El canto de
los pájaros despertó a Mark, que se dio la vuelta con un quejido. Pasar la
noche sobre el suelo de la cueva lo había dejado dolorido.
Esbozó una
pequeña sonrisa: la verdad era que no había notado ni la frialdad ni la dureza
de la piedra, porque cuando no habían estado compartiendo su pasión de un modo
casi salvaje, habían estado haciendo el amor lenta y pausadamente.
Al alargar la
mano, no encontró nada a su lado.
—¿Jackson?
—Estoy aquí
—la voz provenía del exterior de la cueva.
—¿Qué estás
haciendo?
Entró, aunque
en aquella ocasión no se mojó.
—Me he dado un
baño en el arroyo, me he vestido y he traído algo de comida y ropa para ti y
ahora estaba esperando a que te despertaras —tras dejar un fardo con todos los
objetos junto a Mark se acercó y lo besó—. ¿Cómo te encuentras esta mañana?
—Jamás he
visto una mañana mejor y desearía empezar ya el día.
—¿Y qué impide
que lo hagas?
—No podemos
salir de esta cueva si no te levantas.
No sabía
decidirse entre provocarlo para que se tumbara a su lado o darse un baño,
aunque tal vez, podía hacer las dos cosas.
—¿Adónde vas?
—le preguntó Jackson al verlo levantarse e ir hacia la salida.
—¿No te has
bañado tú? Yo voy a hacer lo mismo.
—El agua del
arroyo está fría.
—Y también la
cascada pero al menos no está tan expuesta.
Situó las
manos bajo la cascada antes de dar un paso al frente.
Cualquier otro
podría haber caído al suelo por la fuerza con que caía el agua, pero Mark ya
había hecho eso muchas veces y tenía los pies bien plantados sobre las rocas.
Sin saber que Jackson
se encontraba detrás, le gritó:
—¿Lo ves? No
hacía falta ir hasta el arroyo.
Jackson se
quitó la única y la camisa y después metió la mano bajo el agua y acariciarle. Mark
se sobresaltó y entonces él le llevó hacia sí y le susurró:
—¿No es esto
lo que querías?
—Por supuesto.
Sólo estaba esperando a ver cuánto tardabas en… —le dijo dejándose envolver por
su abrazo.
Él le hizo
callar con sus labios mientras deslizaba las manos sobre su húmeda piel.
En otro
tiempo, una casi insaciable sed de venganza le había hecho trazar un plan:
robarle el alma y el corazón, acostumbrarlo a él para luego abandonarlo.
Pero ahora Jackson
preferiría cortarse su propio corazón antes que tener que despertar cada día
sin él a su lado.
—Ven, deja que
te ayude a vestirte.
Mark intentó
que el beso no se acabara allí, pero Jackson lo evadió.
—Jackson,
tenemos todo el tiempo del mundo.
—Sí, tenemos
el resto de nuestras vidas —le dijo mientras lo secaba con la túnica que él
había usado tras su baño. Cuando terminó, sacó la ropa que había traido—. ¿Qué
te parece?
Y mientras
sacaba pan, queso y manzanas añadió:
—Mis hombres
estaban buscándome y les he dicho que fueran a Tuan a por todo esto.
—¿Tus hombres
saben que hemos pasado aquí la noche? —preguntó mientras se vestía.
—Estamos
casados Mark —Jackson levantó la vista de la manzana que estaba troceando, comenzó
a darle pedazos de manzana acompañados por trozos de queso y pan hasta que la
comida se acabó.
—¿Listo?
Y con un
fuerte suspiro, respondió tendiéndole la mano:
—Sí.
—¿Va todo
bien? —le preguntó Jackson al verlo tan callado de vuelta a Tuan.
Temeroso de
que el miedo que iba aumentando a cada paso que se acercaban se reflejara en su
voz, se limitó únicamente a asentir con la cabeza.
—¿A lo mejor
luego puedes enseñarme la aldea? —le sugirió al detenerse ante las puertas.
Volvió a
asentir.
—¿Hay alguna
cueva cerca de la aldea?
La pregunta le
hizo sonreír.
—No, pero
tenemos que cruzar el arroyo para llegar allí.
—Así mejor mi
amor —contento de verlo sonreír le dio un beso en la frente.
—Jackson…
—¡Joven Mark!
—uno de los guardias lo interrumpió al gritarle desde el muro—. Vuestro padre
os espera.
—Jackson por
favor.
—Mark, tienes
mi palabra. Te he hecho una promesa y no voy a romperla.
Algo a lo que
no pudo poner nombre le hizo sentirse mareado y una pequeña voz le preguntó:
«¿Y si tu padre no es inocente?».
Al ver a Jackson
avanzar hacia el torreón, se vio incapaz de moverse, de ir tras él. ¿Qué podía
decir para disuadirlo? ¿Qué haría si mataba a su padre? ¿Y qué haría si su
padre o los guardias mataban a su esposo?
Cerró los ojos
y rezó.
—Señor, por
favor, haz que no les suceda nada a ninguno de los dos.
Tras respirar
hondo varias veces, logró que sus piernas se movieran y lo llevaron junto a su
marido en el que con toda seguridad sería el día más decisivo de toda su vida.
Lo alcanzó en
las puertas que daban al gran salón.
—Tengo que
saberlo, Jackson. Pase lo que pase, tengo que saber la verdad de lo que sucedió
aquella noche.
Jackson se
preguntó qué había provocado ese cambio de parecer, pero aun así accedió a su
petición.
Juntos
entraron en el salón donde un sirviente señaló hacia una cámara privada situada
en el otro extremo.
—El señor está
allí.
Sin detenerse
cruzó el suelo de madera con Mark tras él y pudo sentir su miedo.
Llamaron a la
puerta antes de entrar y cuando la puerta se abrió Mark, ya delante de su
marido, dijo:
—Padre, me
alegro de veros.
Tuan se
levantó y rodeó a Mark con un brazo.
—Veo que has
encontrado un esposo —lo soltó y se tiró hacia la puerta.
Jackson se
quedó sorprendido al ver lo mucho que había envejecido; Tuan ya no era ni tan
alto ni tan imponente como antes.
—Venid, venid,
hijo. Hablemos —le indicó que se sentara al lado del brasero—. Deberíamos
haberlo hablado antes pero sé lo impacientes que sois los jóvenes.
—Ya nos
conocemos.
—¿Ah, sí? Tal
vez sí que me resultéis familiar. ¿Conozco a vuestro padre o a vuestro señor?
—Mi señor es
el rey Enrique —miró a Mark, que no se había movido, pero tenía los ojos
cerrados—. Mi padre era sir Gunther de Hong.
—No —Tuan cayó
literalmente sobre su asiento—. Eso no es posible Hong está muerto.
Los ojos de Mark
se abrieron de par en par.
—Oh, padre,
no. Decidme que no fue culpa vuestra.
A Jackson se
le encogió el corazón al ver el horror y la incredulidad grabados en el rostro
de su esposo. Deseó abrazarlo y sacarlo de allí, alejarlo de esa verdad que
tanto daño le haría.
—Decidme que
no contratasteis a unos hombres para matar a mi esposo —le preguntó arrodillado.
—¿Qué has
hecho, muchacho?
—¿Yo? —se
levantó—. ¿Que qué he hecho yo? —las lágrimas le quebraron la voz.
—Tranquilo —su
marido lo llevó junto a él.
—¡Tú! ¿Cómo
has podido traerlo aquí? ¿Intentas destruirme?
Jackson lo
llevó a una silla y le dijo:
—Quédate aquí.
No te muevas —y tras volverse hacia Tuan, añadió—: ¿Por qué mi presencia
provocaría vuestra destrucción? Aparte de robarme doce años de vida, ¿qué otros
actos viles habéis cometido?
—¿Robarte doce
años? —Tuan se recostó en su asiento—. Me parece que estás aquí, ¿no? ¿Y cómo
sé que eres realmente Hong?
Al no querer
verlo mientras se explicaba, se situó detrás de Mark y le puso las manos sobre
los hombros. El levantó el brazo y le tomó una mano. Esa unión le hizo
tranquilizarse mientras los recuerdos atravesaban las barreras que con tanto
cuidado había construido.
—¿Qué cómo lo
sabéis? Dejad que os recuerde lo que sucedió aquella noche.
—¿Por qué?
—bramó Tuan—. La memoria no me falla y mi hijo no tiene necesidad de escuchar
esto.
—Sí, padre.
Tengo que saber qué llegasteis a hacer para apoderaros de lo poco que Jackson
poseía.
Su padre agitó
la mano en el aire antes de levantar del suelo una copa.
—Vaya, una
forma muy bonita de darme las gracias por intentar protegerle.
—No era más
que un niño, milord. Un muchacho intentando adentrarme en un mundo de hombres.
Cuando entré en nuestro dormitorio, encontré a mi esposo sentado sobre nuestra
cama de matrimonio, vestido con sus mejores galas y con un muñeco aferrado a su
pecho mientras me gritaba que saliera de allí.
Mark bajó la
cabeza y miró hacia otro lado pelo él la acarició para hacerle saber que no
había sido culpa suya y que si entonces no lo supo, ahora sí lo sabía.
—¿Y saliste
corriendo porque un joven con un muñeco en la mano te lo dijo? Eres todo un
hombre.
—Sí, salí
corriendo porque no deseaba seguir asustando al niño con el que me había
casado. El único lugar que encontré para pasar la noche fueron vuestros
establos. Obviamente, los hombres que habíais contratado me habían estado
siguiendo porque no había hecho más que sentarme cuando se abalanzaron sobre
mí. Y entonces entrasteis vos y acallasteis mis gritos de socorro.
—¿Qué
esperabas? ¿Cómo iba a permitir que mi hijo se marchara con un chico que no
tenía nada?
—¿Y por eso
pensasteis que la mejor elección sería mi muerte?
—Así es.
—Ojalá me
hubieran matado. Habría sido más fácil.
—Jackson —Mark
le acarició el brazo—. No digas eso.
Él lo ignoró.
—¿Cuánto les
pagasteis por mi muerte?
—No mucho,
unas piezas de oro, pero eso no importa ya que veo que gozas de un aspecto
saludable.
—Consiguieron
más oro vendiéndome como esclavo.
—¡No! —gritó Mark.
—¿Esclavo?
¿Qué tontería es ésa?
—¿Tontería?
Preguntadle a vuestro hijo sobre las cicatrices que el látigo me ha dejado en
el cuerpo.
—¿Y dónde
estuviste retenido?
—Lejos de
aquí, en un lugar con más riqueza y lujos del que nunca podríais imaginar. Un
lugar donde los actos inhumanos son bastante comunes.
Los recuerdos
le asaltaban la cabeza con más rapidez cada vez: el tenor de un joven, el dolor
del látigo, el encogimiento de un estómago vacío, la sed de unos labios
agrietados.
—No deben de
haberte tratado tan duramente cuando estás aquí y te has convertido en un
hombre.
—¿Un hombre?
¿Es eso lo que soy? Estáis muy equivocado, milord. Un hombre tiene alma y
conciencia y yo carezco de ambas.
Después de
darle un sorbo a su copa de vino, Tuan le preguntó:
—Una
declaración algo descabellada, ¿no crees?
—¿Sí? Decidme
¿a cuántos hombres habéis matado en vuestra vida?
—A unos
cuantos.
—Yo he matado
a cientos. Para eso me entrenaron.
Mark tembló y
él supo que estaba recordando aquella noche en el jardín de la reina. Él mismo
había insistido en estar presente en esa conversación, así que tendría que
dejar para más tarde el reconfortarlo y tranquilizarlo.
—Uno se
convierte en asesino sólo si quiere Hong.
—Si te
torturan y te matan de hambre puedes llegar a hacer lo que sea para detener
esos abusos.
¿Cuántas
noches había rezado por morir en una batalla para no tener que verse obligado a
quitar otra vida? Sin embargo, cada vez que había entrado en el campo de
batalla las ganas de vivir y de luchar lo habían hecho olvidar que era humano.
—¡Vaya! Así
que has matado a hombres. Bueno, los hombres mueren en la guerra cada día.
Jackson ya
había soportado demasiado ese tono burlón de Tuan. Soltó a Mark, fue hacia él y
con una mano lo agarró de la túnica. Los ojos del hombre se abrieron de par en
par cuando Jackson lo levantó del asiento.
—No hablo
sobre hombres que mueren en una batalla —lo agarró del cuello con la mano que
tenía libre—. Hablo de matar a hombres con mis propias manos por simple
entretenimiento.
Podía sentir
la garganta del hombre bajo la palma de su mano. Una bruma roja le nublaba la
visión. Sería fácil asfixiarlo y dejarlo caer sin vida sobre el suelo.
—¡Jackson!
—gritó Mark.
Soltó a su
padre, que se llevó las manos a la garganta y se quedó mirándolo.
—Oh Jackson,
Dios mío, lo siento —le dijo Mark entre sollozos antes de levantarse y salir
corriendo de la cámara.
Jackson tomó
el asiento que había dejado vacío.
—¿Vas a
matarme? —Tuan lo miraba con recelo.
—Sí, iba a
hacerlo —miró a su alrededor—. ¿Hay más vino?
Levantándose
con piernas temblorosas, el padre de Mark levantó una copa y una jarra llena de
vino de una mesa y se los entregó.
Cuando volvió
a sentarse, le preguntó:
—¿Y ahora?
—Debería
hacerlo —dio un largo trago de vino—. Vuestra muerte me traería mucha paz.
—Puedo
entenderlo. No me debes ningún favor, pero yo tengo que pedirte uno.
—¿Cuál?
—Que uses una
espada.
Jackson se
recostó en su asiento y miró al padre de su esposo. Las manos del hombre
temblaban, tenía la frente cubierta de sudor y sus dedos marcados en el cuello
y destacando sobre la palidez de su piel.
Se sintió
mareado. ¿En qué se había convertido? ¿Era verdaderamente un monstruo? Matar a
ese anciano no le serviría de nada y tampoco saciaría su sed de venganza. Pero
entonces, ¿qué lo haría?
Volvió a
recordar las lecciones de Morigatte.
Tenía a su
esposo, él le daba paz a su mente y las noches que pasaban juntos calmaban su
dolor.
Ésa era su
venganza: el hijo de Tuan lo amaba por encima de todo.
Pero aún tenía
una pregunta que pedía respuesta.
—¿Por qué no lo
hicisteis casarse antes?
—Durante
varios años no hubo necesidad.
—¿Tanto oro os
dio mi tierra? —era lo único que su padre no había perdido durante la guerra.
—Sí.
Jackson
suspiró al ver a Tuan ruborizarse.
—No importa.
Yo también había intentado venderla, pero en aquel momento no supe cómo.
—Cuando le
pedí al rey Enrique que concertara un compromiso dijo que no lo concedería
hasta que no se descubriera tu cuerpo.
—Mark estaba
en la corte de la reina. ¿Es que mi cuerpo apareció de pronto?
—En cierto
modo, sí.
—¿Cómo?
—Mientras
cazaba, mis hombres y yo encontramos un cuerpo en descomposición e informé a
Enrique de que se trataba de ti.
—¿Sin
molestaros a descubrir quién era en realidad?
—El hallazgo
resultó demasiado oportuno como para dejarlo pasar.
—¿Y también os
pareció oportuno mentir a Mark diciéndole que había muerto?
—¿Qué habrías
hecho tú? Mi hijo necesitaba un esposo y el rey necesitaba un cuerpo.
Jackson se
levantó.
—Y vos
necesitabais más oro —ya había oído suficiente era mejor que saliera de allí
antes de volver a perder los nervios.
Miró al padre
de Mark pero no logró encontrar ninguna satisfacción en la asustadiza mirada
del hombre.
—Tengo que
encontrar a mi esposo.
El suspiro de
alivio de lord Tuan resonó toda la sala.
—Por supuesto.
Ve con él.
El viento que
azotaba el rostro de Mark le secaba las lágrimas según caían, pero el llanto no
había arrastrado consigo el pesar de su corazón. Todo lo contrario, le había
hecho encontrarse peor.
Ahora que el
torreón había quedado atrás, desmontó del caballo, le dio una fuerte palmada en
la grupa y el animal tal como él sabía que haría, corrió de vuelta a la comida y
el cobijo que le esperaban en su cuadra.
Necesitaba
estar solo y le vendría bien caminar de vuelta al torreón. Se sentó contra un
árbol y mientras jugueteaba con una brizna de hierba intentó encontrarle algún
sentido a lo que había descubierto ese día.
¿Cómo había
podido su padre hacer algo así? Aunque no era el hombre más cariñoso que había
conocido, nunca le había mostrado la oscuridad de su alma. ¿Cómo había podido
pagar a hombres para que mataran a su esposo? Y peor aún ¿por qué nunca se
había molestado en asegurarse de que lo habían hecho?
Si al menos
hubiera preguntado a los hombres, tal vez habría podido salvarlo del terror de
su cautiverio. Su padre era el único que podría haberlo ayudado, ya que el
padre de Jackson había fallecido y no tenía hermanos, no tenía a nadie que lo
buscara ni que pidiera ningún rescate a cambio de su libertad.
Los actos que
había cometido Tuan eran inimaginables, imperdonables.
¡Y todo lo que
Jackson había tenido que soportar! Se estremeció. No era de extrañar que odiara
tanto a su padre ¿cómo no iba a hacerlo? Si decidía matarlo, no podría culparlo
por ello, aunque sí que rezaba por que su esposo aún creyera en la
misericordia.
Y por otro
lado, ¿cómo podía amarle? ¿Le amaba? Pensó en la noche que habían pasado en la
cueva… sí, Jackson lo amaba. Sus besos y sus caricias no podían mentir.
Sin embargo,
si comparaba esos besos y caricias de la noche anterior con los de las
anteriores semanas, podía ver que en un principio sí que le había mentido y no
le quedaba duda de que había ido expresamente a la corte para buscarlo.
Y eso
significaba que ella también había sido diana de su deseo de venganza. Recordó
la conversación que mantuvieron en el jardín de la reina aquella primera noche.
Lo había acusado de abandonarlo en su noche de bodas… ¡como si él hubiera
querido marcharse por voluntad propia!
Se sentía
humillado y se cubrió la cara con las manos para ocultar su rubor. Lo había
acusado de mentiroso y había jurado que lo odiaba en un intento de defender a
su padre.
¿Cómo podía
amarlo? ¿Cómo había podido perdonarlo?
Una extraña y
delicada sensación la calmó al pensar que era cierto, que no importaba cómo ni
por qué, pero que lo amaba.
Lo había
tocado con su amor, lo había marcado con toda la pasión y el deseo que poseía y
haría lo que hiciera falta para merecerse todo ese amor y ese deseo.
Se levantó.
Había llegado el momento de volver al torreón, el momento de encontrar a su
esposo y de ayudarlo, si no a olvidar su pasado, al menos sí a minimizar el
dolor que los recuerdos podían causarle.
El ruido de
unos caballos yendo hacia él le hizo darse la vuelta y mirar al otro lado del
claro. Sonrió: o Jackson había decidido ir a buscarlo o había mandado a un par
de hombres a hacerlo por él. Esperó apoyado contra el árbol.
Pero lo que vio
le hizo estremecerse. Uno de los hombres, el de pelo más oscuro, no le era
familiar.
Sin embargo el
segundo, sí. ¡Huitaek! Buscó un modo de escapar, pero no encontró ninguno. Era
demasiado tarde para echar a correr y estaba demasiado alejado como para gritar
y pedir auxilio.
Los hombres se
detuvieron delante de él.
—Bueno, bueno,
bueno, ¿qué tenemos aquí?
Mark apoyó más
la espalda contra el árbol y se contuvo para no decir algo que pudiera
transformar esa muestra de sarcasmo en ira.
—¿Dónde está Jackson?
—preguntó el otro hombre.
—Sí ¿dónde
está tu esposo, querido? —insistió Huitaek.
Por suerte,
estaba a salvo en Tuan y si enviaba a esos hombres allí, Jackson y su compañía
se haría cargo de ellos.
—Está en el
torreón.
—Bien. Nos lo
llevamos y así él vendrá tras él.
Cuando Huitaek
acercó el caballo a Mark, él se movió al otro lado del árbol.
—Jackson os
matará si me tocáis.
—Wonpil, algo
de ayuda me facilitaría las cosas.
El segundo
hombre tenía que ser Wonpil de Kim. Se le secó la boca. Jackson y Yugyeom
habían insistido en abandonar Poitiers para evitar toparse cara a cara con él.
Wonpil
desmontó.
—¿Es que no
puedes hacer nada solo?
Mark se apartó
del árbol y comenzó a correr, pero su huida se vio frustrada cuando Wonpil lo
agarró por el pelo lo enrolló en su muñeca y lo arrastró hacia sí.
El gritó.
—Si eres listo,
no volverás a hacer eso —lo llevó hasta su caballo.
Volvió a
gritar, pero ese acto fue respondido con una bofetada en la boca.
—Estabais
avisado.
—Mi queridísimo
Mark, por tu propio bien será mejor que hagas lo que te decimos. No te queremos
a ti queremos a tu esposo. Te soltaremos tan pronto como él se entregue.
—¿Para qué?
¿Por qué lo queréis? No os ha hecho nada.
Wonpil lo
zarandeó.
—Estúpido.
Nosotros no lo queremos, es su amo el que lo busca.
—¡Oh Dios, no!
Por favor, Huitaek, por el amor de Dios, no hagas esto.
—Lo siento,
amor mío, pero tu esposo me va a reportar demasiado oro como para cambiar ahora
de opinión.
Jackson!!! Amor mio, en tu corazón 9que crees negro... Aun hay amor!!! Y muchooooooo
ResponderEliminarAhhhh
Eso!!! !que ese niño es bobo!!!! O qué !!! Como se le ocurre salir así del torreón!!!! Ay no... Como íbamos de bien.... 😭 😭 😭