—Cariño,
ni siquiera sabes cómo hacerlo –antes de que Donghae tuviese tiempo de
reaccionar, le dio un manotazo en la boca.
El
golpe lo impulsó contra el escritorio, y se golpeó la cadera con la superficie
de Henryle. Un reguero de sangre resbaló del labio herido. Asustado pero furioso,
buscó a tientas algo que sirviera de arma. Cerró los dedos en tomo al pesado
tintero de cristal, lo arrastró hasta su espalda y se enderezó para encararse
con Youngmin.
Este
se retiraba, indiferente. Después de dos pasos, se detuvo para hacer una
reverencia exagerada.
—Piense
en las ofertas. En las dos. Porque le aseguro, señor, que sus problemas no
han hecho más que empezar.
Un
hombre entró y se detuvo.
–¿Mr
Donghae?
Con la
mano cerrada en torno al tintero, Donghae se volvió hacia la puerta. En aquel
instante, en lugar de uno de los secuaces de Youngmin, vio una figura cuyo
atuendo elegante proclamaba su origen noble, mientras su cerebro registraba el
acento culto de su voz. Al momento siguiente, reconoció al hijo de lady Sora,
y el alivio lo abrumó.
—Discúlpeme,
no sabía que tuviera a un cliente –dijo, mirando con recelo al señor Youngmin.
Ocultando
el lado herido de su rostro, Donghae soltó el tintero e intentó recobrar la
compostura.
Después
de someter al noble a un atento escrutinio, durante el cual debió de percatarse
de su superioridad en estatura y fortaleza, Youngmin cerró un puño en actitud
desafiante.
—Me
iré cuando me plazca, señor. Cuando a mí me plazca.
Eunhyuk
miró fríamente el puño de Youngmin y su rostro rubicundo.
—Creo
que el joven señor le ha pedido que se vaya. De inmediato.
Durante
un momento, los dos hombres se miraron a los ojos. Luego, Youngmin se encogió
de hombros y abrió la mano.
—No
importa. Pero recuerde, cuando todos los dandis se hayan ido, Youngmin estará
aquí –se alejó a paso lento hasta la puerta e inclinó el ala de su sombrero con
aire burlón–. Le doy mi palabra, señor.
—¿Lo
estaba importunando ese rufián? —Lord Eunhyuk caminó hacia él mientras la
puerta de la tienda se cerraba detrás de Youngmin. A dos pasos de distancia,
debió de reparar en su labio sangriento, porque se detuvo en seco–. ¿Le ha
pegado ese villano? ¡Por Dios, que lo rebanaré! –giró sobre sus talones.
Donghae
lo asió por la manga.
—Por
favor, milord, no es asunto suyo. Deje que se vaya.
Lord Eunhyuk
se quedó quieto. Donghae podía sentir la tensión de sus músculos bajo los
dedos. La fragancia de jabón de afeitar y hombre cálido invadió sus sentidos, y
tuvo una súbita y vertiginosa visión del poder contenido de su cuerpo
cerniéndose sobre él. Durante unos instantes, se sintió casi... protegido.
Como con Eunhyuk.
Los
recuerdos amargos afloraron en su mente, y la mano con que lo asía se debilitó.
Movió
la cabeza, reprimió los sentimientos que pujaban por salir y trató de decir
algo racional.
—¿De...
Deseaba algo más? ¿No era de su agrado el sombrero?
—¡Debe
permitirme que lo alcance! –Eunhyuk se apartó para soltarse–. No puedo
consentir que el insulto de ese sinvergüenza quede impune.
—Solo
estaba transmitiendo un mensaje de su patrón ... aunque con bastante crudeza,
lo reconozco. Pero mis problemas no son asunto suyo. ¿En qué puedo ayudarlo,
milord?
—¿No
debería ser yo quien le hiciera esa pregunta?
Donghae
abrió los labios para explicarse, luego, los cerró. Llevaba tanto tiempo
soportando solo el peso de las preocupaciones, que se sintió tentado a
descargar sus problemas en aquel desconocido en apariencia fuerte,
inteligente e interesado. «Pero es un desconocido» , se dijo. «No es Spencer».
—¿Acaso
su patrón le está amenazando en algo relativo a su negocio?
Donghae
vaciló. El conde de Eunhyuk no podía sentir ningún interés verdadero por él...
salvo, pensó, al recordar la evidente admiración de su rostro minutos antes, el
mismo que Youngmin había expresado con tanta brutalidad. Enseguida desechó
aquella idea degradante.
Claro
que lord Eunhyuk podía ser magistrado de su condado. Quizá pudiera arriesgarse
a pedirle consejo legal. Alzó la mirada y lo sorprendió sonriendo.
—Venga,
después de un encuentro tan angustioso, debería sentarse –le agarró del brazo
con vacilación. Con un suspiro, Donghae permitió que le condujera a una silla–.
Ahora, permítame ayudarlo –como no había otro asiento en el minúsculo despacho,
lord Eunhyuk señaló un claro en la mesa–. ¿Puedo?
Ante
su actitud solícita, el recelo de Donghae se disipó. Asintió, esperó a que se
sentara, y le hizo un recuento de su conversación con el señor Youngmin.
—No sé
si hablaba en nombre de su patrón. Puede que la extorsión sea su forma de
aumentar sus ingresos, y que el señor Han se alarmase al saberlo.
—Tal
vez –lord Eunhyuk frunció el ceño con aire pensativo. En ambos casos,
expresaría su indignación–. Pero si ese tal Han está implicado, un
enfrentamiento directo podría ocasionar un daño inmediato de la misma índole
del que acaba de sufrir. No debe correr ese riesgo.
—Tendré
que hacerlo. No puedo pagarle y, desde luego, no deseo... En fin, tendré que
solucionarlo en algún momento. Mejor antes que después.
—¿No
tiene familia, preferiblemente sobrada en corpulencia y en recursos, que pueda
ocuparse de este asunto?
En su
agitación, aquella sencilla pregunta rompió los escasos hilos que sujetaban los
recuerdos. Una ráfaga de dolor y frustración estremeció el cuerpo de Donghae y,
por un momento, fue incapaz de articular palabra. A pesar de sus esfuerzos, una
lágrima escapó de sus pestañas.
—Nadie
–acertó a susurrar.
—Querido
señor, ¡No se inquiete! –Eunhyuk se inclinó hacia delante, con la frente
fruncida por la consternación–. Me ocuparé de esto personalmente. Mi notario
investigará a estos señores, y le encargaré que reúna a algunos guardias para
que vigilen su tienda. Dudo que ese cobarde se atreva a dar un paso si ve a
hombres capaces protegiéndole –cuando Donghae empezó a protestar, él lo acalló
con un gesto–. Nada de peros. No podemos permitir que unos bandidos vayan por
ahí amenazando a ciudadanos honrados. Además, mi madre insistiría, porque lo
tiene en gran estima. Igual que yo.
—Pero
si apenas me conoce...
—Todo
lo que necesitaba conocer, lo supe en el momento en que la miré a los ojos.
Su voz
grave vibraba de emoción. Incomodado por su escrutinio, Donghae se volvió.
—No me
malinterprete, no quiero parecer un ingrato, pero... –se sonrojó–. No puedo
permitirme pagarle a su notario y, mucho menos, contratar los servicios de nadie.
Como bien sabe el señor Youngmin.
Eunhyuk
desechó su protesta con un ademán.
—No le
dé más vueltas, yo me ocuparé de todo.
—¡Pero
no lo entiende! –sintiéndose cada vez más humillado, Donghae se vio obligado a
explicarse–. Me temo que los beneficios de un negocio están enormemente
sobrestimados –acertó a desplegar una débil sonrisa–. Ni siquiera puedo
predecir cuando tendré fondos suficientes para pagarle.
Eunhyuk
le devolvió la sonrisa. A pesar de su congoja, Donghae advirtió que tenía una
sonrisa cautivadora, que formaba hoyuelos junto a sus finos labios y encendía
una chispa pícara en sus ojos.
—Limpiar
las calles de ese gusano constituye un deber cívico. Y, como si duda sabrá, soy
un hombre rico. No lo piense más.
—Pero
no puedo estar en deuda con...
—Por
favor –le puso un dedo sobre el labio sangrante—. Sería un honor para mí
protegerlo.
Donghae
tendría que haber incrementado sus protestas, pero el roce de su dedo atrofió
sus pensamientos, de por sí confusos. Permaneció sentado, mudo, mientras él
deslizaba un dedo enguantado por la circunferencia de su labio hinchado.
El
suave roce de la piel sobre su piel escocida lo hechizó y desató oleadas de
sensación por todo su cuerpo. Elevó sus ojos sorprendidos a los de él.
El
dedo interrumpió su caricia. Eunhyuk contuvo el aliento y lo miró a los ojos
con tanta intensidad, que Donghae se sintió físicamente más cerca de él. El pulso
firme de aquel cálido dedo palpitó contra su labio.
Cuando,
por fin, él retiró la mano, lo único que se le ocurrió balbucir fue:
—Se...
se ha manchado el guante.
Eunhyuk
contempló la mancha de sangre de la piel y se la llevó a los labios para besarla.
—Lo
guardaré como un tesoro. No se preocupe, señora, ese canalla no volverá a
molestarle. Le doy mi palabra.
Hyukjae
silbaba, mientras bajaba la calle una vez más con paso ligero. Inspiró hondo,
todavía con el recuerdo del cautivador aroma de lavanda y los sentidos
agudizados por la euforia de sostener aquel brazo, y de tocar aquellos labios
delicados.
Arrancaría
a su notario de su mesa del té para asegurarse de que despachaba a los guardias
de inmediato. La sola idea de que aquel repugnante rufián acercara su sucia
mano al rostro perfecto de Mr Donghae provocaba en él una furia abrasadora.
Volvería personalmente para asegurarse de que los guardias estuvieran en sus
puestos aquel mismo día.
Pero
no debía enojarse demasiado con el tipo que le había proporcionado la
oportunidad perfecta para hacer de rescatador, se dijo, mientras su furia
remitía. Sin duda alguna, el precioso joven lo miraría con buenos ojos por su
intervención. Si tan virtuoso era, seguramente, imaginaría una manera de
compensarlo por su preocupación, una que podría ser inmensamente gratificante
para ambos.
Claro
que él ni siquiera lo insinuaría. De hecho, hacerlo lo relegaría a la misma categoría
que el vulgar señor Youngmin. Por lo general, el conde de Eunhyuk solo tenía
que expresar su interés para que el joven escogido se apresurara a complacerlo.
Sin embargo, el increíblemente hermoso señor se mostraba reacia a aceptar ni
tan siquiera su protección, a pesar del peligro real que le acechaba. Recordó
vívidamente su mirada ardiente y el roce abrasador de sus dedos. Era altivo
aunque, al mismo tiempo, no era inmune a él.
Conquistarlo
no sería fácil, reconoció, con el instinto picado por el reto. Sin embargo, una
vez seducido, no imaginaba tarea más placentera que retirar toda la carga de
sus delgados hombros y resguardar aquel exquisito cuerpo
¿Una
casita discreta en Mayfair, tal vez? Con muebles de máxima elegancia, criados
fieles, trajes, joyas, carruajes, cualquier cosa que se le antojara. Removería
cielo y tierra para satisfacer todos sus caprichos. Se imaginaba vívidamente
desnudándolo...
Sintió
un hormigueo de expectación en las venas, y un hormigueo de otra clase más
abajo. Hacía meses que no se sentía tan lleno de vida, tan expectante. .
Le
procuraría protección, por supuesto, tanto si le concedía sus favores enseguida
o no. Pero, más tarde o más temprano, se prometió, se los concedería.
Donghae
vio al hombre en cuanto abrió la puerta de la tienda, a la mañana siguiente. Mientras
escudriñaba, boquiabierto, el aire tupido por la niebla, la figura corpulenta
que permanecía apoyada en el umbral del otro lado de la calle se puso alerta y
le saludó con desenvoltura. El chaleco de color rojo que llevaba bajo la
chaqueta amarilla de frisa revelaba su condición de guardia, al parecer, con la
misión asignada de protegerlo, como lord Eunhyuk le había prometido.
La
inmediata oleada de alivio fue sucedida por una preocupación que lo atormentó
toda la mañana, mientras confeccionaba los sombreros y atendía a sus clientes.
Era obvio que lord Eunhyuk era un hombre de palabra. ¿Podía, como aseguraba,
tomar como su deber cívico garantizar la seguridad de ciudadanos como él? Y los
honorarios del centinela que vigilaba su puerta en aquellos momentos...
¿realmente no debía, como él insistía, preocuparse por ello?
Daba
vueltas y más vueltas a aquellos interrogantes en su cabeza, pero siempre
volvía al mismo punto. A pesar de las promesas de lord Eunhyuk, no consideraba
prudente permitirle que financiara su protección.
Para
empezar, la sola idea de aceptar un favor tan grande de un hombre sin ningún
lazo de parentesco iba en contra de todos los principios entre los que se había
criado. Peor aún, como la amarga experiencia le había enseñado en dos
ocasiones, los hombres ricos e influyentes como lord Eunhyuk no hacían nada sin
premeditación. Acabaría exigiéndole el pago de la deuda, y en el momento en que
fuera más provechoso para él.
Horas
más tarde, sentado en su minúsculo jardín, tomando distraídamente el almuerzo que
Heechul insistiera en prepararle, seguía cavilando sobre su dilema, todavía sin
hallar la solución, cuando una sombra se movió sobre su té.
Lord Eunhyuk
estaba de pie ante él. Al mirarlo a los ojos, él volvió a brindarle aquella
sonrisa íntima y cautivadora.
—Perdone
que le moleste. Solo deseaba asegurarme de que el guardia que enviamos era de
su agrado.
—Sí,
por supuesto. No sé cómo darle las gracias.
—No es
necesario –lo miraba con intensidad, esperando, comprendió Donghae, a que él le
tendiera la mano. Cuando lo hizo, se la llevó a los labios y la sostuvo un
momento más de lo apropiado–. Habría llamado a su puerta anoche para informarle
de que el guardia estaba en su puesto, pero tenía varios compromisos y ya era
tarde cuando regresé. No vi ninguna luz, y no quise importunarlo.
—¿Se
pasó anoche por aquí? –repitió Donghae, atónito.
—Por
supuesto. Ya le dije que lo haría. No podría haber dormido sin saber que estaba
a salvo.
Hacía
tanto tiempo que nadie, salvo Heechul, expresaba preocupación por su bienestar
que, muy a su pesar, Donghae se sintió conmovido.
—Es
usted muy amable. De nuevo, le doy las gracias. Y debe permitir que corra con
parte de los gastos... los guardias, tal vez...
Eunhyuk
desechó la sugerencia con un ademán.
—En
absoluto. No hay duda de que un establecimiento tan elegante y acertado como el
suyo prosperará, pero no conviene cargarlo con gastos adicionales en sus
comienzos. Me siento plenamente recompensado sabiendo que está a salvo.
De
nuevo, Donghae se sintió absurdamente conmovido.
—Me
siento a salvo, y no sabe cuánto se lo agradezco.
Lord Eunhyuk
atrapó su mirada con su intenso escrutinio y acercó con suavidad un dedo a la
comisura magullada de sus labios. Donghae sintió un intenso hormigueo y
permaneció de pie, hechizado, mientras él retiraba lentamente la mano.
Perplejo,
elevó su propia mano al mismo punto. «Es el moretón lo que palpita», se dijo.
–Hyuk,
el guardia desea hablar contigo.
Pasó
un momento, antes de que la voz del recién llegado cobrara sentido. Con una
mueca, lord Eunhyuk dio un paso atrás. En la puerta del jardín estaba el hombre
que, si Donghae no recordaba mal, había entrado con él en la tienda el día
anterior.
Eunhyuk
le brindó otra sonrisa deslumbrante.
—No lo
entretendré más, señor. Mantendremos la patrulla, así que puede quedarse
tranquilo. Si ocurriese algo que le asustara o le preocupara, hágamelo saber
enseguida. Estoy en el número dieciséis de Portman Square. Mis criados sabrán
dónde encontrarme si he salido —una vez más, se llevó la mano de Donghae a los
labios—. Vendré a visitarlo en otro momento.
—Será
un honor, milord —acertó a murmurar Donghae.
Mientras
lord Eunhyuk salía del jardín, su acompañante se acercó a paso lento hacia él.
—Cho Kyuhyun,
señor dijo con una inclinación. Puede quedarse realmente tranquilo. Hyukjae es
fiel a su palabra. Créame, garantizará su seguridad.
—No lo
dudo —murmuró Donghae, pero desearía que no le supusiera tanto gasto. Debió de
reflejar su preocupación, porque el rostro amistoso de Cho se tomó grave.
—No se
angustie, señor. Hyukjae es lo bastante rico como para que su amabilidad no
afecte a su bolsillo —desplegó una tímida sonrisa—. Imagino que, al haber
dispuesto siempre de grandes sumas de dinero, no comprende que a sus amigos les
pueda costar aceptar su ayuda.
—Pero
yo no soy su amigo –repuso Donghae en voz baja—. Tengo el mismo derecho a su
generosidad que imposibilidad de devolvérsela.
—¿Puedo
hablarle con franqueza, señor Park? –cuando Donghae asintió, Cho continuó–. Hyukjae
siente un gran desprecio por los matones. Fue así como lo conocí, en Eton,
cuando siendo todavía un renacuajo, se enfrentó a los dos alumnos de cursos
superiores que me hacían la vida imposible. Al ver a un canalla intentando
aprovecharse de un joven señor, se sentiría obligado a impedirlo, aunque... –le
sonrió– no admirara
tanto al joven en cuestión. Pero no debe pensar que él espera una recompensa... de ninguna clase. De hecho, estoy seguro de que se horrorizaría si pensara que
usted lo cree así.
Sin
saber por qué, aquella aseveración no le levantó el ánimo. Donghae lo siguió
mientras Cho salía para reunirse con lord Eunhyuk en la calle. El no esperaba
recompensas de ninguna clase, aseguraba su amigo. Pero ¿sería cierto?, se preguntó
Donghae, que se quedó contemplando cómo los dos hombres se alejaban calle
abajo. ¿Y por qué todavía sentía un hormigueo en el labio? .
Horas
más tarde, Donghae alzó la vista del revoltijo de facturas que había sobre su
escritorio. Estaba anocheciendo y podía oír a los faroleros encendiendo las
luces de la calle. A través del ventanal, avistó el resplandor de un puro
encendido. Otro guardia en su puesto, concluyó.
Suspiró
y se frotó los músculos tensos de la nuca antes de tomar otro sorbo de té, frío
desde hacía tiempo. Había anotado todas las facturas en su libro de cuentas y,
aunque varios clientes habían saldado aquel día sus cuentas, y lord Eunhyuk le
había hecho llegar el pago del sombrero, junto con un adelanto para otro
encargo, las columnas de debe y haber seguían siendo dispares.
«Sobrevivimos
a duras penas», pensó con un suspiro. Si intentaba pagar a lord Eunhyuk los
honorarios de su notario y los servicios de los guardias, sería su bisnieto
quien ratificaría el cobro de la deuda. ¿Le concedería tanto tiempo? Santo
Dios, ¿qué sería de él si se negaba?
Una
retribución inmediata en metálico era imposible, como reflejaba claramente su
libro de cuentas. Como joven solo tenía otro tipo de recurso.
Recordó
las miradas ardientes de Eunhyuk, el roce de su dedo en los labios. Había visto
el deseo reflejado en los ojos de otros hombres, durante y después de su
matrimonio. Si se convencía de ofrecerse a él, ¿lo aceptaría Eunhyuk en pago de
su protección ?
Durante
un instante, imaginó aquellas manos acariciándole la piel desnuda, y los labios
delgados sobre su pecho. Un estremecimiento profundo desató una oleada de calor
por todo su cuerpo. A esta le sucedió una ráfaga de culpabilidad, y se sintió
como si lo hubiesen sorprendido cometiendo una indiscreción imperdonable.
Tonterías,
era absurdo. No podía ser infiel a un hombre muerto.
«Pero
yo no quería que muriera», gritó su corazón. ¿ Cuántas veces cayó de rodillas
sobre la piedra áspera de la iglesia de aquel pueblo, suplicando a Dios,
mientras la vida de Spencer se debilitaba jadeo tras jadeo? ¿Cuántas veces
prometió ir a cualquier parte, hacer cualquier cosa, con tal de que Dios no se
lo llevara?
Sus
oraciones fueron en vano. Al final, su marido murió en aquel pueblucho
polvoriento. Y, si Dios no escuchó sus plegarias por aquel entonces, no era probable
que se fijara en Park Donghae en aquellos momentos.
No, si
lograba la salvación, tendría que procurársela él mismo. Y, mientras su establecimiento
fluctuaba entre el éxito y el fracaso, poder contar, por una vez, con un rico
protector sería una gran ayuda.
La
sola idea le corroía el alma como si de ácido se tratara.
Profirió
una amarga carcajada. Durante años, mientras reunía, moneda a moneda, los
fondos para regresar a Inglaterra y abrir la tienda, había conseguido eludir el
destino al que, a menudo, estaban sentenciados los jóvenes y mujeres viudos
hermosos, pero pobres. ¡Qué ironía que lo acosara en aquellos momentos, cuando
había regresado a la patria por la que tanto había suspirado !
—Señor,
está trabajando a oscuras —lo regañó Heechul al entrar—. ¡Y su té é frio!
Prepararé otra tetera, y encenderé la lámpara ¿Qué va a ser de nosotros,
querido, si pierde la vista?
—¿Qué
va a ser de nosotros, de todas formas? —repuso Donghae, con más de un ápice de
desesperación en la voz —y no prepares otro té... apenas podemos permitimos lo
que bebemos ahora. Con lo que tengo, bastará.
El
doncell se sentó al borde de la mesa y, con la cabeza ladeada como un gorrión,
contempló a su señor.
—Anímese,
querido. Siempre tenemos preocupaciones, pero siempre sale adelante. Sobre...
¿cómo dicen ustedes? Ah, sí, sobrevolaremos.
Donghae
no pudo reprimir una sonrisa.
—Sobreviviremos,
querrás decir, y ojalá compartiera tu optimismo. Ahora mismo, me cuesta
creerlo.
—Ayer,
ese puerco lo amenaza, y hoy, adiós —el doncell hizo un ademán expresivo—, ha
desaparecido. Las demás preocupaciones también desaparecerán.
—Hará
falta algo más que... —Donghae se interrumpió con brusquedad—. ¿Qué sabes tú
del señor Youngmin?
Heechul
se encogió de hombros.
—Oigo
cosas, ¿sí? Cuando oigo esa voz, bajo. Veo lo que hace. Cuando estoy a punto de
correr a ayudarlo, aparece el hombre bello y lo salva.
—Ya —dijo
Donghae en un susurro—. Pero ¿a cambio de qué?
El
doncell elevó las cejas, como si la respuesta fuese evidente.
—Es un
gran señor, querido. Lo salva por su honor.
Donghae
emitió un gruñido de burla.
—Que
el cielo nos proteja del «honor» de los grandes señores clavó una mirada
acusadora en su doncell. ¿O ya lo has olvidado, Heechul?
—No
todos los señores amenazan como el padre de su marido. También recuerdo a Don
Alvero. Se habría casado con el señor, de haber querido. Pero no, teníamos que
regresar a esta... —arrugó la nariz y trazó un arco con el brazo que abarcó el
minúsculo despacho— esta Inglaterra.
—Imagino
que te resulta incomprensible — Donghae sonrió, al tiempo que apretaba la mano
todavía extendida de Heechul—. Queridísimo amigo, ¡Y pensar que has dejado tu
país por venir conmigo. Pensé que podríamos labrarnos un futuro aquí, que por
fin estaríamos a salvo —suspiró y se llevó la mano, con gesto cansino, a la
frente—. Me pregunto
si no ha sido una locura.
—El
gran señor podría mantenemos a salvo.
Donghae
se enderezó.
—¿A
cambio de qué?
Cuando
el doncell guardó silencio, Donghae profirió otra carcajada cínica.
—Ah,
sí, de su honor. ¿Acaso esos soldados de caballería que lucharon contra los franceses
por tu pueblo te habrían soltado por su «honor» , si la espada de mi marido no
hubiera insistido? No, la protección que nos procura tu «gran señor» tiene un
alto precio. Exigirá una compensación... tal vez ahora no. Todavía no. Pero al
final, deberé...
El
siguiente pensamiento lógico lo acongojó tanto, que se puso en pie con
brusquedad
—Santo
Dios, sería mucho peor que esperara un año... ¡o dos o tres!
—Vamos,
siéntese, querido —Heechul empujó con suavidad a Donghae para que se sentara de
nuevo y se colocó detrás de él. Empezó a masajearle la nuca—. Quizá, como él
asegura, solo le preocupa la seguridad del señor — al oír el bufido despectivo
de Donghae, se encogió de hombros—. Sí, quiere más. Pero es muy bello, querido.
¿Tan terrible sería entregarse a él? Y sería más prudente hacerlo ahora, ¿eh?
Donghae
no podía negar aquella verdad. Su anterior visita a la mansión londinense de su
suegro confirmaba que, por el momento, no era pHenryable que los descubriera, a
pesar de la mala fama que le aportaría una relación amorosa con un hombre tan
rico y distinguido. Pero ¿durante cuánto tiempo se prolongaría su ausencia?
Sabía
que su suegro no vacilaría ni un segundo en arrancar a su nieto de los indignos
cuidados de Donghae, si supiera que se hallaban de vuelta en Inglaterra. Y
aunque, para que Hyuk ocupara su lugar legítimo en sociedad, Donghae debía
ponerlo algún día en sus manos, pensaba atesorar cada momento antes de que el
deber lo obligara a renunciar a él.
La
lujuria de un hombre moría pronto. Si gratificaba enseguida a lord Eunhyuk, el
escarceo amoroso terminaría mucho antes de que amenazara con descubrirlo. Si lo
retrasaba, los caprichos de Eunhyuk le expondrían a un grave peligro.
Después
de pasar años eludiendo a los representantes de su suegro, ya estaba hastiado
de hallarse a la merced de las disposiciones de un hombre rico.
No,
sería mejor tomar la iniciativa enseguida. Quizá no dispusiera de un momento
más oportuno para cancelar su deuda de una vez por todas.
Heechul
llevaba tiempo observando su rostro.
—Sea
lo que sea lo que el señor alto desee, debería dárselo. Es bello, y también
amable. Ese hombre de fuera, que mantiene alejado a ese puerco de Youngmin, lo
envió él, ¿sí? Será bueno con nosotros, señor. Lo sé, aquí —se dio una
palmadita en el pecho, sobre el corazón.
—Supongo
que, en cualquier caso, debo invitarlo a cenar Donghae —dirigió al doncell una
mirada ácida—. Podrás prepararle una bellísima cena.
—¡Ah,
perfecto! Lo serviré con gran placer. Y el señor debe ponerse algo que resalte
sus ojos —dio unas palmadas, absurdamente complacido—. Es bello y rico, ¿no?
—Heechul...
—Bah,
no pienso seguir callado. El señor es joven. Lleva demasiados años sin un
hombre. Si ese gran caballero lo desea, yo digo que es una bendición.
—¡Heechul,
no!
—Sabe
que adoraba al capitán, su marido, que en paz descanse —con un rápido gesto,
hizo la señal de la cruz—. Pero está muerto, señor, ¡muerto! La vida sigue.
Donghae
se llevó las manos a los ojos, demasiado cansado para cortar las lágrimas. El
paso de los años apenas había suavizado la angustia.
—Lo sé
–susurró—. ¿Crees que quiero aferrarme a un pasado que solo alberga dolor?
Quiero seguir viviendo, lo deseo de verdad. Pero ¿cómo?
Heechul
tuvo la sensatez de permanecer callado. Después de encender la lámpara, dio una
palmada al hombro de Donghae y salió del despacho.
Donghae
sacó una hoja en blanco del cajón y se quedó mirándola a la luz de la lámpara.
Haciendo caso omiso del nudo que se alojaba en su pecho, tomó la pluma y
redactó una invitación.
Durante
la cena, le daría las gracias a lord Eunhyuk. Y, mientras saboreaba el coñac,
podría insinuar con delicadeza... La imaginación le falló y sintió el rubor en
las mejillas. ¿ Cómo «insinuaba» un joven señor una osadía tan indecorosa? No
podía decir claramente: «Milord, se ha gastado en mi protección grandes sumas
de dinero que no puedo devolverle. Sin embargo, si está interesado, podría
mantenerle el lecho caliente durante el tiempo que estime necesario, para
cancelar la deuda». ¡No, era imposible !
Pero
tal vez lo hubiese juzgado mal. Quizá prefiriera dinero contante y sonante,
aunque solo pudiera pagárselo poco a poco. Después de todo, un caballero tan
rico y de tan alto rango ya poseería un amante, sin duda, más hermoso y diestro
que él.
El
fuego que recordaba haber visto en sus ojos no dio solidez a aquella débil
esperanza. ¿Desde cuándo los caballeros poderosos se habían conformado con una
sola pareja a la vez?
Se
preocuparía por ello más tarde. Inspiró hondo y, antes de poder perder la
entereza, selló la nota y la dejó en la mesa para que Heechul se la hiciera
llegar a lord Eunhyuk.
Retorció
las manos en el regazo y contempló con mirada perdida el local en sombras.
Debía ir a cenar. Pero, solo de pensar en lo que tendría que hacer si lord Eunhyuk
se negaba a aceptar el pago en metálico, perdió el apetito.
Jajajajajajaja
ResponderEliminarKyuhyun dejando en bien a HyukJae a los ojos y pensamientos de Hae sobre que Hyuk se molestaria por si quiera insinuar el pago.....Hyuk por otro lado casi esta contando los días rn que Hae quiera pagarle au protección jajajajaja
Y luego tenemos a Hee diciendo que es mejor hoy que mañana.
La invitación esta hecha,ya solo falta que le llegue y a ver que pasa.
ResponderEliminarEsto está tan patas arriba!!!
Pobre pecesito~ que vida tan dura!!!
Aún no tengo muchas cosas claras...pero me encanta!