El Poder del Fuego- Capítulo 14



La espada de Kangin no sirvió de nada contra la Kajmela, así que la dejó caer y cogió un palo grueso del suelo. Los gritos de Boom se elevaron una octava hasta ser estridentes y escalofriantes. No iba a durar mucho tiempo más.

Boom le había dado la vuelta a su espada, sosteniéndola por la hoja y usando la empuñadura en un esfuerzo por alejar a la cosa de él. La empuñadura era de poca utilidad contra la cosa que le estaba comiendo entero.

Necesitaban fuego. Era lo único que podía matar a una Kajmela, y Leeteuk era el único que podía hacerlo.

Sentía a Leeteuk tirando de su poder, pero aún no había fuego. Ni siquiera una chispa. Kangin golpeó a la Kajmela con el palo, y una gran mancha de lodo se desprendió de la masa, chocando contra la pared del fondo. La golpeó una y otra vez, arrancando trozos de la Kajmela, pero siempre había más para llenar los agujeros.

Necesitaban fuego, maldita sea. ¿Por qué no estaba Leeteuk usando su poder para darles fuego?

Porque no tenía idea de qué se suponía que debía hacer. De pronto recordó que nunca había sido entrenado. Sólo esperaba que hubiera suficiente tiempo para enseñarle ahora. Boom estaba cubierto hasta el pecho, ya no podía tomar aliento para gritar. El ácido Sasaeng disolvía la carne donde le tocaba, haciendolo sangrar profusamente en cada parte que la Kajmela y la piel se tocaban.

Kanign siguió bateando, desesperado por salvar a su amigo a pesar de que sabía que era inútil.

La lucha de Boom cesó, y Kangin podía ver que había aceptado su destino. Iba a morir.

Mientras continuaba luchando contra la Kajmela, Kangin formó una imagen mental de lo que quería que Leeteuk hiciera, y lo envió a través de su ya congestionado vínculo. El podía sentir su rechazo ante la idea, así que presionó más exigiéndole que le escuchara.

—Coge mi espada —pidió Boom— No quiero que lastime a nadie —su voz estaba ronca por los gritos, y superficial por la falta de aliento.

La Kajmela avanzó hasta que estaba casi en la garganta. Boom apretó los dientes contra el dolor, y lanzó la espada sangrienta a Kangin. Este la dejó chocar contra el suelo. Una vez que la tomó, Boom se dio por vencido. Bien podría estar muerto.

Kanign atacó a la Kajmela, liberando toda la furia sobre la cosa. Ésta no era la forma en que Boom debía terminar. Se suponía que iba a vivir. Se suponía que iba a encontrar a su propio Suju. Se suponía que su vida terminaría pacíficamente después de muchos años, cuando hasta el último Sasaeng fuera expulsado de la tierra.

No se suponía que iba a morir sufriendo en una oscura cueva, sabiendo lo que iba a pasar.

—Vete, Kangin —dijo con voz entrecortada.

—No te dejaré — El sudor le cubría el cuerpo. Golpeó a la Kajmela sin piedad hasta que casi la mitad de ella estaba cubriendo la pared de roca.

—De cualquier manera estoy muerto. Mi marca de vida está vacía. Vete. Coge mi espada.

—¡No! —Kangin lanzó un furioso bramido, y golpeó a la Kajmela. El palo se le rompió en las manos.

—Salva... a Leeteuk.

Leeteuk. Aún estaba desviando más poder del que era seguro, y aún así no había fuego. Finalmente descubrió qué era lo que estaba haciendo con él. Estaba bloqueando a la otra Kajmela para que no le matara. Estaba protegiendo su espalda, pero no sería capaz de hacerlo por mucho más tiempo.

Kangin sabía lo que tenía que hacer, y odiaba cada segundo de ello. Miró fijamente a los ojos de Boom, agarró la espada, asegurándose que viera que la tenía a salvo y en su poder. La espada de Boom nunca le haría daño a nadie.

—Te quiero. Jamás serás olvidado.

Boom no podía hablar. La Kajmela le había llenado la boca. Una lágrima cayó de los brillantes ojos de Boom antes de que también fueran consumidos por el aceitoso lodo negro.

Cuando no quedaba nada de él, Kangin se dio la vuelta dejando de lado el dolor de su pena, centrándose en lo que tenía que hacer. Obtener la espada de Kang y salir de ahí mientras aún podía.

Cogió su espada del suelo, la metió en la vaina, y fue al lado de Leeteuk. A él le costaba respirar y temblaba. Tenía la piel de un tono gris enfermizo que le asustó como el infierno.

—Libérale ahora —ordenó. La voz estaba áspera y tensa por el dolor.

Leeteuk no respondió. Kangin puso la mano izquierda en su nuca, conectando las dos partes del Luceria.

—Dejale ir, Leeteuk. Necesitas dejarle ir.

Se estremeció desplomándose contra el costado. El muro alrededor de la Kajmela se disolvió, y la cosa se escurrió hacia ellos. Ahora era más grande. Más rápida. En algún lugar dentro de esa masa estaba la espada de Kang. La única forma de sacarla era quemar la Kajmela hasta hacerla cenizas.



Leeteuk se quedó parado, demasiado conmocionado para moverse. Tenía el cuerpo débil y tembloroso. Si no fuera por el apoyo de Kangin, se habría hundido en el suelo.

Kangin con el rostro en una máscara de torturada pena.

—Necesitas llamar al fuego —le dijo.

Leeteuk no entendía. No entendía nada de lo que estaba pasando.

—Tienes que quemar a la Kajmela para poder sacar la espada de Kang. Ahora, mientras hay tiempo.

Leeteuk sintió a su collar calentarse, y en una fracción de segundo vio la imagen de lo que Kangin quería que hiciera. Se vio de pie en el túnel, con fuego saliendo de sus dedos. El alquitrán dirigiéndose hacia ellos, estallando en llamas.

¿Kangin quería que hiciera salir fuego de su cuerpo? De ninguna manera. Él casi había muerto por el fuego. Su madre había muerto por el fuego. Su casa se había incendiado tres veces. La cafetería se incendió mientras todo el mundo estaba ahí. Se iba a quemar vivo en una oscuridad bastante parecida a ésta, y Kangin iba a ver cómo pasaba.

¿Cómo podía pedirle eso?

—Necesitamos la espada.

Sentía la tranquila desesperación de Kangin golpeando contra él. Estaba aplastado bajo una montaña de dolor y culpa, pero de alguna manera recuperar la espada aún estaba al principio de su lista de prioridades.

El monstruo de lodo se escurría hacia adelante, fundiéndose con la que se había comido a Boom. Las dos se convirtieron en una; una mucho más grande. Kangin lo arrastró por el túnel mientras la cosa avanzaba lentamente hacia ellos.

—Por favor Leeteuk, inténtalo. Necesitamos la espada —dijo en voz uniforme.

Leeteuk levantó la mano y cerró los ojos. No quería hacer esto, pero no tenía más remedio que intentarlo. Estaba seguro como el infierno que luego no querría volver aquí.

Se puso la cinta de poder, juntándolo dentro de él, manteniendo la aterradora imagen que Kangin le había dado en su mente. Fuego saliendo de sus dedos. Kangin pensaba que podía hacer eso. Estaba loco, pero tenía fe en él.

El poder dentro se fortalecía y calentaba. Le dolían las costillas como si estuvieran siendo empujadas desde dentro. El dolor creció hasta que empezó a sudar y temblar por su fuerza. El sudor le quemaba la piel, elevándose en volutas de vapor que olían a miedo. Mientras el poder se fortalecía, también lo hacía el calor. No podía soportarlo, y aún no salía fuego de su mano.

Su interior tenía que estar ampollado. Era demasiado calor. Iba a estallar en llamas. Ser consumido por ellas. Iba a morir. Esta era la forma en que iba a suceder.

Algo se rompió dentro de Leeteuk, algo entró en pánico, una parte infantil que no podía controlar. No podía hacerlo. No podía utilizar el poder de él de esta manera. Un profundo sentido de auto conservación mezclado con un miedo visceral al fuego lo hizo imposible.

Se sintió alejarse y cerrarse, sentía como su demasiado caliente cuerpo volvía a ponerse frío y a entumecerse, y vio a su visión sumergirse en una neblina gris. Todavía podía oír a Kangin animándolo, pero no podía hacerlo. No podía llamar al fuego. No al fuego.




Kangin sintió la mente de Leeteuk poniéndose en blanco por el terror y cerrándose. Su miedo al fuego había ganado. La espada estaba perdida.

Era el momento de salir de ahí antes de que ellos también estuvieran perdidos. Tiró de su mano, pero él no se movió. Alcanzó su mente y lo encontró acurrucado en el terror.

Él sacó su culo fuera de la mina. La pálida luz del alba le mostró la entrada. Incluso si la Kajmela los había seguido, no saldría con el amanecer tan cerca.

El viento le soplaba en la cara, secando las lágrimas de dolor. Boom se había ido. Leeteuk no respondía, y la espada de Kang seguía perdida.

Les había fallado a todos.

Leeteuk empezó a recuperar poco a poco la coherencia. Sentía a Kangin instalándolo en el asiento delantero de la furgoneta y ponerle el cinturón de seguridad. Una puerta cerrándose. Otra abriéndose y cerrándose de golpe. Un motor arrancando.

Se estaban yendo. Los monstruos estaban detrás de ellos. No había muerto en un incendio.
Boom estaba muerto. No podía dejar de repetir ese pensamiento en su mente. Estaba vivo, pero Boom estaba muerto. De alguna manera no parecía correcto, como si alguien hubiese cometido un error gigante, y tuviese que volver en cualquier momento para arreglarlo.
Todos volverían a la mina, y esta vez harían las cosas bien.

Pero los minutos transcurrieron, y nada sucedió.

La camioneta se sacudía mientras avanzaban por la carretera. La mina estaba a más de una milla detrás de ellos, pero aún podía sentir la opresiva maldad de ese lugar, el olor podrido pegado a la piel.

Boom estaba muerto, y ellos ni siquiera tenían la espada de Kang para mostrar su sacrificio. Esa parte era culpa de él, y su fracaso lo enfermaba.

Kangin estaba sentado en silencio mientras conducía, con las manos apretadas sobre el volante. La parte de atrás de su mano derecha estaba hinchada, con ampollas donde el monstruo de alquitrán le había tocado, pero no parecía darse cuenta. Su atención estaba fija en la carretera de grava.

El interior de Leeteuk quemaba, aunque no estaba seguro si era por los daños físicos, o por la sobrecarga emocional.

Kangin giró en un camino en dirección este. El sol no había roto el horizonte, pero el cielo estaba cada vez más claro. A pesar de que le picaban los ojos, Leeteuk dio la bienvenida a la luz. Instintivamente sabía que una oscuridad como a la que se habían enfrentado en la mina no sería capaz de tolerar la pureza de la luz solar.

—No vamos lejos —dijo Kangin. Su voz era áspera y dura en el silencio de la camioneta.

Leeteuk asintió. Sin confiar en sí mismo para hablar. Tenía miedo de que una sola palabra le hiciese llorar, y nunca sería capaz de detenerse. Por mucho que deseara dejarse ir y ceder a las lágrimas, Kangin lo necesitaba. Podía sentir lo mucho que estaba sufriendo. Su dolor lo empequeñecía, fluyendo sobre su vínculo en estremecedoras olas de agonía. Quería ser fuerte para él, encontrar una forma de ayudarle a aliviar su dolor, y si lloraba sería inútil. De nuevo.

No había nada que pudiera hacer para compensar su cobardía, pero tal vez podría ofrecerle a Kangin un poco de consuelo. Era lo único que podía pensar en hacer en honor a Boom.

Suponiendo que Kangin quisiera el consuelo de un hombre que había fracasado tan completamente.

—No fue culpa tuya.

Le dirigió una mirada dura. Todo el calor de sus ojos se había ido. Leeteuk tragó, a pesar de sentir las lágrimas obstruyéndole la garganta. Le brillaban los ojos por la necesidad de llorar.

—Debería haber llamado... hecho lo que me pediste —ni siquiera podía decir la palabra fuego.

—No debería haberte pedido eso sin enseñarte primero lo que necesitabas saber. Es un error que no repetiré. Vamos a encontrar un lugar para descansar un par de horas. Luego te llevaré a casa. Una vez que conozcas a Changmin, tendrás una comprensión mucho mejor de lo que puedes hacer.

—Es el hombre del que me hablaste. El que es como yo.

—Sí. Y también iremos a ver a Sunny. Sabrá qué hacer con la visión de tu muerte.

Leeteuk se estremeció involuntariamente al recordarlo.

—¿Qué crees que puede hacer? ¿Hacerme olvidarla?

—No. Pero podría ser capaz de decirte que no es real. Quizá fue algo que plantaron en ti para prevenir que alcances tu máximo potencial.

—¿Crees que alguien ha puesto esa visión en mi cabeza?

—Es posible. Sunny lo sabrá.

Había algo que no le estaba contando. Podía verlo en la forma en que se negaba a mirarlo, sentía la culpa hormigueando a lo largo del vínculo.

—¿Qué? —Preguntó—. ¿Qué estás ocultando?

—Jodida luceria —rechinó—. No es nada. Solo trata de descansar un poco. Estaremos en lugar seguro en unos minutos.

—Hay algo. ¿Qué estas ocultando? Escúpelo.

Se quedó callado unos minutos, apretando y relajando repetidamente la mandíbula.

—Hyungsik dijo que había algo mal contigo. Creo que esto es lo que quería decir.

—¿Algo está mal en mí? ¿Por qué no dijiste nada? —¨No podía creer su arrogancia al pensar que tenían derecho a ocultarle cosas—. Maldita sea, Kangin, tengo derecho a saber este tipo de cosas.

Su boca se torció en una mueca de disgusto.

—Te he dicho todo lo que sé. Además, no siempre puedes creer todo lo que él dice. Retorcería la verdad, o mentiría descaradamente si le sirve a su propósito. 

—¿Así que puede que no haya nada malo?

—Ojalá lo supiera. Lo que puedo decirte es que vamos a descubrirlo, y pasaremos por ello juntos.

Leeteuk dejó escapar un suspiro de cansancio.

—Estoy cansado de sentir que estoy dos pasos detrás de todos los demás.

—Leeteuk. Ya no hay “todos los demás”. Ahora somos sólo tú y yo.

Tenía razón. Estaban por su cuenta y esa era una realidad aterradora. Kangin era fuerte y capaz, pero él no. Temía que nunca lo sería.

¿Y si lo que le ocurrió a Boom le pasaba a Kangin? Los dos le habían dado ese estúpido juramento, sus vidas por la de él. No podía dejar que Kangin hiciera lo mismo.

—Basta ya —le ordenó—. Las cosas han ido mal esta noche, pero estarán bien.

—¿Cómo puedes saberlo? ¿Puedes ver el futuro?

—No, pero recuerdo el pasado. Por mucho que quisiera a Boom, mi pena por él se desvanecerá con el tiempo. Lo sé porque ya ha ocurrido docenas de veces. Me duele como un hijo de puta ahora, pero con el tiempo, el dolor desaparecerá. La pena disminuirá y la vida continuará. No tenemos el lujo de cerrarnos y revolcarnos en nuestro dolor. Tenemos un trabajo que hacer.

—La espada de Kang —aventuró.

—Sí. Aún tenemos que encontrarla. Colgarla junto a la de Boom en el Salón de los Caídos.

—¿Es eso lo que hacéis? Cuando uno de vosotros morís, quiero decir.

Kangin asintió tragando saliva y pestañeando varias veces.

—Es la manera en que les honramos. Cómo les recordamos.

Miró hacia atrás, a la camioneta vacía. Podía ver el brillo de la espada de Boom. Su sangre la cubría por todas partes, al igual que algunas negras viscosidades del monstruo que le había matado.

Fue a la parte trasera de la camioneta. Encontró una sábana blanca limpia guardada en una bolsa de lona, envolvió la espada en ella teniendo cuidado de no mancharse de sangre o del ácido negro. La metió dentro de la bolsa de lona y cerró la cremallera.

Se sintió como echar palas en la tierra sobre su tumba. Definitivo.

—Encontraremos la espada de Kang —le dijo a Kangin.

No lo había conocido, pero si Boom y Kangin estaban dispuestos a arriesgar sus vidas para recuperar su arma, entonces tuvo que haber sido un infierno de hombre. Se merecía ser honrado de acuerdo con sus tradiciones.

—¿Estás diciendo que aún estás dispuesto a ayudarme? —Preguntó Kangin lanzando una rápida mirada sobre el hombro.

—Te hice una promesa. Tengo la intención de mantenerla o morir en el intento —sabía cuál de esas dos era más posible, pero mantuvo eso para sí mismo.



Kangin necesitaba un poco de tiempo para reagruparse antes de enfrentarse con Changmin y el resto de los Suju con la noticia de la muerte de Boom. Las malas noticias podían esperar. Al menos eso se dijo a sí mismo como medio para justificar la postergación.

En otras tres horas conduciría al recinto, pero había una casa Elf a menos de diez minutos. Tenía que llevar a Leeteuk ahí y darle una oportunidad de descansar, también. Había estado despierto toda la noche, la fatiga y la tensión por usar la magia había hecho que los ojos se le inyectaran en sangre y se le hundieran los hombros.

No debería haberlo presionado tanto. Se dio cuenta ahora, pero era demasiado tarde para hacer nada excepto darle tiempo para dormir. De todas maneras, apenas podía contener su dolor, necesitaba empujarlo, dejarlos ser absorbidos profundamente en las piedras para que así no pudieran dañar a nadie.

Era una herramienta que todos los Suju aprendían desde que eran jóvenes como medio para tratar con el dolor de su creciente poder. Aquellos hombres que no pudieran dominar la técnica no pasaban más allá de su centésimo cumpleaños.

Kangin pensaba que cuando encontrara a su pareja ya no necesitaría esa habilidad, pero ahora podía ver lo equivocado que había estado.

Ingresó en el camino de entrada de la pequeña casa de ladrillos. Nadie vivía ahí, pero uno de los deberes de los Elf -los humanos de sangre pura que ayudaban a los Centinelas en la guerra- era mantener esos lugares como refugio seguro. Eso significaba darles la apariencia de estar habitadas.

Muchos Elf pasaban sus vidas estando unos pocos días en casas por todo el país, asegurándose de que sus vecinos sabían que viajaban por negocios, o estaban disfrutando de sus jubilaciones viendo el país. Cualquier historia que usaran, se asegurarían de bloquearlos y que no se entrometieran demasiado en los negocios de los Centinelas. La última cosa que los Centinelas necesitaban era atención extra.

Kangin había estado en esa casa antes. Necesitaban comer había pasado mucho tiempo desde su última comida y esperaba que aquel que cuidara de este lugar todavía fuera tan concienzudo como antes. A pesar del dolor y la tristeza, su cuerpo no podía seguir adelante sin combustible, y tenía que seguir adelante.

—Vamos a descansar un poco aquí —le dijo a Leeteuk, forzando la voz para que saliera estable y calmada—. Entonces te llevaré a mi casa.

Leeteuk hizo un gesto cansado y se deslizó fuera de la camioneta. Más que al olor rancio por el desuso, la casa olía a flores silvestres y pan recién horneado. Su estómago retumbó de apreciación.

—¿Estás hambriento? —Le preguntó a Leeteuk.

—No realmente. Estoy a punto de caerme.

—Vamos a ver si hay algo rápido aquí.

Kangin abrió la nevera, encontró un recipiente gigante de ensalada y una cazuela con una nota pegada en la tapa que daba instrucciones de cómo calentar la lasaña. Quien surtiera esa casa merecía un aumento de sueldo y una promoción.

Dejó la ensalada en el mostrador y deslizó la lasaña en el horno, siguiendo las instrucciones cuidadosamente escritas. No tardó mucho en encontrar los platos, cubiertos y la hogaza de pan aún caliente situada en el mostrador.

—Me siento como si estuviera invadiendo la casa de alguien —dijo Leeteuk.

—No lo haces. Los Centinelas son los dueños de la propiedad y pagan a gente para mantenerla. Así aquí tenemos un lugar seguro para descansar.

—Buena política —podía oír el cansancio en su voz.

—Hemos tenido un montón de años para hacerlo bien. Todavía recuerdo cuando las únicas comodidades que teníamos eran las que podían llevar nuestros caballos.

Leeteuk se detuvo en el proceso de llenarle el plato de lechuga.

—¿Qué edad tienes?

—Viejo —dijo—. Realmente viejo.

—Estás empezando a impresionarme de mala manera.

—Por eso no te voy a decir exactamente cuán viejo. Estás agotado. Vamos a comer ahora y responderé a las preguntas después de que hayas dormido.

El hecho de que no discutiera demostraba lo cansado que estaba.
El sol del amanecer se colaba a través de las ventanas de la cocina y pudo ver claramente las líneas de tensión alrededor de su boca. Sus ropas estaban sucias. Se sentaba dejándose caer, se veía frágil. Y al final de sus fuerzas. Derrotado.

Le daba ganas de tirar de él a sus brazos y hacer que todas las cosas malas desaparecieran. Quería encontrar una manera de mostrarle las partes buenas de su vida. Convencerlo de que no todo era lucha, sangre y muerte.

Quería enseñarle que podían estar juntos, con una poderosa fuerza para hacer retroceder a los Sasaengs a su propio mundo negro y salvar a la raza humana de la destrucción. Pero temía que una vez que se enterara que había otros hombres que podía elegir, miraría el tiempo que habían pasado juntos como perdido. Querría empezar de nuevo con un hombre que fuera más cuidadoso con él. Uno que podría introducirlo fácilmente en su mundo y mostrarle la alegría de ser un Suju.

Cuando se enterara de que podría tener algún otro hombre, podría perderlo. La idea hizo que se le enroscaran las manos en puños y sabía que evitaría que eso ocurriera con cada aliento de su cuerpo. Era suyo y lo iba a retener. Encontraría la manera de compensar el dolor y el terror que había sufrido esa noche. Había tiempo para prepararlo para que confiara en su poder. Con un poco de suerte en todo, nunca encontrarían la espada de Kang y estaría atado a él para siempre.

Kangin se detuvo cuando la idea entró en su mente, enraizándose. No podía hacerle eso. No podía hacerle eso a Kang. No podia permitir que la espada vagara libremente en las manos de los Sasaengs. Ninguno de los que habían visto en la mina tenían manos para manejar la espada, pero finalmente, uno podría reclamarla como suya. O peor aún, uno podría ser suficientemente poderoso para usar la magia. Un demonio fuerte podría liberar todas las almas oscuras que habían sido asesinadas por la hoja de Kang y un sinfín de humanos moriría cuando esas almas poseyeran sus cuerpos.

Kangin no podía dejar que eso sucediera. Ni siquiera si eso significaba una vida libre de dolor y un hombre a su lado. La idea era tentadora, pero no valía lo que traicionar su juramento le costaría.

Apartó los sombríos pensamientos y miró a Leeteuk. Tenía la cabeza apoyada contra su brazo extendido y estaba dormido.

Lo había presionado demasiado. Era hora de compensarlo por su mala conducta.

—Leeteuk —dijo en voz baja, él le dirigió una mirada sorprendida, pero luego se calmó y dejó caer la cabeza contra su pecho. Sostenerlo se sentía tan bien que no sabía cómo iba a encontrar la fuerza para contarle todo. Los secretos que le guardaba podrían apartarlo de él una vez que supiera la verdad. —¿Quieres comer antes de dormir? —

Él negó con la cabeza.

—Demasiado cansado.

Kangin lo llevó a uno de los dormitorios y lo dejó en la cama tamaño gigante. Leeteuk se frotó los ojos y bostezó.

—El armario y las cajoneras están llenos de ropa limpia etiquetada por tallas y el baño debería estar abastecido con champú, cepillos de dientes nuevos, pasta de dientes, ese tipo de cosas. Si necesitas algo, házmelo saber.

—¿Dónde vas a estar?

Kangin señaló la puerta al otro lado del pasillo.

—Ahí.

A menos que quieras que me quede aquí. Apenas se contenía de decir las palabras. Quería tenerlo cerca, darle consuelo y tomar el suyo de paso. Tenía suficiente confianza en su hombría como para admitir que necesitaba una buena dosis de consuelo ahora mismo. Las cosas estaban todas hechas un lío.

Le dolía el pecho por su amigo perdido y la carga que su muerte traería a todos aquellos que le habían amado. Tanta gente le había amado.

Leeteuk se levantó y rodeó su cuerpo con los brazos. Hasta entonces, había olvidado su vínculo. Todavía no estaba acostumbrado a él. Había dejado sus sentimientos sin control, y él había sentido su necesidad de consuelo.

Apoyó la mejilla contra su pecho y le pasó los dedos por la espalda con un movimiento suave. No decía palabras mundanas de consuelo o palabras vacías de simpatía. Simplemente le abrazó y le hizo saber que no estaba solo.

Lo sostuvo contra él y aspiró el aroma de su pelo. Lavanda. De su baño la última noche.

El recuerdo de él desnudo en la bañera llegó hasta Kangin de nuevo. Sintió a su cuerpo endurecerse y lo apartó para protegerlo de su inoportuna lujuria, mientras al mismo tiempo, protegía sus pensamientos de ello también. No tenía nada que pensar sobre lo que quería su cuerpo en un momento como este. E incluso si lo hiciera, Leeteuk estaba demasiado cansado para el tipo de amor que quería darle.

Kangin se apartó, sintiendo que estaba dejando un pedazo de alma detrás con el esfuerzo que le tomó.

—Dúchate si quieres. Trata de dormir si es posible. Tengo que hacer algunas llamadas, así que estaré despierto por un tiempo si necesitas algo.

—¿Estamos seguros aquí?

Una pregunta tan inocente, pero que hizo que su corazón se rompiera un poco. Había puesto en sus pensamientos demasiado temor y dolor, sabía que sólo había más por venir.

—Sí. Estaremos a salvo durante el día. Vamos a estar en casa antes del anochecer y este lugar es una fortaleza. No podrá entrar nada que no queramos que entre.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo. 


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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...