El Poder del Fuego- Capítulo 2



Leeteuk no se atrevió a moverse. No con el Hombre de la Visión estando tan cerca, casi tocándolo. Sintió su caliente respiración resbalando sobre su cuello, girando alrededor de su oído.

Estaba ronroneando -un bajo y profundo sonido de satisfacción- y el ronroneo resonó en su interior.

Todo lo que podía ver era el lado de su grueso cuello donde se unía a su hombro y una sección de ese collar que llevaba -algún tipo de iridiscente gargantilla de dos centímetros y medio de ancho. Cada color imaginable giraba en el interior de la flexible venda. Sintió la urgencia de tocarla para ver si era tan resbaladizo como parecía, si era tan cálido en su piel.

En vez de eso, abrazó su cartera con más fuerza contra su pecho, todavía sosteniéndole, rogando que se apartara de él antes de que perdiera la cabeza y pasara sus dedos sobre la banda.

Estaba respirando demasiado rápido, haciéndole marearse. Cerró los ojos para bloquear la visión de él de modo que pudiera calmarse, pero en vez de eso la visión destelló en su cabeza, alejándolo todo.

El hombre estaba de pie a unos pocos pasos. Todo estaba oscuro alrededor de ellos y la única razón por la que podía casi ver su cara era que el fuego que consumía su cuerpo reflejaba los agudos planos de sus mejillas, la sombría línea de su mandíbula, los fuertes tendones de su cuerpo y la amplia extensión de sus hombros.

Las llamas bailaban reflejadas en sus ojos y una media sonrisa orgullosa inclinaba su boca. Podía sentir su carne quemándose, sentir el calor consumiéndolo. El dolor de su piel llena de ampollas cuando se ennegrecía era demasiado para soportarlo. Gritó, rogando que la muerte viniese a reclamarlo.

La realidad se encajó a presión nuevamente en su lugar, alejando la visión. Leeteuk jadeó en una desesperada respiración. No estaba muerto. Al menos no todavía. Las brillantes luces del comedor hirieron sus retinas y el olor de carne quemada fue reemplazado por el de cebollas y patatas fritas. Obligó a su cuerpo a relajarse, a recordar dónde estaba. Sólo respira. Sus pulmones se expandieron, absorbiendo la esencia del hombre que le tenía atrapado. Limpia piel masculina.

Estaba todavía sólo unos centímetros alejado de él, emitiendo ese bajo ronroneo en su pecho. Leeteuk no estaba seguro de si quería empujarlo lejos o frotar ligeramente su dedo sobre la curva de esa intrigante gargantilla que usaba. Algo en ella tiró de sus recuerdos, aunque estaba seguro que nunca había visto algo así antes.

El hombre no lo llevaba en su visión. La revelación brotó dentro. Su camisa había sido diferente, no la negra de algodón que llevaba ahora, sino luminosa. Curtida. Con algún tipo de árbol pintado encima.

Los detalles de su visión no hacían juego con lo que estaba sucediendo ahora mismo, lo cual quería decir que estaba a salvo, al menos por el momento.

Él se inclinó acercándose una fracción de centímetro más y rodeó sus largos dedos alrededor de su cabello.

Sobre su dedo llevaba un anillo que hacía juego con su collar y este destellaba en un intrigante patrón de remolinantes colores que hacía que quisiera mirarlo. Un insistente tirón de su cabello le hizo inclinarse hacia atrás, estando seguro de que sentía sus labios pasando a lo largo de su cuello y su mejilla.

Leeteuk se estremeció y oyó un pequeño gemido abandonando su boca. Cada célula en su cuerpo permanecía atenta a ese único pequeño toque. Su piel se volvió más caliente y su abdomen se encogió contra un salto de calor.

Quería algo que no podía nombrar. Lo necesitaba. No era sólo deseo. Era más profundo que eso. Profundo hasta el hueso. Profundo hasta el alma. Él tenía algo que le pertenecía y Leeteuk lo quería.

Incluso si eso le mataba.

Sus labios se deslizaron sobre su mejilla, sin tocarlo apenas. Quizás, ni siquiera tocándolo, sólo acariciando el fino vello de su piel. Lo que fuera que estuviese haciendo, era maravilloso, aterrador o no. Se sentía como si estuviese siendo llenado de energía. Se sentía más vivo que antes.

Todo procedente del toque del hombre que le vería morir…
Asombrosamente irónico.



Desde algún lejano lugar apagado, Kangin oyó a la anciana jadear en estado de shock y luchó con el impulso de ir hacia ella.

—Dime tu nombre —le ordenó, sin importarle lo ruda que sonara su voz.

Necesitaba su nombre. Maldición, necesitaba mucho más que eso, pero con la audiencia que tenía, iba a tener que conformarse con pequeños fragmentos.

—Park Leeteuk.

Dios, amaba el sonido de su voz, tan suave y dulce. Cerró nuevamente los ojos, dejando que el sonido y su olor, se hundieran en él. Podría pasarse medio año sólo escuchándole hablar, dejando que el apacible barrido de su voz lo calmara.

Estaba demasiado concentrado en ver cómo podía acortar el pequeño espacio entre ellos cuando oyó un grito de advertencia de Boom medio segundo demasiado tarde. El andador de la señorita Sora se deslizó sobre su cabeza, enviando un aguijoneador dolor por su cráneo.

—¡Vuelva a su esposo, usted… usted! Sinvergüenza —Gritó la anciana, elevando su andador para otro golpe.

— ¿Sinvergüenza? ¿Esposo?

Kangin no tenía idea de qué estaba hablando, pero no se quedó allí lo bastante como para preguntar. Ya podía sentir un chichón alzándose en la parte de atrás de su cráneo. La anciana quizás se viera frágil, pero se las ingenió para darle de puñetazos.

Se estiró hacia la señorita Sora, intentando sacarle cuidadosamente el arma de aluminio de sus manos antes de que se hiriera a sí misma. O a él.

Llegó demasiado tarde. Boom ya se había hecho cargo y tenía a la anciana dama en sus brazos, sosteniéndola cuidadosamente a pesar de sus esfuerzos.

Leeteuk se levantó, rodeando a Kangin para llegar hasta la anciana.

—¡Déjala ir!

Boom lo ignoró, intentando calmar a la anciana con suaves palabras:

—No voy a hacerle daño, señora. Ninguno de nosotros va a herirlos. ¿No es cierto,
Kyuhyun?

A metro y medio de distancia, Kyuhyun tenía a Sungmin aprisionado contra la parte de arriba de la caja registradora, casi inclinado sobre su espalda. Estaba peleando con él, pegándole, pero Kyuhyun aceptaba sus golpes, haciendo una mueca como si le hicieran cosquillas.

—Hey, él es el único que está intentando herirme. Yo sólo quería hablar —la voz de Kyuhyun se hizo más baja y su sonrisa se amplió—. Pero estoy dispuesto a jugar si tú quieres, cariño. No me importa si te gusta la rudeza.

Sungmin gruñó y azotó a Kyuhyun con sus puños.

Desde la esquina de su ojo, Kangin vio a Leeteuk empezar a hacer un movimiento hacia Boom y la anciana, pero Kangin fue más rápido. Lo sujetó rodeando su cintura con un brazo y tirando de él contra su pecho. Eso fue un error.

Tan pronto como tuvo su suave cuerpo contra el suyo, su cerebro empezó a venirse abajo. Desde una vaga, borrosa distancia, podía sentirlo luchando para liberarse, empujando y tirando de su brazo.

Podía oír la asustada voz pronunciando los nombres del camarero y la anciana. Podía sentir el pánico en su interior, la frenética fuerza incrementándose con cada latido de su corazón. No podía imaginarse qué significaba todo aquello o qué debería hacer. Todo lo que sabía era que no podía dejarlo ir. Lo necesitaba.

Por primera vez en décadas, se sentía bien. Era tan sorprendente que lo dejó vacilante. Quería inclinar la cabeza y besar la cremosa piel de la nuca de su cuello con tanta desesperación que temblaba.

Kangin se dobló para hacer justo eso cuando su sujeción se aflojó y Leeteuk se deslizó de su agarre.

El dolor impactó dentro de él con una palpable fuerza que lo dobló de rodillas allí mismo, sobre el suelo de azulejo. El poder lo inundaba y atravesaba sus venas, martilleando sus huesos con profunda agonía.

Estaba seguro de que se había roto alguno y que sus órganos habían sido pulverizados. Nada podría explicar tanto dolor. No podía mantenerse en pie. No podía ver. No podía respirar.

Su cuerpo no podía funcionar. En los grisáceos bordes de su mente, se oyó gritar a sí mismo, un terrible y agudo sonido. Sabía que se estaba muriendo, pero ahora mismo eso era algo bueno. Todo terminaría pronto, pero no parecía ser lo bastante pronto.

Leeteuk no estaba seguro de qué había hecho al Hombre de la Visión para ponerlo de rodillas, pero no se detuvo a preocuparse por ello. La señorita Sora todavía estaba intentando alejarse de hombre que la sostenía, y se veía como si estuviese corriendo una maratón.

Sungmin, por otro lado, estaba aguantando contra el tercer hombre. Él lo había empujado hacia abajo, de modo que casi estaba tendido sobre el mostrador cercano a la caja registradora.

—Deja de luchar conmigo antes de que te hagas daño a ti mismo —le dijo.

Sungmin puso una rodilla entre ellos y empujó, pero no funcionó.
El hombre simplemente presionaba la parte baja de su cuerpo con más fuerza contra el suyo hasta que no tuvo sitio para maniobrar.

—¿Vas a seguir?

Su mano palpó sobre el mostrador hasta que encontró el pincho de metal que usaba para reunir los tickets de los pedidos y hundió el afilado pincho en el brazo de su captor.

Él bajó la mirada hacia el aguijón de metal saliendo de su piel y sonrió. Realmente sonrió.

—Buen disparo, hombre —sonaba como si estuviese orgulloso de Sungmin, lo cual era completamente una locura, pero al menos Sungmin todavía era capaz de luchar.

La señorita Sora no, y Leeteuk no estaba seguro de cómo iba a conseguir liberarla. El hombre que la sostenía probablemente les superara en fuerza.

—Déjala ir —exigió Leeteuk, hurgando en su cerebro buscando algo que hacer.

Se estaba quedando sin ideas, así que se arrojó con lo mejor que tenía. Agarró el azucarero, pero antes de que pudiera lanzarlo, el gigante dio un paso adelante y simplemente le entregó la señorita Sora a Leeteuk. No estaba seguro de qué lo había hecho cambiar de opinión, pero no iba a cuestionar su buena fortuna.

El hombre fue cuidadoso con su frágil cuerpo, gentil. Se tomó su tiempo en hacer la transferencia y entonces, cuando la anciana estuvo libre, se lanzó hacia el suelo, donde el Hombre de la Visión estaba retorciéndose de dolor.

—¡Kyuhyun! —Le gritó—. Necesito un poco de ayuda aquí con Kangin cuando hayas terminado de jugar con el chico.

El hombre que había cogido a Sungmin lo dejó ir, arrancándose el estilete de su brazo y dejándolo sobre el mostrador. Sungmin apenas consiguió ponerse de pie antes de que él también fuese hacia el Hombre de la Visión. Kyuhyun se volvió hacia Leeteuk, fulminándolo con la mirada.

—¿Qué le has hecho a Kangin?

Tenían que salir de allí tan rápido como fuera posible.

—Nada. Él fue quien me atacó a mí.

—No estaba haciendo otra cosa más que intentar hablar contigo. Tú eres el único que alucina. ¿Qué le has hecho? —Exigió.

El Hombre de la Visión –Kangin, como le llamaban- estaba todavía convulsionándose en el suelo, su cuerpo doblado en un poderoso arco. Había estado gritando un momento antes, pero ahora hacía esos horribles sonidos ahogados, como si no pudiera respirar. Algo extraño estaba sucediéndole a la brillante gargantilla que llevaba. Los colores que se veían, giraban en una mezcla de rojos, naranjas y amarillos. Delgadas hebras de humo se filtraban desde el collar y el anillo a juego en su mano derecha.

Leeteuk podía oler el aroma de la carne quemada, igual que en su visión.
El hombre que había sostenido a la señorita Sora comprobó su reloj, con expresión arrugada.

—Tres minutos hasta la puesta de sol. Hyungsik no va a llegar a tiempo para salvarlo.

Kyuhyun se levantó y dio un paso hacia Leeteuk. Sungmin había recobrado su movilidad y encontró un enorme cuchillo en algún lugar detrás del mostrador. Y lo sostenía como si supiera lo que estaba haciendo. ¿Podría ser esta noche más extraña?

Kyuhyun debió haber visto a Sungmin moviéndose hacia él, porque se volvió y apuntó un delgado dedo en su dirección.

—Mantente fuera de esto. No es asunto tuyo.

—Maldita sea si no lo es. Ellos son mis amigos.

—Y Kangin es el mío —Kyuhyun se volvió a Leeteuk—. Deja a la anciana y ven aquí —aquello no era una petición y Leeteuk estaba seguro de que si no hacía lo que le había dicho, alguien iba a salir herido.

La señorita Sora apretó el brazo de Leeteuk.

—No vayas cariño.

—Estaré bien —mintió él.

Leeteuk se volvió hacia Kyuhyun y dio un paso hacia delante. El enorme tipo estaba sosteniendo a Kangin en el suelo de modo que no se hiciera daño a sí mismo golpeando alrededor, pero no parecía un trabajo fácil. Kangin era fuerte, sus brazos y piernas estaban gruesamente torneadas de músculo. Podía ver toda esa fuerza que apretaba su cuerpo contra las convulsiones.

Kyuhyun había sujetado a Kangin por las piernas, pero no apartaba sus ojos de Leeteuk.
No quería estar en medio de este lío, completamente confundido por lo que estaba sucediendo y totalmente aterrado por estar tan cerca de un hombre que lo hacía sentir mejor con casi una caricia que todas las verdaderas caricias de todos los hombres en su vida juntos.

—Se va a poner bien —les dijo, dando otro medio paso hacia delante.

—¿Cómo lo sabes? —Preguntó Kyuhyun.

Fantástico. No podía decirles exactamente que sabía que él estaría bien porque viviría lo bastante como para verle morir.

—Sólo lo sé.

Otro medio paso y estuvo lo bastante cerca para que Kyuhyun lo agarrara por la muñeca.

—Lo que quiera que hayas hecho, deshazlo.

—¡No hice nada! Lo juro. Todo lo que hice fue apartar su brazo y él se cayó.

El profundo ceño de Kyuhyun saltó durante un segundo; entonces esos pálidos ojos se abrieron desmesuradamente como si simplemente acabase de darse cuenta de qué estaba mal.

—Ven aquí —ordenó, tirando de él hacia el suelo hasta que su mano presionó directamente contra el estómago de Kangin.

Podía ver la mitad de un largo tatuaje ascendiendo por su costado derecho. Era un árbol, entintado en realistas colores y perfectamente detallado. Era tan real que estaba seguro de que casi podría sentir la dureza de la rama debajo de sus dedos. Finas hebras de raíces bajaban sobre su estómago y desaparecían debajo de la cintura de sus vaqueros. Se negó a pensar hacia dónde conducían.

Sus dedos tocaron su piel, y no pasaron dos segundos completos para que Kangin se relajara. Ambos hombres le miraron atónitos, entonces, se miraron el uno al otro, compartiendo algún secreto entre ellos. No tenía la menor pista de qué estaba pasando, y a estas alturas, no estaba seguro de querer saberlo.

—Vendrás con nosotros —dijo el que inmovilizó a la señorita Sora.

—No, no lo haré —dijo Leeteuk.

Kyuhyun dejó la muñeca de Leeteuk y se levantó. Estaba sucediendo algo bajo su mano. La piel de Kangin estaba caliente y Leeteuk estaba inundado con ese extraño murmullo de energía que había sentido antes. Esta, lo llenó interiormente, igual que una luz cálida. Había una sensación como de sabor de la miel en su boca y el olor de la lluvia en su nariz. Se sintió ligero. Radiante. Eso no estaba bien. Se sentía increíblemente bien, pero no estaba bien. No podía ser real.

Empezó a apartar sus dedos, pero la mano de Kangin cogió la suya antes de que acabara de alejarla de su piel. Sus dedos se enroscaron alrededor de su muñeca.

Él se incorporó, pareciendo alerta y coherente, y sintió la suave sensación de su camisa contra la muñeca.

Mantuvo su mano en el sitio y se inclinó hacia delante hasta que apenas hubo cinco centímetros entre ellos.

—No te dejaré hacerte a un lado. No, hasta que descubramos qué es esta cosa que hay entre nosotros.

Eso era un juramento. Podía sentir su poder asentándose entre los dos, apartándolos del resto del mundo.

Eso no era real. No podía estar sucediendo. Un montón de cosas extrañas le habían sucedido a lo largo de su vida, pero esto era la guinda de las cosas extrañas.

—No hay nada entre nosotros.

Le dedicó esa media sonrisa de su visión.

—Ahora sí.

Detrás de él, justo en el interior de la ventana que llevaba a la cocina del comedor, erupcionaron llamas naranjas, escupiendo hacia arriba.

Fuego. El olor de la carne quemada.

El mundo de Leeteuk se vino abajo, hacia un pico de pánico del que no podía escapar. Se infiltró en su interior y le robó todo el oxígeno. Ni siquiera podía recordar cómo respirar.



A Kyuhyun le gustaba un poco de carácter en sus parejas, pero esto era ridículo. Había visto al camarero sexy salir de una esquina con un cuchillo. Después del truco con el que había salido con ese punzón, no dudó ni por un segundo que lo usaría. Sabía que lo haría. El rastro de sangre que bajaba por su brazo era prueba de ello.

—¿Quieres jugar, pequeño? —Le preguntó, acercándose al acecho. Era tan malditamente hermoso que solo quería devorárselo. Había sido todo azúcar y sonrisas cuando les había tomado los pedidos y llevado las cenas, pero tan pronto como pensó que sus amigos estaban en peligro, toda esa dulzura voló, dejando al verdadero hombre que había debajo.
Feroz. Adorable. Su encantadoramente acentuada barbilla no lo engañaba. Era todo espíritu y oscuridad y a le encantaba.

Sungmin no era muy grande, pero eso no era culpa suya. Estaba muy bien constituido en su mente, y ese pelo de chico malo y el breve vistazo del tatuaje que tenía bajando la espalda realmente a él le funcionaba. Kyuhyun no estaba seguro de qué imagen era, pero no le importaba.

Si pudiera conseguir que bajase el cuchillo, podrían tener una encantadora, larga charla, y quizás si le dejara hacer su trabajo, le dejaría ver cuán lejos llegaba ese tatuaje.

Por el rabillo del ojo, Kyuhyun vio que la anciana había recuperado su andador y se estaba dirigiendo al teléfono. La última cosa que necesitaban era que ella llamase a una dotación de policía humana para rematar las cosas.
Esa captura que había hecho Kangin era suficiente diversión para una noche.

Kangin ahora estaba sentado, lo cual era una buena señal, pero la puesta del sol sería en menos de un minuto, y una vez sucediera eso, las cosas irían de feo a jodidamente feo en un latido de corazón. Esos demonios eran igual que famélicos bichos que salían de las oscuras y húmedas madrigueras y empezaba a cazar. El olor de la sangre que bajaba por el brazo de Kyuhyun sería uno de los primeros lugares en los que harían una parada.
Sungmin estaba rodeándolo a su derecha, hacia la anciana, como para protegerla. Como si alguno de los Centinelas fuera a herir a alguna anciana. Por supuesto, él no podía saber eso.

—Baja el arma, Baby. Ha habido bastante sangre derramada por esta noche.

—Te diré cuando haya tenido bastante sangre. —Escupió.

Kyuhyun quería besar esa violenta boca suya. Antes, cuando había sido Sungmin el camarero, había pensado que era bastante bonito, pero ahora que era Sungmin el vengador, era glorioso. Apabullante.

Se movió hacia delante, manteniendo la mirada sobre el cuchillo mientras reunía una pequeña porción de energía del aire. El añadido poder hería como el infierno, pero necesitaba marcarlo. No podía dejarlo ir, no sin asegurarse que tenía una manera de mantener las marcas sobre él. Un pequeño toque y dejaría una marca que sería capaz de seguir en cualquier lado. Todo lo que tenía que hacer era acercarse lo bastante para tocarlo sin hacerlo abiertamente. Hyungsik no apreciaría tener que prescindir de él antes de que la noche hubiese siquiera empezado realmente.

Sungmin no se volvió. No cedió una pulgada. El cuchillo brilló en su agarre y Kyuhyun se sintió a sí mismo sonriendo.

Se acercó, contando los segundos que le llevaría a la anciana alcanzar el teléfono. Quizás quince. Era suficiente para desarmarlo y dejar la marca.

Kyuhyun se abalanzó hacia él, pateando el cuchillo. Le agarró la muñeca, y tiró del cuerpo contra el suyo, su espalda contra su pecho. Podía sentir la rápida elevación y caída de su pecho y el frenético latido de su corazón.

Durante un breve segundo, vaciló. El le tenía miedo. No quería eso.
Dejó ir la energía que había reunido y sintió una ardiente acometida de poder saltando de su mano a través del índice, el cual presionó ligeramente contra el antebrazo de Sungmin. Él jadeó.

Kyuhyun abrió la boca para tranquilizarlo, pero antes que pudiera decir una sola palabra, una gigante columna de fuego salió de la cocina y barrió a través del techo, haciendo un agujero en la azotea.

Se habían quedado sin tiempo, los demonios estaban allí y estaban cabreados.

—Cambio de planes —gritó Boom. Kangin apenas pudo oírle por encima del sonido de los platos explotando por el calor del fuego en la cocina del comedor. Con lo rápido que se estaba propagando el fuego, no había manera de que aquello fuera natural.

Alguno de los demonios que cazaban, tenía el poder de llamar al fuego. Lo usaban para crear pánico, de modo que pudieran reunirlos en grupos y asediarlos cuando huyeran.

Los Sasaengs que habían causado ese fuego debían estar cerca de ellos, quizás incluso acechando en el exterior, esperando a que los últimos resquicios de sol se desvanecieran.
Kangin tenía que poner a los humanos a salvo. Especialmente a Leeteuk.

Tiró de Leeteuk apretándolo contra él, para protegerlo de las brasas voladoras. Una vez había visto el fuego, se había congelado con una mirada de rígido terror en el rostro. Estaba pálido, temblando, y ya no se resistía a él. No era una buena señal.

—Salgamos de aquí —gritó Boom —. Hyungsik tendrá que alcanzarnos. ¿Puedes caminar?

—No hay problema —dijo Kangin. Lo que quiera que hubiese sucedido cuando su poder interno lo hizo sentirse mal, ahora estaba bien. Mejor que bien. Estaba listo para echarse sobre toda la jerarquía de Saesangs él mismo y recuperar la espada de Kang con una sola mano si fuera necesario.

Todavía estaba agarrando la muñeca de Leeteuk y se aseguraría malditamente de no dejarlo ir. Esa marea de agónico dolor que se había precipitado sobre él cuando lo había apartado había sido un eficiente maestro. No era una lección que necesitara una segunda vez para aprenderla.

—Encárgate de él —dijo Boom—. Yo cogeré a la anciana y dejaremos que Kyuhyun se las arregle con Rambo.

Kangin asintió y se puso de pie, tirando de Leeteuk con él. El apenas respondía, los ojos pegados al fuego.

Los incendios como ese a menudo eran reportados como provocados porque nadie podría imaginarse cómo empezaron. Suponía que probablemente no habría un pequeño archivo donde apareciera la palabra magia en la mayoría de los informes de incendios.

Kangin levantó el obediente cuerpo de Leeteuk en sus brazos y se dirigió a su auto. Tomó varios de esos segundos conseguir llevarlo al asiento trasero y ponerle el cinturón de seguridad. Ni una sola vez dejó de tocar su piel, lo cual no era en absoluto difícil.

Para el momento en que hubo hecho aquello, Boom había dejado a Señorita Sora en el asiento delantero y su andador en el de atrás, pero a Kyuhyun no se lo veía por ningún lado.

Las llamas ya habían irrumpido a través de la azotea y la pared de atrás del comedor y una pequeña muchedumbre de espectadores se estaba formando al otro lado de la calle.


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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...