The Lover- 5




—Donghae, para. No puedes seguir viendo el hilo negro sobre un fondo negro.

—Un poco más y habré terminado.

—Ya basta —dijo Hyukjae, y le puso las manos sobre los hombros para apartarlo con suavidad de la mesa. Pero, al sentir su piel bajo los dedos, toda su pasión contenida volvió a adueñarse de él. Se estremeció y se quedó inmóvil, para resistir el repentino e intenso deseo de abrazarle.

Donghae también se había quedado quieto, y Hyukjae advirtió que contraía los músculos. Sin pensar, empezó a masajearle los hombros.

—Aah —suspiró Donghae—. Qué maravilla.

—No me extraña que te duelan los hombros, si te pasas delante de esta mesa de trabajo todos los días —lo regañó, y amplió el masaje a su cuello y parte superior de los brazos.

—Me riñe igual que Heechul —dijo con una risita. El sonido era tan contagioso, que Hyukjae se sorprendió riendo también. Donghae se dio la vuelta para mirarlo y, al contemplar aquellos ojos grandes, volvió a contener el aliento.

Lentamente, la sonrisa de Donghae se disipó. Cuando, impotente, incapaz de resistirse, Hyukjae bajó los labios, él se estiró para ir al encuentro de su beso.

Hyukjae lo besó largamente y con anhelo, combatiendo la urgencia inmediata de deslizar las manos en su pecho. Por fin, lo soltó con desgana.

—Llevaba un siglo esperando esto. —Volvió a oír su encantadora risa.

—¿De veras? Casi eran las seis cuando se marchó esta mañana.

—Imposible. Parece que hace de eso una eternidad.

Donghae alzó la vista hacia él, y sus ojos exhibieron la mirada ligeramente perpleja de un animal salvaje perturbado. Entonces, para deleite de Hyukjae, volvió a cerrar los ojos ya acurrucarse en sus brazos.



—¿Otra copa de vino, milord?

Donghae había llenado la mitad de la copa, cuando la fuente humeante que Heechul llevaba a la mesa captó su atención. Entornó los ojos y lo miró con aspereza.

—¿Paella? Qué delicia —dijo Hyukjae.

—Es el plato favorito del joven señor —confirmó Heechul, haciendo caso omiso de la mirada intensa de Donghae—. También la ternera con romero, patatas y guisantes, y el vino de primera.

—Heechul, luego hablaré contigo.

—Sí, señor —con una reverencia y un guiño pícaro hacia Hyukjae, se retiró.

—No debes regañarlo —dijo Hyukjae—. Le pedí que, esta noche, cocinara tus platos favoritos.

—Le dio dinero — repuso Donghae con rotundidad.

—Por supuesto. Preferiría cenar contigo que en cualquier otro lugar de Londres, pero no espero que puedas alimentar con regularidad a un hombre hecho y derecho.

—Si es mi invitado, podré agasajarlo. Tal vez no con paella, ternera y el mejor de los vinos.

—Por favor, Donghae, no te atengas a las formalidades conmigo. Eres un anfitrión excelente. Tu compañía me aporta tanta ... —se contuvo antes de decir «alegría»— tanto placer, que quería expresarlo con un pequeño detalle.

—¿Con un pequeño detalle? —repitió, con exasperación en la voz—. Milord, ya ha espantado a un rufián abusador y me ha salvado de un chantaje indefinido. Creo que es más que suficiente.

—¿Pones límites a los regalos que le das a un amigo?

Con los labios abiertos, como para proseguir su réplica, Donghae hizo una pausa.

—Supongo que no —reconoció pasado un momento—. A no ser que la necesidad me obligue.

—Entonces, ¿por qué no me permites ese lujo? Por favor. Llevas trabajando tanto tiempo con diligencia... ¿Cómo puede estar mal que un amigo te obsequie? —al ver la mirada de recelo de nuevo en sus ojos, cambió de táctica—. En cuanto a tu trabajo, me impresiona la excepcional calidad de tus bocetos. ¿No dijiste que habías pintado retratos en España? ¿Por qué no decidiste seguir pintando aquí?

Donghae tomó un sorbo de vino. Durante un momento, Hyukjae pensó que haría caso omiso de la pregunta. Por fin, desviando la mirada de él, dijo con suavidad:

—En España era diferente, entre desconocidos. Mi padre era un... un hombre rico. Me envió a un colegio elitista. Algunos de los que me encargaran retratos aquí podrían ser sus colegas o conocidos. O antiguos compañeros de estudios.

No necesitó decir nada más. Hyukjae tuvo una imagen vívida de cómo debía de haber sido su vida. Apartado de los privilegios de la riqueza burguesa a causa de su matrimonio y huida a la Península, sin ser reconocido por la familia, aparentemente aristocrática, de su marido, se había visto completamente solo en una tierra extraña con solo su talento y su inteligencia como medio de supervivencia.

—¿No crees que tu familia podría reconsiderar la ruptura, si supieran que estás otra vez en Inglaterra, y viudo?

Donghae profirió una corta carcajada.

—Mi padre no toleraba que lo contradijesen. Al darse cuenta de que lo había desafiado y me había fugado... montó en cólera. Le prohibió a mi madre que se pusiera en contacto conmigo, y ordenó que devolvieran mis cartas sin abrir. Que me desheredó, es seguro; no dudo que dejara instrucciones en su testamento para que, incluso tras su muerte, ningún miembro de mi familia intentara comunicarse conmigo. Aunque, como era propio en él, se aseguró de que esas instrucciones fueran superfluas —torció los labios con amargura—. Hace unos años, me encontré en Lisboa con una pariente lejana, y se quedó atónita al verme. Al parecer, mi padre contó a todo el mundo que había muerto de fiebre el verano en que cumplí los dieciséis años.

Durante un momento, fijó la mirada perdida detrás de Hyukjae. Cuando por fin volvió a hablar, lo hizo en apenas un susurro.

—Hubiese preferido morir de hambre en las calles de Lisboa a suplicarle que reconsiderara la ruptura —luego, la intensidad abandonó su expresión y sonrió débilmente—. Pero ya basta. ¿Por qué no le sirvo otro oporto antes de... prepararme ?

Al instante, la imagen que evocó aquella frase lo enardeció. Con desesperación, Hyukjae trató de sujetar la pasión que lo había apresado toda la velada con la soga más gruesa.

—No... no hay pri... prisa.

—¿No la hay? Yo me siento bastante... ansioso.

Donghae se inclinó hacia él y, al sentir el roce de sus labios, las nobles intenciones de Hyukjae volaron con el viento. Con un gemido, lo estrechó y enredó los dedos en sus cabellos. La lengua de Donghae se unió a la de él, jugó con ella, para luego retroceder y acariciar toda la superficie de su boca. Hyukjae bajó las manos a la espalda de Donghae.

Con el corazón desbocado, jadeante, hizo un esfuerzo sobrehumano para apartarse. Donghae lo miró, con los párpados todavía entreabiertos y los ojos tan vidriosos por la pasión, que Hyukjae estuvo a punto de volver a perder el control.

—Lo siento —dijo con una sonrisa trémula—. He estado a punto de tomarte otra vez como el más inexperto de los jovenzuelos. Aunque no lo creas, solía tenerme por un amante lento y hábil.

Donghae sonrió de forma íntima y secreta.

—Ah, pero lo es.

—¡No! —Hyukjae tomó su rostro sorprendido entre ambas manos—. No digas cumplidos que creas que quiero oír. Dime lo que de verdad piensas y sientes, o nada. ¿Me lo prometes?

—Está bien —con cierto recelo, se echó hacia atrás—. ¿Desea que me cambie ya?

—Si quieres ahorrarle a Heechul el trabajo de coserte todos los botones...—consiguió esbozar una media sonrisa—. Y ¿Podrías ponerte esto, por favor? ¿Para mí?

Hyukjae tomó el paquete que Heechul había dejado antes en el comedor. Pasado un momento, Donghae lo aceptó. Una emoción asomó a su rostro y pareció distanciarse un poco. ¿La habría ofendido ?

—¡No es que tu pijama no sea precioso! —se apresuró a tranquilizarlo, con los ojos fijos en su rostro—. Pero vi este y no pude evitar imaginarte... —Apretó los labios con firmeza e inspiró hondo—. ¿Por favor?

—Por supuesto. Solo será un minuto —con una fugaz sonrisa, tomó el paquete y se retiró.

Hyukjae confiaba en no haberlo ofendido. La próxima vez, disfrutaría desnudándolo él mismo, salpicando besos sobre cada centímetro de piel lentamente dejada al descubierto, hasta que Donghae estuviera tan ansioso y jadeante por él como él por el joven. Pero, en aquella ocasión, quería que acudiera a él como la noche anterior... pero con la pijama que había comprado expresamente para él.

Cuando lo hizo, la imagen era todo lo que había imaginado. Se colocó delante de él y giró en redondo.

—¿Es de su agrado, milord?

—Hyukjae —jadeó, con la voz atascada en la garganta—. Llámame Hyukjae.

—Hyukjae —murmuró, antes de elevar el rostro hacia él.

Hyukjae nunca había desenvuelto un regalo tan hermoso.

Tomó sus labios con fuerza y deslizó una mano, acariciando su pecho sobre la tela suave tela, llegó a su entrepierna. Donghae separó las piernas ante la insistencia de sus dedos y gimió cuando acarició su miembro.

Donghae tembló cuando él se llevó un pezón a la boca y lamió con fuerza. Le rodeó la cabeza con las manos para inmovilizarlo, y movió las caderas con urgencia al ritmo de sus caricias.

—Llé... llévame a la ca... cama —jadeó—. Por favor... Hyukjae.

—Todavía no, cariño —susurró junto a su pecho. Donghae extendió una mano débil y torpe hacia sus pantalones, pero Hyukjae la atrapó y volvió a colocarla en torno al cuello—. Después, mi amor —dijo, mientras desplazaba los labios sobre su pecho y atrapaba sus tensos glúteos con la mano libre.

Hyukjae aceleró el ritmo de su mano. Con una alegría salvaje, presintió el momento exacto en que Donghae estallaba contra él, y sus gemidos suaves y jadeantes llenaron sus oídos. Donghae perdió el equilibrio y, de no haberlo sujetado, se habría caído.

—Oh, Hyukjae.

Él le brindó una sonrisa lobuna y lo besó con fuerza antes de llevarlo a la cama.

Cuando llegaron al dormitorio, Donghae se recuperó lo bastante para insistir en desnudarlo, y volvió a ser dueño de sí cuando, después de quitarle con rapidez la chaqueta y las botas, aminoró el paso. Le quitó el pañuelo del cuello y se detuvo para besarle la barbilla y las orejas; luego, le desabrochó el chaleco y la camisa y deslizó los labios por la piel velluda que había debajo. Moviendo la lengua alrededor del ombligo, soltó, uno a uno, los botones de los pantalones, y le bajó la tela ceñida hasta las rodillas.

Hyukjae profirió un grito de sorpresa cuando él le acarició los glúteos desnudos y una conmoción semejante a un rayo lo fulminó cuando lo tomó en su boca. Durante varios segundos cegadores, experimentó una sensación increíble e insoportablemente intensa, antes de que una serie de poderosas contracciones lo catapultaran más allá de la consciencia.


La vez siguiente, se lo tomaron con calma, hablando, riendo, besándose entre caricias. Los dedos suaves de Donghae no abandonaron el cuerpo de Hyukjae en ningún momento; él le exploró lánguidamente, saboreando, acariciando, memorizándolo centímetro a centímetro, dejando que la pasión creciera hasta que alcanzaron juntos el olvido.

El movimiento que hizo al levantarse de la cama tiempo después, lo despertó. Donghae atrapó la mano que él extendía para atraerlo de nuevo al lecho y la besó.

—Me muero de hambre —declaró—. Heechul prometió dejarnos algo en la cocina. Iré por ello.

—Ya iré yo. No debes cargar con una bandeja pesada.

Donghae rió con suavidad.

—He cargado con bultos más pesados, te lo aseguro.

—No, descansa —lo inmovilizó con la mano cuando él quiso incorporarse—. No sabes dónde buscar, y no hay espacio suficiente para los dos en la cocina. Solo será un momento.

Se estiró con languidez. Luego, señaló hacia el rincón.

—Hay un servicio detrás de la cortina.  —se cubrió con una bata, le lanzó un beso y salió.

Hyukjae permaneció tumbado, contemplando el balanceo de sus caderas mientras se iba. Debía de ser el sinvergüenza más suertudo de toda Inglaterra, pensó con enorme satisfacción. No, el sinvergüenza más suertudo del mundo entero.

El sinvergüenza con la vejiga llena más suertudo del mundo. Se levantó para poner remedio a su incomodidad y, luego, se acercó al tocador para mirarse en el espejo. Sonrió, ebrio de felicidad, y puso el dedo en la nariz de su reflejo.

—Tú —dijo con solemnidad—, eres un sinvergüenza con suerte.

Qué idiota estaba hecho. Riendo, bajó las manos a la superficie de la mesa para acariciar la plata del cepillo de Donghae, y un pequeño frasco que desprendía el aroma suave pero acre de la lavanda que usaba. Le encantaba cómo olía. Le compraría frascos y más frascos, para que siempre pudiera ponérsela.

—Para mí —susurró.

Entonces, reparó en un pequeño cuadro colocado sobre un caballete en miniatura y, sin pensar, lo levantó para examinarlo. Su mirada se cruzó con la de un hombre sonriente, de pelo negro y ojos verdes, vestido con un uniforme rojo de oficial.

Los músculos de su estómago se contrajeron como si alguien le hubiese dado un puñetazo. Con dedos trémulos, dejó el retrato sobre la mesa, ya punto estuvo de derribar el soporte.

«Estúpido idiota», se dijo con fiereza. ¿Qué miniatura esperaba encontrar sobre su tocador? ¿La del doncel? Era absurdo sentirse... traicionado, casi, y en cuanto a los celos, eran ridículos. ¡Aquel hombre estaba muerto, por el amor de Dios !

Miró de soslayo a la miniatura.

—Bueno, soldado —murmuró—. Tal vez seas tú el héroe, pero ya no estás aquí para protegerlo. Yo sí... y lo protegeré. Ahora, es mío, y no hay nada...

Se interrumpió con brusquedad. No podía creer lo que estaba haciendo, desvariando ante un retrato. El retrato de un hombre muerto.

Debía de estar volviéndose loco.

El suave sonido de una exclamación irrumpió por fin en su ensimismamiento. Se volvió y vio a Donghae en el umbral, mirándolo alternativamente a él y a la miniatura. Después de un momento de silencio, se acercó y dejó la bandeja en el tocador. De pie, con el cuerpo entre él y la mesa, servía el té entre el tintineo de la vajilla y el sonido del líquido al verterse.

—Tenías razón, la bandeja pesaba bastante —dijo, volviendo la cabeza hacia él—. ¿Te apetecen unos panecillos? y he traído un poco de la paella de esta noche, pensando que te apetecería.

Sonriendo, se dio la vuelta y caminó hacia él, con una taza en una mano y la tetera en la otra.

—Aquí estamos un poco apretados. ¿Quieres que lo tomemos en el comedor? Volveré por la bandeja.

Hyukjae balbució algo y tomó la taza humeante que le ofrecía antes de seguirlo, enmudecido, hacia el comedor. Pero, al salir del dormitorio, volvió la cabeza y advirtió que el minúsculo caballete estaba vacío.



El tintineo de la campanilla de la tienda los interrumpió mientras tomaban el té en el despacho, varias semanas después.

—Ese debe der ser Rain con mis cosas —dijo Hyukjae, y suspiró—. Reconozco que me siento terriblemente tentado a echarme a llorar. Preferiría disfrutar de la cocina de Heechul y que me leyeras el siguiente capítulo de la novela de la señorita Mew. Ese hijo de los Kim —le guiñó el ojo— parece tan descarado como tú.

—¿De verdad? Yo pensaba ganarte al ajedrez. Otra vez.

—No me ganaste en la última ocasión —se sintió obligado a señalar—. Aunque tal vez sea mejor enfrentarme contigo con un tablero de por medio que soportar las arengas de aburridos hombres de gobierno. Junsu se irá pronto de Londres y he de decidir lo que debo hacer sobre esas cifras de municiones. Es un enigma que sigo sin resolver.

—Si no recuerdo mal, el único enigma sobre municiones es que no llegaron a su destino —dijo Donghae con una carcajada.

—Eso, por un lado —reconoció Hyukjae con ironía—, pero es más preocupante aún que las cifras del presupuesto no coinciden con las municiones compradas —frunció el ceño—. Mucho me temo que los destacamentos de civiles pasan más tiempo alardeando entre ellos y disputándose la autoridad que en desempeñar debidamente sus funciones. y si resulta que nuestro... problema se debe a causas más ilícitas que la incompetencia, los bellacos deben ir a la Torre.

—¡Ojalá más miembros del gobierno pensaran como tú! Spen... En la Península, teníamos la impresión de que la nobleza inglesa se desentendía tanto de la guerra que tenían escaso conocimiento y menos interés aún en las penalidades de las tropas— inclinó la cabeza para dirigirle una mirada evaluadora—. Tú eres diferente.

Su aprobación lo conmovió de pies a cabeza.

—¿No soy el dandi frívolo y ocioso por el que me tomaste?

Donghae le dirigió una mirada severa y agitó un dedo.

—¿Quieres que te regale los oídos?

Hyukjae tomó la punta del dedo y la besó.

—Desvergonzadamente.

Un destello pícaro brilló en los ojos de Donghae.

—Entonces, debo confesar que me asombra que trabajes día sí, día no, cuando no duermes hasta el mediodía, o visitas a tu sastre, o te juegas los soberanos en tu club, o bebes...

Hyukjae le puso la mano en los labios para detener el torrente de palabras.

—Pérfido. Me encantaría quedarme en la cama hasta el mediodía, si pudiera retenerte conmigo la atrajo hacia él.

Donghae le devolvió el lento beso y, luego, lo empujó con suavidad.

—Será mejor que emprenda mi trabajo matutino y te deje hacer el tuyo. El país, y nuestro ejército, necesita de hombres prudentes e inteligentes. Pero debo ir a abrir a Rain, antes de que se le agrie el humor.

Hyukjae lo miró con aspereza.

—¿Ha sido Rain descortés contigo? ¡Lo despediré ahora mismo !

Donghae volvió la cabeza hacia un lado, Con su piel de marfil sonrojada.

—No, no lo hagas. Lo único que quería decir es que... que se cansa, sin duda, haciendo recados para ti. Es natural que, a veces, parezca enojado.

Cuando Donghae pasó a su lado, Hyukjae lo retuvo poniéndole una mano en el hombro.

—Quédate aquí y termínate el té. Yo me ocuparé de Rain —lo empujó con suavidad hacia la silla. —Pero...

—Quédate —suavizando la orden con una caricia lasciva sobre su trasero, lo empujó una vez más. Con un suspiro de exasperación, Donghae volvió a sentarse en la silla, ante su mesa de trabajo.


Hyukjae frunció el ceño mientras atravesaba el local. Rain recibía una remuneración generosa por sus servicios, tanto en su mansión familiar de Portman Square o allí. El hecho de que, casi a diario, tuviese que desplazarse para llevar a la tienda una muda limpia de día y de noche para su señor era irrelevante. Si el lacayo tenía alguna queja sobre el cambio de rutina que la nueva acompañante de Hyukjae le había causado, sería mejor que la olvidara. O se buscara a un nuevo señor.

Después de unas cuantas palabras ásperas, que persuadieron al criado a asegurar su voluntad de servirlo gustosamente cómo y dónde deseara, Hyukjae lo despachó. Besó la frente de Donghae al pasar a su lado y subió las estrechas escaleras que conducían al dormitorio.

Tras la cortina del rincón, forcejeó para quitarse la chaqueta. Se puso una camisa limpia y, al meter con fuerza la mano por la estrecha manga del traje de etiqueta, dio un puñetazo involuntario al techo de la estancia.

Maldiciendo, se frotó los nudillos doloridos. Aquel rincón vestidor no era lo bastante espacioso. Una vez más, pensó con anhelo en la posibilidad de instalar a Donghae en una casa más digna. Una casa lo bastante amplia para acomodarlo a él.

Pero ¿cómo conseguir que Donghae aceptara?

Tuvo que sonreír con ironía al recordar su ingenua visión inicial de Donghae en una elegante casa en Mayfair, con una servidumbre discreta y un carruaje siempre dispuesto para llevarlos al parque o al teatro. Deslumbrado por la euforia de la primera semana, Hyukjae le propuso exactamente eso... y recibió una negativa categórica.

La personificación de la dignidad ofendida, Donghae se enderezó y se disculpó por ofrecerle un alojamiento considerablemente inferior al que, sin duda, estaba acostumbrado.

Aunque era extremadamente amable al ofrecerle aquella alternativa, la pequeña tienda era su hogar, además de su negocio; era lo mejor que podía permitirse en aquellos momentos y no se le ocurriría dejarlo ni en sueños. En cuanto a carruajes, no necesitaba ninguno, ya que estaba demasiado ocupada para ir de paseo, y el teatro... palideció solo de imaginarse sometido al escrutinio de la nobleza, ya sus rumores sobre la identidad de la última conquista de lord Eunhyuk.

Semanas después, olvidó la lección. Al pasear por Bond Street, le llamó la atención una exquisita joya, era un camafeo plateado. Quizás su soldado le hubiese comprado un tocado parecido mientras él lo seguía por España, pero ninguno tan fino como aquél.

La satisfacción de Hyukjae se evaporó en el instante en que Donghae desenvolvió el regalo y sus hermosos ojos se empañaron de desolación.

—No te gusta.

—No, es exquisito. Es que... ya me has dado demasiado.

Hyukjae fue preso de unos celos irracionales y, sin pensar, replicó.

—¿Acaso tu marido nunca te hacía regalos?

—Eso. ..eso era diferente —respondió Donghae, mientras cubría la joya, como si el destello de los diamantes fuese algo vivo y amenazador—. Además, en la tienda estaría fuera de lugar.

Un claro recordatorio de que no se lo pondría para ir a ningún sitio... al menos, no con él.

Sin que dijera nada más, Hyukjae lo comprendió, y sin decir nada más, aceptó que su pudoroso amado no toleraría que lo señalaran como su amante. La angustia de Donghae por la naturaleza ilícita de su amorío era la única sombra en lo que, por otro lado, habían sido las ocho semanas más maravillosas de la vida de Hyukjae.

Aun así, concluyó cuando tuvo que encorvarse para atarse el pañuelo delante del espejo del tocador, la situación era del todo inadecuada. No solo él necesitaba más espacio para cambiarse sin magullarse, sino que ver al Donghae viviendo en minúsculas habitaciones encima de una tienda lo irritaba...

Él, que debía ser el joven señor de una mansión elegante, equipada con una servidumbre que obedeciera sus órdenes y, sin quejas ni especulaciones, las de él.

Claro que, pensó, si su negocio prosperaba, algún día podría ganar lo bastante para adquirir por sí misma tal alojamiento, pero, en el futuro inmediato...

La solución que vislumbró, como un fogonazo, en su mente, era tan brillante que contuvo el aliento, y sus manos se paralizaron sobre el pañuelo. Tan brillante y perfecta, que ni siquiera su pudoroso Donghae podría ver ningún fallo en su razonamiento.

El entusiasmo aceleró sus dedos y terminó el nudo enseguida. Había, pensó con una carcajada eufórica, más de una forma de persuadir a una persona.



Donghae estaba en su mesa de trabajo, absorto, como siempre, en la realización de un diseño, cuando dos manos le cubrieron los ojos desde atrás. Después de un primer chillido de terror, atrapó las muñecas que lo mantenían cautiva.

—¡Hyukjae, para! Tengo trabajo que hacer.

—Eso puede esperar, cariño, pero mi sorpresa, no. Vamos, Heechul te llevará.

—Pero la tienda... los clientas...

—Ya volverán. Heechul te espera con la capa. Te veré dentro de unos minutos —se inclinó para darle un largo beso y, luego, le soltó las muñecas—. ¿Sabes dónde es, Heechul? —se volvió hacia el doncell.

—Sí, milord. En media hora, allí estaremos.

—Bien —sonriendo como un niño desmesuradamente complacido consigo mismo, Hyukjae salió de la sombrerería.

En un mar de confusiones, Donghae siguió a Heechul a la calle y al carruaje que los esperaba. Durante el trayecto, intentó tirarle a Heechul de la lengua, pero éste se limitó a mover la cabeza ya sonreír, con los ojos oscuros centelleantes de alegría.

¿A dónde lo llevaba Hyukjae? No, si era lo bastante atento para respetar sus mudas preferencias y lo había provisto de un coche de alquiler, en lugar de llevarlo con él en el carruaje con su escudo, no se le ocurriría reunirse con él en un lugar público. ¿Qué podía ser, entonces?

El cochero se detuvo en una calle tranquila, delante de una elegante casa de ladrillos.

Un criado de librea lo escoltó por los amplios peldaños de la entrada. Con Heechul a pocos pasos por detrás, Donghae siguió al lacayo a través del umbral de estilo Adam hasta el centro de un vestíbulo de mármol. Hyukjae lo esperaba sonriente.

—Calla, no digas nada, todavía — le puso un dedo en los labios—. Déjame que te la enseñe...

—Pero tengo trabajo y...

Hyukjae la silenció con un beso.

—Compláceme durante unos minutos. Heechul, hay té en la cocina.

Con una reverencia, éste se retiró. Hyukjae apretó la mano de Donghae y le enseñó la mansión.

Era, sin duda alguna, una casa preciosa. Un precioso nido de amor en el que un hombre rico podría instalar a su amante. Mientras pasaban de habitación en habitación, la angustia y la indignación de Donghae fueron creciendo hasta que, cuando Hyukjae abrió con una reverencia la puerta de un dormitorio tan exquisito que Donghae sintió deseos de llorar, no pudo soportarlo más.

Se desembarazó de su mano, caminó hasta la ventana, y fijó la vista en la calle para mantener la voz firme.

—No la quiero. ¡No pienso vivir aquí!



2 comentarios:

  1. El mono Sexoso está enamorado hasta los huesitos!!!!
    Que lindos!
    Ay~ pez! Dejate amar(?)
    Aún sigo pensando en el futuro prometido del mono...será un tipo con otro amor y se negará a casarse o será un ambicioso con ganas del dinero del mono!????
    Y que dira Hyukkie~ del hijo del pez!??? Cuántos años tiene el niño!?!?

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  2. Hablando solo Hyukjae...y teniendo celos de una fotografía?
    No puedo culparlo,y menos cuando a Hae estuvo a punto de decir el nombre de su difunto marido delante de Hyuk...cosa que al parecer Hyuk no se dio cuenta.
    Esto solo indica que esta perdido por Hae.
    Ooppsss....ha metido la pata de mono,Hae no quiere esa casa.

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...