El Poder del Fuego- Capítulo 11



—Sé que estás herido —dijo ella en un tono suave, bajo—. Deja que te haga sentir bien.

Encontró la fuerza para preguntar.

—¿Por qué?

—Porque puedo. Porque quiero hacerlo.

Yoojin colocó sus manos alrededor de su cuello y apretó su cuerpo contra el suyo. Podía sentir los latidos de su corazón contra sus costillas, ver el rubor de excitación arrastrándose hacia arriba por sus mejillas.

—Sé exactamente como hacerte sentir bien.

Algo en eso le molestó. Cerró los ojos, bloqueando su seductora visión de modo que pudiera concentrarse en lo que estaba mal.

—¿Cómo lo sabes? Eres demasiado joven.

Ella se rió.

—No sabes nada sobre la juventud de hoy en día, ¿no? ¿Piensas que soy virgen o algo así?

Ciertamente, ese pensamiento había cruzado por su mente, pero se lo guardó para sí mismo.

—Oh, tío, eso no tiene precio. Empecé a dormir con chicos cuando tenía trece.

—¿Trece? —Sonaba indignado, pero no podía evitarlo. Sólo había sido un bebé entonces—. ¿Qué diablos estabas haciendo teniendo sexo a los trece?

El cuerpo de Yoojin se puso rígido, dejó caer las manos y dio un paso atrás.

—Suenas como mi tío.

No su padre, su tío.

—¿Dónde estaba tu padre cuando su niñita estaba teniendo sexo?

—Estás bromeando, ¿verdad? ¿Ofrezco acostarme contigo y tú quieres hablar de mi padre? Jódete —puso los ojos en blanco y empezó a marcharse.

Boom la detuvo. Envolvió una mano alrededor de su brazo y ella no tuvo elección excepto detenerse.

—Dímelo —ordenó, usando su voz oficial de Suju que por lo general tenía a los Elf saltando para cumplir sus demandas.

Vio que ella consideraba sus opciones, intentar alejarse o responder.

—Bien, ¿quieres saberlo? Te lo diré. Mi querido anciano padre empezó a violarme cuando tenía ocho años. Cuando tuve diez, mamá lo descubrió e intentó detenerlo. Él la mató por sus esfuerzos y fue a prisión. Lo cual vino a ser justicia poética ya que acabó él mismo muriendo después de ser violado por la cuadrilla. ¿No es una preciosa historia? Cada año lo pongo en la tarjeta de navidad.

Boom estaba atónitamente mudo. ¿Qué debía decir a algo así? Su vida, su corta vida, había sido destruida por el hombre que se suponía la protegería, y aquí estaba él molesto por el hecho de que después de vivir casi cuatrocientos años, se estaba muriendo. Dios, que asno egoísta era.

—Ven aquí —susurró, y tiró de Yoojin hacia sus brazos.

La sostuvo apretada, negándose a dejarla ir cuando ella luchó contra él. Lentamente, dejó de luchar y le dejó sostenerla. Él solo podía imaginarse lo sola que se sentía en el mundo. Había sido violada, aterrorizada y quedado huérfana. Aparentemente, su tío la había recogido, pero nunca podría reemplazar a un padre. Y nada compensaría la traición que había sufrido en sus manos.

Boom deseaba que su padre no hubiese muerto, porque le habría encantado matar al hombre él mismo. Lentamente.

Ella farfulló algo, el sonido fue amortiguado por su pecho.

—No voy a acostarme contigo, así que olvídalo. - Se retiró lo suficiente para poder levantarle la barbilla y hacerla mirarlo. —Tienes más que ofrecer al mundo que sólo sexo. Eres una Elf. Eres importante.

Ella bufó.

—Eso es lo que dice mi tío, pero es estúpido. Apenas tengo poder alguno que no sea el de captar cuando un Sasaeng está cerca, y muchos de nosotros pueden hacerlo. Mis hermanos encontraron sus dones, pero yo no tengo ninguno.

—Eso no es verdad. Es sólo que todavía no lo has descubierto. Date tiempo.

Una cautelosa mirada se demoró en sus rasgos y pudo ver cómo le temblaba el labio inferior antes de que lo controlara.

—¿Tienes trabajo?

Sacudió la cabeza.

—No hay suficientes trabajos en el área. Mi amiga se mudó a Kansas City y consiguió trabajo de bailarina. Dice que podría ir a trabajar con ella.

¿Bailando?

—Quieres decir striptease —el pensamiento de ella degradándose a sí misma de esa manera lo enfermó.

—No es tan malo como suena. Las primas son buenas y nadie toca a las bailarinas.

Como el infierno que iba a quitarse la ropa por dinero.

Boom la cogió de la mano y la arrastró de regreso a la furgoneta. Encontró un pequeño bloc de notas bajo uno de los asientos. Escribió una nota en él y firmó con su nombre, entonces sacó su espada.

Yoojin dio un enorme paso atrás, pero no podía culparla. El letal brillo de su espada era una ostensible amenaza, justo como le gustaba. Se hizo un pequeño corte en la punta del dedo y presionó el punto sangriento sobre su firma. Cualquier Zea sería capaz de autentificar la marca como suya.
Dobló el papel y se lo tendió.

—Quiero que me prometas dos cosas.

—¿Por qué debería hacerlo?

—Porque si lo haces, voy a asegurarme que tengas un lugar seguro en el que vivir durante el resto de tu vida y algo significativo para hacer con ella. ¿Entendido?

Yoojin asintió, pero parecía escéptica. No es que pudiera culparla. Su vida no era exactamente un desecho de buena fortuna y bondad.

—Uno, no leas la nota hasta después de que se la des a un hombre llamado Shindong.

Sus ojos se abrieron de par en par.

—Pero él es el líder de los Centinelas. Nunca seré capaz de conocerlo.

Su declaración sólo demostraba a Boom lo poco que se valoraba a sí misma.

—Te verá. Sólo dale la nota.

—Bien. Puedo hacerlo. Siempre me he preguntado cómo sería, de todas formas. ¿Qué más?


La primera era fácil pero la última no iba a serlo. Respiró profundamente, esperándola para lanzar la siguiente.

—Prométeme que no tendrás sexo de nuevo hasta que te enamores.

Ella dejó escapar una áspera carcajada.

—Me habías convencido por un minuto. Lo siento, pero eso nunca sucederá.

Boom no lo dejó pasar. Estaba obligado a encontrar una manera de protegerla, de darle una oportunidad para sanar.

—Es tu elección. Haz que suceda. Promételo.

—Me estás pidiendo algo estúpido. No lo haré.

—Entonces ya estás perdida y no hay nada que pueda hacer para ayudarte. Te valoras a ti misma tan poco que quieres tirar uno de los regalos más preciosos que tienes para dar.

—Soy buena, pero no tan buena.

Capturó su barbilla y la sostuvo en su mano de modo que ella tenía que mirarle, tenía que ver que decía la verdad.

—Sí. Lo eres. Eres todavía demasiado joven para conocer tu propio valor y demasiado herida para ver siquiera que no puedes. Prométemelo, Yoojin.

Ella guardó silencio durante tanto tiempo que Boom pensó que la había perdido. Pero entonces vio el brillo de las lágrimas en sus ojos y supo que la había alcanzado, aunque fuera un poco, pero eso tendría que ser suficiente. No estaba seguro de si eso la ayudaría, pero tenía que intentarlo.

—Lo prometo —dijo ella.

Boom sintió el poder de su voto rodeándoles igual que una tintineante manta y ella jadeó, habiéndolo sentido también.

Miró alrededor como si esperara ver algo saltar fuera de ella.

—¿Qué fue eso?

—Te has atado a nuestra palabra. Este es uno de los poderes que poseemos los Centinelas. Cuando nos haces una promesa, esta se asienta.

—Hice esto cuando me convertí en una Elf, pero no fue tan… intenso.

—Esta es una gran promesa.

—Así que nada de sexo hasta que me enamore, ¿huh? —Sonaba casi aliviada.

—Así es.

—¿Crees que tú y yo podríamos, ya sabes, enamorarnos?

Una voz tan baja para una pregunta tan grande. Esto hacía que se le rompiera el corazón al oír tanta ansia en sus palabras.

—Enamorarme de ti y tener tu amor a cambio, me haría el hombre más afortunado de la tierra. Y cualquiera al que elijas entregar tu corazón se sentirá de la misma manera.



Sungmin salió de la carretera hacia Wichita después de las dos de la mañana. Necesitaba gasolina, cafeína y un salón de tatuajes. En ese orden.

Le llevó cinco minutos dar con los dos primeros, pero el último iba a ser un mayor desafío.
Había pasado demasiadas horas zigzagueando a través del estado, esperando despistar a cualquiera que le siguiera. Por culpa de eso, todavía tenía un largo camino hasta la frontera de Oklahoma donde un montón de salón de tatuajes había crecido sin necesidad.

Conocía sólo tres artistas en la frontera quienes eran lo bastante buenos como para cubrir la marca que Kyuhyun había dejado sobre su brazo. Lo único que podía usar para rastrearlo.

Pero Sungmin no iba a llegar tan lejos. No quería esperar otra hora para cubrir la maldita cosa, e incluso si lo hacía, no estaba seguro de que los salones estuvieran abiertos una vez que llegara allí. Iba a buscar un artista local y esperaba que fuera lo bastante bueno para enmascarar la marca.

Sungmin encendió el teléfono móvil y comprobó las llamadas de Leeteuk. Le había dejado tres mensajes desde que dejaran la ciudad e incluso había llamado a la policía para informar de un posible secuestro. Sungmin deseaba poder hacer más, pero incluso si descubría a dónde habían llevado los Centinelas a Leeteuk y a la señorita Sora, no sería capaz de hacer nada al respecto. No tenía nada que hacer contra ese tipo de poder. El diario de su madre estaba detallado con las cosas que podían hacer los Centinelas.

Estaba marcando el número del artista cuando vio “Llamada desconocida”.
Durante un segundo, Sungmin se debatió en dejárselo al buzón de voz pero, ¿y si era Leeteuk? ¿Y si pedía ayuda?

Sungmin tomó una profunda respiración y presionó el botón de descolgar.

—¿Hola?

Una profunda y rica voz llenó la línea.

—Hola, cariño.

Kyuhyun. Oh, Dios. Estaba jodido.

La mano de Sungmin empezó a temblar sujetando del teléfono y tuvo que tragar dos veces antes de que pudiera hablar. No había modo de que hubiera sido capaz de rastrear su número de prepago.

—¿Cómo conseguiste este número?

—Lo robé del teléfono móvil de Leeteuk. Pero eso no es realmente lo que quieres saber, ¿verdad? —Su voz era profunda y perezosa, y hacía que le pasara un escalofrío sobre la piel— Lo que quieres saber realmente es, ¿dónde estoy?

Se estaba burlando de él. Podía oír la sonrisa burlona en su voz. Podía verlo en su cabeza, esa sonrisa que había puesto cuando le apuñaló. Lo que quería decir que fuese lo que fuese lo que le hiciera, nunca dejaría de perseguirlo.

Trató de sonar aburrido, despreocupado.

—No me preocupa dónde estés.

—Sí, lo hace. Quieres saber si ya te he encontrado.

—Si lo hubieras hecho, no estarías hablándome por teléfono.

—Bastante cierto. Me alegro de no tener que explicarte las cosas.

—No intentes seguirme —le dijo.

Kyuhyun se rió, un sonido rico, pecaminoso, que vibraba a lo largo de sus nervios y le hacía retorcerse en su asiento.

Esto no podía estar sucediendo. No dejaría que se saliese con la suya. Su madre le había advertido que eso era lo que hacían, hechizando su paso en tu vida, echándola abajo y dejándote en las ruinas, dejándote para limpiar los restos, asumiendo que por lo menos te dejaran con vida.

—No sólo lo intento, cariño. Tengo éxito. Imagino que estarás bastante cansado ahora. Toda esa adrenalina ha tenido tiempo para desvanecerse y estás empezando a desfallecer. Tendrás que dormir pronto. Yo no. Puedo pasar días sin descansar. Será mucho más fácil para ambos si me dices dónde estás.

Durante un latido de corazón, realmente consideró facilitárselo. Estaba cansado de huir. Todo lo que quería era detenerse. Descansar. No había vivido en el mismo lugar durante más de seis meses desde que tenía diecisiete. No, desde la noche en que los Centinelas fueron a por su madre.

Sungmin apoyó la cabeza contra el volante. Tenía razón. Estaba cansado, pero no lo suficiente para dejarle hacer con él lo que ellos habían hecho con su madre. Ni siquiera de cerca.

—Omaha —mintió.

Kyuhyun se rió entre dientes.

—Vamos, cariño. No tienes que tener miedo de mí.

—Dijo la araña a la mosca.

—Tanto como me gustaría envolverte en seda y devorarte por completo, eso no es lo que tengo en mente —hizo una pausa y oyó que respiraba profundamente—. Te necesito.

Esas dos palabras eran terriblemente serias, sin pizca de broma.

Se lo había dicho antes cuando estaba luchando con él en el restaurante. Lo había mirado con esos ojos que brillaban luminosos. Ojos de lobo.
Se le había quedado mirando y le había dicho justo eso. Lo necesitaba. Estaba tan serio y suplicante que casi se entregó entonces.

Era como su madre había dicho. Los Centinelas eran maestros de la seducción. Kyuhyun sabía exactamente lo que decir.

Sungmin nunca había sido necesitado antes. Por nadie. Quizás no fuera tan malo después de todo dejar que lo encontrara.

—Eres demasiado grande y fuerte para necesitar a nadie. Sólo intentas engañarme.

—Me alegro que adviertas al grande y fuerte hombre, pero estás equivocado. No tienes idea de cuánto. Sólo encuéntrate conmigo. Déjame mostrarte lo mucho que te necesito.

Oh, no. No había manera de que le dejara acercarse tanto.

—Buen intento, pero he puesto un montón de kilómetros entre nosotros dos, así que aquí estamos.

—No huyas, Sungmin. Nunca te haría daño.

Allí iba de nuevo, diciendo justo lo correcto con la cantidad exacta de sinceridad que le hacía cuestionarse su decisión. Odiaba que pudiera hacerle eso tan fácilmente. Era más fuerte que eso. No dejaba que los hombres influyeran en su confianza.

—Mentiras. Todas ellas.

—Ninguna palabra era una mentira. Encuéntrate conmigo y te lo probaré. Por favor.

El pecho de Sungmin se oprimió. No podía quedarse durante más tiempo. Tenía que colgar el teléfono antes de que lo llevase al borde y lo convenciera simplemente de rendirse. No podía hacer eso. Le había prometido a su madre que no lo haría.

—Lo siento. No vuelvas a llamar. No lo cogeré.

Sungmin finalizó la llamada y lanzó el teléfono por la ventanilla del coche de modo que no pudiera ser tentado de convertirse en un mentiroso y responder cuando volviera a llamarlo. Porque sabía que volvería a llamar. No iba a dejar de buscarlo hasta que lo encontrara. Sus días de vivir en un sólo lugar durante seis meses se habían acabado. Iba a tener que vivir en la carrera si quería permanecer libre.

Por primera vez en su vida, se preguntó si su libertad valía el precio.



Kangin no podía apartar los ojos de Leeteuk. Se quedó mirando la luceria alrededor de su garganta y quiso gritar de alegría. Era suyo. Le había salvado. Ya podía sentir algo sucediendo a lo largo de las ramas de su marca de vida. Una sensación chispeante pinchando sobre su piel, igual que millones de burbujas que estallaban.

Se sacó la camiseta, necesitando ver la prueba de que la unión había funcionado. Ante sus ojos, nuevos brotes se formaban sobre las ramas, entonces se abrían en hojas recién nacidas. Eran testimonio del milagro que Leeteuk le había dado.

—Wow. —Jadeó, pasando un dedo delicadamente sobre las intrincadas líneas del árbol. El cuerpo de Kangin se apretó con anhelo.

—¿Qué es eso?

—Se llama marca de vida. Es un poco como un calibrador visual de la salud de mi alma. Nací con ello, cuando sólo era una semilla. Cuando crecí, también lo hizo el árbol, hasta que llegué a los ochenta y el poder en mi interior se hizo demasiado fuerte. El árbol empezó a morir y las hojas a caer y han estado cayendo desde entonces. Hasta ahora.

—¿Qué poder?

—Soy igual que un imán, atrayendo los deshechos de energía perdidos a mí alrededor. Minúsculas chispas en el aire, calor de la tierra, luz del sol. Todo eso fluye en mí, acumulándose a lo largo de los años. No puedo detenerlo, y eventualmente, sin un modo de escape, ese poder me mataría.

Podía ver la confusión en los ojos de Leeteuk y quería explicárselo todo, pero primero, tenía que poner en orden su mente. Había visto su visión cuando estaban vinculados. Eso fue la única cosa de Leeteuk que la luceria eligió mostrarle.

Estaba oscuro donde se encontraban. Leeteuk estaba vestido todo de negro a excepción del chapoteo rojo ardiente alrededor de su cuello, la luceria. Los brazos extendidos, casi como si estuviese atado, pero Kangin no podía ver cadenas o cuerdas sujetándolo.

Las llamas lo engullían, alcanzándolo desde los pies hasta elevarse diez pies en el aire. El rostro era una máscara de dolor y gritaba, un desesperado y ensordecedor grito que hizo que cada pelo sobre su cuerpo se erizara en protesta. Con todo en la visión, él permanecía allí de pie. Sin hacer nada. Observaba como las llamas ennegrecían las ropas y ampollaban la piel. Lo observaba mientras Leeteuk lo miraba fijamente con terror y agonía ensanchando los ojos.

Kangin no quería creer la visión de Leeteuk. Si no lo hubiese visto él mismo, no lo habría creído. Simplemente no era capaz de verlo morir sin hacer algo para detenerlo. ¿Lo era?

Al menos ahora sabía por qué había estado tan asustado desde el momento en que lo vio. Odiaba eso, pero al menos ahora tenía sentido. Ahuecó su rostro en las manos, recreándose en la sensación de la suave piel contra sus callosas palmas.

—Tu visión no va a suceder, Leeteuk. Nunca me quedaré parado y te veré morir. Nunca.

—Quiero creerte.

—Entonces hazlo. Conozco gente, gente poderosa, que pueden ayudarnos a arreglar esto. Te llevaré a ellos esta noche.

Boom había empujado la puerta de la cocina a tiempo para oír el último comentario.

—No, no lo harás. Vamos a ir tras la espada de Kang. Ahora mismo.

Yoojin irrumpió en la cocina y se dirigió directamente hacia el baño. Los ojos estaban rojos como si hubiese estado llorando.

Kangin frunció el ceño ante Boom, luchando con la urgencia de preguntar qué había sucedido. No era de su incumbencia, pero lo que fuese, había trastornado a Boom. Se veía diferente. Más duro.

Los ojos de Boom cayeron sobre la luceria alrededor de la garganta de Leeteuk y apretó la mandíbula. El desenfundó la espada, arrodillándose, y se abrió una delgada línea sobre el corazón sin preocuparse de quitarse la camiseta. Pronunció el acostumbrado “Mi vida es tuya”, antes de levantarse. La sangre goteaba bajando por su pecho, empapando la delgada camiseta de algodón que llevaba.

—Desearía que no hiciera eso —dijo Leeteuk.

—Lo siento. —Dijo Kangin—. Es nuestra costumbre.

—Es una costumbre violenta.

—Somos gente violenta —dijo Boom.

—¿No es sangre lo que atrae a los monstruos?

—Sí —gruñó Boom—. Lo es.

—¿Entonces por qué lo hicisteis? Parece algo estúpido sangrar cuando sabes que eso hará que vengan los monstruos.

Kangin tomó su mano.

—Esto es prueba de nuestra dedicación. Nuestro coraje. No sólo estamos dispuestos a sangrar por ti; también estamos listos y somos capaces de luchar cualquiera que sea el peligro que pueda venir sin temor. Es símbolo de nuestra dedicación a ti y nuestra voluntad de arriesgar nuestras vidas en tu nombre.

—Será mejor que nos movamos.- Dijo Boom

—¿Adónde vamos? —Preguntó Leeteuk.

—Te llevaré a ver a Sunny.

—El infierno que lo harás. —Dijo Boom— Va a venir con nosotros a buscar la espada de Kang.

La idea de arrastrar a Leeteuk a la batalla hizo que las manos de Kangin temblaran. Sabía que era una estupidez, que era ahora más capaz de protegerse a sí mismo en batalla de lo que lo era él, pero eso no quería decir que Leeteuk lo supiese.

—No está listo. Ni siquiera sabe cómo utilizar todavía mi poder.

—No tenemos tiempo para esperar. El rastro se disipará al amanecer.

—¿Qué rastro? —Preguntó Leeteuk. Los dedos estaban firmemente agarrados alrededor de su brazo e incluso sin la ayuda de la luceria vinculándolos, había sido capaz de sentir su miedo. Había pasado por demasiado esta noche y empezaba a pasarle factura.

Boom se acercó más y pudo ver la diferencia en él más claramente ahora. No quedaba calidez en los brillantes ojos. Ni humor. Todo lo que quedaba era frío, y mortal intención.

—¿Boom? ¿Estás bien, hombre?

Boom le dio la espalda, dirigiéndose por el corredor sin volver la mirada.

—Me iré a buscar la espada en diez minutos. Con o sin ti.

Eso no era bueno. Sin Kyuhyun alrededor, iría por sí mismo, y tan resistente como era Boom, no era rival para todo un nido de demonios.

No se había sacado la camiseta cuando le ofreció a Leeteuk su juramento. Eso era mala señal. Uno de los primeros signos de que un Suju estaba acercándose a su fin. Kangin se preguntaba cuántas hojas le quedarían.

No muchas si no quería que Kangin las viese.

—¿Qué podemos hacer?

Kangin había tragado con fuerza para aligerar la tirantez en la garganta. Él y Boom habían sido amigos durante décadas. Todos los Suju morían lentamente, pero si la marca de vida de Boom estaba casi desnuda, entonces el proceso se aceleraría. Y no había manera de saber cuánto. Cada hombre era diferente. Kangin sólo podía esperar que Boom fuera uno de los afortunados y tuviera al menos unos pocos años más.

—Nada. No hay nada que cualquiera de nosotros pueda hacer por él ahora.

Leeteuk jadeó y presionó la mano contra su pecho.

—Oh, Dios. Se está muriendo. Puedo sentir tu aflicción por él.

Kangin maldijo. Había olvidado que el vínculo que compartía permitía que se filtraran las emociones. Iba a tener que tener más cuidado y asegurarse que mantenía las emociones bajo un estricto control.

Respiró profundamente y se centró en aclararse la mente.

—Lo siento. ¿Mejor?

Leeteuk asintió, pero todavía podía ver la pena rondando su rostro.

—Tengo un montón de cosas que enseñarte y no mucho tiempo para hacerlo. ¿Estás listo
para eso?

—¿Tengo elección?

—Si quieres, te llevaré a mi casa. Allí tendremos todo el tiempo que necesitamos.

—Y Boom estaría solo.

Kangin asintió.

Leeteuk estaba asustado. Podía sentirlo proviniendo de su vínculo, podía verlo en la forma en que los ojos cambiaban de color. Estaba asustado por lo que estaba sucediéndole, tenía miedo por la señorita Sora, temía lo desconocido, pero también estaba asustada por Boom.

—No podemos dejarle ir solo, Kangin. No podemos dejarle morir.

No podía resistir la urgencia de tirar de Leeteuk, envolverlo en sus brazos y sostenerlo cerca. Se sentía tan bien allí. Perfecto. Todavía no podía creer lo afortunado que era por haberlo encontrado. Su capacidad para importarle lo que le sucediera a otros lo humillaba y hacía que quisiera protegerlo. En vez de eso, debía lanzarlo de cabeza en su mundo y enseñarle a utilizar su verdadero potencial.

Mantuvo un firme agarre sobre sus pensamientos de modo que Leeteuk no pudiera sentirlos. No quería que supiera que aún si fueran con Boom, no había nada que pudiera hacer para salvarlo. La única persona que podría hacerlo sería otro como Leeteuk. Asumiendo que existiera otra pareja Suju.

Tenía que creer que era verdad. El pensamiento de ver morir a sus amigos en horrible dolor uno por uno no era algo que pudiera soportar. Tanto como lo odiaba, los Zea ya tenía una muestra de su sangre. Probablemente ya estarían analizando su ascendencia para descubrir de donde venía.

Si habían más como Leeteuk, los Zea probablemente serían los primeros en encontrarlos.
Un aterrador pensamiento. Eran corderos para la matanza.

Leeteuk se quedó rígido en los brazos. El control sobre sus pensamientos se estaba deslizando y la cerró de golpe en su lugar. Tendrían bastante tiempo para severos pensamientos como ese después de que encontraran la espada.

—Debemos ponernos en movimiento —dijo Leeteuk.

Los dedos se deslizaron a través de su sedoso pelo y deseó que tuviese más tiempo para llevarlo a una de las habitaciones vacías en el piso de arriba y besarlo hasta que ambos estuvieran demasiado desbocados para detenerse y olvidarse de todos los Sasaengs.

Infiernos, se habría conformado con tener suficiente tiempo para compartir una conversación con Leeteuk de modo que pudiera explicarle cómo funcionaba su unión.


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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...