Hyukjae gruñó
y el sonido que salió de sus labios transmitió una sensación entre el placer y
el tormento. Puso la mano sobre la suya.
—Móntame,
cariño.
Se quitó los
calzoncillos que acababa de estrenar pero que ya eran sus favoritos y los tiró
al suelo. Donghae levantó la cabeza para mirarlo a los ojos mientras él lo
rodeaba con los brazos y lo tumbaba sobre su
cuerpo.
—¿Estás
seguro?
Lo que más
quería en el mundo en ese momento era meterse ese falo y contemplarle gozar
bajo su peso, pero le angustiaba mucho hacerle revivir otro mal recuerdo.
—Sí. Quiero
ver cómo cabalgas sobre mí. Quiero contemplar tu rostro cuando te corras por mi
verga —respondió con determinación y necesidad.
Le montó a
horcajadas, pero se detuvo vacilante con el corazón a cien por hora. ¿Podría Hyukjae
hacerlo así? No era necesario.
—No tienes
que demostrarme nada. No tenemos que hacerlo.
—Métetela,
cariño. Necesito follarte. Te necesito —bufó con una voz ronca plagada de
deseo. «Te necesito».
Bastaron esas
dos palabras para que Donghae levantara las caderas, le cogiera el falo
empalmado y colocara la punta en la abertura de su cavidad. Entonces le invadió
una tremenda necesidad de que lo penetrara, un deseo visceral de sentirlo
dentro, lo más dentro que pudiera. Apoyó las manos en su pecho y empezó a subir
y bajar para metérsela poco a poco. Bajó todo lo que pudo metiéndosela casi por
completo y volvió a elevar las caderas para tratar de llegar hasta el fondo.
Sus manos lo
agarraron de las caderas para que descendieran justo en el momento en que él
elevaba las suyas, de modo que sus cuerpos chocaron y, por fin, lo penetró
hasta el final, llenándolo por completo. Siguió sujetándole de las caderas para
estirar y abrir su cavidad mientras sus cuerpos permanecían ensartados con la
verga metida hasta el fondo.
—¡Dios mío!
¡Me muero de placer! ¡Lo tienes tan estrechito y caliente! ¡Qué ganas tenía de
estar dentro de ti! —exclamó con desenfreno y pasión.
Lo observó
con atención, buscando cualquier señal de que la postura lo estaba incomodando,
pero lo único que vio en su rostro fue placer. Sus ojos se clavaron en los de él
atrapando su mirada. Hyukjae guiaba sus caricias con las manos mientras elevaba
las caderas embistiéndolo con fuerza.
Mientras se
miraban a los ojos Donghae derramó una lágrima al darse cuenta de que no había
temor alguno en su rostro y de que reconocía perfectamente a su amante.
—Solo tú, Donghae.
Tú siempre has sido el único —le dijo mientras su pecho se hinchaba y
deshinchaba—. Estás precioso. No te cortes. Cabalga sobre mí. Córrete para mí.
Donghae cerró
los ojos mientras Hyukjae lo empalaba, sujetándolo de las caderas con sus
robustas manos. Echó la cabeza hacia atrás para dejarse llevar por las
fricciones de su falo, por las embestidas furiosas de sus caderas y por la
sensación de que lo hacía suyo una y otra vez. Sus pechos rebotaban con cada
una de sus arremetidas y Donghae se los sujetó con las manos y empezó a
pellizcarlos con delicadeza.
—Sí, haz todo
lo que quieras, cariño. Todo lo que necesites —jadeó dándole con más ímpetu y
metiéndosela aún más.
Cuando Hyukjae
lo agarró con más fuerza y sus manos se volvieron más exigentes, Donghae empezó
a acariciarse su miebro. Lo cabalgó con frenesí, apretando su cuerpo contra el
de él y metiéndosela tan al fondo que sintió escalofríos.
Volvió a
echar la cabeza hacia atrás y explotó derramandose en el pecho de Hyukjae: los
músculos de las paredes de su cavidad se tensaron y destensaron varias veces,
exprimiendo el miembro que lo invadía. Mientras se estremecía, Donghae sintió
que el cuerpo de Hyukjae se tensaba bajo su peso.
En el momento
en que se corrió sus miradas se cruzaron y Donghae se quedó observando a ese
ser salvaje y perfecto. Estaba tremendo. Jamás había oído un sonido más bello
que el gemido que salió de la garganta de Hyukjae.
Una explosión
de fluidos cálidos le llenó y los dos se desplomaron. Donghae notaba cómo
temblaba Hyukjae bajo su cuerpo, que le cubría como una manta.
—Te quiero
—masculló suspirando sobre su pecho.
Hyukjae lo
rodeó con los brazos y lo apretó contra su cuerpo. Estaban sudados y exhaustos,
pero se sentía completo y dichoso. Después de un rato logró normalizar la
respiración y apaciguar su acelerado corazón y se separó del cuerpo de Hyukjae
para tumbarse a su lado, pero no le dejó: le dedicó un gruñido y volvió a
colocarlo encima de él.
—Quieto.
Debería
cabrearse porque le hubiera dado una orden como quien se la da a un perro, pero
lo había dicho con tal
anhelo que, en lugar de enfadarse, sonrió. Además, estaba tan satisfecho que
apenas se podía mover.
Acurrucó la
cabeza en su hombro y se dijo que, en cuanto recobrara la energía, se
apartaría, porque, de lo contrario, acabaría aplastando al pobre hombre.
Hyukjae
comenzó a respirar de forma más pausada y regular y, a pesar de que siguió
abrazándolo, se le relajaron los músculos.
«Se ha
dormido. Acabamos de acostarnos en la postura que lo tenía traumatizado y se ha
quedado dormido conmigo tumbado encima».
Le dio un
vuelco el corazón y sintió un dolor profundo que le cruzaba el cuerpo entero.
Se fiaba tanto de él que podía estar totalmente relajado en la postura en la
que más vulnerable se consideraba. Giró la cabeza para darle un beso ligero
mientras era consciente de que el amor que sentía por ese hombre desbordaba su
pecho.
Un hombre
para el que sus necesidades eran lo primero. Un hombre que confiaba en él.
Un hombre que
haría cualquier cosa para complacerlo. Un hombre del que estaba enamorado. Siempre
valoraría su confianza por encima de todas las cosas y trataría de cultivarla
como algo precioso. Pues lo era.
El
agotamiento le cerró los ojos y le relajó el cuerpo. «Quítate de encima, de
verdad. Así no podréis dormir».
Su
respiración se fue haciendo más profunda hasta que imitó el ritmo de la del
hombre que tenía tumbado debajo.
A la mañana
siguiente se levantaron en la misma postura. Descansados y a gusto.
Hyukjae se
paseaba por el patio del lujoso complejo turístico con el ceño fruncido.
¿Estaba a punto de cometer un
grave error? ¿Y si le decía que no? Las últimas seis semanas habían sido los
días más felices de su vida. ¿De verdad estaba dispuesto a arruinarlo todo?
Se quedó
contemplando el agua mientras suspiraba satisfecho reviviendo algunos de esos
bellos recuerdos.
«No quiero
meter la pata, pero lo necesito. Quiero que sea mío».
La necesidad
de apoderarse de él, de demostrarle al mundo que era suyo, le superaba.
Miró a la
puerta de la suite y sintió un escalofrío. ¡Joder! ¿Por qué le costaba tanto
esto? Donghae y él lo compartían todo. No había un rincón de su corazón o de su
alma que él no conociera.
Le vibró el
móvil en el bolsillo de la chaqueta. Llevaba traje y corbata aunque no estaba
en la oficina. Habían ido a Japón, ni más ni menos que a Disney, para hacer
realidad uno de los sueños de Donghae.
Llevaba en la
mano el último corazón de cartón que le quedaba y apretó el puño hasta que
prácticamente se quedó sin circulación y la palma se le puso blanca.
Aún le
restaba un deseo. El otro lo había gastado para convencerlo de que hicieran un
viaje en las vacaciones de primavera. Un mes antes le había dado el corazón de
cartón y le había dicho que deseaba llevarlo al lugar que él eligiera de
vacaciones.
Sí, es
cierto, pensaba que elegiría París, Londres, incluso África, pero, en lugar de
esos destinos, Donghae había mascullado que siempre había querido ir al parque Disney,
la propuesta de Donghae había dejado a Hyukjae pasmado.
¡Concedido!
Y la verdad
es que se lo habían pasado en grande. Donde más había disfrutado Hyukjae había
sido en las atracciones, porque, cuando Donghae se asustaba, se lanzaba a sus
brazos gritando y riéndose encantado. Esa era la última noche que pasarían en
el complejo y pensaba llevarlo a cenar a uno de los mejores restaurantes. Ojalá
tuvieran algo importante que celebrar.
Sacó el móvil
del bolsillo y miró la pantalla: «Kim, Kangin».
—¿Qué?
—respondió con brusquedad.
—¿Se lo has
pedido ya?
A Hyukjae
casi le da la risa al percibir cierto nerviosismo en la voz de su hermano. Kangin
se comportaba como si aquella respuesta le importara tanto como a Hyukjae.
—No. Se está
vistiendo. Vamos a salir a cenar.
—Ya ha pasado
una semana. ¿A qué esperas?
—¿Y a ti qué
te importa?
En realidad Hyukjae
sabía de sobra por qué a Kangin le importaba tanto: si Donghae decía que sí, lo
más probable era que Kangin volviera a ver a Park Leeteuk.
—Te hace
bien. Lo necesitas. Y no tengo ganas de soportar tus malas pulgas si te dice
que no.
No iba a
decirle que no. No podía decirle que no. Si lo hiciera, tendría que convencerlo.
No aceptaría un no por respuesta.
La puerta de
la suite se abrió y Hyukjae perdió todo el interés en la conversación:
—Luego te
llamo.
—Pídeselo.
Hyukjae colgó
y se guardó el móvil en el bolsillo sin despegar la mirada del imponente joven
que esperaba en la puerta de la suite.
«¡Madre mía!
Es de ensueño. ¿Me acostumbraré algún día a su belleza?».
Probablemente…
no. Daba igual dónde estuviera o qué llevara puesto, en cuanto lo veía, le
palpitaba el cuerpo entero.
Esa noche
llevaba un elegante traje traje de color negro. A Hyukjae se le cortó la
respiración. La suave brisa del océano le arremolinaba algunos mechones negros.
—Estás
precioso —le dijo con total sinceridad al llegar a su lado y plantarle un beso
en los labios. «Pareces un dios». Es lo que pensaba todos los días. Cada vez
que lo veía.
—Gracias.
Usted también va muy elegante, señor Kim. ¿Estamos listos? —le preguntó con una
sonrisa de felicidad.
«Yo, sí.
Estoy listo para desnudarte y ver qué ropa interior llevas puesta. Después te
la arrancaré con los dientes y te follaré hasta que pierdas el sentido».
La tenía dura
como una piedra, pero eso no era ninguna novedad. Le pasaba todos los días,
cada vez que le sonreía. Y también cuando no le sonreía. Y cuando fruncía el
ceño. Y cuando discutía. ¡Joder! Su presencia era suficiente para que se
empalmara. Y su voz. Y pensar en él. Maldita sea…, con Donghae estaba perdido.
—En un
minuto. —Lo guio para que entrara de nuevo en la suntuosa habitación y cerró la
puerta a sus espaldas—. Tengo que hablar contigo.
Su sonrisa se
desvaneció y a Hyukjae le entraron ganas de darse a sí mismo una patada en el
culo.
—¿Pasa algo?
—preguntó preocupado.
—No. —Se puso
cómodo en un sofá de cuero y cogió a Donghae para que se sentara a su lado—.
Tengo que preguntarte una cosa.
«Hazlo de una
vez. No le des más vueltas o te volverás loco».
Abrió el puño
para mostrarle el último corazón de cartón que le quedaba.
—No lo
malgastes pidiéndome sexo porque contigo estoy totalmente entregado—respondió
riendo con suavidad.
Metió la mano
en el bolsillo y sacó una cajita.
Donghae lo
miró a los ojos, después al corazón de cartón y por último a la cajita. La
cogió despacio y levantó la tapa.
—Deseo que te
cases conmigo —pidió con su aterciopelada voz, vacilando entre la esperanza y
el miedo.
—¡Dios mío, Hyukjae!
No me lo esperaba. —Con dedos temblorosos sacó de la cajita de terciopelo el
gigantesco diamante engarzado en una alianza de platino—. No sé qué decir.
—Di que sí.
Por favor.
«Di que sí o
me da un síncope». Lo miró perplejo:
—¿Quieres
casarte conmigo? Pero si ni siquiera me has dicho que me quieres. Pensaba que
no estabas preparado. Me has cogido por sorpresa.
¿Cómo era
posible que no se lo esperara? Su corazón, su cuerpo y su alma eran suyos desde
hacía una eternidad, o eso le parecía a él.
—Te quiero.
Te quiero. Te quiero. —Estaba convencido de que ya se lo había dicho—. Es la
verdad. No me puedo creer que no te lo haya dicho antes, pero tú ya lo sabías.
Donghae le
sonrió.
—Lo sabía. Lo
que no tenía claro es si estabas preparado para decirlo.
—Estoy de
sobra preparado. Eres mío y quiero que sea oficial. —Le dedicó una apasionada
mirada con el cuerpo entero en tensión—. Debería haberte dicho que te quiero.
De ahora en adelante me aseguraré de decírtelo tan a menudo que acabarás harta
de oírlo. Mereces que te lo diga todos los días. Quizá no lo haya verbalizado
antes porque las palabras no pueden expresar lo que siento por ti. El amor no
es suficientemente intenso, no se puede comparar con lo que siento. Sin
embargo, me encanta cuando esas palabras salen de tus labios. Debería haberme
dado cuenta de que tú también querías escucharlas. —Suspiró—. Eres mi vida,
cariño. Sé mío. Sé mío para siempre.
Donghae se
abalanzó a sus brazos y Hyukjae lo recibió encantado cerrando los ojos con
fuerza, consciente de que su mundo entero se encontraba en ese momento en
aquella habitación.
—Mío para
siempre —le susurró al oído con incredulidad.
Hyukjae se
apartó levemente para mirarlo a los ojos. Estaba llorando, un río inagotable de
lágrimas le recorría las mejillas.
—No llores.
No me gusta.
—Lo sé, pero
son lágrimas de felicidad.
En cualquier
caso estaba llorando y Hyukjae no soportaba verlo así. Tomó el anillo de sus
dedos temblorosos y le cogió la mano con delicadeza para ponérselo en el dedo
anular. El corazón se le aceleró mientras decía:
—Vas a
casarte conmigo.
—Tan solo me
has hecho una pregunta. —Le dedicó una mirada traviesa—. Aún no he respondido.
—Dime que sí
—le advirtió con rudeza—. Dime que te casarás conmigo.
«Responde ya
o me dará un ataque al corazón. ¡Dime que sí de una vez!».
Donghae le
cogió el puño y se lo abrió para recuperar el corazón de cartón. Entonces, lo
partió en pedazos y dejó que los trocitos se desperdigaran por el sofá.
—Deseo
concedido.
Hyukjae
respiró aliviado mientras el corazón le palpitaba con fuerza.
—¿En serio?
—Sí. Me
casaré contigo. Yo también te quiero.
—Cuanto antes
—exigió él.
—Ya veremos.
Esto sí lo negociaremos
—¡No! —Lo
cogió de la mano y besó el anillo que le acababa de poner en el dedo—. Esta vez
no cederé ni un milímetro.
Donghae le
rodeó el cuello con los brazos y le besó los labios mientras le acariciaba la
nuca.
—¿Un poquito?
—No.
Donghae le
tiró del pelo y lo abrazó con tal pasión y frenesí que Hyukjae acabó gruñendo y
jadeando.
—Un poco sí
que puedes ceder… —susurró con voz persuasiva.
Hyukjae gimió
mientras Donghae deslizaba la mano por su pecho y la metía por dentro de los pantalones.
—¿Me estas
seduciendo para que dé mi brazo a torcer?
—Puede.
¿Funciona? —repuso con su irresistible voz en plan «fóllame».
—¡Ya te digo!
—exclamó abrazándolo—. Vale. Llegaremos a un acuerdo, pero ahora no.
Hyukjae se puso
de pie levantándolo también a él.
Estaba entregado.
—Ahora no
—accedió—. Después.
Lo cogió de la
corbata y tiró de él, que lo siguió encantado hacia el dormitorio. Quizá estar
entregado no era tan malo.
Obviamente, no
llegaron al restaurante, sino que varias horas después pidieron servicio de
habitaciones. Antes de celebrar su compromiso con una cena en la suite Hyukjae
se dio cuenta de que ceder no siempre era un error y que estar entregado podía
ser algo muy muy bueno.
Mi eeacción en otro momento habría sido...*agarrenme que lo mato*...pero Junsu ya se encargo de eso...lo dejo así.
ResponderEliminarOh Hyukjae...comprensible su falta de confianza,cómo confiar cuando tu amigo es quien te traiciona...por supuesto no iba a decir más de lo que paso.
Aaaawwwww...para no fallarle,compro de todo...Hyuk muy bien...así no hay riesgo de rechazo,aunque a Hae una tarjeta le hubiera bastado,la satisfacción de Hyuk de complacer a Hae y Hae al aceptar las cosas de Hyuk...vale más.
Oooooohhhhhhhh
Yo pago la boda traigan cerveza,vino lo que sea,hay que celebrar.
Por cierto...no hay livestream de esa celebración privada....*cejas*
*0*
Asdfghkkhhhgfsa
ResponderEliminarQue emoción!!!!!!
A pesar de todo dejo sus miedos por el amor...y bueno, las hormonas (?)
Ahhhhhhh
Abra boda!!!!
Ahhhhhh
Bodaaaaaaa!!!!
Oh si!!!!
matrimonio y mortaja del cielo baja si monito dueño de pecesito
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