—¡Cállate,
zorra! —exigió una voz aterradora y amenazante poco antes de que Donghae le
pegara una patada en la rodilla.
En respuesta
a ese golpe y sin dejar de arrastrarlo ni por un instante, le propinaron un
puñetazo en la cara. El guantazo fue tan fuerte que, por un momento, Donghae se
quedó helado e indeciso.
«Resístete,
joder. Defiéndete».
Los
drogadictos lo cogieron en volandas para meterlo en el coche, pero él levantó
las piernas y puso un pie en la puerta y el otro en la carrocería, junto a la
puerta abierta.
«Que no
consigan meterte en el coche. De lo contrario, estás muerto».
Los pies se
le empezaron a resbalar y uno de los hombres lo cogió del pelo y comenzó a
golpearle la cabeza contra la chapa de metal de la puerta abierta. El sonido
que producía su cráneo al chocar con el metal era ensordecedor y empezó a darle
vueltas la cabeza y a nublársele la vista.
«Debería
haberle dicho a Hyukjae que estoy enamorado de él».
—¡Cabrones!
—gritó una voz que Donghae reconoció.
Un brazo lo
agarró de la cintura y lo apoyó contra un pecho para librarlo de los dos
matones. Aunque la cabeza le daba vueltas como si acabara de bajarse de una
atracción de feria, levantó la mirada y pudo distinguir a Kim Kangin, que lo
dejó en la acera antes de echar a correr enfurecido hacia el coche. A Donghae
le entró un ataque de pánico al darse cuenta de que se proponía atacar él solo
a los dos tipos. Por increíble que parezca los dos hombres no supieron cómo
reaccionar. Kangin era más grande que ellos, pero ellos eran dos.
«Tengo que
ayudarlo. Tengo que levantarme».
No podía
permitir que mataran a Kangin después de que le hubiera salvado la vida. Donghae
se puso de rodillas y trató sin éxito de recuperar la visión. Como no lograba
ponerse de pie, empezó a arrastrarse hacia el coche mientras Kangin atacaba a
uno de los hombres golpeándole con fuerza en la cara.
Sintió unas
pisadas fuertes que se le aproximaban por la acera y vio cómo dos desconocidos
se metían en la pelea: cogieron a Kangin por el brazo y aplacaron al hombre al
que estaba golpeando.
—No le hagan
daño a Kangin —gimoteó temiendo que le hirieran con la confusión.
—Disculpe,
señor. No lo había reconocido —se excusó el hombre mientras soltaba a Kangin.
Uno de los
desconocidos que se había unido a la refriega tenía a un drogata tumbado en el
suelo boca abajo. El otro delincuente corrió a refugiarse en el asiento del conductor
mientras apuntaba con una pistola temblorosa a Kangin y al otro rescatador.
—No. No.
El corazón de
Donghae se le iba a salir del pecho mientras rogaba en silencio que ni Kangin
ni el otro hombre provocaran al yonqui.
Kangin se
abalanzó hacia el delincuente, pero este ya había pisado el acelerador y el
vehículo arrancó a toda velocidad. La puerta se cerró mientras el coche
derrapaba por la calle oscura y desaparecía de su vista en un abrir y cerrar de
ojos.
Donghae
observó la escena aterrado y vio que tanto sus dos rescatadores como Kangin
estaban ilesos. El hermano de Hyukjae corrió hacia él soltando una
retahíla de barbaridades.
—¡Donghae!
¿Estás bien? ¡Joder! Estás sangrando por la cabeza. ¿Qué intentabas hacer?
Kangin lo tendió
sobre la acera y trató de calmarlo con susurros mientras le apartaba el pelo de
la cara.
—Quería
ayudarte —logró decir con la garganta seca.
—Estás como
un cencerro. —Kangin negaba con la cabeza, pero su voz era dulce y cariñosa.
Entonces, con un tono autoritario y seco ordenó—: Llamad a una ambulancia.
Ahora mismo. Está herido.
La oscuridad
empezó a nublarle la visión por completo, pero Donghae se resistía a perder el
conocimiento:
—Dile a Hyukjae…
No pudo
continuar, pues tenía la boca tan seca que la lengua se le quedaba pegada en el
paladar. Trataba sin éxito de mantener los párpados abiertos. Intentó centrarse
en Kangin, pero no veía más que un borrón desenfocado.
Donghae
suspiró cuando Kangin lo cogió de la mano y refunfuñó:
—Puedes decírselo
tú mismo. Está de camino y tiene un cabreo que no te imaginas.
«¿Hyukjae
está de camino?».
Se le paró el
corazón por un instante y apretó débilmente la mano de Kangin. Un zumbido
apareció de la nada y fue aumentando de volumen hasta que le resultó tan
ensordecedor que apenas pudo distinguir el alarido de las sirenas que se
acercaban en la noche.
—Donghae.
¿Sigues aquí conmigo? —Kangin parecía asustado, desesperado… y lejano.
Cuando el
ensordecedor zumbido alcanzó su punto álgido, un manto de oscuridad lo cubrió
por completo.
—Hyukjae
—susurró su nombre sin saber siquiera si alguien lo oiría y, entonces, cayó en
la oscuridad más absoluta y se sumió en un plácido silencio.
Donghae abrió
los ojos despacito y parpadeó varias veces tratando de despejar la vista. Tenía
la desagradable
impresión de que le estaban atornillando el cráneo y se sentía desorientado. Se
llevó la mano a la cabeza para darse unos golpecitos de prueba y entonces se
percató de que tenía la frente envuelta en una gasa. ¿Y eso?
Empezó a
recuperar la memoria y poco a poco fue rescatando fragmentos de lo que había
ocurrido: la disculpa de Kangin, la agresión, Kangin y los dos desconocidos
salvándole la vida.
Recordó
haberse despertado varias veces en urgencias y que en esos breves lapsos de
tiempo Hyukjae había estado a su lado, cogiéndole de la mano, murmurando
palabras de ánimo, mientras él… ¡Ay, Dios! ¿De verdad le había vomitado encima?
Después de la
agresión todo había sido muy intenso: los vértigos, las náuseas, la visión nublada,
el deseo de volver a dejarse llevar por la oscuridad y por el bendito alivio
que le proporcionaba el sueño.
Gracias a la
luz que provenía de un pequeño foco cuadrado colocado sobre la puerta llegó a
la conclusión de que se encontraba en una habitación de hospital. Observó el
cuarto en penumbra: se trataba de una habitación doble, pero la cama contigua
estaba vacía y sin deshacer.
En urgencias
se había encontrado tan mal que, en comparación, el agudo dolor de cabeza que
sentía ahora le parecía una nimiedad. Tenía el estómago un poco revuelto y,
obviamente, una herida abierta en la frente, pero estaba vivo. Tembloroso, tomó
una profunda bocanada de aire para ir soltándolo poco a poco mientras una ola
de adrenalina le recorría el cuerpo entero. Era evidente que estaba sufriendo
un trastorno de ansiedad provocado por lo que había ocurrido hace…, eh…, ¿hace
cuánto?
«¡Maldita
sea! ¡Necesito saber qué ha ocurrido!».
Miró de reojo
el reloj y vio que eran las cuatro de la mañana. Habían pasado nueve horas
desde la terrorífica experiencia que lo había dejado solo en una habitación de
hospital. Daba las gracias por seguir en el mundo de los vivos.
Al mover el
brazo izquierdo sintió un dolor punzante en el dorso de la mano y, al mirar, se
percató de que tenía una vía. «¡Qué daño!». Volvió a poner el brazo en la misma
posición que antes y trató de estirar el otro con cuidado, pero entonces se dio
cuenta de que estaba metido en una cápsula cálida, aprisionado en una cárcel.
—Hyukjae
—susurró con dulzura al darse cuenta de que no estaba solo.
Posó los ojos
en el lugar en el que sus pieles estaban en contacto y vio que tenían los dedos
entrelazados y que él apoyaba la cabeza en ellos con los ojos cerrados.
El corazón le
dio un vuelco mientras lo recorría con la mirada y contemplaba cada centímetro
de aquel rostro perfecto tan amado. Se regodeó en aquella vista con la
sensación de que llevaba una vida entera sin ver sus atractivas facciones.
Parecía tenso y agresivo incluso cuando dormía y lo único que suavizaba sus
rasgos era un mechón de pelo rebelde que le caía por la frente.
Donghae
retiró la mano con cuidado y le acarició el cabello desaliñado, recreándose con
la textura de su grueso pelo.
¿Había pasado
la noche aquí? ¿Se había ido en algún momento del hospital?
Llevaba un
uniforme de enfermero de color azul claro; prueba irrefutable de que el
recuerdo que
tenía de
vomitarle encima del jersey, que seguramente era carísimo, debía ser cierto.
«Te quiero».
Al recordar
que había pronunciado esas palabras justo después de sufrir una terrible arcada
y justo antes de creer que se iba a morir, sintió tal ansiedad que se le puso
el cuerpo entero en tensión y dejó de acariciarle el pelo.
«Dios mío.
¿De verdad le he dicho eso?».
Sí, se lo
había dicho. Eso lo recordaba con una nitidez absoluta. Entonces, al ser
consciente de que le había balbuceado esa frase, alejó la mano de la de él,
preguntándose cómo se habría tomado esas palabras, si es que había llegado a
oírlas. En urgencias había temido tanto por su vida que había sentido la
necesidad de decírselo, de hacerle saber lo que sentía por él. Como no tenía ni
idea de lo graves que eran las heridas, no había dudado en confesárselo.
Necesitaba que supiera lo mucho que le importaba por si le ocurría algo.
Ahora que
sabía que iba a sobrevivir, no tenía tan claro que declarársele, que desnudar
así su alma, hubiera sido una buena idea.
—¡Donghae! —Hyukjae
se incorporó de inmediato y, como si fuera un acto reflejo, volvió a cogerlo de
la mano y a entrelazar los dedos con los suyos. Se había despejado por completo
y lo observaba sin ocultar su preocupación—. Estás despierto.
Donghae tenía
la garganta seca y con la sensación de que la lengua estaba tan hinchada que
apenas le cabía en la boca. Estiró el brazo para coger un vaso de agua que
había en la mesita de noche, pero Hyukjae se le adelantó levantándose de un
salto. Quitó el envoltorio a una pajita y la metió en el vaso de plástico antes
de acercárselo a la boca. Tomó varios sorbos y posó la mano sobre la de él
mientras el líquido se deslizaba despacio por la lengua.
—¿Dónde
estoy? —preguntó en voz baja, lamiéndose los labios húmedos.
Hyukjae le
dio explicaciones sobre el hospital en el que se encontraban y sobre los
resultados dentro de la normalidad del TAC, pero que tenía que pasar la noche
en observación.
—Tienes
varios puntos en la frente. Por lo que me ha contado Kangin, tuviste suerte de
que no te partieran el cráneo —le comentó con la voz ronca y cierta irritación.
—Tengo la
cabeza muy dura —respondió para quitar hierro al asunto.
Se acordaba
perfectamente de lo fuerte que le habían golpeado y le sorprendió que las
únicas consecuencias fueran un par de puntos en la frente y un dolor de cabeza
agudo.
Hyukjae lo
miró molesto.
—Ya me había
dado cuenta. —Posó el vaso en la mesilla y se lo quedó mirando—. No volverás a
alejarte de mí. De ahora en adelante siempre estarás a mi lado.
A Donghae se
le cortó la respiración, mientras lo miraba fascinada, incapaz de interrumpir
esa apasionante comunicación silenciosa.
—Siempre es
mucho tiempo —respondió al no encontrar una respuesta más inteligente.
Los ojos de Hyukjae
empezaron a echar chispas, como cuando estaba a punto de ponerse testarudo.
—Me importa
un pimiento. Vas a volver a casa conmigo. No pienso confiar tu seguridad a un puñado de
incompetentes. Si Kangin no hubiera estado…
—Me salvó la
vida, Hyukjae. Tu hermano arriesgó la vida por mí —murmuró agradeciendo a Kangin
en silencio que hubiera estado allí y que hubiera logrado evitar que esos
hombres la metieran en el coche —. Si no llega a ser por él, estaría muerto.
Incapaz de
ocultar la frustración, Hyukjae se peinó la manoseada melena con los dedos
antes de refunfuñar:
—Kangin
debería haberte acompañado a casa. Los escoltas no tenían suficiente
experiencia. Deberían haber estado tan cerca de ti que hubieran oído hasta tu
respiración. El tiempo que tardaron en reaccionar es inaceptable.
—Me marché
sin dar la oportunidad a Kangin de ofrecerse a llevarme a casa. Empezó a
hacerme preguntas sobre Leeteuk y me sentí incómodo. Los guardaespaldas no
tardaron en llegar, pero los desalmados esos actuaron muy rápido. Ocurrió todo
en cuestión de segundos.
«Aunque a mí
me parecieran horas».
—Si Kangin no
hubiera ido a buscarte a la salida de ese restaurante, habrías llegado a casa
sano y salvo.
Hyukjae
estaba tan alterado que le vibrada hasta el pecho. Donghae le apretó la mano.
—Eso no lo
sabes. Puede que me hubieran alcanzado de todos modos. Si Kangin no hubiera
estado allí, habría sido peor. Por favor, no culpes ni a Kangin ni a los guardaespaldas.
Estoy muy agradecido a todos.
—Bueno,
dejémoslo estar. Mañana vendrás a casa conmigo y a partir de ahora tendrás más
escoltas que el presidente. Leeteuk también piensa que estarás más seguro en mi
piso. Aunque no tengo claro que le haga especial ilusión que vivas tan cerca de
un Kim.
Volvió a
sentarse en la silla sin dejar de apretarle la mano ni relajar la intensa
mirada de inquietud.
—¿Ha venido Leeteuk?
—preguntó sorprendido, pues no sabía cómo se habría enterado de que lo habían
agredido.
—Se fue hace
una hora o dos. Lo llamé yo. Ha pasado toda la tarde aquí. ¿No lo recuerdas?
Negó con la
cabeza.
—Después de
la agresión lo único que recuerdo son fragmentos sueltos e inconexos. ¿Te he
vomitado encima?
—¿De eso sí
te acuerdas? —Le observó la cara en busca de algo, como si quisiera adivinar
qué recordaba y qué no—. Cuando te metieron en la habitación, Leeteuk me trajo
este uniforme de enfermero y me indicó un lugar donde ducharme.
—¡Madre mía!
¡Cuánto lo siento!
¿Había algo
más bochornoso que vomitar encima a un hombre como Kim Hyukjae?
—¿Por qué? No
lo hiciste a propósito. Además, me sentí aliviado porque al menos estabas
despierto.
Donghae
estaba sorprendido de que hubiera permanecido a su lado mientras tenía arcadas
y que, además, hubiera estado sujetándole una palangana sin morirse del asco.
—¿Kangin se
encuentra bien?
—Sí. —Soltó
una escueta carcajada carente de gracia—. El único problema es que ha tenido
que permanecer en la misma habitación que Park Leeteuk. Estaba nerviosísimo y Leeteuk
lo miraba como si tuviera ganas de matarlo con algún método lento y doloroso.
—Ojalá
supiera qué pasó entre ellos —comentó pensativo.
Hizo una
mueca de dolor al comprobar que el pinchazo que sentía en la cabeza iba en
aumento, y acabó teniendo la sensación de que una enorme boa constrictora le
apretaba el cráneo sin piedad.
Hyukjae
frunció el ceño.
—¿Quieres un
analgésico? Llamaré a la enfermera. —Estiró el brazo para pulsar el timbre.
—No. Espera.
—Respiró hondo tratando de coger fuerzas para decirle lo que le tenía que
decir: volver a su piso con él no estaba en sus planes—. No puedo ir a casa
contigo, Hyukjae. Volveré a la de Leeteuk. No pasará nada. Han arrestado a uno
de los tipos y lo más probable es que el otro esté huyendo despavorido. Dudo de
que ir a por mí sea su prioridad en este momento.
A Hyukjae se
le tensó el cuerpo entero, desde el semblante hasta los dedos, que apretaron
con más fuerza la mano de Donghae.
—No hay
discusión que valga. —Le clavó una mirada amenazante—.Vas a venir conmigo
—repuso enfadado marcando cada una de las palabras.
Donghae soltó
un bufido de frustración.
—No eres mi
guardia particular. No necesito que nadie me proteja. Llevo solo mucho tiempo.
Solo, añorando a Hyukjae, si bien en aquella época aún no sabía a quién
añoraba.
«Alejarme de
él ha sido tan doloroso que no podría superar otra despedida. Pasar tiempo
junto a Hyukjae es peligroso, pues, cuando se vaya de mi lado, me dolerá el doble
y, cuando vuelva a estar solo, tendré aún más recuerdos con los que
torturarme».
—Ya, bueno,
pues tendrás que acostumbrarte a la compañía, cariño —bufó con una mirada
posesiva y un gesto salvaje, casi animal—. Mientras corras peligro, no me
separaré de ti. Siempre estarás protegido.
Donghae se
estremeció tratando de zafarse de su mano. No le estaba haciendo daño, de
hecho, ni siquiera le incomodaba la forma en que le estaba agarrando. Más bien
lo contrario. Hyukjae le hacía sentirse a salvo, le hacía sentirse querido, y
era precisamente eso lo que lo asustaba. Ese miedo lo impulsaba a luchar con
todas sus fuerzas contra la posibilidad de acostumbrarse a esa sensación.
—No puedes
darme órdenes. Hace tan solo unas semanas que nos conocemos. ¿Por qué te
preocupas por mí? —preguntó sin andarse con rodeos, pero incapaz de ocultar una
emoción tan intensa que se parecía al pánico.
Tenía que
distanciarse, pero le costaba hacerlo. Después del suceso de la noche anterior
se sentía desamparado e indefenso, y lo que más le apetecía en el mundo era
lanzarse a aquellos brazos cálidos y masculinos para refugiarse allí hasta
recuperar el equilibrio.
—¡Llevo más
de un año preocupándome por ti, joder! —le soltó con voz aterciopelada y
varonil a la par—. No ha habido ni un solo día en todo ese tiempo en el que no
me haya obsesionado con si estarías a salvo o no.
—Pero si nos
conocemos desde hace unas semanas… —contestó confusa en un murmullo
imperceptible.
Exhaló un suspiro
irregular y la incertidumbre le transformó el semblante mientras desviaba la
mirada hacia un lado y concentraba la atención en la desnuda pared blanca que
tenía delante.
—Mi madre
hablaba de ti sin parar. Un día, hace más de un año, estábamos en el
restaurante y me dijo quién eras. —Suspiró como si renunciara a continuar con
la explicación—. No lo puedo explicar porque no lo entiendo ni yo, pero desde
aquel momento me sentí en la obligación de cuidar de ti. ¡Hasta te seguía a
casa cada noche para asegurarme de que llegabas bien a tu apartamento!
Atónito,
preguntó con voz temblorosa:
—¿Como si
fuera amigo tuyo porque lo era de tu madre?
Hyukjae se
giró hacia él y le dedicó una de sus miradas apasionadas y viriles.
—No. Como una
obsesión que era incapaz de controlar. Como si fueras mía y tuviera que
protegerte.
Entonces le
dedicó su mirada de «Quiero follarte hasta que te vuelvas loca» y Donghae
sintió las oleadas de calor que transmitía su cuerpo.
¿Debería
enfadarse porque Hyukjae hubiera estado espiándola y siguiéndola como un
acosador? Quizá debería estar enfadada, pero no lo estaba. Por extraño que
resulte, contemplando su cara acongojada, se sintió totalmente relajada y notó
cómo el corazón se le derretía en el pecho. Hyukjae se había mantenido en
segundo plano, vigilándola en silencio como un ángel de la guarda sin esperar
nada a cambio. Recordó la conversación que había tenido con Boah en el
restaurante y se sintió aliviada al comprobar que los instintos protectores del
Hyukjae rescatador seguían intactos.
—¿Por qué yo?
Seguro que hay un montón de jóvenes y mujeres a los que tu protección les
vendría muy bien.
Hyukjae se
encogió de hombros, pero su intensa mirada bastó como explicación.
—No tengo ni
la menor idea. Eres la única persona del mundo que me ha hecho sentir así.
Pronunció las
últimas palabras como si le avergonzaran. Era obvio que ser incapaz de
controlar sus sentimientos no le hacía la menor gracia.
Sacudió
ligeramente la cabeza intentando asimilar que Hyukjae llevara un año tratando
de protegerle. ¿Qué clase de tío hacía algo así? ¿Qué apuesto multimillonario
dedicaba su tiempo a preocuparse por un don nadie, por un joven que no llamaba
la atención y que, en principio, no estaba a su altura? No es que se
considerara inferior a nadie por ser pobre…, pero era realista: los hombres de
la clase social de Hyukjae no se fijaban en personas como él. Estaban demasiado
ocupados acumulando riqueza y reinando en sus imperios.
—Cuidar de mí
porque soy amigo de tu madre ha sido muy dulce por tu parte. Pero no puedes
protegerme eternamente.
Se levantó de
la silla y se sentó con delicadeza en la cama para que estuvieran cara a cara.
—No lo
pillas, ¿verdad? No soy un tío dulce. —Sus movimientos contradijeron a sus
palabras, pues le colocó un mechón por detrás de la oreja con suma delicadeza
mientras le rozaba la sien con el dedo índice y le acariciaba la mejilla con la
suavidad de una pluma—. No me he comportado así porque sea generoso o
altruista. Quería follarte. A mi modo de ver, es un motivo bastante egoísta
—comentó con aridez burlándose de sí mismo.
Donghae
reprimió una sonrisa, preguntándose por qué le daba tanta rabia que le dijeran
que era dulce.
—Si eso era
lo que te motivaba, ¿por qué no lo hiciste? Podías haberme abordado o haber
pedido a tu madre que
nos presentara. Creo que es bastante obvio que me atraes.
«Es mucho más
que atracción».
Hyukjae
apartó la mano de su rostro y desvió la mirada.
—Me he
olvidado de pedirte el analgésico. Seguro que te duele.
Pulsó el
botón para llamar a la enfermera y una voz joven de mujer respondió de
inmediato a través del pequeño altavoz situado al lado del timbre:
—¿Qué desea?
Hyukjae se
puso de pie para ofrecer una respuesta tajante.
—El joven Lee
necesita un analgésico —ordenó.
—Enseguida
—respondieron.
Donghae
seguía sin entender por qué había ignorado su pregunta de esa manera. ¿O acaso
la había evitado a propósito? Inclinó la cabeza para mirarlo a la cara. Tenía
el ceño fruncido y una expresión implacable.
Donghae se
cruzó de brazos y se enfrentó a su feroz mirada con una leve sonrisa.
—Tu táctica
ya no funciona conmigo —le advirtió con tranquilidad.
—¿Qué
táctica? —bufó cruzándose de brazos como él para retarle con una expresión
indescifrable.
—La táctica
que utilizas para que me sienta como Caperucita Roja ante el Lobo Feroz. —Elevó
una ceja manteniéndole la mirada.
Hyukjae Kim
podía gruñir, refunfuñar y bufar todo lo que quisiera, pero Donghae sabía cómo
era en realidad. Bajo esa máscara de borde mandón se ocultaba una capa de
compasión y bondad que probablemente jamás mostraría en público. Pero él lo había
visto, lo había descubierto: si lo único que hubiera querido hubiera sido
tirárselo, podría haberse presentado y haberlo conocido en persona; de ese
modo, se habría ahorrado mucho tiempo.
O.o
ResponderEliminarCasi hacen papilla de pecesito!!!
Wau~
La verdad estoy de acuerdo con Hyukkie~
Dónde hp estaban los guardaespaldas!????
Ahhhh
Noooo
que bueno que kagin fue a ayudarlo si no pecesito muerto lindo monito no lo dejes salir solo ya
ResponderEliminarWow...wow....wow
ResponderEliminarAhora sí que se paso Kangin...debe de estar muy mal como para hacer eso con la pareja de su hermano...ahora sí que..."si ya sabe como es su hermano,para qué lo provoca"
Se llevo su muy buen regalo de esa noche...y conste que era de otro el cumpleaños jajajajaja
Posta,y luego van esos maliantes a querer hacerle daño a Hae,lo bueno que Kangin estaba cerca...ese equipo de "seguridad" es muy obsoleto..deben de estar casi encima de Hae...así deben cuidarlo....eish.
Al parece no paso a mayores,agarraron a un tipo y kangin pudo redimirse ante Hae y su hermano...aparte de decirle a Hae que Hyuk nada tuvo que ver con la rubia.
Ahira le toca a Hyuk convencerlo.