Park Donghae caminaba con sigilo, escondiéndose tras los arbustos del jardín de la
plaza de Saint James. Después de años de implacable sol portugués, el frío
húmedo de la mañana penetraba fácilmente en sus huesos, y se estremeció a pesar
del abrigo de lana que llevaba. Se detuvo en la esquina del jardín, se apretó
aún más contra las ramas que sobresalían por encima de su cabeza y escudriñó la
mansión londinense que se hallaba enfrente.
¿Estaba
la aldaba quitada? Dada la distancia y la neblina reinante, no podía estar
segura. Las ventanas que daban a la plaza tenían las contraventanas cerradas,
pero como apenas había amanecido, no era una señal fiable de que el dueño
estuviera fuera de la ciudad.
Con
cautela, deshizo lo andado, atravesó la plaza ocultándose tras el jardín y se
adentró en la callejuela de más allá. Con el corazón golpeándole con fuerza las
costillas, atravesó la verja de atrás. Sin duda, en una mansión como aquella,
con una afluencia continua de vendedores y proveedores, vestido como un
tendero, pasaría desapercibido.
Un
suave murmullo de voces emergía de la puerta entreabierta de la cocina. Donghae
hizo acopio de valor, atravesó a paso rápido el patio desierto del establo,
llamó con los nudillos y entró. Un corrillo de criados se agrupaba en tomo al
hogar, con tazas de té humeante en la mano. Donghae se volvió hacia la mujer
madura que llevaba un manojo de llaves colgado de la cintura y saludó con una
reverencia. .
—Traigo
un paquete para milord anunció —imitando el acento cerrado de los campesinos
locales—. Mi señor me ha encargado que lo entregue personalmente.
Donghae
reprimió la oleada de alivio y profirió, en cambio, un gemido de desolación.
—¡Pero
mi señor me dará una buena tunda si no se lo entrego! ¿Volverá hoy?
—No lo
creo. Ha dado vacaciones a la mitad de la servidumbre, diciéndoles que ya los
haría llamar más adelante, así que no esperamos que vuelva pronto.
Donghae
no podía creer la suerte que tenía.
—¿Tanto
tiempo estará fuera? —preguntó con desconsuelo.
—Sí.
De haber venido la semana pasada, lo habrías encontrado, pero se fue de
repente, y su mayordomo, nos dijo que no regresará para Pascua, y seguramente,
tampoco hasta el verano.
Donghae
ocultó su alegría tras una mirada de congoja.
—Mi
señor se llevará un buen disgusto.
—¡Quia!
¿No esperará que hagas milagros? Debe de ser todo un ogro tu señor... —la mujer
rió entre dientes—. Tómate un té y recupera el aliento, muchacha, antes de
volver con él.
—Se lo
agradezco mucho, señora, pero no me atrevo. Me molerá a palos si no regreso
antes de las siete.
Entre
murmullos de condolencia de los criados y una protesta general sobre las
injusticias de los señores, Donghae hizo otra reverencia y salió por la puerta.
Una
vez franqueada la verja de atrás, Donghae se quitó el sombrero, lo arrojó al
aire y se abrazó con fuerza.
Él no
estaba en Londres. Podía empezar una nueva vida.
—¿Que
vas a recoger un sombrero para tu madre? Cielos, ¡qué hijo más solícito!
Lee Hyukjae,
conde de Eunhyuk, amplió el arco de su bastón de paseo para golpear a su
interlocutor detrás del tobillo. Al mismo tiempo que este gemía de dolor, él
contestó:
—Como
tu madre tuvo la cordura de expirar cuando no eras más que un mocoso, no sabes
cómo cuidar de una dama —sonrió, mientras su amigo Cho Kyuhyun le dirigía una mirada funesta, y
prosiguió—. En realidad, mi madre pensaba ir a recoger el sombrero en persona,
pero yo me negué en redondo. Todavía no se ha recuperado de ese atroz
resfriado. Claro que no hace falta que me acompañes. ¿Por qué no te adelantas a
White's y pides un vino para los dos? Que lo anoten en mi cuenta —Hyukjae bajó
la mirada al tobillo de Kyuhyun—. Eso te aliviará el dolor.
La
frente de Kyuhyun se alisó.
—Ya me
siento mejor. Pero date prisa, detestaría beberme todo tu vino antes de que
aparezcas —se tocó el ala del sombrero y se alejó.
—No
tardaré — le gritó Hyukjae—. La tienda de Mr Donghae está en una bocacalle de
Bond Street.
Kyuhyun
se detuvo en seco.
—¿Mr Donghae?
— preguntó. Cuando Hyukjae asintió, deshizo lo andado—. Pensándolo mejor, te
acompañaré. ¿Vamos?
Hyukjae
enarcó las cejas.
—¿Qué
razón podrías tener para entrar en una sombrerería?
—Digamos
que, tal vez, me resulte... interesante.
Mientras
caminaban, Hyukjae volvió a indagar, pero Kyuhyun no se dignó a contestar. Se
limitaba a mover la cabeza y a alegar que Hyukjae debía verlo con sus propios
ojos.
Pasados
unos minutos, llegaron a la entrada de la impecable tienda. La campanilla
tintineó cuando abrieron la puerta, y Hyukjae murmuró a Kyuhyun:
—¿Descubriré
ahora qué gran misterio... ?
Un
joven se volvió hacia ellos desde el interior en penumbra de la tienda. Cuando
los ojos de Hyukjae se adaptaron a la relativa oscuridad, el resto de la frase
murió en sus labios.
Las
formas y los colores se difuminaron; el murmullo de voces se redujo a un
zumbido lejano. Solo lo veía a él: una esbelta figura, con el pálido rostro y
unos labios llenos y sonrosados. Cuando elevó sus ojos hacia él, se produjo
entre ellos un relámpago de pura energía, que lo sacudió de pies a cabeza y lo
dejó mudo y paralizado.
Hyukjae
percibió una leve fragancia de lavanda. Su corazón dejó de latir y, al momento
siguiente, palpitó con desenfreno.
—Maldición,
Hyukjae, es tan encantador como Sehun aseguraba.
Al oír
el murmullo de admiración de su amigo, Hyukjae apartó la mirada del joven.
Sentía
un hormigueo por todo el cuerpo.
—Es la
perfección — corroboró, con voz inestable.
—¡Afortunado
tú, que tienes la excusa perfecta para hablar con él! —murmuró Kyuhyun—. Vamos,
adelante — dio un empujón al conde.
A
decir verdad, Hyukjae no podría haberse resistido. Como hechizado, caminó hacia
él, advirtiendo apenas que apartaba con suavidad a una gruesa matrona que
parecía conversar con la Visión.
—Mr Donghae,
soy lord Eunhyuk — tomó su mano y se la llevó a los labios. Volvió a sentir
aquella... corriente que se creaba entre ellos. A juzgar por el leve rubor que
cubrió sus mejillas de porcelana, el joven también debió de sentirla.
Por
sorprendente que pareciera, no reflejó nada más, y sus ojos permanecieron
inexpresivos mientras posaba en él su fría mirada. Pasado un momento, frunció
el ceño y tiró de su mano, que Hyukjae seguía sosteniendo con bastante fuerza.
Balbuciendo una disculpa, Hyukjae le soltó.
—¿Lord
Eunhyuk? — repitió con voz culta y modulada. Entonces, su frente se alisó—. Ah,
sí. Recibí la nota de su señora madre, y su toca está lista. Un momento,
milord.
Tras
inclinar la cabeza hacia él, se volvió hacia la mujer rolliza, que miraba a Hyukjae
con una expresión gélida de ultraje.
—Mi Lady,
me honra que el sombrero sea de su agrado, y le agradezco la adquisición.
Ahora, si me disculpa... —hizo una profunda reverencia. Elevando la barbilla
con desdén hacia Hyukjae, la clienta salió del establecimiento—. Por aquí,
milord.
Hyukjae
siguió de cerca al joven hacia un pequeño despaPark, con los ojos clavados en
el grácil balanceo de sus caderas. Cuando se detuvo nada más franquear el
umbral, Hyukjae estuvo a punto de chocar con él.
Se
volvió hacia él con una mirada inquisitiva, sosteniendo algo con sus largos
dedos de alabastro.
—¿Le
parece aceptable la toca, milord? ¿Se la empaqueto?
Aquellos
labios llenos, la lengua apenas avistada, lo fascinaban. La sutil fragancia de
lavanda, más intensa en la proximidad, le nubló el cerebro. Sintió un impulso
casi abrumador de tocar aquella mejilla de marfil, de sentir aquellos labios
cediendo bajo los de él. Perseguiría aquella lengua huidiza hasta su cálido y
húmedo refugio, deslizaría los dedos hacia su pecho... El cuerpo de Hyukjae se
endureció y en su frente brotaron gotas de transpiración.
—Sí...
claro — murmuró dentro de los confines de un pañuelo de cuello, de repente
demasiado prieto, mientras intentaba recuperar el hilo de la conversación—. Es
elegante... exquisito. Eh... la toca.
Mr Donghae
enarcó una ceja oscura para mirarlo con atención. Hyukjae le devolvió el
escrutinio, pensando que nunca se cansaría de contemplar sus ojos. No, más bien
los pensamientos, o los lirios en flor, con su intenso color azul.
Luego,
aquellos labios tentadores esbozaron una sonrisa, y Hyukjae comprendió con una
sacudida que debía parecer un perfecto idiota, Antes de que pudiera enmendarse,
Mr Donghae le entregó una
sombrerera.
—Por
favor, transmítale a lady Eunhyuk mi agradecimiento por su adquisición, y el
gran honor que me hace al emplear mis servicios. Buenos días, milord.
Hizo
una reverencia y, luego, le dio un empujoncito hacia la puerta. El roce de la
mano enguantada traspasó las capas de tejidos, dejándolo, una vez más, sin
saber qué decir.
Cuando
recuperó la voz, estaba de pie, en la acera, con Kyuhyun, delante de la tienda.
Un elaborado sombrero de hierro pintado con las palabras Mr Donghae se balanceaba suavemente al viento,
por encima de su cabeza.
—¿Eunhyuk?
— Cho lo miró de pies a cabeza y rió entre dientes—. No recuerdo haberte visto
tan turbado por un joven desde aquel bailarin de ballet de hace años, cuando
acabábamos de llegar de Oxford.
Hyukjae
movió la cabeza, confuso por lo
ocurrido. Sentía un hormigueo en manos y pies, como si hubiera presenciado la
descarga de un rayo.
—Ese
bailarín no le llega a la suela del zapato.
—Desde
luego que no —Kyuhyun exhaló un suspiro melancólico—. Vamos. Para reponerte,
recomiendo un fuerte líquido vigorizante.
Aunque
sus pies avanzaban hacia Saint James, la cabeza de Hyukjae volvía una y otra
vez hacia la tienda.
—¿Qué
sabe Sehun de él? ¡Habla!
—¡Sí,
milord! — Kyuhyun se cuadró a modo de burla—. No gran cosa, la verdad. Hace
poco que ha enviudado, a juzgar por el medio luto que lleva.
—¿Medio
luto?
—¿No
te has dado cuenta? —Kyuhyun rió—. Supongo que estabas demasiado ocupado
imaginándolo sin el luto. Aunque, te prevengo, según dice Sehun, si estás
pensando en seducirlo, te llevarás una decepción. Al parecer, Saint Clair lo
descubrió primero, y todos los de su pandilla han desfilado por la tienda con
los pretextos más débiles.
—¿Saint
Clair? — repitió Hyukjae con desdén.
—El
mismo. Conociéndolo, las insinuaciones no eran nada sutiles, pero, al parecer,
Mr Donghae rechazó todas y cada una de sus invitaciones a cenar o al teatro. De
hePark, según Sehun, lo único que sacaron de él fueron palabras educadas sobre
encargos de sombreros para sus parejas. Concluyó que debía de ser de clase media
e irremediablemente virtuoso.
Hyukjae
lo miró con aspereza.
—Yo
diría que has aguzado el oído. No es propio de ti exhibir tanto interés por un
joven.
Kyuhyun
le dirigió una mirada severa.
—¿Y
qué me dices de ti ? ¿No estarás pensando en un nuevo devaneo, justo cuando
acabas de deshacerte de La Tempestina ? Además, cuando Yesung partió para
unirse a Wellington, prometiste traer a Ryeowook a Londres. ¿No teníais una
especie de... acuerdo?
—Nada
formal. Ya sabes lo tímido que se ha vuelto después de su accidente. Lo
tranquilicé diciéndole que, si no encontraba a ningún pretendiente que le
agradara antes de que acabara la temporada, siempre podría casarse conmigo.
Pero... —desechó la idea con un ademán despectivo— todavía queda mucho para
eso. ¿Tienes algún interés en ese joven?
— No
tengo muchas posibilidad – Kyuhyun sonrió con ironía–. Si ha rechazado a Saint
Clair, con toda su riqueza, no se planteará conceder sus favores a un segundón
sin título y con una renta modesta. En cambio, tú... –trazó un arco con la
mano– podrías conquistar la fortaleza. Eres rico, apuesto, un predilecto en
sociedad...
—Basta
de charla —gruñó Hyukjae—. Tengo que idear un pretexto para volver... ¡Dios, qué tonto soy! –se paró en
seco.
—¿Qué
pasa?
—Mi
madre me pidió que le encargara otro sombrero, pero estaba tan concentrado
quedando como un pasmarote, que se me olvidó decírselo y tampoco saldé la
cuenta –su irritación se disolvió en una sonrisa—. Bueno, tendré que volver
ahora mismo a enmendar mi error. Y a redimirme. Seguramente, pensará que soy un
pazguato. Espérame en White's.
Se
alejó tan deprisa, que Cho tuvo que correr para alcanzarlo.
—¡Espera,
Hyuk! La tienda ya debe de estar cerrada.
Hyukjae
se desembarazó de la mano de su amigo. Ni siquiera él mismo podía explicarse
aquel impulso irresistible de ver a Mr Donghae de nuevo, enseguida.
—Es
imposible que se haya ido todavía. Acabamos de salir, y tenía otros clientes.
Adelántate a White's, yo iré enseguida.
Kyuhyun
se quedó rezagado, riendo entre dientes.
—No
hace falta que me digas cuándo estoy de más. Está bien, te esperaré —le gritó a
Hyukjae— .Pero no digas que no te previne si lo único que puedes tratar de
seducir es una puerta cerrada a cal y canto.
Park
Donghae suspiró, mientras veía salir a su última clienta. La señora ser una
nueva rica, proclive a los alardes, pero, al menos, sus raíces de clase media
la inducían a pagar sus cuentas al momento. Al contrario que la mayoría de los
nobles que frecuentaban su establecimiento.
Donghae
se dejó caer en la silla, ante su pequeño escritorio, y sacó una bolsa, en la
que guardó el dinero. Podía oír a Heechul trajinando en el piso de arriba,
canturreando en coreano, mientras ponía la mesa para el té de su señor. Quizá
una bebida caliente le calmaría los nervios.
No
tanto como lo haría un puñado de clientes con dinero en efectivo, se lamentó.
Prefería, con creces, las monedas contantes y sonantes a las miradas ardientes
del último caballero. De hecho, deseaba con fervor que lady Eunhyuk hubiese
ido en persona a recoger su adquisición. A pesar de su rango impecable, siempre
pagaba contra entrega.
Aun
así, el hijo de lady Eunhyuk lo había sorprendido. Dada la belleza casi juvenil
de la madre, Donghae esperaba ver a un mozalbete. Desde luego, no al caballero alto
y corpulento que llenaba su pequeño despacho, empequeñeciéndole a él y a su entorno,
mientras sus ojos, insinuaban placeres nada juveniles.
Un
hombre realmente apuesto, reconoció, siempre que uno fuese susceptible a tales
atributos. Y, por supuesto, él no lo era. Aun así, una repentina imagen del
brillo intenso de aquellos ojos provocó un estremecimiento por su espalda. Un
estremecimiento que era un débil eco de... se negó a poner un nombre a la
sensación que se había adueñado de él cuando lord Eunhyuk lo mirara por primera
vez, y cuando le tocó la manga con naturalidad.
En
cualquier caso, debía desconfiar de aquellas miradas. Lo que necesitaba era una
pronta remuneración por su trabajo, no otra dosis de las degradantes
insinuaciones que ya había soportado de boca de otros nobles como él. Aunque
dominaba el arte de enmascarar su indignación y pasar por alto, con gracia,
tales comentarios, todavía lo ofendían aquellos ofrecimientos velados.
Volvió
a fijar la vista con resolución en el libro de cuentas. Al calcular la cantidad
necesaria para sacar adelante la sombrerería, no imaginó una clientela de
personas elegantes poco proclives a pagar a sus tenderos.
Bueno,
tendría que reducir gastos. No había sobrevivido a largos meses de amargura en
un pequeño pueblo, viendo morir lentamente a Spencer, ya un año de pintar
retratos de aristócratas por toda Europa, para sucumbir a la desesperación
cuando solo hacía unos meses que había regresado a Inglaterra.
Conseguiría
ganar dinero suficiente para pagar al tutor de Hyuk y ahorrar para su posterior
formación en la universidad. Hyuk, el mejor y más hermoso recordatorio de su
vida con Spenser. La imagen del rostro de su hijo, con el brillo travieso de
sus ojos, idénticos a los de su padre, suavizó su consternación y frenó la
oleada de desconsuelo, a la que sucedió una resaca agridulce de anhelo.
Con
resignación, la reprimió. Era imposible estar con él, lo sabía. El hijo de un
aristócrata, que algún día regresaría a su vida entre la aristocracia, no podía
vivir encima de una tienda. Repetirse aquel hecho cada domingo, después de una
fugaz visita a la distinguida casa de su tutor, el padre Siwon, apenas
suavizaba el dolor de la separación.
Lo
mejor que podía hacer, se dijo con resolución, era desechar aquellos
sentimentalismos y concentrarse en su tarea: asegurar su supervivencia,
ahorrar, y mantener a Hyuk oculto de la amenaza que lo privaría, incluso, de
aquellas preciadas horas con él.
El
tintineo de la campanilla lo interrumpió. Aunque no se había molestado en echar
el cerrojo, ya había pasado la hora de cierre, y se preguntó quién querría
hacerle una visita tardía. Con suerte, alguien con los bolsillos llenos de
soberanos, pensó mientras se plantaba en el rostro una sonrisa de bienvenida.
Antes
de que pudiera salir de su despacho, una figura fornida entró en él. Su
sonrisa se extinguió.
—Señor
Youngmin –dijo con frialdad–. ¿Necesita algo su patrón? Todavía falta una
quincena para el siguiente pago de la renta.
—Buenas
tardes, señor –rechoncho, de corta estatura, fornido de hombros, Youngmin
caminó a paso lento hacia él. Donghae retrocedió entre el batiburrillo de su
despacho, hasta que chocó con su mesa. Su insolente lascivia mientras lo
miraba, deliberadamente, de arriba abajo, le despertó un intenso deseo de
abofetearlo.
—No,
todavía no es día de pagar el alquiler, pero como es un joven de negocios –Youngmin
dio a la palabra un énfasis burlón, –no debe de estar al corriente de otros
gastos necesarios para mantener a flote un establecimiento. Como el de
asegurarse protección contra la gentuza capaz de robar a honrados tenderos.
Donghae
pensó en la bolsa de monedas que estaba sobre el escritorio, a su espalda.
—¿Ah,
sí? Me habían asegurado que este era un barrio tranquilo. Desde luego, la renta
del local respalda esa conclusión. ¿Acaso su patrón fingía al reafirmar ese hecho?
El
señor Youngmin sonrió, dejando al descubierto un hueco entre dientes
irregulares y amarillentos.
—Incluso
en barrios elegantes, uno necesita protección. Mi jefe quiere asegurarse de que
la reciba... a cambio de una pequeña cuota, claro. Bastaría con diez libras más
al mes.
—¡Diez
libras más ...! —exclamó Donghae—. ¡Eso es absurdo! Antes que pagar ese precio,
si realmente es precisa cierta protección, prefiero desenterrar la pistola de
mi difunto marido y defenderme por mis propios medios. Dele las gracias a su
patrón por su amable ofrecimiento, pero no puedo permitírmelo.
—Quizá
no pueda permitirse pasar sin protección –Youngmin se acercó a la mesa de
trabajo de Donghae y alargó el brazo para acariciar un sombrero inacabado. Donghae
reprimió la orden de que apartara sus sucias manos de la prenda–. A veces, les
ocurren cosas... a los que no tienen protección. ¿Se ha enterado de lo que le
ocurrió al taller de costura de Grill's Way? La semana pasada ardió hasta los
cimientos. La propietaria lo perdió todo. También pensó que la protección
resultaba excesivamente cara. Mucho más barata que empezar de nuevo, diría yo.
Donghae
se puso rígido.
–Y yo
diría que lo que me propone se llama extorsión.
El
señor Youngmin se encogió de hombros.
–Nunca
se me dieron bien las palabras —le miró directamente a los ojos—. Será mejor que
se acuerde de ese taller de costura, señor.
Donghae
apretó los labios. Apenas podía cubrir gastos... ganar diez libras más
resultaría imposible. Además, aquello era claramente ilegal. ¿Cómo se atrevía
aquel matón a intimidarlo?
Se
enderezó y se volvió hacia el señor Youngmin. Estaba recostado contra la mesa
de trabajo, observándolo, con un rastro de sonrisa burlona en los labios. La
ira enrojeció las mejillas de Donghae.
—Dígale
a su jefe que no puedo permitirme su ... protección. Aconséjele también que
esta clase de amenazas es ilegal, y que acudiré a las autoridades en caso de
que persista.
Ante
su furia, la sonrisa de Youngmin se amplió.
—Yo
que usted no lo haría, señor. El señor Han conoce a mucha gente poderosa. ¿Cómo
cree que consiguió comprar tantos locales de los alrededores, donde todos los
nobles se gastan los dineros? –con pequeños ojos brillantes, se acercó de nuevo
hacia él–. Pero no tema, señor. En casos especiales como el suyo, el viejo Young
tiene otra oferta. Sea cariñoso conmigo y hablaremos de esas diez libras al
mes.
Se
humedeció los labios y lo agarró con un brazo carnoso. Donghae sintió su
desagradable aliento en el rostro. Se apoyó en la mesa y lo empujó.
—Quíteme
las manos de encima, señor Youngmin. Reserve sus amenazas para las busconas de
Covent Garden.
Youngmin
siguió agarrándolo, y su mirada se tomó desagradable.
—¿Se
cree demasiado bueno para un tipo como yo? ¿Se le antoja alguno de esos
elegantes caballeros que siempre andan rondándolo? Lo he estado observando, y
ninguno de ellos se ha quedado a hacerle compañía. Ni lo harán, en cuanto le
echen el ojo a esto –le enseñó el puño cerrado de la mano que tenía libre–. Así
que ya puede ser más cariñoso, señor.
Lo
apretó con brusquedad contra su pecho y plantó su boca, grande y húmeda sobre
la suya. Con la lengua, intentó abrir los labios firmemente apretados de Donghae
y elevó una mano hacia su pecho, rozando el pezón con los dedos.
Donghae
lo empujó con todas sus fuerzas, y logró hacerle retroceder lo bastante para
preparar un fuerte golpe. Youngmin se adelantó. Atrapó la mano levantada y la
inmovilizó. Sus ojos destellaron, su respiración se aceleró y profirió una
carcajada casi gutural.
—Cariño,
ni siquiera sabes cómo hacerlo –antes de que Donghae tuviese tiempo de
reaccionar, le dio un manotazo en la boca.
El
golpe lo impulsó contra el escritorio, y se golpeó la cadera con la superficie
de roble. Un reguero de sangre resbaló del labio herido. Asustado pero furioso,
buscó a tientas algo que sirviera de arma. Cerró los dedos en tomo al pesado
tintero de cristal, lo arrastró hasta su espalda y se enderezó para encararse
con Youngmin.
Este
se retiraba, indiferente. Después de dos pasos, se detuvo para hacer una
reverencia exagerada.
—Piense
en las ofertas. En las dos. Porque le aseguro, señor, que sus problemas no han
hecho más que empezar.
Un
hombre entró y se detuvo.
–¿Mr
Donghae?
Oh muy intenso si
ResponderEliminarPobre pez... Quién lo manda a ser tan guapetón ~
ResponderEliminarMe encantan las novelas del siglo pasado. Pero había muchas cosas que no entendí...
TT___TT
Viejo cochino....y tal vez el patrón ni le haya dicho que aumentara lo de la "protección",solo quiere que Hae pague en moneda o sea cariñoso...viejo sucio.
ResponderEliminarEl mundo esta atraido por Hae,nadie a pasadi de él,pero Hae si ha pasado de todos...solo ha reaccionado así con uno,nada perdido el hombre...y bueno,no lo culpo *0*
Y tiene un hijo,obvio debe ser beeeeeello como su padre