Amante del Aristócrata- Capítulo 16



Aunque Kangin le había asegurado que no debía temer a Shangho ahora que lo vigilaban, Leeteuk estuvo casi una semana sin salir de casa. Envió a su lacayo a casa de la modista para cancelar dos pruebas. Por suerte, esa misma semana había contratado a un lacayo y al resto de los criados.

    Tampoco regresó a la bonita tienda donde había comprado todo lo necesario para los regalos de Navidad de Kangin: una corbata y pañuelos con sus iniciales bordadas y algunas camisas de seda, varias de las cuales ya estaban terminadas.

    Paradójicamente, el día en que se toparon con Shangho no estaba tan asustado como al siguiente, después de pasar la noche con Kangin. Aunque él no había dicho una sola palabra más al respecto después de sus advertencias, Leeteuk había percibido su miedo.

    Quedarse encerrado en casa tenía algunas ventajas.


 Después de tres días de angustiosas dudas, por fin había terminado una carta para tía Sora. En ella le explicaba que su amigo había visto a otro médico que le ofrecía alguna esperanza y que los dos se habían mudado a Londres para estar cerca del nuevo médico.

    Le resultaba muy difícil seguir mintiendo a su tía, que además, esperaría unas señas adonde responder sus cartas. Finalmente, Leeteuk usó las suyas puesto que era la única dirección que conocía de Londres, aparte de la de Kangin, que lógicamente quedaba descartada.

    Había incluido una carta para su hermana donde le contaba un montón de chismorrees de su ciudad natal, todos inventados por él, naturalmente. Las dos cartas lo habían hecho sentirse tan despreciable que no había sido buena compañía para Kangin. Él había notado algo raro y se lo había hecho saber, pero Leeteuk se había excusado con más mentiras sobre una supuesta melancolía a causa del mal tiempo. Como resultado, al día siguiente había recibido flores que lo habían hecho llorar.

    Por fin se convenció de que era un tonto por que darse escondido dentro de la casa. Quizá influyera también el hecho de que era un precioso día de invierno; la cuestión es que se dirigió a la modista para las pruebas finales y terminó con ellas rápidamente. Vaciló un momento antes de salir de la tienda, temiendo encontrarse otra vez con el joven lord Cho.

     Pero el vestíbulo estaba prácticamente desierto a una hora tan temprana de la mañana. Pero precisamente cuando iba a abrir la puerta de salida, ésta se abrió sola y entró tía Sora con su hermana, Inyoung, apenas un paso detrás. Desde luego, Inyoung soltó un grito de alegría al verlo y se arrojó a los brazos de Leeteuk. Sora estaba tan sorprendida como Leeteuk, aunque sin duda para ella no era una sorpresa tan desagradable como para el joven.

     —¿Qué haces en Londres? —preguntaron las dos al unísono.

     —¿No has recibido mi carta? —dijo Leeteuk.

     —No... claro... que... no.

     Las pausas entre palabras añadieron fuerza al reproche de Sora, como si Leeteuk no viera ya suficiente reproche reflejado en su expresión. Debería haber escrito antes. Sabía que tía Sora estaría impaciente por recibir una carta. Pero le resultaba tan difícil mentir a su familia, que lo había dejado para el último momento. Ahora tendría que dar explicaciones.

     —Te escribí, tía Sora, para decirte que me trasladaba a Londres con Kwanghee. Ha encontrado un médico nuevo que le ha dado alguna esperanza ¿sabes?, por eso quería estar cerca de él.
   
 —¡Es una noticia estupenda!

     —Así es.

     —¿Eso significa que volverás pronto, Teuk? —preguntó Inyoung, esperanzada.

     —No, cariño, Kwanghee sigue estando muy enfermo —respondió abrazando a su hermana.

     —A tu hermano lo necesitan aquí, Inyoung —añadió tía Sora con solemnidad—. Su amigo necesita que alguien le levante el ánimo, y Leeteuk, con su gran corazón, es la persona ideal para hacerlo.

     —Pero ¿qué hacéis vosotras en Londres, tía? —volvió a preguntar Leeteuk.

     Sora dejó escapar una pequeña exclamación de fastidio.

     —Nuestra modista se marchó de Kettering y sin previo aviso. ¿Te lo imaginas? Y yo no quería ir a esa mujerzuela francesa que competía con ella. Así que decidí que puesto que Inyoung y yo necesitábamos algunos vestidos nuevos para la temporada de fiestas, debíamos ir al sitio mejor, y varias de mis amigas me recomendaron a la señora Kwang.

    —Sí, es excelente —asintió Leeteuk—. Yo también le he encargado varios trajes, puesto que no traje mucha ropa.

—Pues si van a  necesitarte   aquí  mucho   tiempo más, házmelo saber y te enviaré tus cosas. No deberías privarte de nada mientras haces una obra de caridad. A propósito, ¿te has dado cuenta de que en Londres están en plena temporada de fiestas? Tengo muchas amigas que estarían encantadas de presentarte en sociedad. Estoy segura de que tu amigo no te reprochara que le robes alguna hora de tu tiempo para mantenerte animado tú también.

    Tía Sora tenía buenas intenciones, desde luego, pero Leeteuk no podía aprovechar la temporada de fiestas para buscar marido. Pero puesto que no podía  mencionar ese tema, se limitó a decir:

     —Eso tendrá que esperar, tía Sora. Me sabría tan mal salir a divertirme mientras Kwanghee se queda en cama, que sería incapaz de pasar un buen rato.

     Sora suspiró.

     —Te comprendo, pero ¿te das cuenta de que estas  en la edad ideal para casarte? En cuanto regreses a casa. Haremos planes para tu presentación en sociedad. Comenzaré a hacer los arreglos necesarios de inmediato.  Se lo debo a mi hermana. Ella hubiera querido que te  casaras bien.

Leeteuk se entristeció. No deseaba que su tía derrochara su tiempo en planes que nunca podría llevar a la  práctica. Pero no podía decirle que no se molestara sin contarle la verdad. ¿Y qué le diría dentro de seis meses?  ,Y dentro de un año? ¿Qué Kwanghee seguía enfermo? Esa  excusa se volvería cada vez menos creíble a medida que  pasaran los meses.                    .

      Lo único que podía hacer era advertirle.

      —No hagas ningún plan concreto por el momento,  tía. Aún no sé cuánto tiempo van a necesitarme aquí.

      —Desde luego —convino Sora— Y a proposito, ahora que estoy en Londres, me gustaría presentar   mis respetos a tu amigo.                          

       Leeteuk se sintió preso del pánico. Su mente quedo   en blanco. No se le ocurría una sola excusa para negarle ese deseo a su tía. Peor aún, comprendió que Sora también querría visitarlo a él y que si lo hacía no vería a Kwanghee, sencillamente porque Kwanghee no existía.

Pero su tía no tenía sus señas ni las tendría hasta que regresara a casa y leyera la carta de Leeteuk. ¿Por qué había puesto sus verdaderas señas en ella? Porque había dado por sentado que su tía no viajaría a Londres. Sora nunca iba a Londres porque detestaba las multitudes. Pero allí estaba... y Leeteuk no se atrevía a darle su dirección sin saber en qué momento pasaría a verlo.

     Afortunadamente, mientras pensaba en estas cosas se le ocurrió un pretexto.

     —Kwanghee no está en condiciones de recibir visitas. El viaje a Londres supuso un gran esfuerzo para él, y necesita todas sus fuerzas para ir a visitar al médico.

     —Pobrecillo, ¿tan mal se encuentra?

     —Pues sí, estaba al borde de la muerte antes de iniciar este tratamiento. El médico dice que pasarán varios meses antes de que notemos algún efecto. Pero a mí sí que me gustaría veros mientras estéis en Londres. ¿En qué hotel os alojáis?

     —En el Albany. Espera, aquí tengo las señas. —Rebuscó en su bolsa hasta encontrar una tarjeta y se la entregó a Leeteuk.

      —Pasaré a visitaros —prometió—. Os he  echado mucho de menos a las dos. Pero ahora tengo que volver. No me gusta dejar a Kwanghee solo mucho tiempo.

   —Mañana por la mañana, Leeteuk —dijo Sora como si fuera una orden—. Te estaremos esperando.



    —Bueno, ya era hora de que el muy condenado se bajara del coche —dijo Sukin a su amigo mientras refrenaba a los caballos del coche en el que perseguían a Shangho—. Comenzaba a pensar que nunca lo iba a encontrar a solas.

    —¿Y a eso le llamas a solas? —preguntó Seungin sin apartar los ojos de su presa—. Lleva consigo a un joven.

    Sukin suspiró.

    —Bueno, fue más fácil secuestrar a al sobrino del capitán que seguir a este.

    —Estoy de acuerdo, pero no quiero recordarte el desastroso final, puesto que resultó ser el sobrino del capitán en lugar del esposo de su enemigo.

    —Cómo íbamos a saberlo —gruñó Sukin—. Ni siquiera lo sabía el propio capitán, hasta que él se lo dijo. Además, esta vez no podemos equivocarnos. Ésa es nuestra presa. Para atraparlo, sólo necesitamos pillarlo solo, sin sus criados.

    —Llevamos una semana esperando ese momento —le recordó Seungin—. Pero el muy tunante nunca se aleja demasiado de su casa o de su coche.

    —Insisto en que debimos haberlo cogido en la taberna. Podíamos haberlo sacado por la puerta trasera. Su cochero aún seguiría esperándolo frente a la principal.

    Seungin negó con la cabeza.

    —El capitán dijo que fuéramos discretos. Y la taberna estaba hasta los topes.

    —¿Y esta calle no?

    Seungin miró de un extremo al otro de la calle antes de confirmar:

    —No tanto. Además, los transeúntes no suelen meterse en asuntos ajenos. ¿Quién se enteraría si lo escoltamos a nuestro coche, en lugar de al suyo?

    —Sigo pensando que debimos cogerlo en esa casa que visita a las afueras de Londres. No creo que allí hubiera nadie más, pues parece abandonada.

    —La última vez que fuimos allí había una luz en el interior. ¿O acaso dormías?

    —¿Cuánto tiempo piensas seguir chinchándome porque me quedé dormido sólo una maldita vez? —protestó Sukin.

    —Dos veces, pero ¿quién cuenta...? —Seungin se interrumpió y frunció el entrecejo sin apartar la vista de Shangho y el joven que lo acompañaba—. El joven parece aterrorizado.

    Sukin estudió a la pareja.

    —Puede que lo conozca. Si yo fuera él y lo conociera, también tendría un miedo de todos los demonios.

    —Sukin, no me parece que lo acompañe por voluntad propia.

    —Diantres, ¿quieres decir que lo está secuestrando?, ¿cuando en teoría somos nosotros quienes debemos secuestrarlo a él?



     El cochero de Leeteuk se había visto obligado a mover el coche para dejar paso a un carro de mercancías, de modo que no estaba donde el joven lo había dejado. Estaba casi en la esquina, y agitaba los brazos para llamar la atención de Leeteuk. El chico echó a andar hacia allí, aunque su atención seguía centrada en el inesperado encuentro con su tía y su hermana.

    De modo que no notó que lord Shangho se le acercaba. No lo vio hasta que él le cogió el brazo con fuerza y comenzó a andar a su lado.

    —Si haces el más mínimo ruido, bonito, te romperé el brazo —le advirtió con una sonrisa.

    ¿Se había percatado de que Leeteuk estaba a punto de gritar a voz en cuello? Había palidecido al verlo. Y Shangho tiraba de él, aunque, gracias a Dios, en dirección al coche de Leeteuk. ¿Notaría su cochero que necesitaba ayuda? ¿O acaso daba la impresión de que acababa de encontrarse con un amigo?

    —Suélteme —ordenó, aunque más que una orden pareció una tímida protesta.

    Pero Shangho rió. ¡Rió! Y el sonido de su risa heló la sangre de Leeteuk.

    Sabía que debía gritar a pesar de la amenaza de Shangho. Al fin y al cabo, ¿qué era un brazo roto comparado con lo que era capaz de hacerle ese hombre?

    Sin embargo, Shangho debió de percibir que estaba a punto de crearle dificultades porque le hizo callar con una escalofriante confesión:

    —He matado a ese bastardo de Boom, ¿sabes? Por alentar mis esperanzas con la promesa de un joven virgen. Debería haberte vendido directamente a mí, en lugar de organizar una subasta. Pero ahora me arrepiento, porque su hermano ha ocupado su lugar. Es un hombre mucho más estricto y no creo que me permita azotar a las zorras. En fin, ese lugar sólo me ofrecía aperitivos. Tenía que ir a otros sitios para obtener auténtico placer, como el que tú me darás ahora.

    Lo dijo con tono indiferente, como si estuviera hablando del tiempo. Incluso el pequeño arrepentimiento que demostraba no era por haber matado a un hombre, sino porque el asesinato le haría perder algo a lo que estaba acostumbrado.

    Leeteuk estaba tan asustado que ni siquiera se percató de que habían cruzado la calle en dirección al coche de Shangho, hasta que éste lo obligó a subir.

    Entonces gritó, pero él ahogó sus gritos aplastando su cara contra el asiento acolchado.

    Lo mantuvo así hasta que el joven sintió que no podía respirar y fue presa del pánico. ¿Lo mataría allí y entonces? Cuando le soltó la cabeza, lo único que hizo Leeteuk fue respirar hondo para recuperar el aliento. En realidad, era lo único que podía hacer. Pero le dio tiempo a amordazarlo antes de que intentara gritar otra vez.

    ¿Lo había visto su cochero? ¿Había hecho algo para ayudar? Pero ya era demasiado tarde. El coche de Shangho se había puesto en marcha en el mismo momento en que habían subido, y no iba precisamente despacio.

    La mordaza no era lo único que le impedía defenderse. En cuanto Leeteuk consiguió incorporarse se volvió hacia Shangho para atacarlo, pero apenas levantó la mano, él le cogió el brazo y se lo retorció a la espalda, donde lo ató al otro.

    La cuerda estaba tan apretada que sus dedos se entumecieron. La mordaza, atada en la nuca, era igualmente prieta y le lastimaba las comisuras de la boca.

    Pero Leeteuk sabía que aquellas molestias eran insignificantes. Habría preferido no saberlo. Habría preferido que Kangin no le hubiera hablado de las crueldades de que era capaz ese hombre.

    Tenía que escapar antes de llegar a su destino. Todavía podía usar los pies, pues no se los había atado. ¿Se abriría la puerta si le daba una patada? ¿Podría arrojarse fuera del coche antes de que él lo sujetara? Estaba lo bastante desesperado para intentarlo. Sólo tenía  que girarse un poco para dirigir la patada...

     —Habría esperado a que se cansara de ti y te abandonara, pero por la forma en que te protegía supe que no iba a dejarte hasta dentro de bastante tiempo. La paciencia no es una de mis virtudes. Y por desgracia para ti, bonito, ahora no podré liberarte, todo por culpa de él.

     “Él”, naturalmente, era Kangin. Pero Shangho había  acaparado toda su atención con la frase “ahora no podré liberarte”. ¿Tanto temía a Kangin? Si conseguía escapar, le contaría a Kangin lo sucedido y él buscaría a Shangho... Sí; tenía razones para temer a Kangin. Quizá pudiera aprovecharse de ese miedo... si le quitaba la mordaza el tiempo suficiente para poder hablar.

     —A menos que también lo mate a él, desde luego.

     La sangre de Leeteuk volvió a helarse. Shangho ni siquiera lo miraba mientras hablaba; tenía la vista fija en la ventanilla. Era como si hablara para sí. Los locos hablaban solos, ¿verdad?

     —Se lo merece, teniendo en cuenta todos los trastornos que me ha causado. —Entonces lo miró con unos ojos tan fríos como el hielo—. Quizá consigas convencerme de que le perdone la vida.

     A pesar de la mordaza, Leeteuk quiso hablar, decirle lo que podía hacer con esa clase de tratos, pero sólo consiguió articular sonidos ahogados. No obstante, sus ojos cargados de furia, temor y odio hablaron por él.

Shangho rió.

Leeteuk no era tonto. Sabía que si ese hombre estaba decidido a matar a Kangin, nada de lo que dijera le haría cambiar sus planes. Pero a Kangin no lo pillaría por sorpresa, como a Boom. Y no sería fácil matarlo. Shangho lo sabía y por eso le temía. Si al menos pudiera sacar ventaja de ese miedo...


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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...