El Poder del Fuego- Capítulo 7

—Esto es todo —dijo Boom con la voz tensa de preocupación—. Me estoy acercando.

La camioneta frenó, pero no lo suficiente para hacer una diferencia.

Hyungsik se apartó del cuello de Leeteuk, y un segundo después la herida se cerró como si nunca hubiera estado ahí. No quedó siquiera un punto rosa. Tendió su cuerpo inerte con suavidad en el suelo de la camioneta, y le apartó delicadamente el pelo de la cara. El toque era dulce y tierno, e hizo que el estómago de Kangin se sacudiera desagradablemente.

Hyungsik se giró hacia Kangin, y éste pudo ver algo diferente en él. Ya no estaba tan pálido o demacrado como antes, y tenía una expresión de victoria. Conquista.

Boom ahora estaba con ellos en la parte trasera de la camioneta, pero era demasiado tarde. No había nada que pudiera hacer para ayudar a Leeteuk. El daño ya estaba hecho.
Kangin trató de advertir a Boom que Hyungsik les había traicionado, pero no podía hablar.


—¿Qué le pasa a él? —Preguntó Boom.

—Se desmayó. Todo está bien. Simplemente conduce.

—¿Cómo está Kangin?

—Despierto. Sufriendo. Déjame atenderle. Tu trabajo es llevarnos al Elf antes de que sea demasiado tarde.

Boom titubeó como si presintiera que algo iba mal. Apretó el dedo romo contra la muñeca de Leeteuk, comprobando el pulso.

—¿Sabías que estaba sangrando? —Levantó la mano de Leeteuk.

Había varios cortes profundos cruzándole la palma y cristal aún incrustado en uno de ellos.

—Me ocuparé de él. Vete —la voz de Hyungsik era tranquila y pareja.

Kangin intentó hablar. Los ojos estaban abiertos pidiéndole silenciosamente a Boom que entendiera que algo iba mal. Salieron esos malditos ruidos asfixiados, pero nada más. Nada coherente.

Boom le puso la mano sobre el estómago y le echó a Kangin una mirada afligida.


—Tienes que hacer algo con su dolor.

—Lo haré.

Boom apretó la mano de Kangin. Ya fuera para tranquilizarle o para despedirse, Kangin no estaba seguro. Un momento después, Boom se había marchado y la camioneta comenzó a moverse de nuevo.

—Ahora te voy a curar — dijo a Kangin — pero antes de hacerlo, quiero que escuches. Sé que tan pronto como tu cuerpo esté sano de nuevo, es más probable que me mates antes de darme las gracias.

Al menos Hyungsik sabía el resultado. Ahora Kangin no tenía la obligación de advertirle que iba a matarle por tomar la sangre de Leeteuk.

—Leeteuk es uno de los nuestros —susurró Hyungsik con una voz reverente— No sé cómo es posible, pero creo que es un Suju. Tu Suju. Deberías elegir reclamarlo.

Kangin tenía dificultades para aceptar lo que Hyungsik acababa de decir. No tenía ningún sentido. Entre el agudo dolor de las quemaduras, y los huesos rotos, no podía pensar con claridad suficiente como para aceptarlo.

—Lo necesitamos —continuó Hyungsik— Y él te necesita. ¿Quién sabe si alguno de los otros Suju sería compatible con él? Ni Boom ni Kyuhyun lo son, o lo habrían sabido esta noche como lo hiciste tú. Lo habrían sometido de alguna manera. Te necesita para traerlo a nuestro mundo, pero si intentas matarme no sobrevivirás. Me asegurare de ello. Antes de que te haya sanado, debes hacer un acuerdo de paz.

¡No! Kangin luchó, pero el movimiento solo logró hacer que los extremos rotos de las costillas se rozaran entre ellos. Una oleada de dolor se apoderó de él, y tuvo que luchar para permanecer consciente.

Un acuerdo de paz con un Zea que había dañado a Leeteuk. No podía soportar la mera idea. Los Zea eran conocidos por poner un tipo de mecanismo de auto-destrucción en la gente que sanaban como garantía de que sus pacientes no intentarían matarle cuando estuvieran bien.

La guerra entre las razas Centinelas había sido común durante siglos, y el Zea necesitaba ese seguro. Sin embargo no se había hecho en años. Los linajes humanos habían crecido demasiado débiles, y ninguno de los Zea habían sido lo suficientemente fuertes como para ejercer ese tipo de magia.

Tal vez sólo estaba fanfarroneando para que Kangin no intentara matarle al segundo en que tuviera oportunidad.

—Crees que no soy lo suficientemente fuerte, pero estás equivocado. La sangre de Leeteuk es casi pura. No sé cómo es posible, pero lo es. No volveré a ser el débil que has llegado a conocer.

Kangin se obligó a mirar a la demasiado hermosa cara del Zea. Oh, infiernos. Era verdad. Kangin podía verlo en la triunfante expresión de Hyungsik. Podía ver al poder brillar detrás de esos pálidos ojos.

Hyungsik sonrió, la belleza demasiado intensa para que Kangin la mirara demasiado tiempo. Apartó la mirada y rezó para que cualquiera que fuera el poder que Hyungsik tuviera, no pudiera usarlo para dañar a algún humano. No había nada que los Suju pudieran hacer para detener a un Zea con toda su fuerza. Ni siquiera los Tvqx tenían ese tipo de poder, y ellos eran virtualmente máquinas de matar.

—Creo que nos entendemos —afirmó Hyungsik con la satisfacción resonándole en la voz. Abrió los restos de la camisa de Kangin, soltando pequeños trozos de algodón carbonizado por el aire. Puso las manos sobre el pecho de Kangin y cerró los ojos.

Una fría corriente de poder barrió a Kangin, tan suave como una brisa. En un abrir y cerrar de ojos las quemaduras se habían ido, la pierna estaba entera, y las costillas ya no estaban aplastadas. Kangin nunca había visto o sentido nada igual antes. Había sido sanado por los Zea un montón de veces, pero nunca como esto.

Los Zea normalmente no tenían suficiente poder para curar y prevenir el dolor. El Suju había aprendido a aceptar el dolor como parte del precio de la recuperación, y Kangin había esperado lo peor considerando la extensión de las quemaduras.

No solo la curación no había dolido, además se sentía bien. Calmante, como agua fresca rodando suavemente sobre la piel.

Kangin miró a Hyungsik. El Zea se sentó sobre los talones.

—¿Te gustaría hacer un cambio justo, ahora que sabes que las medidas que he puesto en marcha son reales?

Kangin se impulsó para levantarse. Darle un golpe habría sido divertido, pero incluso pensar en ello le hacía doler la cabeza. Cualquier daño físico que le hiciera a Hyungsik volvería a él doblemente ampliado. Un puñetazo en esa linda mandíbula podría costarle a Kangin todos sus dientes, o incluso romperle el cuello.

Había tenido suficiente dolor por una noche, y necesitaba cuidar a Leeteuk, asegurarse que el Zea no le había hecho un daño permanente.

—Arréglale las manos a Leeteuk y la cara —ordenó Kangin—. Al menos le debes eso.

Tan pronto como lo cumpliera, Kangin iba a traer de vuelta allí a Boom para golpearle hasta el infierno. Kangin no podía tocarle, pero seguro como el infierno que Boom podría. Con fuerza.

A Hyungsik sólo le llevó unos pocos segundos sacar el cristal de las heridas y unir de nuevo la piel. Incluso la sangre se evaporó, dejando sólo suave y rosada piel.

Kangin ansiaba tocarlo para comprobar sus lesiones, pero se contuvo. Había demasiadas cosas raras sucediendo entre ellos, y tenía que averiguarlas antes de tocarlo de nuevo.
Una vez que lo hiciera, sabía que sus pensamientos se desviarían y su racionalidad volaría por la ventana. Se sentía demasiado bien bajo esas manos. Demasiado bien.

—Despiértalo.

Hyungsik se estiró hacia él, pero dejó caer la mano.

—No. Hazlo tu mismo.

—Tendré que tocarlo.

Hyungsik sonrió.

—Lo sé.

Eso fue todo. Kangin tendría que tratar con Hyungsik. Era tiempo de que Boom le diera un puño de ayuda.

—Boom, frena. Ahora.

Este le echó una rápida mirada sobre el hombro, vio a Kangin despierto y lúcido y detuvo la camioneta en seco.

Hyungsik no iba a esperar el tiempo suficiente para que Kangin le dijera a Boom lo que había hecho. Kangin no sería capaz de dañarle, pero Boom era totalmente diferente.

Hyungsik saltó por la puerta trasera y corrió hacia los árboles que bordeaban el camino rural de Kansas. Su cuerpo vibraba por el poder, e incluso con la carrera no respiraba con dificultad. Marcó a Kevin esperando que ahí la señal del móvil fuera lo suficientemente fuerte como para permanecer conectado.

—Sí —respondió Kevin con voz suave y profunda. Había perdido el acento hacia años, y ni siquiera quedaba algo que hiciera notar su origen extranjero en un país que ya no existía.

—Necesito que me recojas de inmediato. Voy a pie.

—¿No estás con Kangin?

—Ya no. Me he tenido que ir. Mi compañía ya no era bienvenida.

Afortunadamente Kevin no preguntó más. Como líder de los Zea estaría en su derecho, pero él era un hombre que apoyaba la acción, así como la protección de su propia raza.

—Puedo tener a alguien en tu camino en una hora. Tenemos un montón de hombres en la zona.

—No. Necesito que seas tú.

—Estoy más lejos. Me llevará al menos seis horas alcanzarte.

Maldición. Era demasiado cerca del amanecer para el gusto de Hyungsik.

—¿Dónde estás?

—Justo al norte de Dallas.

—¿El proyecto Mazeltov? —Preguntó Hyungsik.

—Sí.

—Entonces definitivamente quieres reunirte conmigo. Informarme sobre tu progreso para que pueda ayudar.

—Pensé que habías dicho que no eras capaz de ayudar porque no estabas lo suficientemente fuerte —comentó Kevin con un dejo de irritación—. Por eso fuiste asignado para cazar con un Suju.

—Las cosas han cambiado —lo que era un eufemismo. Su mundo completo había cambiado. Por primera vez en dos siglos ya no se estaba muriendo. No era débil. Quería aullar de triunfo, pero eso solo descubriría su localización.

—¿Qué ha cambiado exactamente?

—No por teléfono. Reúnete conmigo en la SM tan pronto como puedas.

Al Suju Zhoumi le gustaban sus aparatos, y a Hyungsik no le sorprendería del todo descubrir que los usaba para escuchar las conversaciones telefónicas cuando le convenía.

—Será mejor que mi tiempo merezca la pena —dijo Kevin.

—Lo vale.



—¿Quieres que vaya tras él? —Preguntó Boom.

Kangin miró al Zea desaparecer en los árboles. Cogerle no sería fácil, y todavía había dos humanos a quien vigilar; uno inconsciente, y otra sin su andador para moverse.

—No. Déjale ir. Al final volverá.

—¿Qué ha pasado? Te ves como si nunca hubieras sido arruinado por el Saesang. Incluso te ha vuelto a crecer el pelo.

—Hyungsik lo hizo. Inmediatamente después de engañar a Leeteuk con un juramento de sangre y alimentarse de él.

Boom dejó escapar un silbido bajo.

—¿Es un sangre pura?

—No sólo un sangre pura. Hyungsik dijo que era uno de nosotros. Un Suju—Aún no podía creer que él fuera uno de su clase. No le parecía posible a pesar de que explicaría mucho sobre la manera en que le había percibido. La manera en que se había sentido obligado a tocarlo, no importaba cuanto le doliera alejarse. Tenía que meter las manos profundamente en los bolsillos para evitar hacer precisamente eso.

Boom se detuvo por un momento como si absorbiera las palabras, luego miró hacia el cuerpo tendido de Leeteuk.

—Si es uno de los nuestros… te sentías atraído por él. Puedes unirte a él.

Kangin asintió.

—¿También crees que sería capaz de hacerlo?

La desesperada esperanza iluminó los ojos de Boom haciendo que el pecho de Kangin se apretara. Boom era mayor que Kangin. Había tenido más años para acumular poder en su cuerpo, más años para sufrir bajo el insoportable dolor de contenerlo.

Boom ya había tocado a Leeteuk varias veces esa noche, y si había sentido algo raro, nunca lo dijo. Kangin entendía ahora a lo que Hyungsik se refería cuando dijo que Leeteuk le necesitaba. Hasta el momento, Kangin era el único de los Suju que podría unirse con Leeteuk y traerlo a su mundo, mostrarle el lugar que le correspondía. Solo los hombres a los que fuera capaz de unirse serían atraídos por él.

El poder entre un par de Suju vinculados tenía que ser compatible. Esa inexplicable y casi magnética atracción era el modo en que su naturaleza les daba a conocer cuáles compañeros podrían hacer un uso efectivo de su poder.

Boom necesitaba saber la verdad, y la única manera de hacerlo era sentirlo por sí mismo. No sintió nada cuando tocó a Leeteuk. Ni tirón, ni chispa, ni calor. Nada más que fresca y suave piel.

Leeteuk nunca podría ser suyo.

Le quedaba una hoja, solo unos días hasta que cayera y su alma se marchitara, y por primera vez en más de dos siglos un Suju doncell había entrado en sus vidas. Eso era por lo que todos habían rezado. Era lo único que mantenía a los Suju a pesar del dolor, a pesar de las constantes batallas y el derramamiento de sangre.

Esa sola y preciosa esperanza de que algún día encontrarían una pareja que pudiera salvarles y ayudarles a combatir. Él había encontrado al doncell, pero no había nada que él pudiera hacer para salvarle.

No estaba seguro de si debía reír o llorar, o simplemente renunciar a todo. La voluntad separándose de su cuerpo bajo la tensión de mantener demasiada energía, y finalizar su sufrimiento.

Boom cerró los ojos y se apartó de Kangin, sin querer compartir su fracaso con nadie. Se negaba a llorar. Se negaba a revolcarse en la autocompasión. Había sabido durante demasiado tiempo que estaba cerca del final. Esto no cambiaba nada. Al menos no para él.
Kangin podía reclamarlo. Al menos Boom podría tomar algún consuelo en el hecho de que su amigo ya no sufriría. No era mucho, pero era algo.

—Estamos sólo a un par de kilómetros de la granja donde se supone que nos reuniríamos con el Elf. Debemos seguir adelante.

—Boom.

Kangin se había acercado a él, pero Boom se apartó a un lado.

—Olvídalo. Estoy bien.

—¿Cuánto tiempo te queda? —el pecho de Kangin estaba desnudo. Había al menos una docena de hojas colgando de su árbol.

Debajo de su propia camisa, Boom podía sentir el minúsculo peso de la última hoja colgando en su marca de vida. Podría vivir durante años incluso después de que se hubiera caído, pero lo estaría haciendo sin alma. Bueno. Malo. Pronto todo sería lo mismo para él.
Boom no iba a dejar que eso sucediera. No se iba a convertir en los monstruos que cazaban.

—Tiempo suficiente para encontrar la espada. Vamos.

Kangin no se había movido.

—Podría no ser el único. ¿Qué pasa si hay otros como él ahí fuera? Tienes que aguantar.

—Lo haré —mintió Boom—. Deja de preocuparte por mí. Es de Leeteuk del único que necesitamos preocuparnos ahora.

Kangin asintió.

—Necesito limpiarlo. Quemar sus ropas.

Estaban manchadas de sangre, tanto roja como negra. Demasiado peligroso para dejarlo atrás. El aroma atraería a los demonios desde kilómetros.

—No deberías estar tocándolo, al menos no hasta que sepas que puedes detenerte sin hacerte daño. Si el Saesang viene de nuevo, él te necesitará para luchar.

—Seré capaz.

—Seguro como el infierno que no seremos capaces de luchar cuando estés en el suelo del comedor, convulsionando.

—Ahora es mejor.

—Sí, porque lo estás tocando, idiota —Boom odió el sonido de la ira en su voz. Quería a Kangin como a un hermano. No era culpa de él que Leeteuk no pudiera salvarle.

—Lo siento, Boom.

—Olvídalo —Boom miró a Leeteuk yaciendo todavía en la parte trasera de la camioneta. El era un milagro, sólo que no el suyo. Cuanto menos tiempo pasara pensando en eso, mejor— Vamos a salir de aquí.



Kangin logró mantener las manos fuera de Leeteuk durante el resto del viaje, pero cuando llegaron a la aislada granja, le dolían los nudillos de apretar los puños con fuerza.

El Elf ya había llegado y estaba esperándoles fuera. Dos hombres jóvenes y una chica, que no podía haber terminado la secundaria, estaban sentados en los escalones que conducían al porche cubierto. Estaban armados como lo hacían los humanos, cada uno llevaba una pistola y una escopeta.

Kangin salió de la furgoneta manteniendo la mano cerca de la espada mientras revisaba la zona en busca de signos de Sasaengs.

—Es seguro —dijo la chica. Se puso de pie y le tendió la mano en un incongruente gesto masculino—. Soy Yoojin, y estos son mis primos. Vivimos un condado más allá, así que pensamos que podríamos venir a ayudar. Dongjoon contactó con nosotros.

Dongjoon, un Zea. Genial. Justo lo que necesitaba esa noche. Otro jodido chupasangre.

Kangin le estrechó la mano, comprobando para asegurarse que llevaba el anillo de los Elf. Era una banda sencilla de plata con una sola hoja grabada. Un anillo que era dado a cada uno de los humanos pura sangre que se comprometían a ayudar a los Centinelas. Estaban bajo juramento de ofrecer ayuda cuando fuera necesario, y no era raro que familias enteras juraran lealtad. También estaban obligados a guardar el secreto. La mayoría de las veces los Elf eran humanos que habían sido salvados de los Sasaengs al menos en algún momento de su ascendencia.

El anillo de Yoojin emitía un sutil murmullo de poder que cualquiera de los Centinelas podía sentir. Solo funcionaba para el que había sido creado. Si alguien robaba un anillo sería inútil para hacerse pasar por Elf. Ella era auténtica a pesar de su juventud.

Los dos hermanos bajaron y también le ofrecieron las manos. Ambas limpias.

—Soy Kangin. Boom es el tipo grande. La señorita Sora está en el asiento delantero. Hemos perdido su andador, por lo que necesitará que alguno de vosotros, muchachos, le ayude a entrar. Con cuidado.

—Estoy en ello —dijo uno de los hermanos, saltando los escalones.

Yoojin tanteó bajo la barandilla del porche hasta que encontró la llave oculta que les permitiría pasar.

—Espera —dijo Boom—. Déjame comprobarlo primero.

Yoojin echó la cabeza atrás hasta que pudo verle por debajo de la gorra.

—Estoy diciendo que este lugar es seguro. Siempre puedo sentir a los Sasaengs cuando están cerca. Y no lo están.

—Estoy seguro de que puedes, muchachita. También estoy seguro de que no te voy a dejar entrar en una casa oscura sin siquiera una navaja de bolsillo para protegerte.

Ella acarició la escopeta.

—Tengo a Hazel.

Boom miró hacia abajo a su arma, levantando una oscura ceja.

—¿No te enseñaron que la mayoría de los demonios no puede ser asesinados sin una espada o magia, verdad?

—Seguro. También sé que si Hazel les da primero, tendrás un montón de tiempo tranquilo para cortarles en trozos.

Boom gruñó.

—Solo quédate detrás de mí y mantén a Hazel apuntando en una dirección distinta a mi espalda.

Yoojin aceptó la orden como un pequeño buen soldado y le dio a Boom la llave.

Leeteuk no se había movido y estaba pálido. Kangin quería matar a Hyungsik, pero la sola idea le dio un violento dolor de cabeza.

—Lo llevaré —ofreció uno de los chicos.

Kangin debería estar de acuerdo, pero el sonido interesado calentando su voz le hizo cambiar de idea.

Sufriría el dolor de soltarle de nuevo si tenía que hacerlo, pero no iba a dejar que algunos humanos supieran que no podía tocarlo.

—Como el infierno —dijo Kangin.

Lo levantó en brazos y, al segundo de que las pieles se tocaran, le inundó un sentido de realización que llenó todos los espacios vacíos, aliviando el dolor que ni siquiera sabía que tenía. Lo apretó contra el pecho desnudo cerrando los ojos, permitiendo que sus poderes lo empaparan, dejándolo barrer la presión que ya había construido protegiendo niveles dolorosos.

Menos de media hora sin tocarlo y ya sufría. ¿Cómo podría dejarlo ir?

No lo dejaría. Esa era la pura verdad. Iba a reclamarlo. Nunca sería capaz de esperar el tiempo suficiente para llevarlo de vuelta y averiguar si alguno de los otros Suju eran capaces de vincularse a él. Iba a reclamarlo como propio, y al infierno con las consecuencias. No iba a poner a Leeteuk en exhibición y dejar que otros Suju lo tocaran. Lo había encontrado, y lo iba a guardar para sí. Esa parte era fácil. La parte difícil iba a ser convencerlo de que quisiera quedarse.


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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...