El Poder del Fuego- Capítulo 10


Leeteuk contuvo un resoplido de incredulidad por pura fuerza de voluntad.

—¿Especial cómo?

—¿Esa sensación que tienes cuando nos tocamos? Creo que significa que tienes… poderes.

Esta vez el resoplido se abrió paso.

—En verdad. ¿No crees que lo sabría si fuera cierto?

—Tal vez. Tal vez no. Si estoy equivocado, continúas con tu alegre camino con mi promesa de vigilar y proteger a la señorita Sora y a toda la gente que te importa.

Después de que hubiera visto lo que Kangin hacía con una espada, era más que simplemente tentadora la oferta. Aun así, tenía que preguntar.

—¿Y si estás en lo correcto?

—Prometerás quedarte conmigo.

Ese lado posesivo de Kangin era un poco atemorizante y muy abrumador. Nunca había tenido a un hombre actuando así sobre él y no estaba seguro de cómo manejarlo. Sus días estaba contados ahora que había conocido a Kangin, de todos modos. Su visión vendría a pasar pronto. Esta era su oportunidad de ver que todo el mundo que quería era protegido.
Tal vez su única oportunidad. Les debía no dejarla pasar.

—¿Cuánto? —Preguntó—. ¿Cuánto tiempo tengo que quedarme contigo?

Un destello de triunfo iluminó los ojos de Kangin, pero lo escondió rápidamente.

—Hasta que encontremos la espada de Kang.

—Podríamos no encontrarla nunca —sostuvo Boom— No puedes atarlo a ti durante tanto tiempo.


—Puedo y lo haré. Si no encontramos su espada, vamos a necesitarlo más que nunca, por lo que ese es el trato. Tómalo o déjalo.

Leeteuk estaba seguro que estaba entrando en algo de lo que sabía poco, pero también sabía que si había un hombre vivo quien protegería a la gente que amaba, ese sería Kangin.

Le había visto pelear. Le había visto lanzar el cuerpo frente al suyo y recibir la ráfaga de fuego de ese monstruo. Era valiente y quería tenerle a su lado, cuidando de sus amigos.

—Quiero que me prometas que te encargaras de todos los de mi lista, incluso si algo me pasa. Los mantendrás a salvo durante el tiempo que vivan.

—No voy a dejar que nada te pase —dijo Kangin.

Salvo que lo haría. Iba a dejarlo quemarse.

—Esa es mi única condición. Tómalo o déjalo. —Devolverle las palabras se sentía bien, pero esa sensación no duro mucho.

—Hecho. —Al segundo de decirlo, Leeteuk sintió el peso de su promesa situado entre sus hombros. Lo que había ocurrido no era normal o como cualquier cosa que jamás hubiera experimentado, pero era potente. Vinculante. Irrompible.

La sonrisa de satisfacción en la cara de Kangin lo hizo aún más atractivo para Leeteuk. Como si necesitara alguna ayuda en ese departamento.

—Para sellar el pacto, deberás llevar mi luceria.

—No puedo verte hacer eso —dijo Boom, y salió como una tromba de la cocina. Siendo seguido por Yoojin, pero a ninguno parecía importarle.

Kangin ni siquiera le echó una mirada. Sus ojos estaban fijos en Leeteuk.

—¿Llevar tu qué?

—Mi collar. Haremos un pacto vinculante y la luceria será una señal de ese pacto para todos los otros Suju.

—De modo que no intenten robarte —dijo uno de los jóvenes.

—Silencio —prorrumpió Kangin.

Ambos jóvenes retrocedieron y se veían contritos.

—No creo entenderlo. ¿El que lleve el collar es realmente importante?

—Absolutamente.

Leeteuk suspiró y le tendió la mano.

—Bien, dámelo.

—Tienes que venir a quitarlo.

Recordó sentir la resbaladiza longitud de la luceria cuando la había besado, y no había habido cierre. Además, la verdad es que no quería estar más cerca de Kangin mientras llevara esa caliente y hambrienta mirada.

—No sé como quitarla.

—Todo lo que tienes que hacer es quitarla. Piensa en llevarla alrededor de tu garganta y caerá en tus manos.

Eso no sonaba bien, pero de nuevo, mucho de lo sucedido esa noche no era normal. Dio un tímido paso acercándose y se detuvo. No era un cobarde, pero algo en la manera en que Kangin le miraba la hacía sentir asediado.

—Ven aquí, Leeteuk.

—Se supone que no ibas a tocarme, ¿recuerdas?

—No tendremos que preocuparnos por eso una vez lleves mi luceria.

—No va realmente con mi estilo.

—Estás asustado.

—Infiernos, sí, estoy asustado. Mi mundo ha sido puesto patas arriba esta noche. No entiendo la mitad de lo que he visto y ahora le hago una promesa a un hombre que me está mirando como…

—¿Qué, Leeteuk? ¿Cómo te miro?

—Nada.

—Bien podrías decírmelo.

—No, gracias.

—Seré capaz de saber todo lo que quiera sobre ti tan pronto como estemos vinculados, de todos modos.

—No habrá vinculación. Ninguna. Solo prometí ayudarte a encontrar la espada.

—Y para hacer eso, tienes que unirte conmigo. Esa es la única manera.

Kangin lanzó una amenazante mirada a los dos jóvenes que estaban observándolos con arrebatada atención.

—Dejadnos.

Se apresuraron a obedecer, dejándolos solos.

—No quiero que me tengas miedo —le dijo Kangin mientras se acercaba más a Leeteuk— Esto solo hará este proceso más fácil para ti.

—¿Sabes lo que haría este proceso más fácil para mi? No hacerlo.

Leeteuk retrocedió hasta que quedó contra el mostrador. El pánico empezaba a atravesarlo junto con la emoción de algo más. Algo más oscuro y más excitante.

—Esa no es una opción. —Kangin dio dos pasos y acortó la distancia. Agarró el mostrador a ambos lados de él, encerrándolo entre sus brazos, pero ni una parte de él lo tocó—. Te necesito y no dejaré que te alejes. Toca la luceria, Leeteuk.

Sus ojos descendieron a su garganta y a la iridiscente banda que la envolvía. Brillantes colores se reflejaban en esta, como un arco iris sobre una burbuja de jabón. Se quedó mirándola, fascinado por las fluctuantes cintas de color. Parte de él quería tocarlo, pero su parte racional le advertía del peligro. Kangin no se lo había dicho todo. Estaba seguro de ello.

—Continúa, Leeteuk —lo urgió en un tono bajo, seductor—. No tengas miedo. Nunca dejaré que nada te haga daño.

Sonaba sincero. El tenía mejor criterio, pero esa sinceridad sonando en su voz le estaba deshaciendo. Estiró un solo dedo hacia la banda y dejó la yema del dedo tocando la superficie.

Kangin dejó escapar un bajo gemido de placer y sus ojos se oscurecieron llegando a desenfocarse.

—Está bien. Ahora, imagina que se abre, velo llevándolo en ti.

Leeteuk lo hizo, y el sinuoso peso de la banda se deslizó por su cuello. La cogió antes de que pudiera caer.

El calor de su cuerpo irradiaba de la banda, empapando su palma. Suprimió un temblor de placer.

Los colores se habían congelado en el lugar como si necesitaran el toque de Kangin para fluir. Él extendió la mano izquierda, mostrándole el anillo a juego que llevaba. Los colores todavía estaban allí.

—Mira —le dijo— Lo que sucede en una parte de la luceria, sucede en ambas. Es una conexión entre nosotros, atándonos juntos.

Le dio la vuelta a la mano, pidiéndole silenciosamente que le diese el collar. Leeteuk lo dejó caer en su mano, cuidándose de no tocarle. Encontró los flojos extremos y le dio una mirada tan llena de reverente esperanza que casi trajo lágrimas a sus ojos.

Los brazos de Kangin lo rodearon, se inclinó de modo que sus ojos quedaran a nivel con los suyos. Estos relucían con una brillante luz esperanzadora.

—Mientras lo lleves nunca estarás perdido. Nunca estarás desvalido. Nunca estarás solo.

Oyó los extremos de la luceria cerrarse con un mudo clic, y todo su cuerpo se congeló en el lugar. Podía oír y ver, pero no podía moverse.

Kangin hizo que apareciera una espada del aire y se arrodilló frente a él. Tiró de su camiseta, deslizando un ligero corte bajo su corazón y diciendo:

—Mi vida por la tuya.

Entonces se puso de pie, presionando sus dedos en la sangre que manaba del corte y tocó con ello la luceria.

Leeteuk no tenía idea de que estaba haciendo y estaba bastante seguro que no quería ser parte de más sangre -suya o de él. Intentó decírselo, pero no salió nada. Su boca no podía articular las palabras.

Leeteuk sintió la banda encogerse hasta fijarse cerca de su piel. Esta se hacía más cálida y vibrante. Ese calor goteó en él, creciendo hasta que pudo sentir una cascada de calor llenándolo.

Todos los lugares oscuros y vacíos en su interior, sus temores, su soledad, sus preocupaciones, todos se desvanecieron hasta que allí no quedó nada si no un brillante rubor de energía cubriéndolo. Cada célula en su cuerpo vibraba al mismo tiempo que la luceria. Los colores llenaron su visión, una remolinante masa de rojos y naranjas con explosiones de amarillo que chisporroteaban mientras tanto. No estaba preocupado. No había lugar para la preocupación en su interior.

Sintió las manos de Kangin aferrando sus antebrazos y manteniéndolo firme. Las hebras de poder se dispararon por él donde cada uno de sus largos dedos tocaba su piel. Se oyó a sí mismo jadear ante la novedosa sensación, sintiendo la repentina respiración llenando sus hambrientos pulmones. Sólo entonces se dio cuenta que se había olvidado de respirar.

Kangin dijo algo, pero las palabras sonaban apagadas y lejanas. El rugido de poder en sus oídos sonaba igual que una cascada y bloqueaba todo lo demás. Lo sintió darle una pequeña sacudida y algo de su desesperación se filtró en él a través de la luceria.

No tenía idea de cómo había sucedido eso, pero sabía que estaba sintiendo lo que él sentía. Solo que no podía imaginarse por qué estaba preocupado.

Los remolinantes colores en su visión se aclararon, pero no vio la antigua cocina en la que estaba.

En vez de eso, vio un campo de hierba rodeado por altas colinas. Todo era verde excepto el cielo. Este era de un azul tan brillante que le lastimaba los ojos. Un grupo de chicos jugaban en el campo, espadas de madera en sus manos golpeándose contra la de los otros mientras un hombre adulto les daba instrucciones.

Uno de los niños era Kangin, de pequeño. Se reía mientras luchaba, la excitación brillando en sus ojos marrón.

Su visión cambió a otro momento y lugar.

Montañas se alzaban hacía un frío viento invernal iluminado sólo por el brillo de la luna. Kangin y otros tres hombres permanecían en un estrecho boquete entre dos losas de piedra. Del estrecho agujero manaban docenas de monstruos.

Eran insectos enormes, de diez pies de largo con brillantes cuerpos negros y afiladas y enormes garras. Los hombres rebanaban a los monstruos, pero sus espadas retemblaban en la dureza de los exoesqueletos, dejando sólo rasguños detrás.

Uno de los hombres gritó algo en un idioma que Leeteuk no podía entender. Kangin le había devuelto el grito en reconocimiento y se precipitó en una frenética ráfaga de movimientos. Su espada brilló a la luz de la luna hasta que esta fue casi un borrón en movimiento.

Sangre negra espumajeó de la criatura y derritió los muertos sobre el suelo. Una victoriosa sonrisa curvó los labios de Kangin y saltó encima del cadáver para enfrentar al siguiente monstruo. Su compañero estaba detrás de él, y de pronto se quedó tieso y bajó la mirada a donde la punta de una garra negra le atravesaba saliendo de su pecho. De las profundas sombras de la montaña llegó uno de los monstruos que nadie había visto. Este había apuñalado con una de sus seis piernas completamente a través del cuerpo del compañero de Kangin.

Kangin dejó escapar un enfurecido bramido y saltó al suelo para hacer frente a la cosa que tenía a su amigo. Pero era demasiado tarde. Este cayó, su cuerpo deslizándose en la muerte.

La furia se cerró de golpe en Leeteuk mientras compartía las emociones de Kangin. Ese hombre había sido su amigo durante años. Habían emprendido incontables batallas juntos y ahora se había ido. El primero de los amigos de Kangin en morir.

Pero no el último.

La pena que sintió procedente de él estaba conectado a otros incontables momentos de la vida de Kangin. Incontables caras. Con cada latido del corazón un nuevo rostro aparecía de su memoria. Vio rostro tras rostro, todos a los que había amado, perdidos a manos de los Sasaengs. Hombres, mujeres, niños. Ni uno estaba a salvo. Algunos habían muerto en batalla, pero la mayoría habían sido asesinados simplemente mientras dormían. No habían hecho nada para merecer sus muertes. Existían y para los Sasaengs era suficiente razón para destruirles.

Un sollozo rasgó el pecho de Leeteuk, forzando la respiración a sus pulmones. Tanta muerte. Tanto sufrimiento. No tenía idea de cómo podía continuar viviendo bajo el peso de ello y estaba frenético por descubrir la manera de volver a él, al aquí y ahora de modo que pudiese abrazarlo. Consolarlo.

Nadie debería haber sufrido esa clase de dolor solo.

Leeteuk luchó contra el apretón que la visión tenía sobre él. Apretó con fuerza los ojos, pero nada podía bloquear el desfile de la muerte destellando en su mente. Quería que parara, rogando por que cualquier poder que controlara esta visión tuviese piedad.

Finalmente, las imágenes empezaron a hacerse más lentas hasta que la última apareció y se mantuvo rápidamente en su mente. Kang. El hombre cuya espada buscaban. Era guapo de una manera casi juvenil. Parecía rondar los veinte, pero sentía que era mucho más viejo que eso. Igual que Kangin.

Nunca le había conocido, pero podía sentir el profundo y agrio dolor de la pérdida que Kangin sentía por su muerte, el sentido de culpa por no haber sido capaz de salvarle, que no había tomado el lugar de Kang.

Sólo el pensamiento de que Kangin deseara haber sido él el que hubiese muerto fue suficiente para darle a Leeteuk la fuerza para que encontrara la manera de volver a él. Se extendió hacia el poder que le llenaba y lo siguió de vuelta a la fuente. Kangin.

Le tomó un momento el despejar su mente de lo que había visto. Respiraba con dificultad. Temblando.

—¿Cómo puedes soportarlo? —Le preguntó. Su voz estaba ronca, haciendo que se preguntara si había estado gritando.

—¿Soportar el qué, dulzura? ¿Qué has visto? —La cara de Kangin se ciñó con la preocupación y le pasó su ancha mano sobre el pelo como si intentara convencerse a sí mismo que estaba bien.

Leeteuk tragó alrededor del dolor en su garganta.

—Has perdido a tanta gente.

Su mandíbula se tensó y Leeteuk sintió sus dedos apretarse alrededor de su pelo

—Pero no voy a perderte a ti.

Leeteuk parpadeó, intentando hacer que su obnubilado cerebro entendiese lo que le estaba diciendo. No tenía ningún sentido. Ya le había prometido ir con él y ayudarle a encontrar la espada.

—¿Qué?

—La luceria nos da vislumbres de cada uno al otro para que podamos empezar a aprender a trabajar juntos. Esto nos ayuda a entendernos y ahora entiendo algo sobre ti.

Leeteuk no tenía idea de qué parte de su vida había elegido la luceria mostrarle, pero cualquiera que fuese, lo había jodido. Podía ver el enfado alrededor de su boca y en la manera rígida en la que mantenía su cuerpo. Incluso aunque su toque era gentil, estaba sintiendo cualquier cosa excepto eso.

—¿Qué entiendes?

—Crees que voy a verte morir.



Boom miró fijamente el cielo nocturno, luchando con los celos que le embargaban y le dejaban un amargo sabor en el fondo de la garganta. Antes, nunca había sido un hombre celoso. No quería serlo ahora. Quería estar feliz por Kangin. Él había encontrado una pareja que podía salvarle la vida. Acabar con su sufrimiento. Eso era algo digno de celebración.

Pero en vez de sentirse regocijado, se sentía herido. Quería golpear a su amigo en el suelo y tomar a Leeteuk para sí mismo. Ni siquiera importaba que él no pudiese ayudarle. Parte de él quería hacerle intentarlo, quería obligarlo a ser algo que no era. Su salvación.

Ahora nada podía ayudarle. Incluso si hubiese otros ahí fuera iguales a Leeteuk, Boom no tenía tiempo suficiente para encontrarlo. Su tiempo se había acabado hacía cinco minutos, cuando sintió que la última hoja caía de su marca de vida y su alma empezaba a morir.

Oyó el ligero crujido de la hierba tras él y se volvió para ver a Yoojin caminando directamente hacia él con resueltos pasos.

Conservaba bastante de sí mismo para preocuparse de que la había visto fácilmente, incluso en la oscuridad. Su mano derivó a su espada, asegurándose de que estaba lista si algún Sasaeng los encontraba allí fuera solos. Se cercioraría de que fuera protegida.

Ese pensamiento le facilitó un poco las cosas. Al menos no estaba completamente ido. Aún.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Le preguntó—. No es seguro.

—Estaba preocupada por ti —le respondió.

Dios, era joven, apenas una mujer, pero con todos las encantadoras trampas. Tenía ese brillo de juventud. Toda su vida se extendía ante ella, llena de elecciones y promesas.
Deseaba poder decir lo mismo de sí mismo.

—Estoy bien. Sólo quiero estar solo —le dijo.

Ella se sentó a su lado, compartiendo espacio sobre el árbol caído que había encontrado bajo los viejos robles detrás de la casa.

—No creo que sea bueno para ti estar solo ahora mismo.

Boom ladeó hacia ella una interrogante mirada.

—¿Ah, sí? ¿Y qué sabes tú de eso? Sólo eres una niña.

—Te lo dije, tengo dieciocho. No soy sólo una niña. Además, eres tan viejo que incluso la
Señorita Sora es una niña para ti. Acéptalo.

¿Que lo aceptara?

—¿Esa es la manera en la que hablas a un Suju? Se supone que debes mostrar respeto. Obediencia.

Se encogió de hombros.

—Dame una orden que no sea estúpida y la seguiré.

—Aquí hay una. Vuelve adentro.

Ella bufó.

—Inténtalo otra vez, He-Man.

¿He-Man? ¿Eso no era un dibujo animado?

Boom estaba empezando a sentirse un poco más que ofendido por su casual actitud cuando ella se puso de pie y se quedó detrás de él.

—¿Qué estás haciendo? —Le preguntó frunciendo el ceño ante ella.

—Estás muy tenso. Voy a masajearte la espalda.

Peligro. Sintió el peligro, pero no estaba seguro de por qué. Sólo era una niña pequeña. Una humana sangre pura, pero todavía humana. Sus dedos se posaron sobre sus hombros y apretó profundamente en sus cansados músculos. Se sentía bien.

No podía recordar la última vez que se había sentido tan bien. Estaba dolorido de pies a cabeza, dentro y fuera. Estaba usando el dolor, constante e intenso dolor, pero Yoojin lo estaba haciendo sentir mejor.

Dejó escapar un gemido de satisfacción.

—Me alegro que te guste —dijo ella mientras se inclinaba más cerca.

Podía sentir la hinchazón de sus pechos contra su espalda y esa sensación de peligro aumentó.

Ella acarició con sus manos la parte de atrás de su cuello en una lenta y gentil caricia, y se dio cuenta que la alarma era por eso. Quería su atención. No de la manera en la que un estudiante quería la aprobación de un profesor, sino en la manera que una mujer quería la atención de un hombre.

Boom retrocedió lejos de ella con sorpresa, casi tropezando.

Ella sonreía y no era la sonrisa de una niña. Oh, no. Esa sonrisa era completamente de deseo femenino y hambre adulta.

—¿Qué pasa? —Preguntó—. ¿No me deseas?

Boom se quedó con la boca abierta, entonces la cerró de nuevo. Nunca había considerado siquiera la idea. ¿Desearla? Sólo era una niña. Un noble y honorable hombre como él no deseaba niñas.

Sus caderas se sacudían y sus pechos saltaban y lo obligó a pensar en ello más de lo que le gustaría. Dejarla hacerle sentir bien durante un largo rato. Dejarla tocar más que su espalda. Dejarla tomarle en su dulce cuerpo y perderse a sí mismo en las sensaciones de la carne.

¿Y qué si tenía sexo con ella? Obviamente lo quería y era técnicamente una adulta según los estándares en los días modernos. Se merecía un poco de diversión antes de morir. Mejor ahora que cuando su antigua forma diese paso a sus instintos más básicos. Ahora que todavía podía ser gentil.

¿No es verdad?

El pensamiento hizo que su estómago se retorciera con repugnancia. No tenía idea de que le sucedería ahora que habían caído todas sus hojas. Era tan fuerte que podría lastimarla fácilmente.

—No —le dijo, usando cada pizca de convicción que pudo reunir.

La persecución de Yoojin se detuvo en seco y alzó la mirada hacia él con el dolor del rechazo brillando en sus ojos.

—No me deseas.

—No es eso.

—Debe serlo. He oído hablar a las mujeres humanas. No puedes trasmitirme ninguna enfermedad y no puedes dejarme embarazada, así que la única cosa que te detendría sería el hecho de que no me deseas. A menos que ya tengas a alguien en algún lado y te preocupe el engañarle.

—No tengo. Eres demasiado joven.

—Soy lo bastante mayor para saber cuándo quiero tener sexo. Y lo quiero. Contigo.

Colocó una delgada mano sobre su pecho y dejó que se deslizara lentamente hacia abajo. El estómago de Boom se apretó y se mordió un gemido de necesidad.

—No es tan simple.

—Lo es, si quieres que lo sea.

Sintió como su control se deslizaba. Le estaba ofreciendo una oportunidad de escapar de su vida, sólo por un pequeño instante y él quería tomarlo. Después de siglos de servicio se merecía un poco de felicidad, incluso si esta era sólo efímera.

Boom ahuecó sus hombros en las manos, inseguro de si apartarla o acercarla.

—Sé que estás herido —dijo ella en un tono suave, bajo—. Deja que te haga sentir bien.

Encontró la fuerza para preguntar.

—¿Por qué?

—Porque puedo. Porque quiero hacerlo.

Yoojin colocó sus manos alrededor de su cuello y apretó su cuerpo contra el suyo. Podía sentir los latidos de su corazón contra sus costillas, ver el rubor de excitación arrastrándose hacia arriba por sus mejillas.


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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...