La sangre rodó por la frente de Hyukjae cuando
clavó de un empujón la espada en el corazón del demonio más cercano.
Él y los otros Suju habían tomado una posición
estratégica dentro de uno de los túneles, donde no podían ser fácilmente
flanqueados. Miraba hacia atrás tan a menudo como podía, esperando que el túnel
no ofreciera ningún punto de acceso más a los Sasaeng que se acercaban
sigilosamente a sus espaldas.
Si bien había recibido un golpe, no sentía los
efectos de ningún veneno recorriéndole el sistema, por lo que estaba
agradecido. La herida ya comenzaba a cerrarse, aunque la sangre que le escocía
los ojos se estaba convirtiendo en un problema peligroso.
La multitud de demonios disminuyó, y los pocos
restantes se dieron la vuelta y corrieron.
Miró a Simon y los otros.
—Quédense todos aquí y contengan salida. Voy
a sacarlos.
Simon asintió con la cabeza.
—Voy contigo —dijo Zhoumi.
Hyukjae se volvió, negándose a perder el
tiempo discutiendo con el hombre. Podía hacer lo que quisiera. Ellos saldrían
deprisa después de los Sasaeng.
Habían despejado sólo una curva en el corredor
cuando Hyukjae escuchó el primer grito de ayuda. Humano. Asustado como el
infierno.
Hubo un tiempo en que ese grito le hubiera
afectado, pero ahora todo lo que experimentó fue una cautela fría.
“Finge que tienes honor”. Eso fue lo que dijo
a los hombres que había llevado a la Banda de los Áridos. Era un código por el
que estaba decidido a vivir.
Un hombre con alma se habría horrorizado ante
ese sonido, así que Hyukjae siguió interpretando el papel.
—¿Qué demonios fue eso?
—Vamos a ver —dijo Zhoumi.
Los dos hombres habían recorrido suficiente
túnel luchando para saber que no deberían correr. Era demasiado fácil poner
trampas a lo largo de estos túneles estrechos, y un hombre que fuera demasiado
rápido no tendría tiempo para evitarlas. En lugar de eso, se movían tan rápido
como la cautela les permitía.
El grito se repitió, sólo que esta vez ya no
era una sola voz.
—¡Por aquí! —Mezclado con—: ¡Ayúdennos! —Por
encima de ese sonido estaba el lloriqueo que sonaba como a un niño.
La rabia surgió dentro de Hyukjae. Tuvo que
apretar la mandíbula para evitar bramar a las paredes.
El túnel se ensanchaba en un espacio angosto,
y a lo largo de una pared había una hilera de jaulas de metal. Dentro de esas
jaulas habían adultos y dos niños.
—Por favor —dijo uno de lo adultos en el otro
extremo del espacio.
—Sáquennos de aquí.
Hyukjae se dirigió a Zhoumi y le gritó:
—Vigila mi espalda.
—No tardes —dijo Zhoumi—. Tengo la sensación
de que pronto tendremos compañía.
Hyukjae fue a la primera jaula, donde un
hombre sucio se aferraba a los barrotes. El pelo enmarañado le caía en la cara.
La tierra manchaba su piel, no estaba llorando. Su expresión era lacónica.
—Las llaves están en la pared detrás de ti.
Zhoumi las agarró y se las tiró a Hyukjae. Se
trasladó a abrir su jaula, pero él lo detuvo. Su voz era tranquila, pero su
orden fue inconfundible.
—Libera a los niños y a los otros primero.
Hyukjae no perdió el tiempo oponiéndose a él.
Tendría sus razones para dar la orden, así que hizo lo que le pidió, liberando
a los demás antes de regresar a su celda.
Él no se había movido. Los otros estaban
apiñados en torno a Zhoumi, gritando y agarrándose el uno al otro. No había
señal de una sola lágrima, ni miedo o alivio en los ojos de este hombre.
Abrió su jaula y le ofreció la mano para
ayudarlo a pasar por la puerta pequeña. En el momento que la delgada mano le
tocó, la cabeza de Hyukjae empezó a zumbar. La rabia en constante ebullición
dentro de él se alejó, acallando los incesantes gritos de su alma muerta. Hasta
ahora, no se había dado cuenta de todo el caos que le atormentaba la mente ‑de
cuánto de dolor había llegado a cargar en torno a la muerta y hueca alma en su
interior.
Las dos partes de su Luceria se sacudieron lejos
de la piel por un momento, como si trataran de llegar a él. El repentino deseo
de levantarlo en brazos y huir donde nadie pudiera encontrarles le golpeó dentro
del cráneo. Quiso retenerlo, esconderlo del mundo, ocultarlo donde sólo él pudiera
tocarlo.
El hombre apartó con fuerza la mano, sus ojos
brillando muy abiertos. Retrocedió en la jaula hasta que se presionó contra la
pared. Por primera vez, la emoción se mostró en su rostro, y el miedo brillando
en su interior hizo que Hyukjae quisiera rasgar los barrotes con sus propias
manos.
—Mantente alejado —le ordenó.
Él no tenía ni idea de dónde consiguió ese
aire de mando, pero se encontró obedeciendo antes de que siquiera se molestara
en preguntar por qué debería.
—No voy a hacerte daño —le dijo.
—Eso es lo que dicen todos.
—La compañía se acerca —dijo Zhoumi— Es hora
de irnos.
Pelear con tantos inocentes cerca podría
ponerse realmente muy sucio, demasiado rápido. Hyukjae no iba a ver como esta
gente era masacrada sólo porque un hombre estaba asustado.
—¿Vienes tú solo o voy yo? —le preguntó.
El hombre echó un vistazo al grupo de Zhoumi,
enderezó sus delgados hombros, y siguió adelante. Hyukjae le ofreció la mano de
nuevo. Él la ignoró y pasó a su lado sin tocarle en absoluto.
Hyukjae tuvo que combatir la ira porque le
tratara así. ¿Le había salvado la vida y él le evitaba? ¿Qué clase de manera
era esa de actuar? Incluso él tenía mejor criterio.
Lo que fuera. El hombre había salido y él
tenía un trabajo que hacer. El sonido seco de las garras en la piedra combinado
con los sonidos húmedos de la salivación de los demonios estaba acercándose por
segundos.
—Cubriré la retaguardia —dijo Hyukjae.
Zhoumi se volvió y condujo al grupo de vuelta
por el camino por el que habían venido. Hyukjae aguantó, con la espada lista,
esperando matar cualquier cosa que se pusiera en su camino.
Donghae había tenido frío tanto tiempo que
casi se había olvidado de cómo era estar caliente.
Podía sentir el calor del hombre detrás de él
golpeándole la espalda en oleadas. Quería darse la vuelta y rizarse dentro de
ese calor, pero había algo en él que le daba miedo. Algo oscuro y peligroso.
La forma en que lo había mirado cuando le tomó
la mano, esa mirada de hambre primitiva, fue suficiente para que mantuviera la
distancia a pesar del frío en los huesos. Era mejor tratar con el otro hombre y
evitar al peligroso por completo.
—Hay más niños aquí —susurró lo suficientemente
alto para que pudiera oírle sobre sus pasos—. Tenemos que encontrarlos y
sacarlos también.
—¿Dónde? —preguntó el hombre detrás de él.
Él estaba cerca. Demasiado cerca.
Donghae se negó a mirarle.
—No lo sé. Los he visto pasar, sin embargo.
—¿Hacia dónde?
—Detrás del camino por donde vinimos.
El hombre detrás, dijo:
—Zhoumi, continúa en movimiento. Voy a
cogerlos.
Un aumento repentino de miedo se disparó a
través de Donghae y se volvió para decirle que no fuera. Había demasiados
monstruos. Pero en el momento en que echó una mirada por encima del hombro, el
hombre de ojos oscuros se había ido.
—Va a hacer que le maten —le dijo al hombre al
frente.
Él sacudió la cabeza, y Donghae alcanzó a ver
el lado de su cara. Una red de cicatrices arruinaba su piel, tensándose cuando
su mandíbula se movió.
—No puede dejar atrás a los niños. Hyukjae
puede manejarlo. Alguien tiene que ir.
Por alguna razón, Donghae no quería que fuera Hyukjae.
Wook golpeó el suelo duramente mientras el
portal que había abierto se cerraba detrás de él. Tenía la visión borrosa y
giraba. El estómago le dio un fuerte tirón y no tuvo más remedio que inclinarse
hacia un lado y vomitar.
—Pasará en un segundo —oyó decir a Yesung.
—Si vivimos tanto tiempo —dijo Kevin. Sus
palabras eran difíciles de oír sobre el ruido que venía desde debajo de donde
estaban.
Los ojos de Wook lagrimearon, pero se obligó a
levantar la vista del suelo. Su teletransportación había funcionado. No les
había matado y este era sin duda el lugar correcto, aunque eso poco importaba.
Estaban en otra cueva, sólo que ésta tenía una
enorme caverna que descendía como un estadio. En el centro de ese estadio
estaba Henry. Sooman sobresalía por encima de él y rodeándole había docenas de Sasaeng.
Tal vez un centenar. Desde esta distancia, fácilmente podría haber confundido a
algunos de ellos como humanos. Su piel era demasiado gris y brillante para ser humana,
y sus rostros estaban distorsionados, pero el parecido era demasiado cercano
para ser una coincidencia. Estaban pataleando y soltando gruñidos que sonaban
inquietantemente como una ovación.
Ellos no les habían notado todavía, pero eso
no duraría mucho.
—Vamos a morir —dijo Kevin.
—Al diablo con eso —dijo Yesung, caminando
delante de ellos—. Nadie morirá excepto los Snarlies. Contrólate.
Wook aceptó ese consejo y se levantó. Estaba
débil, pero se las arregló para permanecer de pie.
—Retrocede hasta ese reborde en la pared —le
dijo Yesung—. Les mantendré apartados de ti.
—¿De verdad crees que puedes matarlos a todos?
—preguntó Wook.
—Esperaba que pudieras echarme una mano, amor.
—¿Qué hago?
—Lo que sea que te haga feliz. Pero que sea
mortal y hazlo rápido antes de que nos vean.
Kevin sacó una espada de la nada de la forma
en que Yesung lo hizo.
—No sabía que podías luchar —dijo Wook.
Kevin no se molestó en mirarlo. Estaba
demasiado ocupado mirando la multitud de demonios de abajo.
—Hay un montón de cosas que no sabes de mí, y
así es como me gusta.
Wook estaba seguro de que no había manera que
pudieran matar a todas esas bestias.
—A lo mejor nos puedo teletransportar otra
vez, junto a Henry. Puedes mantenerlos a raya mientras lo cogemos y nos teletransportó
a todos fuera de nuevo.
—Sentí la cantidad de poder que necesitaste
para hacerlo la primera vez. Puedes ser capaz de acercarnos, pero no creo que
puedas sacarnos fuera. Y no hay manera de que pueda repelerles si estoy
rodeado.
—Sólo agárrame —dijo Kevin—. Cuantos menos
seamos, será más fácil.
—Tendrás que ser rápido —dijo Yesung—. Se
echarán sobre ti en segundos. Si vomitas, mueres.
—De acuerdo. No más vomitar.
—Muy bien. Dime cuando ir y os sacaré de aquí.
Wook reunió el poder de Yesung en él y dijo:
—A la de tres. Uno… dos…
Changmin, Yunho, Kangin y Leeteuk habían
retrocedido hacia donde estaba el único Suju vigilando su salida.
El agotamiento se abalanzó sobre Changmin.
Siguió tratando de empujar más poder dentro de sí mismo, pero era como respirar
a través de una pajita estrecha. No podía obtener el suficiente flujo para
recuperar el aliento, mucho menos para matar a los Sasaeng.
Sentía la frustración de Yunho golpeándole,
pero no había nada que pudiera hacer al respecto. Él estaba en lo cierto. Había
sido un estúpido al apartarle y ahora quedarse más débiles por las mentiras y
el orgullo. Ya que él no podía aceptar su traición. No podía culparle.
Otro pilar de fuego salió a borbotones de Leeteuk,
aunque se encorvaba con esfuerzo. Se volvió a Changmin, jadeando. Lágrimas
gemelas de llamas se deslizaban de sus ojos inyectados en sangre.
—Estoy casi sin fuerza. Tenemos que salir de
aquí.
Normalmente, Changmin habría dado un paso
adelante y habría asumido el control, pero no había razón para eso. Incluso tan
cansado como estaba Leeteuk, era todavía más fuerte que Changmin ahora mismo.
Detrás de él, oyó una conmoción y se volvió a
tiempo de ver a Zhoumi juntando media docena de humanos sucios en la seguridad
del corredor.
—Hay más niños aquí dentro. Hyukjae fue a
buscarlos. Tengo que ir a ayudarle.
—Retirada —gritó Yunho—. Saca a los humanos.
Nosotros protegeremos la retaguardia.
Simon abrió camino, pero hizo un rápido y
súbito alto y desenvainó su espada.
—Demasiado tarde. Deben de haber llegado por
otro pasaje o por el exterior. La salida está bloqueada.
Changmin se apoyó en la pared con pesar.
Estaban muertos. A menos que Heechul repentinamente apareciese, se habían
quedado sin el poder del fuego y sin opciones. Iba a tener que ver a más
familiares morir.
La chispa de la ira y determinación de Yunho
ardió a través de la conexión.
—Kangin, Leeteuk, tendrán que bombardear una
salida. Changmin, tú y yo vamos a mantener este túnel y darles tiempo para
escapar.
—¿Cómo? —le preguntó él—. No tengo fuerzas.
Yunho lo miró directamente a los ojos, y por
primera vez en años, vio algo verdaderamente aterrador en su expresión. Lo
apoyó contra la pared de piedra, elevándose sobre él.
—Entonces, te sugiero que encuentres un poco.
No voy a dejar que estos inocentes mueran a causa de los errores que hemos
cometido.
—No es como si pudiera simplemente sacarla.
—Tal vez deberías hacer un intento y ver si
funciona, porque tú y yo haremos esto. Ahora.
Yunho le agarró el brazo y dio un paso por
detrás de Leeteuk. Él había hecho fuego a lo largo del camino, pero a la
derecha, al otro lado de las llamas, había docenas de hambrientos Sasaeng.
—Váyanse —gritó Yunho—. Sáquenlos.
—¿Y tú? —preguntó Leeteuk.
—Changmin nos teletransportará fuera. No nos
esperen.
Changmin no estaba seguro de si Yunho estaba
siendo optimista acerca de su fuerza o si simplemente lo decía para que los
otros se movieran, pero cualquiera que fuera su motivo, funcionó. Kangin y Leeteuk
a la izquierda desaparecieron por el túnel con el resto del grupo.
Las llamas llenaron el espacio, vacilando con
calor artificial. Uno de los demonios metió una pata a través del fuego y gritó
de dolor.
—Sabes que estoy demasiado débil para
teletransportarnos —le dijo a su marido.
—Ya lo sé.
—¿Así que estás contento de morir aquí?
—No. Simplemente sé que eres de lo mejor
cuando las apuestas son más altas. Pensé que la situación te podría motivar a
sacar tu cabeza del culo.
Él choque lo sacudió, pero no se lo demostró. Yunho
nunca le había hablado de esa manera.
—Tal vez debería —dijo él—. Tal vez si no te
hubiera mimado todos estos años, no estaríamos donde estamos ahora.
—No tenía previsto nada de esto.
—Yo desde luego no lo esperaba.
—¿Cómo deshacemos los años de daño durante el
tiempo que se necesita para apagar esas llamas?
Yunho sacudió la cabeza, mirándolo fijamente.
La tristeza en sus ojos fue suficiente para hacerle llorar. Él era un hombre
demasiado bueno para sufrir de este modo, demasiado amable.
No lo merecía, pero le amaba. Mucho. Haría
cualquier cosa por él, cualquier cosa para compensar el daño que había causado.
Era hora de demostrárselo. Era hora de dejar
de lado lo que quería y darle lo que él quería a cambio. Le debía por lo menos
eso.
Le agarró su cara y tiró de él hacia abajo
para besarle. Yunho estuvo rígido al principio, pero no pasó mucho tiempo para
que eso cambiara. El calor quemó entre ellos y su lengua entró rápidamente para
saborearlo, como si se hubiera estado muriendo de ganas de hacerlo durante
mucho tiempo.
Un gemido áspero de necesidad surgió de su
pecho y Changmin sintió un cosquilleo leve en la garganta. Estaba demasiado
ocupado disfrutando de su boca para preocuparse por ello. Tenían sólo unos
segundos antes de que tuvieran que volver al trabajo. Podrían ser los últimos
segundos que alguna vez pasaran juntos.
Yunho se apartó respirando con dificultad.
Apretó su frente en la de él y la luz del fuego oscureció las líneas de
expresión de su cara.
—Te amo, mi caballero.
—Te amo, también. Siempre. No lo negaré más.
Encontraremos la manera de regresar a donde
pertenecemos.
—Juro que lo haremos.
—No más secretos. No más mentiras.
—Voy a estar demasiado cerca de ti para que
tengas la oportunidad.
—Ganaré tu confianza otra vez. Te lo juro.
Yunho le sonrió y los espacios fríos en su
corazón parecieron calentarse.
—Ya la tienes. Todo está perdonado.
Cuando las palabras salieron de su boca, el
peso que había estado cargando durante tanto tiempo se levantó. Se sintió
libre. Ligero. Joven.
—Pues bien, esto es conmovedor —dijo una voz
aguda.
Changmin se volvió para ver parte de la masa
de los Sasaeng, permitiéndole a Jessica aproximarse a la pared de fuego.
El dolor rompió a través de Changmin cuando
vio a su niña. Iba vestida toda de negro, mostrando ahora demasiada piel debajo
del encaje andrajoso. El cristal negro brilló intensamente alrededor de su
garganta y goteó de sus orejas. La ira torció sus rasgos delicados cuando Jessica
enseñó sus dientes.
—Me sorprende que todavía estén vivos —dijo Jessica—.
¿Dónde están los demás?
La mano de Yunho apretó el brazo de Changmin
para avisarlo.
—Muertos. Somos los últimos que quedamos.
La risa de Jessica era hueca de incredulidad.
—Mis mascotas han desaparecido. Tú te los has
llevado, ¿no?
—¿Mascotas? —preguntó Yunho.
El muro de llamas comenzó a disminuir. Ya no
alcanzaba el techo de roca.
—Los humanos —dijo Jessica—. Quiero que
vuelvan. No me gusta estar sola.
—Entonces ven con nosotros —urgió Changmin—.
Nunca estarás sola otra vez.
—Tú sabes que no puedo. La SM es un lugar para
personas con almas. Gracias a ti, appa querido, no tengo ninguna.
—Eso no es cierto.
—Lo es. Tú la arrancaste de mí el día que nos
separaste a Sunny y a mí por la mitad.
—Estas equivocada. He visto el bien en ti.
Este camino que has escogido es justamente eso: Una elección.
Jessica sonrió.
—Igual que esto.
Ella señaló el suelo donde las llamas estaban
arraigadas. Un Sasaeng gigantesco a su derecha se lanzó hacia adelante en el
fuego.
Gritó y se retorció, pero se quedó en silencio
unos segundos. Jessica dio un paso adelante por la parte posterior de la cosa, usándola
como un puente para cruzar el fuego.
Yunho levantó la espada. Changmin se negó a
entrar en pánico. Reunió en él su poder, preparándose para usarlo en cualquier
momento.
El poder de Yunho fluía con mayor facilidad,
no con normalidad, pero mejor que antes.
Jessica llegó a estar delante de ellos. Los Sasaeng
no se habían movido para atacar.
La esperanza se despertó en el alma de Changmin.
Tal vez su bebé había decidido regresar después de todo.
Changmin extendió una mano temblorosa hacia su
hija.
Jessica miró su mano con una expresión casi
triste, como si quisiera algo de ella que nunca podría tener.
—Todo el mundo al que toco muere.
Changmin sufrió por su bebé y por todos los
errores que ambas habían cometido. Él debería haber sido un mejor ejemplo. Tendría
que haber pasado más tiempo tranquilizando a Jessica diciéndole que era amada y
necesaria. Pero como tantas otras cosas que Changmin había hecho, ya era
demasiado tarde para cualquier cosa excepto la pena.
—No siempre fue de ese modo —le recordó a Jessica—.
No tiene que ser de esa manera ahora. Ven con nosotros. Ven a casa. Te
queremos.
—No se puede amar a alguien que no tiene alma.
Yo soy una cosa. Plástico y hueco. Un arma. Tú no puedes amar un arma.
—Tú eres nuestra hija —dijo Yunho—. Eres
nuestra carne y sangre, parte de nosotros.
Las lágrimas llenaron los ojos de Jessica
antes de que ella parpadeara un segundo más tarde.
—No les pertenezco. Mi lugar está aquí.
Matando. Destruyendo. Eso es lo que hacen las personas sin alma.
Changmin vio el cambio en su hija en el
segundo que empezó. Lo que fuera que agrietara las dudas que él y Yunho
pudieran haber causado la habían curado. Jessica enderezó los hombros y el mal
brillante volvió a sus ojos. La suavidad en su expresión se desvaneció y de pie
delante de ellos ya no estaba su hija. Era su enemiga.
—Papá —dijo Jessica, tratando de alcanzar a Yunho
como para abrazarle.
“Todo el mundo al que toco muere”.
Changmin no podía dejar que eso le ocurriera a
Yunho.
Usó el poder que había reunido para impulsarse
adelante hacia Jessica. Ella le derribó, llevándolo al suelo. La sensación del
cuerpo de su hija contra el suyo trajo incontables recuerdos de las veces que
había sujetado a Jessica o la meció para dormir.
Cada recuerdo rompió el corazón de Changmin
una vez más.
Jessica luchó, pero tenía la fuerza de un niño
y Changmin la sometió fácilmente. Para cuando inmovilizó a Jessica contra el
cuerpo, impidiéndole que se moviera, el muro de llamas se había apagado lo
suficiente para que los Sasaeng al otro lado pudieran saltar sobre él.
Yunho se había colocado en el camino de su
avance, pero eran demasiados como para luchar solo.
—¡Alto! —gritó Changmin, impregnando las
palabras con el poder de mando.
Todo el mundo se quedó inmóvil, incluyendo a Yunho.
Changmin arrastró a Jessica hacía arriba,
todavía restringiéndola. Envolvió una mano alrededor de la garganta de su hija
y les dijo:
—La estrangularé si se acercan. Atrás.
Los Sasaeng retrocedieron unos pocos metros,
pero eso fue todo.
El cuerpo de Jessica empezó a temblar de risa.
—Ya he ganado. Me has tocado, por lo que estás
muerto. Lo que quiere decir, padre, que tú también. Mis tropas no tienen que
hacer nada.
Un latido de pánico floreció dentro de él,
pero Changmin lo controló.
—Tu magia no funciona conmigo.
—¿No? —preguntó Jessica.
Mientras hablaba, Changmin sintió la primera
puñalada de dolor atravesarlo. Todo comenzó en los pies, agudo e intenso, como
si alguien le hubiera cortado los dedos. Tomó aliento alarmado, incapaz de
ocultar el dolor.
—Lo ves. Nadie me puede tocar y vivir. Ni
siquiera tú.
—… tres.
Wook encontró un lugar cerca de Henry que no
estaba completamente infestado por Sasaeng y se centró en el blanco. Se agarró
a Kevin y los envió a través del espacio.
Él aterrizó con mucha fuerza, aunque esta vez,
no le hizo sentirse tan enfermo. No estaba seguro si era porque fue una
distancia más corta o porque tenía el estómago vacío.
Kevin no perdió el tiempo. Antes de que los Sasaeng
pudieran imaginar que estaban allí junto a
Henry, Kevin lo levantó en brazos y
gritó:
—¡Ahora!
Wook aún estaba sin aliento, pero arrancó
tanto poder de Yesung como pudo, agarró el brazo de Kevin, y le dirigió al
lugar detrás de Yesung.
Antes de que hubiera terminado de canalizar el
poder, el cuerpo le voló por los aires, golpeando un muro de roca. La cabeza le
estalló de dolor y la visión comenzó a desvanecerse. Lo último que vio fue a Sooman
envolver los dedos demasiado largos alrededor del cuello de Kevin y a Henry
caer de sus brazos al suelo.
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