Amante del Aristócrata- Capítulo 18



   —¿Por qué diablos te has retrasado tanto? —gruñó Shangho a su casero mientras se incorporaba lentamente, frotándose la nuca.

    —Intrusos, mi lord —respondió Jung mientras recorría el vestíbulo sujetando a Leeteuk con tanta fuerza que el joven tenía una permanente mueca de dolor—. Los vi desde la cocina cuando la estaba registrando en busca del joven. Noté unos movimientos raros al borde del bosque que da a la parte trasera de la casa. Estaban demasiado cerca para mi gusto.

    —¿Intrusos? ¿Tan lejos de la carretera principal? —Shangho frunció el entrecejo con aire pensativo—. ¿No eran simples cazadores?

    —No podían ser cazadores, pues no llevaban armas. Y eran dos. Supuse que debía detenerlos para que usted los interrogara.

    —¡Qué fastidio! Maldita sea —protestó Shangho—.  ¿Dónde están?

    —En las cuadras, atados. A uno le he dado bastante fuerte. No estoy seguro de que siga vivo. El otro no  despertará hasta dentro de un buen rato.

    Shangho asintió con indiferencia, como si aquello fuera un incidente habitual que se había repetido muchas veces en el pasado.

—Entonces pueden esperar, pero él no. Excelente. Ya llevaba demasiado tiempo esperando este momento. Lo has hecho muy bien, Jung, como siempre.

    Finalmente miró a Leeteuk y le reveló por un breve instante hasta qué punto estaba furioso por lo que había hecho. Había conseguido lastimarle con aquella caída por las escaleras. Probablemente no estaba acostumbrado a que sus víctimas se defendieran, o por lo menos no a resultar herido por ellas.

    Pero entonces le dedicó aquella sonrisa que helaba la sangre en las venas. Leeteuk no necesitó oírle decir que tenía intención de desquitarse, y muy pronto. Lo llevaba escrito en su expresión y en sus ojos, y se relamía ante la idea.

    Indicó por señas a Jung que le precediera. Leeteuk fue conducido a rastras por un tramo de escalones, después por otro y por un último, donde aquel horrible hedor le asaltó de nuevo. Detrás de una de las puertas, alguien empezó a llorar con tono lastimero. Un escalofrío recorrió la espalda de Leeteuk.

    —¡Silencio ahí dentro! —espetó Jung.

    El silencio fue inmediato. Jung gobernaba los sótanos, y quienes vivían allí obedecían, o de lo contrario...

¿De lo contrario, qué? Leeteuk supuso que pronto lo descubriría.

     Esta vez no se detuvieron a conversar antes de obligarlo a entrar. Jung no esperó las órdenes de Shangho; lo arrojó sobre la cama en cuanto penetraron en la estancia de reciente construcción. El joven soltó un gemido al aterrizar sobre sus brazos atados. Ya hacía tiempo que se le habían vuelto a entumecer las manos, pero ahora sintió intensas punzadas de dolor cuando el contacto con la cama les devolvió la vida. Por eso tardó un momento en caer en la cuenta de que el hombre le sujetaba firmemente una pierna y ahora se la rodeaba con una correa de cuero. Intentó detenerlo pateándolo con el otro pie, una y otra vez. Él no pareció notarlo y muy pronto lo inmovilizó con las correas.

    Leeteuk palideció y sintió náuseas. Aquella correa ponía fin a la más mínima esperanza. Pero a pesar de ello intentó rodar sobre sí mismo para bajarse de la cama, desesperado, preso del pánico. Su otro pie fue inmovilizado con una presa tan férrea que lo obligó a gemir. Adivinó que sus patadas habían conseguido hacerle daño al hombre, después de todo. Y en pocos segundos, la otra correa estaba en posición.

    Reparó entonces en Shangho, que estaba en pie junto a la cama. Le sonreía, y Leeteuk casi pudo leerle la mente. Se estaba deleitando con su indefensión y su miedo, disfrutando por anticipado de lo que le esperaba. ¿Ahora? ¿Iba a ocurrir ahora?

    —¿Las mismas reglas, mi lord?

    La pregunta del casero hizo que Shangho apartara la vista del joven, y una vez más su expresión se volvió casi indiferente.

    —Sí, no debes tocarlo hasta que yo lo haya forzado a mi entera satisfacción. Pero después será tuyo para que hagas lo que te plazca, igual que con los otros.

    —¿Y el rubio al que ha dedicado su atención últimamente? —preguntó Jung con voz esperanzada.

    —Sí, sí, ya puedes recuperarlo —dijo Shangho con impaciencia—. No dudo de que transcurrirá algún tiempo antes de que vuelva a desearlo, ahora que tengo a éste para divertirme.

    —Gracias, mi lord. He de reconocer que el rubio era mi favorito, aunque estoy seguro de que éste será...En cuanto usted haya acabado con él. Lo que más me gusta es domesticar a los nuevos. Los dejo sin comer varios días y se alegran de hacer feliz al viejo Jung, de complacer todos mis deseos.

    Shangho dejó escapar una risa cascada.

—Y estoy seguro de que hay muchas maneras de hacerte feliz.

    —Oh, sí, mi lord. Doy gracias por el día en que usted me ofreció este trabajo, hablo en serio. Todos esos hermosos jóvenes que nunca habrían dejado que el viejo Jung se les acercara siquiera, cambian de opinión en cuanto están aquí abajo. Y en cuanto a esta belleza, ¿quiere que se lo prepare ahora?

    —En realidad me muero de hambre —dijo Shangho—. Creo que comeré un bocado antes de iniciarlo. Lo he esperado con impaciencia y no quiero que nada me distraiga de mi placer una vez que empiece. Confío en que la cocina estará bien surtida...

    —Sí, en ella encontrará todos sus caprichos, como me ordenó.

    —Bien, bien. Pero comprueba las correas. No quiero que exista la más mínima posibilidad de que no siga aquí cuando yo regrese, que será muy pronto.

    —Seguirá aquí, tiene usted mi palabra.

    Shangho asintió y sonrió a su casero.

    —Realmente cuento contigo, Jung, lo digo sinceramente. Aunque debo ocuparme de los demás. También espero eso con ansiedad. Ah, y ve a buscar mis herramientas —dijo tras reflexionar un instante—. No quiero molestarme en abrir la celda del rubio para cogerlas.



    ¿Herramientas? ¿Qué herramientas? A juzgar por lo  que sucedía allí abajo, debía tratarse de instrumentos de tortura. ¿O acaso llamaban herramientas a los látigos?

    Las palabras de Kangin resonaron de nuevo en sus oídos, obsesivamente. Los azota hasta dejarlos bañados en sangre. Al parecer, no puede mantener relaciones sexuales con ellos sin la visión de esa sangre.

    Dios, ¿por qué había tenido que contárselo? Habría preferido no saber lo que iba a ocurrirle hasta que ocurriera. No saberlo habría sido aterrador, pero ahora... La ignorancia es una bendición. El conocimiento, en este caso, era absolutamente terrorífico.

    Shangho se había ido a comer. Una cosa tan normal en medio de aquella pesadilla para Leeteuk. ¿Era de los que comen deprisa o despacio? ¿Cuánto tiempo exactamente le quedaba hasta que él volviera para iniciarlo?

    Sólo había conseguido demorarlo un poco cuando se había escapado. Pero él se lo había permitido. Formaba parte de la diversión. Y puesto que este retraso era por su propia conveniencia, podía estar de regresó en pocos minutos.

   Jung aún seguía allí. Le habían ordenado que acabase de ceñirle las ataduras a Leeteuk y hacía precisamente eso, obligándole a girar y apoyarse sobre un costado para desatarle las manos, pero en realidad retorciéndoselas más allá de lo que sus músculos permitían.

Lo mantuvo en esa posición mientras enlazaba una correa alrededor de una de sus muñecas, porque así impedía que la otra mano le estorbara, atrapada debajo y detrás del joven.

    Aunque de cualquier modo Leeteuk no podía hacer nada para evitar que aquellas últimas correas lo sujetaran. Una vez más, sus manos se habían quedado entumecidas por las apretadas ligaduras y también le dolían los brazos por haberlos tenido doblados detrás de la espalda tanto tiempo.

    El hombre abandonó la habitación en cuanto hubo terminado, pero no fue demasiado lejos. Leeteuk lo oyó hurgar en la cerradura de otra de las habitaciones y también oyó los gritos cuando su ocupante anticipó la visita, fuertes alaridos que no cesaron hasta que la puerta volvió a cerrarse con llave.

     Leeteuk se estremeció. Dios Santo, cuánto horror sólo porque uno de aquellos jóvenes había pensado que Shangho o su casero se disponían a entrar. Supo que no duraría mucho allí. Si lo único que podía esperar cada  día era sentir dolor y más dolor, se volvería loco.

    Jung volvió a entrar en la habitación del joven y depositó sobre su estómago tres látigos de aspecto y longitud diferentes... y un cuchillo. Las herramientas de Shangho. Las que iba a emplear con él. Leeteuk había alzado la cabeza para mirarlas fijamente y no podía apartar la vista de ellas. Estaba a punto de vomitar.

     El hombre soltó una risita al ver la expresión de sus ojos.

     —Cuando él termine contigo, aún quedará lo suficiente para satisfacerme a mí —le aseguró—. No soy exigente.

     Leeteuk clavó la mirada en los ojos del hombre y vio que los tenía azules, en realidad de un color azul muy bonito. No era fácil advertirlo en su rostro desfigurado.

    Había olvidado que Shangho había dicho que luego lo entregaría a Jung para que él hiciera con él lo que quisiera. ¿Le importaría a Leeteuk para entonces?

    El casero no se recreó con la angustia del joven y cerró la puerta a su espalda, aunque sin llave. Dejó la lámpara encendida en la habitación. ¿Con la intención de que Leeteuk siguiera contemplando los instrumentos que había dejado?

    Leeteuk arqueó bruscamente la espalda en el mismo instante en que se cerró la puerta, con la intención de arrojar los látigos y el cuchillo al suelo. Pero quitándoselos de encima de su cuerpo no los hacía desaparecer. Se estremeció una vez más, sintiendo aumentar sus náuseas. Y se preguntó si, de no haber tenido la mordaza todavía puesta, habría empezado a gritar. Quizá lo hiciera de todos modos.

    Las correas no cedían. Tiró de ellas violentamente, se arqueó y se contorsionó, pero no notó la menor diferencia. Le resultaría imposible librarse de ellas o conseguir que se zafaran de la cama.

    La puerta se abrió nuevamente, demasiado pronto, al cabo de lo que le parecieron apenas unos segundos. Era Shangho. Por lo visto, se había dado prisa con la comida.

    Los músculos de Leeteuk se tensaron de miedo. El hombre contempló sus herramientas esparcidas por el suelo y chasqueó la lengua con disgusto. Se inclinó para recoger una. Era el cuchillo. Leeteuk palideció. Shangho lo acercó a su mejilla. De un solo tajo cortó la mordaza de Leeteuk, que pudo escupirla de inmediato.
No se lo agradeció. Sabía condenadamente bien que no se la dejaba puesta para oír sus gritos.

    Pero no iba a gritar. Iba a usar su ingenio y salir del atolladero con argumentos. Era la única posibilidad que le quedaba. Shangho no estaba loco... no por completo. Si conseguía presionarle lo suficiente para hacerlo razonar, quizá le dejara en paz o incluso le liberase. Era una esperanza descabellada, pero la única que tenía.

    —Suélteme ahora, lord Shangho, antes de que sea demasiado tarde. No debió secuestrarme, pero no diré nada acerca de lo que ha hecho si...

    —No te he traído aquí para soltarte, precioso —dijo él, situándose a los pies de la cama.

    —¿Pero por qué me ha traído? Ya tiene otros chicos aquí. Los he oído... —Consiguió contenerse para no decir gritar.

    —Sí, golfillos sin hogar, en su mayoría, a los que nadie echa de menos y que no tienen amigos a quienes les importe lo que les ocurra. Aunque tengo alguno que otro adquirido en una subasta, como tú.

    —¿Por qué los retiene aquí?

    Él se encogió de hombros.

    —¿Por qué no?

    —¿Nunca los deja marchar?

    —Oh, no, no puedo hacer eso. Una vez que vienen aquí, ya no pueden irse.

    —¡Pero no vienen voluntariamente! —gritó—. ¡Al menos yo no!

    —¿Y qué?

    —¿Por qué necesita tantos?

    Shangho se encogió nuevamente de hombros.

    —Las cicatrices tienden a inhibir la hemorragia.

    Lo dijo con tono desapasionado, como si no fuera él quien provocaba esas cicatrices. Lo que hacía no lo turbaba ni le provocaba el menor remordimiento. Lo que Leeteuk estaba oyendo sólo confirmaba lo que ya había adivinado.

    El hombre tomó el cuchillo, lo acercó a Leeteuk y rasgó la tela de su pantalón. Leeteuk soltó un involuntario gemido. Él sonrió.

    —No te preocupes, bonito. Ya no volverás a necesitar estas ropas —dijo, y rasgó el resto del pantalón. A continuación se situó de nuevo al lado de la cama para examinar la manga de la chaqueta del joven—. Los putos os las estáis quitando continuamente, innumerables veces al día, de modo que aquí abajo tenemos la amabilidad de ahorraros esa molestia.

    Se echó a reír de lo que consideró un divertido chiste.

    —Yo no soy un puto.

    —Claro que lo eres, igual que él.

    Volvía a mencionar a aquel otro joven, con un tono que daba a entender que era el mayor pecador del mundo.

    —¿Quién es él?

    Una fría llamarada brotó de los ojos de Shangho justo antes de que le abofeteara.

    —¡No vuelvas a mencionarlo!

    El bofetón había obligado a Leeteuk a apartar el rostro. El cuchillo se deslizó bajo la manga y empezó a cortar antes de que Leeteuk se volviera para dirigirle una mirada fulminante.

    —¿O qué? ¿Me pegará? ¿No es eso lo que ya tenía intención de hacer?

    —¿Crees que no hay maneras de hacerte sufrir aún más, como le ocurrió a él? Te lo aseguro, sólo los otros putos de ahí abajo oirán tus gritos.

       ¿Era algo intencionado, un horror más que añadir a los de cada joven encerrado allí abajo? Shangho parecía hacerlo todo deliberadamente, como si hubiera representado la misma escena en ese mismo escenario incontables veces en el pasado. Sólo había un sirviente en la propiedad... y era absolutamente fiel a Shangho. No había nadie, ni lo habría jamás, que contara las atrocidades que se llevaban a cabo en aquel sótano.

    ¿Cuántos años hacía que Shangho se dedicaba impunemente a aquello? ¿Cuánto tiempo llevaban encerrados algunos de esos jóvenes?.

    Tenía que conseguir que siguiera hablando. El hombre dejaba de cortarle la ropa cada vez que decía algo. Pero titubeó antes de volver a mencionar al misterioso joven.

    —Usted me ha robado de lord Kim. ¿Cree que no se enterará y vendrá a vengarse?

    Shangho se detuvo. Una sombra de preocupación cruzó su rostro, pero la disipó rápidamente.

    —No seas ridículo —lo reconvino—. Los putos huyen continuamente.

    —No cuando no lo desean, y él sabe que yo no quería. Y no es idiota. Sabrá exactamente dónde buscarme. La única esperanza para usted es dejarme marchar.

    —Si viene, le mataré.

    —Cuando venga, él le matará a usted —recalcó Leeteuk—. Pero eso ya lo sabía, lord Shangho. Es muy valiente por su parte jugar así con la muerte.

    El hombre palideció, pero no lo suficiente.

    —No hará nada sin pruebas. Y nunca te encontrará aquí. Nadie conoce este lugar, ni nadie lo conocerá jamás.

Tenía respuestas para todo. Mencionar a Kangin no estaba sirviendo de nada. Shangho le temía, sí, pero se consideraba a salvo de la venganza de Kangin.

    El hombre rodeó la cama y procedió a cortar la otra manga de la chaqueta, hasta llegar al hombro. A Leeteuk se le estaba agotando el tiempo. Tenía que arriesgarse a mencionar de nuevo a aquel joven. Era lo único que alteraba realmente a Shangho.

    —¿También lo trajo aquí?

    —Cállate.

    Lo había sobresaltado hasta el punto que el cuchillo resbaló de su mano y produjo un corte en el brazo del joven, que no pudo contener un respingo. Pero no podía dejar que eso le detuviera. Por lo menos no había vuelto a pegarle.

    —¿Por qué lo odia tanto?

    —¡Cállate! No te odio. Nunca te he odiado. Pero no debiste haberte fugado con tu amante cuando papá descubrió que eras un puto. Me pegó a mí en tu lugar, porque tú no estabas. Debiste dejar que te matara, como pretendía. Te lo merecías. Yo no quería hacerlo por él cuando te encontré, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Tenía que castigarte. Aún tengo que castigarte.

    Oh, Dios, ahora creía que él era ese otro joven... su propio padre. Él lo había matado, y volvería a matarlo cuando acabara de “castigarlo” por sus pecados. Leeteuk solo se había condenado a sí mismo a sufrir mucho más dolor del que habría recibido... si no le hubiera empujado definitivamente más allá del borde de su locura.

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...