—Me
reuniré contigo todas las noches hasta mi marcha, pero a mi regreso, tendré las
veladas más... ocupadas. Mi joven hermano se presenta este año en sociedad,
como ya te he comentado en alguna ocasión.
—Sí.
Debes respaldarlo, por supuesto.
Hyukjae
hizo una mueca.
—Temo
que sí, aunque preferiría soportar cien tediosas cenas políticas a bailar una
sola noche en Almack's.
—¿Estás
seguro de que no estarás... demasiado ocupado? No querría ser un estorbo para
tus obligaciones familiares. Ya te he acaparado bastante. Quizá fuera mejor que
dejáramos...
— ¡No!
—exclamó Hyukjae, preso de una intensa alarma—. No —repitió con más calma,
mientras se frotaba unas palmas repentinamente húmedas sobre los pantalones—.
Tendré menos tiempo libre, pero no tengo intención de sacrificar la compañía de
mis... queridos amigos solo para apoyar el debut de mi hermano —todavía
conmocionado, ansiando la seguridad de la proximidad de Donghae, lo atrajo
hacia sus brazos—. Pero basta de charlas —murmuró junto a su frente, y lo besó.
Impulsado por una necesidad abrumadora demasiado compleja para explicarla,
profundizó el beso con avidez. La llamarada instantánea de deseo de Donghae lo
tranquilizó y lo serenó.
No
podía hacer nada para resolver la incertidumbre del futuro, pero el presente
era de ellos. Lo aprovecharía al máximo. Lo apretó contra su pecho, sin dejar
de besarlo, y lo llevó al segundo piso.
Varios
días después, Donghae bajaba de su dormitorio al comedor. Hyukjae estaba de
viaje y experimentaba la, de repente, extraña sensación de desayunar solo. Las
comidas se hacían aburridas sin su animada conversación, y las veladas, más
tediosas aún.
¿Hacía
solo tres meses que lo conocía? Al recordar su brazo fuerte en la cintura, su
lenta sonrisa, tuvo que sonreír. Hyukjae había procurado tanta alegría a su,
hasta entonces, monótona existencia, que no se explicaba cómo había pasado
antes los días sin él.
O las
noches. Se había despertado en sueños, añorando el calor de su cuerpo y la
satisfacción plena de acurrucarse junto a su hombro, saciado, tras la pasión.
Pero
su relación no era más que un amorío temporal e ilícito. Aquel pensamiento
inesperado le arrebató la sonrisa complaciente del rostro. Debía alegrarse de
que no pudiera visitarle con tanta frecuencia a su regreso. El final era
inevitable. Cuanto antes se protegiera de la tentadora debilidad de depender de
él, mejor.
Heechul,
que entraba con el té, sorprendió su expresión lúgubre y frunció el ceño.
—Por
todos los santos, ya veo que está suspirando por el señor, y no me extraña.
Pero no estará mucho tiempo fuera, querido. Se marchó con un suspiro tan hondo,
que era como si dejara su alma atrás. Y su alegría también, ¿eh? — le guiñó el
ojo a Donghae con sagacidad.
Todavía
agitado, Donghae respondió con más aspereza de la pretendida.
—Tonterías.
Ninguno de los dos está suspirando. Yo tengo que cuidar de mi negocio y él
tiene asuntos que atender.
Heechul
se encogió de hombros, sin arredrarse.
—Negocios
o no, no tardará en volver. Por el señor siente un amor grande. Veo la ternura
en sus ojos —se dio una palmadita—. Yo creo que, dentro de muy poco, lo tomará
como esposo.
Como
esposo. Donghae fue presa del alborozo al imaginarse caminando con orgullo,
abiertamente, de su brazo. La cruda realidad echó a perder aquella feliz
visión.
— ¡No
digas tonterías, Heechul! —exclamó, aún más enojado consigo mismo por haber
albergado, por un momento, una esperanza tan absurda—. ¿El gran conde de Eunhyuk
pidiendo la mano de un tendero? Ni la más inimaginable ternura de su mirada, si
es que dicha ternura existe, que dudo, puede cegarlo ante la imposibilidad de
tal enlace. Casarse tan por debajo de su posición significaría el escándalo y
la ruina para su familia. Ten por seguro que no ocurrirá.
Heechul
defendió su postura:
—El
señor no es de tan pobre cuna, ¿eh? El enlace podría tener lugar, solo con que
le dijera...
— ¡No
le diremos nada! —preso de una intensa alarma, Donghae agarró a Heechul del
brazo con las dos manos—. No debes decirle nada, nunca, ¿me entiendes? ¿Y si se
le ocurriera intervenir? ¡Podríamos perderlo todo! ¿Cómo puedes ni tan siquiera
pensar en poner en peligro lo que nos es más preciado?
La
posibilidad era tan terrible, tan evocadora de sus peores pesadillas, que
experimentó el sabor amargo e intenso del miedo. Las lágrimas anegaron sus
ojos.
—
¡Calle, querido! —Heechul frotó los nudillos blanqueados de las manos que lo
agarraban. — No estoy loco, ¿no? ¡Jamás pondría en peligro a su querido hijo!
Donghae
inspiró trémulamente.
—No,
por supuesto que no. Pero lord Eunhyuk es muy listo. Si le dejas caer un
nombre, un lugar, enseguida desentrañará el misterio. Así que no debes decirle
nada. Nada de nada, Heechul. Prométemelo.
El
doncell suspiró.
—No es
buena idea, porque él es tan listo que acabará averiguándolo, ¿no? Pero ya
tiene bastantes preocupaciones, querido. No le daré más. Prometido.
Donghae
también temía que, tarde o temprano, Hyukjae descubriera todos los detalles
sobre su nacimiento. Con inquietud, recordó su mirada dolida, casi ultrajada,
al oír su verdadero nombre. Bueno, afrontaría esa circunstancia si llegara a
producirse.
—Cielos,
qué alboroto. Heechul, ¿quieres...?
—Sí,
señora, voy.
Donghae
acababa de tomar un sorbo, cuando Heechul exclamó:
—¡Madre
de Dios!
Donghae
se levantó al instante de la silla.
—¿Qué
ocurre, Heechul? ¿Hay alguien...? La escena en la que irrumpió hizo que el
resto de la frase muriera en sus labios.
A la
luz tenue del amanecer, Hyukjae guió a su caballo por la calle tranquila donde
se encontraba la casa de Donghae. No imaginó que regresaría a Londres tan
pronto, pero la resistencia de Ryeowook se había desmoronado al invocar la
magia del nombre de Yesung. Como la temporada exigía un nuevo ropero, apenas
perdieron tiempo en hacer las maletas. Viajaron sin contratiempos, y llegaron a
Londres la noche del día anterior.
Después
de dejar las maletas en la casa, y a Ryeowook en manos de su madre y de su
hermano, Hyukjae había pasado casi toda la noche en el despacho leyendo
informes sobre municiones. Debía volver a casa y dormir, pero una necesidad más
intensa que la fatiga lo impulsaba a ver a Donghae.
Seguramente
estaría despierto, pero si no, se deslizaría entre las sábanas y lo acariciaría
hasta desperezarlo. Su cuerpo reaccionó con ansiedad ante la idea.
Absorto
en aquella grata contemplación, bajó de la silla sin apenas fijarse en lo que
ocurría a su alrededor. Entonces, un hombre se detuvo bajo la sombra del portal
de Donghae: un visitante, al parecer.
Llevado
por la curiosidad, Hyukjae ató las riendas a un poste y se acercó. Un anciano
caballero con atuendo de clérigo lo miró con expresión inquisitiva. Por detrás
del pastor, se asomó una cabeza morena y Hyukjae vio...
¡Aquel
rostro! El de la miniatura: luminosos ojos verdes por debajo de cejas oscuras y
arqueadas, labios siempre sonrientes... La estupefacción paralizó a Hyukjae,
que se aferró a la balaustrada sin poder respirar, pensar o moverse.
Hasta
que comprendió que la figura que acompañaba al clérigo no era una aparición. No
se trataba del hombre alto, de hombros anchos y chaqueta roja, sino de un niño
vestido con gorra y prendas de algodón. Un muchacho con el rostro del soldado.
Sin duda, su hijo.
El
hijo de Donghae.
Durante
un instante, a Hyukjae le zumbaron los oídos y tomó aire con dificultad. Como
en sueños, vio al mayordomo abrir la puerta y hacer señas, y al clérigo,
hablar:
—¡Señor!
Señor, ¿se encuentra bien? Hyung, ayúdame a llevar al caballero a la casa.
Enmudecido,
vio la mano del niño en su manga. Los pies le funcionaban, porque, con el
clérigo a un lado y el niño al otro, atravesó el umbral y se adentró en el vestíbulo.
Desde
lejos, se percató del movimiento de labios del mayordomo, del ademán áspero de
una orden que se daba, de una doncella que desaparecía deprisa. Y el niño
mirándolo, con la mirada sonriente reemplazada por un ceño fruncido.
Su
rostro. Aquel rostro.
Hyukjae
se volvió y vio a Heechul y, paralizado detrás de él, a Donghae. Durante unos
instantes, se miraron entre sí.
—¡Appá,
qué casa tan bonita! ¡Me alegro tanto de que nos hayas dejado venir a
visitarte! —el niño soltó el brazo de Hyukjae y correteó hasta arrojarse a los
brazos de Donghae. El se inclinó y lo estrechó con fuerza, acariciándole el
pelo moreno con la mejilla.
Manteniéndolo
a su costado, se enderezó y volvió a mirar a Hyukjae con semblante inexpresivo.
—Ya
veo que conoces a mi hijo. Y este instruido caballero es su tutor, el padre Siwon.
Permitidme que os presente al conde de Eunhyuk. Hyung, haz una reverencia.
—Es un
honor —murmuró el clérigo, y el niño repitió el saludo e hizo una reverencia
impecable. Hyukjae, aturdido, inclinó la cabeza.
El
pastor miró con nerviosismo a Hyukjae y, luego, a Donghae.
—¿Hemos
venido en un mal momento, señor Park?
Donghae
apenas vaciló un instante.
—En
absoluto, padre. Estoy encantado de darle la bienvenida a mi casa —enfatizó
ligeramente el posesivo—. Heechul, ¿quieres hacerles pasar al comedor? Le pedí
al cocinero que preparara un pastel de grosellas especialmente para la ocasión.
Enseguida me reuniré con vosotros.
—Por
supuesto, señor.
— ¡Hee!
—gritó el muchacho, que se soltó del brazo de Donghae y corrió hacia Heechul.
Este lo levantó y, haciendo una seña al pastor para que los precediera, se los
llevó.
En
silencio, Donghae se volvió y entró en el salón. Hyukjae lo siguió, se acercó
al bar y se sirvió un coñac.
Donghae
esperó mientras tomaba un trago.
—¿Es
mi casa?
—Tu...
¡claro que lo es! —Hyukjae dejó la copa en la mesa, se acercó a grandes zancadas
y lo apremió, no con mucha gentileza, a sentarse en el sofá, donde él también
se acopló—. Por supuesto que es tu casa, Donghae, puedes invitar a quien
quieras. Pero ¿por qué, Donghae? ¿Por qué no me dijiste que tenías un hi...
hijo? —tartamudeó al pronunciar la palabra.
«El
hijo de él», gritaba su mente. «El hijo de tu amado marido». Unos celos
cegadores ascendieron en espiral por todo su cuerpo, impidiéndole casi hablar.
—Creía
que éramos amigos, amigos íntimos —dijo en voz baja—. Pensé que nos conocíamos.
Al menos, tú lo sabes casi todo sobre mí. Que te cambiaras el nombre, puedo
comprenderlo, tal vez. ¿Pero un hijo? ¿Cómo has podido pensar que no me
interesaría saber ese pequeño detalle? ¿Creías que conocer mi existencia lo
corrompería?
—¡No,
no es eso! —exclamó Donghae—. Es... más complicado.
—Entonces, te
agradecería enormemente que te tomaras
la molestia de explicarme esa complicación.
Donghae
suspiró pesadamente. Entrelazó las manos y empezó a hablar en voz baja.
—Ya
sabes casi todo. Que me fugué para casarme, que las dos familias desaprobaban
el enlace. Que mi suegro ni siquiera se molestó en ir a ver a su hijo
moribundo. Al no tener noticias de él, pensé que el contacto había terminado
—con el rostro vuelto hacia la ventana, y la mirada perdida en la distancia,
prosiguió—. Así que me sorprendió recibir un mensaje de él meses después de la
mu... muerte de Spencer. Comprendí que veía su fallecimiento como una
oportunidad para controlar a su nieto como nunca había podido controlar a su
hijo.
Se
volvió hacia Hyukjae, tan apasionado en aquellos momentos como frío se había
mostrado antes.
—¡No
imaginas las historias que contaba mi marido sobre su niñez! Las palizas, la
crueldad deliberada alternada con la indiferencia. Spencer se reía, aseguraba que su padre ya no tenía
poder sobre O. Pero vi su rostro cuando le dio la noticia de nuestro casamiento.
Con las palabras más hirientes que se pueda imaginar, le prohibió casarse
conmigo. Nunca olvidaré lo triste, lo... abatido que se quedó. Supe que,
costara lo que costara, no debía permitir que ese hombre me arrebatara a
nuestro hijo. Así que huí.
El
fuego pareció abandonarlo. Sus hombros cayeron hacia delante y exhaló un
profundo suspiro.
—Sé
que, al final, tendré que ponerlo en sus manos. Cuando Hyung complete sus
estudios con el padre Siwon, cuando vaya a Oxford, ya no podré seguir
escondiéndolo. Y su abuelo lo reclamará —elevó la barbilla, apretó los dientes,
y miró a Hyukjae con el desafío que, según él imaginaba, mostraría a su suegro
ausente—. Pero hasta entonces, crecerá rodeado de afecto, sabiendo que estoy
orgulloso de él. Sabiendo que es querido.
Se
encaró con él, con el cuerpo tenso y los puños cenados, como si... como si
temiera que Hyukjae pudiese arrebatarle la seguridad y a su hijo.
—Juré
sobre la tumba de Spencer que no permitiría que su padre maltratara a nuestro
hijo como lo había maltratado a él. Y moriré, si es necesario, para cumplir ese
juramento.
—¡Donghae,
cariño, yo jamás te haría daño! Deberías saberlo.
—Si,
sé que nunca me harías daño conscientemente. Pero él sigue ahí, buscándome —
suspiró y relajó las manos, derrotada—. Cuantas menos personas conozcan la
verdad, más difícil será dejar escapar un nombre o un lugar, y más seguros
estaremos.
Al
percatarse del significado de sus palabras, Hyukjae lo miró fijamente,
ofendido.
—¿Crees
que divulgaría información? Me alegro de que el ejército tenga más confianza en
mí.
—No,
no te tengo por indiscreto! Pero... —arrancó la mirada de él— pensé que no
había necesidad de contártelo, que nuestra... amistad terminaría antes de que
hiciese falta hacerlo.
Aquello
era incluso peor que sus dudas sobre su buen juicio y discreción. En dos
zancadas, se acercó a él y
le tomó las manos.
—No
voy a... a irme sin más, Donghae. Ni ahora, ni nunca.
Donghae
lo miró fijamente, con ojos cautelosos y defensivos. Lentamente, su expresión
se suavizó con una sonrisa.
—Hyukjae,
ninguno de los dos puede hacer promesas eternas.
Cuando
resbaló la segunda lágrima, Hyukjae lo estrechó con brusquedad: el único
consuelo que podía darle. Su afirmación era innegable.
Después
de dejar a su caballo exhausto en las caballerizas, Hyukjae tomó un coche de
alquiler para regresar al despacho. No quería entrometerse en la pequeña fiesta
que Donghae le había prometido a su hijo.
El
descubrimiento de la existencia del niño era todavía demasiado nuevo para
analizar lo que sentía y, aún más, para determinar cómo debía comportarse con
el niño. Un recordatorio viviente de un marido héroe, mucho más poderoso que
una miniatura dispuesta sobre un tocador. Los celos volvieron a paralizarlo
entre sus garras, merodeando por un desierto de dolor, perplejidad y... miedo.
Donghae
consideraba tan pasajera su relación, que creía innecesario revelarle la
existencia de su hijo. Hyukjae nunca se había detenido a pensar seriamente
sobre la duración de su amorío. Al principio, se quedó demasiado deslumbrado
para pensar, y en aquellos momentos...
¿Qué
sentía Donghae por él, y él por Donghae? Donghae parecía estar encariñado, a
juzgar por la sonrisa que asomaba a sus labios cuando él entraba en la
habitación, las pequeñas y tiernas caricias que a veces le daba, la fiera
intensidad de la pasión. Pero nunca había expresado con palabras ninguna
emoción. Quizá no se tratara más que de un fuerte deseo templado con un poco de
afecto, y no de la emoción profunda, intensa y asombrosa que él sentía hacia
ella.
Demasiado
agitado para permanecer atrapado en los confines malolientes del vehículo, dio
bastonazos en el techo. Después de bajar y pagar al perplejo cochero el doble
de la tarifa, se alejó a grandes zancadas.
A su
llegada a Londres después de Oxford, concibió un intenso apego hacia un
encantador bailarin de ópera. Su obsesión, sin embargo, se disipó de forma
considerable en cuanto aplacó su pasión, y se extinguió después de varias veladas
con le superficial señor.
En los
años siguientes, nunca sintió de nuevo aquella atracción inmediata e
irresistible. Ningún joven de su clase le inspiró algo más que caluroso afecto.
Cuando Yesung embarcó hacia la guerra, Hyukjae le prometió sin reparos cuidar
de Ryeowook, ya que había concluido que la emoción profundamente conmovedora
que los poetas celebraban no se hallaba en su ser.
Luego,
Donghae irrumpió en su vida como una estrella fugaz, cautivándolo desde el
primer instante. El tiempo pasado con él no había hecho sino incrementar su
atracción inicial y convertirla en un vínculo más complejo y múltiple, que
volvía desagradable
la sola idea de estar con otra pareja, al tiempo que fundía la hoja afilada de
la pasión en algo más puro y duradero que el deseo.
Donghae...
su amado. Las palabras encajaban a la perfección. Su corazón se elevó ligero, y
rió de puro deleite.
Donghae,
el tendero de clase media. Su sonrisa se disipó.
Un
propietario de una importante compañía, lo mismo que un conde, no permitiría
que su propio joven hijo trabajara en un establecimiento. Hyukjae nunca había
oído que un hombre con título se casara con un joven que se ganaba el pan con
el sudor de su frente. Era peor que una fortuna amasada de forma ilícita,
era... impensable.
«Qué
listo soy», pensó Hyukjae, dando una patada con rabia a una piedra. Por fin
había descubierto lo que era el amor. Era tan listo, de hecho, que su afecto
apasionado no solo lo inspiraba un joven señor de cuyos sentimientos no tenía
certeza alguna, sino uno con el que su clase social no le permitiría casarse.
Las ramificaciones de aquella conclusión eran tan desalentadoras, que se negó a
seguir pensando en ello. Maldiciendo su estupidez, apretó el paso.
Pocos
días después, ayudaba a Ryeowook, hermosamente ataviado con uno de sus trajes nuevos,
a subir las escaleras para asistir a su primera fiesta. Una cena ofrecida por
uno de los amigos de su madre, seguida de un baile informal, a la que acudirían
solo los conocidos más próximos, para suavizar la tímida entrada del protegido
de lady Eunhyuk en sociedad.
A
pesar de tales precauciones, Ryeowook guardaba un silencio inusual mientras
ascendían, paso a paso, por los peldaños. Se había mostrado sumiso desde su
llegada a Londres, sin hacer gala de su animación acostumbrada ni siquiera
cuando Taemin lo había pinchado para que luciera algunos de sus nuevos trajes.
Y su cojera era más pronunciada que nunca, un claro síntoma de angustia.
El
incremento de actividad en el ministerio y distintas peticiones de su madre
para que los acompañara a visitar a varios parientes antes de las
presentaciones oficiales, habían ocupado todo el tiempo de Hyukjae desde su
regreso a Londres.
No
había vuelto a ver a Donghae desde la fugaz visita en la que conociera a su
hijo, y ya le rechinaban los dientes ante la perspectiva de soportar aquella
interminable cena y baile consiguiente. Pasado el cual, prometió, pasara lo que
pasara, iría a ver a Donghae.
—Apóyate
en mi brazo y no cargues tanto peso en la rodilla, Wook —murmuró—. Y no te
preocupes. Estas reluciente, como un joven príncipe. Como harán todos los
invitados de esta noche.
Ryeowook
le brindó una sonrisa fugaz y forzada, en su rostro de una palidez impropia en él.
—Hasta
que me vean cojear como un torpe juguete mecánico. Oh, ¿por qué le prometí a Yesung
que haría esto? Sé que soy un cobarde, pero haré que se sientan violentos, como
ese pobre terrateniente y su esposa, en KRY, a los que no se les ocurre nada
que decir cuando nos vemos, o se reirán de mí. Quizá no a la cara, pero a mi
espalda. Como los niños del pueblo de KRY, que me echan guijarros cuando paso
—bajó la voz hasta un susurro con la amenaza de las lágrimas—. Os avergonzaré a
todos.
—Esos
pilluelos deberían ser azotados — repuso Hyukjae, horrorizado por su crueldad—.
Me atrevo a decir que aquí nadie te despreciará.
Ryeowook
le apretó la mano, y su sonrisa creció hasta la pálida imitación del brillo
deslumbrante que recordaba.
—No
con mi padrino al lado, tal vez — su sonrisa se disipó—. Pero no puedes estar
conmigo en todo momento.
—No es
necesario. En cuanto la gente te conozca, te apreciarán por tu forma de ser.
¿Cómo podrían resistirse a tu encanto?
Pero,
al tiempo mismo que lo animaba con sinceridad, su mente buscaba furiosamente
alguna forma de reducir el nerviosismo de Ryeowook. Se le ocurrió una cuando
llegaron a lo alto de las escaleras. Si le angustiaba tener que caminar delante
de todo el mundo, ¿por qué tenía que hacerlo?
—Wook,
en cuanto saludemos a nuestra anfitriona, te ayudaré a sentarte a un costado.
No tienes obligación de dar vueltas por la sala... yo te llevaré a los
invitados. Los que merezca la pena que conozcas, por supuesto —añadió con un
guiño—. Y, cuando se anuncie la cena, entraremos los últimos. Como casi todo el
mundo se habrá sentado a la mesa, apenas advertirán tu entrada. ¿Te parece
bien?
Las
lágrimas que anegaban los ojos de Ryeowook los hacían parecer aún más azules
cuando lo miró.
—Sí.
Eres tan bueno y tan listo, Hyukjae. No me extraña que Yesung confíe tanto en
ti.
Incómodo
ante aquella adoración, Hyukjae desvió la mirada.
—Entonces,
decidido. Se lo diré a mamá y a Taemin. Con los amigos de Taemin a tu
alrededor, solo tendrás tiempo para pensar en lo mocosos que son.
Así,
tras intercambiar unas palabras con su madre, se entretuvo conduciendo a amigos
y conocidos. De hecho, pensó con ironía, pedir a los invitados que fueran a
saludarlo incrementaba la importancia de Ryeowook. Pasada media hora, advirtió
con satisfacción, daba la impresión de estar más relajado; había recuperado
el color y exhibía parte de su animación acostumbrada.
Justo
antes de la cena, al acordar con un amigo político que acompañara a Ryeowook
hasta la mesa, advirtió un pequeño revuelo en el grupo congregado en torno a sus
familiares. Preocupado, se acercó y vio a su hermano abrazando con entusiasmo a
un joven con oscilantes tirabuzones castaños y enormes ojos cafe.
—Hyukjae
—lo llamó Taemin—. Ven, tienes que conocer a Kim Jungjin, mi mejor amigo del
colegio. Jungjin, este es mi hermano Hyukjae, conde de Eunhyuk, pero, como
puedes ver, su título no lo ha vuelto un engreído.
—Un
rasgo notable dada mi avanzada edad —repuso Hyukjae con una sonrisa, mientras el
joven hacía una reverencia—. Es un placer, joven Kim. ¿Conoce al protegido de
mi madre, el joven Ryeowook?
—Sí
—contestó Ryeowook en su lugar—. Nos hemos visitado en varias ocasiones, y el
joven ha sido muy agradable.
Hyukjae
reparó en el soldado que permanecía solo y rígido junto a la pared, medio
oculto por un corrillo de invitados, justo cuando el joven Kim le hacía señas.
—He
traído a alguien a quien quería que el joven Ryewook conociera: mi hermano, el
capitán Kim Jongwoon. Jongwoon...
El
joven de ojos café lo miró con expresión suplicante. Cuando el soldado, con
evidente contrariedad, se volvió hacia ellos, Hyukjae vio que la manga
izquierda de la chaqueta de su uniforme colgaba vacía. Tenía el semblante
pálido y contraído, y arrugas de dolor en torno a sus ojos, boca y frente, como
si las heridas fueran bastante recientes.
—Tengo
que aprovechar esta oportunidad — les confió el joven Kim mientras el soldado,
con cuerpo rígido, como si desfilara, se acercaba a ellos—. Jongwoon ha venido
esta noche porque el hijo de nuestra anfitriona es uno de sus mejores amigos de
Oxford. Normalmente, no consigo persuadirlo para que me acompañe.
Después
de las presentaciones y reverencias, su anfitriona los llamó a cenar.
—En la
mesa estaremos separados, pero debes hablar con el joven Ryeowook después de la
cena, Jongwoon —lo apremió su hermano—. Su hermano Yesung está con los
fusileros de la noventa y cinco.
Una
chispa de interés saltó en los sombríos ojos grises, aunque se extinguió enseguida.
—Una
unidad valerosa, joven señor. Mis felicitaciones para su hermano.
—Me
encantaría hablar con usted —repuso Ryeowook—. Las cartas de Yesung son
fascinantes, pero tan plagadas de historias fantásticas que la mitad de lo que
me escribe es pura invención. Quizá usted podría...
—No me
quedaré después de la cena —le dirigió a su hermano una mirada furiosa—. No
bailo.
Se
volvió para irse. Ryeowook alargó la mano para detenerlo y atrapó la manga ...
la vacía. El joven se quedó inmóvil y, luego, fijó la mirada en el guante
blanco que aferraba su tela de color sangre. Ryeowook se ruborizó, pero no lo
soltó.
—Yo
tampoco bailo —dijo con suavidad. Alzó la mirada y le brindó aquella sonrisa
luminosa y angélica que Hyukjae recordaba tan bien de antes del accidente—. ¿No
podría quedarse? Añoro tanto a mi hermano... Seria un gran consuelo hablar con
alguien que sabe... a lo que se enfrenta.
—Jongwoon,
por favor —añadió su hermano en tono apremiante.
Durante
un momento, el soldado guardó silencio, y un músculo se contrajo en su mejilla
hundida. Si podía resistirse a la sonrisa de Ryeowook, pensó Hyukjae, aquel
hombre había perdido algo más que el brazo.
—Muy
bien —dijo con aspereza—. Supongo que podría quedarme unos momentos.
—Lord Eunhyuk,
¿si es tan amable? —su anfitriona lo llamó para que escoltara a su invitada de
mayor rango. Mientras Hyukjae se alejaba para cumplir con su deber, volvió la
cabeza para asegurarse de que el acompañante de Ryeowook había llegado y seguía
sus instrucciones. Advirtió que el soldado también esperaba junto a su hermano,
quizá para emplear la misma táctica moratoria que él y pasar desapercibido al
llegar a la mesa.
Después
de acomodar a su anciana viuda, Hyukjae volvió la cabeza por segunda vez y
sorprendió la mirada atónita del soldado cuando, haciéndose a un lado para
dejar pasar a Ryeowook, este, apoyándose en el brazo de su acompañante, pasó
cojeando delante de él.
Varias
horas después, consumido por la impaciencia, Hyukjae acompañó a lso jóvenes y a
su madre a casa.
—Sí,
madre, una cena deliciosa —respondió. Con la ceja levantada, su madre observó
cómo despachaba a mayordomo cuando este se volvía para tomar su chaqueta.
—¿Vas
a salir? —preguntó.
—Imagino
que querréis poneros cómodos para criticar el atuendo y la personalidad de
todos los invitados. Una actividad que, como sin duda me daréis la razón,
realizaréis con más libertad sin mi ayuda.
—Seguramente,
querrá volver a ese horrible despacho —dijo Taemin con un gemido—. No sé qué
hay ahí que pueda ocuparlo tanto tiempo. Creo que está haciendo penitencia por
el crimen de permanecer a salvo en Inglaterra, mientras Yesung combate entre el
calor y el barro de la Península.
Una
parte de aquella afirmación dio en la diana con tal precisión, que Hyukjae hizo
una mueca. Pero, antes de que pudiese replicar, Ryeowook se adelantó.
—
¡Debería darte vergüenza, Taemin! Sabes que Hyukjae habría ido también si le
hubiese sido posible. Además, deben quedar hombres inteligentes en Inglaterra
para respaldar al ejército. Yesung dice en sus cartas que el trabajo de Hyukjae
en el departamento de municiones es, quizá, la labor más importante de los
civiles aquí. Y hace días que no lo atiende por acompañarnos de visita en
visita —le sonrió, aquella sonrisa melancólica y dulce de Ryeowook—. No te
entretendremos más tiempo, Hyukjae. Y gracias otra vez por... bueno, ya sabes
—le guiñó el ojo con complicidad y tomó la mano de Taemin—. Ven, ayúdame a
subir las escaleras. Tienes que hablarme de ese joven, el
amigo del capitán Kim, que
te encontró tan fascinante.
Su
madre se quedó rezagada, con su mirada sagaz puesta en Hyukjae.
Hyukjae
permaneció callado, sin querer negar ni confirmar la predicción de Taemin de
que se dirigía a su despacho, y el deseo de salir de la casa y estar junto a Donghae
le producía un dolor
casi
físico. Por fin, su madre se limitó a decir:
—Buenas
noches, hijo mío.
—Buenas
noches, madre —hizo una reverencia, y giró sobre sus talones, murmurando al
pasar al lado del mayordomo que no ordenara a ningún lacayo que lo esperara levantado.
Cuando la pesada puerta principal se cerró a su espalda, su madre seguía en la
escalera, observándolo con mirada especulativa.
Excelente capítulo!
ResponderEliminarMe encantó!
Tantas cosas!!!
Apareció Siwonshis y el hijo de Hae~
Aparición del Yewok(?)
Pero...si.. Wook...
Ay ya me hice bolas!
Y la mamá de Eun ya sospecha algo!
Ay no! Que no le haga escándalos a Hae!!! Noooo
Forma tan linda de saber que Hae tiene un hijo y conocerlo esa misma noche....pero así tan rapido es menos el dolor..supongo.
ResponderEliminarNo importa la cosa es que ya sabe de Hyung y ya conocimos una parte de la historia.
Toca esperar que el abuelo del niño no lo siga buscando o que Hae pueda protegerlo,no queremos que ese niño sufra.
Uy.....la mamá de Hyuk no es tonta y sabe que por ahí hay algo.
Já....despues de la forma de responderme la pregunta me quede pensando,pense en Spencer,en Hae,en Hyuk y en Yesung...y sabia que habia algo que no me estaba diciendo...y en efecto,mis sospechas tuvieron fundamento con la apariciendo del soldado Jong.....^^