The Lover -2



—Cariño, ni siquiera sabes cómo hacerlo –antes de que Donghae tuviese tiempo de reaccionar, le dio un manotazo en la boca.

El golpe lo impulsó contra el escritorio, y se golpeó la cadera con la superficie de Henryle. Un reguero de sangre resbaló del labio herido. Asustado pero furioso, buscó a tientas algo que sirviera de arma. Cerró los dedos en tomo al pesado tintero de cristal, lo arrastró hasta su espalda y se enderezó para encararse con Youngmin.

Este se retiraba, indiferente. Después de dos pasos, se detuvo para hacer una reverencia exagerada.

—Piense en las ofertas. En las dos. Porque le aseguro, señor, que sus problemas no han hecho más que empezar.

Un hombre entró y se detuvo.

–¿Mr Donghae?
  
Con la mano cerrada en torno al tintero, Donghae se volvió hacia la puerta. En aquel instante, en lugar de uno de los secuaces de Youngmin, vio una figura cuyo atuendo elegante proclamaba su origen noble, mientras su cerebro registraba el acento culto de su voz. Al momento siguiente, reconoció al hijo de lady Sora, y el alivio lo abrumó.

—Discúlpeme, no sabía que tuviera a un cliente –dijo, mirando con recelo al señor Youngmin.

Ocultando el lado herido de su rostro, Donghae soltó el tintero e intentó recobrar la compostura.

—No... no importa, lord Eunhyuk. El hombre ya se iba.

Después de someter al noble a un atento escrutinio, durante el cual debió de percatarse de su superioridad en estatura y fortaleza, Youngmin cerró un puño en actitud desafiante.

—Me iré cuando me plazca, señor. Cuando a mí me plazca.

Eunhyuk miró fríamente el puño de Youngmin y su rostro rubicundo.

—Creo que el joven señor le ha pedido que se vaya. De inmediato.

Durante un momento, los dos hombres se miraron a los ojos. Luego, Youngmin se encogió de hombros y abrió la mano.

—No importa. Pero recuerde, cuando todos los dandis se hayan ido, Youngmin estará aquí –se alejó a paso lento hasta la puerta e inclinó el ala de su sombrero con aire burlón–. Le doy mi palabra, señor.

—¿Lo estaba importunando ese rufián? —Lord Eunhyuk caminó hacia él mientras la puerta de la tienda se cerraba detrás de Youngmin. A dos pasos de distancia, debió de reparar en su labio sangriento, porque se detuvo en seco–. ¿Le ha pegado ese villano? ¡Por Dios, que lo rebanaré! –giró sobre sus talones.

Donghae lo asió por la manga.

—Por favor, milord, no es asunto suyo. Deje que se vaya.

Lord Eunhyuk se quedó quieto. Donghae podía sentir la tensión de sus músculos bajo los dedos. La fragancia de jabón de afeitar y hombre cálido invadió sus sentidos, y tuvo una súbita y vertiginosa visión del poder contenido de su cuerpo cerniéndose sobre él. Durante unos instantes, se sintió casi... protegido. Como con Eunhyuk.

Los recuerdos amargos afloraron en su mente, y la mano con que lo asía se debilitó.

Movió la cabeza, reprimió los sentimientos que pujaban por salir y trató de decir algo racional.

—¿De... Deseaba algo más? ¿No era de su agrado el sombrero?

—¡Debe permitirme que lo alcance! –Eunhyuk se apartó para soltarse–. No puedo consentir que el insulto de ese sinvergüenza quede impune.

—Solo estaba transmitiendo un mensaje de su patrón ... aunque con bastante crudeza, lo reconozco. Pero mis problemas no son asunto suyo. ¿En qué puedo ayudarlo, milord?

—¿No debería ser yo quien le hiciera esa pregunta?

Donghae abrió los labios para explicarse, luego, los cerró. Llevaba tanto tiempo soportando solo el peso de las preocupaciones, que se sintió tentado a descargar sus problemas en aquel desconocido en apariencia fuerte, inteligente e interesado. «Pero es un desconocido» , se dijo. «No es Spencer».

—¿Acaso su patrón le está amenazando en algo relativo a su negocio?

Donghae vaciló. El conde de Eunhyuk no podía sentir ningún interés verdadero por él... salvo, pensó, al recordar la evidente admiración de su rostro minutos antes, el mismo que Youngmin había expresado con tanta brutalidad. Enseguida desechó aquella idea degradante.

Claro que lord Eunhyuk podía ser magistrado de su condado. Quizá pudiera arriesgarse a pedirle consejo legal. Alzó la mirada y lo sorprendió sonriendo.

—Venga, después de un encuentro tan angustioso, debería sentarse –le agarró del brazo con vacilación. Con un suspiro, Donghae permitió que le condujera a una silla–. Ahora, permítame ayudarlo –como no había otro asiento en el minúsculo despacho, lord Eunhyuk señaló un claro en la mesa–. ¿Puedo?

Ante su actitud solícita, el recelo de Donghae se disipó. Asintió, esperó a que se sentara, y le hizo un recuento de su conversación con el señor Youngmin.

—No sé si hablaba en nombre de su patrón. Puede que la extorsión sea su forma de aumentar sus ingresos, y que el señor Han se alarmase al saberlo.

—Tal vez –lord Eunhyuk frunció el ceño con aire pensativo. En ambos casos, expresaría su indignación–. Pero si ese tal Han está implicado, un enfrentamiento directo podría ocasionar un daño inmediato de la misma índole del que acaba de sufrir. No debe correr ese riesgo.

—Tendré que hacerlo. No puedo pagarle y, desde luego, no deseo... En fin, tendré que solucionarlo en algún momento. Mejor antes que después.

—¿No tiene familia, preferiblemente sobrada en corpulencia y en recursos, que pueda ocuparse de este asunto?

En su agitación, aquella sencilla pregunta rompió los escasos hilos que sujetaban los recuerdos. Una ráfaga de dolor y frustración estremeció el cuerpo de Donghae y, por un momento, fue incapaz de articular palabra. A pesar de sus esfuerzos, una lágrima escapó de sus pestañas.

—Nadie –acertó a susurrar.

—Querido señor, ¡No se inquiete! –Eunhyuk se inclinó hacia delante, con la frente fruncida por la consternación–. Me ocuparé de esto personalmente. Mi notario investigará a estos señores, y le encargaré que reúna a algunos guardias para que vigilen su tienda. Dudo que ese cobarde se atreva a dar un paso si ve a hombres capaces protegiéndole –cuando Donghae empezó a protestar, él lo acalló con un gesto–. Nada de peros. No podemos permitir que unos bandidos vayan por ahí amenazando a ciudadanos honrados. Además, mi madre insistiría, porque lo tiene en gran estima. Igual que yo.

—Pero si apenas me conoce...

—Todo lo que necesitaba conocer, lo supe en el momento en que la miré a los ojos.

Su voz grave vibraba de emoción. Incomodado por su escrutinio, Donghae se volvió.

—No me malinterprete, no quiero parecer un ingrato, pero... –se sonrojó–. No puedo permitirme pagarle a su notario y, mucho menos, contratar los servicios de nadie. Como bien sabe el señor Youngmin.

Eunhyuk desechó su protesta con un ademán.

—No le dé más vueltas, yo me ocuparé de todo.

—¡Pero no lo entiende! –sintiéndose cada vez más humillado, Donghae se vio obligado a explicarse–. Me temo que los beneficios de un negocio están enormemente sobrestimados –acertó a desplegar una débil sonrisa–. Ni siquiera puedo predecir cuando tendré fondos suficientes para pagarle.

Eunhyuk le devolvió la sonrisa. A pesar de su congoja, Donghae advirtió que tenía una sonrisa cautivadora, que formaba hoyuelos junto a sus finos labios y encendía una chispa pícara en sus ojos.

—Limpiar las calles de ese gusano constituye un deber cívico. Y, como si duda sabrá, soy un hombre rico. No lo piense más.

—Pero no puedo estar en deuda con...

—Por favor –le puso un dedo sobre el labio sangrante—. Sería un honor para mí protegerlo.

Donghae tendría que haber incrementado sus protestas, pero el roce de su dedo atrofió sus pensamientos, de por sí confusos. Permaneció sentado, mudo, mientras él deslizaba un dedo enguantado por la circunferencia de su labio hinchado.

El suave roce de la piel sobre su piel escocida lo hechizó y desató oleadas de sensación por todo su cuerpo. Elevó sus ojos sorprendidos a los de él.

El dedo interrumpió su caricia. Eunhyuk contuvo el aliento y lo miró a los ojos con tanta intensidad, que Donghae se sintió físicamente más cerca de él. El pulso firme de aquel cálido dedo palpitó contra su labio.

Cuando, por fin, él retiró la mano, lo único que se le ocurrió balbucir fue:

—Se... se ha manchado el guante.

Eunhyuk contempló la mancha de sangre de la piel y se la llevó a los labios para besarla.

—Lo guardaré como un tesoro. No se preocupe, señora, ese canalla no volverá a molestarle. Le doy mi palabra.

Hyukjae silbaba, mientras bajaba la calle una vez más con paso ligero. Inspiró hondo, todavía con el recuerdo del cautivador aroma de lavanda y los sentidos agudizados por la euforia de sostener aquel brazo, y de tocar aquellos labios delicados.

Arrancaría a su notario de su mesa del té para asegurarse de que despachaba a los guardias de inmediato. La sola idea de que aquel repugnante rufián acercara su sucia mano al rostro perfecto de Mr Donghae provocaba en él una furia abrasadora. Volvería personalmente para asegurarse de que los guardias estuvieran en sus puestos aquel mismo día.

Pero no debía enojarse demasiado con el tipo que le había proporcionado la oportunidad perfecta para hacer de rescatador, se dijo, mientras su furia remitía. Sin duda alguna, el precioso joven lo miraría con buenos ojos por su intervención. Si tan virtuoso era, seguramente, imaginaría una manera de compensarlo por su preocupación, una que podría ser inmensamente gratificante para ambos.

Claro que él ni siquiera lo insinuaría. De hecho, hacerlo lo relegaría a la misma categoría que el vulgar señor Youngmin. Por lo general, el conde de Eunhyuk solo tenía que expresar su interés para que el joven escogido se apresurara a complacerlo. Sin embargo, el increíblemente hermoso señor se mostraba reacia a aceptar ni tan siquiera su protección, a pesar del peligro real que le acechaba. Recordó vívidamente su mirada ardiente y el roce abrasador de sus dedos. Era altivo aunque, al mismo tiempo, no era inmune a él.

Conquistarlo no sería fácil, reconoció, con el instinto picado por el reto. Sin embargo, una vez seducido, no imaginaba tarea más placentera que retirar toda la carga de sus delgados hombros y resguardar aquel exquisito cuerpo

¿Una casita discreta en Mayfair, tal vez? Con muebles de máxima elegancia, criados fieles, trajes, joyas, carruajes, cualquier cosa que se le antojara. Removería cielo y tierra para satisfacer todos sus caprichos. Se imaginaba vívidamente desnudándolo...

Sintió un hormigueo de expectación en las venas, y un hormigueo de otra clase más abajo. Hacía meses que no se sentía tan lleno de vida, tan expectante. .

Le procuraría protección, por supuesto, tanto si le concedía sus favores enseguida o no. Pero, más tarde o más temprano, se prometió, se los concedería.



Donghae vio al hombre en cuanto abrió la puerta de la tienda, a la mañana siguiente. Mientras escudriñaba, boquiabierto, el aire tupido por la niebla, la figura corpulenta que permanecía apoyada en el umbral del otro lado de la calle se puso alerta y le saludó con desenvoltura. El chaleco de color rojo que llevaba bajo la chaqueta amarilla de frisa revelaba su condición de guardia, al parecer, con la misión asignada de protegerlo, como lord Eunhyuk le había prometido.

La inmediata oleada de alivio fue sucedida por una preocupación que lo atormentó toda la mañana, mientras confeccionaba los sombreros y atendía a sus clientes. Era obvio que lord Eunhyuk era un hombre de palabra. ¿Podía, como aseguraba, tomar como su deber cívico garantizar la seguridad de ciudadanos como él? Y los honorarios del centinela que vigilaba su puerta en aquellos momentos... ¿realmente no debía, como él insistía, preocuparse por ello?

Daba vueltas y más vueltas a aquellos interrogantes en su cabeza, pero siempre volvía al mismo punto. A pesar de las promesas de lord Eunhyuk, no consideraba prudente permitirle que financiara su protección.

Para empezar, la sola idea de aceptar un favor tan grande de un hombre sin ningún lazo de parentesco iba en contra de todos los principios entre los que se había criado. Peor aún, como la amarga experiencia le había enseñado en dos ocasiones, los hombres ricos e influyentes como lord Eunhyuk no hacían nada sin premeditación. Acabaría exigiéndole el pago de la deuda, y en el momento en que fuera más provechoso para él.

Horas más tarde, sentado en su minúsculo jardín, tomando distraídamente el almuerzo que Heechul insistiera en prepararle, seguía cavilando sobre su dilema, todavía sin hallar la solución, cuando una sombra se movió sobre su té.

Lord Eunhyuk estaba de pie ante él. Al mirarlo a los ojos, él volvió a brindarle aquella sonrisa íntima y cautivadora.

—Perdone que le moleste. Solo deseaba asegurarme de que el guardia que enviamos era de su agrado.

—Sí, por supuesto. No sé cómo darle las gracias.

—No es necesario –lo miraba con intensidad, esperando, comprendió Donghae, a que él le tendiera la mano. Cuando lo hizo, se la llevó a los labios y la sostuvo un momento más de lo apropiado–. Habría llamado a su puerta anoche para informarle de que el guardia estaba en su puesto, pero tenía varios compromisos y ya era tarde cuando regresé. No vi ninguna luz, y no quise importunarlo.

—¿Se pasó anoche por aquí? –repitió Donghae, atónito.

—Por supuesto. Ya le dije que lo haría. No podría haber dormido sin saber que estaba a salvo.

Hacía tanto tiempo que nadie, salvo Heechul, expresaba preocupación por su bienestar que, muy a su pesar, Donghae se sintió conmovido.

—Es usted muy amable. De nuevo, le doy las gracias. Y debe permitir que corra con parte de los gastos... los guardias, tal vez...

Eunhyuk desechó la sugerencia con un ademán.

—En absoluto. No hay duda de que un establecimiento tan elegante y acertado como el suyo prosperará, pero no conviene cargarlo con gastos adicionales en sus comienzos. Me siento plenamente recompensado sabiendo que está a salvo.

De nuevo, Donghae se sintió absurdamente conmovido.

—Me siento a salvo, y no sabe cuánto se lo agradezco.

Lord Eunhyuk atrapó su mirada con su intenso escrutinio y acercó con suavidad un dedo a la comisura magullada de sus labios. Donghae sintió un intenso hormigueo y permaneció de pie, hechizado, mientras él retiraba lentamente la mano.

Perplejo, elevó su propia mano al mismo punto. «Es el moretón lo que palpita», se dijo.

–Hyuk, el guardia desea hablar contigo.

Pasó un momento, antes de que la voz del recién llegado cobrara sentido. Con una mueca, lord Eunhyuk dio un paso atrás. En la puerta del jardín estaba el hombre que, si Donghae no recordaba mal, había entrado con él en la tienda el día anterior.

Eunhyuk le brindó otra sonrisa deslumbrante.

—No lo entretendré más, señor. Mantendremos la patrulla, así que puede quedarse tranquilo. Si ocurriese algo que le asustara o le preocupara, hágamelo saber enseguida. Estoy en el número dieciséis de Portman Square. Mis criados sabrán dónde encontrarme si he salido —una vez más, se llevó la mano de Donghae a los labios—. Vendré a visitarlo en otro momento.

—Será un honor, milord —acertó a murmurar Donghae.

Mientras lord Eunhyuk salía del jardín, su acompañante se acercó a paso lento hacia él.

—Cho Kyuhyun, señor dijo con una inclinación. Puede quedarse realmente tranquilo. Hyukjae es fiel a su palabra. Créame, garantizará su seguridad.

—No lo dudo —murmuró Donghae, pero desearía que no le supusiera tanto gasto. Debió de reflejar su preocupación, porque el rostro amistoso de Cho se tomó grave.

—No se angustie, señor. Hyukjae es lo bastante rico como para que su amabilidad no afecte a su bolsillo —desplegó una tímida sonrisa—. Imagino que, al haber dispuesto siempre de grandes sumas de dinero, no comprende que a sus amigos les pueda costar aceptar su ayuda.

—Pero yo no soy su amigo –repuso Donghae en voz baja—. Tengo el mismo derecho a su generosidad que imposibilidad de devolvérsela.

—¿Puedo hablarle con franqueza, señor Park? –cuando Donghae asintió, Cho continuó–. Hyukjae siente un gran desprecio por los matones. Fue así como lo conocí, en Eton, cuando siendo todavía un renacuajo, se enfrentó a los dos alumnos de cursos superiores que me hacían la vida imposible. Al ver a un canalla intentando aprovecharse de un joven señor, se sentiría obligado a impedirlo, aunque... –le sonrió– no admirara tanto al joven en cuestión. Pero no debe pensar que él espera una recompensa... de ninguna clase. De hecho, estoy seguro de que se horrorizaría si pensara que usted lo cree así.

Sin saber por qué, aquella aseveración no le levantó el ánimo. Donghae lo siguió mientras Cho salía para reunirse con lord Eunhyuk en la calle. El no esperaba recompensas de ninguna clase, aseguraba su amigo. Pero ¿sería cierto?, se preguntó Donghae, que se quedó contemplando cómo los dos hombres se alejaban calle abajo. ¿Y por qué todavía sentía un hormigueo en el labio? .


Horas más tarde, Donghae alzó la vista del revoltijo de facturas que había sobre su escritorio. Estaba anocheciendo y podía oír a los faroleros encendiendo las luces de la calle. A través del ventanal, avistó el resplandor de un puro encendido. Otro guardia en su puesto, concluyó.

Suspiró y se frotó los músculos tensos de la nuca antes de tomar otro sorbo de té, frío desde hacía tiempo. Había anotado todas las facturas en su libro de cuentas y, aunque varios clientes habían saldado aquel día sus cuentas, y lord Eunhyuk le había hecho llegar el pago del sombrero, junto con un adelanto para otro encargo, las columnas de debe y haber seguían siendo dispares.

«Sobrevivimos a duras penas», pensó con un suspiro. Si intentaba pagar a lord Eunhyuk los honorarios de su notario y los servicios de los guardias, sería su bisnieto quien ratificaría el cobro de la deuda. ¿Le concedería tanto tiempo? Santo Dios, ¿qué sería de él si se negaba?

Una retribución inmediata en metálico era imposible, como reflejaba claramente su libro de cuentas. Como joven solo tenía otro tipo de recurso.

Recordó las miradas ardientes de Eunhyuk, el roce de su dedo en los labios. Había visto el deseo reflejado en los ojos de otros hombres, durante y después de su matrimonio. Si se convencía de ofrecerse a él, ¿lo aceptaría Eunhyuk en pago de su protección ?

Durante un instante, imaginó aquellas manos acariciándole la piel desnuda, y los labios delgados sobre su pecho. Un estremecimiento profundo desató una oleada de calor por todo su cuerpo. A esta le sucedió una ráfaga de culpabilidad, y se sintió como si lo hubiesen sorprendido cometiendo una indiscreción imperdonable.

Tonterías, era absurdo. No podía ser infiel a un hombre muerto.

«Pero yo no quería que muriera», gritó su corazón. ¿ Cuántas veces cayó de rodillas sobre la piedra áspera de la iglesia de aquel pueblo, suplicando a Dios, mientras la vida de Spencer se debilitaba jadeo tras jadeo? ¿Cuántas veces prometió ir a cualquier parte, hacer cualquier cosa, con tal de que Dios no se lo llevara?

Sus oraciones fueron en vano. Al final, su marido murió en aquel pueblucho polvoriento. Y, si Dios no escuchó sus plegarias por aquel entonces, no era probable que se fijara en Park Donghae en aquellos momentos.

No, si lograba la salvación, tendría que procurársela él mismo. Y, mientras su establecimiento fluctuaba entre el éxito y el fracaso, poder contar, por una vez, con un rico protector sería una gran ayuda.

La sola idea le corroía el alma como si de ácido se tratara.

Profirió una amarga carcajada. Durante años, mientras reunía, moneda a moneda, los fondos para regresar a Inglaterra y abrir la tienda, había conseguido eludir el destino al que, a menudo, estaban sentenciados los jóvenes y mujeres viudos hermosos, pero pobres. ¡Qué ironía que lo acosara en aquellos momentos, cuando había regresado a la patria por la que tanto había suspirado !

—Señor, está trabajando a oscuras —lo regañó Heechul al entrar—. ¡Y su té é frio! Prepararé otra tetera, y encenderé la lámpara ¿Qué va a ser de nosotros, querido, si pierde la vista?

—¿Qué va a ser de nosotros, de todas formas? —repuso Donghae, con más de un ápice de desesperación en la voz —y no prepares otro té... apenas podemos permitimos lo que bebemos ahora. Con lo que tengo, bastará.

El doncell se sentó al borde de la mesa y, con la cabeza ladeada como un gorrión, contempló a su señor.

—Anímese, querido. Siempre tenemos preocupaciones, pero siempre sale adelante. Sobre... ¿cómo dicen ustedes? Ah, sí, sobrevolaremos.

Donghae no pudo reprimir una sonrisa.

—Sobreviviremos, querrás decir, y ojalá compartiera tu optimismo. Ahora mismo, me cuesta creerlo.

—Ayer, ese puerco lo amenaza, y hoy, adiós —el doncell hizo un ademán expresivo—, ha desaparecido. Las demás preocupaciones también desaparecerán.

—Hará falta algo más que... —Donghae se interrumpió con brusquedad—. ¿Qué sabes tú del señor Youngmin?

Heechul se encogió de hombros.

—Oigo cosas, ¿sí? Cuando oigo esa voz, bajo. Veo lo que hace. Cuando estoy a punto de correr a ayudarlo, aparece el hombre bello y lo salva.

—Ya —dijo Donghae en un susurro—. Pero ¿a cambio de qué?

El doncell elevó las cejas, como si la respuesta fuese evidente.

—Es un gran señor, querido. Lo salva por su honor.

Donghae emitió un gruñido de burla.

—Que el cielo nos proteja del «honor» de los grandes señores clavó una mirada acusadora en su doncell. ¿O ya lo has olvidado, Heechul?

—No todos los señores amenazan como el padre de su marido. También recuerdo a Don Alvero. Se habría casado con el señor, de haber querido. Pero no, teníamos que regresar a esta... —arrugó la nariz y trazó un arco con el brazo que abarcó el minúsculo despacho— esta Inglaterra.

—Imagino que te resulta incomprensible — Donghae sonrió, al tiempo que apretaba la mano todavía extendida de Heechul—. Queridísimo amigo, ¡Y pensar que has dejado tu país por venir conmigo. Pensé que podríamos labrarnos un futuro aquí, que por fin estaríamos a salvo —suspiró y se llevó la mano, con gesto cansino, a la frente—. Me pregunto si no ha sido una locura.

—El gran señor podría mantenemos a salvo.

Donghae se enderezó.

—¿A cambio de qué?

Cuando el doncell guardó silencio, Donghae profirió otra carcajada cínica.

—Ah, sí, de su honor. ¿Acaso esos soldados de caballería que lucharon contra los franceses por tu pueblo te habrían soltado por su «honor» , si la espada de mi marido no hubiera insistido? No, la protección que nos procura tu «gran señor» tiene un alto precio. Exigirá una compensación... tal vez ahora no. Todavía no. Pero al final, deberé...

El siguiente pensamiento lógico lo acongojó tanto, que se puso en pie con brusquedad

—Santo Dios, sería mucho peor que esperara un año... ¡o dos o tres!

—Vamos, siéntese, querido —Heechul empujó con suavidad a Donghae para que se sentara de nuevo y se colocó detrás de él. Empezó a masajearle la nuca—. Quizá, como él asegura, solo le preocupa la seguridad del señor — al oír el bufido despectivo de Donghae, se encogió de hombros—. Sí, quiere más. Pero es muy bello, querido. ¿Tan terrible sería entregarse a él? Y sería más prudente hacerlo ahora, ¿eh?

Donghae no podía negar aquella verdad. Su anterior visita a la mansión londinense de su suegro confirmaba que, por el momento, no era pHenryable que los descubriera, a pesar de la mala fama que le aportaría una relación amorosa con un hombre tan rico y distinguido. Pero ¿durante cuánto tiempo se prolongaría su ausencia?

Sabía que su suegro no vacilaría ni un segundo en arrancar a su nieto de los indignos cuidados de Donghae, si supiera que se hallaban de vuelta en Inglaterra. Y aunque, para que Hyuk ocupara su lugar legítimo en sociedad, Donghae debía ponerlo algún día en sus manos, pensaba atesorar cada momento antes de que el deber lo obligara a renunciar a él.

La lujuria de un hombre moría pronto. Si gratificaba enseguida a lord Eunhyuk, el escarceo amoroso terminaría mucho antes de que amenazara con descubrirlo. Si lo retrasaba, los caprichos de Eunhyuk le expondrían a un grave peligro.

Después de pasar años eludiendo a los representantes de su suegro, ya estaba hastiado de hallarse a la merced de las disposiciones de un hombre rico.

No, sería mejor tomar la iniciativa enseguida. Quizá no dispusiera de un momento más oportuno para cancelar su deuda de una vez por todas.

Heechul llevaba tiempo observando su rostro.

—Sea lo que sea lo que el señor alto desee, debería dárselo. Es bello, y también amable. Ese hombre de fuera, que mantiene alejado a ese puerco de Youngmin, lo envió él, ¿sí? Será bueno con nosotros, señor. Lo sé, aquí —se dio una palmadita en el pecho, sobre el corazón.

—Supongo que, en cualquier caso, debo invitarlo a cenar Donghae —dirigió al doncell una mirada ácida—. Podrás prepararle una bellísima cena.

—¡Ah, perfecto! Lo serviré con gran placer. Y el señor debe ponerse algo que resalte sus ojos —dio unas palmadas, absurdamente complacido—. Es bello y rico, ¿no?

—Heechul...

—Bah, no pienso seguir callado. El señor es joven. Lleva demasiados años sin un hombre. Si ese gran caballero lo desea, yo digo que es una bendición.

—¡Heechul, no!

—Sabe que adoraba al capitán, su marido, que en paz descanse —con un rápido gesto, hizo la señal de la cruz—. Pero está muerto, señor, ¡muerto! La vida sigue.

Donghae se llevó las manos a los ojos, demasiado cansado para cortar las lágrimas. El paso de los años apenas había suavizado la angustia.

—Lo sé –susurró—. ¿Crees que quiero aferrarme a un pasado que solo alberga dolor? Quiero seguir viviendo, lo deseo de verdad. Pero ¿cómo?

Heechul tuvo la sensatez de permanecer callado. Después de encender la lámpara, dio una palmada al hombro de Donghae y salió del despacho.

Donghae sacó una hoja en blanco del cajón y se quedó mirándola a la luz de la lámpara. Haciendo caso omiso del nudo que se alojaba en su pecho, tomó la pluma y redactó una invitación.

Durante la cena, le daría las gracias a lord Eunhyuk. Y, mientras saboreaba el coñac, podría insinuar con delicadeza... La imaginación le falló y sintió el rubor en las mejillas. ¿ Cómo «insinuaba» un joven señor una osadía tan indecorosa? No podía decir claramente: «Milord, se ha gastado en mi protección grandes sumas de dinero que no puedo devolverle. Sin embargo, si está interesado, podría mantenerle el lecho caliente durante el tiempo que estime necesario, para cancelar la deuda». ¡No, era imposible !

Pero tal vez lo hubiese juzgado mal. Quizá prefiriera dinero contante y sonante, aunque solo pudiera pagárselo poco a poco. Después de todo, un caballero tan rico y de tan alto rango ya poseería un amante, sin duda, más hermoso y diestro que él.

El fuego que recordaba haber visto en sus ojos no dio solidez a aquella débil esperanza. ¿Desde cuándo los caballeros poderosos se habían conformado con una sola pareja a la vez?

Se preocuparía por ello más tarde. Inspiró hondo y, antes de poder perder la entereza, selló la nota y la dejó en la mesa para que Heechul se la hiciera llegar a lord Eunhyuk.

Retorció las manos en el regazo y contempló con mirada perdida el local en sombras. Debía ir a cenar. Pero, solo de pensar en lo que tendría que hacer si lord Eunhyuk se negaba a aceptar el pago en metálico, perdió el apetito.



2 comentarios:

  1. Jajajajajajaja
    Kyuhyun dejando en bien a HyukJae a los ojos y pensamientos de Hae sobre que Hyuk se molestaria por si quiera insinuar el pago.....Hyuk por otro lado casi esta contando los días rn que Hae quiera pagarle au protección jajajajaja
    Y luego tenemos a Hee diciendo que es mejor hoy que mañana.
    La invitación esta hecha,ya solo falta que le llegue y a ver que pasa.

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  2. Esto está tan patas arriba!!!
    Pobre pecesito~ que vida tan dura!!!
    Aún no tengo muchas cosas claras...pero me encanta!

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...