Con
las manos en los extremos del pañuelo de cuello sin atar, Hyukjae volvió a
mirar la nota dejada sobre la cómoda.
Lord Eunhyuk:
Me complacería enormemente que me
honrara con su presencia esta noche, a las ocho en punto, para cenar...
Señor Park Donghae
Hyukjae
releyó la nota, aunque no tenía necesidad de mirar el papel para evocar las
palabras.
Cerrando
los ojos mientras se anudaba el pañuelo, volvió a verlo como lo recordaba en el
minúsculo jardín de atrás de su tienda: el pelo grueso, brillante, un traje de
color lavanda que realzaba su elegante figura...
Se
presentaría en su casa en menos de una hora. Una espiral de deseo, expectación
y euforia se desató en su abdomen solo de pensarlo. El doncell le abriría la
puerta y el señor lo recibiría, seguramente, en alguna habitación del piso de arriba.
Al
imaginarlo, se quedó sin aliento, los latidos de su corazón se intensificaron y
cerró los dedos en tomo a la tela de hilo.
«Contente»,
se dijo, e inspiró hondo para serenarse. «Solo te ha invitado a cenar. Lo más probable
es que quiera darte las gracias, debidamente, por tu amable intervención».
«Ah,
pero si pretende algo más...»
¿Cómo
sobreviviría a la cena sin tocarlo? Si él no se ofrecía, ¿sabría dominarse e irse
sin hacerlo suyo?
Bajó
la vista a sus puños cerrados y advirtió que acababa de echar a perder otro
pañuelo. Maldijo, se desembarazó de la tela arrugada y la arrojó al montón de
los demás intentos fallidos. Ya había despachado a su ayuda de cámara. El muy
insolente se había reído al ver que arrugaba de forma irremediable el quinto
pañuelo. De no haberlo tenido a su servicio desde Oxford, le habría calentado
las orejas.
Dios,
pensó con desagrado, Kyuhyun tenía razón, se estaba comportando como un pipiolo
enamorado de su primer mozo, y no como un hombre experimentado de veintiocho
años. Había disfrutado de los favores de numerosas mujeres, apreciado su compañía y
pagado alegremente por los servicios prestados. Incluso con sus amantes,
retozaba con ellos en la cama y los olvidaba en cuanto les dejaba. ¿Por qué
aquella vez iba a ser diferente?
Su
irritación se disipó y sonrió ampliamente. «Porque me siento como el pipiolo
más inexperto, enamorado de verdad por primera vez«. Desde que recibiera su
nota, estaba abstraído y consumido por un intenso deseo de volver a estar con él.
Ah, ¡qué joven!
En muy
poco tiempo, estaría a su lado. Lograría contenerse, y se concentraría en
desplegar todo el encanto que a muchos les había parecido irresistible. Y,
luego, quizá aquella misma noche, sería su...
Si
alguna vez conseguía anudarse el endiablado pañuelo. Con un gruñido, sacó uno
nuevo y se puso manos a la obra.
—Una
cena excelente —felicitó lord Eunhyuk a Heechul, mientras esta servía el café.
—Gracias,
milord.
—¿Has
traído el oporto? —preguntó Donghae. Al ver que Heechul asentía, prosiguió—.
Entonces, puedes retirarte. Gracias, Heechul. Milord, si es tan amable...
Con
una sonrisa, indicó un pequeño sofá situado junto a una alfombra de motivos
florales contigua al comedor. Lord Eunhyuk tomó su taza y la dejó en una mesita
baja. Donghae lo siguió y se sentó en el otro extremo del sofá.
«Hasta
ahora, todo bien» , pensó Donghae, con los nervios de punta pero en control. La
cena había resultado deliciosa, una de las mejores de Heechul, y la
conversación fluía sin pausas incómodas.
Se
había interesado por la familia y las aficiones de su noble invitado. Eunhyuk
estaba pasando el invierno en Londres por su labor en el ministerio del
ejército, algo relativo a las rutas, siempre liosas, de avituallamiento de las
fuerzas de Wellington. Supo que era el único protector de una madre y de un
joven hermano pequeño que pronto haría su debut en sociedad, que tenía
propiedades en tres condados diferentes, que le encantaba montar a caballo y
que detestaba los guisantes.
—Ha
descubierto todos mis secretos — comentó Eunhyuk, mientras tomaba un sorbo del
fuerte café — y, sin embargo, yo apenas sé nada de usted. Su difunto marido
estaba con Wellington, según me han dicho.
«Cuidado»
, lo previno su voz interior.
—Sí.
Participó en casi todas las batallas peninsulares.
—¿Y
usted seguía al ejército?
—Sí.
—Debía
de ser muy joven cuando se casó.
Aquel
comentario lo hizo sonreír.
—Ya lo
creo. Solo tenía dieciséis años.
—¡Dieciséis!
Me sorprende que su familia le permitiera casarse y partir a la Península a tan
tierna edad.
La
sonrisa de Donghae se extinguió.
—Ninguna
de las dos familias aprobó el enlace. Nos fugamos. Después del escándalo, mi
padre me desheredó, así que no me quedó más remedio que seguir al ejército.
Aunque nunca lo lamenté, se lo aseguro. Disfruté intensamente de cada momento
que pasé con ... —se mordió la lengua y reprimió una revelación precipitada—.
¿Más café, milord? ¿O prefiere que le sirva un poco de oporto?
—Oporto,
si es tan amable.
Donghae
tomó la copa de la bandeja y vertió el líquido de intenso color cereza.
—¿Qué
clase de labor realiza en el ministerio, milord? ¿O no está autorizado a hablar
de ello?
Eunhyuk
sonrió cuando le entregó la copa, como si le hiciera gracia su intento de
cambiar de tema.
—No
hablo de ello, aunque mi silencio se debe más al deseo de no matarlo de
aburrimiento que a una necesidad real de reserva — tomó un sorbo—. ¿Su padre
nunca lo perdonó?
—No.
Falleció, así que ya no importa.
—¿ Y
la familia de su marido ?
Donghae
reprimió el impulso de contestar con aspereza. Era preferible responder de
buenas maneras a reprocharle su curiosidad o intentar eludir la pregunta.
—El
padre de mi marido era igual de déspota que el mío. Los planes que tenía para
su hijo menor no incluían luchar en el ejército de la Península ni casarse con
un joven que era casi un niño, sobre todo, si había caído en desgracia y no le
había aportado ni un penique como dote. Ni siquiera se ablandó cuando le
escribí para informarlo de que su hijo yacía mu... muerto — Donghae era incapaz
de camuflar la amargura de su voz—. No sé dónde está, ni lo que hace ahora, ni
deseo saberlo.
Donghae
se percató de que sostenía la taza con tanta fuerza que la frágil asa estaba a
punto de romperse, y relajó los dedos. La exigencia de que le entregara a su
hijo había sido la única respuesta de su suegro a su desesperado mensaje, pero
lord Curioso no tenía por qué saberlo. Cuantos menos detalles conociera sobre
su vida, menos divulgaría cuando chismorreara frívolamente en su club.
Eunhyuk
lo miraba con aire pensativo.
—¿Hace
mucho tiempo que vive en Londres? Me extraña no haberlo visto antes.
—Solo
hace unos meses que regresé a Inglaterra.
—Pero...
eso significa que ha vivido en el extranjero durante muchos años tras la muerte
de su marido. ¿Cómo se las arregló?
—Cuando
lo hirieron, lo llevé a la población más próxima, un pequeño pueblo portugués.
Tenía una bala en el pulmón y no había ningún médico que pudiera sacársela.
Aguantó durante un tiempo antes de que... Bueno, yo sabía pintar y... cuando
todo terminó, el hacendado del pueblo, Don Alvero, me encargó que le hiciera un
retrato. Le agradó, y tuvo la amabilidad de recomendarme a otros nobles. Al
final, reuní el dinero suficiente para regresar a Inglaterra y abrir la tienda.
—¿Solo,
desprotegido, recién enviudado, en un país desgarrado por la guerra? —Eunhyuk
movió la cabeza con admiración—. ¡Señor, estoy horrorizado! Debió de ser
muy peligroso.
Donghae
sonrió al ver la desolación de su rostro.
—¡En
absoluto! Los lugareños se portaron de maravilla con nosotros. Como joven viudo
de un héroe que había muerto combatiendo a los invasores, en todas partes me
trataban con el máximo respeto y no estaba solo. Heechul estuvo a mi lado desde
mi llegada a la Península.
—Es
usted el joven más valiente que he conocido — dijo lord Eunhyuk con rotundidad,
con admiración y respeto en la voz—. El joven señor que se quedó atrás para
cuidar a su marido moribundo. Imagino que se convertiría en casi una leyenda.
Donghae
se encogió de hombros con incomodidad.
—En
absoluto.
—Una
leyenda —repitió con suavidad— y no me extraña. Hasta a mí me cuesta creer que
es real —lentamente, como si no pudiera reprimirse, extendió una mano hacia él—.
Es usted tan hermoso...
Donghae
hizo un esfuerzo por no inmutarse al sentir el calor de sus dedos en la
mejilla.
—Le
aseguro que soy real —contestó con cierta vacilación—. Y que estoy a salvo,
gracias a usted.
Por un
momento, creyó que iba a besarlo, tragó saliva y cerró los ojos. Pero Eunhyuk
retiró la mano y, aliviado, Donghae volvió a mirarlo. Le temblaban los dedos,
como si estuviera manteniendo un rígido control sobre sí mismo.
—Y así
seguirá. Hablé esta tarde con mi notario, y ya tiene un expediente repleto de
información sobre el... eh, emprendedor señor Youngmin. De hecho, tan completo
era el informe sobre las actividades de dicho caballero, que lo han persuadido
para que reserve pasaje en un barco que parte la próxima semana hacia las
Américas.
Antes
de que Donghae pudiera darle las gracias otra vez, lo acalló con un ademán.
—Su
jefe también está siendo investigado. Aunque el señor Han esté implicado, dudo
que sea lo bastante estúpido para buscar otra mano derecha que lleve a cabo sus
designios ilegales. Aunque pensamos prolongar la vigilancia durante las
próximas semanas, para asegurarnos de que el peligro ha pasado, creo que puede
sentirse a salvo de verdad.
—No
tengo palabras para expresarle mi agradecimiento por sus esfuerzos. De hecho,
me abruma con su preocupación. Debe permitirme que le reembolse los gastos. No
podré satisfacerlos de golpe, por supuesto, pero...
—¡Ni
hablar! —alzó las dos manos, para frenar la sugerencia—. Querido señor, bajo
ningún concepto aceptaría su dinero. Saber que está a salvo es recompensa
suficiente.
No
aceptaría su dinero. Al comprender la trascendencia de aquellas palabras, Donghae
apenas oyó el resto. ¿No podía dejarlo estar? ¡Cómo le tentaba aquella idea! Quizá
nunca le presionaría para recibir el pago. Quizá sonreiría, y se iría, ya eso
se reduciría todo.
Quizá
regresaría un mes después, o un año después, con una proposición que él no
estaría en condiciones de rechazar.
No, no
podía correr el riesgo. Al conjurar la imagen del rostro de su hijo, inspiró
hondo. Se le aceleró el pulso y se sintió levemente mareado.
«Puedes
hacerlo. Harás cualquier cosa con tal de conservar a Hyuk» .
Posó
una mano vacilante en el brazo del conde. Sintió que contraía el músculo, y que
tomaba aire con brusquedad antes de que hablara, casi en un susurro.
—Sería
un gran honor para mí expresar mi gratitud de cualquier forma que le plazca.
Lo miró
a los ojos, suplicando que lo comprendiera, que no tuviese que pronunciar
palabras más explícitas. El corazón le martilleaba el pecho y sus mejillas
enrojecieron de vergüenza y nerviosismo.
Eunhyuk
lo miró fijamente a los ojos. Donghae forzó una sonrisa, aunque le temblaban
los labios. El le cubrió los dedos con su propia mano y los apretó con fuerza.
—No
hay ninguna obligación — con ojos aún más resplandecientes, hizo ademán de
abrazarlo, pero bajó el brazo al costado—. No quiero que piense...
—No lo
pienso. Sé que nunca me obligaría.
Aunque
retenía la mano de Donghae, se inclinó ligeramente hacia atrás y entornó los
ojos, como si hubiera sufrido una afrenta.
—¡Por
supuesto que no! —torció los labios a modo de sonrisa—. Aunque, sin duda, sabrá
que es mi anhelo más profundo que establezcamos una... relación más íntima.
Claro que desearía que lo que la moviera fuera el deseo, no la... gratitud —
casi escupió la palabra.
Aunque
aquella afirmación estuvo a punto de asfixiarlo, murmuró la mentira.
—También
sería mi anhelo más profundo.
El
conde se puso tenso otra vez, y su mirada era tan ardiente, que Donghae temió
arder en llamas.
—¿Está
seguro?
Incapaz
de articular otra afirmación, se limitó a asentir.
Aquello
bastó. El conde le tomó las manos y se las llevó a los labios para besarlas con
fervor.
—Si en
verdad lo desea, me hace el hombre más feliz de toda Inglaterra.
La
suerte estaba echada. Donghae se sintió desapegado, como si contemplara la
escena desde una enorme distancia. ¿Qué debía hacer? No soportaba la idea de
escoger fríamente una fecha y una hora para la consumación. No, sería mejor
empezar aquella misma noche, para no caer en la tentación de echarse atrás.
Con
suavidad, desenredó los dedos de los de él.
—Permítame
que le sirva otro oporto —se enorgulleció de que la voz apenas le temblara—.
Ahora, si me disculpa un momento...
Hyukjae
observó cómo, con un sensual balanceo de caderas, desaparecía a través del
umbral del otro lado del rellano. Se llevó la copa a los labios con dedos
trémulos, pero la dejó de nuevo sobre la mesa.
No,
era preferible no beber ni una gota más de aquel líquido embotador. Ya estaba
al borde de perder el control. Al tocarlo, Hyukjae había recurrido a toda su
fuerza de voluntad para no estrecharlo en sus brazos.
Pero
acababa de invitarlo a que lo hiciera, ¿no? En circunstancias normales, sabría
cómo proceder, pero con el cuerpo en llamas por la proximidad de Donghae, no
sabía si estaba malinterpretando su respuesta o solo imaginaba que compartía
parte del enorme deseo que lo consumía.
Después
de todo, si su historia era cierta, y no tenía motivos para dudar de él, había
sido un novio virgen y un esposo fiel. A pesar de posibles presiones para hacer
lo contrario, se había mantenido casto incluso tras la muerte de su marido.
Desde luego, haberse resistido a las atenciones de Saint Clair y de los suyos
confirmaba aquel juicio.
Cuánto
debía de haber amado a su marido soldado, para abandonar lo que, sin duda,
había sido un hogar privilegiado y seguirlo a las privaciones y los peligros de
una guerra. Hyukjae sintió una llamarada fugaz e irracional de celos.
Bueno,
no lo había desairado. Hyukjae le había dado todas las oportunidades posibles,
reiterado que no estaba en deuda con él, pero, al reconocer con atrevimiento su
deseo, había confesado el suyo.
¿No
estaba claro como el agua?
Tal
vez, después de tantos años sin marido ni amante, estuviera tan dispuesto como
él.
Bueno,
no era probable que estuviese tan dispuesto, admitió Hyukjae. Pero se sentía
atraído hacia él, de eso estaba seguro, y con eso le bastaba. Favorecería
aquella atracción, cortejándolo hasta que lo acogiera con un deseo tan
ferviente como el de él. Ningún joven, se prometió, sería agasajado con tanta
persistencia, apasionamiento y persuasión como Park Donghae.
Pero,
para que así fuera, debía terminarse el oporto y marcharse antes de que su
embriagadora cercanía destruyera los escasos restos de control e hiciese algo
precipitado.
No
quería precipitación. Quería que el tiempo que pasaran juntos fuese como él...
perfección.
La
puerta del pasillo se abrió. Hyukjae sintió la garganta reseca y la copa
resbaló de sus dedos. Sonriendo, Donghae caminaba hacia él en una sexi pijama.
No era
una prenda de franela de un señor virtuoso y recatado de clase media. No, las
más hábiles manos se habrían deleitado con aquella camisa de seda brillante de
color esmeralda que resbalaba sobre sus hombros, se adhería al contorno
excitante de su pecho, un pantalón dejando unos gluteos redondeados para
rozarle los muslos y las pantorrillas al caminar.
Enmudecido,
se limitó a contemplarlo mientras se detenía ante él. Sus ojos enormes, se posaron en su mirada
deslumbrada al tiempo que un delicado aroma de lavanda, calor lo embriagaba.
—¿Milord?
—dijo con suavidad.
Cualquier
reserva que Hyukjae pudiera haber tenido se hizo añicos. Con manos trémulas, la
sentó a su lado en el sofá. Con la sangre palpitándole en los oídos, los
sentidos afilados como cuchillos, le tocó con suavidad la leve rojez del labio
con un dedo, antes de descender sobre sus labios.
Sabía
dulce, tan dulce... a café, a vino y a Donghae. Por temor a lastimarlo, le
lamió los labios con suavidad, y con suavidad buscó acceso. Donghae entreabrió
la boca y, cuando su lengua se unió con la de él, Hyukjae perdió hasta el
último retazo de control.
Con
una exclamación, lo apretó contra él. Lo recostó sobre los cojines y se hundió
en las profundidades de su boca, mordisqueando, lamiendo, voraz. Con febril
impaciencia, lo besó más abajo, recorriendo la columna de su cuello, saboreando
el pulso en la base de su garganta y, más abajo aún. Introdujo un pezón en su
boca. Creyó oírlo jadear cuando estrujó su pecho para tomar aún más su
abundancia, y se retiró para lamer los costados y mordisquear el pezón rígido.
No
conseguía acercarse lo bastante, besarlo con suficiente profundidad. Donghae
intentó ayudar, lo intentó de verdad, forcejeando para quitarle el pañuelo y
desabrocharle la camisa, mientras cruzaba con él el pasillo y empujaba con el
hombro la puerta de su dormitorio.
Donghae
tiraba con dedos trémulos de los botones de los pantalones que lo oprimían,
cuando Hyukjae lo tumbó sobre la estrecha cama e, impaciente, se despojó de la
prenda de un tirón. Cuando su virilidad emergió y él lo tocó, una explosión de
calor y necesidad le nubló el cerebro por completo.
No
recordaba cómo le había quitado la pijama sin dejarlo hecho jirones, pero, de
repente, Donghae yacía por debajo de él, desnudo, cálido y glorioso. Logró
contenerse el tiempo justo para enredar los dedos en la mata de pelo negros y
separarle las piernas para saborear su suave entrada. Después, se estaba
hundiendo en él, enterrándose, mientras Donghae alzaba las caderas para tomarlo
aún más dentro, y el mundo entero explotó en una bola de fuego de sensaciones.
Debió
de desmayarse, o de quedarse dormido, porque cuando volvió en sí, Hyukjae yacía
sobre la cama ... solo. Se incorporó con sobresalto y vio a Donghae en el
umbral de un pequeño balcón que daba al jardín de atrás.
Sintió
una oleada de fuertes emociones, seguida por la culpabilidad y él que se había
propuesto cortejarlo, agasajarlo con regalos, dulces palabras... No había dicho
una sola palabra y lo había poseído en un abrir y cerrar de ojos, como un
mozalbete insensible con su primera pareja.
Pensó
en los jóvenes señores que habían suspirado complacidos después de compartir el
lecho con él, asegurándole que era el más diestro de los amantes, y casi se
rió. Aquella noche, no había habido rastro de su encomiada técnica.
«Será
mejor la próxima vez», le prometió a Donghae en silencio. La próxima vez iría
despacio, muy despacio.
Todo, cada caricia, cada roce, serían para él. Hasta que no se retorciera bajo
su cuerpo, aferrándose a sus hombros y suplicándole la consumación, no se
hundiría en él, e incluso entonces, esperaría a que sus gritos de placer lo
liberaran para hallar de nuevo el nirvana. Recordó la intensidad enloquecedora
y paralizante de su propia respuesta y no pudo reprimir una sonrisa. Bueno, al
menos, intentaría contenerse.
Desnudo,
bajó de la cama y se acercó a él. No debió de oírlo, porque permaneció en
silencio, todavía de cara al jardín. Hyukjae se detuvo a un paso de distancia,
para saborear su increíble belleza y maravillarse de su poderoso efecto.
Se
había vuelto a poner la pijama. Hyukjae se inclinó para besarle la nuca desnuda.
Estudió con atención la seda que cubría tan grandioso cuerpo y concluyó que,
tan marcados eran los pliegues y tan fuerte el aroma impregnado de lavanda, que
debía de llevar guardado mucho tiempo.
¿Se lo
habría puesto para recibir a su soldado cada vez que regresaba de una batalla ?
¿Al presentarse herido, lo habría doblado con cuidado, esperando el día en que
se hubiese recuperado lo bastante para poder ponérselo para él una vez más?
Un
sentimiento inesperado y violento de indignación envolvió a Hyukjae al
imaginarlo con otro hombre. Como si quisiera afirmar su derecho sobre Donghae,
le puso las manos en los hombros.
Hacía
rato que temblaba, antes incluso de que el contacto de Hyukjae lo sobresaltara.
Volvió la cabeza hacia él, y Hyukjae vio lágrimas adheridas a sus largas
pestañas. Comprendió, con horror, que estaba llorando.
Fue
presa de los remordimientos. Lo atrajo a sus brazos y dio gracias porque, en
lugar de resistirse, él apoyara la cabeza sobre su pecho. Pasado un momento, Donghae
se apartó para secarse las lágrimas. Hyukjae atrapó la mano a tiempo y besó las
pestañas humedecidas.
—Ah,
cariño, en verdad eres un esposo virtuoso.
Donghae acertó a insinuar una
sonrisa.
—Solía
serlo.
—Lo
eres.
Una emoción
fugaz pasó por su delicado rostro. Lo empujó con suavidad, se acercó a la
mesita de noche y tomó un sorbo de vino de una copa dejada allí. Sin mirar el
cuerpo desnudo de Hyukjae, se volvió hacia él.
—Lo
siento, no lo he hecho muy bien. Pero es que ha pasado mucho tiempo.
—Conservas
la pijama desde... —Hyukjae no pudo completar la idea.
—Sí.
No se inquiete, nunca llegué a ponérmelo. Después de que S... Después de que
hirieran a mi marido, lo conservé como una especie de talismán para el día en
que se restableciera. Pero no creo que desee conocer los detalles.
Tenía
razón, no lo deseaba. Al mismo tiempo, sentía una curiosidad morbosa, y unos celos cegadores. Donghae
sirvió otra copa de vino, derramando un poco, y se la entregó. Luego encendió
una lámpara, recogió la camisa y los pantalones de Hyukjae y se los llevó.
Cuando
Hyukjae terminó el vino, Donghae levantó la camisa.
—¿Quiere
que lo ayude? —acarició su cuerpo desnudo con la mirada, y se sonrojó—. Quiero
decir, ¿está... listo? —sonrió levemente—. Lo siento, no estoy seguro de lo que
debo hacer.
«No,
no permitas que esto acabe así», gritó la mente de Hyukjae.
—Nada —masculló—.
No tienes que hacer nada.
Aun
así, con otra sonrisa decidida, Donghae lo ayudó a ponerse la camisa. ¿Habría
vestido con ternura a su marido después de hacer el amor con él, antes de
despedirlo cada mañana? Cuando intentó abrocharle los botones, Hyukjae le
apartó la mano ciegamente, dominado por una absurda furia.
«Idiota»,
se castigó. «Por supuesto que no es un cualquiera, aunque la acabes de tratar
como tal. Por supuesto que compró este lujoso, pecaminoso e irresistible pijama
para su marido, el hombre al que adoraba... y adora todavía. ¡Era su marido,
maldita sea! Es de esperar que lo amara» .
Se
abrochó el último botón con un ademán violento.
—Lo
único que te pido es que no lo lamentes —dijo con brusquedad—. No podría
soportarlo.
Donghae
alzó sus ojos con sorpresa, atrapándolo en sus profundidades perplejas.
Impotente, Hyukjae fue incapaz de desviar la mirada.
—No lo
lamento —dijo lentamente, pasado un momento. Se cuadró de hombros y se enderezó—.
De verdad, no lo lamento.
—Ojalá
pudiera creerlo. Pero no tienes por qué preocuparte, ya me voy. No tengo por
norma violar a jóvenes viudos desconsolados.
Hyukjae
tomó los pantalones.
Mono precoz!!!!!
ResponderEliminarPobre pecesito insatisfecho!!!
Que horror... Que fue todo eso!!!????
Mono celoso!!!
En verdad pense que Hyuk se iría de la casa de Hae cuando se fue a l habitación o que no aceptaria su ofrecimiento sin estar seguro....tenia esperanzas en Hyuk.....pero es hombre
ResponderEliminarY no puedo culparlo...digo,si Hae nos sale así...¿quien puede resistirse?...yo no podría.
Aaaaaawwwww los celos de Hyuk,ta bonito.
Se fue....pero y volvera,dudo que quieea alejarse de Hae