wook.
—Sí, fui yo.
—Oh, cariño —susurró Heechul, rompiendo el
asimiento de Wook. No pudo contenerse más. Tenía que abrazar a su hermano
pequeño.
Henry se enderezó y extendió las manos.
—No. No me toques. No me gusta que me toquen.
Heechul se detuvo mientras se le rompía el
corazón, derramando un río de angustia en el pecho.
—Lo siento mucho, no sabía que estabas vivo.
Sintió la presencia de Siwon deslizándose en
la mente, reconfortándole. Un momento después, tenía sus fuertes manos sobre
los hombros, dándole su silencioso apoyo.
—No importa —dijo Henry—. Lo hecho, hecho
está.
Heechul quería decirle que encontraría la
manera de recompensarlo, pero ¿cómo iba a hacerlo? ¿Qué podía hacer para
subsanar los años de encarcelamiento, tortura y violaciones? ¿Podría alguien?
Todo lo que podía hacer era ofrecer una vacía disculpa.
—Lo siento tanto, cariño.
—Estoy cansado —dijo Henry—. Por favor,
déjenme.
Heechul encontró la fuerza para marcharse,
porque era lo único que creía que podía darle a su hermano. Wook fue detrás de él.
Tan pronto como la puerta de la habitación se cerró, dejó caer las lágrimas que
había estado aguantando.
Siwon lo recogió entre sus brazos, lo abrazó
fuertemente y mientras lloraba le acaricia la espalda con la mano.
—Está tan roto —dijo Heechul contra el hombro
de Siwon.
—Como lo estuve yo —dijo Wook—. Conseguí
mejorar. Él también lo hará. Sólo tenemos que ser pacientes.
Heechul miró a su hermano pequeño, viéndolo
bajo una nueva luz. Ya no era el chico frágil que necesitaba protección. Era hombre
crecido con un silencioso tipo de poder por derecho propio. Y a su lado tenía a
un guerrero que era tan formidable como el infierno y quien daría la vida por
mantenerlo a salvo.
Él no le había fallado a Wook. A pesar de que
las cosas parecían desesperadas hacía menos de un año, ahí estaba Wook, de pie,
probando que entre los Centinelas, los milagros podían suceder.
Heechul iba a procurar que Henry encontrara su
propio milagro.
Resopló y enderezó la espalda, se preparó para
la lucha que sabía que iba a ser más en contra de su propia naturaleza que otra
cosa.
—Entonces, paciencia es lo que tendrá. Tanta
como necesite. El tiempo que sea necesario.
Él había abandonado y enterrado a un hermano
una vez. Y no iba a volver a hacerlo de nuevo.
Hyungsik abandonó el tema de Grace, impulsado
por la necesidad de dormir. No había nada que pudiera hacer por ella, así como
tampoco podía hacer nada por Ho. Grace había hecho su elección al renunciar a
su vida por otro. No quería menospreciar su desinteresado gesto cuestionándolo.
Pasó el vestíbulo principal, en dirección
hacia el ala Zea, con la fatiga tirando de él a cada paso que daba. Un enorme
grupo se había congregado alrededor de la gran mesa del comedor. Shindong
estaba sentado en la cabecera, hablando en voz baja. Había, al menos, dos
docenas de Suju allí, probablemente debatiendo sobre lo qué hacer con los
acontecimientos de anoche.
Kevin le había llamado de regreso a casa y le
había informado acerca de los humanos que habían rescatado, y del bebé que el hermano
de Heechul y Wook había dado a luz.
Hyungsik no había tenido mucho tiempo o
energía para digerir las noticias, pero estaba seguro como de que el sol se
ponía, de que Kevin llamaría a los Zea para reunirse con ellos.
Estaba demasiado cansado como para detenerse y
espiar, así que pasó del grupo, ignorándolos. No fue hasta que pudo ver la zona
de descanso que se detuvo. Sentados en uno de los sillones de cuero, viendo sin
ver un programa de dibujos animados en la televisión, había tres niños que Hyungsik
no conocía. Parecía que acababan de ser aseados, y platos a medio vaciar de
comida con vasos de leche estaban sobre la mesa frente a ellos. Delgados,
apáticos y tristes, los tres niños hicieron que Hyungsik suspirara.
Sólo podía imaginar la clase de infierno que
aquellas pobres almas habían pasado.
Hyungsik hizo caso omiso del cansancio y fue
hacia donde estaban sentados. El chico probablemente tendría siete años, como
una de las chicas. La otra era mayor, puede que nueve. Cada uno de ellos agarró
la manta por encima de sus hombros delgados, y le miraron con unos ojos enormes
y angustiados.
—¿les importa si me siento? —preguntó.
Continuaron mirándole durante un largo momento
antes de que la chica mayor preguntara:
—¿Eres un ángel?
Hyungsik sonrió.
—Casi.
El chico se apartó, haciendo sitio para Hyungsik
en el sofá. Hyungsik se sentó y sintió que tres pares de ojos seguían cada uno
de los movimientos que hacía.
Se sentó muy quieto y fingió ver la
televisión. El hambre que le retumbaba por dentro, la fatiga que le entumecía
hasta los huesos debido al excesivo estrés combinados con la luz del día
trataron de llevárselo, pero se resistió con fuerza al sueño. Cuanto más tiempo
se tardara en atender a los niños, más difícil sería ayudarles.
Además, no podía soportar la idea de que
sufrieran con sus pesadillas ni un solo día más.
Hyungsik reagrupó las escasas fuerzas y dejó
que fluyeran de él. La envió en ondas para calmar a los niños, esperando
librarles de cualquier ansiedad que pudieran tener. El esfuerzo le dejó
temblando, pero mantuvo un flujo lento de energía sutil y constante.
El niño fue el primero en reaccionar. Se subió
al regazo de Hyungsik, le envolvió los delgados brazos alrededor del cuello y
comenzó a llorar.
Hyungsik deslizó una mano sobre la espalda del
muchacho, con la esperanza de ofrecerle consuelo.
Sus lágrimas debían de haberles provocado algo
a las otras dos chicas ya que ellas también se unieron al abrazo. La chica
joven sollozaba y se agarraba al brazo de Hyungsik, pero las lágrimas de la
chica mayor eran silenciosas y desgarradoras.
Hyungsik tuvo que luchar para bloquear la
necesidad del cuerpo. Cada célula dentro de él estaba gritando de hambre y de
cansancio, pero no quería fallar a aquellas pobres y pequeñas almas. Sólo debía
mantener el flujo de poder abierto un poco más.
Ahora que los niños se mostraban receptivos,
empujó más fuerte, abandonando la sutileza a favor de la eficiencia. Tendría
que tomar de sus sangres para borrarles los recuerdos permanentemente, pero por
ahora, los envolvería en niebla; para poder aliviar el dolor de los niños el
tiempo suficiente como para que descansaran, comieran y se recuperaran.
No debería haberse permitido estar tan cerca
de ellos. Teniendo a estos preciosos pequeños aferrándose a él buscando
consuelo le hizo desear cosas que no se atrevía ni a nombrar.
A los Zea no les estaba permitido tener hijos.
Hacer eso era considerado como la cumbre del egoísmo ya que esos niños estarían
condenados a vivir en la oscuridad y hambrientos el resto de sus largas vidas.
Él y los suyos tenían que conformarse con
disfrutar de los hijos de los demás. Claro, la mayoría de los padres mantenían
a los pequeños a distancia de los depredadores, pero aquí y ahora, no había
padres que le impidieran a Hyungsik deleitarse con el milagro de estos
preciosos niños.
Una de las piernas se le había entumecido y el
hambre ahora le rugía por dentro. Estaba demasiado débil para moverse, mucho
menos para ponerse de pie.
De repente, Zhoumi estaba de pie junto a él,
con la cara cicatrizada mirando hacia abajo la escena.
—Gracias. Pensábamos que íbamos a tener que
darles medicamento para que pudieran dormir.
Hyungsik se encogió de hombros frente al
incómodo agradecimiento, haciendo que la cabeza del niño se moviera del hombro.
—Vas a tener que ayudarme para que pueda irme
a dormir también.
—¿Los despertaré si los muevo?
—No. Están profundamente dormidos.
Zhoumi suavemente recogió a cada uno de los
niños, los acomodó y les puso una manta encima. Hyungsik trató de conseguir sensibilidad
en las piernas para poder ponerse de pie cuando Zhoumi volviera a por él.
Él le ofreció la muñeca a Hyungsik.
—Vamos. Parece como si estuvieras a punto de
perder el conocimiento.
La oferta por voluntad propia sorprendió a Hyungsik.
Estaba acostumbrado a luchar por cada gota de sangre. No supo qué decir, así
que no dijo nada y tomó la sangre que Zhoumi le ofrecía. Fluyó dentro de él,
cálida y rica de poder, acallando lo peor del hambre.
Hyungsik no quería impedir que ese acto de
bondad sucediera de nuevo, así que tomó sólo lo necesario para volver a su
habitación. El sueño le ayudaría a fortalecerse, y entonces, podría ir a cazar
una vez hubiera caído la noche.
Zhoumi le puso de pie.
—Gracias —dijo Hyungsik.
—No es gran cosa. Descansa un poco. Estoy
seguro de que Shindong tendrá muchas tareas para ti al caer la noche.
Hyungsik le echó una última mirada a los niños
para asegurarse de que seguían dormidos, luego se dio la vuelta y se alejó.
Ellos ya no le necesitaban. Era hora de marcharse.
La oscuridad de su dormitorio sin ventanas le
llamaba. No quería nada más que arrastrarse hasta la cama y encontrar el olvido
del sueño, pero no podía soportar acostarse sin lavarse primero.
Se quitó el abrigo, la ropa y se dirigió al
cuarto de baño. Cuando entró, se detuvo en seco. Un olor a sangre fresca le
llenó la nariz, haciendo que el estómago le hiciera ruido. No cualquier tipo de
sangre, tampoco. Era sangre pura. Perfecta. Sin diluir por los humanos. La
sangre de un Athanasian.
En el espejo, garabateado con una torpe
caligrafía, estaban unas palabras escritas en sangre. Había una dirección y
debajo sólo se leía:
“No has sido olvidado. No estás solo”.
Hyungsik se quedó allí durante mucho tiempo,
mirando. No tenía ni idea de lo que querían decir esas palabras ni quién podía
haberlas escrito, pero había una cosa que sabía. Por primera vez en décadas,
sintió la más débil agitación de esperanza.
Más tarde, esa noche, Wook estaba de pie en la
puerta de su antigua habitación, una en la que ahora Henry dormía. Él estaba en
mal estado. Lo que fuera que los Sasaeng le habían hecho iba a tardar mucho
tiempo en desaparecer. Kevin lo había examinado de camino a casa y ni siquiera
estaba seguro de que eso fuera posible. Wook se había guardado las noticias
para proteger a Heechul. Henry necesitaba que Heechul fuera fuerte, no que se
revolcara en la vergüenza y el arrepentimiento.
Wook todavía estaba débil por la batalla y la
pérdida de sangre, pero se sentía bien al moverse. Por primera vez en casi una
década, la mente era suya. Todavía podía sentir la conexión con los Sasaeng
pero ellos ya no tenían la última palabra. Wook la tenía.
Se habían encogido en sus húmedas madrigueras,
temiéndole, sabiendo que podría destruirlos con un mero pensamiento.
Sin embargo, no lo hizo. Tenía otros planes
para esas criaturas. Los iba a utilizar, obligarlos a ser sus ojos y oídos
entre el enemigo. Todas esas bestias cobijadas en la oscuridad eran ahora su
ejército, y los iba a usar para asegurarse de que ningún otro niño sufriera lo
que Sooman le había hecho padecer a su hermano.
—Esos no son pensamientos de descanso, amor
—dijo Yesung. Sus fuertes manos se deslizaron sobre los hombros, haciendo que
apoyara la espalda contra su duro pecho—. Kevin dijo que necesitas descansar,
¿recuerdas?
—Lo haré una vez que sepa que Henry está
mejor.
—Saldrá adelante —dijo Yesung—. Es fuerte. Al
igual que el resto de los hermanos Kim.
—Henry mejorará rápidamente. Ya lo verás.
—Estoy seguro de que lo hará —dijo Yesung.
—Kevin dijo que podía usar mi mente para librarlo
de la sangre de los Sasaeng una vez me encuentre lo suficientemente fuerte. Él
va a hacer lo mismo. Por lo menos yo no tengo que beber nada para filtrar —se
estremeció ante la repugnante idea.
Yesung asintió, la acarició el pelo con la
barbilla.
—Le vi las ampollas en la boca. No me puedo
creer que eso sea algo divertido para él.
—La luz del sol puede ayudar. Una vez que la
pueda tolerar.
El primer roce accidental de la luz del sol
sobre su piel de camino a casa, había sido horrible, haciendo que Henry gritara
y se convulsionara por el dolor.
—Haremos lo que sea necesario.
—Espero que Henry también lo haga.
—Por supuesto que lo hará. ¿Por qué pensar lo
contrario?
—No quiso que Kevin le quitara los recuerdos.
Él se ofreció pero Henry se negó.
—¿Te dijo por qué? —preguntó él.
—No. Y no tengo ni idea.
Wook le agarró las manos y las envolvió
alrededor de él, saboreando su calidez.
—Incluso si su cuerpo se cura, aún le quedará
un largo camino por recorrer. Su mente... —no se atrevía a pensar en ello
demasiado tiempo. Henry había pasado años siendo maltratado. Por todo lo que
sabían, nunca podría ser normal. Nunca sería feliz.
—Estaremos aquí para él. Seremos su familia y
haremos lo que sea necesario para verlo bien de nuevo.
Wook sintió que el amor por él crecía hasta
reventarle por dentro. No sabía que un amor como ese existiera hasta Yesung.
Era poderoso, consumía, el tipo de magia que mezclaba los corazones y cambiaba
la realidad. Le hacía temblar, mientras que al mismo tiempo le llenaba de
fuerza.
Con Yesung a su lado, parecía que no hubiera
nada que no pudiera hacer, ningún lugar en el que estar en peligro. Lo era todo
para él, y a pesar de que Henry estaba tan enfermo y herido, con Yesung
sosteniéndole, sentía esperanza. Por primera vez desde la noche en que su
familia fue destruida,
Wook sintió que tenía un futuro.
E iba a hacer todo lo que estuviera en su mano
para asegurarse de que fuera uno brillante. Para todos ellos.
Henry fingió estar dormido cuando Wook estuvo
allí. Había conseguido fingir realmente bien a lo largo de los años.
La idea de tener todos esos horribles
recuerdos borrados era cada vez más difícil de resistir. Henry no podía cerrar
los ojos sin sentir que volvía a estar en la cueva, helado y solo.
Pero ahora no estaba solo. Ahora había un
poderoso grupo de personas que sentían lástima de él. Pobre pequeño Henry. Ha
pasado por muchas cosas.
Su piedad le disgustó. Le hacía sentir pequeño
y débil, como un niño, cuando la verdad era que había dejado de ser un niño
hacía mucho tiempo.
Había pasado por muchas cosas, pero no iba a
permitir que le impidieran hacer la única cosa que deseaba, más que nada en el
mundo, y para ello, necesitaba los recuerdos intactos.
Iba a recuperar la salud, se haría más fuerte,
entonces buscaría a Sooman y lo mataría. Para cuando se hiciera con él, le
haría desear que nunca hubiera posado sus ojos en él. Le iba a devolver diez
veces cada herida, cada frío, cada punzada de hambre y cada enfermedad que
había padecido durante estos años. Iba a hacerle pagar por su vida y por las
vidas de los demás niños que había secuestrado. Y después, cuando él hubiera
lanzado su último grito y finalmente se llenara el agobiante vacío dentro de Henry,
lo iba a matar y alimentaría con él a sus guardias.
Tenía la sangre de él en las venas, y no había
lugar en la Tierra
al que pudiera ir donde no lo encontraría.
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