—Donghae,
para. No puedes seguir viendo el hilo negro sobre un fondo negro.
—Un
poco más y habré terminado.
—Ya
basta —dijo Hyukjae, y le puso las manos sobre los hombros para apartarlo con
suavidad de la mesa. Pero, al sentir su piel bajo los dedos, toda su pasión
contenida volvió a adueñarse de él. Se estremeció y se quedó inmóvil, para
resistir el repentino e intenso deseo de abrazarle.
Donghae
también se había quedado quieto, y Hyukjae advirtió que contraía los músculos.
Sin pensar, empezó a masajearle los hombros.
—Aah
—suspiró Donghae—. Qué maravilla.
—No me
extraña que te duelan los hombros, si te pasas delante de esta mesa de trabajo
todos los días —lo regañó, y amplió el masaje a su cuello y parte superior de
los brazos.
—Me
riñe igual que Heechul —dijo con una risita. El sonido era tan contagioso, que Hyukjae
se sorprendió riendo también. Donghae se dio la vuelta para mirarlo y, al
contemplar aquellos ojos grandes, volvió a contener el aliento.
Lentamente,
la sonrisa de Donghae se disipó. Cuando, impotente, incapaz de resistirse, Hyukjae
bajó los labios, él se estiró para ir al encuentro de su beso.
Hyukjae
lo besó largamente y con anhelo, combatiendo la urgencia inmediata de deslizar
las manos en su pecho. Por fin, lo soltó con desgana.
—¿De
veras? Casi eran las seis cuando se marchó esta mañana.
—Imposible.
Parece que hace de eso una eternidad.
Donghae
alzó la vista hacia él, y sus ojos exhibieron la mirada ligeramente perpleja de
un animal salvaje perturbado. Entonces, para deleite de Hyukjae, volvió a
cerrar los ojos ya acurrucarse en sus brazos.
—¿Otra
copa de vino, milord?
Donghae
había llenado la mitad de la copa, cuando la fuente humeante que Heechul
llevaba a la mesa captó su atención. Entornó los ojos y lo miró con aspereza.
—¿Paella?
Qué delicia —dijo Hyukjae.
—Es el
plato favorito del joven señor —confirmó Heechul, haciendo caso omiso de la
mirada intensa de Donghae—. También la ternera con romero, patatas y guisantes,
y el vino de primera.
—Heechul,
luego hablaré contigo.
—Sí,
señor —con una reverencia y un guiño pícaro hacia Hyukjae, se retiró.
—No
debes regañarlo —dijo Hyukjae—. Le pedí que, esta noche, cocinara tus platos
favoritos.
—Le
dio dinero — repuso Donghae con rotundidad.
—Por
supuesto. Preferiría cenar contigo que en cualquier otro lugar de Londres, pero
no espero que puedas alimentar con regularidad a un hombre hecho y derecho.
—Si es
mi invitado, podré agasajarlo. Tal vez no con paella, ternera y el mejor de los
vinos.
—Por
favor, Donghae, no te atengas a las formalidades conmigo. Eres un anfitrión
excelente. Tu compañía me aporta tanta ... —se contuvo antes de decir
«alegría»— tanto placer, que quería expresarlo con un pequeño detalle.
—¿Con
un pequeño detalle? —repitió, con exasperación en la voz—. Milord, ya ha
espantado a un rufián abusador y me ha salvado de un chantaje indefinido. Creo
que es más que suficiente.
—¿Pones
límites a los regalos que le das a un amigo?
Con
los labios abiertos, como para proseguir su réplica, Donghae hizo una pausa.
—Supongo
que no —reconoció pasado un momento—. A no ser que la necesidad me obligue.
—Entonces,
¿por qué no me permites ese lujo? Por favor. Llevas trabajando tanto tiempo con
diligencia... ¿Cómo puede estar mal que un amigo te obsequie? —al ver la mirada de recelo de nuevo
en sus ojos, cambió de táctica—. En cuanto a tu trabajo, me impresiona la
excepcional calidad de tus bocetos. ¿No dijiste que habías pintado retratos en
España? ¿Por qué no decidiste seguir pintando aquí?
Donghae
tomó un sorbo de vino. Durante un momento, Hyukjae pensó que haría caso omiso
de la pregunta. Por fin, desviando la mirada de él, dijo con suavidad:
—En
España era diferente, entre desconocidos. Mi padre era un... un hombre rico. Me
envió a un colegio elitista. Algunos de los que me encargaran retratos aquí
podrían ser sus colegas o conocidos. O antiguos compañeros de estudios.
No
necesitó decir nada más. Hyukjae tuvo una imagen vívida de cómo debía de haber
sido su vida. Apartado de los privilegios de la riqueza burguesa a causa de su
matrimonio y huida a la Península, sin ser reconocido por la familia,
aparentemente aristocrática, de su marido, se había visto completamente solo en
una tierra extraña con solo su talento y su inteligencia como medio de
supervivencia.
—¿No
crees que tu familia podría reconsiderar la ruptura, si supieran que estás otra
vez en Inglaterra, y viudo?
Donghae
profirió una corta carcajada.
—Mi
padre no toleraba que lo contradijesen. Al darse cuenta de que lo había
desafiado y me había fugado... montó en cólera. Le prohibió a mi madre que se
pusiera en contacto conmigo, y ordenó que devolvieran mis cartas sin abrir. Que
me desheredó, es seguro; no dudo que dejara instrucciones en su testamento para
que, incluso tras su muerte, ningún miembro de mi familia intentara comunicarse
conmigo. Aunque, como era propio en él, se aseguró de que esas instrucciones
fueran superfluas —torció los labios con amargura—. Hace unos años, me encontré
en Lisboa con una pariente lejana, y se quedó atónita al verme. Al parecer, mi
padre contó a todo el mundo que había muerto de fiebre el verano en que cumplí
los dieciséis años.
Durante
un momento, fijó la mirada perdida detrás de Hyukjae. Cuando por fin volvió a
hablar, lo hizo en apenas un susurro.
—Hubiese
preferido morir de hambre en las calles de Lisboa a suplicarle que
reconsiderara la ruptura —luego, la intensidad abandonó su expresión y sonrió
débilmente—. Pero ya basta. ¿Por qué no le sirvo otro oporto antes de...
prepararme ?
Al
instante, la imagen que evocó aquella frase lo enardeció. Con desesperación, Hyukjae
trató de sujetar la pasión que lo había apresado toda la velada con la soga más
gruesa.
—No...
no hay pri... prisa.
—¿No
la hay? Yo me siento bastante... ansioso.
Donghae
se inclinó hacia él y, al sentir el roce de sus labios, las nobles intenciones
de Hyukjae volaron con el viento. Con un gemido, lo estrechó y enredó los dedos
en sus cabellos. La lengua de Donghae se unió a la de él, jugó con ella, para
luego retroceder y acariciar toda la superficie de su boca. Hyukjae bajó las
manos a la espalda de Donghae.
Con el
corazón desbocado, jadeante, hizo un esfuerzo sobrehumano para apartarse. Donghae
lo miró, con los párpados todavía entreabiertos y los ojos tan vidriosos por la
pasión, que Hyukjae estuvo a punto de volver a perder el control.
—Lo
siento —dijo con una sonrisa trémula—. He estado a punto de tomarte otra vez
como el más inexperto de los jovenzuelos. Aunque no lo creas, solía tenerme por
un amante lento y hábil.
Donghae
sonrió de forma íntima y secreta.
—Ah,
pero lo es.
—¡No!
—Hyukjae tomó su rostro sorprendido entre ambas manos—. No digas cumplidos que
creas que quiero oír. Dime lo que de verdad piensas y sientes, o nada. ¿Me lo
prometes?
—Está
bien —con cierto recelo, se echó hacia atrás—. ¿Desea que me cambie ya?
—Si
quieres ahorrarle a Heechul el trabajo de coserte todos los
botones...—consiguió esbozar una media sonrisa—. Y ¿Podrías ponerte esto, por
favor? ¿Para mí?
Hyukjae
tomó el paquete que Heechul había dejado antes en el comedor. Pasado un
momento, Donghae lo aceptó. Una emoción asomó a su rostro y pareció
distanciarse un poco. ¿La habría ofendido ?
—¡No
es que tu pijama no sea precioso! —se apresuró a tranquilizarlo, con los ojos
fijos en su rostro—. Pero vi este y no pude evitar imaginarte... —Apretó los
labios con firmeza e inspiró hondo—. ¿Por favor?
—Por
supuesto. Solo será un minuto —con una fugaz sonrisa, tomó el paquete y se
retiró.
Hyukjae
confiaba en no haberlo ofendido. La próxima vez, disfrutaría desnudándolo él
mismo, salpicando besos sobre cada centímetro de piel lentamente dejada al
descubierto, hasta que Donghae estuviera tan ansioso y jadeante por él como él
por el joven. Pero, en aquella ocasión, quería que acudiera a él como la noche
anterior... pero con la pijama que había comprado expresamente para él.
Cuando
lo hizo, la imagen era todo lo que había imaginado. Se colocó delante de él y
giró en redondo.
—¿Es
de su agrado, milord?
—Hyukjae
—jadeó, con la voz atascada en la garganta—. Llámame Hyukjae.
—Hyukjae
—murmuró, antes de elevar el rostro hacia él.
Hyukjae
nunca había desenvuelto un regalo tan hermoso.
Tomó
sus labios con fuerza y deslizó una mano, acariciando su pecho sobre la tela
suave tela, llegó a su entrepierna. Donghae separó las piernas ante la
insistencia de sus dedos y gimió cuando acarició su miembro.
Donghae
tembló cuando él se llevó un pezón a la boca y lamió con fuerza. Le rodeó la
cabeza con las manos para inmovilizarlo, y movió las caderas con urgencia al
ritmo de sus caricias.
—Llé...
llévame a la ca... cama —jadeó—. Por favor... Hyukjae.
—Todavía
no, cariño —susurró junto a su pecho. Donghae extendió una mano débil y torpe
hacia sus pantalones, pero Hyukjae la atrapó y volvió a colocarla en torno al
cuello—. Después, mi amor —dijo, mientras desplazaba los labios sobre su pecho
y atrapaba sus tensos glúteos con la mano libre.
Hyukjae
aceleró el ritmo de su mano. Con una alegría salvaje, presintió el momento
exacto en que Donghae estallaba contra él, y sus gemidos suaves y jadeantes
llenaron sus oídos. Donghae perdió el equilibrio y, de no haberlo sujetado, se
habría caído.
—Oh, Hyukjae.
Él le
brindó una sonrisa lobuna y lo besó con fuerza antes de llevarlo a la cama.
Cuando
llegaron al dormitorio, Donghae se recuperó lo bastante para insistir en desnudarlo,
y volvió a ser dueño de sí cuando, después de quitarle con rapidez la chaqueta
y las botas, aminoró el paso. Le quitó el pañuelo del cuello y se detuvo para
besarle la barbilla y las orejas; luego, le desabrochó el chaleco y la camisa y
deslizó los labios por la piel velluda que había debajo. Moviendo la lengua
alrededor del ombligo, soltó, uno a uno, los botones de los pantalones, y le
bajó la tela ceñida hasta las rodillas.
Hyukjae
profirió un grito de sorpresa cuando él le acarició los glúteos desnudos y una
conmoción semejante a un rayo lo fulminó cuando lo tomó en su boca. Durante
varios segundos cegadores, experimentó una sensación increíble e
insoportablemente intensa, antes de que una serie de poderosas contracciones lo
catapultaran más allá de la consciencia.
La vez
siguiente, se lo tomaron con calma, hablando, riendo, besándose entre caricias.
Los dedos suaves de Donghae no abandonaron el cuerpo de Hyukjae en ningún
momento; él le exploró lánguidamente, saboreando, acariciando, memorizándolo
centímetro a centímetro, dejando que la pasión creciera hasta que alcanzaron
juntos el olvido.
El
movimiento que hizo al levantarse de la cama tiempo después, lo despertó. Donghae
atrapó la mano que él extendía para atraerlo de nuevo al lecho y la besó.
—Me
muero de hambre —declaró—. Heechul prometió dejarnos algo en la cocina. Iré por
ello.
—Ya
iré yo. No debes cargar con una bandeja pesada.
Donghae
rió con suavidad.
—He
cargado con bultos más pesados, te lo aseguro.
—No,
descansa —lo inmovilizó con la mano cuando él quiso incorporarse—. No sabes
dónde buscar, y no hay espacio suficiente para los dos en la cocina. Solo será
un momento.
Se
estiró con languidez. Luego, señaló hacia el rincón.
—Hay
un servicio detrás de la cortina. —se
cubrió con una bata, le lanzó un beso y salió.
Hyukjae
permaneció tumbado, contemplando el balanceo de sus caderas mientras se iba.
Debía de ser el sinvergüenza más suertudo de toda Inglaterra, pensó con enorme
satisfacción. No, el sinvergüenza más suertudo del mundo entero.
El
sinvergüenza con la vejiga llena más suertudo del mundo. Se levantó para poner
remedio a su incomodidad y, luego, se acercó al tocador para mirarse en el
espejo. Sonrió, ebrio de felicidad, y puso el dedo en la nariz de su reflejo.
—Tú
—dijo con solemnidad—, eres un sinvergüenza con suerte.
Qué
idiota estaba hecho. Riendo, bajó las manos a la superficie de la mesa para
acariciar la plata del cepillo de Donghae, y un pequeño frasco que desprendía
el aroma suave pero acre de la lavanda que usaba. Le encantaba cómo olía. Le
compraría frascos y más frascos, para que siempre pudiera ponérsela.
—Para
mí —susurró.
Entonces,
reparó en un pequeño cuadro colocado sobre un caballete en miniatura y, sin
pensar, lo levantó para examinarlo. Su mirada se cruzó con la de un hombre
sonriente, de pelo negro y ojos verdes, vestido con un uniforme rojo de
oficial.
Los
músculos de su estómago se contrajeron como si alguien le hubiese dado un puñetazo.
Con dedos trémulos, dejó el retrato sobre la mesa, ya punto estuvo de derribar
el soporte.
«Estúpido
idiota», se dijo con fiereza. ¿Qué miniatura esperaba encontrar sobre su
tocador? ¿La del doncel? Era absurdo sentirse... traicionado, casi, y en cuanto
a los celos, eran ridículos. ¡Aquel hombre estaba muerto, por el amor de Dios !
Miró
de soslayo a la miniatura.
—Bueno,
soldado —murmuró—. Tal vez seas tú el héroe, pero ya no estás aquí para
protegerlo. Yo sí... y lo protegeré. Ahora, es mío, y no hay nada...
Se
interrumpió con brusquedad. No podía creer lo que estaba haciendo, desvariando
ante un retrato. El retrato de un hombre muerto.
Debía
de estar volviéndose loco.
El
suave sonido de una exclamación irrumpió por fin en su ensimismamiento. Se
volvió y vio a Donghae en el umbral, mirándolo alternativamente a él y a la
miniatura. Después de un momento de silencio, se acercó y dejó la bandeja en el
tocador. De pie, con el cuerpo entre él y la mesa, servía el té entre el
tintineo de la vajilla y el sonido del líquido al verterse.
—Tenías
razón, la bandeja pesaba bastante —dijo, volviendo la cabeza hacia él—. ¿Te
apetecen unos panecillos? y he traído un poco de la paella de esta noche,
pensando que te apetecería.
Sonriendo,
se dio la vuelta y caminó hacia él, con una taza en una mano y la tetera en la
otra.
—Aquí
estamos un poco apretados. ¿Quieres que lo tomemos en el comedor? Volveré por
la bandeja.
Hyukjae
balbució algo y tomó la taza humeante que le ofrecía antes de seguirlo,
enmudecido, hacia el comedor. Pero, al salir del dormitorio, volvió la cabeza y
advirtió que el minúsculo caballete estaba vacío.
El
tintineo de la campanilla de la tienda los interrumpió mientras tomaban el té
en el despacho, varias semanas después.
—Ese
debe der ser Rain con mis cosas —dijo Hyukjae, y suspiró—. Reconozco que me
siento terriblemente tentado a echarme a llorar. Preferiría disfrutar de la
cocina de Heechul y que me leyeras el siguiente capítulo de la novela de la
señorita Mew. Ese hijo de los Kim —le guiñó el ojo— parece tan descarado como
tú.
—¿De
verdad? Yo pensaba ganarte al ajedrez. Otra vez.
—No me
ganaste en la última ocasión —se sintió obligado a señalar—. Aunque tal vez sea
mejor enfrentarme contigo con un tablero de por medio que soportar las arengas
de aburridos hombres de gobierno. Junsu se irá pronto de Londres y he de
decidir lo que debo hacer sobre esas cifras de municiones. Es un enigma que
sigo sin resolver.
—Si no
recuerdo mal, el único enigma sobre municiones es que no llegaron a su destino
—dijo Donghae con una carcajada.
—Eso,
por un lado —reconoció Hyukjae con ironía—, pero es más preocupante aún que las
cifras del presupuesto no coinciden con las municiones compradas —frunció el
ceño—. Mucho me temo que los destacamentos de civiles pasan más tiempo
alardeando entre ellos y disputándose la autoridad que en desempeñar
debidamente sus funciones. y si resulta que nuestro... problema se debe a
causas más ilícitas que la incompetencia, los bellacos deben ir a la Torre.
—¡Ojalá
más miembros del gobierno pensaran como tú! Spen... En la Península, teníamos
la impresión de que la nobleza inglesa se desentendía tanto de la guerra que
tenían escaso conocimiento y menos interés aún en las penalidades de las
tropas— inclinó la cabeza para dirigirle una mirada evaluadora—. Tú eres
diferente.
Su aprobación
lo conmovió de pies a cabeza.
—¿No
soy el dandi frívolo y ocioso por el que me tomaste?
Donghae
le dirigió una mirada severa y agitó un dedo.
—¿Quieres
que te regale los oídos?
Hyukjae
tomó la punta del dedo y la besó.
—Desvergonzadamente.
Un
destello pícaro brilló en los ojos de Donghae.
—Entonces,
debo confesar que me asombra que trabajes día sí, día no, cuando no duermes
hasta el mediodía, o visitas a tu sastre, o te juegas los soberanos en tu club,
o bebes...
Hyukjae
le puso la mano en los labios para detener el torrente de palabras.
—Pérfido.
Me encantaría quedarme en la cama hasta el mediodía, si pudiera retenerte
conmigo la atrajo hacia él.
Donghae
le devolvió el lento beso y, luego, lo empujó con suavidad.
—Será
mejor que emprenda mi trabajo matutino y te deje hacer el tuyo. El país, y
nuestro ejército, necesita de hombres prudentes e inteligentes. Pero debo ir a
abrir a Rain, antes de que se le agrie el humor.
Hyukjae
lo miró con aspereza.
—¿Ha
sido Rain descortés contigo? ¡Lo despediré ahora mismo !
Donghae
volvió la cabeza hacia un lado, Con su piel de marfil sonrojada.
—No,
no lo hagas. Lo único que quería decir es que... que se cansa, sin duda,
haciendo recados para ti. Es natural que, a veces, parezca enojado.
Cuando
Donghae pasó a su lado, Hyukjae lo retuvo poniéndole una mano en el hombro.
—Quédate
aquí y termínate el té. Yo me ocuparé de Rain —lo empujó con suavidad hacia la
silla. —Pero...
—Quédate
—suavizando la orden con una caricia lasciva sobre su trasero, lo empujó una
vez más. Con un suspiro de exasperación, Donghae volvió a sentarse en la silla,
ante su mesa de trabajo.
Hyukjae
frunció el ceño mientras atravesaba el local. Rain recibía una remuneración
generosa por sus servicios, tanto en su mansión familiar de Portman Square o
allí. El hecho de que, casi a diario, tuviese que desplazarse para llevar a la
tienda una muda limpia de día y de noche para su señor era irrelevante. Si el
lacayo tenía alguna queja sobre el cambio de rutina que la nueva acompañante de
Hyukjae le había causado, sería mejor que la olvidara. O se buscara a un nuevo
señor.
Después
de unas cuantas palabras ásperas, que persuadieron al criado a asegurar su
voluntad de servirlo gustosamente cómo y dónde deseara, Hyukjae lo despachó.
Besó la frente de Donghae al pasar a su lado y subió las estrechas escaleras
que conducían al dormitorio.
Tras
la cortina del rincón, forcejeó para quitarse la chaqueta. Se puso una camisa
limpia y, al meter con fuerza la mano por la estrecha manga del traje de
etiqueta, dio un puñetazo involuntario al techo de la estancia.
Maldiciendo,
se frotó los nudillos doloridos. Aquel rincón vestidor no era lo bastante
espacioso. Una vez más, pensó con anhelo en la posibilidad de instalar a Donghae
en una casa más digna. Una casa lo bastante amplia para acomodarlo a él.
Pero
¿cómo conseguir que Donghae aceptara?
Tuvo
que sonreír con ironía al recordar su ingenua visión inicial de Donghae en una
elegante casa en Mayfair, con una servidumbre discreta y un carruaje siempre
dispuesto para llevarlos al parque o al teatro. Deslumbrado por la euforia de
la primera semana, Hyukjae le propuso exactamente eso... y recibió una negativa
categórica.
La
personificación de la dignidad ofendida, Donghae se enderezó y se disculpó por
ofrecerle un alojamiento considerablemente inferior al que, sin duda, estaba
acostumbrado.
Aunque
era extremadamente amable al ofrecerle aquella alternativa, la pequeña tienda
era su hogar, además de su negocio; era lo mejor que podía permitirse en
aquellos momentos y no se le ocurriría dejarlo ni en sueños. En cuanto a
carruajes, no necesitaba ninguno, ya que estaba demasiado ocupada para ir de
paseo, y el teatro... palideció solo de imaginarse sometido al escrutinio de la
nobleza, ya sus rumores sobre la identidad de la última conquista de lord Eunhyuk.
Semanas
después, olvidó la lección. Al pasear por Bond Street, le llamó la atención una
exquisita joya, era un camafeo plateado. Quizás su soldado le hubiese comprado un
tocado parecido mientras él lo seguía por España, pero ninguno tan fino como
aquél.
La
satisfacción de Hyukjae se evaporó en el instante en que Donghae desenvolvió el
regalo y sus hermosos ojos se empañaron de desolación.
—No te
gusta.
—No,
es exquisito. Es que... ya me has dado demasiado.
Hyukjae
fue preso de unos celos irracionales y, sin pensar, replicó.
—¿Acaso
tu marido nunca te hacía regalos?
—Eso.
..eso era diferente —respondió Donghae, mientras cubría la joya, como si el destello de los diamantes fuese algo vivo y amenazador—.
Además, en la tienda estaría fuera de lugar.
Un
claro recordatorio de que no se lo pondría para ir a ningún sitio... al menos,
no con él.
Sin
que dijera nada más, Hyukjae lo comprendió, y sin decir nada más, aceptó que su
pudoroso amado no toleraría que lo señalaran como su amante. La angustia de Donghae
por la naturaleza ilícita de su amorío era la única sombra en lo que, por otro
lado, habían sido las ocho semanas más maravillosas de la vida de Hyukjae.
Aun
así, concluyó cuando tuvo que encorvarse para atarse el pañuelo delante del
espejo del tocador, la situación era del todo inadecuada. No solo él necesitaba
más espacio para cambiarse sin magullarse, sino que ver al Donghae viviendo en
minúsculas habitaciones encima de una tienda lo irritaba...
Él,
que debía ser el joven señor de una mansión elegante, equipada con una
servidumbre que obedeciera sus órdenes y, sin quejas ni especulaciones, las de
él.
Claro
que, pensó, si su negocio prosperaba, algún día podría ganar lo bastante para
adquirir por sí misma tal alojamiento, pero, en el futuro inmediato...
La solución
que vislumbró, como un fogonazo, en su mente, era tan brillante que contuvo el
aliento, y sus manos se paralizaron sobre el pañuelo. Tan brillante y perfecta,
que ni siquiera su pudoroso Donghae podría ver ningún fallo en su razonamiento.
El
entusiasmo aceleró sus dedos y terminó el nudo enseguida. Había, pensó con una
carcajada eufórica, más de una forma de persuadir a una persona.
Donghae
estaba en su mesa de trabajo, absorto, como siempre, en la realización de un
diseño, cuando dos manos le cubrieron los ojos desde atrás. Después de un
primer chillido de terror, atrapó las muñecas que lo mantenían cautiva.
—¡Hyukjae,
para! Tengo trabajo que hacer.
—Eso
puede esperar, cariño, pero mi sorpresa, no. Vamos, Heechul te llevará.
—Pero
la tienda... los clientas...
—Ya
volverán. Heechul te espera con la capa. Te veré dentro de unos minutos —se
inclinó para darle un largo beso y, luego, le soltó las muñecas—. ¿Sabes dónde
es, Heechul? —se volvió hacia el doncell.
—Sí,
milord. En media hora, allí estaremos.
—Bien
—sonriendo como un niño desmesuradamente complacido consigo mismo, Hyukjae
salió de la sombrerería.
En un
mar de confusiones, Donghae siguió a Heechul a la calle y al carruaje que los
esperaba. Durante el trayecto, intentó tirarle a Heechul de la lengua, pero éste
se limitó a mover la cabeza ya sonreír, con los ojos oscuros centelleantes de
alegría.
¿A
dónde lo llevaba Hyukjae? No, si era lo bastante atento para respetar sus mudas
preferencias y lo había provisto de un coche de alquiler, en lugar de llevarlo
con él en el carruaje con su escudo, no se le ocurriría reunirse con él en un
lugar público. ¿Qué podía ser, entonces?
El
cochero se detuvo en una calle tranquila, delante de una elegante casa de
ladrillos.
Un
criado de librea lo escoltó por los amplios peldaños de la entrada. Con Heechul
a pocos pasos por detrás, Donghae siguió al lacayo a través del umbral de
estilo Adam hasta el centro de un vestíbulo de mármol. Hyukjae lo esperaba
sonriente.
—Calla,
no digas nada, todavía — le puso un dedo en los labios—. Déjame que te la
enseñe...
—Pero
tengo trabajo y...
Hyukjae
la silenció con un beso.
—Compláceme
durante unos minutos. Heechul, hay té en la cocina.
Con
una reverencia, éste se retiró. Hyukjae apretó la mano de Donghae y le enseñó
la mansión.
Era,
sin duda alguna, una casa preciosa. Un precioso nido de amor en el que un
hombre rico podría instalar a su amante. Mientras pasaban de habitación en
habitación, la angustia y la indignación de Donghae fueron creciendo hasta que,
cuando Hyukjae abrió con una reverencia la puerta de un dormitorio tan
exquisito que Donghae sintió deseos de llorar, no pudo soportarlo más.
Se
desembarazó de su mano, caminó hasta la ventana, y fijó la vista en la calle
para mantener la voz firme.
—No la
quiero. ¡No pienso vivir aquí!
El mono Sexoso está enamorado hasta los huesitos!!!!
ResponderEliminarQue lindos!
Ay~ pez! Dejate amar(?)
Aún sigo pensando en el futuro prometido del mono...será un tipo con otro amor y se negará a casarse o será un ambicioso con ganas del dinero del mono!????
Y que dira Hyukkie~ del hijo del pez!??? Cuántos años tiene el niño!?!?
Hablando solo Hyukjae...y teniendo celos de una fotografía?
ResponderEliminarNo puedo culparlo,y menos cuando a Hae estuvo a punto de decir el nombre de su difunto marido delante de Hyuk...cosa que al parecer Hyuk no se dio cuenta.
Esto solo indica que esta perdido por Hae.
Ooppsss....ha metido la pata de mono,Hae no quiere esa casa.