El Poder del Fuego- Capítulo 3



Las sirenas ululaban en la distancia y cuando estuvieran allí, Kangin y sus compañeros tenían que haberse marchado hace tiempo. Tratar con las autoridades no era algo para lo que tuvieran tiempo esta noche. La espada de Kang estaba ahí fuera, capaz de hacer serio daño si los humanos se topaban con ella, capaz de hacer un daño mucho más infernal en manos de uno de los Sasaengs.

—¿Dónde está Kyuhyun? —Preguntó Boom, escaneando el pequeño aparcamiento atestado.

Los neumáticos rechinaron sobre el asfalto y Kangin vió a Kyuhyun corriendo tras un viejo Honda con Sungmin tras el volante. Kyuhyun era rápido, pero no tan rápido, y no tenía ninguna posibilidad de alcanzarlo, le tomó unos diez segundos darse cuenta de que no iba a alcanzarlo y cambió de dirección en un rápido giro hacia el SUV.

—Tenemos que alcanzarlo —dijo, respirando con dificultad.

—Deje en paz a ese pobre chico —ordenó la Señorita Sora—. Ya han hecho bastante para una noche. Prenderle fuego al comedor. ¿En qué estaban pensando?

Ese fuego no era exactamente parte de su plan, habían planeado salir fuera del comedor antes de que los demonios despertaran, pero ninguno se molestó en explicarle esa parte. Kyuhyun se deslizó dentro y cerró la puerta de golpe. Con fuerza.

—¿Viste cual fue el camino que tomó? —Le preguntó.

—Este. Intentaré encontrarlo —Boom condujo el vehículo al interior del tráfico y cogió el primer semáforo.

—¡Mierda! —Gritó Kyuhyun —. Atraviesa la intersección.

—¿Quieres decir pasar por encima de esa encantadora joven pareja del convertible frente a nosotros? —Preguntó Boom, mirando con fijeza a Kyuhyun por el espejo retrovisor.

—Si eso es lo que tienes que hacer.

—Creo que no. Lo encontraremos, Kyuhyun. Relájate.

—No puedo creer que se haya escapado.

A Kangin también le costaba creerlo, pero ahora mismo su prioridad principal era Leeteuk y descubrir por qué no había dicho una palabra u ofrecido resistencia alguna desde el momento en que había visto aquellas llamas.
No era en absoluto buena señal.



Sungmin aferró el volante con tanta fuerza que sus manos se crisparon. Odió dejar a Leeteuk y a la Señorita Sora detrás, pero no había nada que pudiera hacer por ellos ni por Kyuhyun. Ya debería haber aprendido la lección.

Encariñarse tanto de alguien era estúpido.

Leeteuk y la Señorita Sora se habían ido. Los tenían los Centinelas, y una vez que cogían a alguien, nunca lo dejaban ir. Su madre había grabado esa lección en él desde antes de que fuera lo suficiente mayor para caminar.

Había estado demasiado cerca de ser secuestrado. Kyuhyun le había abrumado. Era una inquietante mezcla de encantador humor y mortal cazador y no había estado preparado para la manera en que le miraba. La manera en que le sonreía.

Le había parecido un ligón inofensivo durante la cena, lo cual era por qué no había dejado que los hombres con tatuajes y collares lo alarmaran. Mientras pensaran que era humano, estaba a salvo, así que hizo su parte. Incluso le devolvió el flirteo, aceptando el número de teléfono cuando se lo ofreció.

Quedarse había sido un error.

Cuando lo atacó, supo que había descubierto su secreto. Volvió a luchar con tanta fuerza como podía, pero era demasiado fuerte. Lo apuñaló y él sonrió. ¿Quién diablos hacía algo así? Sólo un lunático. Quién sino.

Un lunático cuya marca tintineaba en su brazo. Tenía que hacer algo tan pronto como fuera posible.

Maldito fuera. Adoraba su trabajo. Amaba la gente que veía cada día. Era casi como tener una familia, y Kyuhyun le había robado todo eso, solo apareciendo e inmiscuyéndose en su vida.

Sungmin dejó escapar un enfurecido grito, haciendo que las ventanas de su Honda vibraran. Odiaba eso, odiaba estar asustado, odiaba estar solo, odiaba tener que reconstruir su vida cada pocos meses, pero era hora de que se moviera. De nuevo. El daño estaba hecho y ya no estaría a salvo allí.

Todo lo que poseía era este viejo y vibrante coche. Dejaba el pago de una semana atrás, pero no había nada que pudiera hacer. Tenía suficiente dinero ahorrado para alejarse y mantenerse en movimiento durante un par de semanas, lo cual era exactamente lo que iba a hacer.

Su madre le había advertido que nunca dejara que los Centinelas lo encontraran. Eran hombres peligrosos. Su madre nunca había estado completamente cuerda, pero en los días en que estaba lúcida, esa era la única cosa con la que perforaba la cabeza de Sungmin una y otra vez, y él se tomó esa advertencia a pecho. Sabía que sucedería si descubrían siquiera su secreto, si descubrían que no era completamente humano.

Tendría que tomar un nuevo nombre, variar su apariencia, y encontrar una nueva ciudad. Se estaba volviendo cada vez más difícil cambiar su identidad, y los papeles costaban cada vez más, pero no había nada que hacer. Era libre y seguiría de esa manera o moriría intentándolo. No podía dejarse caer en las manos del enemigo.



Leeteuk ni siquiera podía gritar. Estaba demasiado aterrado para conseguir que entrara el aire suficiente. Viendo ese pilar de llamas mientras Kangin llevaba esa media sonrisa en su rostro… Era tan parecido a su visión que simplemente esperaba que sucediera.

Pero no llegó. Podía ver demasiado de sus alrededores, el interior era brillante, no oscuro, y el fuego estaba detrás de Kangin, no engulléndolo. No estaba ardiendo vivo.


Respira. Sólo respira. Eso era todo lo que tenía que hacer.

Todavía no podía abrir los ojos. Podía sentir la vibración de un coche bajo los muslos y la ligera inclinación de su cuerpo como cuando giraban en las esquinas. Alguien lo estaba sosteniendo. Podía sentir el enormemente pesado y cálido brazo de un hombre alrededor de los hombros. Fuertes dedos dibujando confortables círculos sobre su desnudo brazo. La cabeza estaba apoyada contra su hombro y podía oler el humo anclado a su camiseta, un sutil tinte de jabón escapando de su piel. Hilos de energía que sentía igual que burbujeante agua caliente, goteaban en su carne donde la otra mano rodeaba su muñeca.

Kangin. Era Kangin el que lo sujetaba, evitando que saliera volando. Lo había sacado del edificio en llamas. No lo había observado morir.

Quizás su visión estaba equivocada. O quizás era sólo que todavía no era su hora de morir. De todas formas, estaba agradecido de estar todavía con vida.

—Gira ahí —oyó decir a un hombre, y obligó a sus ojos a abrirse lo bastante para echar un vistazo a los alrededores.

Estaba en la parte de atrás de algún enorme utilitario y aunque las ventanas estaban completamente tintadas, podía ver que el cielo sureño tenía un profundo naranja rosado. La Señorita Sora estaba a salvo y se la oía en el asiento delantero, y Kyuhyun estaba casi en el regazo del conductor, ayudándole a conducir el coche.

—Bienvenido de nuevo —dijo Kangin. Su cabeza estaba inclinada y no había manera de que pudiera haberlo visto abrir los ojos, pero sabía que estaba nuevamente consciente.

Leeteuk se sentó derecho, lo cual le permitió, entonces intentó escurrirse y poner un par de pulgadas entre ellos, lo cual no accedió hacer. Le puso el brazo firmemente sobre los hombros, manteniéndolo derecho contra su cuerpo. Su muy cálido, muy firme y muy masculino cuerpo.

—¡Aquí, Boom! ¡Gira aquí! —Gritó Kyuhyun. Estaba frenético por algo, pero Leeteuk no podía siquiera preguntarle qué era lo que lo tenía tan frenético. Tenía problemas peores, por ejemplo, cómo iba a sacar a la Señorita Sora fuera de éste lío.

—¿Estás bien? —Le preguntó, inclinándose un poco más cerca de modo que pudiera oírle por encima de las exaltadas direcciones de Kyuhyun.

Leeteuk tragó, esperando que su voz no saliese en un chillido infantil.

—Estaré bien una vez me lleves de vuelta a mi coche.

—No puedo hacerlo. Los bomberos y la policía probablemente ya están congregándose en el restaurante. Quién sabe cuánto les llevará apagar el fuego.

Fuego. Cierto. Podían quedarse con su coche. No iba a ir a las inmediaciones de ningún fuego, no mientras él estuviera alrededor.

—A casa, entonces. Puedes llevarnos a la Señorita Sora y a mí a casa.

—¡Maldición! Lo he perdido —Kyuhyun frustrado.

—Pensé que dijiste que habías puesto una marca en él —dijo Boom, el conductor.

¿El? Sungmin. Oh no.

—Lo hice —asintió Kyuhyun — También pensé que sería fuerte, pero aparentemente no lo es. ¿Cómo puede haberse escurrido tan fácilmente. No tiene sentido.

—Dime que Sungmin consiguió salir del incendio —dijo Leeteuk, alzando la mirada a la sombreada cara de Kangin.

—El no sólo salió —dijo Kyuhyun entre dientes—. También voló. ¿Sabes donde vive?.

—No tengo idea. —Lo cual no era exactamente la verdad. Sabía que Sungmin vivía en su coche, sólo que no sabía dónde estaba ese coche—. Y si lo supiera, no te lo diría.

—Creo que ya he tenido bastante de aventuras por un día —dijo la Señorita Sora—. Estoy lista para irme a casa.

Leeteuk estaba absolutamente de acuerdo con la parte de la aventura.

—Realmente me gustaría saber qué infiernos está pasando. ¿Quiénes sois, y qué queréis de nosotros?

—Nosotros somos los tipos buenos —dijo Kangin — Queremos manteneros a salvo. Eso es todo.

—Entonces déjanos salir de aquí. Podemos cuidarnos.

—Ni lo sueñes. —Dijo Kangin — No hasta que descubramos por qué tienes ese efecto en mí. Además, está oscuro. No estaréis a salvo corriendo por ahí una vez se ponga el sol.

—Bien. Al menos dejad ir a la Señorita Sora.

—No voy a dejarte con esos rufianes —dijo Sora—. Estamos juntos en esto. Echaré un ojo a estos chicos.

—Tenemos que volver al trabajo —dijo Boom. Era calmado donde Kyuhyun era frenético, moviendo el enorme vehículo a través del tráfico con experta pericia— Hyungsik debería haber acabado de alimentarse por ahora y necesitará saber dónde encontrarse con nosotros.

—En mi casa. —Dijo Sora—. Tiene que encontrarse con vosotros en mi casa.

Oh, no. Leeteuk no iba a dejar que esos hombres supieran donde vivía la Señorita Sora. Era una indefensa anciana y esos hombres emulaban lo extraño e inexplicable. No eran una buena combinación.

—No creo que eso sea una buena idea. Solo llevadnos a la estación. Algún lugar público. La Señorita Sora y yo podemos coger un autobús o un taxi.

—¿No quieres que los grandes lobos malos sepan dónde vives? —Preguntó Kangin. Sintió las palabras deslizarse por su sien en una cálida ola que contrastaba con la fría mofa en su tono.

—No soy idiota —le dijo él.

—No, pero eres un misterio. Uno que voy a necesitar algún tiempo para descubrir.

—No tenemos mucho tiempo, aquí, Kangin —Dijo Boom—. Tenemos un trabajo que hacer y sólo ocho horas y media para hacerlo.

Sintió el cuerpo de Kangin tensarse a su costado. El agarre del brazo se hizo más duro y los dedos se tensaron sobre su muñeca como si no quisiera dejarlo ir. Y eso sólo ponía a Leeteuk más nervioso.

—Me doy cuenta de eso —dijo Kangin —, pero también me doy cuenta que no voy a sobrevivir a otro ataque igual al último, así que haremos mejor en encontrar algún lugar para hacer una pequeña prueba. Y para eso, necesitamos a Hyungsik. La casa de la Señorita Sora es un buen lugar para eso de todos modos.

—No —dijo Leeteuk, un poco demasiado rápidamente—. En vez de eso vayamos a mi casa. Está más cerca. —Estaba mucho mejor equipada para manejar a esos hombres. Así al menos el hogar de treinta años de la Señorita Sora estaría a salvo. Quizás Leeteuk le pidiera mudarse con él después de que todo esto terminase.

—Bien. ¿Por dónde? —Preguntó Boom.

Leeteuk le dio las indicaciones, rogando que no hubiese cometido el mayor error de su vida.



Kangin no podía dejar de tocar a Leeteuk. No estaba seguro si era porque temía que el dolor volviese si lo hacía, o porque su piel era increíblemente suave en cada lugar que tocaba. De cualquier modo, estaba indefenso en una pelea a menos que descubriera la manera de separarse de él.

Y luchar estaba definitivamente en la agenda de esta noche. No iba a ser fácil hacer la ruptura, pero no tenía elección. Tenían que recuperar esa espada, y si no lo hacían antes de la salida del sol, toda la horda de demonios la localizaría y no podía decir cuando encontrarían otro que los condujese a su localización.

Kang había sido un fiero y valeroso guerrero. Había muerto con honor y Kangin le había prometido recuperar la espada y colgarla en el Hall de los Caídos.

Quizás Hyungsik supiese qué hacer para arreglar ese lío. Todos los Zea, incluido Hyungsik, tenían extrañas y fuertes habilidades cuando se trataba de sanar. Sabían sanar lo que quiera que estuviese malditamente mal en los cuerpos de los humanos y en el de los Centinelas por igual. Si alguien sabía qué hacer para separarlo de Leeteuk sin dolor, sería Hyungsik o uno de los otros Zea.

Giraron por el camino de entrada de Leeeteuk y se apearon en grupo fuera del utilitario. Era un vecindario encantador. Viejo, pero bien conservado.

Kyuhyun había estado sangrando, gracias a Sungmin. No mucho, pero lo bastante para atraer a cada Saesang en el radio de una milla de distancia hasta la puerta de Leeteuk. Hasta que Hyungsik lo curara, Kyuhyun era un blanco andante, haciendo de todo el mundo cercano a él un objetivo.

Incluyendo a Leeteuk.

Le echó un vistazo cuando se abrieron paso hasta su puerta principal. La curva de su mejilla brillaba rosa en la débil luz del sol. Los brazos eran lisos, no lo bastante fuerte para luchar con los demonios que se dirigían en esa dirección. Era demasiado suave para enfrentarse a los Sasaengs. Parte de él deseaba no haberlo visto nunca, pero el resto estaba haciendo una ridícula danza, aliviado de su estado de dolor.

No sabía qué iba a hacer con él más de lo que sabía qué iba a hacer Leeteuk con él.

Boom llevó a la Señorita Sora a la puerta principal del elevado rancho de Leeteuk. Kyuhyun estaba echando un vistazo al grupo, guardándole las espaldas, escaneando las sombras en busca de demonios o alguno de los otros asquerosos Saesang que querían un trozo de ellos.

Leeteuk se quedó bajo la luz amarilla de su porche delantero, hurgando en busca de sus llaves.

—Las encontré. —Dijo, sacudiendo las llaves.

Gracias a Dios. Al menos ahora tendrían una puerta que poner entre ellos y los demonios. No haría mucho frente a un ataque, pero era mejor que quedarse allí a descubierto.

Leeteuk desbloqueó la cerradura de la puerta y todos ellos se precipitaron al interior con Kyuhyun cerrando el grupo en la parte de atrás. Boom llevó a la Señorita Sora el medio tramo de escaleras que conducían al salón, dejándola en el suelo, sosteniéndola hasta que agarró con fuerza el andador, el cual lo hacía un hombre más valiente que Kangin. El andador era un arma peligrosa en sus manos, de lo cual hablaba el palpitante chichón en la parte de atrás de su cabeza.

Leeteuk encendió las luces, revelando una arreglada y escasa sala de estar. Estaba hecha en tonos neutrales. Las paredes estaban desnudas y unas pocas cajas móviles estaban apiladas en una esquina. Leeteuk tenía que haberse mudado o estar listo para hacerlo.

Un par de libros de la librería se amontonaban sobre la mesa de café de cristal. Ambos trataban de Combustión Espontánea.

Infierno de tópico, y uno por el que definitivamente le preguntaría tan pronto como tuvieran un momento de calma. Un par de zapatillas de correr se encontraban en medio del suelo como si los hubiese sacado allí mismo. Multitud de extintores estaban colocados en extraños lugares, tres en la sala de estar, dos colocados sobre el corazón de la chimenea que estaba totalmente llena de ladrillos. Otro frente a la puerta y podía ver un quinto sobre el mostrador de la cocina.

Aparentemente, a Leeteuk no le gustaba el fuego.

—Gracias por traernos a casa —dijo—. No quiero entretenerlos. —Una educada manera de echarlos. Una que hacía mirando significativamente los dedos que tenía envueltos alrededor de su muñeca.

—Buen intento —dijo Kangin, y sólo para contrariarlo, deslizó el pulgar a lo largo del sedoso interior de su muñeca. Era tan suave, tan cálido. Kangin no era muy dado a accesorios, pero Leeteuk era uno que se estaba acostumbrando a usar, rápidamente.

—Necesitamos a Hyungsik —dijo Kangin. Sin él, esta noche iba a ir directamente al infierno junto con dos humanos detrás. No podían dejar que eso sucediese. Como una de las razas Centinela, el único propósito de los Suju en la vida, su razón de ser, era proteger a los humanos y guardar la puerta dentro del reino Shinhwa, manteniendo a los Sasaengs alejados de ambos. Necesitaban salir de aquí y alejarlos de Leeteuk y la Señorita Sora antes que los demonios aparecieran.

Y no había ningún cuestionamiento en esa parte. Ellos aparecerían.

Boom sacó el teléfono móvil.

—Hyungsik. Necesitamos que te encuentres con nosotros en el 17804 de East Sunflower Lane. —sus brillantes ojos se demoraron sobre Kangin, directamente donde estaba agarrando la muñeca de Leeteuk, y la expresión se volvió una mueca—. Si, tenemos un problema. Y Kyuhyun está sangrando, así que hazlo rápidamente.

Uh-oh. Ese tono exigente no iba a ir tan bien con Hyungsik. No era un hombre al que presionar. Ninguno de los Zea lo eran. Actualmente había paz entre los Suju y los Zea porque cada uno tenía algo que el otro necesitaba, pero esa paz era tenue y Boom se caracterizaba por ser cualquier cosa excepto diplomático. La muerte de Kang debía de haberlo alcanzado más de lo que Kangin pensaba.

Boom había sido cercano a Kang como ninguno. Toda esa rabia hacía de Boom un infierno más mortal en una lucha. Desde que aceptaron esta misión, el hombre había sido una máquina de matar.

Los cuatro habían masacrado a través de tres jerarquías de Sasaengs en las pasadas semanas, lo cual era alguna clase de buen récord, y Boom había estado liderando la carga cada vez.

Boom estaba aparentemente oyendo todo acerca de su insolencia, si la tensión de la
mandíbula era alguna señal.

—No, por supuesto que no he querido decir eso, Hyungsik —Los nudillos se volvieron blancos cuando el agarre sobre el teléfono se hizo más fuerte—. Por favor, date prisa. —Escupió, apenas de forma audible.

Kyuhyun miraba fijamente por la ventana entre las láminas de las persianas. La mano estaba presionada firmemente sobre el sangrante brazo.

—¿Cuán cerca está? —Le preguntó.

Boom deslizó el teléfono de vuelta al bolsillo y deslizó la empuñadura de la espada para que quedara por fuera de la ropa. Todos los hombres llevaban espadas, pero gracias a un pequeño abracadabra, eran difíciles de ver siempre y cuando las llevaran envainadas.

—Cinco minutos. —Dijo.

Kyuhyun sacudió la cabeza.

—Es demasiado. Voy a salir, y alejarlos de aquí.

—Esa no es una buena idea —discutió Kangin —. Vamos a necesitarte.

—No si todas las bestias me siguen a mí. Le daré algo de tiempo a Hyungsik para que descubra lo que sea que esté sucediendo aquí contigo. —Señaló con un gesto hacia Leeteuk.

Kangin no quería dejar a Kyuhyun solo ahí fuera. Era un Suju jodidamente bueno, pero no era invencible.

—Vas a hacerlo de modo que puedas ir tras el chico.

Kyuhyun le disparó una vibrante mirada.

—¿Quieres lanzar esa piedra en particular, Kangin?

Mierda. Kyuhyun tenía razón. Si Leeteuk se hubiese marchado, también habría querido ir tras él. Asumiendo que fuera capaz siquiera de caminar, lo cual dudaba.

—Sólo ten cuidado.

—Siempre. Las llaves, Boom.

Boom le lanzó las llaves del Tahoe a través de la sala.

—Baja la ventana —dijo Boom. Así los demonios podrían oler la sangre y seguirlo, miró a Kangin —. No me gusta esto más que a ti, pero no dejaba mucha elección. No podía quedarse aquí y arriesgar a los humanos.

—Uno de los cuales está justo aquí mismo —dijo Leeteuk —. ¿Nos dirás al menos qué infiernos está pasando? ¿Por qué Kyuhyun se ha largado corriendo y qué importancia tiene que haya bajado la ventana?

Oh, infiernos. ¿Cómo iba a explicarle todo eso?. Era humano. Protegido. No le estaba permitido conocer la existencia de los Centinelas. Uno de ellos iba a tener que borrarle los recuerdos.

—No vas a zafarte de mí. Casi nos consumimos en un incendio. Sungmin está ahí fuera solo y ahora también lo está Kyuhyun. Algo está viniendo hacia aquí, pero aparentemente es demasiado horrible siquiera para hablar de ello. Por favor, dime que no me lo has dicho solo para no preocuparme.

Estaba en problemas. Podía oír en su tono, la rabia, el temor. Lo que le preocupaba no era tanto que estuviese asustado como el hecho de que él realmente no quería que se asustara. Debería haber sido capaz de distanciarse lo bastante para mantenerlo seguro sin todo ese revuelo emocional.

Si no podía tener la cabeza clara, Leeteuk iba a estar más que asustado; iba a estar muerto.

Kyuhyun podría haber engañado a la mayoría de los demonios para alejarlos, pero no lo habría hecho con todos.

Eran como cucarachas. Siempre había más al acecho en la oscuridad.

—De acuerdo —dijo, respirando profundamente—. Sé que todo esto es bizarro para ti, pero necesito que confíes en mí.

Leeteuk lo miró como si acabara de decirle que era su medio tío largamente perdido.

—¿Confiar en ti? Me has secuestrado.

—No. No lo he hecho. No tienes idea de qué está pasando aquí y no hay tiempo para explicarlo. Confía en mí.

—Ya está. Voy a llamar a la policía.

Se dirigió hacia la cocina y Kangin se arrastró tras él, manteniendo el sólido agarre. Podía llamar a la Guardia Nacional, por lo que le importaba. Eso no iba a cambiar nada. No iba a dejar que lo hiciera.

—Sería mejor si no intentaras involucrarlos. —Le dijo.

—Mejor para ti, quizás. —Encendió las luces de la cocina y dio un paso hacia el teléfono, pero Kangin se ancló en el suelo. Había alcanzado el cable, pero eso era todo lo lejos que podía llegar.

—¡Ouch! —Se frotó el hombro.

Su dolor fue el colmo. No iba a dejar que sucediera de nuevo. Kangin tomó su cuerpo y lo presionó contra la pared de la cocina de modo que Leeteuk no tenía más elección que prestarle atención. Tenían algunas cosas que arreglar, y ahora era tan buen momento como cualquiera.


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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...