Podemos hablar?
Kim Hyukjae levantó
la mirada de la pantalla del ordenador y vio a su prometido, Donghae, en el
marco de la puerta de la sala de informática que tenía instalada en casa. Al
oír las dos palabras que todos temen que
salgan de la boca de su pareja al que ama se estremeció.
Llevaba viviendo
con esa preciosidad más de un año y, cuando vio esa conocida arruga de
concentración entre los bonitos ojos del moreno, Hyukjae supo exactamente lo
que estaba a punto de ocurrir.
«¿Podemos
hablar?».
Las palabras que
había susurrado con su voz seductora y aterciopelada eran en realidad una
advertencia, una señal de que se encontraba a punto de sacar un tema con el que
él estaba en rotundo desacuerdo o del que directamente no quería ni hablar.
Cogió la taza que
tenía junto al ordenador y pegó un trago al café deseando tener al alcance
algún licor un poco más fuerte aunque no hubieran dado aún ni las ocho. La
última vez que Donghae había querido «hablar» le había dado la tabarra para que
redujera el número de guardaespaldas. No estaba dispuesto a ceder en eso. Su
lindo trasero ya tenía menos escolta de la que a él le gustaría.
Hizo un esfuerzo
para tragar el café a pesar del nudo que tenía en la garganta y trató de no
fijarse en lo adorable que estaba Donghae con su uniforme de fisioterapeuta
color azul cielo. Aunque hubiera pasado más de un año, le bastaba con mirarlo,
oír su voz, pensar en él u oler su seductor aroma —vamos, percibir cualquier
cosa que le recordara a Donghae— para quedarse embelesado y sentir una
erección.
Hyukjae se había
convencido a sí mismo de que la obsesión que tenía con Donghae se le pasaría
con el tiempo dando paso a un amor más racional, a un sentimiento que no lo
volviera completamente tarumba. Pero no había sido así, más bien todo lo
contrario: su fijación había ido en aumento. Era obvio que se había estado
engañando a sí mismo si pensaba que podía sentir por él algo que no fuera
completamente irracional.
«Soy
multimillonario, socio de una de las empresas más potentes del mundo y me
comporto con absoluta sensatez en todos los ámbitos de mi vida excepto en este.
¿Cómo puede un joven hacerme perder la cabeza de este modo?».
Donghae se paseó
por la sala de informática y se detuvo delante de su mesa dedicándole una
amplia sonrisa, a la que Hyukjae reaccionó empalmándose aún más —los vaqueros
le iban a estallar— y sintiéndose tan feliz que hasta le dolía el pecho.
Todavía no se había hecho a la idea de que este joven tan increíble fuera suyo
y, cada vez que lo miraba, se preguntaba cómo era posible que lo hubiera
aceptado por completo, con todos y cada uno de sus defectos.
«Mío».
A Hyukjae le
entraron ganas de sentarlo en su regazo y besar sus labios sonrientes hasta que
empezara a hacer esos ruiditos de deseo, gemidos de abandono que…
—¿Hyukjae? —la
voz inquisitiva de Donghae lo despertó de sus fantasías eróticas. «¡Maldita
sea!».
«¿Podemos
hablar?». ¡Vaya marrón! ¿Acaso tenía elección? Hyukjae sonrió antes de
responder con precaución:
—¿De qué quieres
hablar?
—Necesito que
leas un documento y lo firmes. No tiene gran importancia —comentó dejando sobre
la mesa varios folios unidos por un clip.
Echó un vistazo
rápido a la primera página, analizando las palabras impresas, y respondió
desconcertado:
—Es un contrato.
Un acuerdo prenupcial. —Pasó las páginas sin apenas detenerse, pues estaba más
que acostumbrado a leer documentos jurídicos. No le llevó mucho tiempo
encontrar la información más relevante—. ¿A qué viene esto?
Donghae suspiró.
—Le he pedido a
un abogado que lo redacte. Nos vamos a casar dentro de un mes. Tú eres
multimillonario y yo acabo de sacar la licencia de fisioterapeuta y estoy sin
blanca. No estamos en igualdad de condiciones. Me parece que lo más justo es
que te cubras las espaldas. Yo ya lo he firmado. Solo falta que firmes tú. Por
favor.
Hyukjae entornó
los ojos, levantó la cabeza y lo fulminó con una mirada de determinación.
—Ni lo sueñes,
cariño. Madre de Dios, ¿es que no puedes dejar pasar ni una? ¿Qué clase de
abogado hace esto por su cliente? Tú no me vas a abandonar en la vida y yo no
te dejaría ni harto de vino. Hasta que la muerte nos separe, lo mío es tuyo...
Donghae apoyó las
manos en las caderas y se enfrentó a la feroz mirada de Hyukjae con una de las
suyas. «Oh, oh». Hyukjae conocía de sobra esa mirada malhumorada y esa forma de
inclinar la barbilla, pero para salirse con la suya en este asunto tendría que
pasar por encima de su cadáver. Ni acuerdo prenupcial ni divorcio. Jamás. No
podría soportarlo. El testarudo que tenía delante era para él el mundo entero y
toda su felicidad dependía de él; Donghae lo había forzado a enfrentarse a sus
traumas y así había salido de una existencia vacía y solitaria, y había
transformado su vida por completo. Perderlo no entraba en sus planes.
—A veces las
cosas pasan sin que uno se lo proponga, Hyukjae. Me salvaste la vida y en el
terreno económico no estamos en igualdad de condiciones. Te lo debo —explicó
con frustración.
Las ruedas de la
silla de Hyukjae chirriaron cuando se puso de pie. Entonces, rodeó la mesa y
acorraló a Donghae por la espalda.
—A nosotros no
nos «pasan» cosas. Y tú a mí no me debes nada. Siempre que te quiero comprar algo me montas
una escena. No aceptas ni un céntimo de mi dinero. Me apuesto todas mis
pertenencias a que apenas has tocado el dinero que te ingresé en la cuenta hace
más de un año.
Tomó aire
tratando de reprimir la emoción y luchando contra el dolor y los celos que le
crecían por dentro. Lo que más quería en el mundo era dar a Donghae las cosas
que no había tenido antes de conocerlo, pero lo único que le permitía hacer era
ofrecerle techo y comida. No poder darle todo lo que estuviera en
su mano lo estaba matando.
¡Maldita sea!
Ahora que Donghae iba a ser su esposo debería tener una vida más fácil. Desde
pequeño había vivido al borde de la pobreza, deslomándose para llegar a fin de
mes y pasándolas canutas para sobrevivir. Hyukjae quería cambiar todo eso
ofreciéndole una vida sin preocupaciones y llena de felicidad. Tenía recursos
de sobra para conseguirlo.
Donghae exhaló un
suspiro tembloroso antes de contestar:
—Me diste cobijo,
te ocupaste de mí, hiciste que me enamorara locamente de ti y me recompensaste
con tu amor. Me has dado todo lo que pudiera soñar. Deja que al menos yo te dé
esto.
«¡Y un cuerno! No
le he dado suficiente. No es suficiente. Merece mucho más. Probablemente un
hombre mejor que yo, pero no soy capaz de renunciar a él».
Hyukjae se
estremeció al oler su característico su aroma. Le dio media vuelta y colocó las
manos a ambos lados de la mesa para no dejarle escapatoria. Le costaba
muchísimo decirle que no porque él casi nunca le pedía nada —excepto amor—,
pero esta vez no pensaba dar su brazo a torcer. Aunque ya le había entregado su
corazón, su cuerpo, su mente y hasta su alma, era evidente que su chico aún no
se había dado cuenta de que lo tenía completamente a su merced.
«Mío».
Le mordisqueó la
oreja mientras lo acorralaba contra la mesa y empujaba su cuerpo contra el de él
para sentir esas exuberantes curvas amoldándose a sus músculos recios. ¡Madre
mía! Le encantaba sentir que el cuerpo de Donghae se rendía al suyo y que se
fundían juntos como si aceptara su carne como parte misma de su ser.
Los brazos de Donghae
recorrieron su cuerpo y, cuando sus manos se colaron bajo la camiseta, la ardiente piel de Hyukjae
prendió fuego. Donghae aplastó el cuerpo contra el suyo, acariciándole la
espalda y rotando las caderas para rozarse con su paquete mientras él gemía.
La boca de Hyukjae
gruñó al oído de Donghae:
—No firmaré
ningún contrato. No habrá nada que se interponga entre nosotros. Ni ahora ni en
el futuro. Eres mío y siempre lo serás.
Inmerso en su
irresistible fragancia, empezó a ahogarle el deseo y su cuerpo rogó a su mente
que diera la orden para pasar a la acción. Abrumado por una necesidad visceral
de poseerlo, le tiró de la coleta con suavidad para que inclinara la cabeza y
le cubrió con la boca sus tentadores labios, que acababan de separarse para
rechistar.
Cuando la boca de
Hyukjae devoró la suya, Donghae gimió con pasión y él se tragó el dulce sonido
con sus labios ávidos. Se moría por hacerlo suyo, por poseerlo con el tacto
hasta lograr que lo único en lo que pudiera pensar fuera en él.
La boca de Donghae
sabía a café, menta y deseo carnal; un sabor tan sensual que Hyukjae estuvo a
punto de perder la cabeza. Lo besó con frenesí y empezó a gemir cuando deslizó
la lengua por la de él. Esta vez era Donghae quien lo hacía suyo. Tal era la
necesidad de decirle que se había entregado a él desde el primer momento en que
lo vio que sintió que el corazón se le iba a salir del pecho. En realidad,
puestos a ser sinceros, probablemente había ocurrido mucho antes, pues llevaba
toda la vida esperando a la persona que estaba en sus brazos y jamás dejaría
que se marchara.
Donghae se apartó
a regañadientes y Hyukjae apoyó el rostro en su cuello jadeando mientras
trataba de recuperar el control de sus desenfrenados y ávidos instintos. Deslizó
las manos por la espalda y lo agarró del trasero, aplastando la calidez de su
ser contra su falo empalmado.
—Hyukjae.
El gemido cálido
de Donghae le acarició la oreja y, al oír esa voz en plan «fóllame», un salvaje
instinto animal se le despertó en las entrañas. No había nada, absolutamente
nada, más importante en ese momento que satisfacer el deseo de su pareja.
—Te quiero —jadeó
inquieto mientras le mordía con delicadeza en el cuello.
Esta vez las
palabras le llegaron directamente al corazón y un placentero dolor le golpeó el
pecho.
—Y yo a ti,
cariño.
Hyukjae apoyó la
frente en su hombro y cerró los ojos, abrumado por la intensidad de las
emociones y porque Donghae lo amaba de verdad. A él. A la persona. No al
multimillonario ni a las cosas materiales que pudiera proporcionarle. Tenía
cicatrices del pasado, por dentro y por fuera, pero lo único que parecía ver Donghae
en él era un hombre al que merecía la pena amar. Era un milagro. Donghae era un
milagro en la vida de Hyukjae.
—Olvídate de acuerdos
prenupciales, ¿vale?
Sintió el roce de
su pelo suave como la seda en la mandíbula cuando él negó con la cabeza, se
apartó para mirarlo a los ojos, frunció el ceño y respondió:
—Tenemos que
hablarlo.
Ni de coña. No
hacía ninguna falta que lo hablaran. Lo mejor era que se olvidara de esa idea
absurda y que lo volviera a besar. Una y otra vez. Hyukjae no pensaba reducir
el evento más increíble y más feliz de su vida a un contrato de pacotilla.
—Ya sabes que he
cambiado mi testamento. Lo repasé contigo.
Se había
asegurado de que Donghae pudiera vivir holgadamente, pasara lo que le pasara a
él. Asintió despacio:
—Una cosa es que
me dejes de forma involuntaria, pero y si…
—Eso no va a
ocurrir —replicó de inmediato apretando la mandíbula al plantearse la idea de
perderlo—. Esto es para siempre. No pienso firmar un acuerdo prenupcial. No
vamos a abrir un negocio, vamos a contraer matrimonio. Tú y yo. Juntos. Para
toda la vida.
Bastaba con
mencionar la posibilidad de que algo pudiera apartarlo de su chico para
despertar la irritación del monstruo que Hyukjae llevaba dentro de sí. «Por
encima de mi cadáver». Se apoyó en su pecho para zafarse de su abrazo.
—Quiero que sepas
que no me caso contigo por dinero. —Se le quebró la voz y le empezó a temblar
el labio
inferior. «¡Ay, no!».
—No llores. No me
gusta que llores.
Lo odiaba. Le
hacía sentir fatal. Cuando lo veía llorar le entraban ganas de concederle todos
sus deseos. Por suerte, no solía hacerlo —a menos que fueran lágrimas de
felicidad— y jamás lo utilizaba como un arma.
—Ya me has
demostrado que no andas detrás de mi dinero.
«Es más que
evidente».
Lo miró asombrado,
con los ojos como platos, y replicó con virulencia:
—¿Cómo lo sabes?
Gracias a ti he podido acabar la carrera, has cubierto todos mis gastos y me
has comprado regalos prohibitivos. Quiero que puedas confiar en mí al cien por
cien.
¡Madre mía! ¿Lo
decía en serio? Pero ¡si sabía sus secretos más oscuros! Cosas que jamás le
había confesado a nadie, ni siquiera a su hermano Kangin.
—Te he contado
hasta el último detalle de mi vida, Donghae. Confío en ti. De lo contrario, no
me casaría contigo. No necesito un acuerdo prenupcial. No lo quiero —espetó
tratando de contener la rabia y el dolor que le producía que, aunque él le
hubiera entregado su alma en bandeja de plata, Donghae siguiera sin confiar del
todo en él y sin creer que su relación duraría para siempre—. Si tuvieras fe en
mí, tú tampoco lo necesitarías.
Hyukjae tardó un
nanosegundo en arrepentirse y deseó retirar esas palabras en cuanto salieron de
su estúpida boca. La preciosa carita de Donghae se quedó descompuesta y sus
expresivos ojos empezaron a llenársele de lágrimas y mostraron el terrible
dolor que acababa de causarle.
«¡Mierda! ¡Hay
que ser pendejo para decir algo así!». En lugar de valorar que Donghae lo
quisiera tanto que para mostrarle lo mucho que le importaba estuviera dispuesto
a renunciar a todo beneficio económico que le pudiera reportar el matrimonio, Hyukjae
lo había atacado con palabras hirientes que provenían de la frustración y el
miedo.
Para más inri,
esas palabras no contenían un ápice de verdad, pues Donghae siempre le había demostrado
que confiaba en él, incluso en los momentos en que parecía más sensato no
hacerlo, incluso en los momentos en que ni él mismo lo hacía. El problema era
que él quería algo más: necesitaba que Donghae pensara en ellos como pareja.
Aunque se resistiera a aceptar sus regalos, siempre había dado la impresión de
que sí que pensaba que eran almas gemelas y que estaban destinados a pasar la
vida juntos… hasta hace un par de semanas.
Las vacilaciones
que mostraba últimamente lo tenían asustado, pues le aterraba pensar que quizá el
que quisiera dar el matrimonio por acabado algún día fuera él. Le cabreaba
muchísimo que tuviera metido en la cabeza que le debía algo y que se negara a
compartirlo todo con él, sobre todo su dinero. Esa situación despertaba todas y
cada una de las inseguridades de Hyukjae.
Suspiró lleno de
remordimientos y, acariciándole el cabello con la mano, susurró:
—Lo siento. No
debería haber dicho eso.
Enfadado, se secó
una lágrima que se había desbordado de sus ojos y, al verlo, a Hyukjae se le
partió el corazón.
—No lo hubieras
dicho si no fuera en parte verdad. Quizá tengas razón. Quizá todo esto sea un
error.
A Hyukjae se le
oscureció y se le turbó la mirada.
—¿A qué te
refieres?
—A nosotros. —Lo
señaló a él y después a sí mismo—. Quizá no deberíamos casarnos el mes que
viene. En este momento nuestras circunstancias son demasiado diferentes.
Trató de secarse
los ojos con manos temblorosas, pero las lágrimas corrían tan rápido que no
podía detenerlas.
¡¿Que qué?!
Llevaba esperando esa boda prácticamente desde que lo conoció. Había estado
reprimiendo el instinto de casarse con él durante casi un año. ¿Y ahora ponía
en duda la idoneidad de ese matrimonio? ¿Porque era rico? Ese factor no era
nuevo ni desconocido: ya era multimillonario mucho antes de que se conocieran.
Despotricando en
voz baja, Hyukjae dio un paso al frente para agarrar a Donghae, pero él se zafó
de su mano y se apartó de él con un sollozo entrecortado, así que dejó caer los
brazos a los lados y apretó las manos y la mandíbula para reprimir el impulso
de cogerlo. En el año que llevaban juntos Donghae y él apenas habían discutido,
y nunca la había visto tan frágil…, excepto aquella vez que dos violentos
drogadictos lo atacaron y casi lo matan. Ni siquiera entonces parecía tan
asustado.
Cuando su chico
se enfadaba de verdad, le plantaba cara y le cantaba las cuarenta. Sus
discusiones eran explosivas y solían durar poco, pues no tardaban en llegar a
un acuerdo y en reconciliarse con orgasmos inolvidables.
«¿Habremos
esperado demasiado tiempo? ¿Le estará entrando miedo? Ojalá me lo hubiera
echado al hombro hace un año y me lo hubiera llevado a las Vegas en mi avión
particular».
—Nos vamos a
casar y tienes que contarme lo que pasa de verdad —respondió Hyukjae tratando
de no elevar la voz y de mantener la calma.
Apretó los puños
con tanta fuerza que apenas le llegaba la sangre a los dedos. Donghae jamás se
había zafado de su abrazo ni había rechazado sus esfuerzos por consolarlo.
¿Dónde estaba el joven que se lanzaba a sus brazos siempre que lo necesitaba?
¡Quería que lo necesitara! Ese rechazo lo estaba matando.
—No sé si puedo
casarme contigo —afirmó sollozando con tristeza.
¡Al carajo! Hyukjae
no soportaba verlo llorar ni un segundo más. Encima, no entendía una palabra de
lo que le estaba diciendo. Lo único que tenía claro es que sentía pánico,
desesperación y angustia. Le daba pánico pensar que podía perderla, estaba
desesperado por arreglar lo que fuera que se hubiera estropeado y sentía un
terrible dolor al haber oído que no se iba a casar con él. ¡Y una mierda!
—Te vas a casar
conmigo y no vamos a firmar ningún acuerdo prenupcial. Te necesito, Donghae.
Siempre te necesitaré. Por favor, no me hagas esto —dijo en voz baja e
intimidatoria, como si le costara reprimir sus instintos de cavernícola…, que
es lo que era.
En ese momento le
entraban ganas de empotrarla contra la pared, hacerla suyo y penetrarlo de tal
modo que no se le volviera a pasar por la cabeza decir que no podía casarse con
él. Si necesitaba que
le recordara lo
bien que encajaban, así como lo mucho que lo deseaba y necesitaba, estaría
encantado de hacerlo. Lo haría ahí mismo y en ese preciso momento.
Donghae empezó a
retroceder a medida que él avanzaba hasta que no pudo seguir reculando, pues Hyukjae
lo había acorralado contra la pared. Lo miró a los ojos aterrorizado, después a
la puerta y de nuevo al rostro.
—Que no se te
pase por la cabeza —rugió cogiéndolo de los brazos y quitándole toda esperanza
de escapar—. Cuéntamelo —le exigió con rudeza, pues necesitaba aliviar el dolor
que sentían Donghae… y él.
Había pasado el último año en las nubes, feliz de
estar con la persona a la que amaba más que a su vida, y ese cambio brusco de
actitud le había cogido por sorpresa. Normalmente él se comportaba como un
idiota controlador y dominante, y Donghae era el que le hacía entrar en razón—.
¿Estás bien? — preguntó con brusquedad analizándole el rostro.
Si algo iba mal,
lo arreglaría. Haría cualquier cosa por hacerlo sonreír de nuevo y por borrar
la confusión y la aflicción que veía en sus ojos.
«Siempre y cuando
no vuelva a decir que no puede casarse conmigo. Si lo vuelve a decir… perderé
los estribos».
Donghae asintió
dubitativo y después negó con la cabeza.
—Sí. No. No lo
sé.
Apoyó la frente
en su hombro y se puso a llorar como si el mundo se hubiera derrumbado. Levantó
las manos para aferrarse a la camiseta cogiéndolo a la altura de la cintura
mientras empapaba la parte superior con sus lágrimas.
«¿Y esto a qué
viene?». Aunque no entendía nada, Hyukjae lo abrazó con tanta fuerza que Donghae
lanzó un gritito.
—No puedo
respirar —masculló tratando de coger aire.
—¡Ay, perdona! Es
que no te entiendo.
Hyukjae lo soltó
de inmediato, pero su dócil cuerpo permaneció apoyado en el de él. Se sentía impotente y
odiaba a muerte esa sensación.
Donghae se giró
entre sus brazos al oír que llamaban con brusquedad a la puerta de madera. Sin
esperar a que lo invitaran el hermano mayor de Hyukjae entró en la habitación.
Donghae aprovechó
la distracción para zafarse de los brazos de su prometido y escapar.
—Tengo que irme. Leeteuk
me está esperando en la consulta —explicó a todo correr con la voz
entrecortada.
Rodeó a Kangin
para pasar por la puerta y salió a toda prisa como si su cuerpo estuviera en
llamas.
—¡No, Donghae! No
hemos terminado. ¡No te atrevas a dejarme así! —bramó Hyukjae.
Corrió tras él
cabreadísimo y desesperado. No pensaba dejarlo en paz hasta que le explicara lo
que estaba ocurriendo. Sin embargo, no llegó a salir de la sala, pues su
hermano lo cogió con brío de la parte de atrás de la camisa y lo volvió a meter
en la habitación.
—¡Quieto,
hermanito! Deja que se vaya. No tiene pinta de que vayan a solucionar nada
ahora mismo.
Hyukjae estaba
furibundo y se giró para mirar a su hermano a la cara.
—¡Suéltame,
capullo! Tiene que escucharme.
Kangin permitió
que su hermano menor se diera la vuelta, pero lo sujetó con fuerza de la parte delantera de la
camisa y lo atrajo hacia él hasta que sus narices se rozaron. Lo fulminó con
una mirada helada y replicó con una voz tan fría como sus ojos:
—¡Sí, claro! Se
notaba que estaban a punto de tener una conversación racional. —Kangin zarandeó
levemente a Hyukjae—. ¡Cálmate, hombre! Usa la cabeza. El joven que amas estaba
llorando como una Magdalena. ¿Crees que esa era forma de dirigirte a él? Con
esa actitud solo dirás tonterías de las que luego te arrepentirás. Créeme.
El cuerpo de Hyukjae
dejó de estar en tensión y Kangin lo soltó.
—Mierda. Ya las
he dicho —confesó desalentado.
Se estremeció al
oír un portazo y el corazón se le cayó a los pies al darse cuenta de que Donghae
se había ido de casa
y se alejaba aún más de él.
Kangin dio un
paso atrás y lo agarró por los hombros antes de preguntarle en voz baja:
—¿Ya estás bien?
Lo que su hermano
mayor le estaba preguntando en realidad era si había recuperado la compostura.
—Sí, creo que sí.
—Se zafó de Kangin y se acercó al escritorio. Se dejó caer en la silla y se
tapó la cara con las manos mientras gruñía—: Tengo que hablar con él como sea.
Tengo que arreglar las cosas. Hay algo que no va bien.
Kangin deambuló
entre los ordenadores, cogió una silla, le dio la vuelta y se sentó al revés:
apoyando sus fornidos brazos por encima del respaldo y entrelazando los dedos.
Sacudió la cabeza agitando varios tirabuzones rubios y le dijo con voz severa:
—Hermanito,
tienes que mejorar tus habilidades comunicativas. Si así es como estabas
tratando de arreglar las cosas, no me quiero ni imaginar cómo te pondrás cuando
estéis de bronca.
O.o
ResponderEliminarA mi que me late chocolate...
Que el pez, tiene sorpresa de nueve meses y que dice papá (?)
Ahhhhhh
Nooooooo
Jum~
si a mi tambien me parece lo mismo pero ya tiene que saber que mi lindo monito ya sabe que lo quiere como hombre no como banco
ResponderEliminarsi a mi tambien me parece lo mismo pero ya tiene que saber que mi lindo monito ya sabe que lo quiere como hombre no como banco
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